URBANISMO EN EL PERÚ VIRREINAL (I)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La implantación de nuevos modelos de núcleos urbanos posteriores a la conquista del vasto territorio incaico no se realizaron simultáneamente, ni tampoco durante el corto período de tiempo inmediatamente después del afianzamiento de los conquistadores en el Perú. La diferenciación de estas etapas en el asentamiento de los núcleos urbanos en el Perú virreinal es importante no sólo por lo que atañe a los aspectos cronológicos e históricos de las fundaciones, sino sobre todo en lo referente al análisis urbanista de los nuevos poblados.

No sin reticencias, muy en consonancia con su notorio anti-hispanismo, Gasparini[1]se vio obligado a reconocer que, al menos en lo que atañe a la fundación de ciudades en todo territorio conquistado por la Corona de Castilla, los españoles introdujeron nuevas soluciones modernas no empleadas con anterioridad en tan numerosos casos simultáneamente.

Dice Gasparini: “El esquema regular de las ciudades americanas es moderno para la cultura renacentista. Ese modernismo, sin embargo, más que representar la puesta en práctica de ideas nuevas y originales de esa cultura, deriva más bien de unas ideas que vuelven a ser vigentes. Por lo tanto, es moderno en cuanto es actual y vigente, no por ser nuevo y original”.[2]Al menos, ya es algo el reconocimiento de la modernidad del urbanismo español en Hispanoamérica.

Es un ingrediente importante de esa modernidad del urbanismo hispanoamericano el hecho de que, sin haber sido experimentado previamente en alguna ciudad española, se aplicara ese modelo urbano con regularidad invariable en los cientos de las nuevas poblaciones de los virreinatos americanos. La traza de cuadrícula reticulada ortogonal se extendió por los más diversos centros urbanos en todo el continente americano bajo el dominio español. Si nos atenemos al aspecto macro urbanista externo, no cabe sino aceptar que se trata de un mismo diseño aplicado homogéneamente en todos los nuevos poblados de fundación española.

Otra cosa es la funcionalidad de la convivencia ciudadana desplegada en la traza urbana del diseño damero, y los condicionamientos que ella pueda imponer sobre el esquema de la cuadrícula. Esto último constituye un problema acerca del cual no han incidido los trabajos de los investigadores, centrados más bien al intento de encontrar antecedentes europeos de los que haya podido derivar la traza cuadriculada de los poblados hispanoamericanos.

En el virreinato del Perú

Nos referiremos exclusivamente al análisis urbanista de las fundaciones españolas en el virreinato del Perú. En ningún modo pretendemos extrapolar estos análisis hacia el estudio de los centros poblados en los restantes virreinatos hispanoamericanos.

No se aborda en este estudio el problema del origen histórico de la traza urbana en damero aplicada por los españoles en los centros urbanos por ellos fundados; ni el de los eventuales y discutibles antecedentes europeos del urbanismo virreinal. Nos enfrentamos al hecho de su existencia en el antiguo virreinato del Perú, a partir al menos de la fundación de la ciudad de los Reyes. En base a esta situación histórica, estudiamos los caracteres peculiares que presenta el urbanismo de la cuadrícula regular en los poblados del Perú virreinal.

La primera etapa de las fundaciones urbanas españolas aconteció inmediatamente después de la conquista. Fue el propio marqués don Francisco Pizarro el que por sí mismo o por intermedio de otros conquistadores, estableció de nueva planta las primeras ciudades españolas, con la excepción honrosa de la ciudad incaica del Cuzco, asentada sobre la traza precedente. Se trataba básicamente de nuevos poblados con carácter de ciudades, aunque fuera embrionariamente.

Ciertamente, ni Lima ni Ayacucho durante sus primeros años de existencia rebasaban las dimensiones de un pequeño pueblo. Al repartir los solares de la ciudad no sólo entre las personas naturales que adquirieron allí los derechos de vecindad y domicilio, sino también entre las instituciones colegiadas: cabildo, iglesias, conventos, se estableció algo más que una traza urbanista en cuadril ala; pues surgía también una especial organización de la convivencia ciudadana que perduraría a través de todos los cambios físicos de la ciudad. No cabe duda de que resultaron afectados por la traza urbana cuadriculada los propios vecinos españoles, ninguno de los cuales tenía experiencia de haber habitado en su lugar español de origen en una traza de calles y plazas regulares dispuesta con la máxima regularidad y simplicidad.

