MÁRTIRES MEXICANOS EN JAPÓN (1597, 1627 Y 1632)
Sumario
San Felipe de Jesús (1572-1597) Franciscano. Protomártir mexicano.
Felipe de las Casas y Martínez nació el 1° de mayo de 1572 en la ciudad de México. Sus padres fueron Alonso de las Casas y Antonia Martínez, ambos españoles que emigraron a la Nueva España en 1571. Felipe fue el primogénito del matrimonio Las Casas, estudió gramática en el colegio jesuita de San Pedro y San Pablo en la ciudad de México, “pero debido a su inquietud y las travesuras que llegaron hasta lo insoportable, fue expulsado del colegio”[1].
Más tarde fue enviado por su padre al convento franciscano de la ciudad de Puebla. “Viendo su padre que no había medio de corregirle en casa, habló al Guardián del convento de San Francisco de la Puebla de los Ángeles, y le suplicó que le permitiese llevar a Felipe al convento, e incorporado a los novicios, le obligase a hacer la austera y laboriosa vida de éstos, a ver si por aquel medio, con la rigurosa clausura y el edificante ejemplo de los religioso, podía conseguirse la enmienda del extraviado joven”[2]. No obstante, las travesuras de Felipe continuaron, pronto dejó el convento y regresó a su casa para ejercer el oficio de platero. Cuando tenía veinte años viajó en busca de fortuna a las Filipinas, lugar con el que tenía cierta familiaridad debido a que su padre, comerciante, tenía contacto frecuente con personas y mercancías venidas del Parián de Manila.
Salió de Acapulco a bordo del galeón Santiago, para llegar al puerto de Cavite a donde arribó en mayo de 1590. Durante dos años vivió entre las costumbres mundanas de los marineros, soldados y mercaderes, hasta que en 1593 decidió regresar al camino franciscano ingresando al convento de Nuestra Señora de los Ángeles en Manila, tomando el nombre de fray Felipe de Jesús. Ahí se dedicó al estudio y a la atención de los enfermos en el Hospital de la Misericordia; el 22 de mayo de 1594 profesó y en 1596 se dispuso a volver a la ciudad de México para ser ordenado sacerdote, debido a que en Manila no había obispo.
Así es que el 12 de julio de 1596 partió de la bahía manilense en el galeón San Felipe, junto con fray Juan Pobre de Zamora, cuatro agustinos, soldados y comerciantes. Sin embargo, una serie de temporales destruyeron gran parte de la embarcación y los llevaron hacia las costas de Japón donde gobernaba Taiko Sama, quien, a pesar de haber recibido muy bien en un principio a los misioneros franciscanos y jesuitas, comenzó a hostigar a los cristianos debido a que creía que españoles y portugueses enviaban primero a los misioneros a las tierras que querían conquistar, y una vez que había una buena cantidad de personas convertidas, llegaban las tropas para unirse a los conversos y derrocar a los señores de aquellas tierras. Una delegación de los náufragos, incluyendo a fray Felipe y a fray Juan Pobre, viajó a la ciudad de Kyoto para encontrarse con otros franciscanos que predicaban ahí y solicitarle a fray Pedro Bautista, a quien creían todavía embajador del gobernador de Filipinas, su intercesión ante Taiko Sama para reparar la nave que había sido confiscada. No obstante, Taiko Sama no quiso recibirlos. Fray Pobre fue enviado de regreso con el resto de los náufragos mientras que fray Felipe viajó a Meaco para vivir con fray Pedro Bautista en el convento de Santa María de los Ángeles. Fue ahí donde llegó la guardia del gobernador para apresar a los frailes el 8 de diciembre de 1596; sin embargo, los guardias permanecieron afuera del convento manteniéndolo sitiado, y no apresaron a nadie sino hasta el 30 de diciembre. Fueron llevados a la cárcel en Meaco, al igual que los frailes del convento de Belén en Osaka. Fray Pedro Bautista intentó interceder por fray Felipe, señalando que él “no tenía más representación que la de un pasajero que se hallaba en el reino por forzosa arribada a él del buque que debía conducirle a otro punto”[3]. Pero la reclamación de fray Pedro Bautista fue desoída y el mexicano sufrió la suerte de los demás mártires.
El 3 de enero Taiko Sama ordenó que en la plaza pública a los apresados se les cortaran la nariz y la oreja izquierda, pero gracias a las gestiones de Pedro Sotelo de Morales y del general Matías de Landecho, solamente se les mutiló la oreja. Después de esta tortura fueron llevados a través de un largo y doloroso recorrido que culminó en Nagasaki, donde finalmente fueron ejecutados como escarmiento a los cristianos, ya que en esta ciudad había una gran cantidad de ellos.
