HISPANIDAD CATÓLICA EN ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Introducción

La llegada de Cristóbal Colón a América marca no sólo la entrada de la civilización europea en América, sino también la evangelización católica del continente, incluyendo lo que hoy son los Estados Unidos. Desde el principio la semilla de la fe cristiana fue plantada en el corazón de miles de indígenas en Estados Unidos. A lo largo de 300 años los misioneros españoles, principalmente franciscanos, pero también jesuitas y dominicos, laboraron intensamente en más de la mitad de estas tierras de América del Norte, sobre todo en Florida, Louisiana, Texas, Nuevo México, Arizona y California.

Ahí y en otros Estados contiguos, edificaron unas 250 misiones que fueron centros de evangelización y de promoción humana de los nativos. Allí se desarrolló la agricultura, la ganadería, las artes, los oficios y las industrias básicas del tiempo. Muchas de ellas fueron los núcleos de donde proceden grandes ciudades de hoy, como San Diego, Los Ángeles, San Francisco, Santa Fe, Albuquerque, El Paso, San Antonio, San Agustín y otras muchas. Muchos de sus misioneros pueden figurar entre los grandes de la Historia Católica, como los franciscanos Francisco Pareja en Florida, Mariano de los Dolores y Margil de Jesús en Texas; Juan Ramírez y Francisco Garcés en Nuevo México; Junípero Serra, Francisco Palou, Juan Crespi y Fermín Lasuén en California; o también los jesuitas Eusebio Kino y Juan Salvatierra en Arizona. Unos 93 de ellos coronaron su vida misionera con el martirio, siendo los primeros Juan Padilla, O.F.M. (1542) en Kansas, Luis Cárcer, O.P. (1545) en Florida y Juan Bautista Segura, S.I. (1570) en Virginia.

Durante esos 300 años, comenzando en 1565, los colonos españoles, los criollos, los mestizos, los indígenas cristianos y los descendientes de ellos, formaron una hispanidad católica que quedó implantada en Estados Unidos. Al salir España de esas tierras en 1821, las misiones fueron secularizadas, sus campos de cultivo cayeron en manos de aprovechados, los edificios quedaron abandonados y los indígenas se dispersaron. Para 1848 todo ese enorme territorio, que México había heredado de España en 1821, era ya parte de Estados Unidos.

Los cerca de 100.000 hispanos que lo habitaban quedaron dispersos, sin liderazgo cívico y religioso. Decenas de miles de colonos anglosajones, ávidos de tierras, irrumpieron impetuosamente, ocuparon la tierra desde Florida a California e impusieron sus autoridades, leyes, cultura y lengua. Los hispanos se encontraron, de momento, como extranjeros en su propia tierra. Daba la impresión de que desaparecería la hispanidad. Durante la segunda mitad del siglo XIX fueron sobreviviendo, a pesar de su penosa situación, y mantuvieron su identidad, gracias a la familia, la religiosidad popular, las celebraciones en honor de la Virgen de Guadalupe, las fiestas patronales, la devoción a los santos, las asociaciones y cofradías, las asociaciones mutualistas y laborales, y a los varios periódicos y boletines en español que se editaron en esa época.

Mucho ayudó también a su supervivencia el continuo flujo de mexicanos que emigraban hacia el Norte. Durante todo ese tiempo fueron servidos espiritualmente por unos pocos sacerdotes, tanto diocesanos como miembros de algunas órdenes religiosas de las varias diócesis que fueron establecidas en ese tiempo, como Galveston, San Antonio, Corpus Christi, Dallas, Monterey, San Francisco, Santa Fe, Denver y San Agustín. Además de los mexicanos y México-americanos del Sur y Oeste, llegaron también a Estados Unidos en esa época varios miles de cubanos que se establecieron en New York, Key West, Tampa, Ybor City y en el Este de la Florida; dignos de mención especial son el P. Félix Varela y José Martí. Varios miles de puertorriqueños llegaron a Nueva York; entre ellos estaban Luis Muñoz Rivera y Pedro Albizu Campos. La Iglesia del Pilar de Brooklyn les daba atención espiritual. La llegada de ambos grupos obedecía a razones políticas ligadas a la lucha por la independencia de ambas islas o a motivos comerciales.

Durante la fiebre del oro en California arribaron ahí unos 6.000 latinoamericanos de diversos países, así como centenares de vascos españoles que se dedicaron al pastoreo en los Estados del Noroeste. Esa segunda mitad del siglo XIX fue para el pueblo hispano un periodo de lucha por la supervivencia humana, cultural y espiritual; fueron años de catacumbas. Al comenzar el siglo XX podía mirar al futuro con mayor esperanza y seguridad.

