ILUSTRACIÓN EN PANAMÁ
Considero un privilegio aportar el presente estudio referido al período de la Ilustración en Panamá lo más completo posible, ya que no existen antecedentes de investigaciones específicas al respecto. La pesquisa de materiales diversos y esporádicos ha requerido de mucha paciencia y constancia para concatenarlos y hacerlos entendibles. Durante el Siglo de las Luces el Istmo no se distinguió precisamente por el arraigo de una cultura sólida como fue el caso de otras regiones del hemisferio colombino. Las tres centurias coloniales panameñas tienen como signo el movimiento comercial y población efímera y ello se opone diametralmente a manifestaciones del espíritu. No obstante, excepciones las hubo y deseo valorarlas como figuras prestigiosas y hasta heroicas que dieron norte a sus existencias en sentido contrario a lo que comúnmente sucedía a su alrededor. Solo deseo que mi modesto ensayo contribuya al conocimiento de una época tan especial en la cual Panamá no descolló, pero tampoco estuvo ausente. Profundizar la raíz histórica es ir al encuentro de nosotros mismos como pueblo y como Nación de rasgos propios.
Sumario
- 1 Conceptos definitorios de la ilustración
- 2 La hora de los Borbones
- 3 Las ideas de la ilustración y del enciclopedismo llegan a América
- 4 Panamá y la ilustración
- 5 Literatura histórica - geográfica- etnográfica
- 6 Ciencia natural y medicina
- 7 El Derecho
- 8 El Teatro
- 9 Eclesiásticos ilustrados
- 10 Conclusiones
- 11 Notas
- 12 Bibliografía
Conceptos definitorios de la ilustración
En primera instancia, he de caracterizar el lapso denominado genéricamente como Ilustración o Siglo de las Luces. Se trata de la plataforma filosófica con todas las implicaciones y ramificaciones que ostenta. Según José Ferrater Mora, estos nombres “…designan un periodo histórico circunscrito, en general al siglo XVIII, y extendido sobre todo en Alemania, Francia e Inglaterra”[1]
Confía en la razón como ahora se la concibe, y en la posibilidad de reordenar la sociedad sobre conceptos lúcidos.Sus raíces están en el racionalismo del siglo precedente y en el auge que toman las ciencias naturales o empíricas. Es obvio, pues, que abarque orientaciones intelectuales y políticas.
Para los ilustrados, el hombre detenta la facultad de dominar la Naturaleza a través del descubrimiento de sus leyes y desarrollo. En adelante, la búsqueda del ser y de la sustancia primordial discurre por otro camino, puesto que los seres del mundo están ahí, al alcance de nuestras inteligencias para su investigación, naturalezas, comportamientos, relaciones y función dentro del cosmos.
En política y enfoque sociológico, afirma que la humanidad está en condiciones de adquirir conciencia de sus aciertos y errores y a esa percepción la denominamos la historia. La Ilustración dio pábulo al “despotismo ilustrado”, una manera de gobernar que pasa lentamente de las monarquías absolutas a las constitucionales.
En el dominio “religioso” se decide por una religión natural y el deísmo, es decir, la consideración filosófica del tema de Dios despojada del carácter sobrenatural de la Revelación. Todas estas facetas se remiten a una base común: el saber deriva de la sensación, del sensismo corporal en vez de la reflexión metafísica. Los hechos primero, los principios y las leyes después.
En Alemania se da una Filosofía popular, nociones que pueden ser manejadas por las grandes masas. En Francia, el cenáculo de los enciclopedistas lo forman Voltaire, Diderot, D’Alembert, Condorcet, entre otros. En Inglaterra, hallamos las figuras de Locke y Hobbes. Las concepciones revolucionarias, del mundo, de la comunidad humana, abren el sendero hacia la sociedad y época contemporáneas, pero antes habrá que pasar por el viraje insospechado de la Revolución Francesa, la Independencia de los Estados Unidos y el desmembramiento del Imperio colonial español en América.
Son tiempos fuertes, novedosos, en los cuales la literatura corrosiva se infiltra en las mentalidades a ambos lados del Atlántico y producen una mutación multivariada, tan drástica como jamás se había previsto. Quizás ni los mismos pensadores midieron el alcance de sus planteamientos o las repercusiones que los mismos causarían en la civilización occidental.
La hora de los Borbones
Luego del deceso del último Rey de la Casa de Austria, Carlos II en 1700, se plantea el asunto de su sucesión. La Corona recayó en Felipe, Duque de Anjou, hijo del Delfín de Francia y de María Teresa, la hermana mayor del Monarca difunto. Felipe V (nacido en Versalles en 1683) llegó a España a sus diecisiete años, en 1701, para ser coronado. Con él se inicia la dinastía borbónica. Reinó pero no gobernó, y en 1724 abdicó a favor de su hijo Luis quien estuvo solo ocho meses en el trono.
Todo indica que Felipe V no tenía dotes ni actitud para presidir el Reino. Le dominaba la abulia y solo soñaba con regresar a la Corte fastuosa de su abuelo. Su deterioro mental iba en aumento. Los ministros franceses como Orry y Amelot, y españoles como Campillo, Patiño, Ensenada, Carvajal, Grimaldi, Aranda, Floridablanca y Campomanes, tomaron en firme las riendas del Estado y actuaron de acuerdo a parámetros distintos en consonancia con sus momentos. Sería interminable mencionar siquiera las novedades que introdujeron en la administración, obras de infraestructura, relaciones internacionales y apertura beneficiosa para las colonias de la América hispana.
