RÍO DE LA PLATA; Su mundo cultural, económico y político

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La expresión « Río de la Plata» se usa tanto para aludir al río en sí mismo, como a la región que vertebra su cuenca. Así lo atestigua su adjetivo derivado «rioplatense», del que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua brinda dos acepciones: “natural del Río de la Plata y “perteneciente o relativo a los países de la Cuenca del Plata”. En el primer diccionario que recogió el vocabulario propio de la región, en 1890, se indica que la voz « Río de la Plata», por traslación, alude a los “países que abarca la cuenca del río de la Plata y sus afluentes”.[1]

Como vía fluvial, es compartido por la República Argentina y la República Oriental del Uruguay, y administrado conjuntamente desde el tratado que a ese efecto firmaron ambos países en 1974, considerado no un mero tratado de límites sino un verdadero estatuto sobre el uso del recurso.[2]

Como cuenca hidrográfica, es el colector de aguas de un área de aproximadamente 3,1 millones de kilómetros cuadrados, que abarca parte de Uruguay, Argentina, Brasil, Bolivia y todo Paraguay. En ese espacio viven actualmente alrededor de 130 millones de personas y se asientan cuatro capitales sudamericanas: de sur a norte, Montevideo, Buenos Aires, Asunción y Brasilia. Los cinco países que integran la Cuenca del Plata suscribieron en 1969 un tratado para su mejor aprovechamiento, que se considera un hito importante en la historia de la integración de la región.

En el río de la Plata desemboca a su vez la hidrovía Paraguay-Paraná, eje de transporte fluvial de casi 3.500 km de largo, que une a puertos bolivianos y paraguayos del Alto Paraguay, y a puertos argentinos del río Paraná, con el océano Atlántico. Es también la salida al mar para la navegación proveniente de puertos uruguayos y argentinos sobre el río Uruguay. Por todo ello, el río de la Plata reviste una extraordinaria importancia para el transporte y comercio de una de las zonas agrícolas más importantes del mundo.

Ni el área ribereña del río de la Plata ni su cuenca fueron asiento de culturas urbanas, antes de la llegada de españoles y portugueses. Pero si el término «rioplatense» se extiende más allá de la cuenca misma, hasta incluir al conjunto de los territorios de los países que la integran, la afirmación anterior debe restringirse, ya que en el noroeste argentino y el altiplano boliviano, se desarrollaron sociedades y culturas andinas urbanas antes de la llegada de los españoles.

En el ámbito estricto de la cuenca platense, los pueblos que la habitaban eran pescadores y cazadores nómadas en el sur, como los guenoas, los querandíes y los charrúas, y pueblos seminómadas que practicaban la agricultura de roza, característica de las zonas tropicales, como los guaraníes, en el norte. Luego de la conquista española, los primeros no se asimilaron plenamente a las nuevas sociedades criollas y mestizas que se fueron creando a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, y mantuvieron en general su autonomía hasta el período republicano.

Una porción muy grande de parcialidades guaraníes, en cambio, protagonizaron la experiencia de las misiones jesuíticas, una sociedad transculturada original que truncó su desarrollo a partir de la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, pero cuyo impacto posterior fue igualmente significativo. Los guaraníes misionados se integraron en la sociedad asuncena, en lay en sociedad correntina, criollas y mestizas.

La importancia actual del idioma guaraní y de diversos aspectos de su cultura, puede atribuirse en parte a esa experiencia de evangelización inculturada; es decir, plenamente adaptada a las especificidades idiosincráticas de quienes la protagonizaron y que llevaron a cabo los jesuitas entre los guaraníes. En más de un sentido, las misiones jesuítico-guaraníes, compartidas por los cinco países de la Cuenca del Plata, continúan siendo en el imaginario colectivo un punto de referencia singular de la historia compartida, y es un componente significativo de la identidad «rioplatense» entendida en sentido amplio.

Por ello, también los principales elementos de las culturas indígenas que pasaron a formar parte de la sociedad y la cultura actual, en el área del Río de la Plata, son de origen guaraní, como se manifiesta en la toponimia del Uruguay o de la Mesopotamia argentina, o en la costumbre de la infusión de yerba mate, que resulta hoy un signo distintivo de uruguayos y argentinos. El guaraní es por otra parte la principal lengua indígena viva del área, hablada en Paraguay, la provincia argentina de Corrientes, parte de las provincias de Misiones y Formosa, en el estado de Mato Grosso do Sul y en el departamento de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia. La presencia de la cultura guaraní se aprecia en herencias agrícolas, culinarias, musicales y del habla cotidiana, aun en castellano. Un ejemplo es el uso de la interjección «che», de origen guaraní, que ha terminado siendo un elemento característico del habla de los argentinos.

