NUEVA ESPAÑA; Virreinato de la

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El «Reino de Ultramar» integrante de la Corona española conocido como «Nueva España», fue durante tres siglos una entidad política que abarcó el territorio de México, el sur de los Estados Unidos, parte de Centroamérica y las islas Filipinas. El término “Nueva España” fue acuñado por Hernán Cortés y escrito por vez primera en el inicio de su “Segunda Carta de Relación” al emperador Carlos V diciendo: “En una nao que de esta Nueva España de vuestra sacra majestad despaché a diez y seis días de julio del año de (mil) quinientos y diez y nueve….”


Una vez concluida la conquista militar del llamado “imperio azteca” con la caída de Tenochtitlán (13 de agosto de 1521), Hernán Cortés inició el gobierno de la nueva nación -que venía a sustituir a la anterior atomización de innumerables naciones y lenguas- con el título de Capitán General y Justicia Mayor, estableciendo la residencia de su gobierno en la población de Coyoacán. Pero el nuevo reino no podía ser gobernado adecuadamente por un sistema personal; era necesario un gobierno más efectivo y, conforme a la experiencia tenida en las islas del Caribe, se estableció la «Real Audiencia». “Para corregir los abusos de los primeros pobladores, marcar y defender sus derechos, proveer los empleos y cargos de la Administración, defender al indio y contribuir a la labor de los misioneros, surgió en la isla de Santo Domingo la primera Real Audiencia, como una réplica del Real Consejo de Indias.”[1]


Organización política

Para la Nueva España se creó la Real Audiencia mediante cédula Real del 13 de diciembre de 1527, Audiencia que estaba compuesta por un presidente y cuatro oidores, siendo designado como presidente el licenciado Nuño Beltrán de Guzmán. El 6 de diciembre de 1528 dio inicio el desempeño de ésta “primera Audiencia”, mismo que fue desastroso pues Beltrán de Guzmán y sus oidores Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo se comportaron cruelmente, especialmente con los indígenas a quienes no sólo vejaron sino que empezaron a difundir la idea de que los indígenas eran seres irracionales, lo que les llevó a enfrentarse con los primeros obispos de la Nueva España: fray Juan de Zumárraga↗ y fray Julián Garcés↗. Mientras el obispo de Tlaxcala fray Julián Garcés↗ escribía a S.S. Paulo III una extensa carta informándole sobre la situación[2], el obispo de México, fray Juan de Zumárraga informó a la Corona de los abusos de la Audiencia. Nuño de Guzmán y sus secuaces fueron destituidos y sometidos a “juicio de residencia” y la Corona nombró una nueva Audiencia que gobernó con acierto y justicia. Esta “segunda Audiencia” (1530- 1535) estuvo integrada por Sebastián Ramírez de Fuenleal como presidente, siendo los oidores Juan de Salmerón, Francisco Ceynos, Alonso Maldonado y el licenciado Vasco de Quiroga↗.


“Las primeras Reales Audiencias actuaron como cuerpos colegiados y administrativos, pero los hechos demostraron que el sistema entorpecía la marcha del gobierno, necesitado de resoluciones rápidas y ejecutivas. Surge como consecuencia, en 1535, el virreinato de Nueva España, cuyo titular representaba a la persona misma del rey, por lo cual se le autorizaba para «proveer todo aquello que el Rey mismo podía hacer y proveer, de cualquier calidad y condición que fuese, ellas provincias a su cargo…en lo que no tuviese especial prohibición».”[3]El primer virrey de Nueva España fue don Antonio de Mendoza↗ quien gobernó durante quince años (1535-1550). En total, la Nueva España fue gobernada por 63 virreyes; de ellos, seis fueron destituidos y once fueron obispos o arzobispos que ocuparon interinamente el cargo con un promedio de seis meses cada uno.[4]El último virrey fue don Juan O´Donojú (3 de agosto- 28 de septiembre de 1821) quien llegó a la Nueva España cuando la independencia de México era ya un hecho consumado por lo que los únicos actos de su gobierno fueron la firma de los “Tratados de Córdoba” con Agustín de Iturbide↗, y la simbólica entrega del Palacio de los Virreyes (hoy Palacio Nacional) al mismo Iturbide. El artículo primero de los Tratados de Córdoba decía: “Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente, y se llamará en lo sucesivo «Imperio Mejicano»”. La independencia significó no solo el fin del virreinato; también significó el fin de la designación de la América septentrional como “Nueva España”, y el nombre de México, que anteriormente se refería únicamente a la ciudad capital, abarcó a toda la Nación.