La hispanidad se afianza (1900·1950)

El crecimiento demográfico de los hispanos en el Sur de Estados Unidos, en la primera mitad del siglo XX, es algo que se debe destacar. Además del factor de natalidad, el crecimiento se debió a dos causas principales: la turbulencia política y económica de México, y la demanda de mano de obra en Estados Unidos. De 1910 a 1920 tuvo lugar una revolución sangrienta en México. Ello determinó que cientos de miles emigraran hacia el norte, donde las ciudades crecieron y se formaron muchos pueblos nuevos con un alto porcentaje hispano.

En la década de 1920 inició en México un hostigamiento oficial contra la Iglesia Católica que desembocó en abierta persecución. Nuevamente cientos de miles cruzaron la frontera y ahora no eran solo trabajadores sino que con ellos vinieron sacerdotes, congregaciones religiosas, políticos, educadores y gente de negocios. Para 1930 eran más de un millón y medio los hispanos en el Sur. En las dos décadas siguientes continuó el flujo hacia el Norte debido al programa de Braceros.

Más de medio millón anual llegaban temporalmente para trabajar en la agricultura, sobre todo en California y Texas, donde se quedaban luego de forma legal o ilegal. Aunque hubo deportaciones masivas en 1920 y en 1930, como resultado de la Gran Depresión de esos años; sin embargo, fueron medidas temporales. La inmigración mexicana, que siguió creciendo, se comenzó a extender también a todo el centro de Estados Unidos, principalmente a grandes ciudades como Kansas City, Omaha, Chicago, Gary, Detroit, New Orleans, Milwaukee, Toledo, Erie y Bethlehem, donde además de la agricultura hallaban empleo en las grandes industrias del acero, del ferrocarril, las empacadoras de alimentos y otras empresas, y formaron comunidades católicas florecientes.

La depresión en los años de 1930 afectó mucho a las industrias del medio oeste y mermó bastante el número de los trabajadores hispanos en esa área. Favorecía esta inmigración de trabajadores el desarrollo económico de Estados Unidos. Con nuevos sistemas de irrigación, se abrieron grandes extensiones de terrenos para la agricultura. La industria tuvo en esos años un verdadero auge. El reclutamiento de soldados para la Primera Guerra Mundial, dejó vacíos muchos puestos de trabajo, tanto en el campo como en las ciudades.

El tendido de las líneas de ferrocarril estaba en pleno apogeo. Todo ese desarrollo económico demandaba mucha mano de obra. Sin embargo, el progreso económico no iba acompañado por el educativo para el pueblo hispano, cuyos hijos eran educados en un sistema inferior, y segregado del sistema público de escuelas; ni participaban equitativamente de otros servicios sociales. Los inmigrantes católicos europeos del siglo XIX y parte del XX llegaron a Estados Unidos acompañados por sacerdotes y religiosos, y fueron un apoyo importante para ellos, tanto en el orden religioso como social. Los mexicanos y los hispanos en general, no lo tuvieron y ese hecho influyó negativamente, tanto en su atención pastoral como social.

En su casi totalidad, estos inmigrantes hispanos eran católicos, y la Iglesia debía proveer servicios pastorales. Además de las creadas en el siglo pasado, se crearon nuevas diócesis en el Sur, como la de El Paso, Amarillo, Austin, Tucson, Gallup y otras a donde había llegado un número considerable de ellos. Se fundaron seminarios y comenzaron a ordenarse algunos sacerdotes hispanos. Llegaron también varias congregaciones religiosas masculinas, como Oblatos, Claretianos, Basilianos, Paules, Agustinos Recoletos, Jesuitas y Franciscanos; y femeninas, como las Hermanas del Verbo Encarnado, las de la Caridad, Mercedarias, y las de la Sociedad de Santa Teresa, que se dedicaron al servicio del pueblo hispano en escuelas, hospitales y asilos.

Las capillas, misiones o parroquias con servicios en español se multiplicaron en muchas ciudades y pueblos. En la década de 1910 se construyeron en San Antonio, Texas, 80 iglesias nuevas; en Los Ángeles 64 y así en todas las poblaciones, grandes o pequeñas, donde había un grupo más o menos numeroso de hispanos. Muchas de ellas estaban dedicadas a Nuestra Señora de Guadalupe.