Por otra parte, la integración de la lengua guaraní en la vida cotidiana actual de las sociedades paraguaya y correntina representa un caso singular en América Latina, por atravesar transversalmente todas las clases sociales y todos los orígenes étnicos. Ya un gobernante paraguayo de fines del siglo XVIII se admiraba que la lengua del pueblo conquistado fuera la que “domine y dé la ley al conquistador”.[3]

Como principal entrada fluvial al área templada de América del Sur, desde la primera fundación de Buenos Aires en 1536 el río de la Plata ha constituido un eje vertebrador del desarrollo económico, social, político y cultural. Hasta que la fundación de Montevideo en 1724 consolidó el dominio español sobre su ribera izquierda, fue de hecho parte de la frontera en América entre las coronas de Castilla y Portugal.

Por la posesión de la Colonia del Sacramento, puerto establecido por los portugueses enfrente de Buenos Aires en 1680, se libró lo que un autor ha llamado la “guerra de los cien años americana”.[4]La jurisdicción eclesiástica del obispado de Rio de Janeiro, por otra parte, llegaba hasta el Río de la Plata, aunque por otra parte la jurisdicción de la arquidiócesis de Charcas incluyó a ambas orillas.[5]

En cualquier caso, la toponimia de sus pueblos y ciudades ribereñas, así como de islas, arroyos y parajes, sigue mostrando hoy que por sus aguas ingresó, junto con los hombres y mujeres provenientes del otro lado del océano, la fe cristiana. La primera fundación española, un pequeño fuerte establecido por el navegante Sebastián Gaboto en 1526, se llamó San Salvador, sobre la desembocadura del arroyo que sigue llevando ese nombre. La Colonia del Santísimo Sacramento, fundada por los portugueses en 1680, la isla de San Gabriel, la ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires, refundados por Juan de Garay en 1580, la ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo, fundada a partir de 1724, son nombres que testimonian la identidad religiosa de quienes establecieron sus primeros centros urbanos.

Ahora bien, la importancia del río de la Plata para vastas áreas del cono sur americano, lo acredita el uso de su nombre para identificar espacios que van mucho más allá de su propio curso. De hecho, la República Argentina le debe su nombre, equivalente al que sigue siendo también una denominación constitucional: Provincias Unidas del Río de la Plata. Los primeros historiadores de la región así lo percibieron: Martín del Barco Centenera, capellán de la expedición del adelantado Juan Ortiz de Zárate, escribió un largo poema, “Argentina o la conquista del Río de la Plata, publicado en 1602, que procuraba subsanar la carencia de crónicas sobre la conquista y ocupación de esta parte del continente.

De modo similar, Ruy Díaz de Guzmán, militar asunceno, escribió unos años después “La Argentina, o descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata, dándole al vocablo una amplitud similar. Por último, la constitución del virreinato del Río de la Plata, en 1777, incluyó a los actuales territorios de Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay.

Actualmente en la historiografía se mantiene esa amplitud del término, más allá de las diferencias estatales. Así por ejemplo la “Historia de América Latina de la Universidad de Cambridge, distingue en América del Sur tres grandes áreas: el Brasil, las repúblicas andinas y las repúblicas del Plata: Argentina, Paraguay y Uruguay.[6]El mismo criterio emplean la “Historia de Iberoamérica” coordinada por Manuel Lucena Salmoral,[7]o la obra América Latina de los orígenes a la independencia” de J. C. Garavaglia y J. Marchena. En este último caso, en el capítulo dedicado a “Las transformaciones del espacio rioplatense”, se analiza el cambio del «eje dinámico» en el cono sur americano, del área andina al área platense, analizando como una unidad el espacio que incluye a Buenos Aires, las provincias litorales argentinas, Paraguay y Uruguay.

