VALVERDE Fray Vicente De. Primer obispo del Perú

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Fue en 1529, con las Capitulaciones de Toledo, cuando Francisco Pizarro obtuvo para el clérigo Hernando de Luque, la presentación para el obispado de las nuevas provincias descubiertas o por descubrir del Sur, con sede en Túmbez, la primera población de la conquista. Su repentina muerte en marzo de 1534 frustró tal proyecto, por lo que será Vicente Valverde, desde 1537, el primer prelado del Perú, con residencia en Cuzco. Una nota de 14 de agosto de 1535 le comunica que la Reina Isabel, esposa de Carlos I-V, quiere verle “para entender en vuestro despacho y platicar con vos algunas cosas del servicio de Dios Nuestro Señor”.[1]

Con la bula «Illius fulciti praesidio» de Paulo III, el 8 de enero de 1537, el Cuzco fue erigida corno la primera diócesis del Perú y como sufragánea de la metropolitana de Sevilla, porque era la capital incaica y la primera ciudad considerada «cabecera de los Reinos del Pirú». Como su primer obispo fue confirmado el Padre Valverde, quien llegó a su sede en noviembre de 1538.

La diócesis del Cuzco

Los españoles oyeron en Panamá de la existencia de un valle principal y río caudaloso y grande, denominado Pirú o Birú, en el cual había unos palacios ricos, en donde los incas de ese Reino tenían grandísimas riquezas; a ese Reino, los españoles le llamaron Perú por ser tierra tan rica como lo era aquel valle que buscaban al Sur. El nombre propio del imperio inca fue «Tahuantinsuyo». El territorio de la nueva diócesis se extendía, por el norte, desde los confines de las diócesis de Cartagena y Santa Marta, de Nueva Granada, hasta Chile por el sur; y desde los Andes hasta el Tucumán y el Río de la Plata en el sentido oeste-este.

Por su parte, el Padre Valverde, se dirigió a la Corte recomendando la perpetuidad de las encomiendas “porque ésta parece ser principal raíz del buen tratamiento” así como la erección de la catedral de Jauja. Parece lógico que en Salamanca se encuentre nuevamente con su antiguo maestro, Fray Francisco Vitoria, y le informe detalladamente de los sucesos del Perú, base documental de sus estudios sobre el derecho internacional de España en América.

Conocemos el alto concepto que del nuevo obispo se tenía en la Corte por las cartas de presentación dirigidas al Papa, al Superior de los Padres Dominicos. Así, en carta al General de los Dominicos, Doña Isabel, emperatriz reina de las Españas, escribirá que

“el Emperador Rey mi Señor, informado de la buena doctrina, vida y ejemplo del Padre Fray Vicente de Valverde, de vuestra orden, y que ha residido en la provincia del Perú, que es en las nuestras Indias, desde que Su Majestad envió a conquistarla y poblarla y hecho mucho fruto en la doctrina y conversión de los naturales de aquella provincia, le ha nombrado por obispo de ella, al cual hemos encargado que con toda diligencia se apreste y pase a aquella provincia. Y soy informada que los naturales de ella son muchos en número y con buena voluntad reciben nuestra santa fe católica y religión de ellos, como más largo os informará el Padre Fray Vicente. Y, porque los religiosos que de esa santa religión han pasado a aquellas han hecho mucho fruto en la dicha conversión e instrucción, mucho os ruego y encargo proveáis cómo vayan a aquella provincia hasta diez religiosos de buena vida y ejemplo y celosos de la conversión de los naturales de aquellas partes a nuestra santa fe católica, que allende de hacer en ello lo que sois obligado, el Emperador y Rey mi señor y yo lo recibiremos de vos, padre, en mucho placer y servicio. De Madrid, a 30 de septiembre de 1535.”

El Licenciado Gaspar de Espinosa, hombre muy rico, en una misiva de 1533, había escrito de Valverde: “ha salido gran persona y de gran doctrina y provecho para la conversión de los indios y entiende en ello con gran celo de servir a Dios y a Vuestra Majestad y muy a las derechas. Su doctrina hace gran fruto en los indios de esta ciudad y gobernación y así dicen que hace muy mayor en la gente del Perú. Es persona que, a lo que hasta ahora ha parecido, es sin codicia de cosa temporal. Yo no he visto en verdad religioso a estas partes de que hayan estado más satisfechos ni que haya fecho más provecho en la doctrina y enseñamiento de la fe a los indios”[2].

En la Carta del Rey a Su Santidad califica a Valverde como “persona docta y benemérita y cual conviene para la instrucción de los indios naturales de aquella provincia... por sus letras, vida y ejemplo como por la experiencia que tiene de las calidades y condiciones de los indios”.

