TRATA DE ESCLAVOS; La participación de Francia

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La trata de negros africanos hacia el continente americano entre los siglos XVI y XIX fue realizada por las naciones europeas: Portugal, Holanda, Gran Bretaña, Francia y Dinamarca fueron las principales, pero no las únicas; también en escala menor, aunque no de forma oficial, España tuvo sus esclavistas y permitió la trata en algunos de sus dominios ultramarinos.

En Francia se dio una particularidad en el comercio de esclavos: el llamado «Código negro», ley promulgada por Luis XIV que regulaba la compraventa, y excepcionalmente, la liberación de los esclavos. El Estado no sólo permitía la esclavitud y la trata, sino también la regulaba, estableciendo un sistema para ordenar su práctica.

El «Código Negro»[1]

El Código Negro (Code Noir) fue un decreto promulgado por el rey Luis XIV en el año 1685, luego reformado en 1724, que pretendía regular la trata de esclavos negros en las colonias francesas, es decir, las Antillas y la Luisiana. Prohibía también a los que no fueran católicos tener plantaciones. Lo de «Negro» obedecía, obviamente, a que únicamente los de ese color de piel eran «esclavizables». Este Código estuvo en vigor hasta la época de la Revolución Francesa.

El Código pretendía una cierta protección de los esclavos, ya que se buscaba que fueran debidamente tratados, con prohibiciones de castigos excesivos o crueles, mutilaciones, el asesinato de los mismos y la separación de las familias, además de ser bautizados e incorporados a la fe católica, aspecto fundamental para la nueva ordenanza porque se establecían minuciosas disposiciones sobre la observancia del respeto de los domingos y fiestas.

Los amos tenían que proporcionar cobijo, alimento y ropa a sus esclavos. Los esclavos enfermos tenían derecho a recibir atención médica. Los matrimonios entre esclavos solamente podían celebrarse si mediaba el consentimiento del amo, pero también establecía que los amos no podían presionar a sus esclavos para que se casaran contra su gusto. Los hijos de matrimonios de esclavos serían esclavos también, y propiedad del amo de los padres, o del amo de la madre, en el caso de matrimonios de esclavos de distinto dueño.

También se reguló la cuestión de los nacimientos de hijos entre hombres libres y esclavas en régimen de concubinato. En este caso se imponían fuertes multas a los dueños casados, tanto si las esclavas eran o no de su propiedad. En el caso de ser de su propiedad llegarían a perder a la esclava y a los hijos tenidos, que serían confiscados en favor del hospital, sin que pudieran ser liberados. Si el hombre libre era soltero, debería desposar a la esclava, que sería liberada. Los hijos de esta unión serían libres y legítimos.

Los esclavos no podían portar armas ni instrumentos que sirvieran como tales, a menos que acompañasen a sus amos en actividades de caza. Pero el principal objetivo era establecer claramente, siguiendo el principio absolutista, todo lo relacionado con la propiedad sobre los esclavos, así como las condiciones de trabajo.

El Estado absoluto francés buscaba fomentar la producción de sus plantaciones, por lo que consideró que tenía que regular claramente la trata y la esclavitud, fundamentales para este desarrollo. En este sentido, Francia fue una excepción en la época, y debe entenderse desde la perspectiva de la política mercantilista que desarrolló el ministro del rey Jean-Baptiste Colbert.

El Código fue en muchas ocasiones, ignorado por los dueños de los esclavos. Las legislaciones en favor de esclavos, como las que se aprobaron sobre los indios y mestizos en el caso español, emitidas el siglo anterior, siempre fueron difíciles de cumplir porque chocaban con los intereses económicos de los colonizadores.

Dada la estrecha relación que desde 1733 mantendrían las coronas borbónicas de España y Francia por los «Pactos de Familia», el Código Negro francés fue imitado en 1789 por el rey español Carlos IV mediante una cédula, en una combinación de autoridad, reglamentación y paternalismo.

El Código Negro francés contaba con unos sesenta artículos que, bajo el título oficial de «Edicto del Rey sobre los Esclavos de las Islas de América», actualizaban el texto original porque éste aludía sólo a la institución en la colonias que Francia tenía entonces en ultramar, las Indias Occidentales ( Antillas Francesas), territorio que había sido ampliado con la Guayana y con la isla Reunión; por eso se reeditó dos veces más, en 1704 y en 1723 respectivamente.