Sobre los gobernantes de la Nueva España, el historiador norteamericano Joseph Schlarman escribe: “La lista de los virreyes abarca desde Antonio de Mendoza (1535) hasta Juan O´Donojú, 28 de septiembre de 1821 (…) En cada siglo hubo grandes administradores como Antonio de Mendoza↗ y Luis de Velasco↗. Unos pocos fueron ineptos y otros pocos prostituyeron su alta posición de confianza para enriquecerse, como Branciforte (1784 a 1798) e Iturrigaray (1803 a 1808), que fue depuesto. Pero es una honra de España el que durante esos 286 años ni uno solo de sus virreyes haya sido un tirano sanguinario.”[5]


Durante la dinastía de los Habsburgos (1521- 1700), del virreinato de la Nueva España dependían cuatro Reinos: Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo León y Nuevo México; y dos provincias: Yucatán y Coahuila. Todos ellos “eran regidos por gobernadores, cuyo nombramiento, si eran propietarios, se reservaba al rey. Los interinos eran designados por el virrey.”[6]


Bajo la dinastía de los Borbones (1700-1821) –que consideraron y trataron a los virreinatos como “colonias” y ya no como “reinos”- la organización de la Nueva España se modificó mediante el establecimiento de «intendencias» que tenían una orientación predominantemente económica. Doce fueron las Intendencias establecidas en Nueva España; cada una tenía una ciudad capital que le daba su nombre y desde la cual el «intendente» respectivo tenía autoridad sobre otras alcaldías y sus territorios circunvecinos. Esas doce intendencias fueron: la intendencia de México que comprendía a la ciudad de México y otras 38 alcaldías; la Intendencia de Puebla con 18 alcaldías; la de Veracruz con 9 alcaldías; la de Mérida con ocho alcaldías; la de Antequera de Oaxaca con siete ; la de Valladolid, con diez; la de Santa Fe de Guanajuato con cinco; la de San Luis Potosí con seis; la de Guadalajara con veintitrés; la de Zacatecas, con cinco; la de Durango, con tres; y la de Arizpe, también con tres.[7]


Es importante hacer notar que durante 240 años no hubo en Nueva España un ejército permanente pues la seguridad del Virreinato estuvo confiada a la fuerza potencial de todos los habitantes que debían tomar las armas cuando fuese necesario. El Ejército empezó a ser organizado hasta 1761 cuando el virrey Marqués de Cruillas formó en la capital el Regimiento de Dragones de México. En 1765 el rey Carlos III envió al teniente general Juan de Villalba “para que organizase en la Nueva España una fuerza respetable. Llegó él a Veracruz el 1° de noviembre con cuatro mariscales de campo, muchos oficiales de diversas graduaciones, el regimiento de infantería «Real América» y varios piquetes de otros cuerpos.”[8]

Marco jurídico

Al igual que en los otros tres virreinatos americanos (Perú, Nueva Granada y La Plata), la vida de los habitantes de la Nueva España fue regida por las « Leyes de Indias» y no por el discrecionalismo. “El Derecho castellano se extendió a América. No podía ser de otra manera (…) la Corona procuró que se mantuvieran las peculiaridades de la tierra, respondiendo al sentido hispano sobre el origen del Derecho, en cuanto no pugnaran con el Derecho natural (…) Los hechos hicieron que el Derecho indiano, sobre todo en la esfera del derecho público, adquiriera personería propia y que las instituciones se fueran apartando, en su funcionamiento, de las viejas normas mediante un proceso que es especialmente interesante en la historia de las Reales Audiencias, como en la de los Cuerpos municipales o Cabildos; es decir, en las dos instituciones fundamentales de la organización política del Nuevo Mundo: la justicia y la administración comunal.”[9]