Sin entrar en los intrincados aspectos del rejuego político que este cambio produce en Europa, centrémonos en las repercusiones del mismo para las posesiones de ultramar, sobre todo en los reinados de sus sucesores Fernando VI (1746-1759) y Carlos III (1759-1788). Con este último Rey, la Ilustración entra de lleno en España y en su lejana América. Acá es la centuria intermedia entre la conquista y la tolvanera secesionista.
Conviene citar las siguientes palabras que nos dan la tónica del espíritu nuevo que todo lo penetra: “Las colonias españolas sufren durante el siglo de las luces los mismos efectos políticos, militares, económicos y culturales que la Península”[2]Cae de su peso anotar que la idea de “reforma” fue impensable en tiempos de los Austrias. Ahora la rigidez cede espoleada por los ministros galos y seguida por los hispanos que acabamos de mencionar. Para efectos administrativos son creadas las Secretarías (futuros ministerios) que reemplazan a los tradicionales Consejos.
En el Nuevo Mundo, como secuela directa, los Virreyes son más conscientes de que representan a la persona real, pero, simultáneamente, quedan reducidos a piezas del “reloj” burocrático y reciben instrucciones y procedimientos del Secretario de turno. Esto lleva a un deterioro de la imagen virreinal porque el contacto directo entre el Monarca y su Virrey se interrumpe. Existe una entidad ministerial que se interpone entre ambos y los mediatiza.
Los virajes económicos apuntan más a los recursos naturales y su explotación en una y otra orilla del mar y no al acopio de tesoros como ataño. El comercio da rumbo al inaudito modelo financiero. Las clases altas descienden en categoría y privilegios y dan paso a la burguesía adinerada.
Más volvamos al comercio. Ya no habrá monopolios y exclusividades. El tráfico de mercaderías es más abierto, con menos tasas impositivas. Otras naciones pueden comerciar con las Indias, y en 1717 la Casa de la Contratación de Sevilla se muda a Cádiz, el nuevo epicentro mercantil y punta de lanza hacia América. El organismo de control sobrevivió hasta 1790. Este año se permite comerciar a las colonias entre sí y a países que antes habían sido enemigos y rivales de España.
Pronto se forman sociedades económicas y entidades afines cuyos objetivos consisten en divulgar los postulados esenciales del liberalismo en boga y los logros de las ciencias experimentales. El saber se abre paso a despecho de la oposición recalcitrante de los nobles, de una Iglesia reaccionaria, desniveles en la distribución de riquezas y bienes y la poca experiencia de España en emular la creciente industria de las naciones vecinas.
Advienen nuevas divisiones territoriales para efectos de orden interno, aplicación de la justicia, celeridad en los trámites administrativos y amoldar el vasto continente a las instituciones que se implantan. Las milicias locales constituyen un ejército propio destinado a la defensa contra el asedio de extranjeros ilegales y complementar los pies de fuerza españoles acantonados sobre todo en los puertos.
Se observan brotes de protesta y rebeldía contra el poder omnipresente del clero, y el Estado invocará y usará el privilegio del Patronato para presentar las candidaturas de dignatarios eclesiásticos, los patrimonios de órdenes religiosas y del clero secular. En términos generales, los filósofos y políticos agresivos no simpatizaban con la injerencia de la Iglesia Católica en asuntos del gobierno. De este modo, la misma fue controlada y hasta neutralizada en esta primera etapa borbónica. Las repercusiones y aplicaciones del sistema serán contempladas en los segmentos que siguen.
Las ideas de la ilustración y del enciclopedismo llegan a América
Las nociones filosóficas tienen la capacidad de viajar y transponer largas distancias. En el presente apartado solo consigno el hecho evidente de que, en breve lapso, una pléyade de ilustrados americanos, clérigos y laicos, conocerán el radical estilo de pensar y harán uso de él cuando llegue el momento de las mutaciones políticas, antirreligiosas y económicas que edifican otra América y predisponen a violentas sacudidas que, a la postre, romperán el lazo tri-secular que se había anudado desde tiempos del descubrimiento, la conquista y la colonización. En otras palabras, las transformaciones globales llevan en si la semilla del desmembramiento del Imperio, y el sendero fue irreversible.
Cuando escuchamos los nombres de un Bolívar, un Santander, un Hidalgo, un Sanmartín, Riva Agüero, Rivadavia y la extensa lista de próceres, no podemos menos que admirar su patriotismo. Hijos de españoles, nacidos en suelo americano, su lealtad estaba anclada al terruño natal y no en la patria de sus progenitores y remotos antepasados. Sucedió de un extremo al otro del Nuevo Mundo. Panamá no podía ser la excepción.
Panamá y la ilustración
Los hijos de Ignacio de Loyola llegan tardíamente a América, es cierto. Su labor es ingente, misionera, infatigable. Ponen pie en Panamá a inicios del siglo XVII solo como residencia. Pertenecían a la provincia de Quito. Su trabajo apostólico es imponderable y solo esbozarlo requeriría una obra dedicada al tema.[3]
Sus misiones entre los aborígenes del Darién es digna de todo encomio, heroica y de una entrega paradigmática. Con igual ardor evangelizaron a los indios de la etnia cuna. Es clásica en los anales de la historia panameña, la admiración y amistad de los Padres de la Compañía con el sacerdote diocesano Don Francisco Javier de Luna Victoria y Castro, cuyos padres Manuel de Luna Victoria y Rosa Gordillo y Castro eran españoles y vecinos de Natá de los Caballeros, una familia muy acomodada.