Por ejemplo, el conquistador segoviano don Jerónimo de Aliaga, cuya casa conservan en uso sus descendientes directos, se sentiría como pez fuera del agua en las calles rectas y llanas de Lima, tan antagónicas de las empinadas y tortuosas calles de la muy noble y leal ciudad de Segovia. Pero desde muy pronto la nueva traza cuadriculada se vio entretejida por la complejidad de las relaciones de convivencia surgidas alrededor de las instituciones sociales urbanas. También ello condicionó en gran medida la vida de los primeros pobladores españoles de las ciudades en damero. El mismo don Jerónimo de Aliaga no se hubiera sentido circundado en Segovia por los centros religiosos de poder establecidos en las cuatro esquinas de la plaza pública de la ciudad de los Reyes, a pocos metros de sus casas principales de morada.

Las «reducciones» toledanas

El virrey don Francisco de Toledo emprendió durante la década de 1570 la obra ingente de «reducir» los indios dispersos en pequeños agrupamientos o asientos a la vida estable, en poblados más grandes trazados conforme al diseño de cuadrícula regular. Se han destacado algunos aspectos sin duda importantes de las reducciones toledanas, tales como el mejor control en la recaudación de los tributos indígenas, la persistencia y continuidad de la evangelización, el desarraigo de las idolatrías, etc.

Constituyen aquellas reducciones toledanas el hecho urbanista de mayor trascendencia de toda la historia peruana, tanto porque afectó a casi toda la población indígena dispersa por la sierra y el altiplano del Perú, como porque transformó compulsivamente en pocos años la geografía urbanista del virreinato peruano. La reforma toledana destruyó a la fuerza los pequeños asentamientos indígenas y el sistema habitacional de la población nativa persistente desde la época incaica; impuso en su lugar un esquema simple de poblado más grande asumido de la traza cuadriculada vigente ya en las ciudades virreinales. Al mismo tiempo introdujo nuevos tipos de vivienda distintos de los usuales por las masas indígenas; conforme a estos prototipos de vivienda se levantaron los pueblos rurales toledanos.

El diseño urbanista de las reducciones no pudo haber sido transmitido desde España, por la razón muy simple de que ni en las ciudades ni tampoco en los pueblos rurales españoles existía el trazado cuadricular ortogonal. Bajo este aspecto, el nuevo urbanismo rural toledano no constituyó una «españolización» de los pueblos andinos peruanos; ya que no se impuso en ellos ningún modelo español importado de la Península. El antecedente inmediato del urbanismo toledano estaba dado en las ciudades fundadas en el Perú durante la primera época de la urbanización virreinal. Y puesto que estas ciudades eran de suyo un producto virreinal, no originariamente español, los poblados toledanos de las reducciones resultaron ser otro producto virreinal, pero de segunda generación.

No menos que para los españoles vecinos de las nuevas ciudades virreinales, también el urbanismo de las reducciones toledanas resultó determinante para la gran masa indígena andina. Por lo pronto, quedaron involucrados en poblados de mayores dimensiones que sus pequeñas aldeas o asientos pre-hispánicos, lo que sometió a las poblaciones indígenas a relaciones comunitarias más amplias que las vigentes en sus asientos destruidos. Los poblados toledanos fueron al mismo tiempo el molde urbanista para el despliegue de instituciones antiguas y nuevas como los caciques, los corregimientos y los alcaldes de indios; todo lo cual transformó la organización social de la masa indígena.

Cabe investigar hasta qué punto fue aceptada o rechazada por los indígenas la introducción violenta de las reducciones toledanas. Ciertas consecuencias de ellas, previstas por el gobierno virreinal, como la recaudación del tributo indígena, o la adscripción a la mita, pudieron ser resistidas por los indígenas abandonando los nuevos poblados para retomar a sus viviendas en quebradas y punas. Pero, aunque es cierto que algunos entre los centenares de los nuevos pueblos toledanos fracasaron por la deserción de los indios reducidos en ellos, sin embargo, también es cierto que todavía perduran, con mayor o menor población que la originaria, casi todos los pueblos fundados por Toledo; de tal modo que la transformación urbanista del territorio peruano obtuvo consistencia duradera, y constituye actualmente la base de gran número de las poblaciones del Perú republicano.

Modalidades del urbanismo virreinal

Si nos limitáramos al análisis macro urbanista de las poblaciones virreinales, no cabría distinguir modalidades diferentes dentro de una traza que sigue con ligeras alteraciones de detalle la invariable distribución en cuadrícula ortogonal, según modelos uniformes. Pero las formas distintas de sociabilidad cumplidas respectivamente en las ciudades y en los pueblos rurales impusieron a la misma traza cuadricular adaptaciones tales que derivan en modalidades distintas dentro del urbanismo virreinal. Conviene distinguirlas para que la aparente homogeneidad de las cuadras iguales dispuestas en forma de damero no oculte la diversidad funcional de las poblaciones virreinales.

