RACIONALISMO ESPIRITUALISTA EN URUGUAY
Sumario
Desarrollo controversial entre catolicismo, racionalismo y espiritualismo
La Iglesia Católica tuvo la hegemonía filosófica y teológica en el Uruguay hasta avanzado el siglo XIX. Jurídicamente el territorio del actual Uruguay dependió de Buenos Aires hasta la creación de la diócesis de Montevideo en 1878. El primer vicario para la Provincia Oriental fue el padre Dámaso Antonio Larrañaga. En 1859 el P. Jacinto Vera fue designado vicario apostólico. En 1878 la Santa Sede erigió la diócesis de Montevideo con jurisdicción en toda la República, su primer obispo fue Mons. Jacinto Vera. En 1896 se creó el arzobispado de Montevideo siendo su titular Mons. Mariano Soler, hasta 1908.
Esta sucesión en la jefatura de la Iglesia es el referente inicial para comprender la lucha religiosa, filosófica y teológica frontal que se desencadenó entre 1852 y 1919. Efectivamente, a mediados del S XIX se planteó en Uruguay, lo que Arturo Ardao denominó “la crisis de la fe cristiana”. Antes de 1852 el clero y el laicado tuvieron una mentalidad liberal en sentido republicano e independentista. A partir de 1852, se produjeron algunos movimientos intelectuales dentro de la masonería y el protestantismo, que ahondaron la crisis de fe que los enfrentarían al catolicismo en adelante.
No hubo rispidez entre la Iglesia y la masonería hasta el 15 de abril de 1851, cuando, a causa del entierro del masón Jacobson, se entabló una pública disputa que terminó con la secularización de los cementerios. Hasta ese momento había existido convivencia entre masones y católicos, incluso sacerdotes. Los jesuitas - que residieron en Montevideo entre 1841 y 1859, entre su primera y segunda expulsión - encarnaron con firmeza doctrinal el “catolicismo ultramontano” frente al “catolicismo masón”.
Tomaron a su cargo, con el P. Ramón Cabré, el Colegio Oriental de Humanidades; desde allí impartieron la docencia a futuros sacerdotes que, como Jacinto Vera, asumirían el liderazgo del catolicismo romano. Mientras tanto, el clero de espíritu enciclopedista revolucionario, con el P. Lorenzo Fernández y el P. Luis J. de la Peña a la cabeza, asumieron los cargos de Rector y Vicerrector de la emergente Universidad de la República, la que aglutinaría en adelante a las mentalidades racionalistas.
Otro incipiente emergente del racionalismo se afirmó a través de la difusión de la literatura protestante y del episodio conocido como “la cuestión de las biblias”. Desde 1808 Montevideo contaba con una iglesia anglicana. La convivencia era pacífica y constituía un caso único en un dominio colonial español. En 1844, el P. Ramón Cabré, habida cuenta que se estaban distribuyendo biblias de las Sociedades Bíblicas a los niños de las escuelas, inició una acción ante el gobierno impugnando tal iniciativa. Ante las dilatorias del ministro Manuel Pacheco, el P. Ramón Cabré solicitó al vicario Lorenzo Fernández que emitiera una pastoral con el contenido de la encíclica de Gregorio XVI, condenando a las Sociedades Bíblicas.
El ministro Pacheco, en razón de que el Patronato le confería la potestad de autorizar o no la difusión de los documentos papales, se negó a su circulación. Este incidente llevó largos años en disiparse, de modo que todavía en el año 1845 había sacerdotes católicos que litigaban a favor y en contra de la difusión de la Biblia.
Estos antecedentes son los que plantearían, en la década de 1850, la cuestión religiosa, al mismo tiempo que se desplegaron distintas modalidades del racionalismo. Estos incidentes no impidieron a Fermín Ferreira Artigas decir “que nuestra patria está llena de virtudes heroicas y no se ha debilitado la práctica de las virtudes cristianas” y que “la fe ha sido invariable, por eso jamás ha dudado en momentos de desgracias y peligros”.
Estas expresiones del año 1851 marcaron el fin de una época. Luego vendrían tiempos de secularización y laicización, de avance del racionalismo. Se desplegaron ideologías sociológicas, políticas, filosóficas, teológicas de diverso cuño. Empezó entonces a repercutir, en Uruguay, lo que fue una tormenta en el siglo XVIII europeo.
La corriente racionalista pasó por diversas etapas. Pueden ordenarse en tres, siguiendo a Arturo Ardao: 1) catolicismo masón, entre 1850 y 1865, 2) racionalismo en sentido estricto, entre 1865 y 1880 y 3) liberalismo, entre 1880 y 1925. Se trata del liberalismo académico, distinto del atribuido a los sacerdotes y religiosos patriotas que acompañaron la revolución oriental. En estas tres etapas hubo conflictos doctrinarios y filosóficos, pero también fuertes altercados por motivos legales y jurisdiccionales. También se hacía sentir la lucha por poder orientar el pensamiento del pueblo.
