CRISTIADA. El recurso de las armas

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Introducción

Anacleto González Flores y otros líderes católicos buscaron por todos los medios evitar que se llegara al empleo de las armas; sin embargo no fue así y tras reflexiones y análisis profundamente meditados, la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa llegó a la conclusión que, una vez agotados los medios pacíficos, no quedaba más recurso que el uso de la fuerza… y lanzó el grito de revuelta armada.

Cuando lo hizo, ya varios grupos de cristeros se habían adelantado a esa decisión obligados por las circunstancias y estaban refugiados en las montañas con las pocas armas que pudieron conseguir; entre ellos estuvieron el grupo de Pedro Quintanar en Zacatecas, y el de Luis Navarro Origel en Guanajuato. Por ello Jean Meyer comenta que “la guerra constituyó una divina sorpresa para la Liga (…) fue una sorpresa para el Estado que consideraba la religión como cosa de mujeres (…) La guerra fue también una sorpresa para la Iglesia.”[1]

Los hechos que empujaron al recurso de las armas

Era un ambiente de mucha tensión porque los que estaban con el gobierno capturaban sacerdotes, cerraban templos, quemaban imágenes; muchos se levantaban en armas porque querían defender su fe. El ambiente sociopolítico era de persecución a la Iglesia: metían animales a los templos, expulsaban a los sacerdotes, cerraban los colegios religiosos (…).”[2]

Un cristero de nombre Luis Gutiérrez dijo en esos momentos: “El gobierno todo nos quita, nuestro maicito, nuestras posturas (alimento para el ganado), nuestros animalitos, y como si le pareciera poco quiere que vivamos como animales sin religión y sin Dios; pero esto último no lo verán sus ojos, porque cada vez que se ofrezca, hemos de gritar de a de veras ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la Unión Popular! ¡Muera el mal gobierno!.”[3]

Al aprobar la « Ley Calles», los diputados señalaron el 1° de agosto de 1925 como el día en que entraría en vigor; sin embargo desde días antes se habían producido varios hechos violentos contra el pueblo católico, como lo fue el artero asesinato en la ciudad de Puebla de un anciano comerciante: don José García Farfán, cometido el 27 de julio por el General Juan Anaya, comandante militar de la plaza, por haberse negado don José a retirar de la vitrina de su humilde comercio, una cartulina que decía ¡Viva Cristo Rey! Y ya entrada en vigor esa inicua «Ley», el 3 de agosto las tropas del General Ferreira dispararon sus armas contra los fieles que se encontraban en el Santuario de Guadalupe de la ciudad de Guadalajara, produciéndose una refriega sangrienta.[4]El 14 de agosto, en Chalchihuites, Zacatecas, fueron cobardemente asesinados el párroco Luis Bátis y tres de sus feligreses por una columna militar al mando del teniente Blas Maldonado.[5]

La Liga acepta el recurso armado

La teología y la moral católica sostiene que primero se debe agotar los «medios pacíficos» y después, “La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la sociedad.”[6]“Si para defenderse se ejerce una violencia mayor a la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción será lícita.”.[7]

En virtud de su evidente liderazgo social, la Liga se había convertido en responsable del bien común del pueblo católico mexicano, que constituía el 90% de la población nacional. Y la Liga agotó los medios pacíficos a su alcance, a saber: primero recurrió a la defensa legal mediante un «memorándum» firmado por dos millones de personas que solicitaban a los diputados del Congreso no aprobaran la « Ley Calles». Después organizó un «boicot» económico seguido por casi toda la población del centro del país.

Impartió decenas de conferencias para explicar ampliamente la iniquidad de las «leyes» persecutorias, y usó varios medios de propaganda, incluyendo un original espectáculo con mil «globos de Cantoya», para alertar a la población sobre la noche que se le venía encima. Todo ello fue inútil; el fanatismo jacobino de los revolucionarios les impedía rectificar; las atrocidades violentas se hicieron presentes por todas partes. Por ello la Liga finalmente decidió iniciar un movimiento armado.

Heriberto Navarrete, testigo de los hechos, en su libro «Por Dios y por la Patria»,[8]menciona: “Estuve en la casa donde vivía escondido el licenciado González Flores el cual dictó estas instrucciones: La Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa ordena a sus delegados organicen un movimiento armado para derrocar al gobierno.”[9]Así iniciará este movimiento en el cual muchos fieles cristianos eligieron el camino del martirio y se levantarían en defensa de sus libertades, especialmente la más querida, su religión.

Etapas del Movimiento armado (la guerra de los Cristeros)

La resistencia por medio de la fuerza tendrá un desarrollo gradual, diferente en cada uno de los tres años en que tuvo lugar (1926-1929). Enrique Mendoza Delgado en su obra «La guerra de los Cristeros»[10]divide en cuatro etapas este movimiento. Tomamos esta divión como método pedagógico adecuado para explicar y comprender mejor la resistencia armada de un conflicto provocado por el jacobinismo del grupo político que detentaba el poder de la nación mexicana. Hacemos, sin embargo, ligeras modificaciones al contexto de esas cuatro etapas.