No se trata sólo de una diferenciación urbanista surgida con posterioridad a la fundación de los centros poblados durante el virreinato; sino de la que era inherente desde el comienzo a la planta de las ciudades y a la de los pueblos rurales. La distribución urbana inicial de las reducciones toledanas ha permanecido inalterada a lo largo del tiempo, sin otras variaciones que las debidas al crecimiento o disminución de los habitantes.

Tampoco surgieron en esos pueblos toledanos otras posibilidades de diferenciación o modificación urbana. En cambio en las ciudades, al menos en la de Lima, fue modificándose la traza inicial estrictamente ortogonal, para dar cabida a la ampliación o división de las cuadras, y también a la formación de nuevos espacios libres como las plazuelas conventuales frente a las portadas principales de algunas iglesias; y también al establecimiento de lugares amplios de esparcimiento como la alameda de abajo el puente: todo ello durante la época virreinal, y desde años muy tempranos al menos desde comienzos del siglo XVII. La traza inicial de Lima era netamente renacentista, pero la apertura de las plazuelas conventuales completada durante el período barroco, corresponde a un urbanismo de este último estilo; no ciertamente al modo del barroco europeo, sino del virreinal peruano, que es cosa distinta.

Se ha escrito acerca de la traza urbana de Lima lo siguiente: “Lima como culminación de este proceso (el perfeccionamiento del diseño cuadriculado regular) llega a una cuadrícula monótona típica de tantas otras ciudades hispanoamericanas inferiores comparativamente a los centros portuarios como La Habana, Cartagena o Panamá”[3]. Bastará con examinar detenidamente los planos antiguos de Lima para constatar lo arbitrario y apriorístico de este juicio.

La ciudad peruana de los Reyes no perfeccionó nunca la regularidad de su diseño urbano, debido entre otros factores a la concentración de solares en el área de algunos conventos y Monasterios, como San Francisco, Santo Domingo, La Limpia Concepción, Hospital de Santa Ana, Santa Catalina, El Carmen, Santa Clara, Las Descalzas, La Encamación, etc.; además de que el proceso de apertura de las plazuelas conventuales proseguido pacientemente durante los siglos XVII y XVIII introdujo la disolución de la rigidez ortogonal en la cuadrícula urbana limeña.

Todo ello, unido al trazado algún tanto forzado de ciertas ampliaciones del núcleo originario de la ciudad, como las zonas circundantes de la actual plaza de Italia al este, y las de Monasterio de la Encarnación al sur, reducen la vigencia de la cuadrícula ortogonal a un sector limitado de la ciudad tal como estaba construida en el siglo XVII. Refiriéndose a este proceso, Mattos- Cárdenas menciona como ejemplo del abandono de los rígidos cánones propios de la traza cuadriculada ortogonal lo que denomina “asimilación de tejidos no ortogonales a la ciudad”, entre los que incluye los barrios no cuadriculados regularmente en Lima durante el siglo XVII.[4]

Las diferencias urbanistas entre las ciudades y los pueblos rurales virreinales no son, pues, tanto morfológicos, sino funcionales. Las ciudades surgieron inicialmente con una traza pluricéntrica, al menos embrionaria; aunque poco a poco alcanzaron su plena diversificación. Los pueblos, en cambio, se fundaron y perduraron con una traza monocéntrica.

En las ciudades virreinales encontraron asiento algunos centros de convergencia ciudadana en base a los cuales quedaba organizada la vida social. Las grandes órdenes religiosas de dominicos, franciscanos y mercedarios obtuvieron cuadras completas para asiento de sus conventos; a ellos se unieron algún tiempo después los agustinos y los jesuitas, así como también los grandes monasterios de monjas: todos ellos constituyeron verdaderos centros autónomos de vida religiosa peculiar y de convergencia espiritual para sectores de fieles seglares adictos a esas órdenes y monasterios.

Tanta fue la autonomía de conventos y monasterios dentro del urbanismo local que se desarrolló en ellos un peculiar urbanismo conventual y monástico interno, como aparece en algunos planos como el de Meléndez para el convento de Santo Domingo y el publicado por Teresa Gisbert para el colegio jesuítico de San Pablo. Además de ello, las parroquias, los hospitales, los beateríos, etc., ampliaron la dispersión de los centros religiosos por toda la traza urbana de Lima.