Juntamente con la liturgia oficial y los sacramentos, las devociones y la religiosidad popular mantuvieron viva la fe católica. Las devociones a los misterios de la vida de Cristo, a María y a los santos; las fiestas religiosas, procesiones y peregrinaciones eran parte de su identidad cultural y religiosa. Las numerosas asociaciones religiosas, sobre todo las guadalupanas, contribuyeron en todas partes a reforzar esa identidad. Las mismas sociedades civiles y comunitarias, que en esta época se formaron, tenían sus elementos de catolicismo y estaban conectadas con el clero y las parroquias. Así La Alianza Hispanoamericana, La Liga Protectora, La Cruz Azul, La Sociedad Mutualista y otras que proveían seguros, créditos, unidad laboral y servicios sociales, funcionaban con frecuencia desde los edificios parroquiales y con participación de personas envueltas en las actividades religiosas.

Durante la primera mitad del siglo XX, la comunidad hispana tuvo un importante desarrollo en número y en afianzamiento, tanto en la sociedad como en la Iglesia. Se encontró también con sufrimientos y obstáculos que tuvo que superar. La discriminación social y religiosa a la que estuvo sujeta es patente. El acceso a la educación, a la justicia, a la protección sanitaria no era realmente equitativo. Los recursos de la Iglesia en materia de personal y finanzas no siempre se pusieron al servicio de los hispanos; unas veces por la actitud de superioridad expresada por personas del clero o laicos, otras por la impotencia o pobreza material de parte de los hispanos, y otras por la inseguridad, debida a su situación migratoria.

Otra de las dificultades comunes fue la escasez de sacerdotes y religiosas para el servicio pastoral, en comparación con el número que debían atender y las distancias que tenían que cubrir. En los grandes movimientos de inmigración, generalmente no venían sacerdotes y las vocaciones hispanas en los seminarios diocesanos eran escasas. En esos momentos jugaron un papel importante los sacerdotes y monjas de congregaciones religiosas que hablaban español por ser su lengua nativa o por haberla aprendido, así como los sacerdotes diocesanos que aprendieron con gran sacrificio la lengua y dedicaron su vida al servicio del pueblo hispano.

Aunque el porcentaje más alto de los hispanos se hallaba en el Sur y el Oeste, y era de origen mexicano, en la costa Atlántica de Estados Unidos fue creciendo también el número de hispanos de origen cubano. Hasta 1950 habían llegado de Cuba a Estados Unidos cerca de 100.000 personas, pero unas 30.000 se regresaron de nuevo una vez que las cosas se normalizaron allí. Sus principales núcleos se hallaban en Key West, San Agustín, New York, Tampa e Ybor City. En este núcleo principal había dos parroquias atendidas por jesuitas, salesianos y luego por redentoristas; había también una escuela parroquial, otra privada a cargo de las Hermanas de San José y un asilo.

A Nueva York llegaban personas relacionadas con el mundo de la política, la educación, las artes o los deportes. El grupo puertorriqueño, que habida llegado al área de Nueva York a finales del siglo XIX, también creció notablemente en las décadas siguientes, sobre todo hacia 1917, cuando por el Jones Act se declaró que los puertorriqueños eran ciudadanos americanos y cuando muchos soldados, al terminar la Primera Guerra Mundial, se quedaron en Nueva York. Para 1930 había allí unos 45.000. Para servirles pastoralmente a ellos y a otros grupos de españoles asentados también ahí, se establecieron varias parroquias, como La Guadalupe, La Esperanza, La Santa Agonía, y La Milagrosa en New York, San José en Newark y el Inmaculado Corazón de María en Elizabeth, New Jersey; dirigidas por Agustinos Asuncionistas, Paules y Terciarios Franciscanos.

Durante esa primera mitad del siglo XX los hispanos tuvieron que enfrentarse con la actividad proselitista protestante, principalmente los bautistas, metodistas y presbiterianos en el sur, en el centro y en el oeste de Estados Unidos. El desafío fue aún mayor en Puerto Rico al quedar anexado a Estados Unidos en 1898; varias denominaciones protestantes llegaron a la Isla con la intención de hacerla protestante, y de hecho se la dividieron en zonas. La fundaci6n seglar de los Hermanos Cheo contribuyó notablemente a contrarrestar esta avalancha protestante.

En medio de la pobreza y debilidad propias del inmigrante, la comunidad hispana durante la primera mitad del siglo XX, quedo afianzada en Estados Unidos. Su fe católica se mantuvo en medio de grandes dificultades. Factores importantes en ello fueron las inmigraciones procedentes de México, y la afluencia de los puertorriqueños en el Este, junto con las asociaciones cívicas y religiosas, y el apoyo de algunos sectores de la Iglesia.

