TRADICIÓN Y MODERNIDAD; El laboratorio y la biblioteca

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Revisión del 05:53 16 nov 2018 de Jerf (discusión | contribuciones) (→‎NOTAS)
(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

El éxito de los planes de estudio de los Colegios Jesuitas sólo podía garantizarse con la ayuda de dos instrumentos decisivos: los laboratorios y la biblioteca. En todos los colegios era necesario formar una biblioteca, garantizar los contactos adecuados con el mundo científico internacional, establecer un gabinete de física, un laboratorio químico y un museo de zoología, botánica y mineralogía y adquirir instrumentos necesarios de matemáticas y geografía.

LAS BIBLIOTECAS

Quizás sólo tenga un valor ilustrativo, pero merece destacarse que, desde 1860, la biblioteca del colegio de Guatemala tenía asignados 10 pesos mensuales para gastos, el museo de historia natural 4 y el gabinete de física 12;[1]es decir, en contra de lo que pueden hacer pensar los planes de estudio, los gastos asociados a las disciplinas científicas no son menores que los generados por las bibliotecas.

La información con respecto a las bibliotecas es muy incompleta. Aparte de referencias dispersas en la correspondencia, se han conservado: un catálogo de libros, recogido junto al decreto del P. Pablo de Blas, de 1852, sobre lo que debe hacerse con los bienes de la Compañía en caso de expulsión;[2]una "lista de los libros y otros objetos de los Padres de la Compañía", de 1850;[3]otro catálogo, sin fecha, de los "libros de la misión”,[4]y varios listados con los libros adquiridos en Europa en 1858 y 1859.[5]

Teniendo en cuenta que en 1897 la biblioteca del colegio de Belén contaba con 11.000 volúmenes,[6]los datos conservados sobre la adquisición de libros son muy escasos. Varias cartas testimonian algo obvio: compran libros en las ciudades en las que viven; pero de estas compras carecemos completamente de información. En los informes sobre gastos se detallan los libros que se compran, el número de ejemplares, su precio, etc., pero se han conservado únicamente informes de unos pocos años; todos los datos sobre adquisición de libros son anteriores a la segunda mitad de los años sesenta.

Por lo tanto, sólo es posible establecer algunos rasgos generales de estas bibliotecas y los principales intereses a la hora de comprar libros. La correspondencia permite afirmar que no despreciaban la ocasión de adquirir saldos, como los pertenecientes a una testamentaría que compró el P. Segura: varias obras de Plutarco, la Historia Universal de L. P. Anquetil, La religión demostrada por los hechos de Houtteville y los Errores de Voltaire del P. Nonnotte.

La importancia de este último autor para la constitución del pensamiento religioso del siglo XIX difícilmente podría ser exagerada. En sus obras se encuentran ideas tan influyentes como la identificación de Voltaire con las fuerzas del mal, la pretensión de la nueva filosofía de destruir los principios sociales, los riesgos de la tolerancia, etc. Son numerosos los libros que no están escritos en español, los hay en italiano, en francés, en menor medida en inglés y, sobre todo, en latín.

Es habitual la recepción de libros europeos - sobre todo libros de texto y obras de consulta para los profesores- y de algunas revistas, pero sólo la Civiltá Catolica parece recibirse de forma habitual, lo que no deja de ser significativo por el carácter de esta publicación, vinculada claramente a la política papal y gestionada por la Compañía, empeñada en la restauración de los principios cristianos en la vida individual y social y, en ocasiones, defensora de posturas políticas conservadoras.

Dentro de las posibilidades que les ofrecen las diversas legislaciones, se manifiesta una clara preocupación por mejorar, en contacto con los colegios europeos, los manuales y con frecuencia preguntan por los mejores textos de las diversas materias. Considerando únicamente su número, el grupo principal de los libros eran los manuales, los libros para preparar las clases, las múltiples antologías y las gramáticas y diccionarios. Junto a varias obras de Tito Livio, Cicerón y Virgilio, las fábulas de Hartzembuch y alguna antología de autores ingleses, destaca la existencia de más de cien ejemplares de antologías latinas, en prosa y en verso.

Los manuales son, lógicamente, de todas las materias y de varios autores: matemáticas (Mora, Vallejo y Vallin), griego (Gretseri, Bournoufy, sobre todo, Petisco), francés (Pacaud y Chautreau), física (Ganot y Paullet), filosofía (Cuevas), geografía (Verdejo y Gautier), historia sagrada (Pitón y Fleury), lengua castellana (Salvá), latín (Nebrija), ortografía (Cote), inglés, italiano, etc.

Además contaban con otros libros de apoyo, como los Modos más comunes de hacer oraciones de gramática, unas Tablas de logaritmos, un Almanaque meteorológico, numerosos compendios de historia, la Biblioteca de Tejado (10 tomos), un Cuadro cronológico de la Historia Antigua, numerosos diccionarios (de español, latín, griego, francés e inglés, y, por lo menos, uno de mitología) y las obras de Berbrugger, Brockaert (Literatura), Castro, Pedro Álvarez (Elementos de gramática castellana), Delgras (Nuevo Catón), Devoy (Higiene des familles), Fr. Nóel (Gradus ad Parnassum), Joannes Perrone (Praelectionis Theologicae vol. 2 De locis theolocis), Juan Pedro Gury (Compendio teológico moral) y Marin de Boylesve (Curso de filosofía).