Francisco Javier había nacido el 2 de diciembre de 1695 en Panamá y al día siguiente, festividad del apóstol misionero de la India, el caballero de Javier, recibió las aguas bautismales recibiendo el nombre del santo de esa fecha, 3 de diciembre. Muy joven fue soldado y luego abrazó la carrera eclesiástica cursando las materias en el Colegio Seminario. Fue Colector del Obispado y Mayordomo de Fábrica de la Iglesia Catedral durante el episcopado de Don Juan de Castañeda Velásquez y Salazar. Luego fue tesorero de la Catedral de Cartagena de Indias.
Siendo aún presbítero, el señor Luna Victoria se dirige a la Real Audiencia de Panamá y presenta un Memorial en el cual se compromete a fundar tres Cátedras respaldadas con su propio peculio. Dichas Cátedras eran Filosofía, Escolástica y Teología Moral. La solicitud fue tramitada en el Consejo de Indias, máximo organismo administrativo de las colonias y luego llegó a las reales manos de su Majestad Don Fernando VI, quien dio su parecer favorable. Ahora el Colegio podía expedir los títulos de Bachiller y Doctor en base a la Bula de Pio IV de 1561, ratificada por Gregorio XIII en 1758. Los estudiantes panameños vieron como providencial la decisión, pues de otro modo debían trasladarse a Quito, Lima o Bogotá.
La Universidad de los sacerdotes jesuitas y del Obispo Luna Victoria funcionó normalmente hasta el año 1767, año fatídico en el cual una decisión de Carlos III ordena la inmediata expulsión de la Compañía de toda España y sus dominios. La ejecución de la orden real no se hizo esperar, incluso con la intervención de milicias que por la fuerza extrañaban en los puertos a los clérigos hacia un ostracismo inesperado. Varios argumentos se han esgrimido para “explicar” la medida draconiana: la presión de los jansenistas enemigos del clero; la acumulación de poder de la Orden, su intervención no disimulada en asuntos políticos.
Para los panameños las secuelas fueron inimaginables, de un daño intelectual sin precedentes. Cerraba sus puertas el breve asomo de vida académica durante toda la colonia. Pasarían más de dos siglos antes de que en Panamá fuese creada una nueva Universidad.
En el Archivo General de la Nación, en Bogotá, he visto los documentos del expolio de San Javier: el edificio confiscado, los libros, más que todo los libros arrebatados de las manos de los maestros, los estudiantes se quedaban sin el pan de la sabiduría, los Padres salían a ver donde llegaban sin menoscabo de su integridad personal pero inflexibles en su vocación religiosa. De manera brusca concluyó un capítulo, el único aliento de labor intelectual en ese Panamá que estaba pasando por uno de los momentos más grises de su acontecer histórico.
El primer rector fue el Padre Hernando de Cavero, llegado de Quito. En 1758 hallamos al Padre Juan Antonio Gual al frente del plantel y en 1760 lo rige el Padre Bernardo Recio Gil. Entre tanto, Panamá no pasa por un tiempo bueno. Han cesado las Ferias de Portobelo con su auge económico. La ruta panameña es reemplazada por la del Cabo de Hornos. Para colmo de males, tres fuegos devastan la ciudad, reducen a cenizas lo mejor de ella y el empobrecimiento y desánimo se apoderan de los moradores.
El fuego grande de 1737; después el llamado fuego chico de 1758 y otro incendio en 1781; todos arrasadores de la pequeña ciudad atrincherada en la muralla y los baluartes de defensa. Las crónicas de transeúntes no pueden ser más desoladoras: templos ruinosos, la maleza por doquier, lotes baldíos. La opulenta Panamá del “sitio del Ancón” yace maltratada, sumida en la mayor desolación.
Muchos se ven obligados a emigrar fuera del Istmo a poblados del interior en busca de un mejor futuro. Es necesario reconocer al Doctor Luna Victoria el tesón, el optimismo por su tierra. Estando en Cartagena recibió el nombramiento para Obispo de Panamá, previa presentación de su candidatura al Papa por el Monarca español. Tomó posesión de la sede más antigua de Tierra Firme el 15 de agosto de 1751. En su magistral obra “La Ciudad Imaginada”, el historiador Alfredo Castillero Calvo escribe: “el Obispo era Francisco Javier de Luna Victoria y Castro, hombre muy rico y con numerosas posesiones urbanas en la capital, de manera que vivía en casas de su propiedad.”[4]
La portada de la Catedral panameña tiene esculpido el nombre del eximio benefactor; un recuerdo imborrable del panameño que creyó en el potencial de su país cuando las condiciones generales eran adversas. El Archivo General de Indias de Sevilla guarda celosamente los originales de las visitas Pastorales que el Prelado Luna Victoria hizo a su Diócesis, una información valiosa con la cual podemos reconstruir un momento crucial de la vida panameña y de la Iglesia local de mediados del siglo XVIII.
En 1759 fue promovido al Obispado de Trujillo en Perú. También allí fue reedificador de templos, creó un nuevo arancel y visitó su circunscripción episcopal; un Obispo, Pastor vigilante del rebaño en la acepción etimológica del vocablo. Murió a sus ochenta y dos años en Trujillo el 11 de marzo de 1777, cuando se había anunciado su promoción a Chuquisaca, en la Audiencia de Charcas, con el rango de arzobispo. Ilustre, ilustrado, más que ilustrado, el Obispo Luna es una figura panameña que llena el Siglo de las Luces y que antepuso sus intereses personales y entregó sus recursos económicos para el bienestar de su tierra. Cuando falleció, Europa comienza una ebullición intelectual que socavaría los cimientos de las vetustas monarquías, del “ancien regime”. Doce años más tarde reventaría la Revolución Francesa y sus imitaciones en cadena.