En la primera etapa se enfrentaron masones y jesuitas. En la segunda, los hicieron directamente católicos y racionalistas; se hizo explícita la crisis de la fe. Finalmente en la tercera etapa, liberales y “clericales” combatieron en el terreno político-institucional.
Desde el punto de vistas filosófico se reprodujeron las discusiones europeas del siglo XVII. La primera etapa del racionalismo fue teísta de la mano de la masonería, que mantendría la creencia en Dios, la vida eterna y la guía evangélica en temas morales. La segunda fue deísta, motivada por el emergente protestante y una masonería “católica” que venía desvinculándose de la Iglesia por distintos emergentes puntuales. Finalmente, hacia fines del siglo XIX y ya en el XX, el racionalismo tomó un acento agnóstico o ateo. Los tres estadios seguirían conviviendo en la intelectualidad uruguaya y cada uno tendría sus propios defensores y sus expresiones públicas, con mayor o menor énfasis.
Primera etapa: 1850 - 1865
Los jesuitas exigían al pueblo católico una vivencia de la fe más estricta y, sobre todo, una adhesión puntual a las directivas vaticanas. Esto fue resistido por los católicos masones que decían “podrían nombrar entre sus miembros a varios príncipes de la Iglesia” y permanentemente reivindicaban sus principios teístas. Los jesuitas respondieron con las Cartas apostólicas de León XII, recordando las prohibiciones de afiliarse a sociedades secretas o ilegales.
Otro punto de fricción se dio en 1857, cuando se desató, en Montevideo, la epidemia de fiebre amarilla. Los masones desarrollaron una significativa acción asistencial hacia los afectados, que llamaron “filantropía” para distinguirse de la Iglesia institucional y los jesuitas. En un sonado sermón, el jesuita Félix del Val manifestó que “la filantropía es la moneda falsa de la caridad”, lo que desató una polémica que terminó con la segunda expulsión de los jesuitas del país.
Si bien los jesuitas eran pocos, sólo dos en Montevideo, desarrollaron una gran actividad en el orden de la caridad pública, la predicación y fundamentalmente en la educación. Habían fundado el Colegio de Santa Lucía, en Canelones, que obtuvo, en 1858, el reconocimiento de sus cursos preuniversitarios, por parte del presidente Gabriel Pereira. Esto posibilitó a la Compañía preparar alumnos para ingresar en la Universidad y luego avanzar en el nivel universitario, al mismo tiempo que se iniciaba la formación del clero nacional. Esto era bien dimensionado por la masonería, que incidió sobre el presidente Pereira para expulsar a los jesuitas, lo que se logró el 26 de enero de 1859.
En 1857 murió el Vicario Apostólico, el P. José Benito Lamas, uno de los últimos sacerdotes de la etapa independentista formado junto al P. Larrañaga. Su sucesión fue demorada hasta 1859, pues el clero nacional quería el nombramiento de un sacerdote de tendencia masónica, que lógicamente resistían los jesuitas y los nuevos sacerdotes como el P. Jacinto Vera, quien sería propuesto y aceptado por el presidente Pereira.
El año1859, con el enfrentamiento entre masones católicos y jesuitas, el presidente Pereira expulsó a la Compañía de Jesús y designó a Jacinto Vera como vicario, lo que se consideró un triunfo de la corriente jesuita. Esto significa, para la Iglesia uruguaya, la vinculación al movimiento romano que se daba en América Latina y que se afirmaría con la formación de sacerdotes en Roma y la convocatoria del Concilio Plenario Latinoamericano. Otra consecuencia importante sería que, a partir de estos acontecimientos, la masonería empezó a distanciarse del catolicismo, hasta quedar claramente enfrentados en los años posteriores y en las instancias que implicarían el progreso del racionalismo.
Segunda etapa: el racionalismo deísta. 1865 - 1880
Un texto de Prudencio Vázquez y Vega, de 1879, puede dar el tono de fondo de esta larga polémica: “Tratábamos de saber si podía existir una certidumbre o creencia religiosa, sin esa fe dogmática y autoritaria de las religiones positivas. Hemos visto que sí, desde la religión del deber existen los elementos necesarios de toda religión, esto es: Dios, el hombre y las relaciones entre estos dos seres. Todo lo afirmado cuando se ha dicho que el racionalismo, o mejor expresado, la religión del deber, no es una verdadera religión, no ha tenido, pues, en nuestro concepto, fundamento alguno. Existe una religión verdadera que es la religión filosófica, que se hermana con una fe también filosófica, esa religión es la religión del deber o la religión natural; existen muchas religiones falsas que son las religiones reveladas o positivas, que a su vez se hermanan con una fe también infundada y errónea.”
Aquí aparecen los temas centrales de la discusión. La Iglesia Católica era vista como una religión dogmática y autoritaria. El ambiente religioso vivido en Uruguay hasta mediados del Siglo XIX era de un catolicismo español, de resabios medievales, que transcurría en un ambiente sin discrepancias o contradicciones. Recién en 1807 las invasiones inglesas trajeron a estas tierras la presencia del protestantismo, pero este sería el culto de una minoría inmigrada.
