TRATA DE ESCLAVOS; La conciencia cristiana

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El mundo cristiano moderno frente a la esclavitud

En 1988 la Pontificia Comisión «Iustitia et Pax» publicaba un documento titulado «La Iglesia frente al racismo por una sociedad más fraterna». En él se argumenta cómo el Cristianismo ha destruido a la esclavitud desde dentro; es decir a partir de la experiencia de la pertenencia a Cristo. Lo muestra muy claramente San Pablo en la Carta a Filemón, tratando sobre la liberación del esclavo a su servicio llamado Onésimo.

Pero cuando la memoria de tal pertenencia se debilita, el cristiano llega hasta lanzarse de nuevo a la esclavitud en sus formas más abominables. Con la desaparición de la conciencia de pertenecer a Cristo en muchos cristianos y la pérdida de la memoria de su Acontecimiento, sobre todo en el alba de la Edad Moderna, los intereses de las sociedades comerciales occidentales de los nuevos Estados nacionales se colocan por encima de los derechos de las personas y de las sociedades naturales.

Así derribando los principios ya enunciados por pensadores católicos como Tomás de Aquino en el siglo XIII, los juristas y teólogos de la Escuela de Salamanca, como Don Vasco de Quiroga en su «Información en Derecho» (1534), y Francisco de Vitoria en sus «Relectiones theologicae» de 1536, entonces “el hombre no es ya hombre para el hombre, sino es ante todo un lobo”.

Un dato particularmente contrastante fue que mientras en el Descubrimiento del Nuevo Mundo, la conciencia cristiana reaccionó desde un principio contra los abusos y la esclavitud que algunos empezaban a implementar con los indígenas, no fue así en el caso de la esclavitud de los negros africanos, traídos forzosamente para emplearlos en los trabajos de la agricultura y de las minas, negándoles totalmente sus derechos fundamentales como personas. Sólo después de mucho tiempo y con mucha dificultad, se les fue reconociendo sus derechos, hasta en el siglo XIX se llegó a la abolición tardía de la esclavitud y de la trata atlántica de negro-africanos.

El relanzamiento de la esclavitud de manera sistemática se da a partir del siglo XV en el mundo americano progresivamente colonial bajo las potencias europeas, que van conquistando buena parte del planeta. Entonces, con fuerza, la esclavitud de raíces paganas, se introduce de manera sistemática, más salvaje, como sistema económico practicado por todas las potencias en mayor o menor escala, salvo algunas restricciones legales introducidas por la Corona española en sus Dominios.

El hecho de la introducción sistemática de la esclavitud, diferente del antiguo sistema feudal medieval de la servidumbre (siervos de la gleba), coincide no sólo con la expansión europea en sus exploraciones geográficas y comerciales, sino también con la Reforma protestante (1517 en adelante) y la subsecuente ruptura de la «christianitas católica».

Esa situación se había comenzado a desarrollar a partir del siglo XIII con las empresas comerciales de la Europa de entonces, y se intensifica sistemáticamente a partir de los grandes descubrimientos geográficos realizados por los europeos. Alcanzará su mayor desarrollo con el nacimiento del «capitalismo salvaje», de matriz protestante y en concreto calvinista a partir del siglo XVI. La trata atlántica de los esclavos africanos inicia con estos cristianos –tanto católicos como protestantes- que fueron perdiendo su memoria cristiana o la adulteraron, e incluso la violentaron, para justificar lo humanamente injustificable.

Cuando la trata se convierte en un tráfico económico altamente beneficioso, será administrada hasta el final por aquel capitalismo sin colores religiosos específicos y que intentaba justificarlo, incluso atrevidamente con citas bíblicas. Escribe el ya citado documento de la Pontificia Comisión «Iustitia et Pax»:

“La trata de los Negros… conducidos a miles a las tres Américas, la captura y el transporte se desarrollaban de tal modo que un gran número moría incluso antes de la partida o durante el viaje hacia el Nuevo Mundo, donde eran destinados a los trabajos más humillantes y fatigosos y eran tratado como esclavos. Este fenómeno empezó [muy pronto] y el fenómeno de la esclavitud que de tal tráfico derivó durará a lo largo de casi tres siglos”.

