HABSBURGO, Maximiliano de

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Viena, 1832- Querétaro, 1867) Emperador de México


VIDA FAMILIAR

Ferdinand Maximilian Josef von Habsburg-Lothringen nació en el Palacio de Schönbrunn en Viena, Austria, el 6 de julio de 1832. Era el segundo hijo del matrimonio formado por el archiduque Francisco Carlos de Austria y Sofía de Baviera; su hermano mayor, Francisco José era el heredero directo de la corona del Imperio Austro-Húngaro. El conde Bombelles fue encargado de la educación de ambos hermanos, la cual fue bastante completa. A diferencia de Francisco José que era reservado, Maximiliano era de temperamento romántico y extrovertido, amante de la equitación y del mar; ingresó muy joven a la Armada austriaca en la cual pensaba hacer carrera. En 1853 fue nombrado capitán de corbeta y al año siguiente Comandante mayor de la Marina.

En Mayo de 1856, el emperador Francisco José envió en su representación a su hermano Maximiliano a París, para presentar su felicitación a Napoleón III por el nacimiento de su heredero al trono de Francia, causando una impresión muy favorable al monarca francés y a su bella esposa, la española Eugenia de Montijo. En su viaje de regreso de París, pasó Maximiliano a visitar al Rey de Bélgica Leopoldo I, y como resultado de esa visita se acordó el casamiento de Maximiliano con la princesa Carlota, hija de Leopoldo I. Carlota era una joven de vivo entendimiento, muy vanidosa y de una ambición ilimitada, que vio en Maximiliano, alto, rubio, de ojos azules y gran prestancia, al príncipe de sus sueños: “Pese a su juventud tenía ya el grado de contralmirante; era el Comandante en jefe de la flota austrohúngara (…) Pronto –informaban los agentes diplomáticos- Maximiliano sería también rey, pues su hermano lo enviaría a ocupar el trono del reino lombardo-véneto.”[1]Maximiliano y Carlota contrajeron matrimonio el 27 de julio de 1857 en una ceremonia a la que acudió la flor y nata de la nobleza europea.

Por muchas razones, el emperador austriaco Francisco José no quería ver a su hermano Maximiliano metido en la corte de Viena, y lo nombró gobernador de las provincias italianas de Lombardía y el Véneto, que entonces pertenecían al imperio austriaco. Al parecer fue durante su estadía en esas provincias -entre 1857 y 1859- cuando Maximiliano entró en contacto con las sociedades secretas carbonarias ligadas a la masonería francesa (Rito escocés) y adoptó la ideología liberal que las mismas pregonaban. Pero Napoleón III y el primer ministro del Piamonte, Camilo Benso, Conde de Cavour, querían expulsar a los austriacos del norte de Italia, lo cual lograron tras la batalla de Solferino (20 de julio de 1859) en la que perdieron los austriacos. Maximiliano tuvo que abandonar la ciudad de Milán, y junto con Carlota se retiró a vivir en el castillo de Miramar, un fastuoso palacio que Maximiliano había comenzado a construir en 1854 sobre una roca que se adentra en el mar Adriático.

LA REFORMA MEXICANA Y SUS REPERCUSIONES

Hacia 1860 Napoleón III y algunos connotados miembros de la logia masónica mexicana “Unión fraternal” del Rito escocés, exiliados en Francia tras la derrota del partido conservador, estaban madurando un plan para establecer en México un gobierno monárquico “con el auxilio de la Francia”. Los masones mexicanos que junto con Napoleón III preparaban este plan eran: Juan N. Almonte, Manuel Hidalgo y José María Gutiérrez Estrada. El estallido de la guerra civil norteamericana entre los estados del norte (yanquis) y del sur (confederados), eliminaba el obstáculo que a ese proyecto franco-mexicano representaba la “doctrina Monroe”, proclamada por los Estados Unidos. La coyuntura para el mismo la proporcionó el partido liberal pues, en 1861, el gobierno de México encabezado por Benito Juárez que acababa de triunfar en la guerra de Reforma, declaró la moratoria de pagos de la deuda externa; entonces representantes de los gobiernos de Inglaterra, Francia y España reunidos en la Convención de Londres, acordaron formar una expedición militar tripartita que fuera a México a exigir el pago de la deuda.[2]

La expedición, al mando del general español Juan Prim, desembarcó en Veracruz el 17 de diciembre de 1867 y Benito Juárez envió al general Manuel Doblado a negociar el pago en cuanto fuera posible, realizándose una conferencia en La Soledad, Veracruz. Españoles e ingleses aceptaron y sus soldados se reembarcaron; pero los franceses rechazaron las promesas y acuerdos logrados en los “preliminares tratados de la Soledad” e iniciaron un avance hacia la capital; sin embargo fueron derrotados el 5 de mayo de 1862 en su intento por tomar la ciudad de Puebla. Napoleón III reforzó su expedición con veintiocho mil soldados y un año después, el 19 de mayo de 1863, los franceses tomaron la ciudad de Puebla. Juárez y su gabinete abandonaron la capital refugiándose en el norte del país. En la ciudad de México una “Junta de Notables” asumió el gobierno de la nación.

