CATOLICISMO SOCIAL LATINOAMERICANO

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Los inicios del catolicismo social

Las raíces del movimiento social católico en América Latina se encuentran, si bien en expresiones aisladas y generalmente débiles, en el periodo que se extiende a partir de la segunda mitad del siglo XIX. La formación de los estados nacionales ocasiona el resquebrajamiento del modelo de cristiandad hispánica en un proceso que se extiende, según los países, por varios decenios. Como un síntoma del nacimiento de un nuevo modelo cultural, hacen aparición diversas corrientes intelectuales que dan sustento al predominio de la libertad, el sistema democrático y la filosofía secularista.

La Iglesia se ve obligada a readaptarse a ese nuevo modelo emergente que la va despojando de los antiguos privilegios que gozaba. Tardará años en aceptar esa nueva realidad, encontrar su ubicación y reinstalarse en las formas culturales que, en una nueva síntesis, irán modelando al pueblo americano. La ideología liberal es la que mejor representa ese proceso de secularismo radical que ocasiona, en el caso de varios países del continente, enfrentamiento del Estado con la Iglesia, conflictos y en ocasiones, persecuciones que paralizan la labor pastoral y la obligan a luchar para defender sus derechos y el libre ejercicio de su misión espiritual.

Cuando ese proceso de hostilidad manifiesta síntomas de perder virulencia, comienza a asomarse, fruto de múltiples causas, un nuevo proceso, éste de carácter social, que consistirá en reclamar a los hombres de Iglesia otro frente de preocupaciones y para el cual, como para el primero, la mayoría de sus prelados, de su clero y de sus fieles, no se hallaban preparados. Nos referimos a lo que luego se llamará «la cuesti6n social», que deriva de la lenta incorporación de la problemática del trabajo y de las relaciones entre los sectores dominantes; del industrial y financiero; del sector de las fuerzas del trabajo; del de los poseedores de la tierra y los que solo disponen de su trabajo.

Este proceso, si bien incipiente y solo planteado en las ciudades que disponen formas de artesanado o inician un proceso de semi-industrialización, ha de otorgar una nueva fisonomía a la vida social y una inesperada problemática a la clase política. Pero ocurre que en las pocas ciudades en que las tensiones y los conflictos sociales comienzan a plantearse, son también las más abiertas a las nuevas concepciones sociales; son las ciudades en contacto con Europa o ubicadas en la línea de las grandes rutas marítimas. Después de la década del ochenta del siglo XIX, con el fenómeno de la inmigración proveniente de Europa, se advierte que ese proceso recibe un renovado impulso a través de una doble vía, constituido por la acelerada transmisión de las ideas que esos grupos importan, y por el esfuerzo que realizan por implantar sus enfoques ideológicos en el suelo que los cobija.

En grandes rasgos, el escenario del Continente puede caracterizarse por un lado, por el liberalismo generalmente oligárquico, ocupado casi dominantemente en la construcción política, y por otro lado la irrupción de un socialismo que se presenta como un modelo alternativo de organizaci6n social. Mientras el primero despoja a los sectores populares de las antiguas garantías jurídicas y rompe con viejas prácticas de convivencia entre poseedores y desposeídos, entre Iglesia y Estado, creando conflictos nuevos en materia social, el socialismo, que también cuestiona a la Iglesia, se presenta como destinado a arrebatarle al catolicismo grandes porciones de los sectores populares apenas evangelizados e indefensos ante ese programa social.

Para los hombres de Iglesia, mientras el planteo político liberal tenia características que permitían clara resistencia y rápida respuesta, en el caso de lo social, presentaba aspectos innovadores y novedosos que implicaban un cambio absoluto de mentalidad y una preparación que excedía a la meramente apologética, ya que debían ser acompañadas de propuestas capaces de atender demandas sociales.

Es dentro de ese cuadro social y político que comienza a ensayarse en los distintos países de América, el catolicismo americano ensaya ciertas respuestas que, si bien son modestas y de dimensiones reducidas, tienen la virtud de ser los primeros antecedentes en el campo social. Indudablemente los servicios de caridad hacia los sectores más necesitados que constituyen una tradición en la Iglesia del continente, disminuidos por la hostilidad liberal, conforman una respuesta, pero es visiblemente insuficiente para resolver las nuevas situaciones planteadas por la aparición de la cuestión social.

La respuesta a la que hacemos alusión se manifiesta en los años anteriores a la publicación de la encíclica Rerum Novarum a través del modelo de los «Círculos de Obreros» o «Círculos de Artesanos», que con modalidades ligeramente diversas se ensayan en algunos países. Este modelo de reclutamiento de obreros con propósitos de protección y pastorales que le otorga un carácter conservador, constituye al menos hasta fin de ese siglo, creaciones inorgánicas que, en el mejor de los casos, forman una rudimentaria organización de primer grado, y cuya vida y actividad se encuentra limitada hacia el interior de ellas mismas y sin mayor gravitación en el conjunto social.

La aparición de esta incipiente nucleación de sectores populares provenientes del artesanado del trabajo rural, es posible localizarlos a partir de 1870, y con más claridad y con un programa reducido de servicios, en las décadas siguientes. Junto a los Círculos de Obreros se advierte la presencia de las primeras asociaciones de ayuda mutua, cofradías de obreros y como complemento, las asociaciones de caridad que la Iglesia tuvo desde el periodo hispánico, destinadas a los sectores más desheredados.