Los deístas y descreídos se van de bruces contra la Iglesia e imperará un nuevo orden, o más bien desorden, que resquebraja todo lo que se había edificado con tanto ardor y sacrificio. Europa es otra cosa. América se estremece.
Literatura histórica - geográfica- etnográfica
Consigno únicamente como referencias documentales los más relevantes informes y relaciones que se enmarcan dentro del siglo XVIII y que aluden, de un modo u otro, al Istmo de Panamá. Son, huelga decirlo, fuentes imprescindibles para el conocimiento del territorio en el lapso aludido. Se trata de una literatura burocrática y sus autores son por lo general funcionarios reales. Con la remisión de estos documentos a sus superiores jerárquicos, cumplen un cometido valioso dentro del engranaje estatal. Sin entrar en prolijas consideraciones de sus respectivos contenidos, reproduzco los títulos respetando la cronología:
-RELACION DE LA COSTA DEL MAR DEL NORTE DESDE PORTOBELO AL PUERTO DE OMOA por el Teniente Coronel Nicolás de Palomares (1757);
-EXPLORACION DE LA COSTA DE CALIDONIA Y DEL DARIEN, escrita por el Teniente de Navío Francisco Javier Monty (1761);
-EXPLORACION DE LA COSTA DEL TIBURON Y VERAGUA. La debemos al Capitán Luis Arguedas (1786);
-EXPLORACION DE LAS PLAYAS DE LA COSTA NORTE DE VERAGUAS por Manuel de Jesús Atencio (1787);
-EXPLORACION DE LA COSTA DE BOCAS DEL TORO de la pluma de José Antonio Morante (1787);
-DESCRIPCION DEL REINO DE SANTA FE DE BOGOTA por Francisco Silvestre (1787). Es imposible concluir este aspecto sin mencionar el trascendental documento del Padre Juan Franco, fechado en 1792 y que lleva por titulo:BREVE NOTICIA O APUNTES DE LOS USOS Y COSTUMBRES DE LOS HABITANTES DEL ISTMO DE PANAMA Y SUS PRODUCCIONES
Como fácilmente puede colegirse, son documentos que nos permiten trazar un paisaje de Panamá y sus ya entonces variadas gentes durante el Siglo de la Enciclopedia. A lo anterior, según ya insinuamos, habría que añadir los informes de las Visitas Pastorales de los Prelados que gobernaron la Diócesis panameña en el período y son un venero de preciosos datos acerca de la Iglesia, el clero, las etnias, el estado de las poblaciones, las labores de la ciudad y el campo, el nivel o falta de el en cuanto a la religiosidad, las relaciones del Pastor con las autoridades civiles, etc.
Ciencia natural y medicina
El siglo XVIII acusa un desarrollo científico sin precedentes en el Viejo Continente y el Nuevo recibe su influjo. En Panamá tenemos al naturalista y médico Sebastián López Ruiz nacido en Panamá en 1741 y muerto en Bogotá en 1832. Criollo por más señas.
Es una de las mentes brillantes formadas en San Javier donde se recibió de Bachiller y Maestro. En 1758 le hallamos en la Universidad de San Marcos de Lima donde cursó Filosofía, disciplina en la cual obtuvo el Bachillerato. Hacia 1780 concluyó la carrera de Medicina y profesó en ella y Protomédico en Cusco. En una representación presentada al Rey señala lo insalubre que es utilizar los templos como cementerios e igual idea ante el Gobernador de Panamá. En Bogotá sirvió la Cátedra de Medicina y fue oficial en el despacho del Virrey.
Durante una excursión que hizo a los Andaquíes (actual Caquetá) descubrió las propiedades curativas de la quina y lo informó al Arzobispo Virrey Antonio Caballero y Góngora. El ensayo correspondiente se titula: “Cronología de la quina de Santa Fe de Bogotá; demostración apologética de su descubrimiento en estas cercanías; experiencia de su virtud y eficacia.” El original de la magistral exposición reposa en la Biblioteca Nacional de Colombia.
A fin de comprobar su hallazgo, remitió al Monarca hojas y cortezas del árbol. El Rey mandó analizar las muestras y reconoció los méritos científicos del ilustre istmeño. Poco después se embarco hacia España a dirimir el pleito con el sabio Celestino Mutis quien reclama jurídicamente los mismos derechos como exclusivo descubridor de los atributos de la quina. Se enfrentaba a una rivalidad profesional y de sesgo científico.
La Corona se inclinó a favor de López Ruiz y Carlos III le donó una biblioteca de ciencias que trajo a Bogotá, donde se consagró definitivamente a sus estudios botánicos y médicos. No obstante, el litigio por la autoría iba a continuar. Mutis, empero, no cejaba en su empeño de disputar el crédito y continuó la agria controversia que finalmente ganó. López Ruiz se opuso a la independencia y su actitud fue tan tozuda que se vio forzado a regresar a Panamá. De allí que en 1816 escribió el opúsculo “Conversación sobre la fidelidad y obediencia al soberano”.