Hablando de la trata atlántica hay que distinguir diversos momentos en su desarrollo histórico. Los colonos del Nuevo Mundo teniendo necesidad de mano de obra la comenzaron desde los primeros momentos del descubrimiento. Más tarde buscaron una justificación filosófica, jurídica e incluso religiosa de la trata. La conciencia cristiana no podía quedar indiferente a lo que una conciencia por elemental que fuese podía decir.

Sin embargo, mientras en el campo católico a partir del siglo XV la conciencia fue abriéndose paso decididamente comenzando por los Papas, en el mundo protestante en general tal conciencia estuvo dormida durante varias centurias. En el campo católico la reacción se abrió paso a partir de los misioneros y de los Papas con intervenciones que van desde Eugenio IV (1431-1447) en el siglo XV, a los Papas de los siglos sucesivos, especialmente Paulo III (1534-1549), San Pio V (1566-1572), Urbano VIII (1623-1644), Gregorio XVI (1831-1846), León XIII (1878-1903) que condenaron la esclavitud en general y que en algunos de estos casos también se refirieron a la de los esclavos negro-africanos.

Y excomulgaron, incluso, con graves sentencias a cuantos se encontrasen comprometidos en ella. Estas intervenciones influyeron en la legislación de España que la prohibió en sus Dominios, aunque de hecho continuó dándose contra las disposiciones de las Leyes de Indias, pero que fue tolerada en el caso de los esclavos Negro africanos, aunque España en cuanto Estado no se vio directamente involucrada en la trata, pero sí se benefició de ella en sus dominios americanos.

Portugal, la otra Potencia católica, se vio fuertemente comprometido en ella y prosperó beneficiándose de la esclavitud durante un largo periodo, hasta pasar bajo el control comercial de las Potencias francesa, holandesa e inglesa, y, constituyendo un sistema esclavista que en el caso del Brasil perdurará has 1888.

Fuerte intervención y «memoria histórica» del Papa San Juan Pablo II sobre la trata

El sábado 22 de febrero de 1992, Juan Pablo II visitó la Isla de Gorée (Senegal), punto de partida de centenares de naves negreras con sus cargas de esclavos a través del Atlántico con destino a las Américas. En aquella ocasión pronunció una implacable denuncia y condena de esa historia; abominable como la de todas las tratas de esclavos, antiguas y actuales.

“[…] Sí, junto con mi alegría, quiero compartir con ustedes mi profunda emoción, la emoción que se experimenta en un lugar como éste, profundamente marcado por las incoherencias del corazón humano, el escenario de una lucha eterna entre la luz y las tinieblas, entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado. Goree, símbolo de la venida del evangelio de la libertad, es también, por desgracia, el símbolo del terrible error de quienes esclavizaron hermanos y hermanas a quienes estaba destinado el evangelio de la libertad. […]. Al llegar a Gorée […], ¿cómo no sentir tristeza al pensar en los demás hechos que evoca este lugar?

La visita a «la casa de los esclavos» nos recuerda la trata de negros, que Pío II, escribiendo en 1462 a un obispo misionero que partió a Guinea, calificó de «crimen enorme», «magnum scelus». A lo largo de un periodo de la historia de África, hombres, mujeres y niños negros fueron traídos en este terreno estrecho, arrancados de su tierra, separados de sus familias, para ser vendidos como mercancías. Venían de todos los países y, encadenados, partían a otros lugares, guardaban como la última imagen del África natal la masa de roca basáltica de Goree. […] Estos hombres, mujeres y niños fueron víctimas de un vergonzoso comercio, del que hicieron parte personas bautizadas pero que no vivían su fe. ¿Cómo olvidar los enormes sufrimientos infligidos, en violación de los derechos humanos más básicos, a los pueblos deportados del continente africano? ¿Cómo no recordar las vidas humanas destruidas por la esclavitud?