Una Real Cédula fechada en Madrid el 8 de diciembre de 1535 le indica que: “convendría para la instrucción de los naturales de ella (la provincia del Perú) que se edifiquen algunas (iglesias) en los pueblos de los cristianos y en las comarcas de los pueblos de indios, y que sean proveídas de ornamentos y otras cosas; y, pues veis cuanto de esto Dios nuestro Señor será servido, yo vos ruego y encargo que, luego como llegásedes a la dicha provincia, proveáis cómo se hagan en ella las iglesias que a vos y al nuestro gobernador de la dicha provincia pareciere así en los pueblos de cristianos como en los de los indios en las cuales se pongan los ornamentos y cosas que de acá se llevan para ellas”.

Y en una carta del 10 de octubre de 1535, la Reina le urge que vaya cuanto antes: “he holgado mucho de la voluntad que en ellas (las cartas) mostráis de ir a aquella provincia, por la necesidad que decís que habéis sabido que hay de vuestra ida allí para lo que toca a las iglesias espirituales, que es hecho como de persona celosa del servicio de Dios nuestro Señor y nuestro; y así os encargo mucho os aderecéis lo más pronto posible y os partáis y vayáis a aquellas provincias y siempre tengáis muy gran cuidado de la instrucción de los naturales de ella y de la conversión a nuestra santa fe católica y de avisamos de lo que convendrá proveerse para este efecto y para la población de aquellas tierras, que, además de servir en ello a Nuestro Señor, al Emperador, mi Señor y a mí serviréis mucho”.

En 1535, en respuesta a la suya de 25 de enero de 1535 sobre los desacuerdos entre Pizarro y Almagro, se observa que incluso en España Valverde se mantiene en contacto con sus amistades en el Perú procurando en todo momento la paz. Un año después, el 15 de febrero de 1536, se promulga una Real Cédula ordenando a Pizarro que dé al obispo Fray Vicente Valverde un indio lengua [interprete] de los tres que tiene, “porque el Obispo de esa dicha provincia tiene necesidad de una de estas lenguas para predicar e industriar a los naturales de esa tierra en las cosas de nuestra santa fe católica.”

El 19 de julio de 1536, la Emperatriz regente Isabel de Portugal, escribirá para el Padre Valverde una detallada instrucción general en la que -además de las específicas de cuidar de la salud espiritual y cristiana para un prelado- se le confía el cumplimiento de diversas tareas financieras y administrativas. Valverde había recibido una extensa «Instrucción», donde se le daban encargos que nada tenían que ver con su oficio pastoral y con sus respectivas cédulas. Muchas de ellas se referían al reparto que se había hecho en el Cuzco de oro en cantidad muy superior al de Cajamarca y con daño del fisco, cuyos derechos no se habían respetado.

Además, en esos momentos no había paz en el territorio peruano, y la situación era tan confusa debido a las discordias entre los conquistadores Pizarro y Almagro por el dominio del Cuzco, y poco o nada habían hecho por los indios. Carlos V había señalado a Francisco Pizarro la gobernación de Nueva Castilla, con Lima por capital, con 270 leguas de costa, desde el río Santiago, cerca de la línea ecuatorial, y a Diego de Almagro la gobernación de Nueva Toledo, con la ciudad del Cuzco por capital, a continuación de la de Pizarro. Sin embargo, la opinión general era que Cuzco quedaba dentro de la jurisdicción de Pizarro. El Consejo de Indias esperó encontrar en Valverde un brazo independiente que controlase el gobierno de Pizarro, además de convertirlo en una fuente de información alternativa.

De este modo, se le otorgan amplios poderes para facilitar las numerosas comisiones para las que se le destinó. Se pone de manifiesto en varias de cartas y Reales Cédulas el deseo del monarca de controlar de cerca al Gobernador Francisco Pizarro en los repartimientos de indios “porque como sabéis los indios son libres y como tales ha sido y es siempre mi voluntad que sean tratados y que solamente sirvan en aquellas cosas y de la manera que nos sirven en estos nuestros reinos nuestros vasallos”; le pide que vigile la tributación de los indios y que les tasen menos que “en tiempo de Atabaliba y de otros sus señores, porque conozcan la voluntad que tenemos de hacerles merced, en la ventaja que verán de lo uno a lo otro”; se ponga de acuerdo con el gobernador para construir la catedral y otras “iglesias para la instrucción y conversión de los indios, así en los pueblos de cristianos como en los de indios y trabajaréis que se hagan de ellas las que buenamente al presente se pudieren hacer”.