A partir de 1852 la población empezó a estabilizarse, finalizó la Guerra Grande, prosperó el comercio y algunas industrias incipientes favorecieron el intercambio con Europa. Surgió una clase acomodada, intelectual que se reunía en círculos literarios, cultos y en la Universidad. Llegaba de Europa la literatura y la filosofía del siglo XVIII, cuando se desarrollaron las doctrinas racionalistas que se oponían a la Iglesia, por cuestiones doctrinarias pero también por cuestiones políticas, en la que estaban comprometidos el Papado y el los Estados Pontificios.
El catolicismo heredado presentaba dogmas que no encontraban explicación racional ante las exigencias de algunos sectores. El autoritarismo de normas, decretos y encíclicas lejanas generaron una reacción de resistencia. La presencia de los jesuitas estimuló este conflicto, al mismo tiempo que trajo el mensaje de la Iglesia romana que sería muy valorada por la otra parte de la cristiandad.
La lectura de Michelet, Quinet, Lamennais, Renan fue conformando un cúmulo de ideas difíciles de digerir e integrar rápidamente en la conformación intelectual nacional. En la etapa deísta, fue difícil desprenderse de la idea de la religión como necesaria para la espiritualidad humana y de la convivencia social regida por normas éticas, que no se desprendían de la revelación sino que por la razón se desprendían de la misma naturaleza.
La tercera etapa: el liberalismo anticlerical. 1880 - 1925
Transcribimos la editorial del diario El Liberal, del 15 de mayo de 1900 que expresa los postulados generales de este período: “La Comisión, creyendo interpretar acertadamente el concepto del liberalismo en el momento actual, no aspira a renovar las discusiones de otra época entre racionalistas y católicos. Los dogmas, en cuanto se mantienen dentro de los límites de la conciencia, pueden ser objeto de libre discusión en las columnas de El Liberal, donde podrá tratarse toda cuestión de interés público; pero no serán el objeto principal de la propaganda de esta hoja, sino en cuanto menoscaben principios de carácter político o afecten el orden social. Y obedeciendo la Comisión a necesidades y tendencias de la época presente, no trata de iniciar una discusión filosófica para combatir errores científicos, sino de emprender una lucha política para evitar calamidades sociales. El gran mal, a su juicio, no es la religión sino el clericalismo. Los dogmas, aún los más absurdos y monstruosos dogmas del catolicismo, en cuanto no se traducen en prácticas perniciosas, son casi inofensivos, hasta porque son desconocidos en una Iglesia que tiene prácticas y no creencias, un culto y no una religión, fieles rutinarios y no creyentes convencidos.” (La Comisión estaba integrada por: José M. Sierra Carranza, Pedro Díaz, José Irureta Goyena, Setembrino E. Pereda, Antonio Aguayo).
El liberalismo, como continuación del racionalismo, optó por un categórico rechazo a la Iglesia romana, por su incumbencia en la política europea en defensa de los territorios papales y por la obstinada afirmación de la infalibilidad expresada en el Concilio Vaticano I.
Prefirió no entrar a la discusión de los temas doctrinarios, filosóficos o teológicos pues entendía que estos eran de la conciencia privada y no aptos para el nuevo enfoque de las discusiones de nivel político. El positivismo prendió entre los intelectuales y los militantes políticos que crecían rápidamente en número y capacidad reflexiva.
Se abrió un nuevo panorama para la Iglesia Católica que se vio reducida a la privacidad de “su culto y sus creencias”. La “inteligencia” uruguaya optó por retirarse de la discusión con quienes consideraba que eran portadores de un mensaje cerrado, oscurantista y esotérico. Esta situación no impidió que el catolicismo contara con grandes pensadores como Mons. Mariano Soler, primer arzobispo de Montevideo, Juan Zorrilla de San Martín y Francisco Bauzá, entre otros.
Así también es necesario reconocer que subsistieron, con menor énfasis, corrientes teístas y deístas. El liberalismo, de fines de siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, dejó el camino preparado para la reafirmación del agnosticismo y la aparición del ateísmo.
También debe reconocerse la valía de otros pensadores, como José Enrique Rodó y Carlos Vaz Ferreira, que dentro del pensamiento liberal generaron líneas de pensamiento más matizadas y generadoras de nuevas posibilidades de diálogo, ya avanzado el siglo XX.
Bibliografía
- ARDAO, Arturo, La Universidad de Montevideo, Montevideo, 1950;
- ARDAO, A., Espiritualismo y positivismo en el Uruguay, Montevideo, 1950;
- ARDAO, A., Racionalismo y Liberalismo en el Uruguay, Montevideo, 1962;
- ARDAO, A., Etapas de la inteligencia uruguaya, Montevideo, 1968;
- FERNÁNDEZ TECHERA SJ, Julio, Jesuitas, masones y universidad. Tomo I: 1680-1859, Montevideo, 2007;
- FERRATER MORA, José, Diccionario de Filosofía, Buenos Aires, 1971;
- PARIS DE ODDONE, Blanca, La Universidad de Montevideo en la formación de nuestra conciencia liberal, Montevideo, 1958.
JORGE SCURO