La atmósfera social y política que había prevalecido en México desde 1824 cuando se adoptó el sistema republicano era de un total caos y anarquía, pues en apenas cuarenta años el país había pasado por tres regímenes federales y dos centralistas; había tenido tres constituciones; sufrido 240 cuartelazos, rebeliones o pronunciamientos; había perdido la mitad de su territorio nacional a manos de los Estados Unidos; había presenciado la dilapidación lastimosa de los bienes de la Iglesia, que se tradujeron en la desaparición de todas las escuelas, universidades, hospitales, asilos, orfanatorios, etc., y ahora, en 1863, tenía encima una nueva ocupación militar extranjera. En tal atmósfera de caos y anarquía no resulta extraño que la propuesta orquestada previamente por Gutiérrez Estrada, Hidalgo y Almonte para establecer una monarquía, fuera aceptada con esperanza y entusiasmo por la Junta de Notables y la mayoría de la población.

MAXIMILIANO Y CARLOTA INICIAN SU AVENTURA EN MÉXICO

Napoleón, que daba por hecho la victoria de los estados del sur en la guerra norteamericana, envió al castillo de Miramar a Juan N. Almonte para que se entrevistara con Maximiliano y le propusiera la corona de México y después regresara a México lo más rápido posible a fin de disponer los ánimos para ello[3].Pero Maximiliano le contestó que sin el consentimiento de la nación mexicana el no aceptaba la proposición. Almonte regresó a México y sin dificultad consiguió que la Junta de Notables, reunidos en asamblea el 10 de julio de 1863, aprobara por forma de gobierno la monarquía moderada, hereditaria, con un príncipe católico, y que formalmente ofreciera la corona imperial de México al Archiduque de Austria Fernando Maximiliano. De inmediato la Asamblea designó una “Junta de Regencia” formada por tres personas: el propio Juan N. Almonte, el general Mariano Salas, también militante de las logias escocesas, y el recién nombrado arzobispo de México Antonio Labastida y Dávalos, antiguo obispo de Puebla quien, desde 1856, se encontraba desterrado en Europa.

La Junta de Regencia se presentó en Miramar el 3 de octubre de 1863 para ofrecer formalmente la corona a Maximiliano, y a mediados de abril de 1864, el emperador y su esposa Carlota emprendieron el viaje rumbo a México, no sin antes visitar a S.S. Pío IX. La entrevista de Maximiliano con el Santo Padre, aunque respetuosa fue tirante y poco amistosa, pues el nuevo emperador ya manifestaba la posición hostil ante la Iglesia que en México estaban implementando los regentes Almonte y Salas, al igual que el comandante de las fuerzas francesas, el furioso anticlerical general Bazaine. Esta posición había sido denunciada ya por el Arzobispo Labastida el 20 de octubre del año anterior ante la misma Junta de Regencia: “…hubieran podido ahorrar a los pastores la pena y el vilipendio de volver de su destierro, bajo la salvaguarda de este nuevo orden de cosas, a presenciar la legitimación del despojo de sus iglesias y la sanción de los principios revolucionarios”[4].

Esa misma situación fue denunciada a la Santa Sede en una carta firmada por el arzobispo Labastida y los obispos de Michoacán y Oaxaca: “Todo continúa lo mismo (…) los decretos de los señores Almonte y Salas poniendo en vigor las Leyes de Reforma continúan en observancia (…) el señor Almonte fue nombrado desde Miramar, lugarteniente del Emperador(…) y el mismo señor Almonte y su compañero Salas, autores del mal e instrumentos ciegos de los jefes franceses, en su odio contra la Iglesia, han sido condecorados con la Gran Cruz de Guadalupe.”[5]