Según dicha reglamentación, los esclavos eran bienes muebles, sin derechos legales. En consecuencia, no podían casarse sin permiso de su propietario; por supuesto, los matrimonios mixtos negro-blanca estaban prohibidos, aunque si era al revés y el amo dejaba embarazada a la mujer debía liberarla y casarse con ella. La condición esclava venía determinada por vía materna, de manera que los hijos de padre libre y madre esclava eran también esclavos pero no en el caso contrario.

Los esclavos no estaban autorizados a tener posesiones personales ni a realizar transacciones comerciales, como tampoco a portar más armas que las de caza, debían usar apellidos diferentes a los franceses y su testimonio estaba vedado en los juicios, al igual que carecían de legitimidad para firmar contratos. Asimismo, no podían beber alcohol ni, evidentemente, huir de las plantaciones donde trabajaban.

En este último aspecto se desgranaba una serie de castigos físicos variados, según la gravedad del caso y la reincidencia: azotes, marca a fuego de una flor de lis, mutilaciones (una oreja por el primer intento de fuga, una pierna por el segundo). La pena de muerte se aplicaba en casos como atacar a un propietario, robar una res o caballo, reunirse con otros compañeros o intentar fugarse por tercera vez.

Por contra, los dueños tenían prohibido torturar a sus esclavos o encadenarlos «excepto cuando lo merecieran», criterio ambiguo que se supone más bien laxo. Debían alimentarlos, vestirlos, cuidarlos en la vejez o enfermedad y evangelizarlos; esto último incluía su bautismo y entierro cristiano. En cuanto a la manumisión, la referencia es vaga y debía ser previo pago, contando con el visto bueno de la autoridad competente.

Otra disposición del «Code Noir» era la referente a los judíos, a quienes expulsaba de las colonias para, según el «rey sol», garantizar la “disciplina de la Romana, Católica y Apostólica fe en las islas” y así proteger a “todas las personas que la Divina Providencia ha puesto bajo nuestra tutela” en aquellas latitudes. El código se aplicó hasta que en 1794 la Convención de la Revolución Francesa abolió la esclavitud en la isla de Guadalupe, pero la mantenía en las de Reunión y Mauricio. De todas formas, en 1802 Napoleón la reinstauró para no hundir económicamente las colonias y se mantuvo vigente en algunos sitios hasta 1848.

La ilustración francesa y el anti esclavismo

A lo largo del siglo XVIII algunos filósofos ilustrados escribieron sobre la libertad individual de las personas y el de las sociedades, en lo que se llamaría sistema democrático de gobierno, que encuentra en el filósofo Charles-Louis de Montesquieu,[2]su máximo representante. Montesquieu en su obra, «Del sprit des lois» (1748), expone un tema sumamente polémico y que literalmente se podría interpretar como exposición sobre la teoría sobre la inferioridad del negro y de los motivos de la existencia de la esclavitud de los negros, por motivos sea antropológicos y naturales, como por motivos económicos y culturales.[3]

El tema en Montesquieu es sujeto a interpretaciones muy diversas de su pensamiento, y por lo tanto es objeto de interpretaciones contrastantes. El capítulo V del libro XV de la obra es citado con frecuencia por bastantes autores como muestra de la justificación histórica y antropológica de la esclavitud por parte de Montesquieu; pero también otros lo citan ejemplo del uso «irónico» en la literatura de las ideas. Montesquieu usaría en efecto la ironía para denunciar a los esclavistas.

Se dice que Montesquieu era un antiesclavista militante, contrariamente a lo que dejarían pensar algunos parágrafos sacados fuera de su contexto. Él mostraría argumentos en favor del esclavismo para mostrar que eran ridículos (racionalmente infundados). En algunos casos muestra por una parte la brutalidad de los europeos con los indios (“Les peuples d'Europe ayant exterminé ceux de l'Amérique”), la base del racismo que lleva a justificar la trata de los negros (“On ne peut se mettre dans l'esprit que Dieu, qui est un être très sage, ait mis une âme, surtout une âme bonne, dans un corps tout noir”), y la impiedad de los que se dicen cristianos y que practican la esclavitud.

Se puede decir que en «Del sprit des lois», Montesquieu trata el tema de la esclavitud desde puntos de vista diversos. Su pensamiento no deja de ser bastante confuso en su argumentación y por lo tanto no fácil de interpretar con claridad su significado. Aquí transcribimos en una traducción al castellano el Cap. V del libro XV: “De la esclavitud de los negros, que es el siguiente:[4]

“Si me viese precisado á defender el hecho que hemos tenido para reducir á esclavitud á los negros, he - aquí cómo me expresaría: Habiendo exterminado los pueblos de Europa á los de América, debieron hacer esclavos á los de África, á fin de desmontar tantas tierras. El azúcar sería muy caro si no se obligase á los negros á cultivar la planta que lo produce. Son los tales esclavos negros de los pies á la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible compadecerlos.