Es cierto que durante este periodo estas obras no obtienen ni el vigor ni la solidez que alcanzarán en años posteriores, pero constituyen la raíz y el antecedente de un conjunto de experiencias sociales que muestran una respuesta del catolicismo americano a lo que luego se ha de llamar «la cuestión social». Cierto es también que el esfuerzo de llevar el Evangelio al campo social encuentra resistencia e insensibilidad dentro de las propias filas católicas, pues el grueso de los fieles católicos no perciben aún los signos de ese proceso que comienza a manifestarse. Esa actitud de desinterés y aún de incomprensión hacia la dimensi6n social de la Iglesia, ha de constituir uno de los obstáculos que perdurará por largos decenios. Sin percibir esa resistencia no se aprecia el valor profético de quienes comenzaron aquellos tímidos ensayos, ni los sufrimientos de quienes después continuaron las obras.

Del Concilio Vaticano I a la «Rerum Novarum»

Pocos años antes que se iniciara la formación de los Círculos de Obreros en algunos países de América, se celebró el Concilio del Vaticano I (1869/1870), planteándose allí muchas de las cuestiones que la Iglesia necesitaba resolver frente a la problemática del mundo moderno, sin que ese Concilio, por la situación política de Italia, pudiera concluir sus trabajos, resultando así un Concilio inconcluso. Sin embargo, en aquel Concilio suceden entre otras cosas, dos acontecimientos de interés para nuestro tema y son; primero, que por vez primera los prelados del Continente tienen oportunidad de encontrarse y de participar de una colegialidad tan decisiva para la Iglesia y; segundo, que de haberse prolongado las sesiones, es probable que se hubiera incluido el proyecto de decreto sobre la cuestión obrera, así como la solicitud firmada por varios Obispos pidiendo al Concilio la condena de los errores del socialismo y, a la vez, hacer conocer los principios de la justicia social, los deberes de los ricos para los pobres, los sanos principios sobre los cuales se apoya el orden social y la condenación del abuso de la riqueza.

Lamentablemente estos temas no tuvieron oportunidad de ingresar a las deliberaciones, pero los prelados representantes del Continente allí presentes, alcanzaron a conocer esas preocupaciones sociales de hombres eminentes y de indudable gravitación en el seno del Concilio.


El sucesor de Pio IX, el gran pontífice León XIII, que hizo el esfuerzo de reconciliar a la Iglesia con el mundo moderno en el campo político con sus documentos «Quod Apostolici» (1878), «Diuturnum» (1883), «Inmortale Dei» (1885), «Libertas» (1888), se proponía sistematizar el pensamiento cristiano en las cuestiones más sobresalientes de la problemática social. Es así como el 15 de mayo de 1891 publica la célebre Encíclica «Rerum Novarum», que constituye el basamento inicial de la Doctrina Social de la Iglesia, consolidando y sistematizando los aspectos fundamentales de las cuestiones obreras, a la vez que respalda la obra de los laicos y miembros del clero que, desde cuarenta años antes, como contribución personal venían elaborando los lineamientos sociales del Evangelio y poniendo en práctica soluciones concretas en el campo social

No es del caso analizar aquí la repercusión de esa encíclica, pero no cabe duda que ella, más que las mencionadas referidas al campo político, tuvo una cierta difusión, en unos países más que en otros, pero sin obtener en prelados y clero la resonancia que debía esperarse ante las incipientes cuestiones sociales que habían comenzado a plantearse en cada país. Para que esa encíclica obtenga un mayor impacto en el seno del catolicismo latinoamericano habrá que esperar más de un decenio.

De modo que a la fecha de la convocatoria al Concilio Plenario Latino Americano (1899), se observa en el Continente un movimiento inicial de aproximación al mundo del trabajo en el sector urbano, y en especial, en los que provienen del artesanado y del comienzo del industrialismo, a los cuales la Iglesia a través de sus fieles más perspicaces y visionarios, y de algunos hombres del clero, intenta organizarlos en modestos Círculos de Obreros, o en cooperativas, asociaciones de ayuda mutua, cofradías obreras.

Cierto es que esas obras no alcanzaron el vigor y solidez que la propuesta merecía, pero hay que tener en cuenta que las mismas constituían avanzadas del pensamiento social católico, cuando aún no existía una formación mental adecuada dentro del catolicismo. La ausencia de una sensibilidad social, la indiferencia por los problemas obreros que recién se iniciaban, la hostilidad con que se recibía a esas iniciativas tan distantes de la pastoral tradicional, la falta de aliento por parte de los episcopados, salvo raras excepciones, son algunas de las causas que contribuyeron a mirar todavía con cierta indiferencia a quienes comenzaban a ocuparse de esos problemas.

El Concilio del Vaticano I, la Rerum Novarum y la experiencia de los católicos europeos en el campo social, resultaba insuficiente para provocar un cambio de actitud generalizada del catolicismo, aunque fue suficiente para estimular a grupos reducidos a iniciarse en la acción social. En medio de cierta soledad e indiferencia, los esforzados fundadores de aquellos ensayos sociales como los Círculos de Obreros, las Asociaciones de ayuda mutua, el Socorro solidario, las Cooperativas, etc., darán origen al movimiento social católico en América.

El Concilio Plenario Latinoamericano y la cuestión social

Cuando se reunió el Concilio Plenario, habían pasado ocho años de la promulgación de la célebre encíclica Rerum Novarum, y dada la repercusión que la misma obtuvo por la innovadora apertura hacia el campo social que iniciaba, puede suponerse que no podía dejar de ser tenida en cuenta por los redactores del esquema inicial, como de las preocupaciones pastorales de los prelados del Concilio.