Debemos añadir los centros cívicos, no tan numerosos como los religiosos, pero sociológicamente más variados. Fueron importantes en Lima los centros educativos localizados alrededor de la Real Universidad de San Marcos, y confirieron carácter a todo un sector urbano o barrio de los estudios circundante a la plaza de la Inquisición con los colegios de San Ildefonso, el Real de San Martín, el dominicano de Santo Tomás, el mercedario de San Pedro Nolasco y el de San Pablo.

Hay que contraponer a este aspecto externo de la ciudad otro urbanismo interior muy diferente desplegado en los solares más grandes como fueron los de los conventos, monasterios y hospitales: ellos constituían a manera de pequeños pueblos encerrados en su propio recinto de altos muros y circundado por las calles adyacentes. Aquí se desplegó usa gran riqueza y variedad urbanista de pequeña escala puesto que cada convento o monasterio desarrolló una traza urbanista diferente de la de los otros centros religiosos. No tenía ninguna semejanza el laberinto de callejuelas en los monasterios de La Limpia Concepción, La Encamación, La Santísima Trinidad o Santa Catalina y Las Descalzas de San Joseph, con la composición de claustros en Santo Domingo, San Francisco, San Agustín o San Pablo.

Cada uno de estos centros religiosos difería por completo de los demás, fueran ellos de hombres o de mujeres, en lo que respecta a la disposición de sus dependencias, lugares libres, y celdas de vivienda. Aunque no se ha destacado lo suficiente, debemos notar que el urbanismo virreinal peruano logró un enriquecimiento inigualado en estos pequeños poblados autónomos centrados en sí mismos que fueron los conventos y monasterios.

A diferencia de las ciudades virreinales, la traza de los pequeños pueblos rurales toledanos fue concebida con un solo centro de carácter cívico-religioso, radicado en la doble plaza. Nos encontramos, pues con otra traza urbana manierista de organización monocéntrica. Todas las cuadras homólogas de los pueblos andinos peruanos servían para la misma finalidad de solares de vivienda; es que las reducciones toledanas concentraron en pueblos de aproximadamente quinientos vecinos cada uno, toda la gran masa indígena agrícola o pastoril que vivía dispersa por un territorio sumamente irregular. Regía, consiguientemente; la más estricta correlación entre la homogeneidad social de los pueblos andinos y la concentración de la convivencia ciudadana en un solo centro cívico-religioso localizado en la doble plaza.

Fueron las ciudades virreinales asiento de la más variada multiplicidad de estratos sociales, profesiones, oficios artesanales y servicios comunitarios. Cuando algunos escritores recargan las tintas sobre la monotonía de la vida ciudadana en las ciudades virreinales, pasan por alto toda esa conformación multiprofesional de la población urbana; y proyectan sobre esta última lo que era característico de los pueblos andinos. El resultado de esa diversificación fue que ciertas actividades artesanales o de servicios, requirieron además del tipo más o menos común de las viviendas familiares, de otros ambientes como los denominados «cajones» o «tiendas» para asiento de sus trabajos y actividades.

A consecuencia de ello, las cuadras urbanas perdieron muy pronto el aspecto apacible de los solares dedicados a «casas de morada»; y comenzaron a concentrarse en ciertas calles las «tiendas» o los «cajones» de los mismos oficios o servicios. Conservan todavía en Lima su denominación virreinal algunas calles o cuadras, tales como las de Portal de Escribanos, calle de Espaderos, calle de Plateros de San Agustín, calle de Mercaderes, etc., que denuncian a primera vista su carácter de centros artesanales, profesionales o de servicios.

Los pueblos andinos fundados durante la época de las reducciones toledanas acogieron compulsivamente a los indígenas que vivían “apartados y escondidos en huaycos y quebradas” como decía el oidor Matienzo.[5]Aunque Matienzo admitía todavía la posibilidad de que en esos pueblos de indios cohabitaran algunos españoles junto con los indígenas reducidos a «policía humana», en realidad casi todos los pueblos andinos quedaron reservados exclusivamente para habitación de los indios, sin otra presencia de españoles que la del cura doctrinero y la del corregidor.

Ello determinó que las reducciones toledanas adquirieran el carácter uniforme de pueblos agrícolas o ganaderos, en los que todos los habitantes ejercían la misma actividad productiva. Por consiguiente, los pueblos rurales andinos, a diferencia de las ciudades, resultaron ser centros mono-profesionales; lo que acentuó la uniformidad de los solares de vivienda y de todas las cuadras de la traza urbanista. Por otro lado, las ferias y mercados semanales en la plaza pública, introducidos por los españoles, sustituían a cabalidad la instalación de mercaderes permanentes en los solares destinados a viviendas.