La hispanidad se fortalece (1950-1998)

La segunda mitad del siglo XX se caracteriza por el crecimiento espectacular del pueblo hispano. Este hecho es importante para la Iglesia porque un porcentaje muy alto de ellos son católicos y ello repercutirá en el futuro de la Iglesia católica en Estados Unidos. Durante las dos décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial, llegan a este país más de un millón de puertorriqueños y la mayoría se asienta en el área de Nueva York, y luego seguirían hacia Chicago y Los Ángeles.

En su mayoría son gente del campo que dejan la Isla por falta de trabajo y van en busca de una mejor situación económica. Esa oleada es seguida por un éxodo hacia el exilio, de cerca de un millón de cubanos, al implantar Fidel Castro en Cuba un gobierno comunista en 1960; la mayoría se dirige a Miami y al área de New Jersey-Nueva York. Un buen porcentaje de ellos son profesionales, comerciantes y educadores. En la década de 1960 aparece también por el área de Nueva York otro flujo de caribeños, ahora dominicanos, que pueden en la actualidad rebasar el millón.

Es el turno ahora de los inmigrantes sudamericanos, provenientes de todos los países de América Latina que se establecen en diversos puntos, como Florida, Louisiana, Nueva York, New ]ersey, Illinois o California, y se quedan legal o ilegalmente. Nadie sabe cuál es su número real, pero ciertamente llegará a los cuatro millones. Debido a los conflictos políticos y militares en Centroamérica, durante la década de 1980, posiblemente otro millón de hispanos buscó refugio en Estados Unidos.

Al mismo tiempo la población de origen mexicano en el suroeste, centro y oeste continua creciendo y extendiéndose a otros Estados del Noreste, a Hawái e incluso Alaska, donde la población hispana suma unos 25.000. Su crecimiento se debe a su tasa de natalidad que es el doble de la nacional, y a la inmigración o llegada creciente de nuevos trabajadores que atraviesan el Rio Grande y se dirigen hacia el Norte. Un fenómeno particular durante éstas últimas cinco décadas, es el hecho de que los hispanos que han llegado a Estados Unidos no fijan su residencia en el lugar de llegada, sino que se extienden por toda la geografía nacional. Según los estimados de expertos, el Censo del 2000 registra unos 32.000.000 de hispanos en Estados Unidos; el quinto país mayor de habla hispana después de México, España, Colombia y Argentina.

¿Cómo atiende pastoralmente la Iglesia al pueblo hispano? Dijimos anteriormente que durante la primera mitad de este siglo, la sociedad intentó llevar a cabo un proceso de asimilación o absorción. Los hispanos deberían despojarse de lengua, cultura y tradiciones para surgir con una nueva identidad; ello intentaba hacerse a nivel Iglesia también. Al comenzar la segunda mitad se vio claramente el error y entonces se inició un proceso de integración con el resto de la Iglesia, pero ahora respetando y aceptando la identidad lingüística, cultural y religiosa propia de los hispanos.

El Cardenal Francis Spellman, de Nueva York, decidió que no habría más parroquias nacionales para los hispanos, sino que en todas las parroquias donde hubiese concentraciones de ellos, se darían servicios pastorales en español. Para ello se admitió más clero de origen hispano, comenzó un instituto de lengua española para sacerdotes y religiosos, se organizaron programas de cursos intensivos de español para ellos, en Puerto Rico, República Dominicana y Colombia, y se comenzaron a designar Iglesias construidas por antiguos inmigrantes europeos que se iban a residir a los suburbios.

A éstas áreas llegaba ahora una numerosa inmigración hispana. En estas parroquias es donde se está sirviendo al pueblo hispano. Es una fórmula aceptable pero no exenta de dificultades, pues la atención pastoral adecuada se puede ver afectada por la buena o no tan buena aceptación, por parte de los párrocos o grupos remanentes de antiguos parroquianos, que todavía sienten ser los dueños de la parroquia. Esta forma de integración pastoral se ha extendido a todo el país. Al mismo tiempo se comenzaron a establecer en muchas diócesis oficinas del apostolado hispano para asistir a las parroquias en su labor.

En 1945, a iniciativa del Arzobispo Robert Lucey de San Antonio, los cuatro Arzobispos del Suroeste y Oeste de Estados Unidos, establecieron una oficina para esa región llamada «Consejo de Obispos para los Hispanoparlantes». Esta oficina tenía el propósito de desarrollar programas pastorales y servicios sociales para los México-americanos. Comenzó a operar en San Antonio, Texas, y cada dos años, durante la siguiente década, fue trasladada a otras diócesis, como El Paso, Corpus Christi, Austin y Houston.