Hay que confesar con toda verdad y humildad este pecado del hombre contra el hombre, este pecado del hombre contra Dios. ¡Que es largo el camino que la familia humana debe pasar antes de que sus miembros aprendan a mirarse y respetarse como imágenes de Dios, para amarse finalmente como hijos e hijas del mismo Padre celestial! Desde este santuario africano del dolor negro, pedimos perdón del cielo. […] Oramos para que desaparezca para siempre el flagelo de la esclavitud y sus secuelas. […] También hay que oponerse a las nuevas formas de esclavitud, a menudo insidiosas, como la prostitución organizada, que beneficia de forma odiosa de la miseria de las poblaciones del Tercer Mundo.

En esta era de cambios significativos, África sufre hoy severamente la punción de fuerzas ejercidas una vez sobre ella. Sus recursos humanos han sido debilitados por largo tiempo en algunas de sus regiones. Además, la ayuda de la que ella siente necesidad apremiante se necesita en justicia!...”.

Datos sobre la trata atlántica de esclavos negro-africanos

A partir del siglo XVII y con el zenit del siglo de las luces, el XVIII, escribe la citada Comisión Pontificia en su documento “se ha elaborado una verdadera ideología racista, que se oponía a la enseñanza de la Iglesia”. Esta mentalidad explica también los números de la trata. Una relación presentada al gobierno inglés en 1787 ofrece algunos datos de este tráfico, precisamente en los momentos en los que triunfaba la ilustración política. En aquel año unos cien mil africanos fueron transportados a las Américas por compañías pertenecientes a los siguientes países y según estas cifras:

                      Inglaterra             38.000
                      Francia                31.000
                      Portugal               25.000
                      Holanda                 4.000
                      Dinamarca             2.000

En el listado falta España, porque sus leyes no permitían tal actividad comercial. Del continente subsahariano los europeos comienzan el tráfico por razones económicas comenzando el siglo XVI, en el llamado «triángulo comercial» entre Europa, África y América. Si bien Portugal al principio de sus empresas comerciales transoceánica miró al continente africano en sus costas fundamentalmente como puntos de apoyo en su ruta hacia el Extremo Oriente, o Indias Orientales, más tarde, con el descubrimiento y ocupación de las costas del futuro Brasil las tierras africanas se convierten en una cantera de mano de obra esclavizada para llevar a aquellas tierras americanas.

A partir del siglo XVII las Potencias protestantes del norte de Europa controlarán aquel mercado convirtiéndolo en un monopolio prácticamente total.

La solicitud de esclavos

Sobre la solicitud de esclavos se debe decir que dependía, ante todo, de la expansión de las plantaciones y del trabajo en la minería que exigía el empleo de un elevado número de trabajadores. La capacidad de absorción de la mano de obra africana en el Nuevo Mundo fue relativamente baja hasta el siglo XVII, pero a partir de ese siglo el crecimiento de aquellas plantaciones e industrias, la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales rompió el monopolio portugués en el mercado de esclavos. Desde aquel momento el número de los esclavos africanos llevados a las Américas creció constantemente hasta la última década del siglo XVIII, cuando las guerras revolucionarias francesas y luego las napoleónicas obligaron a la interrupción del tráfico Atlántico de esclavos. En las dos primeras décadas las revoluciones emancipadoras en las futuras repúblicas hispanoamericanas tendrán también un papel importante en aquella interrupción, en cuanto dejaron de ser, generalmente, lugares de acogida de aquel comercio esclavista y declarando las nuevas Repúblicas explícitamente la abolición de la esclavitud.

Considerando la trata atlántica de los esclavos, algunos estudiosos del tema han barajado cifras hoy bastante discutidas, que van desde 10 hasta 15 millones. En la década de 1960 el historiador Philip D. Curtin notó que la cifra maximalista citada dependía de los datos ofrecidos por un comentador político americano en 1861, recogida y repetida por muchos.

Muchos rectificaron sus cálculos y el mismo Curtin estimó en 9.566.000 las víctimas de la trata, con un posible error sobre la realidad del 20%, por defecto o por exceso. Tal es el cálculo de los africanos desembarcados en las Américas, no el de los que fueron embarcados en África. Hasta el siglo XVIII parece que el porcentaje de esclavos muertos antes de tocar América habría alcanzado el 16%.

