Diferencia entre revisiones de «PUEBLA; Tercera Conferencia del CELAM (1979)»

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En los inicios del siglo XIX la independencia fragmentó políticamente a Hispanoamérica en más de diecisiete naciones; ello, más el vacío pastoral que siguió al proceso independentista, generaron nuevas dificultades a la acción pastoral de la Iglesia. Ante esa situación, en 1898 el Papa León XIII, con su carta apostólica ''Cum diuturnum'', convocó a un ''Concilio Plenario de la [[AMÉRICA_LATINA:_El_Término | América Latina]]''↗, el cual se celebró en  Roma en 1899 con la significativa presencia de más de cincuenta obispos. Fue la primera vez en la historia en que se reunían obispos de todas las naciones latinoamericanas. En 1955 S.S. Pío XII estableció el ''Consejo Episcopal Latinoamericano'' (CELAM) como un instrumento de enlace y trabajo entre los episcopados de las veintidós naciones del subcontinente. ''“Primera en fecha de su especie, sigue siendo hoy en día un fenómeno único que ha sido imitado en Europa, África y Asia, pero no reproducido.”''<ref>Meyer Jean, Historia de los cristianos  en [[AMÉRICA_LATINA:_El_Término | América Latina]]. Vuelta, México, 1989.  p. 212</ref>La creación del CELAM se formalizó con la realización de su primera Conferencia General, celebrada del 25 de julio al 4 de agosto del mismo año de 1955 en la ciudad de Rio de Janeiro, [[BRASIL;_Afrodescendientes | Brasil]], convocada también por S.S. Pío XII a través de su carta apostólica ''Ad Ecclesiam Christi''.
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En los inicios del siglo XIX la independencia fragmentó políticamente a Hispanoamérica en más de diecisiete naciones; ello, más el vacío pastoral que siguió al proceso independentista, generaron nuevas dificultades a la acción pastoral de la Iglesia. Ante esa situación, en 1898 el Papa León XIII, con su carta apostólica ''Cum diuturnum'', convocó a un ''Concilio Plenario de la [[AMÉRICA_LATINA:_El_Término | América Latina]]''↗, el cual se celebró en  Roma en 1899 con la significativa presencia de más de cincuenta obispos. Fue la primera vez en la historia en que se reunían obispos de todas las naciones latinoamericanas. En 1955 S.S. Pío XII estableció el ''Consejo Episcopal Latinoamericano'' ([[CONSEJO_EPISCOPAL_LATINOAMERICANO_(CELAM) | CELAM]]) como un instrumento de enlace y trabajo entre los episcopados de las veintidós naciones del subcontinente. ''“Primera en fecha de su especie, sigue siendo hoy en día un fenómeno único que ha sido imitado en Europa, África y Asia, pero no reproducido.”''<ref>Meyer Jean, Historia de los cristianos  en [[AMÉRICA_LATINA:_El_Término | América Latina]]. Vuelta, México, 1989.  p. 212</ref>La creación del CELAM se formalizó con la realización de su primera Conferencia General, celebrada del 25 de julio al 4 de agosto del mismo año de 1955 en la ciudad de Rio de Janeiro, [[BRASIL;_Afrodescendientes | Brasil]], convocada también por S.S. Pío XII a través de su carta apostólica ''Ad Ecclesiam Christi''.
  
  
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Antecedentes

El espíritu de Colegialidad de los obispos latinoamericanos se remonta hasta los primeros misioneros en la Nueva España quienes, en vista de la vastedad y complejidad geográfica y cultural del Nuevo Mundo, buscaron soluciones comunes ante los desafíos que les planeaba la evangelización primera. Para ello celebraron en la ciudad de México, entre los años 1524 y 1544, cinco [1]Juntas eclesiásticas que establecieron normas concretas para regular y realizar con mayor eficacia la acción evangelizadora. Poco después el Concilio de Trento ordenó que se llevaran a cabo Concilios Provinciales,↗ de los cuales se realizaron cinco en la ciudad de México y otros tantos en la ciudad de Lima; en Santo Domingo, Santa Fe de Bogotá y La Plata únicamente se celebró uno.