Hay un permanente interés en conocer la realidad. Así en el apartado nueve le pide informes sobre: “qué poblaciones de indios hay en la dicha tierra y qué manera tienen en su población y gobernación y policía y qué ritos y costumbres tienen y qué arte de casas y cómo tratan sus familias y de qué viven y de sus maneras de granjerías, y si son ricos y qué manera de haciendas tienen y de sus ritos, ceremonias y creencias, y de su capacidad y qué heredades son las que tienen y en qué partes y en qué cosas se han ocupado hasta aquí y se deben ocupar adelante para vivir en policía según su habilidad.”

Acerca del control político es interesante ver la prudencia y tino con que se aconseja en el artículo 14: “Si halláredes que en algunas cosas de las susodichas o en otras tocantes a la gobernación o en alguna de ellas ha habido o hay mal recaudo, avisaréis de las faltas que halláredes al nuestro Gobernador, aconsejándole lo que os parece que debe enmendar, y esto, con toda buena manera, sin que entre vos y él haya ninguna manera de diferencia, porque yo confío que, avisado él de lo que ha de hacer, lo cumplirá”.[3]

Para acometer la alta tarea a la que venía destinado se rodea de hombres de confianza, familiares y paisanos. El 8 de febrero de 1537 se registran en la Casa de Contratación de Sevilla 55 pasajeros en su compañía. Dos de ellos eran hermanos, Francisco de Valverde y María de Trillo. Además, el marido de ella, Pedro Orgóñez, así como los parientes Fernando de Vallejeda y Juan de Valverde.

Por fin, en la primavera de 1537 pudo zarpar la flota del obispo. Iban 8 dominicos (Gaspar de Carvajal,[4]Antonio de Castro, Alonso Daza, Toribio de Oropesa, Francisco de Plasencia, Jerónimo Ponce, Alonso de Sotomayor y Pedro de Ulloa). En La Española refuerzan el grupo don Fray Juan de Olías y Fray Francisco Toscano.

El 2 de abril de 1538, el propio Cabildo expone ciertas bulas del Papa por las que el emperador Carlos V presentó a Valverde como “obispo de esta provincia”, encargándole “provea las cosas espirituales y haga otras cosas que Su Majestad le manda”. Se habla también de la provisión de Su Señoría conminando a los cabildantes “para que reciban al Sr. Obispo Don Fray Vicente de Valverde”:

“este día presento ante su señoría e mercedes el señor obispo del Cuzco don Fray Vicente de Valverde ciertas bulas de Su Santidad de cómo el Emperador nuestro señor le presentó a Su Santidad para obispo de esta provincia y de cómo SS le confirmó para tal obispo, las cuales dichas bulas estaban en latín y entre ellas particularmente presentó una en que dijo que SS le manda a la ciudad e iglesia del Cuzco que le reciban con toda la provincia”. Así lo hacen, y el mismo día que presenta sus ejecutoriales, los regidores, presididos por Pizarro, le reconocen como obispo y disponen que Fray Gaspar de Carvajal traduzca la bula papal en la que se disponía la acogida del Prelado.

A pesar de estar convulsionado el Perú por las guerras civiles, con la batalla de las Salinas, en Cuzco, Valverde continúa su titánica labor. Permanece con el Gobernador largo tiempo, ocupándose en acomodar las instalaciones necesarias para aposentar al séquito. Valverde compró a Pizarro el 23 de mayo unas casas vecinas a la catedral por 900 pesos. Todavía tuvo que quedarse algo más y enviará al licenciado Antonio de la Gama, teniente gobernador, para que en su nombre expusiera al Cabildo de aquella ciudad las bulas papales y cédulas relativas a sus cargos y comisiones. Valverde aprovechó su primera estancia en Lima para aplicar las instrucciones de la Corte.

El 4 de junio firma con Hernando Caldera el nombramiento de escribano mayor de Nueva Castilla (Perú) en Jerónimo de Aliaga. Además, ejecutó las comisiones relativas de hacienda. El 7 de agosto dictó doce instrucciones para los funcionarios reales. El 20 de agosto dirige al Emperador una larga carta en que informa de su gestión. En concreto, debido al ajuste de cuentas con el tesorero Alonso Riquelme la corona debía más de 17.000 pesos de oro.

De Lima pasa a Ica y el 18 de noviembre de 1538 entra en el Cuzco, donde fue recibido por Pizarro y españoles presentes. Se presenta públicamente ante el Cabildo el 20 de diciembre y se centra en su sede. Una de sus misiones será recomendar a algunos soldados como Bartolomé Terrazas y Gonzalo Dolmos para que le otorguen adecuada remuneración o permiso para la entrada a una zona de Esmeraldas en el norte del Ecuador.

