URUGUAY; el Clero secular

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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En los inicios de la colonización, el Río de la Plata apenas contó con personal eclesiástico. Los sacerdotes del clero secular eran muy pocos y de edad avanzada. A pesar de eso, el papel de los párrocos fue destacado; actuaron como mediadores, educadores, boticarios, médicos de personas y animales e incluso como máxima autoridad, según los casos.

En la Banda Oriental, las primeras parroquias fueron fundadas en el siglo XVIII: Montevideo (1726), Las Piedras (1741), San Carlos (1763), Maldonado (1764), Las Víboras (1771), Santo Domingo de Soriano (1772), Guadalupe (1775). En 1805 se erigieron nuevos curatos en Paysandú, San José, Durazno, Minas, Porongos, Cerro Largo y Florida. A comienzos del siglo XIX, el clero constituía el sector social de mayor formación intelectual en la región. Los presbíteros recibían las novedades que llegaban de Europa y estaban al tanto del pensamiento revolucionario de la época. Por esta razón, en su mayoría se plegaron al movimiento revolucionario liderado por José Artigas.

Superadas las guerras de independencia, instalado el Vicariato Apostólico en 1832, se inició un período de duros esfuerzos por reorganizar las estructuras eclesiásticas en la república naciente. En relación con el clero se planteaban muchos y variados problemas: la necesidad de proveer vacantes en numerosas parroquias, la escasez de vocaciones y la necesidad de mejorar la formación del clero, la reactivación del culto y las complejas relaciones con el poder civil.

En 1859, el Padre José Ignacio Víctor Eyzaguirre publicó, en París, el libro Los intereses católicos en América. Eyzaguirre, sacerdote chileno de vigoroso perfil intelectual, había propuesto al Papa Pío IX la fundación del Colegio Pío Latinoamericano en Roma, destinado a la formación del clero del continente. Presentado el proyecto, hizo un largo viaje por América Latina y publicó sus memorias en la obra citada. El P. Eyzaguirre realizaba una pintura alarmante del Uruguay y de su clero: no había sacerdotes nativos, faltaba formación y acción de los sacerdotes, destacaba la presencia de curas europeos influidos por las revoluciones liberales de 1848 (Eyzaguirre, 105-106).

Precisamente en diciembre de 1859, Jacinto Vera fue nombrado cuarto vicario apostólico y se encontró a la cabeza de una Iglesia cuya situación no era precisamente alentadora. Para 235.000 habitantes, de los cuales un cuarto eran inmigrantes, la Iglesia contaba con 84 sacerdotes, 13 uruguayos y 71 extranjeros. Mons. Vera inició un trabajo heroico en procura de la formación de “sacerdotes de celo” y de la superación del estado espiritual del clero.

El envío de numerosos seminaristas a formarse, primero, en el Colegio de la Inmaculada de los padres jesuitas de Santa Fe y, más adelante, en el Colegio Pío Latinoamericano y en la Universidad Gregoriana, en Roma, comenzó a dar sus frutos en la década de 1870. Los Presbíteros Norberto Bentancourt, Mariano Soler, Ricardo Isasa, Pío Stella, Jacobo Haretche, Luis Nadal, entre otros, integraron las primera generación del clero nacional y fortalecieron la presencia eclesial en la sociedad uruguaya.

La fundación, a fines de 1879, del Seminario Conciliar, encomendado a los padres de la Compañía de Jesús, permitió la continuación de esta obra. En 1880 ingresaron los primeros doce seminaristas. Dicho seminario funcionaba simultáneamente como seminario mayor (7 años de estudios), seminario menor (5 años de estudios de humanidades y latín) y colegio. En 1919 el seminario menor se trasladó a Santa Lucía y quedó a cargo del clero secular. Los seminaristas mayores eran enviados a terminar sus estudios en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe o Europa. En 1933, a requerimiento de la Jerarquía, la Compañía de Jesús volvió a hacerse cargo de la formación del clero secular y se inauguró solemnemente el Seminario Mayor Interdiocesano y Menor Cristo Rey de Montevideo.

A comienzos de los años 60, el clero secular – que reunía unos 70 sacerdotes en la arquidiócesis de Montevideo – estaba consagrado especialmente a la atención de las parroquias, por lo que su formación teológica y pastoral quedaba limitada a la recibida en el Seminario. Un grupo de jóvenes presbíteros – que habían culminado su formación en Roma, París, Bruselas y Brujas, a instancias de Mons. Antonio María Barbieri, Mons. Alfredo Viola y Mons. Luis Baccino- manifestó vivo interés en realizar actividades de actualización, en relación con la renovación teológica que se vivía en Europa.

Estos sacerdotes fueron profesores en el Seminario, organizaron los primeros Oficios Catequísticos diocesanos y fueron asesores de los movimientos especializados de la Acción Católica. También los seminaristas participaron de este movimiento, trabajando en equipos de “teólogos” y “filósofos” y publicando la revista mensual Brújula.

Con este espíritu, el clero secular recibió al Concilio Vaticano II, que, en Uruguay, se vinculó estrechamente con la aplicación de la Pastoral de Conjunto, que potenciaría todas las dimensiones de la vida y misión de la Iglesia. En relación con el clero se produciría la reforma del Seminario, el cual en 1966 dejó de ser dirigido por los Padres Jesuitas, y se crearía el Instituto Teológico del Uruguay, en 1967. Suele destacarse la acción integrada de seculares y religiosos en esta etapa de renovación.

BIBLIOGRAFÍA

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ASTIGARRAGA, Luis, El clero de 1800 en la Banda Oriental, Montevideo, 1985;

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DI STEFANO, Roberto, Historia de la Iglesia argentina, 2ª ed., Buenos Aires, 2009;

EYZAGUIRRE, Los intereses católicos en América, Tomo I, París, 1859;

PONS, Lorenzo A., Biografía del Ilmo. y Revmo. Señor Don Jacinto Vera y Durán, primer Obispo de Montevideo. Montevideo, 1904;

RODRÍGUEZ, Lelis, Apuntes Biográficos del Clero Secular en el Uruguay, Montevideo, 2006.


SUSANA MONREAL