Por último, destacan los catecismos estudiados por los alumnos (Astete, Therou y Calatayud, y el Compendio de Historia de la Religión de Pitón) y utilizados por los profesores, sobre todo, el de Ambroise Guillois, el de Canisio y el Catecismo de controversia contra los protestantes, de Scheffmacher. Junto a estos libros, fundamentalmente de utilidad docente, hay otro grupo vinculado al buen funcionamiento de las comunidades y a la religiosidad de sus miembros: el Directorio del sacerdote, las Reglas de la Compañía (hay noticia de la adquisición de más de veinticuatro ejemplares por parte de la Misión neogranadina), el Índice de libros prohibidos, las Instrucciones para los novicios, misales, breviarios, biblias, etc. Destacan también un conjunto de libros utilizados para preparar sermones, discursos y otras intervenciones públicas, como las antologías de Carlos de La Rue, Cumplido, Felix, Louis Bourdalue, Francisco Nipho (Traducción de los sermones más célebres franceses) , J. J. Arezo y Ravignan , o los comentarios bíblicos de Patrizi.

Entre los libros de piedad, destacan, lógicamente, las obras de San Ignacio y de otros santos jesuitas; los vinculados a la piedad mariana (Imitación de la Santísima Virgen; A. Nicolás, María según el evangelio y La Virgen María y el plan divino, o Combalot, Sermones del mes de mayo); las obras de San Alfonso de Ligorio, Teología moral e Importancia de la oración (de ésta la Misión neogranadina compra, por lo menos, doce ejemplares) y las centradas en el culto al Corazón de Jesús.

Merece la pena destacar la presencia de otras obras: A. Maurel, El cristiano instruido en la naturaleza y el uso de las indulgencias (en francés); Antonio Le Gaudier, De perfectione vitae spiritualis; Augusto Nicolás, Estudios sobre el cristianismo; J. Balmés, El protestantismo y Filosofía elemental; M. Cano, De locis theologicis; El Espíritu de S. Francisco de Sales; Giacomo Margotti, Roma y Londres; Historia de las misiones de Japón y Paraguay; L'Eglise en face de la Revolution; la Defensa de los seminarios episcopales del arzobispo de Malinas, cardenal Franckenberg, deportado durante la Revolución Francesa; Louis Racine, La Religión; Nicolás Jamin, Antídoto contra la incredulidad; Nicolás Mazzota, Teología moral; Obras de Fray Luis de Granada; Obras de Santa Teresa; Petrus Ballerinii, Romanorum Pontificorum; Petrus Catalani, Teología moral; Rodríguez, Ejercicios de perfección; Vida de la Beata Mariana, y Wilhelmus Nakatenus, Coeleste palmetum.

Se pueden establecer cuatro rasgos de estas bibliotecas: un importante predominio de autores jesuitas, la actitud defensiva y apologética que manifiestan, su estrecha vinculación al papado y a la defensa de sus prerrogativas, y su defensa decidida del tomismo, contando, entre otras, con las obras del P. Liberatore, (Del conocimiento intelectual, en italiano) y del director de la Civiltá Cattolica, P. Luis Taparelli (Curso elemental de derecho y Lecciones de derecho, ambos en italiano), cuyo libro recomienda el P. Pablo de Blas por contener "las doctrinas preservativas contra los errores que aquí dominan".[7]

LOS LABORATORIOS

Las ciencias llamadas, durante tanto tiempo, exactas, también estaban muy presentes entre las preocupaciones jesuitas. ¿En qué medida respondiendo al deseo de demostrar la armonía entre la fe y la ciencia y de hacer a ésta un instrumento de apologética? Cuando Francisco Giner de los Ríos visita al P. Luis Martín, por entonces rector del seminario de Salamanca, en 1882, nos refiere éste: «Yo le recibí cortésmente y le acompañé por los corredores y gabinetes de Historia Natural, Fisiología, Física y Química. Mientras pasábamos por el primero de los gabinetes citados, hablamos de Darwin. "¿Qué quedará del darwinismo dije yo- después de tanto ruido como ha metido, señor Giner?". "Poco -respondió él-; algunos hechos y casi nada más"».

A este respecto, el coste de los laboratorios de física y ciencias naturales puede ponerse de manifiesto considerando la materia impartida en el quinto curso del colegio de Medellín: Física experimental: Teoría de las máquinas: movimientos uniforme y uniformemente variado. Choque de los cuerpos. Equilibro de los líquidos cuerpos flotantes y sumergidos. Propiedades de los gases: barómetro. Bombas, sifones, ariete y máquina neumática. Causas del calor. Dilatación de los cuerpos: termómetros. Máquinas de vapor de baja presión. Sonido: leyes generales de las vibraciones en las cuerdas, tubos y placas. Eco y resonancia. Órganos de la voz y del oído. Velocidad con que se propaga la luz. Espejos. Goniómetros. Refracción de la luz. Acromatismo, Cámara clara y oscura. Microscopios. Telescopios y anteojos terrestres. Electricidad: máquina eléctrica, fuerzas eléctricas, botella de Leiden, pilas. Magnetismo: fuerzas magnéticas, modo de magnetizar, corrientes eléctricas. Telégrafo eléctrico. Aparato de Meloni.