No puede comprenderse cómo Dios, que es un ser sapientísimo, haya colocado un alma, sobre todo un alma buena, en un cuerpo completamente negro. Es tan natural pensar que el color constituye la esencia de la humanidad, que los pueblos de Asia, al hacer eunucos, privan siempre á los negros de la relación más señalada que tienen con nosotros. Se puede juzgar del color de la piel por el del cabello, el cual tenía tanta importancia para los egipcios, los mejores filósofos del mundo, que mataban á todos los hombres bermejos que caían en sus manos.

La prueba de que los negros no tienen sentido común es que hacen más caso de un collar de vidrio que del oro, el cual es tan estimado en las naciones civilizadas. Es imposible suponer que esas gentes sean hombres, porque si lo supusiésemos, empezaríamos por creer que nosotros no somos cristianos. Espíritus mezquinos exageran demasiado la injusticia que se comete con los africanos, porque si fuese como dicen, ¿cómo no se habría ocurrido á los príncipes de Europa, que ajustan tantos tratados, celebrar uno general en favor de la misericordia y la piedad?”

En 1764 el también francés Jean-Jacques Rousseau, en su obra «El contrato social», declara que el hombre había nacido libre, aunque afirmaba que “en todas partes está encadenado”. Sus escritos forman parte de la corriente del pensamiento ilustrado racionalista que más influyó en la Revolución Francesa; y también en la de América del Norte, al considerar la libertad individual como un derecho social, no como un don «otorgado» por el Rey o el Estado.

Estas ideas animaron a algunos a luchar en nombre de aquellos que no podía defenderse por sí mismos. Sacerdotes, religiosos, y pensadores ilustrados en general, y algunos políticos más sensibles al problema comenzaron a ver cómo podían cambiar la situación de los esclavos, sin demasiado éxito debido a los intereses económicos que generaba la esclavitud.

Voltaire; su pensamiento invertebrado, racista y relativista

Uno de los personajes más influyentes en el muy poderoso grupo de los ilustrados franceses del siglo XVIII es Voltaire, seudónimo de François-Marie Arouet (1694-1778), enciclopedista, deísta (es decir, seguidor de una teórica religión naturalista que considera a la divinidad extraña al mundo y a la historia), ferozmente anticristiano y anticlerical, relativista y en la práctica neo gnóstico.

Voltaire fue uno de los mayores animadores del proyecto de la «Encyclopédie», y es considerado uno de los principales inspiradores del pensamiento racionalista y anticristiano, y más en concreto anticatólico; un exponente del relativismo nihilista total, extendido a todas la áreas del pensamiento humano y de los juicios sobre la historia. Fue además declaradamente esclavista y antisemita.

Amigo de grandes exponentes de la aristocracia y de la realeza, como Federico II de Prusia, su vida está llena de patentes contradicciones y polémicas, por ejemplo con Rousseau. En su vida privada tuvo negocios que fueron contradictorios con algunos de sus escritos, como fue el caso de las armas vendidas al ejército durante el conflicto galo-prusiano en la guerra de los Siete años, en contradicción con sus escritos en favor del pacifismo y del cosmopolitismo, que defiende en su «Tratado sobre la tolerancia».

Rico y famoso fue punto de referencia de toda la Europa ilustrada racionalista; polemizó con los católicos por la parodia sobre Juana de Arco en «La virgen de Orleans»; sus ideas anticristianas abundan sobremanera y se encuentran esparcidas en gran parte de sus escritos. Uno de ellos, quizás uno de los más famosos es «Candido overo l´ottimismo», donde polemiza contra el optimismo de Leibniz, manifestando también su anti-providencialismo. A la religión la tacha como superstición y fanatismo, y se apunta a una pretendida defensa de la tolerancia y de la justicia, entendidas a su manera.

Objetivo principal de Voltaire y de todo su pensamiento es la aniquilación de la Iglesia católica, a la que él llama «la infame». Voltaire intenta de hecho demoler el catolicismo para proclamar la validez de la religión natural. En una carta a Federico II de Prusia fechada en 1767 escribe refiriéndose al catolicismo, esencia de la cultura francesa: “Nuestra [religión] es sin duda alguna la más ridícula, la más absurda y la más sedienta de sangre que jamás haya venido a infectar al mundo”. Aquí se encuadra su conocido dicho de «Écrasez l'Infâme» (aplastad a la Infame).[5]

Voltaire solía firmar concluyendo sus cartas con esa petición de aplastar a la infame, la que abreviaría en «Écr. l'Inf». Para liberar las culturas de la «plaga» del catolicismo, era necesario transformar los cultos a los de la religión natural, dejando caer su patrimonio dogmático y recurriendo a la acción iluminadora de la razón.