La larga carta de Valverde al Emperador Carlos V

El 20 de marzo de 1539 fray Vicente de Valverde escribió desde su sede una extensa carta-informe al emperador Carlos V en la que detalla la situación eclesiástica y civil de Perú a los siete años de los inicios de la conquista y evangelización. Bien se podría considerar como una de las primeras y más completas historias de la Iglesia en el Perú. En ella, se puede apreciar el verdadero carácter y su celo pastoral. En la introducción le indica que “en llegando procuré con toda diligencia que se me diese luego gente para proseguir mi camino para esta ciudad del Cuzco”. Así lo hace dirigiéndose a Pizarro “pues veía cuánto importaba mi venida para poner en paz toda esta tierra”. Constata los esfuerzos realizados cerca de Pizarro para evitar las desavenencias con Almagro “adelantado como a persona con quien había tenido tan larga hermandad”.

a. Cuzco, semidestruido

Al enterarse de que Hernando Pizarro sentenció al Adelantado y camino del Cuzco se compadece por la perdición de la tierra, “que habiéndola yo visto antes no puedo dejar de sentir gran pena, porque así por la nobleza de la gente natural de ella y la habilidad que para las cosas de nuestra santa fe tienen, como por la riqueza y grosedad de la tierra”. Entra al Cuzco el lunes 18 de noviembre de 1538:

“certifico a Vuestra Majestad que, si no me acordara del sitio de esta ciudad, yo no la conociera, a lo menos los edificios y pueblos de ella. Porque cuando el gobernador don Francisco Pizarro llegó aquí y entré yo con él, estaba este valle tan hermoso en edificios y población que en torno tenía, que era cosa de admirarse de ello, porque, aunque la ciudad en sí no tenía más de tres o cuatro mil casas, tenía en torno casi veinte mil. La fortaleza que estaba sobre la ciudad parecía desde aparte una gran fortaleza de las de España. Ahora —la mayor parte de la ciudad— está derribada y quemada. La fortaleza no tiene casi nada enhiesto. Todos los pueblos de alrededor no tienen sino las paredes, que por maravilla hay casa cubierta”.

b. Las siete iglesias establecidas

Tal era el número de iglesias ya establecidas: la catedral de Nuestra Señora del Rosario en el Cuzco, “harto buena cosa, aunque poco para la riqueza del Perú”. Segunda era la iglesia de la Ciudad de los Reyes o Lima. Además, Trujillo, San Miguel de Piura, Puerto Viejo, Santiago de Guayaquil y San Juan de la Frontera o Huamanga. En la región de Quito se añadían a esta capital Popayán y Cali. “He proveído quien tenga cargo de aquellas iglesias y enseñe los naturales y así mismo en todas estas otras iglesias escogiendo los mejores sacerdotes de mejor vida y doctrina para que las cosas del culto divino y conversión de los indios se traten como conviene y como vuestra Majestad manda”.

Cuatro clérigos servían en el Cuzco de dignidades o canonjías. Sobresalía entre ellos por sus buenas letras y vida el bachiller Luis Morales, deán de la catedral. Pero el corresponsal critica a los clérigos por interesados. Pondera reiteradamente la aptitud de los indios para aceptar y asimilar la fe “como los labradores de España” y se promete abundancia de conversiones cuando se pacifique la tierra, no bien asentada hasta ahora. Cuanto a religiosos misioneros insinúa la conveniencia de dar la exclusiva a los Dominicos y Franciscanos por observantes y, sin identificarlos, censura a otros por dedicarse a granjerías, multiplicación de sus casas y vida disipada.

c. Diezmos reivindicados

Se las promete muy felices en su recaudación a causa de la riqueza de la tierra y reivindica una y otra vez la justicia y conveniencia de exigir los diezmos. Reseña con satisfacción la recaudación de 1538 en el Cuzco -más de 2,000 pesos-, Lima, Trujillo, San Miguel y Puerto Viejo.

d. Apoyo a la jurisdicción eclesiástica

Como prolongación del Patronato real en favor de la Iglesia, pide que gobernadores, tenientes y alcaldes observen la inmunidad de los clérigos que hayan incurrido en delitos y los entreguen al juez eclesiástico. Pide que se den indios para limpieza, ornato y reparación de las iglesias y principalmente para la iglesia catedral. Más aún, solicita que los alguaciles de los obispos puedan portar vara “para ejecutar la jurisdicción episcopal”.