Distribuyó Matienzo en la traza urbana por él propuesta como prototipo de los pueblos andinos, la localización de algunas instituciones básicas para la nueva organización social, tales como «la casa de españoles pasajeros», «el hospital y su huerta», la «casa del consejo», «el corral», «la casa del corregidor» y «la cárcel», circundando todas ellas, junto con la iglesia, el perímetro interno de la plaza pública.

Si bien en algunos pueblos más importantes y transitados llegaron acaso a establecerse todas las instituciones virreinales señaladas por Matienzo como determinantes de la traza urbanista, creemos que en la mayoría de las reducciones toledanas se simplificó hasta el límite imprescindible para un elemental gobierno del pueblo la estructura institucional; de tal manera que el contorno urbanista de la plaza pública apenas difería del de las restantes cuadras del poblado. A menor complejidad institucional de los pueblos andinos correspondió la mayor homogeneidad urbanista en lo que atañe al rango profesional.

Los numerosos pueblos andinos asentados durante el gobierno del virrey Toledo promovieron una indudable mejoría en las condiciones de vivienda, sociabilidad, cristianización, gobierno político y económico de los indígenas, etc., respecto de las condiciones de vida que pudieran existir en las quebradas, cerros y punas donde anteriormente vivían los indios reducidos. Sin embargo, la máxima simplicidad urbanista de los nuevos pueblos andinos consolidó una homogeneidad de vida en la que no se abrían posibilidades de movilización social para los habitantes de las reducciones toledanas. Tampoco puede acusarse a la colonización española de haber destruido por completo la vida indígena; pues ella se conservó casi intacta en los pueblos toledanos de indios, sin que se viera alterada por la presencia física de los españoles, impedidos de habitar en esos poblados.

Tipología de las poblaciones virreinales

Sobre la base del esquema cuadriculado con manzanas regulares en cuadrado, se han desarrollado en el urbanismo virreinal algunas modalidades de poblados que afectan a la disposición del conjunto urbano en cuanto totalidad, así como a la composición interna de la cuadrícula. La traza de las cuadras regulares en damero constituye sólo un esquema genérico dentro del cual caben modalidades diferenciadas de organización. No basta, pues, con atenerse a lo genérico para conocer en detalle el urbanismo de los poblados virreinales, al menos de los peruanos.

La introducción y posterior difusión del urbanismo virreinal estuvo condicionada por la existencia previa de múltiples culturas y asentamientos humanos en el vasto territorio conquistado por los españoles. Es cierto que una parte de las nuevas poblaciones se establecieron sin conexión alguna con los poblados prehispánicos; pero otra parte fue fundada sobre asentamientos preexistentes en el mismo lugar; y, al menos en el Perú, y anteriormente en México, se fundaron numerosísimos pueblos de traza enteramente virreinal destinados para la habitación exclusiva de los indios.

Por desconocimiento total del enorme esfuerzo fundador de pueblos para indígenas desplegado en el vasto territorio de los andes peruanos, dificilísimo cual pocos en el mundo, durante el gobierno del virrey don Francisco de Toledo, se ha podido escribir lo siguiente: “La primera dificultad que crearon a sí mismos los españoles era la destrucción de los centros indígenas. Como consecuencia de esto se encontraron en la necesidad de crear la organización socio-económica completamente nueva y distinta, dentro de la cual la población indígena ha sido colocada no en la posición del «partner» con los derechos aproximadamente iguales, sino relegada a las condiciones de esclavitud”.[6]El análisis de la tipología de las poblaciones virreinales andinas peruanas pone al descubierto la total inconsistencia, arbitrariedad y falta de fundamento objetivo del párrafo precedente.

Por lo que atañe a la fundación de nuevos pueblos de indios por los visitadores destacados por el virrey Toledo, hay que reconocer que se destruyeron violentamente los pequeños, anárquicos y dispersos asentamientos de los indios disgregados por cerros, quebradas, punas y otros parajes inaccesibles, pero no por el hecho de destruir, sino para reducirlos a vivir en poblados de nueva planta con trazado ortogonal de cuadrícula regular, con una mayor población de unos quinientos indios por pueblo, y establecidos en lugares más apropiados paira el asentamiento humano y las comunicaciones.

