UBIARCO ROBLES, San Tranquilino

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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UBIARCO ROBLES, San Tranquilino (Ciudad Guzmán, 1899 – Tepatitlán, 1928)

Sacerdote y mártir

Una historia llena de privaciones

El padre Tranquilino Ubiarco nació en Ciudad Guzmán, Jalisco, el 8 de julio de 1899 y a los pocos días fue bautizado en su parroquia de origen. Tranquilino era tercer hijo de José Inés Ubiarco y de Eutimia Robles. Su padre murió cuando era muy niño, por lo que vivió una niñez llena de privaciones, sostenida por el trabajo incansable de una madre que se desvivía por sus cuatro hijos: Timotea, Desideria, Tranquilino y Esteban.

Su párroco, Silviano Carrillo, se preocupaba mucho por fomentar las vocaciones sacerdotales y el niño Tranquilino entró a formar parte de aquel círculo. El padre Carrillo, junto con el padre Genove¬vo Sahagún, rector del Seminario de Zapotlán, vieron en Tranquilino buenas cualidades y lo apoyaron en la vocación sacer¬dotal. Entró así en el Seminario, donde le tocó vivir todas las peripecias de la persecución.

En los años de la revolución carrancista fue clausurado el Seminario de Zapotlán y Tranquilino volvió a vivir con su familia, aunque sin interrumpir los estudios, porque el sacerdote Antonio Ochoa Mendoza le daba clases particulares. Sin embargo el joven seminarista ya comenzaba a vivir con empeño su vocación sacerdotal: además de ayudar a su madre con trabajo en su pequeño comercio, se dedicó a la labor pastoral y formó un círculo de obreros a quienes impartía formación cristiana; también promovió la prensa católica.

Silviano Carrillo, su antiguo párroco quien había sido nombrado obispo de Sinaloa[1],invitó a Tranquilino a pasar al seminario de Culiacán. Pero enseguida su pastor y protector murió, por lo que Tranquilino debió de nuevo cambiar de seminario. Eran las situaciones precarias de los tiempos los que obligaban a veces a los seminaristas a vagabundear de lugar en lugar a causa de la Revolución. Finalmente fue acogido en el Seminario de Guadalajara en 1918.

Sacerdote

En Guadalajara fue ordenado sacerdote el 5 de agosto de 1923, por el arzobispo don Francisco Orozco y Jiménez, junto con trece jóvenes más. Poco después, en septiembre de 1923, fue nombrado vicario de Moyahua, Zacatecas; en esta parroquia desarrolló y se dedicó especialmente al mundo obrero –que él conocía bien por experiencia personal- y a los niños: promovió grupos de catecismo para niños, círculos de obreros, escuela dominical para muchachas y una semana de estudios sociales en mayo de 1925. El párroco de Moyahua, Lino Pérez, escribía sobre el padre Tranquilino Ubiarco informando sobre su trabajo en aquella parroquia, y decía de él: "Se presentaba conmigo afable, risueño y con vehementes deseos de trabajar [...] en una palabra, en todo lo referente al santo ministerio, se portó como verdadero soldado de Cristo, y era arrojado para lo que convenía a la gloria de Dios..."[2].

En Tepatitlán, atormentada ciudad, valiente y fervorosa

Pasó por diversos lugares en aquellos años en que comenzaba a arreciar la persecución. De Moyahua fue trasladado como vicario a Juchipila, Zacatecas. Después, fue enviado a Lagos de Moreno, Jalisco, donde poco después por las dificultades de la persecución religiosa, se vio obligado a celebrar la Santa Misa en las casas y en los ranchos y atender las confesiones en las horas de la noche. Luego lo encontramos en la parroquia de Tepatitlán, en Jalisco. Tepatitlán fue otro de los lugares más significados de la región de Los Altos por su actitud firme ante la opresión del gobierno y por ser semillero de cristeros. A esta ciudad fue enviado el padre Tranquilino con el oficio de encargarse de la parroquia, porque los sacerdotes se habían visto obligados a retirarse y era urgente atender las necesidades de la población. El sacerdote nunca se había mezclado en política alguna, ni incitado a levantarse contra el gobierno. El padre Tranquilino era consciente de los graves peligros que en esa ciudad pondrían en riesgo su vida; aceptó el nombramiento lleno de valor cristiano y de celo sacerdotal. Algunos le aconsejaban que no fuera a Tepatitlán como le ordena¬ban los superiores, por tan grandes peligros que allí tendría, pero él les contestó: "Desde el día que me ordené sacerdote, le pedí a Dios nuestro Señor la gracia del martirio". Además les decía: "Apresú¬rense a ganar el Cielo, porque ahora está más barato, casi regalado. Sólo con buena voluntad para morir por Cristo; con eso basta para ganarlo"[3].