Pero no sólo se demuestra anticristiano, racista y por ello condescendiente con la trata de los esclavos, sino que su espíritu racista le lleva a un antisemitismo radical, mostrándolo en algunos pasajes de su «Diccionario filosófico». Así escribirá:

Article «Anthropophage» : Pourquoi les Juifs
n'auraient-ils pas été anthropophages ? C'eût
été la seule chose qui eût manqué au peuple de
Dieu pour être le plus abominable peuple de la
terre.
(Artículo «antropófago»: ¿Por qué los judíos
no deberían haber sido antropófagos? Hubiera
sido lo único que el pueblo de Dios habría
perdido para ser la gente más abominable de
la tierra.)
Article «Juifs» :Vous ne trouverez en eux qu'un
peuple ignorant et barbare, qui joint depuis
longtemps la plus sordide avarice à la plus
détestable superstition et à la plus invincible
haine pour tous les peuples qui les tolèrent et
qui les enrichissent. Il ne faut pourtant pas les
brûler.
(Artículo «Judios»: Encontrará en ellos solo
un pueblo ignorante y bárbaro, que durante
mucho tiempo se unió a la codicia sórdida con
la superstición más detestable y el odio más
invencible para todas las personas que los
toleran y enriquecen. Pero no los quemes)
.[6]


Relativismo total y falta absoluta de un sentido metafísico en Voltaire

Su filosofía, si tal se le puede llamar en sentido original del concepto, propone un espíritu relativista que se opone a la tradición para discernir la verdad de la falsedad. Por lo que hay que escoger entre los hechos mismos más importantes y significativos para delinear la historia de la civilización.

Por ello excluye del estudio los periodos que él considera oscuros de la historia y que según él no constituyen una cultura digna de llamarse tal, por lo que elimina de la historia universal a los que él considera «pueblos bárbaros», que no han tenido algún influjo o dado alguna contribución al progreso de la civilización humana.

En tal sentido se pueden entender algunos de sus pensamientos en su «Tratado de Metafísica» (1734), donde claramente expresa su tesis sobre la inferioridad de la raza negra, que habría nacido de una relación entre los hombres y los monos, retomando así las tesis de muchos supuestos científicos de su tiempo; afirma también la inferioridad de los africanos con los orangutanes (monos), leones, elefantes, y ya no digamos de los hombres blancos.

En su crítica mordaz contra la Iglesia católica, no pudo dejar fuera a los jesuitas y sus « reducciones del Paraguay», donde la Compañía de Jesús instruía y promovía a los indios. Inventa una falsa historia de un supuesto Estado creado por los jesuitas, que armaron a los indios para librarlos del esclavismo, pero con el resultado erigir un Estado teocrático regido por los jesuitas mismos en el que se eliminaba el «buen salvaje» de Rousseau, en el que contradictoriamente Voltaire no creía.

En este contexto ideológico se entiende su posición sobre la esclavitud. En su «Ensayo sobre las costumbres» considera a los africanos inferiores intelectualmente, motivo por el que son reducidos “por naturaleza” a la esclavitud, porque, “un pueblo que vende a sus propios hijos es moralmente peor a uno que los compra”.[7]

La frase “los negros son, por naturaleza, esclavos de los otros hombres. Son adquiridos como animales en las costas de África” es terriblemente cruel, pero al mismo tiempo es sumamente ambigua en un escritor como Voltaire, porque no se sabe dónde usa el raciocinio y comienza mezclada la ironía ambigua y mordaz.

A lo largo de sus obras se encuentra en Voltaire un claro racismo y esclavismo, aunque a veces mezclado incongruentemente con las crueldades y excesos del esclavismo que no puede menos de reconocer, como en el capítulo XIX de «Cándido», en el que hace hablar de sus desgracias a un esclavo negro, que demuestra extrañamente –en el escrito del autor- tener una mente racional, humana y no «bestial», como apunta en otras consideraciones suyas. En el caso citado, el protagonista Cándido simpatiza claramente por aquel esclavo.[8]

Algunos autores sostienen que Voltaire habría mantenido una correspondencia con algunos negreros;[9]en sus escritos, con abundantes contradicciones, se encuentran también ataques a la trata de los esclavos, y en su «Commentaire sur l'Esprit des lois» (1777) elogia a Montesquieu por haber “llamado oprobio esta práctica odiosa”, y en 1769 ya había mostrado su entusiasmo (¡!) por la liberación de los propios esclavos llevada a cabo por los cuáqueros en las Trece Colonias de América del Norte.[10]

De todos modos, como en el caso de otros ilustrados sus contemporáneos, su pensamiento sobre el tema de la esclavitud y la trata de esclavos no deja de ser contradictorio y sin una clara posición de filosofía natural sobre el argumento y sus consecuencias jurídicas, en unos momentos en los que precisamente la trata de esclavos atlántica se encontraba en su zenit.

Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y su aplicación

La Revolución Francesa proclamó la ley de los «Derechos del Hombre y del Ciudadano», aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789, y la esclavitud fue abolida el 7 de febrero de 1794 en la Convención Nacional; normativa que se extendió a todas las colonias francesas de ultramar.

De hecho, en 1791, la Asamblea Nacional de París había llegado ya a otorgar el derecho de voto a los esclavos de la colonia de Haití. Los propietarios de plantaciones se opusieron, lo que provocó la rebelión de unos cien mil esclavos. Muchos terratenientes propietarios de esclavos fueron asesinados, y se destruyeron e incendiaron numerosas plantaciones de café y azúcar. Napoleón Bonaparte envió entonces tropas a la isla, lo que desencadenó una larga guerra civil encabezada por un antiguo esclavo, Toussaint Louverture, quien llegó a declararse en 1801 gobernante de la isla.

Toussaint Louverture (Port-Margot, 20 mayo 1743 – Fort-de-Joux, 7 abril 1803), era hijo de esclavos y él mismo esclavo; sus padres descendían de Ardra, rey de Dahomey. Logró su liberación y trabajó libremente labrándose una cierta posición económica; se confesó siempre devoto católico. Luchó primero en favor de España contra Francia, y luego por Francia contra España y Gran Bretaña; y más tarde en favor de Santo Domingo contra Napoleón, siendo su papel importante en la historia de los movimientos revolucionarios de 1800 en la parte francesa de la isla de la Española: Haití. Era Haití una colonia donde prosperaba la esclavitud de manera extraordinaria; aquella colonia francesa será la primera que obtendrá su independencia, rechazando el criterio de la raza como criterio de pertenencia a una sociedad y su grado social. Fue obligado a dimitir de su cargo de Gobernador General en 1801 por las tropas francesas enviadas por Bonaparte, y deportado en Francia allí morirá.

Pero aunque no vio el logro definitivo de su lucha, su empeño se vio coronado con el reconocimiento en enero de 1804 de la independencia de Haití de manos de su lugarteniente Jean-Jacques Dessalines, y de la abolición de la esclavitud, siendo Haití el primer Estado negro de la historia moderna fuera de África.[11]

Tras acabar con la revuelta en Haití, Napoleón restableció la esclavitud el 20 de mayo de 1802, contribuyendo de esta manera a favorecer el comercio de esclavos en la época colonial. El debate sobre la abolición de la esclavitud en Francia se plantea durante la monarquía constitucional de Luís Felipe de Orleans, en un proceso que desemboca la proclamación de la Segunda República en 1848.[12]

El nuevo parlamento elegido ese año abolió la monarquía y proclamó la república. Fue entonces cuando se abole la esclavitud definitivamente el 27 de abril de 1848. En tal decisión tuvo un influjo determinante el subsecretario de Estado de la Marina Victor Schoelcher (1804-1893), de familia burguesa y ferviente antiesclavista, publicó artículos y obras que denunciaban la opresión y se unió a la Sociedad en favor de la abolición de la esclavitud. Fue responsable del Decreto de abolición de la esclavitud en Francia del 27 de abril de 1848.

Una buena parte de la actual población de las antiguas colonias francesas americanas es descendiente de antiguos esclavos. Una ley, la llamada «Ley Taubira», propuesta por la diputada de Christiane Taubira (nació en 1952 en la Guyana francesa), en junio de 1998 y aprobada por las cámaras legislativas, reconoce la esclavitud como un «crimen contra la Humanidad».[13]

El primer país en abolir la esclavitud fue Haití (1803). Países como Chile y México estuvieron también entre los primeros que lo hicieron (en la década de 1810), todavía no independientes. Otros como Argentina, Perú, Colombia y Ecuador lo harían también en los comienzos del siglo XIX, antes que los Estados Unidos y de una manera mucho menos traumática. El Reino Unido abolió la esclavitud en 1834; los Estados Unidos, Portugal y España aún tardarían años.[14]

Pioneros franceses católicos en la lucha contra la trata de esclavos

En esta historia antiesclavista se distinguieron en Francia y sus colonias varias personalidades católicas. Entre ellas descuella en primer lugar la Beata Anne-Marie Javouhey (1779–1851), fundadora de las Hermanas de San José de Cluny, conocida como la Liberadora de los esclavos en el Nuevo Mundo, y madre de la ciudad de Mana, en la Guayana Francesa.[15]En sus primeros años, religiosamente muy inquieta, anduvo buscando un instituto religioso donde poder vivir plenamente su vocación, también en la lucha por la liberación de los esclavos y su promoción, partiendo de su experiencia en las mismas Antillas Francesas.