En manera alguna se trataba de la destrucción por la destrucción, como asegura tendenciosamente Zawiszá, sino de la suplantación del sistema de vida pre-urbanista de los indígenas peruanos, consistente en agrupamientos de muy pocas chozas irregularmente dispuestas, por el sistema de pueblos mayores plenamente urbanizados para la vida rural y sobre terreno llano con provisión de agua potable. La reforma toledana afectó a toda la población indígena de los Andes; y para beneficio de ésta se fundaron algunos centenares de pueblos, en número no inferior al millar, que constituyen todavía la gran mayoría de las poblaciones andinas actuales del Perú.

Cualquier persona que haya visitado la sierra del Perú puede juzgar desapasionadamente si las reducciones toledanas representaron un retroceso simplemente destructor de los centros indígenas, o por el contrario aportaron un progreso urbanista para las mayorías indígenas peruanas. Lo que sí es absolutamente cierto es que la Iglesia, al defender y preservar estos pueblos de indios de la presencia permanente en ellos de los españoles, contribuyó decisivamente a la conservación de la cultura indígena rural; como lo reconocen los historiadores peruanos, a pesar de la tendenciosa opinión en contrario de Zawisza[7]que ignora totalmente el proceso histórico de las reducciones toledanas, su repercusión en la preservación de la cultura indígena rural, y la posición de la Iglesia en el Perú frente a este tema.

Con mayor información acerca del urbanismo rural hispanoamericano que Zawisza, y sin los prejuicios de este último, el investigador Borah menciona la aplicación del esquema urbanista de damero en numerosísimos pueblos para los indígenas dispersos, y lo atribuye en parte a la acción de la Iglesia; dice así: “La concentración de poblaciones indígenas en nuevos establecimientos llegó a ser una nota característica de la actividad de los misioneros españoles dentro de las vastas fronteras...”.[8]

Durante el corto período de las visitas dispuestas por el virrey don Francisco de Toledo se fundaron numerosos pueblos conforme a un patrón urbanista homogéneo. Podríamos decir que los visitadores toledanos llevaban un modelo de poblado establecido a priori; y que lo único que quedaba librado a su iniciativa personal era la determinación del lugar donde se había de asentar el pueblo. Pero dentro de una visión general del urbanismo andino hay que tener presente que antes de la década de 1570, y también en diversas circunstancias después de aquella época de las reducciones toledanas, se crearon o modificaron otros muchos poblados virreinales; y que para todos estos pueblos pre y post toledanos no se adoptó el rígido esquema apriorista implantado por los visitadores durante el último tercio del siglo XVI.

Inmediatamente después de la conquista, los españoles se establecieron en algunos de los pocos pueblos importantes o de los asientos apropiados existentes en la época incaica. En ellos adoptaron algunas de las características urbanistas hispánicas, como la plaza mayor y la colocación de la iglesia junto a ella; e introdujeron los locales para las instituciones básicas del régimen virreinal: el cabildo, la cárcel, etc. Distinguimos, pues, una primera clase de poblados virreinales fundados sobre asentamientos incaicos, pero adoptados con elementos del urbanismo virreinal español. Acaso pertenecen a este tipo los pueblos de Chincheros y Vilcashuamán.

El segundo tipo de poblados virreinales lo constituyen las reducciones de Toledo propiamente dichas. Se trata de pueblos de nueva planta, sin ningún otro condicionamiento previo que el consistente en las condiciones del terreno elegido para asentar allí el pueblo. Pudieron organizarse estos pueblos toledanos conforme a todas las especificaciones contenidas en el modelo a priori que portaban los visitadores. Se trata del modelo de asentamiento urbano más generalizado en la zona andina, aunque algunos de aquellos pueblos toledanos hayan sido abandonados y otros vieron muy mermada posteriormente su población inicial.

El oidor Matienzo proponía la cantidad de 500 indios tributarios como patrón poblacional para fundar los pueblos. Suponiendo que se hubiera cumplido esta norma, sabemos que el número de indios reducidos a pueblos disminuyó por diversas contingencias: mita, abandono para eludir el pago del tributo indígena, etc. Otro tercer tipo minoritario de poblados virreinales está integrado por aquellas reducciones toledanas establecidas sobre asentamientos indígenas preexistentes.

El arquitecto Ramón Gutiérrez señala hipotéticamente como tales algunos de los pueblos fundados en el valle del Colca;[9]aunque reconoce que sólo en base a investigaciones arqueológicas podrá demostrarse esta eventualidad. La subordinación del poblado toledano al poblado indígena anterior impondría ciertas limitaciones para el desarrollo completo del urbanismo virreinal. Pero mientras no se lleven a cabo investigaciones arqueológicas confirmatorias de este supuesto, nos encontramos con una hipótesis interpretativa, aunque sea muy digna de tomarse en consideración.