La consulta a los Documentos del Concilio Plenario Latinoamericano, y en especial los Decretos del mismo, permiten comprobar que lo que entonces comenzaba a llamarse la cuestión social no fue objeto de un tratamiento exhaustivo, pero tampoco se hallaba ausente, si bien con un tratamiento escueto. Antes de analizarlas es necesario mencionar que ciertas cuestiones que pueden ser incluidas como sociales, se hallan dispersas en diversos artículos, como lo son las referidas a los pobres, a los errores del siglo, entre los cuales se mencionan al socialismo y al comunismo, las misiones entre los infieles, los institutos de caridad en sus diversas expresiones.

El Pontificado de León XIII había alentado con singular energía la apertura de la Iglesia hacia el mundo de lo social, de modo que necesariamente debía figurar en la temática del Concilio. Es por ello que, aparte de las cuestiones antes indicadas, en las Actas y Decretos se destacan dos proposiciones de esa temática incluidas en el Titulo XI, capitulo II.

La primera cuestión verdaderamente innovadora y a la que León XIII prestará fuerte apoyo, es la de la inmigración, que comenzaba a manifestarse como el fenómeno mundial más destacado de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Ese Pontífice ya había advertido ese fenómeno desde 1871 cuando alentaba a la «Sociedad San Rafael», creada en Alemania para la atención de la inmigración, y ratificaba en 1887 con la Carta Apostolica «Libenter agnovúnus» dirigida al Obispo de Piacenza, que creaba un Instituto destinado a la formación del clero, orientado a la atención espiritual de los inmigrantes. Esa misma actitud la reiteró el Pontífice en la Carta «Quam Aerumnosa», dirigida a los obispos de América. Al respecto el Concilio en su artículo 767 advierte sobre la conveniencia de prestar auxilios espirituales y materiales a los inmigrantes, al mismo tiempo que solicita sean acogidos y protegidos por los católicos.

La segunda cuestión innovadora introducida por León XIII que incluye el Concilio, se refiere a los obreros y a lo que se conoce como la cuestión social. Siguiendo los principios de la Rerum Novarum, aunque sin mencionarla y con una redacción escueta y abreviada, el Concilio le dedica tres artículos, siendo el primero el dirigido a las autoridades y a los pueblos para que ambos busquen la armonía y la paz pública, se unan por los lazos de la caridad y cumplan cada uno sus mutuos deberes. El siguiente artículo es el que dirige a patronos y obreros, deseando que ambos aspiren a la justicia y la caridad, se paguen salarios justos atendiendo a las necesidades de la familia, y se conceda un tiempo destinado al descanso y la piedad, pidiendo a los obreros no atenten contra los derechos de los patrones. Siguiendo a la Rerum Novarum, el Concilio propicia en otro artículo la formación de Círculos de Obreros, a fin de nuclear a los mismos, ofrecerles ambientes de garantía y evitar deriven hacia el socialismo.

Como se puede comprobar, no se trataba de un enunciado detallado de cuestiones sociales, pero en su mención sintética reúne los aspectos esenciales para un trabajo pastoral en el campo social, Ellos bastaban como programa para el clero, si es que éste se decidía a llevarlos a la práctica.

Del Concilio Plenario a la «Quadragesimo Anno»

La aparición de la Rerum Novarum no tuvo en América, en un primer momento, una repercusión destacada, siendo necesario que con posterioridad y lentamente, los mismos líderes sociales, al encontrar en ese documento tan valioso del Papa León XIII la formulación de un programa de acción social, comenzaron a otorgarle difusión y a presentarla como el más valioso respaldo a sus ideales sociales. El Concilio Plenario, al tomar, según lo hemos anotado, ciertas ideas e incluirlas como un lineamiento para la labor pastoral del clero, abre un periodo nuevo para el catolicismo social del Continente que se extiende hasta la aparición de la encíclica «Quadragesimo Anno» en 1931.

En este periodo el catolicismo social adquirió perfiles mucho más definidos, variedad de iniciativas y respuestas institucionales a diversas situaciones sociales. El catolicismo social se orientaba en sentido muy semejante en los diversos paisas del Continente. En un primer momento, conforme a las lineas mes conservadoras de la Rerum Novarum, se observa una tendencia a la consolidación de las iniciativas que provienen del pasado, por ser las mismas auspiciadas por la encíclica, sin por ello abandonar las obras que son las expresiones de la caridad.

Pero no tardó en producirse un movimiento de tendencia más renovadora, también sostenida y defendida por la Rerum Novarum, dirigida a la formación de gremios o sindicatos de orientación católica. Estos, con rasgos más profesionales, se ensayan desde el primer decenio con suerte muy diversa en cada país. Las organizaciones de protección obrera existentes no siempre manifestaban simpatía por esas iniciativas y, por el contrario, ofrecieron cierta resistencia dentro de las filas católicas. El catolicismo dominado por la mentalidad de la caridad, constituye una expresión de la fe suficiente para atender a la pobreza, no mira con confianza la formación de sindicatos, ya que estas agrupaciones exigen formas de acción que se consideraban más propias del socialismo que del catolicismo.

En esta modalidad se advierte la presencia activa de laicos lúcidos y llenos de fortaleza, animados del propósito de proyectar en el sector obrero o agrario, los principios enunciados en la encíclica. También se observa la participación como protagonistas de primera línea a miembros del clero, que a veces provienen de Europa, donde han recibido una preparación especial en lo social, o del clero nativo, algunos de los cuales han completado su formaci6n en Roma.

La labor sindical es la que exigirá mayores esfuerzos a los cristianos, pues es un campo que disputarán palmo a palmo al socialismo y luego, después de 1918, a la corriente marxista, ambas coincidentes en proponer la estrategia de la revolución encabezada por el sector obrero. Esa dura batalla del sindicalismo católico se inició en países como Argentina, Chile, México, Ecuador, Brasil, ofreciendo cada uno de ellos características distintas, pero todos articulados en la postulación de la doctrina social de la Iglesia. Las modalidades de este sindicalismo sufrirá por vía de la propia realidad nacional que lo condiciona, o en virtud de las cambiantes circunstancias por las que atraviesa la experiencia sindical europea y los avances doctrinarios que emanan de la Santa Sede.