e. Protectoría de los Indios

Se toma muy a la letra el título de procurador y protector de indios dado por Carlos V: “cosa tan importante para el servicio de Dios y de vuestra majestad, defender esta gente de la boca de tantos lobos como hay contra ellos, que creo que si no hubiese quien particularmente los defendiese, se despoblaría la tierra y ya que no fuese así, no servirían ni tendrían sosiego los indios de ella. Hanse alegrado y holgado mucho y tomado mucho ánimo para estar sosegados y servir a Vuestra Majestad y a los que acá tiene, en saber que VM envía particularmente acá quien los ampare y defienda, y yo les he platicado muchas veces diciendo cómo Vuestra Majestad los quiere como a hijos y los llama hijos, y que no quiere que se les haga agravio ninguno y que juntamente con esto quiere mucho a los cristianos que están en estas tierras; y quiere que los sirvan y mantengan y den de lo que tuvieren. Y todos estos indios, cuando se juntan no hablan de otra cosa y dicen que VM es muy bueno, que esta es su manera de alabar a una persona y que lo quieren servir por el cuidado que tiene de ellos”.

Al ejercicio de esta protectoría y a la gran codicia de los españoles atribuye el obispo “la muy gran contradicción con ellos y así por hacer lo que debo en este oficio y lo que debo a mi oficio pastoral, creo que se enviará a quejar a vuestra Majestad de mí”. Valverde recuerda al emperador que tiene obligación de alimentar a algunos hijos e hijas de Atabalipa [Atahualpa] e hijos e hijas y nietos de Huayna Cápac, “que fue el señor de esta tierra, porque andan perdidos, que es lástima de verlos”.

f. Reivindicación de su libertad

Pero lo que sobre todo llena, en extensión y en calor humano y cristiano, la mente y el corazón de fray Vicente a lo largo de cinco folios, es la obligación de reivindicar la libertad y demás derechos de los Indios. Con singular energía defiende el cumplimiento de esta orden del emperador. Estima que el indio extravagante y libre, si se le obliga por cédula a servir a un español, queda en peor condición que el esclavo, que puede ser comprado por otro amo.

Pero tenientes y justicias se los han quitado de las manos al obispo, “que es la mayor lástima del mundo ver lo que acá pasa en esto”. En sus propias palabras: “Yo he querido como protector, amparar los indios en su libertad, viniéndome a pedir socorro, y, viendo que así conviene para la real conciencia de VM y hánmelos sacado de entre las manos los tenientes y justicias, encomendándolos por cédulas... quitándoles su liberad... con ofensa de Dios y de VM que es la mayor lástima del mundo ver lo que acá pasa en esto”.

La misma dificultad ha encontrado para devolver a sus tierras a indios de Nicaragua y de México deseosos de repatriarse. Y, al contrario, para recuperar indios peruanos llevados a Tierra Firme. Más adelante, a la mitad del escrito, vuelve a insistir en la defensa de la libertad de los indios para escoger amo a su gusto. Hace pocos días que un alcalde del Cuzco encadenó a una india porque no quiso servir a su amo; pero el obispo Valverde la libertó y castigó en cambio al alcalde. Igualmente protegió a indios despojados de sus tierras por otros indios.

g. Codicia de los españoles y defensa de los indios

Habiendo acudido los indios a pedirle socorro “hánmelos sacado de entre las manos los tenientes y justicias”, encomendándolos por cédula. La misma dificultad ha experimentado cuando ha querido liberar a indios foráneos. Fray Vicente de Valverde dice que “yo, doliéndome de lo que pasa, remedio mucho de esto”. También se ofenden los españoles porque el obispo visita los navíos para impedir que se lleven indios de esta tierra a otra.

Por lo cual pide al emperador tener alguacil y cárcel para cumplir con eficacia su protectoría. Y pide que prohíba una vez más reducir a los indios a esclavitud, que se los utilice como cargadores y que se los traslade de su «hábitat» de la Sierra a otro clima, así como echarlos a las minas y privarlos en cualquier forma a su libertad.