En los inicios del siglo XIX la independencia fragmentó políticamente a Hispanoamérica en más de diecisiete naciones; ello, más el vacío pastoral que siguió al proceso independentista, generaron nuevas dificultades a la acción pastoral de la Iglesia. Ante esa situación, en 1898 el Papa León XIII, con su carta apostólica Cum diuturnum, convocó a un Concilio Plenario de la América Latina↗, el cual se celebró en Roma en 1899 con la significativa presencia de más de cincuenta obispos. Fue la primera vez en la historia en que se reunían obispos de todas las naciones latinoamericanas. En 1955 S.S. Pío XII estableció el Consejo Episcopal Latinoamericano ( CELAM) como un instrumento de enlace y trabajo entre los episcopados de las veintidós naciones del subcontinente. “Primera en fecha de su especie, sigue siendo hoy en día un fenómeno único que ha sido imitado en Europa, África y Asia, pero no reproducido.”[2]La creación del CELAM se formalizó con la realización de su primera Conferencia General, celebrada del 25 de julio al 4 de agosto del mismo año de 1955 en la ciudad de Rio de Janeiro, Brasil, convocada también por S.S. Pío XII a través de su carta apostólica Ad Ecclesiam Christi.


La realización del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965) obligó a posponer la segunda Conferencia General, pero después de concluido el Concilio, S.S. Paulo VI convocó a su realización en la ciudad de Medellín, Colombia. Fue inaugurada personalmente por S.S Paulo VI en la Catedral de Bogotá, Colombia, el 24 de agosto de 1968; era la primera ocasión en que un Pontífice visitaba América Latina y como el mismo Paulo VI dijo en su Discurso de apertura, “La primera visita personal del Papa a sus hermanos y a sus hijos en América Latina, no es en verdad un sencillo y singular hecho de crónica; es, a nuestro parecer, un hecho histórico, que se insiere en la larga, compleja y fatigosa acción evangelizadora.”


Conforme a los lineamientos del CELAM que señalaban un periodo de diez años para la realización de sus Conferencias Generales, S. S. Paulo VI convocó a la Tercera Conferencia General con el tema “La evangelización en el presente y futuro de América Latina y eligió a la ciudad de Puebla de los Ángeles, México, como el lugar de su realización.

Circunstancias en torno a la Conferencia

La fecha señalada para esta Tercera Conferencia fue octubre de 1978, pero el 6 de agosto el Papa Paulo VI falleció; el 26 de ese mismo mes fue electo su sucesor, Juan Pablo I, quien confirmó la celebración de la Conferencia de Puebla en todos sus puntos. El prematuro fallecimiento de S.S. Juan Pablo I ocurrido el 28 de septiembre, dejó nuevamente en suspenso la realización de la Conferencia. Desde que S.S. Paulo VI convocó a la Tercera Conferencia, se conformó un equipo bajo el liderazgo del entonces Secretario General del CELAM, Mons. Alfonso López Trujillo, equipo que trabajó arduamente en la preparación y diseño de la Conferencia. El equipo preparó primero un Documento de consulta que sirvió para recoger opiniones de los distintos episcopados latinoamericanos; en base a éstas preparó el Documento de trabajo que con toda anticipación fue repartido entre todos aquellos que habrían de participar en la Conferencia de Puebla. Conocido este Documento de trabajo, aquellos sectores vinculados a la teología marxista de la liberación orquestaron injustas campañas de prensa en contra del Documento y contra las autoridades del CELAM, a quienes acusaban de alienantes y cómplices de los opresores de los pobres.


El 16 de octubre fue electo S.S. Juan Pablo II quien confirmó la convocatoria a la Tercera Conferencia en la misma ciudad de Puebla de los Ángeles, pero obviamente señalando una nueva fecha para la misma: los trabajos iniciarían el 27 de enero de 1979 y anunció que serían inaugurados por él mismo. La noticia de que por primera vez en la historia un sucesor de San Pedro visitaría el territorio de México, cimbró de alegría al pueblo mexicano, pero causó estupor y recelo entre la clase política en el poder, pues era heredera del espíritu jacobino que produjo la persecución religiosa y la Cristiada↗ en la década de los años veinte. La Presidencia de la República se apresuró a informar que el Gobierno no había invitado al Papa y que si éste vendría sería en calidad de “turista”. En efecto, cuando el 26 de enero Juan Pablo II arribó a la ciudad de México, ninguna autoridad civil acudió a recibirlo, pero no llegó como otro turista más. Poco antes de que en el Aeropuerto Benito Juárez de la ciudad de México aterrizara el avión de Aeroméxico que, en vuelo especial, trasportaba al Papa desde Santo Domingo, todos los demás vuelos fueron suspendidos, y una muchedumbre encabezada por las autoridades eclesiásticas le recibió al pie del avión que en su proa lucía el Escudo Pontificio de Juan Pablo II.