Las horas amargas de las reconcentraciones

El gobierno había ordenado a los campesinos de los ranchos y de los pueblos que se concentraran en las ciudades para poder controlarles y truncar toda resistencia popular; la aviación bombardearía las zonas fuera de las concentraciones y se dispararía sobre todo aquél que estuviera fuera de ellas. Tepatitlán se vio crecer así desmesuradamente. Con aquellos éxodos y concentraciones llegaba y se extendía el hambre, la miseria, la peste y la muerte[4].El padre Tranquilino organizó entonces comedores públicos y asistencia caritativa en favor de esta pobre gente arrancada a sus hogares a la fuerza. Los quince meses que estuvo en Tepatitlán ejerciendo el ministerio sacerdotal, rodeado de graves peligros, el padre Tranquilino tuvo que disfrazarse de campesino, de arriero o de obrero, para poder visitar a los enfermos, admi¬nistrarles los sacramentos y prestar los demás servicios espirituales a los feligreses.

Y llegó la hora de su martirio

En aquel ambiente saturado de hostilidad contra la Iglesia, el padre Tranquilino deseaba con todo el corazón el martirio. Se lo había dicho incluso meses antes de su muerte, el 9 de marzo de 1928, en un retiro a un grupo de niñas del pueblo: “[...] quiero que en este retiro la primera gracia que le pidan a Nuestro Señor, que está expuesto, sea que no pase esta persecución sin que yo dé mi vida por Jesucristo”[5].En varias ocasiones manifestó este mismo deseo a otras personas. Tres días antes de su muerte, el 2 de octubre, el padre Tranquilino había tenido que ir a Guadalajara. Visitó en el Hospital de la Trinidad a su amigo sacerdote J. Pilar Flores y de rodillas se confesó con él. Después les narró a las hermanas religiosas el sacrificio de un niño de doce años que fue martirizado por los soldados porque se había manifestado cristiano, y añadió el padre: "¡Qué vergüenza que hasta los niños están prontos a sacrificar su vida por Dios, y uno lejos del deber! Ya me voy a mi parroquia, a ver qué puedo hacer, y si me toca morir por Dios, ¡bendito sea"![6].Ese mismo día se volvió a Tepatitlán, la ciudad que sería su Gólgota.

La señora María de Jesús Estrada invitó al padre Tranquilino a que la visitara en su casa del centro de Tepatitlán el día 4, para que allí pasara la noche y en la madrugada del día siguiente celebrara la santa misa y asistiera al matrimonio religioso de su hermano Germán. Como a las nueve de la noche llegó el padre a la casa, con precauciones; pero los preparativos notorios de la boda enteraron a los perseguidores. Como a las diez de la noche, el presidente municipal Arturo Peña y el comandante Aurelio Gracia¬no, junto con varios soldados llegaron a detener al padre y se lo llevaron a la cárcel municipal. El coronel José Lacarra, con insultos y atropellos, lo encerró con otros presos. El sacerdote los invitó a rezar el rosario, confesó a varios de ellos y se dispuso él mismo a morir[7].

En la mañana del día 5, el coronel Lacarra ordenó a los soldados que sacaran al padre de la cárcel y lo llevaran a la alameda de la entrada de Tepatitlán para darle muerte. Por el camino el sacerdote preguntó a los soldados quién era el comisionado para la ejecución y con qué arma la iba a realizar; ellos no respondieron, y él insistió diciéndoles que no tuvieran temor de manifestárselo, porque el que era mandado no era culpado. Un soldado le contestó que a él le habían dado la orden, pero que no la cumpliría.

El soldado, apellidado Vargas, mártir también por negarse a ahorcarlo

Le preguntaron si era jefe de los cristeros, a lo que el padre respondió: "Yo soy ministro de Jesucristo, el encargado de esta parroquia". Sacó su reloj y se lo entregó a un soldado. Al llegar al eucalipto número 19 del lado oeste viniendo del centro de la ciudad, se detuvo el pelotón y le mostraron al padre la soga que traían para ahorcarlo y él con admirable tranquilidad, haciendo honor a su nombre, la bendijo. Los verdugos le dijeron: "Ahora vas a morir aquí muy colgadito", y el padre les contestó: "Yo muero, sí, pero Cristo Rey, de quien soy ministro, no muere. El sigue viviendo y ustedes mismos lo verán un día". El sacerdote preguntó cuál de los soldados sería el verdugo. Los soldados callaban. El sacerdote les dijo: "Todo está dispuesto por Dios. El mandado no es responsable"[8].Entonces uno, apellidado Vargas, tímidamente se adelantó y le dijo que era él, pero que nunca obedecería aquella orden. Los verdugos le pusieron la soga al cuello y le ordenaron de nuevo a Vargas que estirara. Se negó rotundamente. El padre, mirándolo fijamente, le dijo: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Otros sí jalaron la soga y el padre murió ahorcado. “Eran entre las doce [de la noche] o una de la mañana” del el 5 de octubre de 1928[9].Uno de los guardias cortó la cuerda y el cuerpo del mártir se desplomó, quedando tendido en el suelo durante varias horas al pie del árbol. El padre Tranquilino tenía 29 años de edad, y 5 de sacerdote.