El obispo no ceja en su defensa de los indios. “Yo sé que es tanto la codicia de los españoles de estas tierras, que han de querer persuadir o vuestra Majestad que haga esclavos”. Y de manera contradictoria insinúa su sustitución por esclavos negro-africanos, llegando a este extremo: “Y si alguno tuviere tanta codicia que esto no le satisfaciera, compre Negros que eche a las minas”. La defensa de los indios es apasionada y fray Vicente de Valverde prefiere ver a los Indios alanceados que verlos esclavos:

“VM crea que es menos daño para la tierra alanceallos, si estuvieren de guerra que no hacerlos esclavos; que por ser más repugnante a la inclinación natural el matar que el hacer esclavos se matarán menos y haciéndose esclavos, […]de morir muerte civil con el apetito de servirse de ellos o de venderlos, se harían muchos más sin comparación y si se diese licencia que todos los indios de tal cacique tuviese diez mil indios parecerían después herrados más de cincuenta mil y todos dirían que eran de aquel cacique”.

h. Celo apostólico y medidas en defensa de los indios

Aunque impedido muchas veces, el obispo Valverde visitaba en el Cuzco las casas, ranchos y «bohíos», caballerizas y cocinas para comprobar si adoctrinaban a los indios cada noche y si atendían a los enfermos. Pide expresamente el obispo que se le constituya ejecutor de las ordenanzas reales para poder castigar a los que maltratan a los indios.

Observa además que para que las leyes obliguen a los indios -como a cualquier persona- deben éstos conocerlas previamente, a lo menos las más comunes. Y solicita por supuesto que se supriman algunas leyes injustas y crueles de los «caciques». Fray Vicente de Valverde se muestra siempre celoso del “buen tratamiento de estos pobres y miserables indios”.

i. Elogio de los indios

Afirma reiteradamente que la gente de esta provincia es “muy hábil para recibir la doctrina del santo Evangelio; son como labradores de esas partes; y vuestra Majestad crea, con ayuda de nuestro Señor y como esté sosegada la tierra, habrá gran aumento en su Iglesia; y es menester que vuestra Majestad mande aviso al gobernador que muestre mucho calor en lo que toca a la instrucción de los indios y edificación de iglesias y hospitales, porque yo siempre acudiré sobre esto”.

Pide al emperador más religiosos misioneros porque esta gente natural “toma muy bien la doctrina del santo Evangelio. Especialmente vengan al Cuzco Dominicos para poblar una casa que está en esta ciudad y que los indios tenían por casa y templo del sol, que es una cosa muy señalada”.[5]

j. Lamentaciones y esperanza

Explica Valverde la perdición de la tierra por el alzamiento de Manco Inca, que ya declina, y por la discordia entre los cristianos con escándalo de los indios. Confía en que Manco Inca, a quien escribió algunas cartas y que ya es seguido escasamente, quizás acudirá al obispo si opta por la paz, aunque le disgusta al Inca que el prelado cristiano hubiese saludado al gobernador en su reingreso al Cuzco.

Deplora la inestabilidad de la situación general a causa de la indecisión de los indios, de sus capitanes y dirigentes religiosos […] y sólo los Indios de la Costa están sosegados. La fuerza de los indios está en la Sierra, lo que ha llevado a la fundación española de San Juan de la Frontera o Huamanga. Pide que el emperador envíe visitador a lo menos cada dos años. No deja de criticar la elección de situ para las ciudades del Cuzco y de Lima; es bien sabido que Valverde hubiese preferido Jauja[6]por capital definitiva del Perú.

Recomienda a Pizarro por sus “grandes servicios” y por haber “gastado toda su vida en vuestro servicio y que él ha sido el que ha descubierto todas estas tierras y que está ahora al cabo de sus días”; justifica la muerte de Almagro y tiene “por cierto que le pesó su muerte como de la muerte de un hermano”.

k. Petición y apología propia=

Al final de su informe fray Vicente de Valverde se muestra quejoso por los gastos propios y deudas contraídas, el trabajo en la fundación de las iglesias, reformación de costumbres y contradicciones por todas partes.

Dice necesitar el favor de “vuestra Majestad, para el cual lo tiene puesto Dios como patrón de su Iglesia, que verdaderamente esta obra de los obispos de acá es buena obra y yo procuro de desearla, como dice el Apóstol, y así lo tengo por verdadero obispado y VM puede creer que, después que entré en esta tierra yo he tenido tantos trabajos y tengo y tanta contradicción en servir a Dios y a VM que, si no fuera porque VM me tuviera por pusilánime y por nombre que no era para poner el pecho a esas cosas y otras mayores ya me hubiere vuelto a VM; mas yo sufriré todo el trabajo confiando en la ayuda de Nuestro Señor y esperando el favor de VM”.

