Diferencia entre revisiones de «ROBLES HURTADO, San José María»
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Revisión del 05:36 16 nov 2018
(Mascota, 1888 – Quila, 1927)
Sumario
Sacerdote y mártir
Coadjutor en una parroquia, formador en el seminario diocesano y fundador de un instituto religioso totalmente consagrado al Misterio de la Eucaristía y del Corazón de Jesucristo: tales son los títulos que adornan a José María Robles Hurtado[1].Tenía 39 años de edad cuando lo ahorcaron en la madrugada del 26 de junio de 1927 en Quila de Jalisco.
Empujado siempre por el Corazón de Cristo
José María había nacido el 3 de mayo de 1888 en Mascota, Jalisco, entonces diócesis de Tepic, dentro de una buena familia cristiana. Sus padres, Antonio Robles y Petronila Hurtado, quisieron que recibiera el bautismo el mismo día de su nacimiento. Aquel hogar fue su verdadera escuela de vida cristiana. En 1900 se dieron en Mascota unas misiones populares y el joven José María, que entonces contaba con sólo 12 años, quiso ser sacerdote. Sus padres lo enviaron al seminario de Guadalajara. Como toda vocación, la de José María tuvo que madurar y pasar por el crisol de muchas pruebas. Fueron sus padres los que le ayudaron a superar una crisis que se le planteó cuando contaba con 16 años.
Aquel muchacho vivo y de inteligencia despierta fue descubriendo la devoción al Corazón de Jesús y al Misterio de la Eucaristía, unidos a una fuerte devoción mariana. Esta devoción mariana fue como el ropaje protector de su vida, hasta su martirio. Así escribía: “Madre mía, tu ‘pequeñito’ se abandona totalmente en tu regazo gritándoe con el alma: mi corazón, mi sangre, mi vida, mi muerte, todo te pertenece. Mi madre, mi señora, mi dueña, tuyo, eternamente tuyo”[2].No fueron frases de un fervor inmaduro y juvenil. Fueron las dimensiones de la vida cristiana que lo acompañarán durante toda la vida hasta hacerlas realidad en el martirio.
No había acabado todavía sus estudios de formación sacerdotal cuando el obispo de Tehuantepec lo invitó para que le diese una mano en el trabajo evangelizador. Los superiores le permitieron aquella experiencia que duró cinco meses. Llegó así a la ordenación sacerdotal, recibida el 22 de marzo de 1913 de manos del arzobispo Orozco y Jiménez. Los superiores lo mandaron a su pueblo natal para ejercer su ministerio, en aquellos años turbulentos de 1914 a 1916. También fue capellán de las religiosas del Verbo Encarnado. Precisamente fue en aquel ambiente recogido y sometido a las tempestades de la persecución que comenzaba, cuando un día, durante la misa de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús el 11 de junio de 1915, sintió la llamada interior a formar una compañía de religiosas totalmente consagradas al Corazón de Cristo. En un ambiente saturado de odios, venganzas y verdugos, Dios le pedía comenzar una compañía de “víctimas del Corazón Eucarístico de Jesús”. Era una versión más de las numerosas fundaciones que surgían por aquel entonces consagradas al Corazón de Jesús y que proclamaban su abrazo misericordioso abierto a todas las personas del mundo.
Enseguida fue cambiado de destino. En 1916 lo mandaron a la parroquia de Nochistlán, en Zacatecas, como coadjutor de la misma. Su párroco era el padre Román Adame, quien moriría también como mártir. Allí dio cauce a aquella inspiración de fundar una compañía de vírgenes consagradas al amor misericordioso de Cristo, mostrado en el símbolo tan sumamente corpóreo como era su Corazón Traspasado en la Cruz, y su Presencia continua en la Eucaristía. La nueva fundación comenzó su camino el 27 de diciembre de 1918 y fue llamada “Víctimas del Corazón Eucarístico de Jesús”. Se lo comunicó a su arzobispo, Don Francisco Orozco y Jiménez y al entonces delegado apostólico en México. El arzobispo le dio su bendición y el padre Robles pudo poner las bases de aquel instituto que contaba, ya desde el comienzo, con siete mujeres consagradas.
Pero enseguida, en 1920, tuvo que dejar Nochistlán de Zacatecas por Tecolotán de Jalisco. Fue un sacrificio el tener que dejar a su recién comenzada fundación, pero obedeció. Dejó escrito: “Con paz partí, en pobre cabalgadura, arrostrando graves peligros. Desplegué todo mi celo por extender el reinado del Corazón de Jesús en las almas, no obstante los serios obstáculos”[3].El arzobispo lo había nombrado párroco. Llegó a su nuevo destino el 23 de diciembre, armado de un gran amor al Corazón de Jesucristo, que fue el motivo de su vivir y de su obrar. En el pueblo había un hospital que se encontraba medio en ruinas. Bregó, luchó, recogió fondos y al final logró dar una nueva fisonomía y un nuevo aire a aquel viejo y derruido caserón. No solamente lo reedificó en sus paredes sino en su interior, en el estilo de su vida y de su modo de tratar a los enfermos. No se le escapaba nada al padre Robles. Todo era parte de su ministerio sacerdotal. Por ello se interesó de la condición de los obreros, de los hombres, de las mujeres, jóvenes y no tan jóvenes. Sobre todo consagró su vida al servicio de sus feligreses, especialmente de los enfermos y de los más marginados, al catecismo y al confesionario.