Las « Leyes de Indias» se fueron promulgando lentamente a lo largo de los primeros años conforme las circunstancias las fueron requiriendo, pero llegó un momento en que fue necesario hacer una “recopilación” de las mismas. La primera recopilación se realizó hacia 1570 y fue obra del eminente jurisconsulto Juan de Ovando, presidente del Consejo de Indias, quien extractó todas las órdenes, leyes y ordenanzas, con indicaciones de lugar y fecha, y formando un catálogo ordenado por materias. Posteriormente se realizaron otras tres “recopilaciones”; pero la más completa y definitiva fue la Recopilación de 1680. Ésta fue aprobada por el rey Carlos II e impresa en 1681 y “se compone de 9 libros, 218 títulos y 6377 leyes. Los libros carecen de nombre y sólo están numerados.”[10]


Principales títulos de los libros: Libro I. 24 títulos: Fe católica, Catedrales, Monasterios, Patronato Real, Universidades, Colegios. Libro II. 34 títulos: Consejo de Indias, Audiencias, Visitadores, Leyes. Libro III. 16 títulos: Virreyes, Gobernadores, Fortalezas, Corsarios y piratas, Ceremonias. Libro IV. 26 títulos: Descubrimientos, Poblaciones, Caminos públicos, Comercio, Minas Libro V. 15 títulos: Alcaldes mayores y ordinarios, Médicos, Notarios, Apelaciones, Residencias Libro VI. 19 títulos: Libertad de los indios, Buen tratamiento, Caciques, Encomiendas. Libro VII. 8 títulos: Pesquisidores, Juegos, Vagabundos, Cárceles, Delitos Libro VIII. 30 títulos: Contadurías, Cajas Reales, Tributos de indios, Quintos reales Libro IX. 46 títulos: Real Audiencia, Casa de Contratación, Consulados de Lima y México.


Política económica

No deja de ser paradójico que quienes sostienen posiciones economicistas afirmen que el único motivo de la actuación de España en América fue la ambición económica, a pesar de que los hechos les demuestren lo contrario. Así frecuentemente se escriben tesis como la siguiente: “Consumada la conquista de la parte central de nuestro territorio en 1521 y años siguientes, va a iniciarse el proceso tres veces secular de la colonización española. El oro adquirido por los conquistadores no fue suficiente para satisfacer sus aspiraciones de riqueza y de fortuna. Necesariamente el conquistador hubo de transformarse en colono y arraigarse en la tierra dominada, decidido a crear en la nueva tierra condiciones sociales y económicas semejantes a las que existían en España (…) Disipada la ilusión de los placeres auríferos del sur (Oaxaca y Guerrero) y, además, ante la imposibilidad de que el conquistador regresara a las Antillas (cuya población excedía las posibilidades de adquisición de tierras, de minas y de indios), o de regresar a España, donde el estado de crisis social adquiría caracteres de permanencia, los conquistadores prefirieron establecerse en nuestro país, situándose principalmente en dos regiones: sobre el lomo de las cordilleras en busca de metales preciosos, o en las zonas agrícolas, densamente pobladas de indígenas.”[11]


Lo que en realidad pretenden ignorar quienes así hablan, es que la política económica seguida por España en los siglos XVI y XVII estuvo subordinada a intereses que no eran económicos. “Cuando se critica la acción económica de España en América se olvida que lo económico actuó en función de propósitos extraeconómicos. Se olvida que si España mantuvo su soberanía en el Continente durante tres siglos, sin fuerzas de ocupación, sin alambradas y sin presiones, fue porque mantuvo una política económica que evitó lanzar las masas a la depauperación, manteniendo un equilibrio social que fue fuente de orden y bienestar.”[12]En efecto, la economía de la Nueva España dependía, en primer término, de sí misma y no del intercambio con el exterior, pues las necesidades básicas de los habitantes eran cubiertas mediante la agricultura, la ganadería y las industrias; actividades éstas que fueron organizadas y reguladas mediante la política económica señalada en las Leyes de Indias.