El recorrido inició de la siguiente manera: primero fueron puestos de tres en tres en carros tirados por bueyes, atados de cara a la gente, y llevados a la cárcel. Al día siguiente, con las manos atadas, fueron subidos a caballos para llevarlos a Fushimi y exhibirlos ante la población paseándolos por la ciudad. Al caer la tarde llegaron a Osaka donde también los pasearon, para luego mandarlos a Sakai, regresarlos a Osaka, llevarlos a Nagoya, por Nara y Tzu, y regresarlos nuevamente a Osaka. El 9 de enero los hicieron emprender un largo camino a pie hasta el puerto de Shimonoseki donde se embarcaron a la isla de Kyushu, y después a Nagasaki, camino que les llevaría todo el mes de enero. El primero de febrero llegaron al pueblo de Carazu y al día siguiente a Uracami donde hicieron un alto. Durante todo este penoso trayecto, los mártires sufrieron del terrible frío del invierno, burlas, agresiones e insultos de la gente, aunque había muchos otros que les seguían en caravana y rezaban junto con ellos.
El cinco de febrero llegaron finalmente a Nagasaki, donde fueron llevados directamente a la colina donde se encontraban las cruces en las que serían sacrificados. Fray Felipe abrazó su cruz antes de ser ajustado a ella con aros de hierro en el cuello, brazos y piernas, siendo estos últimos mal colocados, y al ser levantada la cruz su cuerpo resbaló quedando detenido de la garganta; ahogándose, sólo pudo gritar “¡Jesús, Jesús, Jesús!” antes de que los verdugos, al verlo agonizar le atravesaran dos lanzas por sus costados, cruzándose en el pecho y saliéndole por los hombros. Fue el primero en morir.
Junto con él fueron sacrificados los jesuitas San Pablo Miki –sacerdote profeso- y San Diego Kisai y San Juan de Goto, ambos catequistas. Los frailes franciscanos San Pedro Bautista –superior de la misión-, San Francisco Blanco, San Francisco de San Miguel, San Gonzalo García, San Martín Aguirre de la Ascensión. Los franciscanos seglares San Antonio de Nagasaki –de trece años de edad-, San Buenaventura de Miyako, San Cosme Takeya, San Francisco Fahelante de Miyako, San Francisco Médico de Miyako, San Gabriel de Ize, San Joaquín Sakakibara de Osaka, San Juan Kinuya de Miyako, San León Kasasumara, San Pablo Ibaraki y su sobrino San Luis Ibaraki –de doce años de edad-, San Matías de Miyako, San Miguel Kozazi y su hijo Santo Tomás Kozazi, San Pablo Suzuki, San Pedro Sukejiro de Miyako, y Santo Tomás Idauki de Miyako o de Ize.
Felipe de Jesús fue beatificado el 14 de septiembre de 1627 por el papa Urbano VIII, y canonizado el 8 de junio de 1862 por el papa Pío IX, junto con sus compañeros mártires y con Miguel de los Santos, confesor español de la Orden de los Trinitarios. Aquella ceremonia de canonización fue un acontecimiento de gran relevancia, enmarcado por los sucesos italianos que culminaron con la pérdida de los Estados Pontificios. Con el objetivo de mostrar una Iglesia unida en torno a la figura papal, “Pío IX invitó a venir a Roma en aquella ocasión a todos los obispos que pudiesen, para dar mayor solemnidad a la ceremonia”[4], dando como resultado que “nunca, pocas veces al menos, la capital del catolicismo había visto en su seno tan vasta congregación de Prelados; acaso en ninguno de cuantos Concilios ha celebrado la cristiandad se había reunido tal número de doctos hijos de la Iglesia”[5]. De esta manera fue celebrado el arribo a los altares del primer santo mexicano.
Beato Bartolomé Gutiérrez (1580-1632) Agustino.
Nació en la ciudad de México en 1580, aunque se desconoce la fecha exacta de su nacimiento. Sus padres fueron Alonso Gutiérrez y Ana de Espinosa, españoles de clase acomodada establecidos en la Nueva España.