Resultaba utópico apuntalar un régimen político que se desplomaba. En el Reino de la Nueva Granada ya había sucedido el episodio del 20 de julio de 1810, el primer estallido de los criollos; luego, en 1819 ocurriría la Batalla de Boyacá que selló definitivamente la emancipación. Nuestro Sebastián López Ruiz estaba algo “fuera de contexto” redactando apologías del sistema monárquico. El y los vasallos de su tiempo no conocieron otra forma de gobierno en la Península y en las colonias que la respetada Monarquía. Cuando todo se destrozaba, ¿qué actitud asumir? La única alternativa consistía en defenderla con acritud.
Luego de 1822 se radica del todo en Bogotá. Sus últimos esfuerzos estuvieron encaminados a criticar la carrera de Medicina en Colombia y su superficialidad académica. Murió a los noventa y dos años pobre y olvidado de todos. A modo de colofón agregó que por testimonio del sacerdote de la Compañía Recio Gil sabemos de la presencia de médicos franceses en América. El Padre Recio destaca a un médico negro llamado Ucelay que se recibió en medicina en San Javier de Panamá.
El Derecho
“El más distinguido jurista indiano” es el mejor calificativo que otorgó Jorge Fábrega Ponce en su libro sobre la biografía del extraordinario panameño Manuel Joseph de Ayala. Similares apreciaciones de su vida y su obra colosal expresan Rafael Altamira, José María Ots Capdequí, Ricardo Levene, Juan Manzano y Manzano y otros destacados estudiosos y especialistas en legislación americana colonial.
Ayala vino al mundo en la ciudad de Panamá en 1728 y falleció en Madrid en 1805. A sus nueve años de edad ya tuvo el primer revés para iniciar sus estudios por causa del gran fuego que consumió más de novecientas casas y la Catedral en promisoria renovación. A los doce años ingresa en el Colegio de San Agustín y San Diego de Panamá y se afianza en Retórica y Gramática de acuerdo al pensum por entonces usual. Luego curso Artes en el Colegio de los jesuitas. Simultáneamente profundiza la Filosofía y el Latín.
Ya en la Universidad de San Javier, Ayala se inscribe en Moral, Latinidad y Retórica. Con posterioridad viaja a España donde transcurrió el resto de su existencia fecunda. En 1753 recibe el grado de Bachiller en Cánones de la Universidad de Sevilla, pese a todos los inconvenientes y deficiencias en la calidad de los maestros, contenidos programáticos, desgreño administrativo y aprehensión por las nuevas tendencias intelectuales. Es el momento en que el peruano ilustrado Pablo de Olavide pretende introducir reformas universitarias y doctrinas cónsonas con las nuevas líneas de pensamiento enciclopedista.
Ayala estuvo a punto de retornar al Istmo como gobernador de Portobelo, lo cual nunca se cumplió para bien del Derecho y del propio jurista. Quedarse definitivamente en Madrid era la mejor opción para su obra fecunda. Este es otro de los casos de “fuga de cerebros”, pues en Tierra Firme no hay un marco apropiado para su desenvolvimiento intelectual ni personal. En el futuro y para siempre será un funcionario al servicio de la Monarquía en un Madrid de estrechas y sucias callejuelas, climas extremos, dificultades sin cuento para llevar a feliz término sus proyectos y trabajos. ¡Nada lo arredra!
En 1763 propone al Rey la necesidad de establecer archivos para un seguro y eficaz “Gobierno Universal y manejo de nuestras Indias”. El memorial tiene diez secciones fundamentales: Recopilación de Reales Cédulas; Índice de Resoluciones del Consejo; Diccionario de Resoluciones de Cédulas y Pragmáticas; Interrogatorio político, geográfico y económico de todas las colonias; Discurso de los correos de América; Índice de oficios vendidos debido a las guerras; Papeles indianos en Simancas; Capitulaciones con Portugal referentes a América; Recopilaciones de Proyectos entregados al Ministerio.
Manuel Joseph de Ayala es el gran archivero del Reino; un Reino dilatado por medio mundo y urge preservar la memoria histórica de la proeza de España en el Nuevo Mundo. Hay que reorganizar la documentación, ordenarla racionalmente y por temas. Clasifica planos, derroteros, costas, mapas, visitas pastorales, plazas, legajos incoherentes, fortalezas, divisiones territoriales, virreinatos y provincias.
De su magro peculio paga tres ayudantes; se fatiga por lo que estima son piedras miliarias de la hispanidad en tierras americanas. Se comunica con Virreyes para que le envíen copias de documentos y decisiones que no se hallan en España, adquiere libros raros y curiosos en las tiendas de anticuarios y libreros. No cuestiona si la conquista es legítima. Simplemente se ocupa de clasificar el material de un hecho cumplido que en su tiempo tiene ya tres siglos.
Defendió a los indios oprimidos; denunciaba los excesos por igual de doctrineros, encomenderos, alcaldes mayores y aseguraba que la política prevalece sobre el aspecto eclesiástico. Fábrega Ponce explica que los tres aspectos de Ayala son el de archivero, compilador de fuentes y comentarista. En cuatro grandes títulos se puede dividir su trabajo ciclópeo:
- Colección de Cédulas y Consultas
- Diccionario
- La Miscelánea
- Notas a las Leyes de la Recopilación de Indias
Para dar una idea somera de la Miscelánea (son más de noventa tomos manuscritos que reposan en la Biblioteca del Palacio de Oriente, en Madrid). Allí está resumido todo el Nuevo Mundo, un fondo documental inigualable. Todavía no concluye el siglo XVIII. Mientras Ayala se enfrasca en sus papeles, España tiene serios problemas políticos. Por el otro lado, los Estados Unidos se proclaman nación libre; Francia hierve con la Revolución. La situación interna no es la mejor y soplan vientos de fronda en América.