Dos casos concretos, el observatorio meteorológico del Colegio de Belén en La Habana y la Escuela Politécnica de Quito, manifiestan todo el interés jesuita. Si los observatorios meteorológicos merecieron una gran atención por parte de los jesuitas, el Observatorio de Belén fue una de sus joyas y, por eso, a finales de siglo presentan un informe,[8]para su reforma, con el objetivo de conservar un prestigio y relevancia social que superaba las fronteras de la isla.

Comienza afirmando que todo el mundo reconoce la absoluta necesidad de un buen observatorio meteorológico en Cuba, dada su posición estratégica para el comercio y para el estudio de los ciclones tropicales que lo hace útil a los particulares y a los gobiernos de España y Estados Unidos, hasta el punto de que el Gobierno mismo o alguna corporación lo habría establecido si no lo hubiera hecho, en 1857, el Colegio de Belén. "Es pues indudable –continúa que quien conozca la historia gloriosa de nuestro observatorio de Belén, el buen nombre que para la Compañía de Jesús ha conquistado y podrá conquistar en adelante, el prestigio universal y elevada estima que entre los sabios han adquirido justamente sus observaciones, conocerá también que su conservación, y a ser posible, su perfeccionamiento se hace más y más necesario". De este modo la conservación del observatorio pasa por satisfacer tres necesidades: un servicio telegráfico bien montado, aumentar el personal haciendo posible la publicación de observaciones atrasadas y la suplencia del Director en caso de enfermedad o ausencia, y ampliar las oficinas, dando el espacio conveniente a todos los aparatos, a los oficiales y al director. En esta situación, la conclusión resulta obvia: aunque el Colegio de Belén ha sostenido hasta ahora el observatorio, no es lógico, considerando los servicios que presta al conjunto de la sociedad, que no cuente con ayuda pública.

Cuba no fue una excepción. En el Colegio de San Luis (Quito), el observatorio astronómico tuvo también una significativa importancia, fue apoyado por el presidente García Moreno y, hasta la muerte de éste, sus observaciones se publicaron mensualmente. Lo mismo puede decirse del observatorio del Colegio de San Bartolomé en Bogotá.[9]En la misma línea, cuando el 20 de agosto de 1870 llegaron a Quito dos sacerdotes alemanes y uno italiano para abrir una Escuela Politécnica, se reanuda, después de un siglo, la presencia oficial de la Compañía en la educación superior en Ecuador.

En años posteriores fue aumentando el número de los profesores, hasta llegar a trece. El Gobierno pagaba a cada uno de ellos la renta mensual de 80 fuertes. Se estableció una facultad de ciencias, con doctorado en ciencias exactas y estudios de mecánica, ingeniería, topografía, agrimensura, tecnología y química industrial. Cuando se cerró la Politécnica, sus profesores habían escrito más de 130 trabajos y reunido una importante biblioteca científica.

Juan Bautista Menten fue responsable de la construcción del Observatorio Astronómico de La Alameda, en Quito; Teodoro Wolf escribió un tratado de Geografía y Geología de Ecuador, y Luis Sodiro se dedicó a la botánica y la agricultura, siendo también Director de la Escuela de Agronomía del Estado. Las materias impartidas en la escuela muestran toda la amplitud del interés jesuita.[10]

Aparte de inglés y francés, se enseñaba: álgebra, analítica, arquitectura, botánica, dibujo (arquitectónico, de planos, geométrico, natural y ornaméntico), mineralogía, farmacopea, caminos, ferrocarriles, puentes, física experimental, geodesia, geometría (elemental y analítica), hidrotécnica, maquinaria, matemáticas, mecánica (práctica y teórica), mineralogía, química (agrícola, aplicada para los ingenieros, experimental, fisiológica, orgánica, técnica y farmacéutica), titulación, trigonometría y zoología.

Los padres que impartían estas asignaturas tenían además a su cargo los laboratorios de mineralogía, química, botánica, zoología y física, y el observatorio astronómico. Sus trabajos contaban con la ayuda económica del Gobierno, que, a cambio, les enviaba, en época de vacaciones, a hacer sus excursiones botánicas y zoológicas por el país.[11]

EL SENTIDO DE UNA ENSEÑANZA

A partir de este resumen de la enseñanza en los colegios jesuitas, de otros documentos y de la información que nos proporcionan sus bibliotecas, es posible señalar los principales rasgos de su plan de estudios. El estudio de la historia -cuya finalidad es, en palabras de Cotanilla, deleitar y enseñar,-[12]se caracteriza por seguir unos planteamientos narrativos y moralizantes, que, carentes de cualquier análisis progresivo, permiten dedicarse principalmente a la historia antigua.

Tampoco es posible ignorar las dificultades que tendrían los jesuitas para exponer sus interpretaciones sobre la historia más reciente de América, que partían de considerar la Independencia un error de consecuencias gravísimas.[13]En la Academia celebrada sobre «la nobleza, ventajas y suavidad del estudio de la historia»,[14]se ponen de manifiesto los principales rasgos de esta disciplina que es definida como la noticia de los tiempos pasados que, "como un remedo de la ciencia divina", sirve de auxilio a la cortedad de la memoria.

Consideran que "un estudio superficial... una urdimbre... un esqueleto de la historia, es cosa de niños", pero, al tiempo, su estudio serio es el objeto legítimo de las meditaciones del filósofo, una tarea ardua, donde se ocultan los caminos de la Providencia. Estableciendo la relación entre la inmutabilidad de Dios y las vicisitudes y alternativas del hombre, todo en el estudio de la historia se relaciona inmediatamente con el movimiento universal de la cristianización.