Del Aeropuerto el Papa se trasladó a la Catedral Metropolitana en un vehículo descubierto, siendo aclamado en todo el recorrido por una enorme muchedumbre que, desde el día anterior, aguardaba pacientemente el paso del Pontífice. En la Catedral el Papa polaco dijo: “De mi Patria se suele decir: Polonia Semper fidelis. Yo quiero poder decir también: ¡México Semper fidelis! ¡México siempre fiel! De hecho la historia religiosa de esta Nación es una historia de fidelidad; fidelidad a las semillas de fe sembradas por los primeros misioneros; fidelidad a una religiosidad sencilla pero arraigada, sincera hasta el sacrificio.”[3]Al día siguiente Juan Pablo II se trasladó por tierra a la ciudad de Puebla en el mismo vehículo que desde entonces fue llamado el papamóvil; fue un trayecto impresionante pues a lo largo de los 120 kilómetros de la autopista a la Angelópolis, una valla humana ininterrumpida y compacta, vitoreó entusiastamente al Papa a su paso, obligando al papamóvil a reducir su velocidad al grado de hacer el recorrido de una hora en poco más de tres. Cerca del mediodía Juan Pablo II llegó al Seminario Conciliar Palafoxiano en cuyas instalaciones se celebraría la Tercera Conferencia.


Por la visita del Papa el ambiente era festivo, pero la atmósfera que rodeaba a la Conferencia era de incertidumbre y preocupación debido a las muchas confusiones generadas desde hacía algún tiempo por algunos grupos eclesiales impregnados de un espíritu de contestación al Magisterio, y por otros grupos extra-eclesiales hostiles a la fe. En el Episcopado mexicano habían surgido voces de alerta, como lo fue la del Cardenal de Guadalajara José Salazar quien, en la Asamblea del Episcopado celebrada en la ciudad de Mérida en abril de 1978 y presidida por él mismo, denunció el peligro de la llamada Iglesia popular la cual encarnaba a la Teología marxista de liberación. El Cardenal Salazar dijo en esa ocasión: “En el mes de agosto se cumplirán diez años del acontecimiento histórico para América Latina: la visita, por primera vez en los siglos, del Romano Pontífice a nuestro Continente… Ya en esos momentos se hacían presentes en la Iglesia movimientos de contestación y de resistencia y actitudes que situaban en líneas de conflicto la acción pastoral… Diez años después, al anunciarse y prepararse la Tercera Asamblea que Dios mediante se realizará en nuestra Patria, la situación reviste signos tan fuertes y tan impresionantes que nos obligan a reflexionar con seriedad en las decisiones que habrá de asumir la Conferencia del Episcopado Mexicano en esta hora, que considero gravísima y llena de riesgos para la unidad de la fe católica y para la estructura disciplinar de la Iglesia de Jesucristo…Bajo el nombre de iglesia popular se han agrupado hoy diversos movimientos surgidos antes de Medellín y durante estos diez años que tuvieron su principio en el movimiento llamado Cristianos para el Socialismo, que están extendidos en todos los países de América Latina y más allá de este Continente.”[4]

La advertencia del Cardenal Salazar no fue la única en ese sentido; también el Episcopado Colombiano, en su XXXII Asamblea Plenaria, redactó un documento titulado Identidad Cristiana en la acción por la justicia en el que denunció la acción de la autollamada Iglesia Popular que pretendía “falsificar la Redención”.[5]También hicieron su aparición algunos grupos extra-eclesiales como el llamado Centro Regional de Información Ecuménica (CRIE) que pública y sistemáticamente empezó a atacar a la Conferencia de Puebla y a los participantes con absurdas calumnias tales como las siguientes: “La CIA tras la Conferencia”, “La CIA y otros negocios sucios tras la Conferencia Episcopal”, “El cerebro es el jesuita Roger Vekemans, agente de la CIA”, etc.[6]

Pero el Discurso inaugural pronunciado por S.S. Juan Pablo II vino a disipar la atmósfera de incertidumbre que rodeaba a la Conferencia y con gran claridad salió al paso de las desviaciones y de las confusiones derivadas de las mismas. En el Discurso inaugural el Santo Padre advirtió: “Corren hoy por muchas partes –el fenómeno no es nuevo- «relecturas» del Evangelio (…) ellas causan confusión al apartarse de los criterios centrales de la fe de la Iglesia, y se cae en la temeridad de comunicarlos a manera de catequesis … Se genera en algunos casos una actitud de desconfianza hacia la Iglesia «institucional» u «oficial», calificada como alienante, a la que se opondría otra iglesia popular «que nace del pueblo» y se concreta en los pobres. Estas posiciones podrían tener grados diferentes, no siempre fáciles de precisar, de conocidos condicionamientos ideológicos.”[7]