Ayala sabe bien el valor de su monumental esfuerzo de toda una vida. Quiere que la Corona se lo reconozca. Ministros como Jovellanos se oponen a un aumento pecuniario. Varias de sus peticiones son denegadas, incluyendo una asignación para la viuda en caso de que fallezca. Anciano e ignorado muere en Madrid el 8 de marzo de 1805. Su deceso coincide con el napoleonismo que mira hacia España como prenda para la corona de José, el hermano que quiere ser rey a la fuerza.
Jamás volvió a Panamá, - en sus propias palabras- “… la ciudad de Panamá en América, Reyno de Tierra Firme”…“a la falda del Cerro Ancón”. La evocaba marítima y orgullosa, el nudo del comercio mundial:“vaten las olas en la muralla de la ciudad y atracan los botes y barcos al muelle.”[5]
¡Cuánta añoranza por su lar natal ¡ Nunca olvidó su tierra pero el trabajo no se lo permitió! Pasó su existencia entre documentos, y hoy por hoy la labor de Ayala, el panameño del siglo XVIII instalado en Madrid, es indispensable para apreciar la legislación indiana, la historia del Nuevo Mundo, la evolución de sus ciudades, la Iglesia y su obra evangelizadora, en fin, los cambios territoriales. Cuanto le deben los Archivos de Indias y de Simancas, el Archivo Histórico de Madrid, el Palacio Real que son los repositorios de su dedicación, más que eso, de su vocación y amor por los papeles del Estado. Al catalogar disipaba la bruma que otros quisieron echar sobre la hispanidad americana; ¡los documentos lo comprobaban!
El Teatro
En el Panamá del siglo XVIII se da lo que Rodrigo Miró denomina acertadamente “la expresión criolla” que él reúne y define como “manifestaciones que en el orden de la cultura ocurrieron entonces en nuestro territorio…”.[6]
Aunque parezca insólito, el teatro es una de esas rarezas espirituales, y la única obra que hasta el presente conocemos la debemos al escritor Víctor de la Guardia y Ayala (1772-1824) quien vio la primera luz en Penonomé. No me cabe duda de que Guardia y Ayala ha debido pertenecer a los clanes familiares que se reubicaron en poblaciones interioranas luego de la ruptura que implicó el cambio de ruta y el cese de las Ferias de Portobelo, además de los devoradores incendios de los cuales ya dimos cuenta.
En hermosa frase, Ángel Rubio dijo que “muere la ruta pero vive el espíritu”. Y ese espíritu creador del panameño y su capacidad de adaptación a inesperadas situaciones y exigencias lo vemos retratado en la obra de este poeta. El inspirado dramaturgo penonomeño concibió una tragedia en tres actos llamada «La política del mundo». Redactada en versos fue montada y estrenada en su poblado natal en 1809. Fue descubierto el texto en 1902 por el historiador e investigador costarricense Don Ricardo Fernández Guardia y editada en San José. Con este trabajo literario se abre camino el teatro panameño.
De hecho, trasluce la formación cultural del autor, su postura crítica ante las circunstancias políticas y sociales de su época. A Víctor de la Guardia se atribuyen otras piezas teatrales como “La reconquista de Granada,” de la cual solamente conservamos el título. Mas volvamos a “La política del mundo”. El escritor conoce muy bien la historia romana, utiliza alegorías antiguas y se vale de recursos retóricos para oponerse con todas sus fuerzas al invasor francés Napoleón Bonaparte, que avasallaba a España y dominaba incondicionalmente al legítimo soberano Don Fernando VII. Las invectivas versificadas contra el rampante napoleonismo son dardos de una pluma que no vacila en atribuir a Calpurnia, la mujer del César, estas palabras fatídicas:
“Te vi descender del trono
tan luminoso y lucido
en que te adoraba el pueblo
Vi desgajarse marchito
el verde laurel que ciñes
como general invicto.
Yo vi tu cetro arrastrado
vi tu corona, oh delirio!
desecha en menudos trazos”.[7]
Mofa mordaz y elegante a la vez. La intromisión del bonapartismo en España resultaba inaceptable. Decidirse por una poesía para teatro era un modo de expresar su inconformidad y su acatamiento al orden legal cuya cabeza no era otra que la persona del Rey. Las anteriores líneas bastan para deducir y dejarnos impresionar de la lealtad del criollo istmeño a su Monarca ultrajado; clama por obediencia de parte de sus súbditos ante el desafuero de la imposición de un rey títere, hermano del omnipotente nuevo César, el intruso José Bonaparte o “Pepe Botella” como burlonamente lo apodaba el pueblo.
Los pronósticos del fatal destino que aguardaba irremisiblemente al Emperador de los franceses y su desmedido afán de poder se cumplieron a la letra. Derrota y ostracismo fueron el saldo final. Desde Panamá, Víctor de la Guardia y Ayala lo previó en un poblado de ambiente rural llamado San Juan Bautista de Penonomé. Todo indica que nuestro bardo nunca salió del Istmo y que su acervo cultural refinado era autodidacta o habría frecuentado las aulas jesuitas de la Universidad de San Javier.
Se impone una indagación prolija en fuentes de archivos sobre la personalidad de este autor, su formación y la factibilidad de encontrar sus obras restantes hasta hoy desaparecidas. Este emblema literario es indudable indicio de que las cosas están en un proceso de transformación que, a la postre, nos emancipará de España de la cual fuimos preciada posesión durante tres centurias.