El alma de aquel apostolado suyo era precisamente el Corazón de Jesús. Alrededor de este joven sacerdote nació un movimiento de vida cristiana cuyo centro es la persona viva de Jesucristo; la contemplación de su Corazón Traspasado debía ser fuente de energía y de caridad continua en favor de los más necesitados. En sus destinos, por todos los lugares donde pasa, su caridad generaba obras continuas en favor de los obreros, de los enfermos, de los más débiles. Llama la atención la preocupación social de los sacerdotes mártires en unos momentos en los que los gobiernos mexicanos se autoproclamaban ‘sociales’ de palabra, pero no de obra.
Le sorprendió la persecución y llegó el martirio deseado
Así le sorprendió la persecución religiosa cuando llegó a su paroxismo en 1926. En enero de 1927 tuvo que esconderse. Por una parte, el gobierno le perseguía porque se había atrevido a colocar una cruz en un cerro, llamado “La Loma”; era un crimen perseguible con la muerte. Por otra parte, cuando el gobierno mexicano ordenó a los curas el abandono de sus pueblos y concentrarse en las ciudades, el padre José María optó por quedarse con su pueblo aunque sabía que ello también significaba la pena de muerte. Vivía de escondite en escondite, desde donde seguía a sus feligreses y mandaba sus directivas a la joven congregación por él fundada. El gobierno continuaba buscando sin parar a los sacerdotes, y a finales de febrero de 1927 la situación se veía ya imposible, pues cualquiera de ellos que era capturado, era fusilado o ahorcado. “Estamos en las manos de Dios”, decía. Pedía ser mártir de Cristo y no escondía aquella disposición: “¡Ah, si el Corazón Eucarístico me llevara”[4],decía a quienes le rogaban que escapase más lejos. Y finalmente lo agarraron.
La Federación dio finalmente con él tras continuos registros en las casas. La víspera de su detención había renovado su consagración total a Jesucristo a través de María...hasta el martirio: Había escrito en el margen de una estampa: “Renovación de mi esclavitud e irrevocable entrega al Corazón de Jesús, por María, mi Madre y Señora”[5].Lo prendieron mientras se disponía a celebrar la misa en un poblado lejano. Los soldados de la Federación habían rodeado la casa donde se encontraba. El coronel Calderón, que mandaba aquellos soldados, había recibido una orden explícita por medio del telégrafo: “Procédase con rigor en contra del cura rebelde”. Y así fue. Lo llevaron caminando, atado de pies y manos, por caminos tortuosos al cuartel de los agraristas al servicio del gobierno. Algunas buenas gentes quisieron liberarlo con ruegos y con ofrecimientos de dinero, pero fueron despreciados y rechazados. En la noche, algunas jóvenes lograron acercarse a su cárcel y los soldados que le vigilaban accedieron a que el padre les hiciese llegar su breviario. Allí, guardados, venían unos versos en honor del Sagrado Corazón y de la Virgen. Eran su testamento:
- “Quiero amar tu Corazón
- Jesús mío, con delirio;
- quiero amarte con pasión,
- quiero amarte hasta el martirio
- Con el alma te bendigo
- Mi Sagrado Corazón;
- Dime: ¿se llega el instante
- de feliz y eterna unión?
- Tiéndeme, Jesús, los brazos,
- Pues tu “pequeñito soy”;
- de ellos, al seguro amparo,
- a donde lo ordenes, voy.
- Al amparo de mi Madre
- y de su cuenta corriendo
- yo, su “pequeño” del alma,
- vuelo a su brazos sonriendo.
- Un padre que espera a sus hijos todos allá en el cielo”[6].
Lo sacaron de la cárcel a media noche y lo obligaron a caminar rumbo a la sierra de Quila. Un soldado quiso hacerle de Cirineo y le cedió su cabalgadura al verlo jadeante. Tras cuatro horas de camino llegaron a su destino. En la parte alta de la sierra la comitiva se detuvo. Entre los soldados que le acompañaban había uno, agrarista, del pueblo y compadre del sacerdote mártir, que se llamaba Enrique Vázquez, y que se acercó a él con una cuerda para ahorcarle. “Compadre, no te manches” le dijo el padre Robles. Tomó la soga en sus manos, la besó, se la colocó él mismo en el cuello y bendijo a sus verdugos. Los soldados lo ahorcaron. Era el 26 de junio de 1927. Dejaron allí su cuerpo y ordenaron a unos arrieros que por allí andaban que avisasen a la gente del pueblo de Quila que allí estaba un ajusticiado. Unos carboneros lo sepultaron. Aquella buena gente no sabía que era un sacerdote, el párroco de Tecolotlán. Al día siguiente vino la gente de Quila, lo exhumó, lo prepararon y lo velaron dándole luego santa sepultura como se hace con un mártir[7].
En 1932, tras los ‘arreglos’ y con una calma sólo aparente, el obispo Don José Garibi y Rivera, entonces obispo coadjutor del señor arzobispo Don Francisco Orozco y Jiménez, hizo trasladar sus restos al templo expiatorio de Guadalajara. Años más tarde, sus santas reliquias fueron trasladadas de nuevo al noviciado de la Congregación por él fundada, las Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado. Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado el 21 de mayo del año 2000, por S.S. Juan Pablo II.
Notas y referencias
- ↑ Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, I, 140-145.
- ↑ González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 910.
- ↑ González Fernández, Fidel. Obra citada, p. 911.
- ↑ González Fernández, Fidel. Obra citada, p. 912.
- ↑ Positio Magallanes, I, 143; III, 58.
- ↑ González Fernández, Fidel. Obra citada, p. 913.
- ↑ Positio Magallanes, I, 143-145; III, 191; Summarium, 63, & 183; 71, & 216, 53, & 143.
BIBLIOGRAFÍA
González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008. Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, Volumen I.
López Beltrán, López. La persecución religiosa en México. Editorial Tradición, México, 1987.
FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