Considerado exclusivamente como vía de transporte fluvial, el río de la Plata ha tenido y tiene un gran valor económico y estratégico, y jugó un papel importante en las batallas por el control de la Colonia del Sacramento y durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Del mismo modo aconteció durante la guerra de la independencia y en las guerras civiles, tal como lo acreditan batallas y escaramuzas fluviales libradas en distintos puntos de su curso. Los bloqueos de sus dos principales puertos, Buenos Aires y Montevideo, fueron corrientes en estos períodos, y el llamado «Sitio Grande» de Montevideo, entre 1843 y 1851, adquirió cierto tono legendario, y dio lugar a una obra de Alejandro Dumas, “La nueva Troya”, explicable desde la importante colonia francesa que vivía entonces en la ciudad.

El río de la Plata y su sistema fluvial provocaron también fuertes disputas, luego de la independencia, en torno a su navegación, debido a intereses contrapuestos en torno a la libertad de comercio y al control de las aduanas y sus rentas. Montevideo y Buenos Aires rivalizaban además como los dos principales puertos de la región, y las ciudades asentadas río arriba del Paraná y el Uruguay aspiraban a un comercio que no fuera usufructuado en exclusividad por Buenos Aires.

Junto con los cursos medio e inferior de los dos ríos que lo conforman, el Paraná y el Uruguay, el río de la Plata identifica a una región geocultural que atraviesa las fronteras de los dos países y las de Paraguay y Brasil. En efecto, el desarrollo de la cultura rural en esa amplia zona dio lugar a un tipo de personaje popular, el «gaucho», cuyas costumbres, idiosincrasia y estampa fue común a Uruguay, Argentina, Paraguay y sur de Brasil. Su singularidad y características fueron suficientemente potentes como para dar lugar a un tipo de literatura, la gauchesca, que atravesó todo el siglo XIX, desde el uruguayo Bartolomé Hidalgo hasta el argentino José Hernández, cuyo “Martín Fierro” se constituyó en arquetipo del género. También fue inmortalizado en la literatura brasileña, a través de la novela “O gaúcho”, de José de Alencar, aparecida en 1870, dos años antes que el “Martín Fierro” y que “Los tres gauchos orientales”, del uruguayo Antonio Lussich. «Gaúcho» es también un gentilicio de los habitantes del estado brasileño de Rio Grande do Sul.

Pero el río de la Plata ha sido, por supuesto, especialmente determinante para sus dos estados ribereños, Argentina y Uruguay. El uso más frecuente del adjetivo «rioplatense» alude a hechos o situaciones compartidas por los dos países, y en alta medida, por montevideanos y porteños, pese a las diferencias que también los separan. Tal vez el mejor ejemplo de “lo rioplatense” sea el «tango»; danza, música y canción cuya historia nació sobre el río de la Plata, en Buenos Aires y Montevideo, y en cruces entre ambas, aunque algunos historiadores incluyen a Rosario en la cuna del tango. Algo similar pasa con el folklore, incluyendo en este caso más a los interiores respectivos, donde resalta el hecho de que el «pericón», danza popular tradicional, sea el baile nacional en ambos países.

Otro ejemplo elocuente es el «teatro rioplatense», denominación instalada en la historiografía literaria para indicar el nacimiento del teatro criollo como género popular en ambas orillas del Plata, y entre cuyos protagonistas figuran los hermanos Podestá, integrantes de una familia de actores uruguaya radicada alternativamente en Montevideo y Buenos Aires, o el dramaturgo uruguayo Florencio Sánchez, cuya vida periodística, militante y literaria se desarrolló entre Montevideo, Rosario, La Plata y Buenos Aires.

La literatura en general debe considerarse un espacio en el que los cruces, físicos y simbólicos, sobre el Río de la Plata, han sido regulares, desde la generación de 1837. La gauchesca, ya mencionada, es un ejemplo elocuente no solo por las similitudes en sus formas literarias sino en el perfil de sus autores, a los que el crítico uruguayo Ángel Rama llamara los «gauchipolíticos rioplatenses».[8]

Se ha dicho que Santa María, la ciudad imaginaria que anima la novelística de Juan Carlos Onetti, es una mezcla de Montevideo y Buenos Aires, y la presencia del Uruguay en la literatura de Jorge Luis Borges ha sido reiteradamente señalada. Por otra parte, basados en la existencia de un “habla rioplatense”, hay algunos críticos que han planteado la existencia de una “literatura rioplatense”,[9]y las investigaciones de Noemí Ulla han ido al encuentro de una “identidad rioplatense” a través de las literaturas de Argentina y Uruguay, poniendo en paralelo, por ejemplo, a los uruguayos Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti con los argentinos Jorge Luis Borges y Roberto Arlt.[10]