En este sentido influye, otorgando valor y apoyo, el contenido de la Encíclica «Singulari Quadam» (1912) de San Pio X, que se inclina en forma dominante por el modelo del sindicalismo confesional como el instrumento más apto para obtener los propósitos profesionales. Igual espaldarazo ocurre años después, en 1929, con el documento emanado de la Congregación del Concilio conocida como la «Carta del Sindicalismo cristiano», que avanza al tenor de los tiempos y admite la pluralidad sindical como legitima.

El sindicalismo cristiano en su penetraci6n en el campo obrero debe afrontar riesgos, debilidades y obstàculos nada fáciles de resolver, avanzando a través de contradicciones e incomprensiones, desinterés y abandono. La primera debilidad radica en el mismo catolicismo, donde no todos sus integrantes son capaces de comprender la verdadera función profesional y evangelizadora que el sindicalismo cristiano está llamado a realizar. Los obstáculos provienen también del escenario mismo donde se desenvuelven, ya que tienen por delante dos enemigos fuertes que intentan desarticular el esfuerzo cristiano, siendo el primero la mentalidad liberal que observa con temor que el cristianismo cuestione aspectos claves de su pensamiento.

En este sentido, para ciertos sectores del liberalismo, los cristianos que se desenvuelven en el sindicalismo resultan tan peligrosos como los mismos socialistas. Como una derivación de esa actitud mental se advierte que ofrecen resistencia al reconocimiento jurídico de las organizaciones obreras, sean de la ideología que sean y, por lo mismo, limitan la capacidad de representaci6n y defensa profesional. La resistencia que el liberalismo ofrece no es menos fuerte que la manifestada por el sindicalismo adscrito a la corriente socialista, el marxismo y aún, el llamado sindicalismo neutro.

Estas ideologías, incluidas en el cuestionamiento de la Rerum Nouarum, no admiten la pluralidad sindical, pretenden la hegemonía propia del mundo obrero y ven en el sindicalismo cristiano, que se mueve bajo la tutela de la Iglesia, un competidor que viene a disputarles el dominio obrero, cosa que realmente ocurre, y lo combaten, entre otras razones, acusándolo de dividir el movimiento obrero y ser organizaciones al servicio del predominio de la Iglesia.

El sindicalismo cristiano debe avanzar, en consecuencia, en medio de la incomprensión de los propios hermanos en la fe, y en algunos casos de la indiferencia del clero y la jerarquía eclesiástica; al mismo tiempo fue el ataque sistemático de los gua ejercen el poder, el sector político, la burguesía, los dueños del capital y de la prensa que representa esos intereses.

La debilidad de la incomunicación

En el periodo que acabamos de describir, se evidencia una debilidad que impide el fortalecimiento de las obras en funcionamiento, las cuales se desenvuelven en los límites de determinados sectores urbanos o rurales, pero no traspasan los límites del propio país. Las experiencias que se llevan a cabo en cada uno de los países latinoamericanos, aún entre los más próximos, son desconocidas por quienes conducen obras semejantes en las restantes naciones del Continente. Ese desenvolvimiento nacional sin comunicación, sin intercambio, sin mutua colaboración con quienes realizan obras semejantes en otros países del Continente implica un encerramiento sobre si mismos sin posibilidades de enriquecerse y fortalecerse con la experiencia social cristiana de otros hermanos del continente que trabajan por los mismos ideales.

El análisis de los movimientos socialistas, marxistas o anarquistas dan prueba, por el contrario, que uno de los instrumentos que los alimenta y a la vez les otorga fuerza y apoyo, lo constituye los vínculos internacionales que los ligan y que permite a sus militantes ser parte integrante de una vasta red internacional. Los católicos sociales, por el contrario, no supieron y no pudieron crear una red propia que les sirviera como instrumento de vinculación y de colaboración. Si ella no pudo darse entre los países del Continente, es necesario concluir fue tampoco pudo darse entre estos y los movimientos europeos creados por los católicos sociales.

La Federación de Círculos de Obreros de la Argentina convocó en 1919 a los movimientos sociales católicos del cono sur de América, a lo que se llamó el «Primer Congreso de los Católicos Sociales de América Latina». De los países convocados participaron Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, excusando su participación luego de prometer asistencia, Bolivia, Perú y Brasil. Ese encuentro pudo ser el punto de partida de una red que hubiera permitido fortalecer el movimiento social católico de cada país, pero lamentablemente no pudo continuarse. No obstante, en ese Congreso se redactó un documento dedicado a la sindicación católica en sus más diversos aspectos, siendo el más completo el referido a la formación y desarrollo del sindicalismo católico en la primera mitad del siglo XX en el Continente.

Las obras sociales

Si en lo que hace a la valoración del desarrollo del catolicismo social en América se también se consideran las realizaciones logradas en el campo de las organizaciones gremiales, así como el trabajo de difusión y aceptación de los principios doctrinales en la cultura, no puede desconocerse la proyección lograda en otras manifestaciones de la vida social.