Poco antes de cumplir 16 años, el 28 de mayo de 1596, inició su noviciado agustino, periodo durante el cual aconteció el martirio de San Felipe de Jesús. El 10 de junio de 1597 profesó en el convento de San Agustín junto con otros 13 novicios, de los cuales fray Bartolomé era el menor. Desde entonces mostraba su inquietud por convertirse en misionero, razón por la cual fue enviado al convento de San Pablo de Yuriria, que en esa época era la escuela donde se formaban los misioneros agustinos; ahí permaneció durante siete años. En 1605 se ordenó sacerdote en la catedral de Valladolid, y posteriormente fue trasladado al convento de los agustinos en Puebla, a donde llegó fray Pedro Soler con un grupo de misioneros destinados a las Filipinas, grupo al que se incorporó fray Bartolomé. Partieron de Acapulco, llegando sin contratiempos a su destino el 10 de mayo de 1606; en el convento de San Pablo de Manila fue nombrado maestro de novicios.
No fue sino hasta 1612 cuando fray Bartolomé cumplió su deseo de ser misionero en Japón donde rápidamente aprendió el japonés debido a la facilidad que tenía para los idiomas, si bien su permanencia en ese país fue muy corta debido a la orden de expulsión de los misioneros que el emperador Taiko Sama decretó en 1614. Fray Bartolomé fue aprehendido el 27 de octubre de ese mismo año y enviado de regreso a su antiguo puesto de maestro de novicios en el convento de Manila.
No obstante, los fieles japoneses escribían pidiendo con insistencia el retorno de fray Bartolomé, especialmente después de la decapitación de fray Hernando de San José, ya que se habían quedado “como ovejas sin pastor” por lo que los superiores de fray Bartolomé decidieron mandarlo disfrazado como comerciante a Japón donde logró entrar en 1618. Así, oculto, ejerció su ministerio durante mucho tiempo, huyendo de sus perseguidores hasta que llegó Tacanaga Unemedoro al gobierno de Nagasaki, considerado como el perseguidor más feroz de la cristiandad en Japón. Tacanaga envió más de mil soldados para que peinaran el territorio en busca de cristianos y ofreció jugosas recompensas a los espías. Como resultado de esta táctica, fray Bartolomé fue aprehendido el 10 de noviembre de 1629, después de la denuncia de un apóstata que fingió reconciliarse con la Iglesia.
Dos años pasó en la cárcel de Omura junto con otros misioneros, “en medio de penalidades que ellos acrecentaban con ásperas penitencias”[6], hasta el 25 de noviembre de 1631. En aquella fecha fueron trasladados a los baños de Ungen, unos manantiales de agua sulfurosa, corrosiva e hirviente, con la finalidad de hacerlos apostatar. Fueron colocados desnudos, uno a uno, al borde de los manantiales mientras los verdugos vertían aquella agua sobre cada mártir, “(…) sin dejar parte de él que no abrasasen repitiendo por segunda y tercera vez la inhumana operación. Hinchábanse los cuerpos (propio efecto de aquellas aguas) y se les desprendían tira de piel viva, sin que alguno diese muestra de sentir dolor, con sombro y rabia de los atormentadores. Un médico que llevaron curaba las llagas y determinaba la repetición del tormento según las fuerzas de cada uno, para que fuese más duradero, a unos dos veces al día, a otros hasta seis”[7].
Durante un mes recibieron este tormento, pero los cristianos no renegaban de su fe: “(…) los ejecutores le mandaron a decir al tirano Uneme que antes de vencer a uno solo, agotarían los manantiales calientes del monte”. Por ello fueron condenados a ser quemados vivos. El 5 de enero de 1632 fueron enviados de regreso a la prisión de Nagasaki, donde permanecieron durante 8 meses hasta el 3 de septiembre, cuando “consumaron a fuego lento su martirio”..[8]
Los compañeros de martirio de fray Bartolomé fueron los agustinos Francisco de Jesús y Vicente Carvallo; los franciscanos Jerónimo de la Cruz y Gabriel de la Magdalena; y el jesuita Antonio Pinto. Atados cada uno a un poste de madera, fueron quemados en la misma colina en la que años antes murieron San Felipe de Jesús y sus compañeros, hoy conocido como el «Monte de los Mártires». Sus cuerpos fueron reducidos a cenizas, las cuales arrojaron al mar. Su martirio, “precedido de catorce largos años de labor misionera en medio de un ambiente hostil y angustioso que no le dio jamás un momento de tranquilidad”[9], le valió a fray Bartolomé la beatificación, categoría obtenida el 7 de julio de 1867 por el papa Pío IX, dentro de un grupo de mártires que también dieron su vida en Japón por el Evangelio.
Beato Bartolomé Díaz Laurel (1599?-1627) Franciscano.
Existe una discusión en torno al lugar de su nacimiento ya que hay quienes aseguran que nació en la provincia de Cádiz, España, y siendo pequeño viajó a la Nueva España; y quienes afirman que nació en México, ya sea en el puerto de Acapulco, en Puebla o en la ciudad de México. Durante su juventud primera se dedicó al estudio de la medicina, “en el que hizo notables y rápidos progresos”[10].