Funda así el Instituto de San José de Cluny en Cabillon (Francia) en 1805, Instituto reconocido por la Iglesia en 1807, y luego instalado en lo que quedaba de un antiguo monasterio, Cluny. El Instituto por ella dirigido comienza una obra misionera a fondo en la isla de Reunión (colonia francesa en el océano Índico) y en las costas occidentales de África, estableciéndose en Gorée y Senegal en 1822. En 1824 se establece en Gambia, sacrificándose en favor de las víctimas de una desoladora epidemia, y luego en Sierra Leona, todos ellos lugares capitales en la historia de la trata atlántica de los esclavos. Regresará luego a Senegal, donde se empeña en la formación de un clero africano-negro nativo, empresa pionera en tal sentido y acuñando el lema de «Salvar a África con África», lema recogido años más tarde por el apóstol del África negra, Daniel Comboni.

Logró la ordenación sacerdotal en Francia de ocho de aquellos antiguos esclavos africanos, algunos de los cuales regresarían a África para trabajar con sus hermanos de raza. Desafortunadamente aquel plan profético acabó mal debido a las muertes ininterrumpidas de africanos y de misioneros, debido a las enfermedades endémicas incurables entonces y al clima mortífero para los europeos.

La Madre Joavouhey jugará un papel fundamental en la lucha antiesclavista. El gobierno francés la contacta para establecer una población antiesclavista en la colonia francesa de Guayana. Ella se embarca con 36 religiosas y 50 emigrantes, creando allí una colonia autónoma con ellos, regresando a Francia de nuevo en 1833. Pero regresa de nuevo en 1835 a petición del gobierno francés para preparar la emancipación de 520 esclavos africanos, «propiedad» del gobierno francés de Cayenne.

Buena parte de aquellos negro-africanos, ya escolarizados, se hacen cristianos y entran de lleno en la cultura cristiana formando familias y habitando casas dignas con campos propios. Pero los colonos blancos franceses de la desembocadura del Río Acarouany no veían con buenos ojos tal experiencia, por lo que incluso intentaron asesinarla tirándola en un río infectado de cocodrilos; sólo que el barquero «negro» rechazó llevar a cabo tal operación contra la «querida madre», como era llamada.

Situaciones de este tipo se sucedían en aquellas colonias, y contra ellas luchaba la Madre Jovouhey y sus religiosas. Incluso había fundado una colonia-leprosería en las riberas del río Acarouany. Regresará a Francia en 1843 extendiendo sus fundaciones (unas 30) en Francia y en otros países (como India y Madagascar) y estableciendo una importante cooperación con otro gran luchador contra la trata de esclavos africanos y su liberación y promoción: el padre Francisco Libermann, fundador de los Padres Misioneros del Espíritu Santo.[16]

El rey Luis Felipe de Orleans admiró el valor indomable de esta religiosa francesa criolla diciendo de ella –según se dice- una frase famosa que aunque hoy suene a «machismo», traducida literalmente del francés sería: “¡Que grande hombre es esta mujer!”.

En la práctica, el comercio de esclavos en África continuó durante los siglos XIX y XX. En la Francia católica del siglo XIX surgen otras grandes figuras que sobresalieron en la lucha antiesclavista. Entre ellas emergen personalidades como el cardenal Charles Martial Lavigerie (1825-1892), primer arzobispo de Argel, que funda a través del Instituto de Misioneros de África (Padres Blancos) numerosas instituciones educativas en favor de los mismos.[17] l’esclavage Africain et l’Europe 1868-1892, Paris (1972), 2 vols.