La gran movilidad de los trabajadores del campo y braceros hacia otras regiones del país, hizo necesario establecer otras oficinas regionales. Con ello la oficina regional que funcionaba en San Antonio, Texas se trasladó en 1971 a Washington, D.C., y poco después se convirtió en el «Secretariado para Asuntos Hispanos» de la Conferencia de Obispos Católicos. A partir de 1960 comenzaron a establecerse también otras oficinas regionales: Noreste, Sudeste, Centro, Suroeste, Zona de las Rocallosas, Noroeste y Costa Oeste.

Bajo la guía de los Obispos de cada región, estas oficinas apoyaban a las oficinas diocesanas, o atendían ellas mismas varias diócesis, cuando el número de hispanos en ellas no era numeroso. En varias de estas oficinas regionales vienen funcionando institutos pastorales, como el del Noreste y Sudeste (SEPI), que tratan de desarrollar el liderazgo seglar para la Iglesia. Mención especial merece el «Centro Cultural México-Americano» (MACC) de San Antonio, Texas, que no solo sirve al clero y seglares del Sur, sino que su acción se extiende a toda la nación.

Un distinguido cuadro de profesores imparte cursos culturales, religiosos y de lengua a un buen número de estudiantes. El Arzobispo Patricio Flores y el P. Virgilio Elizondo fueron desde el principio la inspiración y el más firme apoyo de MACC. Además de estas oficinas regionales, 150 diócesis, de un total de 200, tienen oficinas de pastoral hispana que promueven y coordinan los servicios pastorales a los hispanos en unas 3.500 parroquias que ofrecen servicios en español.

De gran importancia, también, durante esta segunda mitad del siglo XX han sido los Movimientos Apostólicos. Los Cursillos de Cristiandad llegaron a Estados Unidos en la década de 1950 y se han extendido por toda la nación, tanto en español como en inglés. Hoy día son 140 las diócesis donde están operando. Han provisto de liderazgo seglar a las parroquias y asociaciones, y las han revitalizado. Son decenas de miles los hispanos que han vivido esa experiencia, han reforzado su fe y han renovado su vida.

El Movimiento Familiar Cristiano, el Encuentro Matrimonial y las Conferencias Pre-Cana, han contribuido notablemente a fortalecer el matrimonio y la familia hispana, y son populares en toda la nación. El propio fundador del Encuentro Matrimonial, el P. Gabriel Calvo, lo introdujo en 1967 en Nueva York; actualmente se haya extendido también en todo el país. Otro Movimiento que se debe mencionar es la Renovación Carismática Católica, que ha alcanzado bastante difusión y tiene buena aceptación entre grandes sectores del pueblo hispano. En un principio se le miraba con cierto recelo, debido a algunas formas y maneras similares al pentecostalismo protestante. De más reciente implantación es el Neo-Catecumenado, que pretende formar grupos o comunidades de seglares dentro de la parroquia, enfatizando la catequesis, la liturgia y la evangelización. Últimamente han orientado su acción también a la formación de sacerdotes con los seminarios Redemptoris Mater; uno de ellos está ubicado en la Arquidiócesis de Newark que ha ordenado ya a un buen número de sacerdotes.

Digno de mencionar es el proceso de los Encuentros Hispanos a nivel nacional. Ello ha servido para dar una mejor articulación y unidad a toda la pastoral hispana, y una mayor visibilidad a la presencia hispana, tanto dentro del cuerpo episcopal como en las estructuras diocesanas. A raíz del traslado de la Oficina Nacional a Washington en 1971 y de la labor de algunas oficinas Regionales, comenzó a gestarse la idea de organizar el I Encuentro Nacional, que se llevó a cabo en Junio de 1972 en Washington, D.C. Asistieron 8 Obispos, 130 sacerdotes y 250 representantes de diversas diócesis.

Entre las conclusiones figura una mayor participación de los hispanos en las decisiones eclesiales a nivel nacional, diocesano y parroquial. Se pidió la institución de oficinas regionales y centros pastorales, para formación de liderazgo seglar y se ofrecieron a asumir un mayor compromiso, para el desarrollo de la fe católica entre los hispanos y todas las demás personas del país. Se habló también de las escuelas católicas, de la liturgia, de la catequesis y de los desafíos de orden económico y social para los hispanos. El Encuentro fue un éxito. Era el primero de su tipo. Había sido aprobado por todo el Episcopado. La Hispanidad de todo el país, allí representada, tomó conciencia de ser parte integral de la Iglesia y los resultados que se siguieron fueron óptimos.