Por esto escogen como materia de su enseñanza los acontecimientos que más claramente revelan la vocación de los hombres a ser una sola cosa en Cristo. Para hacer esto es lógico que se solape el estudio de las Sagradas Escrituras con la historia de la Iglesia y es significativo, que los acontecimientos que revelan la vocación de los hombres se encuentren casi de forma exclusiva en la historia antigua. Al mismo tiempo, la historia pone de manifiesto el anhelo de eternidad del género humano y, junto a su utilidad estética, que demuestra su presencia permanente en la literatura, tiene un profundo valor pedagógico, puede dar acertadas lecciones sobre las correctas reglas de la costumbre, la pericia de las leyes, los derechos de las gentes, la santidad de la religión e, incluso, los caminos de la Providencia.

"Muéstrennos -preguntan en la Academia antes citada- algún enmarañado problema a cuya solución no facilite el camino la historia o un tan intrincado laberinto de tortuosas dificultades, al cual el hilo histórico no dé fácil salida". De este modo, reducida en gran medida la historia la maestra de la vida, como lo va a ser el estudio de la mitología, se trata de una enseñanza marcadamente apologética: la historia viene a justificar a la Iglesia y a probar su divinidad.

La filosofia tiene para ellos un valor muy superior; creen que sin estudios filosóficos, bien y sólidamente hechos, no puede haber en un joven ideas sanas y rectas, ni la aptitud debida para hacer con lucimiento una carrera científica. Construyen su enseñanza a partir de la refutación los autores modernos. La religión es parte esencial-la más importante- en todos los planes de estudios y, de una forma u otra, se pretende alcanzar unos objetivos mínimos:

«Los alumnos de todas las clases -sintetiza uno de los planes- aprenden y repiten de memoria el Catecismo del Padre Ripalda. Los profesores lo explican con más o menos extensión según la edad y capacidad de sus respectivos alumnos. Los domingos de ocho a nueve de la mañana asisten a un curso de conferencias religiosas, de tal modo distribuido que en los siete años que comprende la enseñanza clásica secundaria elemental y superior, se les explique un curso completo de religión».

La enseñanza de la religión procede de la Biblia a la teología sistemática, pero parece marginar a la primera con respecto a la segunda. El primer rasgo de la religión es su necesidad. Tras afirmar esto a partir de un estudio de las religiones paganas, la enseñanza religiosa gira en torno a la demostración de sus pruebas: de la necesidad de la religión, de la existencia de Dios, de la divinidad de Jesucristo, de la inmortalidad y espiritualidad del alma humana, de la divinidad de la religión cristiana, etc.

Pruebas que establecen un contraste permanente entre la verdadera Iglesia de Jesucristo, sostenida en el Papa, y las falsas experiencias religiosas o los detractores del catolicismo. Al mismo tiempo es llamativo que los contactos con protestantes que se recogen en la correspondencia sean, normalmente, muy satisfactorios. Al tratar de moral se parte de afirmar que ésta sólo puede sostenerse en la religión, porque la razón humana es incapaz de obligarse a sí misma.

Es interesante destacar también, junto a la prioridad de los deberes del hombre para con Dios, su insistencia en rechazar el duelo y en la defensa de la propiedad. La teoría política defendida en estos colegios manifiesta el conflicto inevitable con el liberalismo y con la tradición ilustrada, afirmando, por ejemplo, como ya apuntamos, que el hecho natural y primitivo que da origen a la sociedad civil es la multiplicación de las familias procedentes de un mismo tronco viviente, que la primera ley fundamental de cualquier sociedad se opone la libertad de imprenta y que la ley civil no puede ir contra las leyes divinas, debe ser justa y obliga en conciencia independientemente de la aceptación de los súbditos.

El gobierno está obligado a asegurar a los asociados en el uso de sus derechos y el necesario sustento, prohibir los monopolios injustos, distribuir los cargos públicos (no los naturales, ni los domésticos) y tener noticia de las asociaciones particulares; pero, sobre todo, tiene la obligación de defender la religión y los derechos religiosos de sus súbditos. La autoridad civil aunque ha de procurar que los asociados se perfeccionen en el conocimiento del bien honesto, no puede exigir la unidad de pensamiento en materia religiosa; pero puede prohibir los actos externos contrarios a la religión natural y debe defender la religión verdadera como el primero de los bienes sociales, castigando todas las manifestaciones públicas contrarias a ella, cuando la hubiese recibido socialmente de algún órgano infalible.[15]

La oposición se hace más manifiesta cuando, al presentar a la Iglesia católica como sociedad perfecta, rechazan la pretensión del estado liberal de monopolizar los resortes de la soberanía. La Iglesia aparece, en contra de estas pretensiones, como una sociedad independiente, responsable del nombramiento de sus ministros y de la promoción de éstos, capacitada para legislar y obligar al cumplimiento de sus leyes, para adquirir dominio sobre bienes temporales y para imponer a sus fieles tributos.