La agricultura que practicaban los pueblos prehispánicos fue enriquecida con la introducción de nuevas técnicas y útiles de labranza, así como la de muchos nuevos cultivos que fueron trasplantados desde Europa y aclimatados a las condiciones de la Nueva España: la naranja, el trigo, la cebada, el plátano, el mango (traído de Filipinas), la piña, la caña de azúcar, el café, las vides, el lirio y la rosa. La ganadería fue una actividad económica de gran importancia y totalmente nueva, iniciada apenas un año después de la conquista de Tenochtitlán. “En 1522 envió Cortés por vacas, puercas, ovejas, cabras, asnas y yeguas, para hacer casta.”[13]Con todo ello la alimentación, el vestido y los transportes tuvieron una mejora substancial. Pronto comenzaron a aparecer actividades de tipo industrial como el curtido de pieles, la tejeduría de lana y seda (además del algodón ya conocido), la vitivinicultura y otras más. “De lana y algodón había telares en las intendencias de Puebla, Oaxaca, Valladolid, San Luis Potosí, Guanajuato, México y Guadalajara; la generalidad en Nueva España vestía con paños del país. Bravo Ugarte dice que en Guadalajara, a iniciativa del alcalde, que deseaba dar trabajo a los desocupados de la ciudad, se establecieron cien fábricas de algodón, lana y corambre, que producían, respectivamente, manta, rayadillo, cambaya, paños de rebozo, pañuelos, colchas, cameras y mitanes para forros, frazadas, sarapes, bayetas, sayales, jergas y paño de tropa y toda clase de pieles finas.”[14]


La mentalidad mercantilista critica también la política económica española porque limitó el comercio con las demás naciones europeas “estableciendo para España un monopolio de exclusivismo comercial”. Es cierto que la política comercial impidió el comercio directo entre América y Europa; sin embargo esas disposiciones no obedecieron a “afanes mercantiles de monopolio, sino por el hecho simple y comprensible de que si (la Corona española) hubiera abierto las costas de América al libre comercio internacional, aparte de destruir la unidad del Imperio, no habría logrado trasplantar al Nuevo Mundo un solo cultivo ni crear una sola industria.”[15]Por ello, desde 1529 la Corona española dispuso que los barcos podrían zarpar directamente a las Indias partiendo de los puertos de La Coruña, Bilbao, San Sebastián, Cartagena, Málaga y Cádiz, “previo registro ante el juez de la Corona y con la obligación de tocar Sevilla al regreso y dar cuenta de su carga a los oficiales de la Casa (…) También se dispuso este año (1561) que sólo participarían del comercio los extranjeros que tuviesen propiedades y diez años de residencia y que hubieran casado con mujer de España o de Canarias.”[16]


Pero la economía hispanoamericana se desenvolvió con un libre y activo comercio intercontinental; “tal el caso de Venezuela, cuyo comercio con México fue más grande que el que mantenía con España (…) Estudiar, por consiguiente, la economía de América durante el periodo hispano en relación casi exclusiva con el intercambio marítimo con el Viejo Mundo es un error.”[17]Por lo que se refiere a la minería, es innegable la gran importancia que tuvo en la economía y la edificación de poblaciones. Sin duda, inicialmente los regalos de oro que los indígenas daban a los conquistadores atrajeron la codicia de éstos, y al concluir la conquista militar se inició la búsqueda de minas. Los yacimientos de oro resultaron pocos, no así los de plata que resultaron muchos y ricos. “Se sabe que en 1532 se descubrieron las primeras minas, según informe de oficiales reales. Pronto surgió el primer gran distrito minero: Taxco, Zacualpan, Sultepec, Zumpango del Río, Espíritu Santo y Tlalpujahua. A mediados del siglo XVI estaba ya en explotación activa el segundo gran distrito minero constituido por los Reales del Monte, de Pachuca y de Atotonilco. La explotación del tercer gran distrito minero se inició en Zacatecas (1547) y en Guanajuato (1554).”[18]