Eclesiásticos ilustrados
El Obispo veragüense Rafael Lasso de la Vega Lombardo (Santiago de Veraguas, 1774 – Quito, 1831). Es una personalidad en las estribaciones del mundo colonial. Investido de la dignidad episcopal, le corresponde presenciar los movimientos de independencia que se riegan como chispas por todo el continente. Al reunirse en un solo país la Nueva Granada, Ecuador y Venezuela se mostró opuesto y abandonó, acompañado de su clero, la sede de Mérida. Luego cambió radicalmente su actitud: Bolívar le inspiró confianza; el paso hacia la República era un hecho cumplido.
El Obispo Lasso, todo los Prelados, se hallaban en un encrucijada de lealtades. A través del procedimiento de Patronato, Su Majestad los había presentado para las Mitras americanas y Roma les concedía la consagración como sucesores de los Apóstoles. El nuevo orden político y social republicano encabezado por jóvenes militares criollos, exigía de ellos una definición de posturas. O con la Monarquía o con la República. Nunca antes se vio semejante disyuntiva ni permitía voces intermedias.
Lasso de la Vega optó por la última. Era un imperativo romper con España, no sólo políticamente sino también eclesiásticamente, sin escindir la unidad y comunión de las Iglesias con la Silla Apostólica y ahuyentar el fantasma del cisma que rondaba. A fin de corroborar su intuición genial se entrevistó con el Libertador en Trujillo, se alistó en la causa americana y cursó al congreso de Cúcuta un oficio felicitándolo por su instalación.
En este Congreso decisivo para Colombia, asistió como representante de Maracaibo. Su pensamiento central estribaba en afirmar que Fernando VII, al jurar la Constitución, había perdido el vasallaje y que el pueblo recobraba la soberanía. Igualmente comunicó a Bolívar que en adelante trabajaría por la nueva nación ante la Santa Sede. Combatió la Ley del Patronato de 1823 porque el privilegio real no debía pasar integro como privilegio presidencial. Si los países jóvenes quedaban establecidos, el deber de los pastores consistía en cuidar el rebaño pues los fieles eran ciudadanos del estados e hijos de la Iglesia lo cual recuerda la doctrina agustiniana de las dos ciudades.
Monseñor Lasso de la Vega correspondió directamente con el Papa Pío VII para tenerlo al tanto de la lastimosa situación de la Iglesia americana, las sedes vacantes, el clero dividido entre realistas y patriotas, las parroquias abandonadas, los feligreses a la deriva. Roma estaba urgida a responder cuanto antes y remediar el descalabro espiritual. Pío VII dio los primeros pasos en tal sentido, pero la Parca le impidió decisiones en firme. Los siguientes Pontífices, León XII, Pío VIII y Gregorio XVI se ocuparán personalmente de hallar paliativos a tantos males y rescatarán para la Iglesia millones de almas.
Lasso de la Vega asume su posición de “convertido”. Para explicarlo escribió el ensayo,“Conducta del obispo de Mérida desde la transformación en Maracaibo en 1821”. Se retractó de sus encendidas pastorales de anatema contra los alzados, defendió los derechos de la Iglesia, y Bolívar sugirió su nombre para integrar las mentes esclarecidas que participarían en el Congreso de Cúcuta. Luego le veremos como Senador en el evento que debía insuflar vida jurídica a la naciente Gran Colombia bolivariana. Obviamente, apoyar y beneficiar a la Iglesia y teorizar sobre la separación de la Iglesia y del Estado, la primera por sus creencias y valores que son perpetuos, la segunda en el ámbito civil o temporal que es transitorio.[8]
Con posterioridad, el Señor de la Vega es promovido a la sede arzobispal de Quito. Su labor pastoral fue ingente y se prolongó hasta su deceso en 1831, un año después del de Bolívar. Testigo presencial de la metamorfosis socio-política más radical desde la conquista. Si quisiéramos clasificarlo en el tiempo, podemos afirmar de tan egregio personaje panameño que fue un hombre entre dos épocas.
El sacerdote Doctor José María Correoso Catalán: La información documentada sobre el Padre Correoso es muy escasa y avara en datos que pudieran facilitar la reconstrucción de su biografía. Ignoramos aún los años de su nacimiento y deceso. Por el apellido se puede colegir que perteneció a la familia colonial Correoso, la que produjo notarios o letrados, militares y clérigos de nota durante los siglos XVIII y XIX en Panamá. El título académico de Doctor indica claramente que el cura José María ha debido graduarse, como era habitual “in utraque iure”, Derecho Canónico y Derecho Civil, posiblemente en Perú pues la Diócesis panameña era sufragánea del Arzobispado de los Reyes, Lima. Recordemos que desde 1546, y por la voluntad de Paulo III, Lima es erigida en Iglesia Metropolitana y se les adscriben los obispados de León, Panamá, Quito, Cusco y Popayán. Lima es la capital eclesiástica del Istmo y uno de los centros más adecuados para la formación del clero nativo.
La actuación sobresaliente del sacerdote se dio el 10 de noviembre de 1821 en la Villa de Los Santos donde, a la sazón, era el Párroco y con seguridad el más ilustrado de los vecinos. Es la voz criolla la que emancipa bajo el poderoso argumento de que se viola y desconoce “lo más sagrado que se halla en todo ciudadano que es su individuo…”[9]
Hasta Los Santos, un rincón de nuestro interior de alcurnia española, llegaron los conceptos corrosivos de la Ilustración. El Acta es una defensa vehemente de los derechos humanos y evidencia la conciencia generalizada de que el lazo con España está roto y es imposible recomponerlo.