Defendiendo estas tesis, era inevitable la tensión entre los derechos de la iglesia, los que, por lo menos en teoría, tendrían todos sus miembros como súbditos del Estado, la soberanía exclusiva del Estado y la necesidad que este mismo Estado, o por lo menos un sector importante de su grupo dirigente, creía tener del apoyo de la Iglesia, de su capacidad para pacificar las sociedades y configurar las conciencias. De una forma o de otra, los colegios jesuitas estaban divulgando entre sus alumnos ideas contrarias al sistema político imperante.

Otros rasgos hay también que destacar en los planes de estudio jesuitas: Consideran que tratándose de colegios pequeños, y muchos de los americanos lo son, es mejor concentrarse en las asignaturas fundamentales no dispersando el esfuerzo en las numerosas asignaturas accesorias, cuando no hay alumnos ni personal.[16]Téngase en cuenta la amplitud de lo que se consideran asignaturas accesorias.

Los jesuitas manifestaron una clara preocupación por establecer asignaturas de carácter práctico como fueron la teneduría de libros, contabilidad, agricultura, el curso comercial impartido en Jamaica y los idiomas modernos. Aunque en alguna ocasión se ofrece enseñanza de italiano, el interés por los idiomas modernos se centra en el francés y, en menor medida, el inglés: en 1850, el P. García López pregunta al Padre Superior sobre la posibilidad de traer a Guayaquil un jesuita norteamericano que pudiera enseñar inglés; años después se pone en práctica esta idea en La Habana; el P. Gil se interesa en que no se olvide la enseñanza del francés y del inglés en el colegio de Guatemala;[17]etc.

Tampoco descuidaron las llamadas asignaturas de ornato, como el dibujo, la música, la gimnasia, la equitación, si bien se impartían, por lo general, sólo a los mejores alumnos, si sus padres lo deseaban y pagándolas aparte, y solían encargarse a profesores no jesuitas. La necesidad de adaptarse a los planes oficiales, tanto en el número de cursos como en las materias a impartir,[18]y el deseo de no reducir la materia explicada sobrecargó, como lo prueba la evolución de los programas del colegio de La Habana, de contenido algunas asignaturas, generando malestar entre alumnos y padres de familia y, quizás, problemas de rendimiento; eso, por lo menos hace pensar el P. Segura,[19]cuando recomienda que los alumnos no abarcasen muchas materias, "aunque por supuesto quedando el colegio a la altura del siglo", para evitar resultados que puedan provocar críticas. Por encima de todo, lo que van a rechazar los jesuitas es que en los colegios impere un sistema educativo que califican de poco sólido y que define claramente el P. Pablo de Blas en carta a su General, al proponerle una nueva ordenación del plan de estudio:

"Este año se ha dado principio al curso de filosofía y relativamente a la ordenación de V. P. M. R. me veo obligado a hacer una explicación y una súplica. Por estas partes reina como en otras la manía de los estudios superficiales y por lo mismo de muchos años a esta parte no se ha estudiado la metafísica, ni una conveniente ética, ni derecho natural sano, y de ahí nacen los infinitos desatinos que de palabra y por escrito comunican constantemente los que tienen por letrados, de modo que es menester remediar este mal haciendo que los jóvenes estudien estas sólidas materias, y esto no se puede conseguir sino dejando para el tercer año de filosofía todo lo perteneciente a la física, porque siendo esta la materia que según las ideas de este siglo les parece la más importante por llegar a ella pasarán con mucho gusto por los otros años de filosofía, y al contrario si se pone en el 2° año y aun si se pusiera en el primero, estudiando algo de física ya no pensarían en estudiar las otras materias: por tanto atendidas las circunstancias excepcionales de esta república donde el gobierno ha dado tan plena libertad de estudios que a nadie obliga a estudiar con tal o tal orden, ni exige cursos algunos, ni exámenes, ni grados, para ninguna de las profesiones, y mirando a las necesidades presentes creo que ninguna cosa conviene más que el estudiar la filosofía en este orden: Primer año la Lógica y parte de la metafísica; 2° año: Metafísica y Ética; 3° año: Física y Derecho natural por Taparelli, cuyo libro contiene las doctrinas preservativas contra los errores que aquí dominan. Ruego pues a V. P. M. R. se digne permitir que así se disponga el curso de filosofía en esta nuestra misión colombiana".[20]

Esta pretensión se ve enfrentada a la oposición sistemática de los padres de los alumnos, que, según los jesuitas, prefieren que sus hijos ganen cursos en vez de aprender.[21]


LA IDEA DE PROGRESO

Podrían multiplicarse las referencias a la idea de progreso, generalmente muy críticas, en las obras y cartas de los misioneros jesuitas, pero contamos con una conferencia pronunciada en el Colegio de Medellín, con motivo de los exámenes públicos de 1848,[22]que, considerando la importancia y el significado de estos actos,[23]y el hecho de pronunciarse antes de las conmociones revolucionarias de ese mismo año, representa un clarísimo testimonio de las ideas jesuitas.

Definiendo la suya como una época de "trastornos o innovaciones de toda especie", pretende el conferenciante tratar la cuestión del "progreso", de su posibilidad; circunscribiéndose a lo que toca a la educación, de la que dice depender el verdadero progreso. Parte de constatar el gran placer que le proporciona la sabiduría y el deseo de profundizar en la suya, lo que le lleva a soportar las "penosas y prolongadas vigilias sobre los libros".