Un programa de investigación y publicaciones en curso sobre las vanguardias literarias en el mundo ibérico, ha elegido reunir en un mismo volumen los estudios sobre Argentina, Uruguay y Paraguay, pero en su introducción se advierte que el orden alfabético de los tres países, en el título, se ha alterado “para subrayar la comunidad cultural que conformaron Argentina y Uruguay (o siquiera Buenos Aires y Montevideo) en la década del veinte. Nada similar ocurrió entre Paraguay y Argentina, pese a la contigüidad geográfica”.[11]

En el campo de la historiografía, los cruces e intercambios han sido también intensos. Una reciente investigación sobre la “historiografía rioplatense” advierte que “en el Río de la Plata las condiciones de producción del conocimiento histórico estuvieron pautadas por un proceso de influencias mutuas y generación de redes de intercambio que posibilitaron el desarrollo de la disciplina, forjaron relatos nacionales coherentes, imaginarios sociales cohesionadores y coadyuvaron a la definición de los mitemas referenciales”.[12]

Un ejemplo de estos cruces ha sido el ya citado de la Generación del 37, cuya producción no se circunscribió al campo literario, sino que se extendió a la filosofía y a la historia. En ese sentido, se ha atribuido al periódico «El Iniciador», fundado por Miguel Cané y Andrés Lamas en 1838, haber perfilado “criterios y pareceres que informarían la historiografía rioplatense”. El mismo autor considera que historiadores e historiografías configuraron una «comunidad intelectual» por encima de las fronteras territoriales, conformando lo que denomina como el “espacio historiográfico rioplatense”.[13]Otro investigador ha estimado recientemente que “resulta conveniente considerar al Río de la Plata en un sentido lato como unidad de análisis espacial”.[14]

La historiografía sigue, por otra parte, a la historia; una historia compartida no solo durante todo el período formativo de las sociedades a ambos lados del río, sino durante la mayor parte del siglo XIX. A José Artigas, héroe nacional uruguayo, la historiografía revisionista argentina le atribuye un rol fundamental en la gestación del federalismo, una de las dos grandes corrientes políticas y de ideas que marcaron el siglo XIX argentino. El general Manuel Oribe fue presidente del Uruguay y comandante en jefe del ejército de la Confederación Argentina. Se ha afirmado que la segregación de los países del Plata recién se consuma con la trágica Guerra del Paraguay,[15]una guerra que historiografía paraguaya y brasileña ha considerado «rioplatense».[16]

El proceso de disgregación rioplatense,[17]motivó nuevas visiones a partir de los procesos de integración regional de la segunda mitad del siglo XX. Tales procesos estimularon las miradas sobre fenómenos económicos, sociales y culturales que resultan transversales a las fronteras establecidas con la formación de los estados nacionales en el siglo XIX. Desde ese punto de vista, el pensador uruguayo Alberto Methol Ferré propició, desde la década de 1960, una visión del Uruguay como «nexo» de la Cuenca del Plata, y en especial de Argentina y Brasil.[18]

La tesis de Methol, que propicia una Unión Sudamericana, es que el núcleo de unificación sudamericano está dentro de la Cuenca del Plata, porque considera a la frontera entre Brasil, Paraguay, Argentina y Uruguay, la única frontera viva y dinámica entre las áreas «luso-americana» e «hispano-americana» de América del Sur. Desde esta perspectiva, el Río de la Plata y su área de influencia vuelve a reafirmar su importancia económica, social y cultural dentro del conjunto sudamericano.


NOTAS

  1. Granada, 36
  2. González Lapeyre, 1978; Peirano Basso, 1985
  3. Brezzo, 9-10
  4. Villanueva, 183 ss
  5. Cayota et al, 40
  6. Bethell, 2000
  7. Lucena, 2008
  8. Rama, 1998
  9. Ulla, 11 y ss
  10. Ulla, 1990
  11. García y Reichardt, XXI
  12. Sansón, p. 11
  13. Sansón, 24 y 27
  14. Wasserman, 30
  15. Sansón, 8 y 9
  16. Cardozo, 1961; Pomer, 1980
  17. Orsi, 1969; Ferreiro, 1981
  18. Methol Ferré, 1967, 2006

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J. RAMIRO PODETTI