Poco más adelante en su Discurso, el sucesor de San Pedro señaló las causas del problema y dio las pautas para su solución: “Ella (la Iglesia) no necesita recurrir a sistemas e ideologías para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre.”[8]“Hay que alentar los compromisos pastorales en este campo con una recta concepción cristiana de la liberación…liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es, ante todo, salvación del pecado y del maligno…liberación hecha de reconciliación y perdón. Liberación que arranca de la realidad de ser hijos de Dios…liberación que nos empuja, con la energía de la caridad, a la comunión…liberación como superación de las diversas servidumbres e ídolos que el hombre se forma…Hay muchos signos que ayudan a discernir cuando se trata de liberación cristiana y cuando, en cambio, se nutre más bien de ideología.”[9]

El Discurso inaugural fue de enorme trascendencia pues dio la orientación definitiva a los trabajos de los obispos participantes en la Conferencia quienes, en el Documento final, hablaron también de “las desviaciones e interpretaciones con que algunos desvirtuaron el espíritu de Medellín (de la segunda Conferencia), el desconocimiento y aun la hostilidad de otros.”[10]Sin embargo personas integrantes de la iglesia popular trataron de realizar una conferencia paralela fuera de las instalaciones del Seminario Palafoxiano; se reunían en un domicilio cercano y, apoyados por algunos periodistas afines a las corrientes marxistas, citaban diariamente a “ruedas de prensa” buscando inútilmente generar presiones hacia los obispos participantes en los trabajos en el Seminario.

Después de inaugurar los trabajos de la Conferencia, Juan Pablo II prosiguió su primera visita pastoral por diferentes ciudades de la República Mexicana: además de la Capital, visitó Oaxaca, Guadalajara y Monterrey, pronunciando en ellas treinta y seis discursos. Se reunió con universitarios, empresarios, obreros, indígenas, comunicadores. Cálculos conservadores señalan que en esta primera visita el Papa se encontró con quince millones de personas; incluso el Presidente de la República, José López Portillo, tuvo un encuentro privado con él. Mientras Juan Pablo II visitaba esos lugares de México, en Puebla los obispos proseguían sus trabajos abordando el tema de la Conferencia: La evangelización en el presente y futuro de América Latina.

Importancia de la Conferencia de Puebla

El resultado final de la Conferencia fue un equilibrado documento (el Documento de Puebla), con un valioso e importante fundamento teológico y con pistas muy acertadas sobre el futuro de la evangelización en América Latina. Se esclarecieron entonces aspectos fundamentales de la fe, especialmente en lo relativo a los puntos que habían sido releídos a la luz de las ideologías. Puebla es en ese sentido un hito muy importante de la Iglesia en América Latina sobre su vida y misión. Puebla aclaró los puntos más controvertidos y abrió nuevos horizontes para un compromiso eclesial libre de ideologizaciones. Puebla es una valiosa síntesis de la enseñanza de la Iglesia desde la realidad latinoamericana. Se descubre con toda claridad tanto la continuidad como el desarrollo de los temas del auténtico Medellín.


Un análisis sereno y objetivo sobre el Documento de Puebla permite ver en él una profundización muy importante de los planteamientos hechos en Río y en Medellín, así como un gran paso hacia adelante en la dinámica de aspectos básicos para la labor pastoral y cultural de la Iglesia en América Latina en el cambio del segundo al tercer milenio cristiano. De esos aspectos destacan los siguientes: la perspectiva histórica, la fuerte eclesiología de comunión, la aproximación al tema de la cultura (el cual fue ampliamente desarrollado en la Cuarta Conferencia celebrada en 1992 en Santo Domingo), el fundamento antropológico y el desarrollo de la mariología. Algunos de estos temas fueron muy marginales Medellín; tal es el caso de tres de ellos, historia, cultura y María. Puebla suplió ampliamente esas ausencias.