Un cierto grupo de pueblos virreinales, no muy numeroso, lo integran algunos poblados de rápido crecimiento no planificado a consecuencia del descubrimiento y explotación de algunas minas importantes. Concurrieron masivamente a estos asientos mineros los españoles como los mitayos indígenas; lo que dio lugar a improvisaciones urbanistas espontáneas que desbordaron toda posible ordenación por parte del gobierno central o de las autoridades locales.

Pueden mencionarse como ejemplos de este tipo de urbanismo incontrolado de rápido crecimiento el pueblo minero de Caylloma y algunos pueblos cajamarquinos expandidos durante el siglo XVIII durante el auge de los descubrimientos mineros de Hualgayoc. Algunos de estos pueblos mineros tuvieron sólo asiento provisional determinado por el crecimiento y decadencia de la producción minera. Un caso particularmente interesante es el urbanismo de la ciudad de Potosí en el alto Perú, estudiado por Teresa Gisbert en base a un plano conservado en la biblioteca de la Hispanic Society of America de New York.[10]

El pequeño núcleo central de la ciudad minera de Potosí adopta la clásica cuadrícula planificada; pero más allá de los términos de las cuadras regulares en damero se extendían los barrios indígenas sin planificación alguna según la disposición totalmente anárquica de los poblados prehispánicos. Podría decirse que en Potosí coexistieron yuxtapuestas, sin integrarse ni contraponerse, dos concepciones urbanistas diferentes: la virreinal española de trazado racional renacentista cuadriculado, y la libre acumulación de viviendas indígenas sin calles regulares y sin continuidad entre las casas.

Es la plaza en todos los tipos de poblaciones virreinales el centro en cuyo perímetro asentaron las instituciones representativas de la localidad. No equivale siempre, sin embargo, el centro geométrico de la cuadrícula regular en damero con la colocación de la plaza en la traza urbana. Desde que en la ciudad de los Reyes del Perú fue colocada la plaza pública en posición algún tanto excéntrica respecto del plano distribuido en forma de triángulo, otras poblaciones andinas menores pudieron desarrollarse libremente sin sujeción a la centralidad geométrica exacta de la plaza dentro del damero urbano.

Encontramos, por consiguiente, distintas modalidades en el trazado de las poblaciones virreinales, sin que ellas alteren la racionalidad de la retícula. En algunos pueblos, la plaza ocupa el comedio en las cuatro direcciones de las calles a partir de ella, a manera de centro geométrico equidistante de todos los límites externos del pueblo. En otros pueblos, la plaza queda apartada hacia uno de los lados extremos, como presidiendo desde allí, recostada en algún accidente del terreno; cerro, río, la parte más extensa del trazado en damero.

Sugería el oidor Matienzo que el visitador encargado de fundar el pueblo “ha de trazar el pueblo de esta manera por sus cuadras y en cada cuadra cuatro solares con sus calles anchas y la plaza en medio todo de la medida que pareciere al visitador conforme a la gente y la disposición de la tierra”.[11]Esta norma reguladora genérica admitía una cierta variedad en cuanto a las dimensiones de das cuadras, que variaron de unos pueblos a otros. Además de ello aparece en algunos pueblos otra modalidad en las dimensiones de la plaza pública respecto del tamaño de las cuadras.

Por lo general, la plaza equivalía a una cuadra vacía de solares, sin exceder del tamaño de las cuadras destinadas a viviendas. Existen también otros pueblos andinos cuya plaza adquiere notables proporciones, pues equivale al solar completo de cuatro cuadras junto con sus calles intermedias. De este modo, a las ocho calles laterales que ingresan a la plaza, a razón de dos por cada esquina, se añaden las cuatro calles abiertas en el medio de cada uno de los lados de tan enorme plaza pueblerina.

No vislumbramos las razones por las que algunos visitadores abrieron tan grandes plazas de cuatro cuadras. Desde luego, la ampliación del solar de esas plazas desde una a cuatro cuadras no respondía a la necesidad de acoger en ellas mayor número de casas para las instituciones virreinales; ya que ni siquiera se establecieron en esos pueblos andinos todas las instituciones mencionadas por Matienzo. Las escasas instituciones de gobierno establecidas en tales pueblos quedarían muy holgadas en los tres lados habitados de la gran plaza; de modo que algunos solares de ella hubieron de ser asignados a vecinos particulares.