Le parece evidente que nadie puede desconocer la necesidad de instruirse y que todo hombre desea saber más de lo que sabe "porque el criador supremo así como para obligamos a tomar el alimento corporal, puso en nuestro estómago la sensación del hambre, así para obligamos a la nutrición del alma, puso la curiosidad en nuestro entendimiento". Identificado el progreso con la educación, queda plantear qué frutos permite alcanzar la instrucción, y a esto se dedica la segunda parte del discurso, que comienza distinguiendo entre el progreso práctico -el adelantamiento en las ciencias- y el especulativo -el adelantamiento de las mismas ciencias-, y el progreso particular, el individual, y el general, el de toda la humanidad. Aceptando sin reservar el práctico y particular y señalando algunas, más que importantes, al especulativo y general.

Considera que en lo que respecta a la religión se puede progresar en el propio conocimiento hasta conocer bien la revelación, sus pruebas y la falsedad de las objeciones, pero en ella no cabe progreso especulativo porque la religión goza de la augusta inmovilidad de su Autor. Poco más cabe esperar en el campo de la filosofía pues Dios "ha puesto tan espesas sombras en las regiones metafisicas" que poco puede adelantarse y hay que contentarse "como los más sabios con meras probabilidades".

De la moral, "hoy en día ... inseparable de la religión", hay que decir lo mismo que de la religión: no puede avanzar en lo especulativo, pues la moral evangélica es tan perfecta que no se puede mejorar por mucho que lo pretenda "la charlatanería de los miserables socialistas", pero sí en lo práctico "porque justamente la perfección del hombre según el cristianismo no tiene otro modelo sino la del ente Supremo y perfectísimo".

Para corroborar estas afirmaciones concluye el conferenciante con una declaración nada inocente: "Un católico verdadero no me parece tenga dificultad en convenir con estas doctrinas" (el subrayado es mío). Cerrada de esta forma la discusión con una llamada a la autoridad, entra por otro camino, en principio no tan seguro, pues se reconoce que en lo que sigue no todos tendrán el mismo modo de pensar, pero, en la práctica, no menos claro.

Estudia, sucesivamente, el progreso civil, el de las artes mecánicas y el de las ciencias físicas. En el primero la historia nos da una clara lección:

"El mundo en el tiempo que lleva de existencia, ya vio experimentarse en él toda suerte de gobiernos; por manera que lo que hoy se tiene por grande novedad, y feliz descubrimiento, es cosa muy anticuada, y abandonada de los viejos. Con efecto ha habido naciones aisladas y confederadas, gobiernos paternales y tiránicos, monarquías hereditarias y electivas; reyes absolutos y constitucionales; repúblicas aristocráticas, oligárquicas y democráticas; y en ellas mil diferentes mandatarios y magistrados unos vitalicios y otros temporales; y regidos por mil leyes, y reglamentos.

De aquí resulta que casi es imposible progresar en especulativa, es decir, que ya no se podrá encontrar una combinación que nunca se haya intentado, y aun experimentado, y que llegue a salvar todos los inconvenientes. Esto nos dice la historia y añade otra cosa más importante, y es que bajo toda suerte de gobiernos han florecido hombres llenos de virtudes que han hecho la felicidad de sus patrias, y han abortado monstruos plagados de vicios que han trastornado el mundo.

La filosofía entonces toma la mano y añade como corolario a las lecciones de la historia. Cuando los hombres son virtuosos cualquiera forma de gobierno basta, y la prosperidad pública es una consecuencia necesaria; pero adviértase que no puede haber virtudes cívicas, sin virtudes morales, y éstas son también imposibles donde no florece la religión. Estudiad pues, oh jóvenes, la política que es ciencia digna de estudiarse; pero si queréis hacer progresar una patria, practicad las virtudes y promovedlas cuanto podáis: esto será algo más provechoso que escribir discursos y tratados".

El progreso de las artes mecánicas no es cuestionable ni criticable, pero "la experiencia nos dice que estas modificaciones son limitadas, y que cuanto más se refinan las cosas y más se aumentan las comodidades más crecen las necesidades reales e imaginarias. Un niño, por ejemplo entre nosotros, preferirá andar descalzo a calzarse, pero si lo acostumbráis a lo segundo, tendrá más males y más necesidades. Lo cierto es que la salud y la alegría habitan en la pajizas chozas donde parece que todo falta, y huye de los magníficos palacios donde parece que todo sobra".[24]

Por último, las ciencias físicas han progresado de forma incuestionable y a ellas deben dedicarse los jóvenes para elevar la mente de las maravillas de la naturaleza al mayor conocimiento de su Creador. Aunque, confiesa el conferenciante, por más que se jacten los modernos "las matemáticas y la física no han llegado todavía a la perfección que tuvieron en remotos tiempos, y que cuando lleguen quizá volverán a rodar al pie de la cumbre que con tanto trabajo habían subido".

Además hay ciertos límites que nunca se podrán pasar, pues cuanto más se sabe, más se conoce lo que falta por saber y, en otro sentido, es probable que el adelantamiento de las artes traiga consigo más males morales y físicos que bienes reales y efectivos.

En una palabra, concluye, el género humano posee un fondo de conocimientos parte de ellos recibidos de Dios gratuitamente, parte adquirido con grande trabajo por los ingenios sobresalientes; todos los hombres deben esforzarse en adquirir la parte que puedan por medio del estudio, pero los conocimientos que son el capital del género humano no pueden aumentar y crecer indefinidamente.