De las otras tratas de esclavos negro-africanos subsaharianos, que habían sido vendidos y arrastrados por los negreros árabes hacia el norte, a través del desierto, a lo largo del Nilo y también a través del mar Rojo y del Océano Índico, no tenemos medios para calcular siquiera aproximadamente el número. Hipotéticamente pudieron haber sido unos 10.000 al año a través del Sahara, hasta la década de 1880, cuando se empieza a consolidar el control colonial europeo en el África Septentrional que puso fin a este tráfico.

En la vertiente oriental, el volumen máximo de la deportación hacia el mar Rojo, el golfo Pérsico y la India Occidental asiática, se alcanzó hacia mediados del siglo XIX con una cifra que llegaría a los 40.000 al año. Desarrollo que fue posible por el crecimiento de las vías comerciales que iban desde la costa oriental hasta el interior del continente. Esta trata, hasta la década de 1870 parece haber arrancado de África 1.750.000 esclavos, entre hombres y mujeres.

Considerando todo el continente, el periodo más importante de la trata va desde mediados del siglo XVII, cuando el comercio atlántico empezó a tomar dimensiones considerables, hasta mitad del siglo XIX, con un total de unos 12.500.000 entre hombres, mujeres y niños, llevados al continente americano desde el África subsahariana occidental. La trata atlántica se alimentaba obviamente de las regiones de las costas occidentales; en los tiempos de la agresión holandesa contra la Angola portuguesa, las exportaciones portuguesas desde aquella costa podían haber llegado a la cifra de unos 13.000 esclavos al año. Un gran aumento en las cifras se da en el siglo XVIII, sobre todo con la solicitud norteamericana y brasileña. Hay que tener en cuenta que las mujeres representaban una tercera parte de los esclavos llevados a las Américas.

Hay que presumir razonablemente que África haya perdido además otras cantidades considerables de vidas humanas en las operaciones de caza a los esclavos, es decir, en las guerras y las correrías con las que se procuraban la mayor parte de los esclavos capturados, además de carestías, hambrunas y epidemias crónicas que diezmaban a los esclavos capturados junto con sus mismos cazadores. Otras vidas humanas perecían durante el doloroso caminar a pie y encadenados (como muestran muchas litografías contemporáneas) hacia la costa o puertos de embarque, y luego durante su detención, amasados en campos en espera de ser vendidos a otros negreros transportadores y de las naves negreras.

Los misioneros católicos frente a la trata de esclavos


Durante largo tiempo la mentalidad cristiana en general muchos consideraron el fenómeno de la esclavitud y del asentamiento de negro-africanos como un hecho natural, y no sólo tolerable; incluso este fenómeno lo encontramos también en algunos ambientes católicos. Ello no es excusable pero es comprensible en el cuadro general de la mentalidad común de los siglos en cuestión.

Y es comprensible a la luz de la práctica común ya en la edad media cristiana y siglos de la edad moderna, cuando la esclavitud era practicada siguiendo un estilo de servidumbre propio, aunque un tanto distinto del estilo de la esclavitud practicado en la antigua sociedad pagana greco-romana. Pero, es a partir del siglo XVI cuando el fenómeno se reviste con aspectos y formas claramente inhumanas y anticristianas; algunos teólogos y juristas comienzan a ponerla no sólo en duda, sino también a condenarla como contraria a la dignidad de la persona en cuanto tal.

Así el fraile capuchino Dionisio de Piacenza, escribe contando un viaje suyo en una nave negrera que desde Angola se dirigía al Brasil en 1671; cuando los víveres comenzaron a faltar, el fraile consintió que se proveyese antes a los blancos, añadiendo: “y si los negros morirán, paciencia… Murieron en este viaje 33 negros, lo que se consideró una gracia singular de Dios, ya que ordinariamente mueren la mitad y algunas ves más”.