Desde el punto de vista urbanista, estas plazas de cuatro cuadras representan algo así como la síntesis del damero tradicionalmente aplicado con entradas de las calles por las esquinas de la plaza, que era el sistema propuesto por el oidor Matienzo, con el modelo que proponían las Ordenanzas de Pobladores dictadas por Felipe II, con entrada de las calles a la plaza por el centro de los cuatro lados, un modelo renacentista sugerido por los tratadistas clásicos, pero que no llegó a aplicarse en los pueblos y ciudades del Perú debido a lo complejo de su aplicación para el desarrollo de todo el trazado urbano. La norma dictada por Felipe II en 1573 acaso llegó tarde al Perú, porque ya para entonces tenía arraigo tradicional la plaza con calles en las esquinas y no en el centro de los lados.

La plaza y la iglesia, ocupando esta última otra cuadra sobré la plaza, quedaron indisolublemente vinculadas con el urbanismo virreinal de los pueblos andinos. Plaza e iglesia formaron el único núcleo urbano que alteraba la monotonía de las cuadras de solares y viviendas reiteradas en toda la traza del pueblo. Por lo general, cada pueblo cuenta con un solo conjunto plaza-iglesia; pero algunos pueblos, especialmente los más importantes de la provincia colla de Chucuito en la ribera del lago Titicaca, tienen dos o más conjuntos plaza-iglesia distribuidos por el trazado urbano. Destaca de modo especial el pueblo de Juli con sus cuatro iglesias monumentales, dos de las cuales conservan todavía el hermoso arco de entrada al atrio eclesial.


NOTAS

  1. Graziano Gasparini ( Gorizia, Italia, 1924 - Caracas, Venezuela, 2019) fue un arquitecto, restaurador e historiador de la arquitectura.
  2. G. GASPARINI, América, barroco y arquitectura, Ernesto Armitano, Caracas, 1972, p. 103; véase también p. 138.
  3. Leszek M. ZAWISZA, Fundación de las ciudades hispanoamericanas, en Boletín del Centro de Inv. Hist. y Est., Universidad de Caracas, N° 13, 1972, p. 94.
  4. L. MATTOS-CÁRDENAS, El barroco y el desarrollo urbano en Hispanoamérica, en Simposio Intem. sul Barroco, Roma, 1982, t. II, pp. 277-278.
  5. Juan de MATIENZO, Gobierno del Perú, Parla - Lima, 1967, porto primera, capítulo XIV, p. 48. Juan de Matienzo nació en Valladolid en 1520 y falleció en La Plata, Bolivia, en 1579. En 1558 fue nombrado Oidor de la Real Audiencia de Charcas y Lima, y en 1561 Presidente de la Primera Audiencia de Lima.
  6. Leszck M. ZAWISZA, Fundación de las ciudades hispanoamericanas, l.c., pp. 100-101.
  7. Ibid; p. 128. Con la mayor seguridad escribe Zawisza: “... si se considera que la Iglesia es el primer factor que se opone a la conservación de la cultura local y por-lo tanto se muestra ansiosa de cambiar radicalmente el modo de vida de los indios”.
  8. W. BORAH, La influencia cultural europea en la formación del primer plano para centros urbanos..., en B.C.I.H.E., 1973, N” 15, p. 68.
  9. R. GUTIERREZ-A. MÁLAGA MEDINA-C. ESTERAS, El valle del Colca, Inst. Argentino de investigación en historia de la arquitectura y el urbanismo, Resistencia, 1986.
  10. T. GISBERT — J. de MESA, Arquitectura andina. Historia y Análisis, La Paz, Bolivia, 1985, fotos 177 y 178.
  11. Juan DE MATIENZO, l.c., p. 49.

BIBLIOGRAFÍA

GASPARINI Gilbert, América, barroco y arquitectura, Ernesto Armitano, Caracas, 1972

GISBERT T. —MESA J. de, Arquitectura andina. Historia y Análisis, La Paz, Bolivia, 1985

GUTIERREZ R- MÁLAGA MEDINA A – ESTERAS C, El valle del Colca, Inst. Argentino de investigación en historia de la arquitectura y el urbanismo, Resistencia, 1986.

MATIENZO Juan de, Gobierno del Perú, Parla - Lima, 1967

MATTOS CÁRDENAS L, El barroco y el desarrollo urbano en Hispanoamérica, Roma, 1982, t. II,

ZAWISZA Leszek, Fundación de las ciudades hispanoamericanas, Universidad de Caracas, 1972


ANTONIO SAN CRISTÓBAL ©Revista APHE