Todavía añade fray Vicente de Valverde una última justificación por si es necesaria: “Allá dirán a vuestra Majestad por ventura que yo estoy mal con el gobernador. Yo le tengo en lo que una persona que representa la persona de vuestra Majestad se debe tener y con esto le digo muchas veces con flema lo que conviene al servicio de Dios y de vuestra Majestad y que guarde y haga lo que vuestra Majestad le manda. Y cuando veo que esto no aprovecha, se lo digo algunas veces con cólera y a esta causa podrían decir con verdad que él está mal conmigo, pero no yo con él; y los que otra cosa dijeren a vuestra Majestad será de los que acá dicen que el obispo se ha de conformar con el gobernador en cualquiera cosa por desordenada que sea y el gobernador con el obispo en lo mismo”.

Protector de naturales

Tal misión forma parte del núcleo del objetivo prioritario de la acción española en Indias. La Corona legisla con precisión y le dedica el título X, del libro VI de la «Recopilación» de las leyes de Indias a la tutela y protección de los indios, a quienes se consideraba menores de edad con necesidad de un tutor protector. El Estado era bien consciente de que no bastaban las leyes de los reyes, el Consejo de Indias, las autoridades indianas; había que dar vida a las instituciones y a ello se encaminó el nombramiento del “procurador y protector universal de los indios”,[7]al que hoy llamaríamos «defensor del pueblo».

Tal función le correspondía indirectamente o por razón del cargo al Consejo de Indias, los Virreyes, las Audiencias, los obispos, clérigos y religiosos. Pero, además, había protectores directos, designados «ad hoc» por las mismas autoridades. Tal fue el nombramiento dado a Valverde el 14 de julio de 1536 por el emperador Carlos V:[8]


“A Vos el venerable padre Fray Vicente de Valverde, electo obispo de la provincia del Perú. Salud y gracia. Sabed que Nos somos informados que a causa del mal tratamiento que se han hecho y mucho trabajo que se han dado a los indios naturales de las nuestras Indias, islas y Tierra Firme del Mar Océano que hasta aquí se han descubierto, no mirando las personas que las tengan o tienen a cargo y encomienda el servicio de Dios en lo que eran obligados ni guardando las ordenanzas y leyes por los Reyes Católicos y por Nos hechas en el buen tratamiento y conversión de los dichos indios, han venido en tanta disminución que casi las dichas islas y tierras están despobladas de que Dios Nuestro señor ha sido deservido y se ha seguido otros muchos daños, males e inconvenientes y porque esto no se haga ni acaezca en esta dicha- provincia del Perú y los indios de ella se conserven y vengan en conocimiento de nuestra santa fe católica que es nuestro principal deseo, por ende confiando de vuestra persona, fidelidad y conciencia y que con toda rectitud y buen celo, entenderéis en ello es nuestra merced y voluntad que cuanto nuestra merced y voluntad fuere seáis protector y defensor de los indios de la dicha provincia.

Por ende, Nos vos mandamos que vayáis a la dicha provincia del Perú y tengáis mucho cuidado de mirar y visitar los dichos indios y hacer que sean bien tratados e industriados y enseñados en las cosas de nuestra santa fe católica por las personas que los tuvieren a cargo y veáis las leyes y ordenanzas e instrucciones y provisiones por los Católicos Reyes nuestros señores padres y abuelos y por Nos dadas cerca de su buen tratamiento y conversión con tanto que cerca del uso y ejercicio del dicho cargo guardéis la orden siguiente:

Que pueda enviar un visitador aprobado por el gobernador y pueda hacer pesquisas e informaciones sobre malos tratos. Que de ellos debe informar al Gobernador. Que puede poner multa de hasta 50 pesos de oro y hasta 10 días de cárcel. Que pueden ir a todos los lugares donde hubiese justicias para informarse y dar cuenta al Gobernador, pero sin entrometerse en las causas criminales.”

Queda claro que su misión no era sólo el profético de denunciar; le toca anunciar, promover, construir. Desde Fuensalida, el siete de octubre 1541, le envían una Real Cédula para que haya hospitales en los pueblos de cristianos: “proveáis cómo haya hospitales en los pueblos de cristianos que hubiere poblados donde se curen los pobres enfermos que hubiere y daréis orden que los sanos ganen de comer y no anden hechos vagamundos”.

Como protector, tuvo que velar por la administración de justicia. Conocemos algunas sentencias dadas por el prelado con el fin de dar libertad a dos indias, injustamente privadas de ella por sus amos. En otra ocasión, debe amparar una Real Cedula sobre cierta ordenanza que el Gobernador hizo para que los españoles volviesen los indios a sus pueblos el 20 de noviembre de 1536.