En el periodo que siguió al I Encuentro se vio crecer el número de Obispos hispanos, de sacerdotes y religiosas que atendían al pueblo hispano, y de una revitalización de los movimientos apostólicos. El número de oficinas diocesanas de Apostolado Hispano pasó de 30 en 1972 a más de 100 en 1977. En 1974 se creó un Comité Episcopal para los Asuntos Hispanos, y bajo él se puso la oficina Nacional, quedando así establecido el «Secretariado para Asuntos Hispanos» de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos (NCCB). A partir de entonces este Secretariado inicia el proceso para un II Encuentro Nacional Hispano; en su preparación participaron también las oficinas Regionales y los Directores de Oficinas Diocesanas.

Se diseñó un proceso, animando a todas las diócesis a celebrar Simposios diocesanos de pastoral hispana. En ellos se eligieron a los representantes para Encuentros Regionales, que participarían luego en el Nacional. En este proceso de preparación participaron localmente más de 100.000 personas en toda la nación. El II Encuentro Nacional se celebró en Trinity College, Washington D. C. del 18 al 21 de Agosto de 1977. Asistieron 50 Obispos y 1.200 delegados diocesanos. El tema central fue la Evangelización en su relación con los ministerios y agentes pastorales, los derechos humanos, la educación integral, la responsabilidad política, y la unidad dentro de un pluralismo, tanto en la sociedad como en la Iglesia.

Este último punto era particularmente importante porque se defendía el derecho como hispanos a mantener su propia identidad dentro de la Iglesia y a enriquecerla con su lengua, su cultura y con sus tradiciones religiosas. No había que dejar de ser hispano para ser parte de la Iglesia en Estados Unidos. Era prácticamente un rechazo a la teoría de asimilación o crisol, (melting poi) que había prevalecido en la primera mitad del siglo. Según ella los inmigrantes deberían abandonar su identidad particular, y fundirse para emerger luego como un nuevo producto, una identidad nueva: la americana. Se ilustraba con el ejemplo del crisol, donde los diferentes productos se cocinan juntos y resulta un cocido con un solo olor, color y sabor.

Los hispanos ilustraban su punto, como un recipiente de ensalada, donde los distintos ingredientes conservan su propia identidad y su sabor, pero forman una sola ensalada. A raíz de este Encuentro se fundaron cinco nuevas oficinas regionales, se creó una pastoral juvenil hispana, se formó un comité seglar de asesoramiento (NAC) integrado por dirigentes nacionales de movimientos apostólicos y asociaciones religiosas. Para 1983 se habían nombrado 15 Obispos de origen hispano cuando en 1970 no había todavía ninguno. En ese mismo año la Conferencia Episcopal de Estados Unidos publicó un importante documento titulado, «La Presencia Hispana: Un Desafío y Un Compromiso». En ese documento los obispos reconocían que la presencia hispana era para la Iglesia Católica en Estados Unidos, no un problema sino un don, y una oportunidad de crecimiento que la Providencia de Dios le brindaba.

La carta pastoral de 1983 «Presencia Nueva», convocaba al pueblo católico hispano a un III Encuentro Nacional para que se trazaran las bases para un Plan Pastoral de acción. El III Encuentro se fijó para 1985, y durante esos dos años se movilizaron todas las instituciones, parroquias y grupos para su preparación. Tuvo lugar en la Universidad Católica de Washington D.C. del 15 al 18 de Agosto de 1985. Asistieron 56 Obispos y 2.000 delegados diocesanos. Se optó por un «modelo de iglesia comunitaria, evangelizadora, misionera, encarnada en la realidad del pueblo hispano, abierta a la diversidad de culturas, promotora de justicia y de un liderazgo a través de una educación integral para ser fermento de Dios en la sociedad».

Las conclusiones quedaron basadas en la evangelización, educación integral, justicia social, juventud y formación cristiana de liderazgo seglar. Estas conclusiones sirvieron de base para el Plan Nacional de Pastoral Hispana, publicado en 1987, y para los subsiguientes Encuentros y Planes Pastorales que deberían tener lugar a continuación en todas las diócesis. Ese Plan Pastoral, adaptado por cada diócesis a su realidad, es el que actualmente sirve de guía a la acción pastoral en las diócesis y parroquias del país, Con motivo del V Centenario de la llegada de la fe a América, los Obispos Católicos de Estados Unidos publicaron una carta pastoral en 1990, titulada «Herencia y Esperanza», donde se resalta la evangelización hispana en este país.