El catolicismo social se manifiesta también pujante en otro campo como lo es el de los servicios organizados para la ayuda y la promoción de los sectores populares, y los dirigidos a resolver las deficiencias de la estructura social. Se trata de la realización de obras concretas de tipo social insertas en el tejido social, que los líderes sociales crean para resolver cuestiones bien determinadas. En este terreno se inscriben la formación de cooperativas, tanto de vivienda como de producción o de consumo, las Cajas de Ahorro destinadas a sectores de bajos ingresos, las Cajas Rurales para los sectores agropecuarios, las asociaciones de Socorro Mutuo y otros servicios destinados a resolver las necesidades más apremiantes como la salud, la vivienda y la educación.

En la mayoría de los países de América Latina estas instituciones nacieron por obra de líderes provenientes de las filas de los laicos o del clero, encontrando en su desarrollo, sino las mismas, al menos dificultades semejantes a las que debieron vencer las restantes iniciativas surgidas para resolver las cuestiones sociales.

Pero si los obstáculos fueron factores para que estas obras no se multiplicaran, hay que observar que otros líderes cristianos, sin desmerecer los aportes provenientes de las mismas, consideraron que esas obras se manifestaban insuficientes para resolver en forma radical los males producidos por la estructura social y la débil respuesta de las previsiones estatales. La observación de esa realidad les sugirió la necesidad de hallarse presente en otros campos de la dimensión social. Uno de ellos, quizás en el que menos se manifestó la presencia cristiana, fue el del parlamento y la legislación.

La dimensión legislativa

El conocimiento de la labor llevada a cabo por los católicos sociales en ciertos países de Europa, había de influir en quienes se sentían capacitados para abordar el terreno político, no solo demostrando que es posible llegar a esas posiciones con un programa cristiano, sino también que ese escenario no les estaba vedado a los cristianos. En ese sentido, en el periodo que se extiende hasta la encíclica Quadragesimo Anno, se llevan a cabo dos modos distintos de llegar a la política: uno, formando parte de los partidos tradicionales, o bien, intentando formar algún partido católico nacional, los que luego no perdurarían, o ensayando con resultados positivos, la formación de Ligas Electorales.

Cualquiera de estas modalidades coincidían con el propósito de llevar lideres católicos a los parlamentos, en donde se libraban las batallas de las decisiones legislativas. La llegada de algunos cristianos a los parlamentos había de ser fructífera para la corriente social católica, que si bien era débil en representación, había de obtener buenos resultados en materia social. En el programa de esos hombres políticos se incluía proyectos tomados del pensamiento del catolicismo social europeo.

Esos legisladores aislados que ingresaron a la vida parlamentaria, no obstante la inferioridad numérica, obtuvieron la aprobación de algunas iniciativas legislativas inspiradas en los principios del catolicismo social. En la etapa de consolidación de los estados nacionales que se extiende hasta el comienzo de la segunda guerra mundial, muchas de las cuestiones que se debatían, como las vinculadas a la familia, el trabajo, la cuestión social, el sindicalismo, la previsión, la lucha contra las plagas sociales, la vivienda, el trabajo de mujeres y menores, el contrato de trabajo, constituyen cuestiones que el catolicismo social no había descuidado y sobre las cuales el catolicismo europeo había realizado verdaderos avances; de modo que se disponía de esa experiencia para hallar soluciones que fueron aprovechadas por los legisladores cristianos de este Continente.

Otros factores que contribuirán también a la actitud que asumieron ciertos hombres salidos de las filas católicas y que se desenvolvían en el campo político, como lo fueron impedir o suavizar el hostigamiento a la Iglesia, oponerse a la sanción de proyectos laicistas, impidió la presencia dominante del socialismo y del liberalismo extremo. Cualquiera hubiera sido el medio de llegar a los parlamentos, el resultado de esos cristianos actuando en medios políticos fue el de contribuir con su desempeño a impregnar la legislación de los principios del catolicismo social.

La proyección cultural de la Doctrina Social

Independiente de la creación de asociaciones, gremios y obras de ayuda social, se desenvolvió por parte de los católicos una acción de difusión del pensamiento emanado de las encíclicas sociales que es preciso valorar para mejor comprender el desarrollo alcanzado por el catolicismo social. El servicio de difusión de ese pensamiento hacia la vida interna de las instituciones existentes, se proyectó también hacia destinatarios ubicados en todos los sectores de la sociedad. Los congresos católicos que se celebraban en varios países del Continente, los congresos sociales, las semanas sociales, los círculos de estudio, los festejos de las encíclicas, los impresos que por miles circulaban transcribiendo las encíclicas o explicando su contenido, desde las páginas de los grandes diarios hasta los simples boletines parroquiales, fueron instrumentos de una amplia divulgación del pensamiento social católico.

Es por ello que la labor de divulgación no puede ser ignorada, y al tratar de valorar el catolicismo social no es posible reducir el análisis al campo de las organizaciones gremiales o de servicios puestos en funcionamiento. La continuada tarea de propagar el pensamiento social católico dio lugar a un fenómeno cultural de enormes consecuencias, ya que la influencia doctrinaria del catolicismo social es más amplia y de mayor dimensión que las propias creaciones institucionales y los esfuerzos organizativos. El resultado de ese esfuerzo de adoctrinamiento realizado en todos los países de América por el pensamiento social católico, produjo el fenómeno de ser aceptado y aplicado por sectores que no siempre participan de la fe católica.

Los principios que forman el programa del catolicismo social orientados a la consolidaci6n de un orden social basado en la persona humana, la justicia y la libertad, se han incorporado a la cultura social y política de los pueblos americanos, al grado que no siempre los hombres pueden hoy percibir que la raíz y el fundamento de esos principios básicos, tienen en el catolicismo social su origen y su sustento, habiendo logrado a su vez, incorporarse a los discursos de hombres que no pertenecen a la Iglesia.