Es decir, se siente llamado el conferenciante a adquirir conocimientos y, sobre todo, virtud "para con ellas mantener y hacer prosperar nuestra patria", y frente a este empeño suyo coloca las ilusiones de los progresistas: "voces que desentonadas resuenan por los ángulos de la tierra, y gritando progreso, progreso, van acompañadas con los lamentos de los que mueren en las revoluciones, y envueltas en el humo que asombre los lugares incendiados, y con el polvo que se levanta de las ruinas hechas en nombre del progreso".

CONCLUSIONES

La Compañía hizo de los colegios el eje de toda su actividad: se constituyen en el centro de las relaciones mantenidas con el conjunto de la Iglesia (pueblo y jerarquía), el Estado y las fuerzas políticas, y en este conjunto de relaciones la Compañía intenta mantener su independencia, garantizar su seguridad y permanecer fiel a su identidad.

Mientras la jerarquía episcopal pretende conseguir de los jesuitas un apoyo para la mejora de sus seminarios, sacerdotes capacitados, de los que había gran escasez en la América del XIX, y educadores en el sentido más amplio de la palabra, el poder político busca principalmente colaboradores para la colonización de las zonas fronterizas y la reducción de sus indígenas, asistentes en la labor educativa y, sólo en último término, sacerdotes, y la sociedad católica antes que nada piensa en los jesuitas para que se hagan responsables de la apertura de colegios y, en un segundo momento, en sacerdotes y directores espirituales.

Frente a estas exigencias, las demandas de la Compañía son sólo parcialmente complementarias. Buscan en el episcopado vínculos y alianzas que ayuden a su consolidación en las distintas repúblicas; piden al Estado seguridad legal y apoyo económico y abren colegios con la intención de multiplicar el número de sus vocaciones, conseguir apoyo social para hacer frente a sus enemigos y alcanzar una independencia económica que les permita liberarse de otro tipo de presiones.

La dificultad para conciliar todos estos intereses generó muchos conflictos, asociados, entre otras cosas, a la escasez de personal; los enfrentamientos con el clero nativo; la pretensión estatal de ejercer sobre los jesuitas una fuerte fiscalización; la imposibilidad de mantenerse al margen de la tensión entre liberales y conservadores; la deseada homogeneidad estudiantil no es siempre compatible con la necesidad de hacer rentable el colegio, que lleva además a los jesuitas a sacrificar la tradicional gratuidad de su enseñanza y a postergar otros ministerios a los colegios; la discontinuidad a la que se ve sometido su trabajo, tanto por culpa de las expulsiones como por los numerosos cambios legislativos; etc. Por muy graves que fueran estos problemas, tenía de alguna forma solución y eran accesorios al proyecto jesuita. La dificultad última a la que se enfrentaba éste tenía otro origen: la hostilidad reinante lleva a los jesuitas a sospechar del mundo, a temer a la cultura ya encerrarse en las seguridades. De este modo, el proyecto está condenado, antes o después, a fracasar -con independencia de la evolución de los problemas antes señalados- porque se sostiene sobre dos pilares incompatibles.

Por un lado, el modelo educativo, marcado por la proximidad entre profesores y alumnos, la prioridad de éstos,[25]y como consecuencia unos indudables logros, asociados a las dialécticas piedad- estudio; teoría – práctica; proximidad – disciplina; emulación- compañerismo, etc.[26]Por otro, el aislamiento, nacido de la hostilidad del mundo y el miedo provocado por ésta, reflejado claramente en los planes de estudio y en las actividades extracurriculares. Esto es lo que he intentado caracterizar.

La Ratio Studiorum manifiesta una necesidad de resistirse a las innovaciones de la modernidad, que si resulta fácil en lo referente a principios pedagógicos y metodología, es prácticamente imposible y contraproducente en lo que respecta al plan de estudios, donde no sólo se observa la necesidad de adaptarse a los planes oficiales, el desagrado de los alumnos hacia algunas asignaturas o el rechazo de muchas familias a la prolongada estancia de sus hijos en el colegio.

El problema va más allá. El plan de estudios, con las dificultades señaladas, tiene como objetivo último probar la falsedad moderna, enemiga declarada de la Cristiandad. Varios elementos inciden en esta idea: el objetivo que hay detrás de la enseñanza de las ciencias físicas y naturales, las características de las bibliotecas, el valor moralizante de la historia, las pretensiones apologéticas y probatorias de la enseñanza religiosa o el rechazo a las teorías políticas vigentes en el occidente contemporáneo.

Visto esto, se plantean nuevas preguntas: ¿Hasta qué punto es posible inculcar unos valores enfrentados al mundo dónde debe integrarse el educando? ¿En qué medida son los antiguos alumnos los que rechazan la formación recibida? ¿Qué parte de esta formación rechazan? ¿lo hacen enfrentados a la Compañía o desde el reconocimiento de una deuda asumida con ella? Cuando se vayan consolidando los colegios, ¿las relaciones con los antiguos alumnos modificará los planteamientos jesuitas? ¿En su evangélico disentir con el mundo, cuándo distinguirá la Compañía lo esencial de muchos elementos accesorios que creyó necesario defender en el siglo XIX? ¿Llegará a preguntarse si, en algún aspecto, en esa época, traicionó parte de su carisma?