Ingresó a la orden de San Francisco como hermano lego. Como sucede con el lugar de su nacimiento, es posible encontrar distintos datos sobre el convento al que ingresó: se habla del convento de San Francisco de México, del de Puebla y del convento franciscano de Valladolid. Lo cierto es que al poco tiempo de haber profesado se ofreció para las misiones y, siguiendo el ejemplo de San Felipe de Jesús, viajó en 1609 a las Filipinas en compañía del padre fray Francisco de Santa María. En aquel lugar se dedicó a la práctica de la medicina y la enfermería en el hospital del convento donde acogían a comerciantes y marineros japoneses, con quienes aprendió el idioma japonés. Trece años después de su arribo partió junto con fray Antonio de San Francisco, quien era ya su inseparable compañero, hacia Japón.
En 1627 fray Bartolomé y fray Francisco fueron arrestados junto con un grupo de cristianos cuando se encontraban en la casa del Beato Gaspar Vaz para celebrar la Eucaristía. Al enterarse fray Antonio de la detención, acudió a declarar su cristianismo y también fue aprehendido; encarcelados, se dedicaron a la oración. Fueron condenados a muerte, unos quemados vivos y otros decapitados.
Los compañeros de martirio de fray Bartolomé fueron catorce: fray Francisco de Santa María, el único sacerdote del grupo, fue quemado vivo; fray Antonio de San Francisco, cristiano japonés quien profesó la regla poco antes de morir quemado vivo; Gaspar Vaz y su esposa María Vaz, ambos terciarios franciscanos, Gaspar fue quemado vivo y María fue decapitada; Magdalena Kiyota, mujer de clase alta y terciaria dominica; Francisco Kurobioye, sirvió como catequista a los dominicos, murió decapitado; Cayo Jiyemon y Francisca Pinzokere, ambos terciarios dominicos, fueron quemados vivos; Francisco Kuhioye terciario franciscano, fue quemado vivo; Luis Matsuo Soyemon, Martín Gómez, Tomás Wo Jinyemon, Lucas Kiyemon y Miguel Kizayemon, todos terciarios franciscanos, murieron decapitados. Fray Bartolomé murió quemado vivo el 16 de agosto de 1627 en el Monte de los Mártires, en Nagasaki. Fue beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867, junto con un grupo de mártires entre quienes se encontraba también Bartolomé Gutiérrez.
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
Aubert, R. Pío IX y su época. Valencia, 1974.
“Beato Bartolomé Días Laurel”, en Arquidiócesis de Puebla. Consultado el 07/05/2014, disponible en: http://www.arquidiocesisdepuebla.mx/index.php/arquidiocesis/santos-y-beatos-mexicanos/beatos/243-bartolome-dias-laurel
“Beatos Francisco de Santa María, Bartolomé Laurel, Antonio de San Francisco y compañeros mártires de Japón (+1627)”, en Santoral Franciscano. Consultado el 07/05/2014, disponible en: http://www.franciscanos.org/ santoral/franciscosantamaria.htm
Boero, Giusseppe. Los B. Mártires del Japón Pedro de Zúñiga, Luis Flores, Bartolomé Laurel y Bartolomé Gutiérrez. Imprenta Políglota de la S.C. de Propaganda IFDE, Roma, 1891.
Boero, Giusseppe. Los doscientos cinco mártires del Japón. Imprenta de J. M. Lara, México, 1869.
De Nenclares, E. M. Vidas de los Mártires del Japón, San Pedro Bautista, San Martín de la Ascensión, San Francisco Blanco y San Francisco de San Miguel, todos de la orden de San Francisco, naturales de España, seguida de una reseña biográfica de los 22 restantes no españoles, y la de San Miguel de los Santos, confesor, de la orden de los trinitarios descalzos, y español igualmente. Imprenta de la Esperanza, Madrid, 1862.
González Jiménez, Eddy Lorenzo. “San Felipe de Jesús de las Casas Martínez: protomártir de México”, en Pregunta Santoral. Consultado el 07/05/2014, disponible en: http://www.preguntasantoral.es/2012/02/san-felipe-de-jesus/
Ríos, Eduardo Enrique. Felipe de Jesús, el Santo Criollo. Jus. Colección Figuras y Episodios de la Historia de México. México 1962
Rodríguez Lois, Nemesio. Revista Vertebración. Bartolomé Gutiérrez, el Santo Olvidado. Año 7 No. 29. Págs. 23-34
SIGRID MARÍA LOUVIER NAVA