Sin entrar en detalles se puede mencionar que son principios salidos del seno profundo del pensamiento cristiano y contenidos en la Rerum Novarum y restantes encíclicas sociales, los siguientes conceptos: la comprensión del justo salario, del salario familiar, la categoría esencial de justicia social, la clave para el orden social de la conciliación y armonía de las clases sociales, la concepción del bien común, el sindicalismo como organización profesional reconocida jurídicamente y con capacidad de negociación, el sentido profundo del trabajo y su doble dimensión personal y social, y algunos otros.

Tales principios, sustentados por la labor intensa y a veces heroica de los cristianos desde la época de la Rerum Novarum, adquieren mayor valor si se los compara con los enunciados ideológicos que en el mismo periodo proponen las diversas vertientes del socialismo, del marxismo y del liberalismo. Es en ese enfoque comparativo cuando los principios del catolicismo social emergen con claridad como emanados de la naturaleza humana, y por lo mismo aceptados por la cultura política y social del continente desde mediados del siglo XIX.

No se trata de una formulación triunfalista sino más bien un dato de la realidad, el hecho de que una parte considerable del pensamiento que sustenta el catolicismo social haya logrado incorporarse a la cultura corriente de algunos partidos políticos no confesionales, a la doctrina jurídica del derecho del trabajo, a la legislación social. Hoy los que se adscriben a tales enunciados por el hecho de formar parte del patrimonio de la cultura comen del continente no siempre saben que las mismas, desde fines del siglo XIX, constituyen parte del programa de las fuerzas organizadas del catolicismo social. Cincuenta años después se han convertido en propósitos aceptados y compartidos de la cosmovisión del orden social humano.

El moderno sindicalismo cristiano

Para una comprensión cabal del catolicismo social en América sería necesario recorrer en su itinerario, país por país, cada una de las modalidades en que se expresa; método imposible para el marco de una comunicación como esta, razón por la cual recurrimos a ofrecer una descripción de las líneas generales. Es necesario, sin embargo, prestar una atención especial al desarrollo de una expresión de ese catolicismo social que ha adquirido en los últimos cuarenta años una madurez que merece destacarse.

Hasta mediados de la década de 1930, las organizaciones sindicales cristianas no habían mostrado una fortaleza considerable y solo en unos pocos países habían podido posesionarse discretamente, mientras que otros grupos reducidos se desenvolvían como una expresión confesional en el seno de las organizaciones existentes. La presencia, en algunos casos de actores de primera línea, de figuras del clero, acentúa el carácter confesional. Basta recordar para certificar esta afirmación, al P. Federico Grate y a Monseñor Miguel de Andrea en la Argentina; el P. Alberto Hurtado en Chile junto con Monseñor Manuel Larraín; los padres Zavala y Manuel Aguirre en Venezuela; el P. Vicente Andrade en Colombia; el P. Benjamín Núñez en Costa Rica, sólo para citar unos pocos muy destacados.

Sin referirnos al contexto en que se desenvuelve ese sindicalismo, digamos que manifiesta, fuera del mencionado, dos aspectos bien definidos: el primero que ha sabido permanecer ajeno a los intereses de los partidos políticos, manteniendo claramente distanciado lo político de lo profesional; el segundo, que se ha ocupado esencialmente por la defensa del sector obrero o campesino y la promoción humana, si bien con una modalidad reformista, siguiendo las líneas de la Rerum Novarum y luego de la Quadragesimo Anno. Ese enfoque y esa modalidad, en un proceso de apenas dos décadas, se orientó hacia un cambio sustancial de estrategia, de metodología y de objetivos.

Para comprender mejor el cambio que asumió el catolicismo social en el campo del movimiento obrero, hay que mencionar tan solo algunos indicadores esenciales que fueron obrando en el pensamiento y en la formulación de acciones de los cristianos. La encíclica Quadragesimo Anno, al presentar un renovador impulso a la labor social por parte del pontificado, implicó al mismo tiempo un avance en el desarrollo de los principios enunciados en 1891, junto a una actualización de ciertas cuestiones sociales.

Sin embargo no es ese documento pontificio el único factor que produjo en el escenario latino americano un fuerte impulso hacia lo social, ya que simultáneamente se recibió la influencia proveniente de la experiencia social católica europea, de la difusión de la literatura social del mismo origen, de la traducción del Código de Malinas. Pero si todo ello gravitaba en los sectores más ilustrados del catolicismo americano, existía una presencia renovadora que se iniciaba en los sectores obreros y actuaba como un germen dinámico y transformador. Se trata de la instalación en diversos países del modelo de organización de juventud obrera fundado por el célebre sacerdote P. Joseph Cardijn, denominado «Juventud Obrera Católica» (JOC).

Al continente americano llegaron las primeras iniciativas a partir de la década del treinta, siendo Colombia el primero de los países que instaló la JOC en 1936, y en pocos años dio origen a una central obrera de inspiración cristiana. En años sucesivos, la JOC floreció en otros países del continente, produciendo el fenómeno de que sus miembros eran gestores de organizaciones profesionales de inspiración cristiana.

Al finalizar la segunda guerra mundial, buena parte de la mentalidad de los medios directivos católicos había sentido la influencia de esos factores y se hallaba propicia a comprender la necesidad de atender la dimensión social, no siendo ajeno a ese cambio el magisterio ejercido por Pio XII. También se advertía que la mayor presencia del trabajo social en los medios obreros había potenciado a los movimientos sociales católicos y acelerado el proceso de avance sobre bases más firmes y, en cierta manera, pasar de las formulaciones doctrinarias a la realización concreta y testimonial, con una activa participación en las luchas sociales.