Las minas de plata llevaron a la edificación de ciudades como Taxco, Pachuca, Zacatecas y Guanajuato; y también la riqueza extraída hizo surgir pronto una actividad muy importante: la orfebrería. Insignes maestros plateros llegaron de España para enseñar a los indígenas, cuya gran habilidad manual y artística llevó a la orfebrería a niveles extraordinarios. “En 20 de marzo de 1532, los plateros de México se organizan en gremio y solicitan al Cabildo la designación de un alcalde y veedor «del dicho oficio, como lo hay en las otras ciudades de Castilla, para que vea y examine las obras que se hacen en el dicho oficio de oro y plata».”[19]


De manera superficial muchos afirman que la riqueza extraída de las minas de Nueva España (y también del Perú) fue enviada a España y que sólo sirvió para beneficio de la Metrópoli y los dispendios de la Corte. Ciertamente grandes cantidades de plata y oro fueron enviadas a España, pero no todo; generalmente se envió lo que correspondía al llamado «quinto real»; es decir, la quinta parte. “Como dice Gonzalo de Sandoval (en un memorial que escribiera en México, a fines del siglo XVI para el oidor Eugenio Salazar, del Real Consejo de Indias) del fruto de sus esfuerzos (de los mineros) salieron los recursos para que América llegara a ser habitable, se poblara y alcanzara por el trabajo a llegar a independizarse de la sola riqueza minera (…) cuando se habla de la plata se deja de lado el que su mayor volumen se gastara en beneficio de la propia América (…) De España se ha dicho que creyó que la plata era la riqueza, pero los piratas ingleses salieron a los mares a buscar la plata de las Indias, la que se procuraron con mayor tesón que el que usara la Corona española.”[20]


Conclusión

Los trescientos años de existencia de la Nueva España fue el tiempo en el cual la Nación mexicana nació y se consolidó como tal, en una unidad que integró en la fe y la lengua, a pueblos y culturas diversas. Fue una unidad de lo diverso, no una homogenización. Como toda realidad humana tuvo luces y sombras, pero un análisis sereno y objetivo permite valorar la preeminencia de las luces.


Notas

  1. Sierra Vicente D. Así se hizo América. Cultura Hispánica, Madrid, 1955, p. 128
  2. Lo que dio por resultado la bula de Paulo III Sublimis Deus, que condenó las afirmaciones de la Audiencia
  3. Sierra, obra citada p. 128
  4. Cfr. Bravo Ugarte José. Instituciones políticas de la Nueva España. JUS, México 1968
  5. Schalarman Joseph. H. L. México, tierra de volcanes. Porrúa, México, 1987, 14 ed., p. 132
  6. Bravo Ugarte, obra citada, p. 38-39
  7. Cf. Ibídem, pp. 70-76
  8. Bravo Ugarte, Obra citada, p. 61
  9. Sierra, Obra citada, p. 121
  10. Bravo Ugarte. Obra citada, p. 18
  11. Cue Cánovas Agustín. Historia social y económica de México. Trillas, México, 1967, p. 57
  12. Sierra, obra citada, p. 402
  13. Cué Cánovas. Obra citada, p.69
  14. Sierra, obra citada, pp. 407-408
  15. Sierra, obra citada, p. 441
  16. Haring Clarence H.. Comercio y navegación entre España e Indias. México, 1939. Citado por Sierra, obra citada, pp. 440-441
  17. Sierra, p. 445
  18. Cué Cánovas. Obra citada, p. 71
  19. Sierra, p. 406
  20. Ibídem, p. 428

Bibliografía

  • Sierra Vicente D. Así se hizo América. Cultura Hispánica, Madrid, 1955
  • Bravo Ugarte José. Instituciones políticas de la Nueva España. JUS, México 1968
  • Schalarman Joseph. H. L. México, tierra de volcanes. Porrúa, México, 1987, 14 ed.
  • Cue Cánovas Agustín. Historia social y económica de México. Trillas, México, 1967


JUAN LOUVIER CALDERÓN