Al joven soldado Vargas lo pasaron por las armas ese mismo día, en el panteón, por insubordinación.[10]Al amanecer corrió la noticia de la muerte del padre Tranquilino, consternando a todos los habitantes de la población. Llegaban los vecinos contemplando con espanto el espectáculo del cuerpo tendido junto al árbol. Estaba ya amaneciendo cuando algunas personas intentaron sacar el cuerpo a la calzada; en ese momento llegaron unos soldados y lo cargaron. Algunas mujeres ayudaron en esa tarea. Los soldados se encaminaron con el cadáver al cementerio para darle sepultura, mas una señora –apellidada Navarro- obtuvo del Presidente municipal autorización para llevar el cuerpo a una casa y velarlo algunas horas. Acudió mucha gente a acompañarlo y a tocar rosarios y otros objetos al féretro, porque estaban convencidos de que el padre Tranquilino había muerto como verdadero mártir de la fe cristiana. La casa resultó insuficiente para dar cabida al tumulto que concurrió, y como la sala en la que se veló tenía dos puertas, se dispuso que se entrara por una puerta y se saliera por la otra. Los soldados juzgaron que habría una enorme cantidad de personas, y temiendo que hubiera problemas, se dio la orden de que prepararan ametralladoras, para que, si el caso lo requería, dispersaran la multitud. Temiendo que fueran a suceder desgracias, se ordenó el sepelio antes de la hora prevista. Se le dio sepultura en el cementerio municipal, en un sepulcro propiedad de la señora Julia González, viuda de Hernández, quien gustosamente lo ofreció. Algunos años después, sus restos se trasladaron al Hospital del Sagrado Corazón de Tepatitlán, Jalisco. Años más tarde, el 5 de octubre de 1978, al cumplirse cincuenta años del sacrificio del padre Tranquilino, en medio de grandes solemnidades, los trasladaron a la iglesia parroquial de San Francisco de Tepatitlán, donde allí, todavía hoy se veneran sus sagradas reliquias[11]. Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado el 21 de mayo del año 2000, por S.S. Juan Pablo II.

BIBLIOGRAFÍA

Barquín y Ruiz, Andrés. Los Mártires de Cristo Rey. Ed. Criterio, México, 1937. González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo. Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008. Meyer, Jean. La Cristiada, Volumen I, Siglo XXI Editores, México, 1973. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, volúmenes II y III.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

  1. Silviano Carrillo y Cárdenas había nacido en Michoacán, en 1861, y había estudiado en los seminarios de Zamora y de Guadalajara; fue primer superior del Instituto de las Siervas de Jesús Sacramentado y obispo de Sinaloa (1920). Murió pocos meses después, atacado por las fiebres tras una visita pastoral.
  2. González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 963.
  3. González Fernández, Fidel. Obra citada, p. 963.
  4. Jean Meyer describe con vivos colores aquella tragedia de sinsabores y colores de auténtico genocidio ideológico. “Para toda esa pobre gente ranchera que nunca había salido ni siquiera unos kilómetros alrededor de sus casas, ni jamás se habían movido de sus ranchos, se les hacía un imposible día de juicio pensando en aquello: ¿a dónde irían?, ¿quién les prestaría dónde vivir? Y además, tendrían que dejar todos sus bienes y sus provisiones y animales (…) Los enfermos morían en el camino, las mujeres daban a luz en las cunetas y morían con el ser al que acababan de dar la vida. El sufrimiento era aún mayor a causa del calor, porque las lluvias no habían comenzado todavía.” Meyer, Jean. La Cristiada, Volumen I, Siglo XXI Editores, México, 1973, pp. 176-189.
  5. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, III, 376; I, 187-193.
  6. Positio Magallanes, III, 372.
  7. Positio Magallanes, II, Summarium, 262, & 980; III, 367.
  8. Positio Magallanes,III, 367.
  9. Positio Magallanes,III, 367.
  10. Positio Magallanes, II, 246, & 919; 248, & 928; 379.
  11. Positio Magallanes, II, 246, & 919; 54- 55; 368-370; 379-380; 390; 393; 396; 241, & 902 ; 242, & 903 ; 243, &910 ; 252, & 945 ; 255, & 956 ; 259, & 968 ; 263, & 984 ; 264, & 985; 265, & 990 ;