Como en periodos anteriores, el esfuerzo de las organizaciones comunistas y socialistas por conducir el movimiento obrero, lejos de amilanarlos, constituyó un fuerte estímulo para los líderes católicos. El renacimiento que las fuerzas católicas mostraban en Europa en la etapa de su reconstrucción, es otro factor que actúa como un paradigma ejemplar. Una de las debilidades que exhiben los líderes sindicales se encuentra en el hecho de desarrollar en cada país una experiencia propia, sin posibilidad de integrarse a una red que abarcara el Continente, que estimulara y realimentara el trabajo sindical.

El paso inicial para cambiar esa situación se da en Chile en diciembre de 1954, en ocasión de convocarse el Primer Congreso Latinoamericano de Sindicalistas Cristianos, y al cual concurren representantes de trece países. No es ajena a esa convocatoria la Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos (ClSC), que por vez primera muestra interés en el sindicalismo cristiano americano. En esa ocasión se hallaba representada por el notable apóstol social Gastón Tessier. La resolución más decisiva de ese Congreso lo constituye la fundación de la Confederación Latinoamericana de Sindicalistas Cristianos, (CLASC), que pone la sede de su Secretaria en Santiago de Chile, para pasar años después a instalarse en Cuba y luego en Caracas, donde actualmente permanece.

La larga siembra había comenzado a dar frutos, con las posibilidades que significaba la aparición de un movimiento continental de inspiración cristiana, proyectándose como un movimiento confesional. La debilidad inicial de la Confederación se consolida en forma acelerada, ya que para 1960 forman parte de la misma veintiún países del Continente, y dispone aproximadamente el 12% de los trabajadores sindicalizados de América Latina. La Confederación Latinoamericana de Sindicalistas Cristianos, sin perjuicio de los trabajos esenciales a su existencia, como lo son consolidar las estructuras de base en cada país y la formación doctrinaria de sus líderes, realiza una labor de presencia que excede al Continente, logrando tener representación ante la UNESCO, la FAO, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y la Organización de los Estados Americanos (OEA).

No corresponde estudiar aquí la evolución de la CLASC y sus luchas para ampliar su representación, pero si es preciso mencionar que mientras se inserta en las organizaciones sindicales, se producen cambios y acontecimientos de insoslayable repercusión en el continente que, lejos de perjudicar a la CLASC aceleran la madurez del movimiento de sindicalistas cristianos, realizando una experiencia única e insustituible en el mundo obrero Latinoamericano.

En 1961 Juan XXIII da a conocer su encíclica «Mater et Magistra», y dos años después la «Pacem in Terris», dos documentos fundamentales que abren una nueva etapa en el pensamiento social católico al incorporar el análisis de las situaciones sociales y descubrir la interpelación que la misma plantea a los cristianos, a la vez que introducen nuevas problemáticas, entre ellas la categoría de los pobres. Ambas encíclicas, y luego el impacto del Concilio Vaticano II (1962-1965), han de repercutir en el movimiento sindical cristiano. En especial las constituciones «Lumen Gentium» y «Gaudium et Spes», que abandonan la idea de cristiandad que hasta entonces persistía en algunos documentos pontificios, al mismo tiempo que amplían la concepción de Iglesia, superan la dualidad Iglesia-mundo y plantean la unidad de ambos en el camino de la salvación.

Como culminación de ese decenio, en 1967 aparece la encíclica «Populorum Progressio», de Paulo VI, que plantea, entre otras nuevas cuestiones, la necesidad de un cambio de estructuras y, finalmente, en 1971, el mismo Papa, lanza la «Octogesima Adveniens», la que, entre las cuestiones que desarrolla invita a continuar la reflexión social y a la experimentación, para no quedar retrasados en relación a las legítimas aspiraciones de los trabajadores.

Factores tan decisivos no pueden pasar sin impactar a la dirigencia social católica, y conducen en el campo de los sindicalistas cristianos de América a plantearse el modelo de organización de tipo secularizador, y abandonar por lo mismo, la confesionalidad como dato de singularidad. Ello ocurrirá en el VI Congreso realizado en 1971, en el que la Confederación se declara contraria a todo paternalismo, a toda acción reformista y señala su camino que denomina “revolucionario” para crear las condiciones que conduzcan a la clase trabajadora a ser protagonista del proceso histórico, social, económico y cultural de América.

Es a partir de ese congreso que la CLASC se transforma en «Central Latinoamericana de Trabajadores» (CLAT). Con esa decisión histórica, esta expresión organizada de sindicalismo cristiano quiere ser más esencialmente cristiano por su pensamiento y por sus líneas de acción y compromiso con los trabajadores, que por su simple denominación. La CLAT organizó su XI Congreso en el cual elaboró el programa de acción para el tercer milenio, a la vez que avanzó como una poderosa Confederación de sindicatos de América.

La proyección política de los principios cristianos

En los últimos cincuenta años, junto al crecimiento de la conciencia de la necesidad de llevar al mundo del trabajo las propuestas de la acción social católica, madura también lo ventajoso de hallarse presente en el campo de la política, insertarse en ella y proyectar los principios evangélicos en la legislación y en los programas de gobierno. Conforme a esos propósitos, irrumpen en especial a partir de la década de 1940, los que, con variantes, se conocerán como partidos de orientación Demócrata Cristiana y si bien en algunos casos no llevan esa designación, se nutren del ideario de esos movimientos.

No cabe duda que, al igual que en el campo del sindicalismo cristiano, el proceso Europeo con la irrupción de partidos demócratas cristianos después de la postguerra, la intensa elaboración que realizan los pensadores europeos de esa corriente, ocasionará un renovado clima de atracción por la vida política, en especial en las generaciones jóvenes que aspiran a realizar desde el poder, las transformaciones a favor de una humanización y purificación de la vida política.

