Diferencia entre revisiones de «PÁTZCUARO; Arte Virreinal»
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Revisión del 13:53 11 jun 2015
El Arte que en la época virreinal floreció en Pátzcuaro hace honor al nombre tarasco de la población: “puerta del cielo”. Desde que el oidor de la Segunda Audiencia, don Vasco de Quiroga llegó a Michoacán en 1533, estableció las condiciones necesarias para que el pueblo tarasco elevara su nivel de convivencia, justicia, economía, educación y cultura, y por ende también su gran sensibilidad artística.
Cuando en 1537 Vasco de Quiroga fue nombrado obispo de Michoacán, trasladó la sede episcopal a Pátzcuaro; con ello dio inicio su singular arquitectura con la construcción de casas, templos y edificios que albergaron las distintas actividades de una población en crecimiento. “Desde el punto de vista arquitectónico, la ciudad expresa la tipicidad michoacana por excelencia debido a su carácter serrano, de calles que suben y bajan enmarcando los muros encalados, entre la rugosidad de los empedrados y los aleros que asaetan el espacio, bajo los surcos de la roja tierra cocida en los tejados.”[1]
Con las técnicas de construcción aportadas por los españoles, la sensibilidad artística de los indígenas y los materiales de construcción propios de la región, la arquitectura de Pátzcuaro pronto manifestó su singular belleza, a la vez sencilla y elegante. “La nota regional y más característica de la arquitectura de Pátzcuaro estriba en su conciencia del paisaje circundante, pues no se olvida en ningún momento que la ciudad es de serranía húmeda y boscosa. Se emplean así los materiales más apropiados y a la mano; la tierra misma se verticaliza como adobe en los muros y se recuesta en el barro cocido de las tejas, entramada con la abundancia de madera, hace el material constructivo básico para los edificios, encargándole al cincel que aplique la cantera compacta y de bellos tonos naranja, que dé distinción y estilo a los elementos de mayor bizarría constructiva como son portadas, torres, arquerías, fuentes, remates y detalles ornamentales.”[2]
El primer y más importante templo de Pátzcuaro es la Basílica de Nuestra Señora de la Salud, proyectado en tiempos de Vasco de Quiroga como sede catedralicia, y donde hoy reposan sus restos mortales. “Se empezó a construir hacia 1545… se planteó en forma insólita como una gran iglesia de cinco naves convergentes a un altar central… nunca llegó a concluirse y sólo en parte se realizó… pervive su recuerdo e el escudo de armas de la ciudad otorgado por Carlos V en 1553.”[3]La imagen de Nuestra Señora de la Salud que se venera en este templo fue modelada en pasta de caña de maíz y miel de orquídeas; esta técnica para fabricar imágenes fue muy usada en el siglo XVI.
Otro templo emblemático de Pátzcuaro es El Sagrario. Construido en el siglo XVII y ampliado en el XVIII, se caracteriza por su amplio atrio circundado por una barda alta rematada por una sobria y esbelta arquería.
La Iglesia de la Compañía de Pátzcuaro es bastante representativa de la historia de la ciudad: el edificio, construido también en tiempos de Vasco de Quiroga, fue el que en un inicio albergó la Sede Episcopal. Al arribo de los Jesuitas a la Nueva España en 1572, el Obispo Vasco de Quiroga les solicitó que en Pátzcuaro erigieran uno de sus célebres Colegios, a lo cual accedió el Superior de la Compañía en México, padre Pedro Sánchez S.J. Entonces Vasco de Quiroga cedió a los jesuitas el Templo catedralicio y los jesuitas -excelentes constructores- reedificaron el edificio. El Colegio fue construido en un solar cercano a la Iglesia.
Otro edificio emblemático de Pátzcuaro es la llamada “Casa de los once patios”. Esta casa, construida hacia el año de 1743, fue el Convento de las Monjas Dominicas de Santa Catarina, único convento de religiosas que hubo en Pátzcuaro durante el Virreinato. En la actualidad es un centro de exhibición y venta de artesanías.
Notas
Biliografía
- González Galván Manuel. Arquitectura virreinal en Michoacán, Jalisco, Nayarit, Sinaloa y Colima. En Historia del Arte Mexicano, Tomo VII, SEP-Salvat. Segunda edición, México, 1986
JUAN LOUVIER CALDERÓN