Conocemos dos sentencias que nos revelan su lucha por la defensa de los más desfavorecidos. Una, la del 2 de enero de 1539: “sentencia de cinco días de cárcel y 30 castellanos de multa que el obispo del Cuzco, como protector de indios, dio contra Francisco García [sic] por haber retenido en su poder y contra su voluntad una india libre...” por lo que se condena al culpable a cinco días de cárcel y a 30 castellanos de oro. Concluye el escrito con un alegato a favor de la libertad:

“Por cuanto la dicha india es libre Su Majestad en muchas de sus provisiones manda e quiere que a los indios libres les sea guardada su libertad, mandamos que la dicha india Pospocolla haga de su persona lo que quisiere y esté con quien ella quisiere, e mandamos al dicho Francisco González [sic: cambia de apellido] e a otra cualquier persona que no la ocupen ni embaracen, sino que libremente la dejen, para que, como persona libre esté con quien quisiere”

En la citada carta de 1539 vimos su propuesta de que, ni los indios libres ni los «yanaconas»[9]se diesen en encomienda, sino que viviesen en libertad para servir a quien quisiesen. Sin embargo, los pobladores sin «curaca» podrían estar encomendados. De igual modo, encarece a la Corona cuidar de que los naturales no sean esclavizados ni puestos a trabajar en las minas ni compelidos a servir como cargadores ni a salir de sus tierras de origen. Recomendaba también no se otorguen indios a los españoles considerados viciosos, y que con el dinero obtenido de los juegos se financien obras benéficas.


NOTAS

  1. BERTRAM T., Los Libros de Cabildos de Lima (1534-1539) I, Lima 1935, p. 26.
  2. Carta del lic. G. de Espinosa al Emperador Carlos V. Panamá 10 de octubre de 1533. Cit. Hampe, p. 117.
  3. Ibídem.
  4. MEDINA, José Toribio, Relación del nuevo descubrimiento del famoso río grande que descubrió por muy grande ventura el capitán Francisco de Orellana, tomada de la Biblioteca Amazonas (Quito-Ecuador, 1942, Volumen I). Se incluye la Relación de fray Gaspar de Carvajal.
  5. Se refiere al Templo principal de todo el Qorikancha; ocupaba más de la mitad del ancho de la actual Iglesia de Santo Domingo, levantada sobre él. Según la concepción inca, el Qorikancha era el centro religioso, geográfico y político del Cusco. El templo del Qorikancha, era el lugar donde se rendía culto al máximo dios inca el "Inti" (sol). "Qori" significa oro trabajado, su forma castellanizada es cori. "Kancha" significa lugar cercado, limitado por muros. De aquí que el nombre corresponde aproximadamente "lugar cercado que contiene oro". Cuenta Garcilaso que dentro de este templo se encontraban los cuerpos embalsamados de los “hijos del Sol”, los Incas, puestos por antigüedad en sillas y sobre tablas de oro; las paredes estaban cubiertas con planchas de oro, existiendo un disco representando la figura del Sol de una plancha de oro más gruesa que las otras planchas que cubrían el templo. Por el extremo occidental corresponde al actual tambor de la iglesia dominicana con vista a la Av. Sol; su extremo riental llegaba hasta el actual atrio de esta iglesia.
  6. Jauja (en quechua: Shawsha) en el valle del Mantaro. Fue una de las primeras ciudades fundadas por los conquistadores. Fue la capital de la región conquistada hasta 1535, cuando se fundó Lima. ¡La expresión española “¡esto es Jauja!” nace precisamente al ver la riqueza de “paraíso natural” y riqueza de aquel valle.
  7. MORALES PADRÓN, Francisco, Teoría y leyes de la conquista, Ediciones Cultura Hispánica del Centro Iberoamericano de Cooperación, Madrid, 1979, 381-392.
  8. BERTRAM T. LEE, Libros de Cabildos de Lima, (1534-1539), I, Lima 1935, p. 194.
  9. Yanacona (del quechua yanakuna) significa esclavos de la nobleza (-kuna es la marca del plural, en quechua, equivalente al -s plural del castellano). Los quechuas usaban este término para referirse a los “auxiliares” o “siervos” al igual que los yana fue un término empleado también bajo la dominación española en tal sentido y especialmente usado para denominar a los porteadores de los ejércitos del Tahuantinsuyo. Los yanaconas fueron también artesanos al servicio del Inca, y también empleados del Incario como kurakas (sabedores), khipukamayuq (elaboradores de las estadísticas del Inca), yachaq (sabios), yachachiq (maestros). Los españoles comenzaron a usar la denominación para referirse a los pueblos indígenas en régimen de encomienda (en su mayor parte regentadas por caciques incas) o integrados en las formaciones militares como "indios auxiliares".


JOSÉ ANTONIO BENITO RODRÍGUEZ

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