Otra personalidad francesa, fue Carlos de Foucauld (1858-1916), asesinado por salteadores en el eremitorio de Tamanrasset (Algeria) entre los Tuareg del Sahara, fundador de los Hermanitos y Hermanitas del Sagrado Corazón de Jesús, y beatificado el 13 de noviembre de 2005.[18]quien el 9 de enero de 1902, en ocasión de la compra de la libertad de un esclavo para luego liberarlo, escribió a Dom Martin, abad del monasterio francés de Nuestra Señora de las Nieves, una carta en la cual señaló su indignación por el tema de la esclavitud subsistente:

“Lo que usted dice es lo que hago de cara a los esclavos, pero dicho esto, y aliviándolos en la medida de lo posible, me parece que el deber no acaba allí y que hace falta decir, o hacer decir a quien puede: «Esto no está permitido, ay de ustedes, hipócritas, que escriben en los sellos y en todos los lugares: «Libertad, igualdad, fraternidad», «Derechos del Hombre», y que luego clavan el hierro del esclavo; que condenan a las galeras a quienes falsifican los billetes de banco y permiten luego robar los niños a sus padres y venderlos públicamente; que castigan el robo de un pollo y permiten el robo de un hombre [...]”.[19]


NOTAS Y REFERENCIAS BIBLIOGRAFÍCAS

  1. Este resumen sobre el Código Negro de Luís XIV de Francia y el similar copiado por Carlos IV de España es tomado de: Eduardo Montagut, El Código Negro de Luis XIV. Publicado en Historia y Vida (publicación española del Grupo Godó especializada en Historia, editada por Prisma Publicaciones).
  2. Charles-Louis de Secondat, Baron de La Brède et de Montesquieu (1689 – 1755), jurista, literato y político francés. Es sobre todo conocido por su estudio sobre el régimen político de las democracias, con la separación constitucional de los tres poderes: legislativo, judicial, y ejecutivo. Su obra príncipe en tal sentido es «El espíritu de las Leyes» de 1748, de un notable influjo en la historia democrática de los diversos países del mundo, comenzando por los Estados Unidos de América, y más tarde en las nuevas Repúblicas latinoamericanas. Sin embargo, se debe recordar que Montesquieu se demuestra incoherente y discriminante racista tratando de los negro-africanos y aprobando así la esclavitud de los mismos en la obra citada.
  3. Cf. Esprit des Lois. Livre XV chapitre V: De l'esclavage des nègres – Tom IV, Ed. A Paris chez J.-B. Garnery, Libraire, Rue du Pot-De-Fer, n. 14, 1822.
  4. La traducción castellana que ofrecemos aquí es de: Siro García del Mazo, Tomo I, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, Preciados, 48, 1906, pp. 355-356.
  5. Cf. Voltaire citado en Giuseppe FUMAGALLI, Chi l'ha detto?, Hoepli editore, 1980, p. 456.
  6. De: “Voltaire”. Dizionario filosofico. Tutte le voci del "Dizionario filosofico" e delle "Domande sull'Enciclopedia”, a cura di Domenico Felice e Riccardo Campi, Milano, Bompiani, 2013. Pero como en otros temas Voltaire es ambiguo y contradictorio. Así: Nella voce «Estados y gobiernos» son definidos «una banda de ladrones y usureros». Sin embargo se debe notar que a pesar de su virulencia antihebrea, no se puede afirmar sin más que Voltaire fuese completamente antisemita: algunas veces considera a los hebreos mejores que los cristianos, como más tolerantes en el campo religioso. ( Cf. “Voltaire”, Voz: Tolleranza, en Dizionario filosofico. Tutte le voci del "Dizionario filosofico" e delle "Domande sull'Enciclopedia", a cura di Domenico Felice e Riccardo Campi Milano, Bompiani, 2013.
  7. VOLTAIRE, Trattato sulla tolleranza. La trincea della ragione contro ogni fanatismo, edizioni Giunti-Demetra, collana Acquarelli facili e integrali, 1993, ISBN 88-7122-819-7; Essai sur le moeurs, capitolo 145. Traité sur la tolerance à l’occasion de la mort de Jean Calas (1763), cap. 13 ; « Si la intolerancia fue enseñada por Jesucristo »: cap. 14.
  8. VOLATIRE, Cándido, capitulo XIX, Lo que les sucede en Surinam y como Cándido conoció a Martín.
  9. Jean EHRARD, Lumières et esclavage. L'esclavage colonial et l'opinion publique en France XVIIIe siècle, André Versaille éditeur (2008), p. 28 ; Domenico LOSURDO, Hegel, Marx e la tradizione liberale: libertà, uguaglianza, stato, Editori Riuniti, 1988 p.95; Christopher L. MILLER, The French Atlantic Triangle. Literature and Culture of the Slave Trade, Duke University Press (2008), p. 428.