El 28 de mayo de 1864, Maximiliano y Carlota arribaron al puerto de Veracruz, encabezando ya directamente el Segundo Imperio mexicano. Ante la inminente llegada de Maximiliano, el rito masónico escocés había devuelto sus “Cartas Patentes” a Colombia para aceptar las del Gran Oriente de Francia, y como narra el preeminente masón J. Mateos en su Historia, el Gran Consejo Masónico ofreció a Maximiliano de Austria la presidencia del Supremo Consejo, a lo que el Emperador contestó que “estaba dispuesto a aceptar el título de protector de la orden; que mientras que sus ocupaciones…le permitieran asistir a los trabajos, vería con gusto que se afiliase en el Supremo Consejo, en representación suya a los señores Federico Semeleder, su médico y Rodolfo Hunner, su chambelán. Se levantó un acta de esta declaración y en efecto se nombró oficialmente al referido Maximiliano, Protector de la Orden, así como se recibieron masones y fueron elevados inmediatamente al grado 33, los ya citados Señores Semeleder y Hunner, que figuraron en Junio de 1865 como miembros del susodicho Supremo Consejo.”[6]

No extraña pues que el gobierno de Maximiliano no sólo haya ratificado las Leyes de Reforma, sino que, yendo más allá de ellas, haya pretendido hacer de la Iglesia una dependencia gubernamental mediante la imposición de una especie de neo-patronato unilateral. Ante este intento, el Nuncio Pedro Francisco Meglia protestó por escrito: “Habiéndome presentado el gobierno imperial un proyecto en nueve artículos, contrario a la doctrina, a la disciplina actualmente en vigor de la Iglesia y a las leyes canónicas; proyecto que tiende a despojar a la Iglesia de todos sus bienes, de su jurisdicción, de sus inmunidades y hacerla en todo dependiente y esclava del poder civil, todo esto condenado ya por el Pontífice Romano en dos alocuciones consistoriales, he contestado que no tenía instrucciones para tratar sobre bases tan inadmisibles..”[7]

EL DERRUMBE DE MAXIMIALIANO

Dos acontecimientos iniciaron el derrumbe del Imperio de Maximiliano: el 2 de abril de 1865 concluyó la guerra civil en los Estados Unidos con el triunfo de los estados del norte, con lo cual el gobierno de Washington pudo volver a intervenir en México; en enero de 1866, Napoleón anunció el retiro de México de las fuerzas expedicionarias francesas. Ante esto último, Maximiliano pensó abdicar, pero la emperatriz Carlota se opuso diciendo: “Abdicar es condenarse, extenderse a sí mismo un certificado de incapacidad, y esto sólo es admisible en los ancianos o en los imbéciles, no es la manera de obrar de un príncipe de 34 años.”[8]La emperatriz emprendió entonces un viaje a Francia para exigirle a Napoleón el cumplimiento de su palabra y cancelar la retirada de las tropas francesas; lejos de lograr su propósito, en la entrevista que tuvo con el emperador francés empezó a perder la razón. Carlota nunca regresó a México ni recobró el juicio; murió en Bélgica en 1927.

Después de la retirada del ejército francés de México y del auxilio de los norteamericanos al gobierno de Benito Juárez, Maximiliano quiso resistir desde la ciudad de Querétaro apoyado por el prestigiado general conservador Miguel Miramón, pero ambos fueron hechos prisioneros en su último reducto: la ciudad de Querétaro, que cayó en poder de las fuerzas juaristas el 15 de mayo de 1867. En la madrugada del 19 de julio, Maximiliano de Habsburgo fue fusilado en el Cerro de las Campanas.


Notas y referencias

  1. Fuentes Aguirre Armando, La otra historia de México. Juárez y Maximiliano. Ed. Diana, México, 2006, p.145
  2. Cfr. Schlarman Joseph H. L. México Tierra de Volcanes. Porrúa, México, 1987, pp. 367 y ss.
  3. Ibídem, pp. 377 y ss.
  4. Discurso de Labastida ante la Regencia, 20 octubre 1863, en Orozco Farías Rogelio, Fuentes Históricas. México, 1821-1867. Progreso, México, 1967. La Iglesia en el Segundo Imperio, Documento III, p. 297
  5. Carta citada en Alcalá Olimón Alfonso. Episcopado y gobierno en México. Cartas colectivas del episcopado mexicano, 1859-1875. Universidad. Pontificia de México , 1985, p. 129 Ibídem.
  6. Mateos José María. Historia de la masonería en México, desde 1806 hasta 1884- Cárdenas, México, 1965, p.173
  7. Citado en Orozco Farías Rogelio, obra citada, documento seis, p.299
  8. Ibídem, El Segundo Imperio, documento siete, p.288

BIBLIOGRAFÍA

Fuentes Aguirre Armando, La otra historia de México. Juárez y Maximiliano. Diana, México, 2006

Orozco Farías Rogelio, Fuentes Históricas. México 1821-1867.Progreso, México 1965

Schlarman, Joseph H. L. México Tierra de Volcanes. Porrúa, México, 1987.


JUAN LOUVIER CALDERÓN