La primera etapa la refiere Mendoza Delgado a los levantamientos iniciales, y la sitúa entre el 1° de enero de 1927 hasta el 27 de junio del mismo año. Podríamos precisar la fecha de inicio de esta primera etapa señalando que los primeros levantamientos armados surgieron desde agosto de 1926, sin orden ni concierto y sin planeación alguna. Los levantamientos se efectúan por partidas dispersas que van desde los 15 hasta los 1500 hombres. Estos levantamientos sorprenden al ejército federal y alcanzan éxitos en los Estados de Morelos, Guerrero, México, San Luis Potosí, Jalisco, Zacatecas, Michoacán, México. Son pocas las armas que utilizan debido a los escasos recursos que tienen; por ejemplo, en el norte de Jalisco tienen un rifle por cada quince cristeros. Esta primera etapa termina cuando la Liga consigue en junio de 1927 los servicios del Gral. Enrique Gorostieta, militar de carrera que dará orden, disciplina y planeación, a los grupos levantados en armas para formar con ellos la «Guardia Nacional Cristera», designando a cada unidad zonas de operación.

La segunda etapa irá desde ese momento hasta julio de 1928 cuando Álvaro Obregón fue asesinado en el Restaurante «La Bombilla» en las orillas de la ciudad de México, donde los militares de su grupo le ofrecían un banquete para celebrar su reelección como Presidente de la República. Fue José León Toral, un miembro de la Liga, quien se acercó a Obregón para mostrarle un retrato que le había hecho minutos antes, y mientras se lo enseñaba le disparó varias veces con un revólver que llevaba oculto entre sus ropas. La «muerte del caudillo» obligó a Calles a negociar con los militares, asegurándoles que no pondría a ningún «callista» (Morones, Pérez H, etc.) como Presidente Provisional, a cambio de que ningún general quisiera tomar la Presidencia por medio de las armas.[11]Acordaron entonces nombrar a un personaje «neutro» a ambos grupos: el Lic. Emilio Portes Gil, figura destacada de la masonería en el Estado de Tamaulipas. Con la designación de Portes Gíl daba inicio el « maximato» pues Calles se hizo nombrar «jefe máximo» quedando por encima de quien ocupara la Presidencia. Calles concluyó su periodo presidencial en diciembre de 1928.

La tercera etapa la situamos desde la muerte de Obregón en julio de 1928, cuando la Guardia Cristera cuenta ya con 50 mil hombres, incursiona en los barrios periféricos de Guadalajara, controla algunas poblaciones del interior y llega a enfrentar con éxito a los soldados federales en más de 135 combates en la región de los Altos de Jalisco, hasta diciembre del mismo año cuando Calles concluye su Presidencia y Emilio Portes Gil toma posesión como Presidente «provisional».

La cuarta y última etapa será desde los inicios del « maximato» (el binomio Calles «jefe máximo» Portes Gil, primero de los «Presidentes peleles»), hasta la «firma» de los « arreglos de 1929» en junio de ese año. En ese periodo destacarán, además de la «rebelión escobarista»; la creación del Partido «oficial», el Nacional Revolucionario (PNR); el movimiento por la autonomía universitaria; y la campaña presidencial del Lic. José Vasconcelos. Tal es el contexto que obligó a Portes Gil-Calles a buscar poner fin a la Guerra de los Cristeros.


NOTAS

  1. Jean Meyer, La Cristiada, Ed. Siglo XXI, México, 1989. Vol. I, p. 9
  2. Fidel González Fernández, Sangre y corazón de un pueblo. Guadalajara, 2008. Vol. I, p.501.
  3. Ibídem, p. 512
  4. Cfr. Jean Meyer, op cit, pp. 105-106
  5. Cfr. Juan Louvier. Con Letras de Sangre; el testimonio de los Mártires Mexicanos. Ed. UPAEP, Puebla, ISBN 968-6683-31-3, p. 73
  6. C.I.C. 2265
  7. S. Tomás de Aquino, s.,th. 2-2, 64,7
  8. Heriberto Navarrete. «Por Dios y por la patria»: memorias de mi participación en la defensa de la libertad de conciencia y culto, durante la persecución religiosa en México de 1926 a 1929. Editorial JUS, 1964
  9. El Lic. Anacleto González Flores era un líder regional cuya influencia se limitaba al estado de Jalisco. Había fundado una organización reservada que se llamaba «Unión Popular», y una vez iniciada la persecución religiosa aceptó unirse a la Liga pues esta tenía un alcance nacional.
  10. Enrique Mendoza Delgado, La guerra de los Cristeros, Ed. IMDOSOC, México, 2005, pp. 39-47
  11. El General Gonzalo Escobar, uno de los de mayor influencia entre los militares no aceptó tal «pacto» y se levantó en armas el 3 de marzo de 1929, siendo apoyado por la mitad del ejército. La «rebelión escobarista» tuvo varios éxitos iniciales en el norte (Torreón, Ciudad Juárez, etc) y costó cerca de 5000 víctimas, pero tras varias semanas fue aplastada con la ayuda de los Estados Unidos que enviaron al gobierno de Calles-Portes Gil, aviones, aviadores y armas.

BIBLIOGRAFÍA

González Fernández Fidel, Sangre y corazón de un pueblo. Guadalajara, 2008. Vol. I,

Louvier Juan. Con Letras de Sangre; el testimonio de los Mártires Mexicanos. Ed. UPAEP, Puebla

Mendoza Delgado Enrique, La guerra de los Cristeros, Ed. IMDOSOC, México, 2005

Meyer Jean, La Cristiada, Ed. Siglo XXI, México, 1989. Vol. I

Navarrete Heriberto. «Por Dios y por la patria»: memorias de mi participación en la defensa de la libertad de conciencia y culto, durante la persecución religiosa en México de 1926 a 1929. Editorial JUS, 1964


DHIAL. Con información de la Tesi Di Licenza de AGUSTÍN TROCHE. Pontificia Universidad Gregoriana, Roma 2012