  10. En Ian DAVIDSON, Voltaire. A life, Pegasus, 2010, Introd. I.
  11. Bibliografía sobre Toussaint Louverture: D'AIME CESAIRE : Toussaint Louverture, La Révolution française et le problème colonial (Présence africaine, 1981); Philippe R. GIRARD, The Slaves who Defeated Napoléon: Toussaint Louverture and the Haitian War of Independence, 1801–1804, University of Alabama Press, 2011; Jean-Louis OGE, Toussaint L'Ouverture et l'Indépendence d'Haïti, Brossard: L’Éditeur de Vos Rêves, 2002; Laurent DUBOIS - John GARRIGUS, Slave Revolution in the Caribbean, 1789–1804: A Brief History with Documents. Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2006; Jeremy D. POPKIN, A Concise History of the Haitian Revolution, John Wiley & Sons, 2012, pp. 114, ISBN 978-1-4051-9821-9; Matthew J. CLAVIN, Toussaint Louverture and the American Civil War: The Promise and Peril of a Second Haitian Revolution, University of Pennsylvania Press, 2012, pp. 229, ISBN 978-0-8122-0161-1.
  12. Luis Felipe I de Francia (París, 6 de octubre de 1773-Claremont, 26 de agosto de 1850) fue el último monarca francés, entre 1830 y 1848. Ascendió al trono en julio de 1830 a causa de la revolución que obligó a abdicar a Carlos X de Borbón, e inició un reinado de corte liberal que la historiografía ha conocido como la Monarquía de Julio, a causa del mes en que fue proclamado. Su gobierno se caracterizó por el ascenso de la burguesía como clase dominante, por la rápida industrialización del país y por el surgimiento del proletariado. Luis Felipe I recibió varios apodos durante su reinado como: Rey Ciudadano (Roi Citoyen), Rey de los banqueros (Roi des banquiers) o Rey de las barricadas (Roi des barricades), este último a causa de que ascendió al trono y fue derrocado de él a través de dos revueltas populares, la Revolución de 1830 y la Revolución de 1848, respectivamente.
  13. Louis SALA-MOLINS [catedrático de filosofía política de las universidades de La Sorbona y Toulouse, reconocido experto en temas relacionados con la lucha antiesclavista], Le code noir, Presses Universitaires de France, 1987; Les misères des Lumières. Sous la raison, l'outrage, Homnisphères, 1992; Trad. Inglesa:. Dark Side of the Light: Slavery and the French Enlightenment, translated by John Conteh-Morgan, University of Minnesota Press, 2006.
  14. Cf. L'Abolition de l'esclavage dans les colonies françaises en 1848 de Wikipedia en francés, publicada por sus editores bajo la Licencia de documentación libre de GNU y la Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
  15. Cf. RUDGE, F.M. "Venerable Anne-Marie Javouhey", en The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company (1910).
  16. François-Marie-Paul Libermann (1802–1852), judío convertido al catolicismo, sacerdote y fundador de la Congregación misionera del Inmaculado Corazón de María, luego unida a la Congregación del Espíritu Santo, fue un gran luchador contra la trata de esclavos en África y de su evangelización y promoción humana. Pío IX lo declaró venerable el 1 de junio de 1876. Promovió la promoción de los africanos en todas las direcciones, empezando por el mismo clero nativo. Cf. GOEPFERT, Prosper, The Life of the Venerable Francis Mary Paul Libermann. Dublin: M. H. Gill & Son (1880); BURKE, Christy, No Longer Slaves: the mission of Francis Libermann (1802–1852). Dublin: Columba Press (2010); COULON, P. – BRASSEUR, P., Libermann 1802-1852. Une pensée et une mystique missionaires. Preface de Leopold Sedar Senghor, Paris, Du CERF (1988).
  17. MONTCLOS, X. DE, Lavigerie, le saint-siège et l’Eglise; de l’avenement de Pie IX al’avenement de Leon XIII (1846-1878), Paris, E. de Bocard (1965); RENAULT F., Lavigerie,
  18. Charles de Foucauld dejó varias obras escritas sobre la cultura y lengua de los tuareg como: Dizionario tuareg-francese (dialetto dell'Ahaggar); Poesias tuareg; Testos tuareg en prosa; Notas para servir a un ensayo de gramática tuareg (dialetto dell'Ahaggar); y otras numerosas obras de carácter ascético y místico en francés y ya traducidas a diversas lenguas europeas. Sobre esta gran figura de misionero silencioso y contemplativo la literatura es muy abundante.
  19. ANNIE DE JESÚS, Charles de Foucauld, en las huellas de Jesús de Nazaret. Ed. San Pablo, Buenos Aires, 2003, pp. 69-71.


DHIAL: Edición y notas de FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