El documento de Puebla ofrece un diagnóstico de la realidad más maduro y más completo en relación al texto de Medellín. Su visión de la situación de la fe es más amplia y, a la vez, más aguda en su análisis, más rica en sus horizontes, y definitivamente, más concreta en sus prioridades. Tiene además un anclaje histórico fundamental y una proyección hacia la evangelización de la cultura de los que carecía Medellín. Esto lleva a plantear otro de los grandes aportes del Documento de Puebla: la identidad latinoamericana y el sustrato católico de su cultura. A esto hay que añadir la revalorización de la religiosidad popular, elemento muy ligado a la identidad cultural latinoamericana. Los años transcurridos entre Medellín (1968) y Puebla (1979) permitieron señalar vacíos y mostrar nuevos retos que fueron analizados y asumidos en las jornadas poblanas.

El acento principal del documento de Puebla se descubre sintéticamente en el binomio comunión y participación. Este tema recorre todo el documento como una verdadera clave de lectura. La presentación del texto final de Puebla, firmado por la Presidencia (Mons. Ernesto Corripio Ahumada) y el Secretario General de la Conferencia (Mons. Alfonso López Trujillo), señala: “Puebla es, además, un espíritu, el de la comunión y la participación que, a manera de línea conductora, apareció en los documentos preparatorios y animó las jornadas de la Conferencia.” Efectivamente ya desde el trabajo de preparación de la Conferencia apareció este tema a manera de «línea conductora». En el documento de trabajo se decía: «La línea teológico-pastoral está conformada en el Documento de Trabajo por dos polos complementarios: la comunión y la participación (co-participación)».

En Puebla se puede ver cómo desde el Mensaje, con el que se abre el documento, los Obispos sitúan su aproximación al compromiso evangelizador en clave de comunión y participación. El desafío del presente y el futuro para la Iglesia en nuestras tierras es presentado desde este acento. El horizonte es la evangelización. Ésta se hará en clave de comunión y participación. «Creemos-dirán los obispos en el Mensaje- en la eficacia del valor evangélico de la comunión y de la participación, para generar la creatividad, promover experiencias y nuevos proyectos pastorales». Se trata de una verdadera idea-programa que resume de manera singular el compromiso cristiano. No se refiere únicamente a las relaciones entre las personas. Como precisan los Pastores se proyecta a toda la realidad: «La libertad implica siempre aquella capacidad que en principio tenemos todos para disponer de nosotros mismos a fin de ir construyendo una comunión y una participación que han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con el mundo, como Señor; con las personas como hermano y con Dios como hijo» . (Puebla, 322)[11]

Puebla marcó un hito trascendental en la vida de la Iglesia en América Latina. Los años que siguieron a la Tercera Conferencia General estarán hondamente sellados por este documento. Cualquiera que analice con atención el magisterio episcopal latinoamericano a lo largo de la década de los años ochenta verá reflejado de una u otra manera el espíritu y el lenguaje de Puebla; especialmente el llamado “trípode” que el Documento recogió del mensaje inaugural de Juan Pablo II: la verdad sobre Jesucristo, la verdad sobre la Iglesia y la verdad sobre el hombre.

Notas

  1. Cf. Evangelización y teología en América (siglo XVI). X° Simposio Internacional de Teología en América de la Universidad de Navarra. Ed. dirigida por J.-I. Saranyana ... Pamplona 1990, pp. 497-521. –También, Gutiérrez Vega C, L.C., Las Primeras Juntas de México (1524-1555). Roma 1991.
  2. Meyer Jean, Historia de los cristianos en América Latina. Vuelta, México, 1989. p. 212
  3. Juan Pablo II, peregrino de la fe. DOCA, México, 1979
  4. Acta de la VI asamblea de la CEM, periodo 1976-1979, pp. 7-12
  5. Cf. L´Osservatore Romano, 6 de marzo de 1977, p.3
  6. Diario El Día, México D.F. 15 de enero al 12 de febrero de 1979
  7. Juan Pablo II, peregrino de la fe. DOCA, México, 1979. Discurso inaugural, I.8.
  8. Íbid, III.2
  9. Íbid, III.6
  10. Documento de Puebla, N° 1134
  11. Ibíd. N° 322

Bibliografía

CELAM. La evangelización en el presente y futuro de América Latina. Documento de Puebla.

El Día, México, 15 de enero al 12 de febrero de 1979

Evangelización y teología en América (siglo XVI) Universidad de Navarra, Pamplona 1990

Juan Pablo II, peregrino de la fe. DOCA, México, 1979

L´Osservatore Romano, 6 de marzo de 1977

Meyer Jean, Historia de los cristianos en América Latina. Vuelta, México, 1989


JUAN LOUVIER CALDERÓN