Con suerte diversa, con continuidades o discontinuidades, con mayor o menor resultado, surgen en muchos países del Continente varios partidos que se proponen llevar a los órganos de decisión política, soluciones dirigidas al bien común e inspiradas en los principios cristianos. Esa misma experiencia parece demostrar que la proyección política del pensamiento cristiano realizada por hombres cristianos, es tributaria de un conjunto de condiciones organizativas y culturales que el catolicismo Latinoamericano no siempre se ha encontrado en condiciones de ofrecer.

Es por ello que la proyección político fundada en la inspiración cristiana manifiesta debilidades y conflictos derivados de esa situación. Pero ello no impide que ofrezca una realidad constatable, cual es que el laicado de este Continente tiene conciencia que el camino hacia la participación en la vida política democrática, es más que posible; es una necesidad si los cristianos desean que América Latina sea un modelo de sociedad humana.

Claves de un balance

Exponer el desarrollo del catolicismo social a lo largo de cien años en unas pocas páginas es una tarea difícil de presentar, pero lo es también extraer de ese largo itinerario algunas conclusiones válidas que sirvan de lección. Por ello es que a modo de conclusión enunciaremos los aspectos predominantes de esa experiencia que puede ser de interés para el futuro, mirando el pasado a vuelo de pájaro y observando lo que es general para todo el Continente.

Volviendo al Concilio Plenario Latinoamericano diremos que, si bien los principios sociales allí enunciados para la labor pastoral del clero no ocupan un lugar privilegiado en el proyecto de ordenamiento de la Iglesia Latinoamericana, lo cierto es que si ellos hubieran sido fielmente tenidos en cuenta por el clero y los fieles, como lo fueron, a veces con rigidez, otros capítulos de los Decretos del Concilio, es probable que el catolicismo social en el Continente habría alcanzado un mayor desarrollo.

Esos pocos enunciados del Concilio y la luz del magisterio expuesta en la Rerum Novarum, alcanzaba para imprimir una dirección social a los trabajos y con ello fortalecer la presencia de la Iglesia al servicio de los hombres. sin embargo, no dejamos de comprender que siendo tantas y tan complejas las cuestiones pastorales que debían ser atendidas, la dimensión social haya sido descuidada o postergada, pero eso mismo es ya una lección a tener en cuenta.

No obstante, el catolicismo social en sus múltiples expresiones y modalidades se instala en el continente y concreta en los últimos cien años, un fuerte caudal de obras, de experiencias y de realizaciones, algunas desaparecidas pero continuadas por otras más adaptadas a los tiempos actuales, otras florecientes y varias en etapa de renovación, pero todas prueban que los cristianos no han estado ni estarán ausentes de los problemas del Continente. La constatación estimulante de esta realidad no impide advertir que si el clero, los prelados y los fieles más esclarecidos e ilustrados, hubieran prestado una atención más esmerada a la proyección social del mensaje evangélico, la Iglesia del continente podría presentar realizaciones más sólidas y un protagonismo más activo en la defensa y promoción humana de los pueblos.

No deja de sorprender que al menos en el siglo XX, el magisterio pontificio en materia social no haya ocupado más espacio en la currícula de la vida universitaria católica, pues ello habría contribuido a la formación de un liderazgo doctrinario y al testimonio social de mayor numero de cristianos, e igual cosa puede manifestarse por el escaso interés y el descuido en la investigación de la problemática social, económica, legislativa y popular. Una mayor atención a esas dos líneas de acción en el vital instrumento de formación y evangelización que son las universidades católicas, contribuiría en forma acelerada a la consolidación de líderes cristianos destinados a crear, conducir y multiplicar las obras y servicios a favor de la promoción humana.

En la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín en 1968, el amplio horizonte temático del catolicismo social no ocupa una prioridad, si bien los obispos manifiestan una preocupación y trazan líneas pastorales en torno a la justicia, la familia, la reflexión sobre la realidad en que se vive y otros aspectos que remiten a lo social y la promoción humana, no se observa una formulación especial a las modalidades pastorales en el campo social. No hay referencia tampoco a que sea central la clase obrera y campesina, mayoritaria en América, ni a las organizaciones profesionales que la representan.

En la Tercera Conferencia del CELAM celebrada en Puebla en 1979, se nota un avance en el pensamiento de los Obispos, pero la clase obrera y sus movimientos no ocupan el centro de las preocupaciones pastorales, no obstante el capitulo dedicado a la liberación y promoción humana. Sin embargo, ambas Conferencias implican un enorme esfuerzo a favor de un catolicismo social que abarque todos los frentes al servicio de la promoción humana en un movimiento que abarque todo el continente.

El futuro desarrollo del catolicismo social se halla condicionado por los modos, la profundidad y la amplitud con que se dimensione la pastoral de la Iglesia, animada por una teología y una eclesiología que la nutra. Lo que no cabe duda es que una estrategia pastoral no puede soslayar el mundo del trabajador, de los marginados, de los indígenas, de los pobres y de los sectores medios, disgregados y afectados por las situaciones sociales que padecen.

Para ese enorme desafío es necesario preparar al laicado, formar muy bien al clero, diseminar por todos los medios la dimensión de la moral social del evangelio, crear una cultura social y organizar estrategias pastorales que contemplen plenamente el mundo de los trabajadores organizados, la defensa de la dignidad de la persona, la promoción humana, el logro del bien común y la justicia social, atendiendo simultáneamente la proyección hacia la vida cívica y política, donde en buena medida se decide el destino del Continente y en el cual no pueden estar ausentes las enseñanzas evangélicas.


NÉSTOR AUZA