Uno de los casos más discutido en el campo católico relativo a la esclavitud de los negro-africanos se refiere al pensamiento o sugerencias de Fray Bartolomé de Las Casas, el indómito defensor de los indios. Su cruzada en su favor lo habría llevado en sus primeros años a sugerir la importación de mano de obra esclava negro-africana, por otra parte presente desde hacía algún tiempo en la misma España.

Se apoyaba en la constatación de la fuerza física que demostraba el negro-africano para los rudos trabajos en la explotación agraria y minera de las Indias, y la fragilidad física, las muchas enfermedades endémicas contraídas por los indios indígenas y las muertes que las seguían. Pero como aquellos siervos negros «ibéricos» eran muy pocos, se habría permitido e iniciado a gran escala la trata africana.

En realidad a Las Casas no le faltaría sensibilidad y más adelante se retractará de su primitiva posición saliendo en defensa de su dignidad. En los primeros momentos, él mismo, encomendero en la Española antes de hacerse dominico, había sugerido el empleo de la mano de obra de esclavos negro-africanos, sin tener en cuenta los derechos fundamentales que toda persona tenía, por lo tanto la negra-africana también, sin prever mínimamente las funestas consecuencias de la trata. La acusación lanzada contra Las Casas en tal sentido hizo brecha a partir del siglo XVIII por algunos escritores ilustrados, los mismos que sostendrán la supresión de la Compañía de Jesús (1773), con todo tipo de falaces acusaciones, y la destrucción de las «reducciones del Paraguay».

La trata, obstáculo histórico al anuncio misionero de la fe cristiana

La trata atlántica de esclavos constituyó el «gran negocio» del capitalismo europeo y americano que surgió en el siglo XVII; pero también a la trata no le importó en lo más mínimo la evangelización de los esclavos negro-africanos, y cuando lo permitió se redujo al bautismo, sin una enseñanza catequética o preocupación en tal sentido por los dueños de esclavos. El bautismo fue más un rito permitido o tolerado por el dueño de esclavos que una trasmisión de la fe que le fuera presentada al esclavo y libremente aceptada por el mismo tras una preparación conveniente, como la Iglesia siempre lo ha exigido desde sus comienzos. No es de extrañar que aquella superposición ritual no haya hecho mella en los esclavos prácticamente forzados a recibirla, y que conviviese a lo largo de los siglos con un sincretismo explicable, en el que las antiguas raíces religiosas tradicionales africanas convivían con elemento heterogéneos de la tradición cristiana mal asimilada y con frecuencia distorsionada.

El hecho mismo de que entre los negro-africanos faltase la preocupación de una verdadera formación catequética, el que el camino de formación cristiana se redujese al bautismo, y muy pocas a veces al matrimonio canónico, y a que los hijos de aquel pueblo sólo en muy contadas ocasiones fuesen llamados al sacerdocio –y esto sólo en el caso de una situación de estar ya libres y nunca bajo el yugo de la esclavitud- explica la superficialidad de su adhesión cristiana y el hecho de un sincretismo palpable.

En la misma África, la evangelización de las regiones atlánticas –tanto católica como protestante-, si se exceptúa el caso de algunas zonas de Angola, no se comenzará hasta la segunda mitad del siglo XIX, con éxitos muy reducidos. En los siglos XVII al XVIII la obra de algunos misioneros católicos en la Región fue débil e irrelevante ante las situaciones degradantes que la trata de esclavos dejaba, además del terrible mal ejemplo y escándalo dado por aquellos traficantes negreros que se confesaban cristianos: los portugueses católicos, y los holandeses, ingleses y hugonotes franceses, protestantes calvinistas.

Esa tímida obra misionera encontraría dificultades ingentes, y fue obstaculizada, primero por los traficantes negreros, y más tarde los mismos africanos vieron con sospecha y prejuicios claros aquella actividad misionera, contra la que ciertamente se encontraban desgraciadamente vacunados e impermeabilizados.