La hispanidad hoy

Según datos recientes, una estampa de la realidad actual del pueblo hispano en los Estados Unidos podría ser la siguiente:

El censo de 1990 registró oficialmente unos 23 millones de hispanos en Estados Unidos. El personal del censo reconoce que se quedaron sin registrar entonces al menos un 5%, al cual hay que añadir entre 2 y 5 millones de indocumentados que, naturalmente, no se registran. La Oficina del Censo publicó un informe del Censo del 2010 sobre la población hispana en los Estados Unidos que muestra un aumento en la población hispana de 15.2 millones entre el 2000 y 2010, representando más de la mitad de los 27.3 millones de aumento de la población total de los Estados Unidos. Entre el 2000 y el 2010, la población hispana aumentó en un 43 por ciento, o cuatro veces el crecimiento del país de 9.7 por ciento)

El 70% de ellos se hallan concentrados en los 4 Estados más populosos: California, Texas, Nueva York y Florida. El 39% han nacido fuera de Estados Unidos. La influencia política de los hispanos es limitada debido al hecho de que un porcentaje alto de ellos no son ciudadanos y no pueden votar en las elecciones, y muchos aun siendo ciudadanos, no se registran ni votan. Sin embargo, su participación es creciente y se van dando cuenta del valor de su voto y de que son ellos los que podrían decidir una elección presidencial; poseen un número considerable de votos en los 4 Estados que suman más de la mitad de los votos electorales y pueden inclinar la votación hacia un partido u otro.

En cuanto a su situación económico-social se nota que los nacidos en este país van mejorando en el aspecto educativo; un 10% posee un título universitario y un 54% han terminado su escuela secundaria. En medio de los problemas sociales en que se encuentran los hispanos, es esperanzador ver el despunte de una clase media y profesional. Así, por ejemplo, hay 4.000 elegidos para cargos públicos, son 20.000 los abogados hispanos, hay 863.000 empresas cuyos propietarios son hispanos y el poder de compra del pueblo hispano es de 279.000 millones de dólares.

El pueblo hispano en este país mantiene sus valores, sus tradiciones, su lengua y su fe, y con ello enriquece a esta nación y a la Iglesia de la cual forma parte. El 85% de ellos, aproximadamente, son católicos; actualmente son más de una tercera parte de la Iglesia y, si las proyecciones se mantienen, la mitad de los católicos de este país serán de origen hispano. En la actualidad (inicios del siglo XXI) hay 22 obispos, unos 2.200 sacerdotes, 352 seminaristas y 1.450 diáconos permanentes de ascendencia hispana. Hay 13 diócesis donde más del 50% de los católicos son hispanos y en otras 27 suman del 25 al 50%.

Al servicio de la pastoral hay una oficina nacional, 8 regionales, 150 diocesanas, y son unas 3.500 parroquias las que ofrecen servicios religiosos en español. Tanto los Obispos como los sacerdotes, van tornando conciencia de la presencia creciente del pueblo hispano en sus respectivas comunidades religiosas, como lo demuestra el hecho de que en los últimos años se han establecido 44 nuevas oficinas diocesanas de apostolado hispano, y se han programado servicios religiosos en español en muchísimas parroquias.

Es cierto que el pueblo hispano ha crecido enormemente. En 1945 eran unos 3 millones; hoy suman unos 38 millones. Es cierto que el personal y la atención pastoral se ha desarrollado grandemente. Pero también es cierto que los problemas a resolver y los desafíos presentes y futuros son formidables. Quizá el más frecuente y de peores consecuencias para la Iglesia sea la falta de apertura de muchos párrocos para servir a los hispanos en su lengua, o para brindarles al menos una acogida.

Existe la actitud en ellos de que, al ser éste un país de habla inglesa, esa es la lengua que se debe usar en los servicios religiosos para todos, incluyendo los inmigrantes. No recuerdan que tradicionalmente los inmigrantes de este país siempre han sido servidos en su lengua propia hasta el día de hoy y de que esa es la norma de la Iglesia. Con frecuencia ignoran voluntaria o involuntariamente el hecho de que hay hispanos en sus parroquias. A veces se da el caso de que, aun cuando el párroco o sacerdote quisiera proporcionar servicios en español, encuentra en los feligreses una cerrada oposición para ella. Otro desafío es la escasez de vocaciones hispanas al sacerdocio.

Mientras el promedio de fieles por cada sacerdote en la nación es de 1.200, el promedio de fieles hispanos por cada sacerdote hispano es de 10.000. El servicio pastoral a los hispanos, en su mayor parte, es llevado por sacerdotes cuyo idioma nativo no es el español, pero lo han aprendido y ahora sirven al pueblo hispano con gran dedicación y entrega. Hay que hacer notar igualmente que un número considerable de Obispos también lo han aprendido para realizar mejor su labor pastoral. La Iglesia debe intensificar más la labor promocional de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa dentro de la comunidad hispana. Al mismo tiempo sería beneficioso el nombramiento de un mayor número de Obispos hispanos en aquellas diócesis que tienen un porcentaje considerable de hispanos y donde todavía no hay ninguno.