¡Quién más imbuido, quién más actualizado de las novedades que venían de Francia e Inglaterra que un hombre de sotana, el Padre y Doctor Correoso Catalán. Porque en el pronunciamiento santeño se advierte una carga jurídica innegable. Este era un lenguaje totalmente nuevo y el Cabildo se erigía en vocero audible de la voluntad popular. El resultado fue el primer grito que nos desligaba de la Madre Patria mediante un Acta transida de pacífico espíritu y firme determinación: “con plausible gozo y una indecible conmoción de cada uno del pueblo”
¿Para qué comentar? Clero ilustrado hubo en toda América y la nómina es inagotable. El nombre de José María Correoso Catalán ha de ser añadido a nivel continental y exaltado en el Istmo que estaba decidiendo su porvenir y defendiendo su identidad nacional. De que Correoso participaba en asuntos ajenos a la cura de almas, tenemos pruebas cuando aporta artículos y productos agrícolas para sustentar al ejército, ya en tiempos colombianos. De igual manera fue elegido Diputado a la Cámara Provincial del Cantón de Los Santos en 1825. Ha debido fallecer entre ese año y 1834, pues una partida de bautismos que se conserva en el Archivo Parroquial de la Villa se refiere a él como ya “finado”.
Datos escuetos y muy dispersos, es cierto, pero lo suficientemente reveladores de una personalidad teórica y militante cuando de la tierra istmeña se trataba. Es necesario indagar afanosamente en Panamá y en el exterior para completar el retrato de un ministro de la Iglesia comprometido con el presente y el futuro de su país en momentos decisivos de su acontecer histórico.
Conclusiones
Si he de pergeñar algunas reflexiones finales serían las que siguen: a) La historia central colonial istmeña (siglos XVI y XVII) discurre en el eje del tránsito Panamá – Nombre de Dios – Portobelo. Escasa población estable, la mayoría fugaz. El resto del territorio, sobre todo en la vertiente rural del Pacífico, acusa una vida sedentaria pues sus moradores se dedican a faenas agrícolas y pecuarias como economías de subsistencia.
b) Panamá carece, ayer como hoy, de una cultura sólida y floreciente como se dio en otras latitudes americanas, sobre todo en las capitales de Virreinatos.
c) Las únicas manifestaciones culturales se observan tardíamente, esto es, durante el siglo XVIII, luego del advenimiento de la Casa de Borbón, de raíz francesa la cual impulsa reformas inauditas en los aspectos ideológicos y administrativos de las colonias americanas como he pretendido demostrarlo.
d) Las personalidades que florecen en el período acusan una marcada tendencia a la emigración, ya fuere por iniciativa personal u obediencia eclesiástica. El Istmo no ofrece las condiciones necesarias para el desarrollo de sus capacidades ni talentos.
e) En la siguiente centuria (la XIX) proliferarán personajes que imprimirán fisonomía firme a Panamá y lo enrumban por senderos conceptuales, políticos, económicos y religiosos que, andando las décadas culminarán en la independencia definitiva y el establecimiento de un país, dueño de su porvenir.
Notas
- ↑ Ferrater Mora José Diccionario de Filosofía, tomo 2, p.1623
- ↑ Historia de España. Sopena tomo II, p. 651
- ↑ Para más información remito a la Separata de la Revista Lotería de enero 1968
- ↑ Castillero Calvo Alfredo La Ciudad Imaginada op. cit. P. 266
- ↑ citado por Fábrega Jorge, P. Manuel Joseph de Ayala op. cit. p. 94
- ↑ Miró Rodrigo La Literatura Panameña, op. Cit. p. 85)
- ↑ Las citas están tomadas de la obras de Miró, op. cit., p. 98
- ↑ Cfr. Dussel Enrique, Historia de la Iglesia en América Latina, p. 157
- ↑ Palabras centrales del Acta de 10 de noviembre de 1821
Bibliografía
- Araúz Celestino y Pizzurno Patricia El Panamá Hispano (1501 – 1821). Comisión Nacional del V Centenario. La Prensa. Panamá 1991
- Castillero Calvo, Alfredo La ciudad imaginada. Ministerio de la Presidencia – Panamá. Santa Fe de Bogotá, 1999
- Dussel, Enrique Historia de la Iglesia en América latina (3ª. Ed.) Editorial Nova Terra. Barcelona, 1974
- Fábrega Ponce, Jorge Manuel Joseph de Ayala. El más distinguido jurista indiano. Plaza y Janes. Bogotá, 1997
- Ferrater Mora, José Diccionario de Filosofía (4 tomos). Alianza Editorial, Madrid, 1979
- Miró Grimaldo, Rodrigo La Literatura Panameña. Editorial Seviprensa, S.A. Panamá, 1976
- Morin, Alfredo Apuntes de historia de la Iglesia de Panamá (2 tomos). MEDUC – INAC, Panamá, 2007
- Osorio Osorio, Alberto Historia eclesiástica de Panamá (1815 – 1915) Zetta Centroamerica y Caribe (Impreso en Colombia) Panamá, 2000
- Santos, Ángel, s.j. Los jesuitas en América. Editorial Mapfre. Madrid, 1992
ALBERTO OSORIO OSORIO