Algunas observaciones sobre los efectos de la trata en África

1ª. La deportación de una parte de las poblaciones como esclavas a otras partes del mundo, juntamente con las pérdidas indirectas de vidas humanas producidas por las tratas (árabe y atlántica) causó graves estragos al crecimiento demográfico de la población en el continente africano

2ª. Fue esencialmente a través de las tratas de esclavos que las sociedades africanas subsaharianas entraron por primera vez en contacto con los rápidos cambios en acto en el mundo moderno, especialmente con la afirmación del poder económico y cultural de la Europa Occidental.

3ª. El efecto consecuente de esta emigración forzada y de este contacto con el mundo externo produjo un empuje importante a cambios profundos en el África negra, entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX cuando la trata de esclavos llegó a su máximo punto, y representó probablemente el factor principal del cambio. Fue la economía, mucho más que la lucha de los filántropos antiesclavistas la que cambió la situación, aunque si los filántropos ilustrados, los pietistas protestantes y los misioneros cristianos (católicos y protestantes), cada grupo desde sus experiencias particulares y perspectivas y principios con frecuencia bastante divergentes lucharon contra la esclavitud.

4ª Fue en contemporaneidad con la trata atlántica que las poblaciones de las costas africanas atlánticas entraron en contacto con el cristianismo a través de la actividad misionera de la Iglesia católica, con frecuencia obstaculizada o limitada por los esclavistas, sea con acciones directas de los mismos e indirectamente con su ejemplo lamentable de cristianos. Estos dos hechos obscurecieron la acción misionera de la Iglesia católica en los siglos del XV a comienzos del XIX, por lo que no solamente no quedó prácticamente nada de aquella primera acción evangelizadora, sino que predispuso también hostilmente los corazones de sus gentes en relación al cristianismo y favoreció en el África negra occidental la difusión del islamismo que penetra de norte a sur y de este a oeste en el seno del continente a partir de los comienzos de esta época.

Además los esclavos negros deportados a las Américas, aunque muchos de ellos bautizados, nunca fueron realmente evangelizados, por lo que permanecieron religiosamente, en mayor o menor grado, aferrados a sus religiones ancestrales africanas en sus diversas formas, dependiendo de la región africana de su origen, como el vudú de África occidental (Costa de Oro, Togo, Benín, Nigeria…), formas sincretistas todavía sumamente viva en los núcleos afroamericanos como los de Brasil, Antillas, Cuba, y Estados Unidos, donde a veces viven «sin patria, sin raíces y sin corazón», en expresión que se encuentra en mucha literatura y folklore de las comunidades afro.

5ª Algunos esclavistas y teóricos justificadores de la esclavitud, llegaron incluso a sostener que cuanto más individuos se cautivaban como esclavos, se les liberaba de la barbarie y del canibalismo, y al llevarlos al Nuevo Mundo se les lograban sustraer de aquel barbarismo y se les ofrecía un camino de salvación al ofrecerles la posibilidad de recibir el bautismo y con él la salvación eterna.

Causa escándalo este tipo de aberrantes argumentaciones pseudoteológicas, pero dolorosamente hay que constatar su presencia en algunos autores de aquellas épocas. Más escandaloso todavía era el hecho de que con frecuencia personajes de renombre en el campo político y social que en las Américas tuvieron esclavos a su servicio, sin que ello les causase mayores problemas de conciencia. Todo ello explica también en parte el retraso de la evangelización en África y las enormes dificultades que el movimiento misionero cristiano (tanto católico como protestante), tuvo que superar para romper el muro de silencio, desinterés y mentalidad racista que predominaba en el mundo occidental, y que fueron en su día murallas a derribar.


NOTAS

BIBLIOGRAFÍA

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ELTIS David, The Rise of African Slavery in the Americas, Cambridge University Press, 1999.

DU BOIS W. E. B., The suppression of the African slave Trade to the United States of America 1638-1870, Cosimo Classics. Paperback –2007

GALLEGO José ANDRES, La esclavitud en la América española, Ed. Encuentro, Madrid,

PLACUCCI Alberto, Chiese Bianche Schiavi Neri. Cristianesimo e Schiavitù Negra Negli Stati Uniti d’America (1619-1865), Gibaudi Editore, Torino 1990


DHIAL: Edición y notas de FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