NOTAS

  1. Memorial del P. Pablo de Blas tras la Visita al Colegio Seminario de Bogotá, 22/11/1859; AHPTSJ estante 2, caja 78.
  2. 12/X/1852 Quito; AHPTSJ estante 2, caja 70.
  3. En la carta de Cayetano Navarro, 2110/1 850 Bogotá, al P. de Blas; AHPTSJ estante 2, caja 68.
  4. AHPTSJ estante 2, caja 68
  5. Resumen de los haberes de la Procura de la Misión Colombiana; AHPTSJ estante 2, caja 78. Cuentas remitidas por el P. Mendía, desde París a partir de 1858; AHPTSJ estante 2, caja 68.
  6. El Hogar. Periódico artístico, literario y de intereses generales, 10/1/1897, monográfico sobre el Colegio de Belén; AHPTSJ estante 2, caja 76.
  7. Carta al P. General, 13/4/1860 Bogotá; AHPTSJ estante 2, caja 68.
  8. AHPTSJ estante 2, caja 76. Las mismas ideas trasmite el P. Gangoiti, 13/9/1894, al P. General; ARSI Prov. Antill. 1001 - II.
  9. DATOS HISTÓRICOS 1895, pág. 36-7. M. M. Mosquera, 19/3/1847 París, al R. P. General; ARSI Prov. Colomb. 1001 - VI, 20.
  10. Orden de lecciones de la Escuela Politécnica, 1875; ARSI Prov. Aequat. 1001- X.
  11. P. San Román, 3/3/1875 Quito, al P. Asistente; ARSI Prov. Aequat. 1001-X.
  12. COTANILLA 1866, t. I, p. 1.
  13. COTANILLA 1866, t. 1, pp. 48-50, t. III, págs. 141-42. COTANILLA 1865, 20/7/186l.
  14. AHPTSJ estante 2, caja 81. Cfr. COTANILLA 1866, t. 1, pág. 2.
  15. Plan de estudios del Real Colegio de Belén; AHN Ultramar 141, exp. 9.
  16. En los planes de estudio no queda claro qué significa recibir socialmente de algún órgano infalible. Teniendo en cuenta la infalibilidad reconocida a la Iglesia, cabe suponer que se defiende el deber del Estado de garantizar, en las sociedades tradicional o mayoritariamente católicas, la continuidad de esta situación.
  17. Carta del P. Provincial, 8/5/1866, al P. Güell, Sancti Spíritus; AHPTSJ C-67.
  18. Cartas al P. Blas del P. García López, 21/8/1850 (AHPTSJ estante 2, caja 68) y del P. Manuel Gil, 14/2/1855 Roma (AHPTSJ estante 2, caja 70). COTANILLA 1865,9/10/1858.
  19. Significativamente, en La Habana desde 1866, al tiempo que desaparece un curso, posiblemente para adaptarse a los planes peninsulares, los cinco cursos de segunda enseñanza se van a subtitular, respectivamente, Clase de filosofía (5°); Clase de humanidades y retórica (4°); Clase suprema (3°); Clase media (2°); Clase ínfima (1°).
  20. Carta al P. Pablo de Blas, 27/3/1851; AHPTSJ estante 2, caja 82.
  21. Carta del P. Domingo Olascoaga, 7/3/1857 Madrid, al P. de Blas; AHPTSJ estante 2, caja 68. Carta del P. Luis Segura, 22/10/1864 Quito, al P. de Blas; AHPTSJ estante 2, caja 68.
  22. Oración por el fin de los exámenes públicos del Colegio de San José, Medellín 1848; AHPTSJ estante 2, caja 81.
  23. Sobre el significado de los exámenes y los otros actos públicos véase GÓMEZ DÍEZ 2006.
  24. Quizás merece la pena destacarse el escaso aire jesuítico de este alegato a favor de la Pobreza, mucho más propio, quizás, de la tradición franciscana y contrario al carisma ignaciano; Vid. Gómez Díez 2004, donde concluyo: "Éste fue el mérito de Ignacio: no encerrarse jamás en la espiritualidad del peregrino; no querer salvaguardar, para sí o para algunos compañeros escogidos, la pura libertad del camino, sino el saber reencontrarla en el interior mismo de las servidumbres y de los condicionamientos más humanos de cada situación"; pág. 114.
  25. El P. Manuel Gil insiste, en carta al P. Pablo de Blas (27/2/1851; AHPTSJ estante 2, caja 70), que los jesuitas deben atender a sus alumnos antes que a cualquier otro ministerio, y la inmensa mayoría de los jesuitas manifiestan, en una u otra ocasión, su coincidencia con esta idea.
  26. GÓMEZ DÍEZ 2000.

BIBLIOGRAFÍA

COTANILLA, P. José Joaquín, S.J. Historia de la misión colombiana de la Compañía de Jesús. (Manuscrito en cuatro tomos, conservado en AHJPTSJ C-92 (1866) -Diario del__Desde el año 1834 hasta 1864. (Manuscrito conservado en AHPTSJ C-95)

GÓMEZ DÍEZ Francisco Javier. Métodos jesuitas de formación de élites (1850-1900). Poder y mentalidad en España e Iberoamérica. Madrid, 2000 - La indiferencia y el poder: el éxito del apostolado ignaciano. Mar Oceana 17, Madrid, 2004


FRANCISCO JAVIER GÓMEZ DÍEZ © Forum Hispanoamericano Francisco de Vitoria