Indudablemente se necesita un mayor desarrollo del liderazgo seglar tanto a nivel diocesano como parroquial. Los Institutos Pastorales Regionales están haciendo esta labor, pero todavía se necesita una mayor presencia del seglar hispano en los diversos aspectos eclesiales, como liturgia, catequesis, evangelización, educación católica y vida familiar. Quizá fuera necesario que el mayor número de diócesis posible establecieran Institutos Pastorales Hispanos como lo ha hecho ya alguna diócesis. Si todas las diócesis trataran de llevar a la práctica el Plan Pastoral, emanado del III Encuentro Nacional, se daría un paso muy efectivo para esa finalidad.

Un alto porcentaje de hispanos que llegan a este país, siendo católicos, no establecen contacto con la Iglesia. Llegan a los barrios de grandes ciudades o a los campos de cultivos, con frecuencia sin documentos de inmigración y sin su familia; se quedan aislados sin hacer un esfuerzo por averiguar donde está la Iglesia católica más cercana por diversas razones: por falta de interés, por el problema de la lengua o por miedo a ser detenidos por inspectores de inmigración. La realidad es que son quizás millones los que están en estas condiciones.

Debido a ese aislamiento en que se hallan y debido a encontrarse rodeados de una cultura extraña, sin contar con el apoyo de su familia y parientes o amigos, sin la protección de unas costumbres y tradiciones católicas como en sus países de origen, y al carecer de una adecuada instrucción catequética, hace que su fe católica corra un peligro serio de debilitarse o perderse. Esa situación es la que aprovechan las sectas para arrancarlos de su catolicismo. Dicho lo anterior, debemos mencionar otro problema, el proselitismo agresivo y anti-ecuménico de las sectas y grupos pseudo-religiosos.

Muchos de estos grupos llevan bastantes años de existencia en Estados Unidos, pero otro número considerable de ellos ha aparecido en los últimos 50 años y han dirigido su atención particular hacia el pueblo hispano. Algunos de ellos han surgido con propósitos económicos. Usan profusamente los medios de comunicación, organizan a sus adeptos en agresivas campañas de visitas a los hogares de los hispanos y los atraen con promesas de ayudas sociales, como un trabajo, un lugar donde vivir, o un arreglo de su situación migratoria. Entre esos grupos que actualmente buscan activamente a los hispanos en sus hogares están los Adventistas, los Bautistas del Sur que en 1975 tenían unos 100.000 hispanos, los Testigos de Jehová, los Mormones, la llama da Iglesia Universal, los diversos grupos evangélicos, y los Pentecostales.

Aunque el número de hispanos atraídos por las sectas en Estados Unidos sea considerable, es muy inferior al 30% que algunos sociólogos se han aventurado a decir. El 15% sería un dato más cercano a la realidad, según observan muchos agentes pastorales. Hay que tener en cuenta también el hecho de que no todos los que ingresan en esos grupos permanecen en ellos, sino que son bastantes los que, decepcionados después de algún tiempo, regresan a la Iglesia Católica o deciden, después de esa desafortunada experiencia, no participar en ninguna denominación religiosa.

La verdad es que a través de esas promesas, que con relativa frecuencia no resultan ciertas, han logrado atraer hacia sus filas un buen número de hispanos católicos. La Iglesia Católica necesita darse cuenta de la gravedad de esta situación, despertar un espíritu evangelizador y misionero a nivel parroquial, desarrollar un plan concreto de acción y envolver en él a los seglares y, de esta forma, entrar en contacto con esos hispanos católicos aislados y acercarlos a las parroquias para que puedan recibir los servicios pastorales que necesitan. No se puede esperar a que vengan a la parroquia, es la parroquia la que tiene que salir a su encuentro. Por eso es que la participación de los seglares hispanos en buscar ese acercamiento es fundamental.

Aunque los retos que los hispanos católicos de Estados Unidos tienen frente a sí son fuertes, hay razones para mirar con esperanza al futuro. No hay motivos para alarmarse porque la Iglesia Católica de este país, y los hispanos católicos con ella, están entrando de lleno en el siglo XXI animada por el espíritu de la Nueva Evangelización, como dice el documento «Ecclesia in America». Los obispos de este país dijeron en su carta pastoral de 1983 «Presencia Hispana», que los hispanos son, no una carga, sino una bendición y una oportunidad providencial que Dios ha dado a la Iglesia en Estados Unidos. Creemos con toda sinceridad que el futuro próximo demostrará el acierto de esa afirmación.

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Mons. DAVID ARlAS