QUETZALCÓATL

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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En el extenso panteón prehispánico, Quetzalcoátl ocupa un lugar muy importante y se le encuentra adorado entre los aztecas y en otros pueblos mesoamericanos. El nombre náhuatl Quetzalcóatl significa “Serpiente de plumas de quetzal”[1],en la cultura maya fue conocido como Kukulcan, vocablo que tiene el mismo significado que en la lengua náhuatl: “serpiente emplumada”; aparece también en el arte e iconografía de la mitología olmeca, llegando a encontrarse referencias pictóricas hasta en Centroamérica. Pero la manifestación más antigua corresponde a Teotihuacán donde se encuentra una pirámide dedicada a la “serpiente emplumada”; los aztecas incorporaron a Quetzalcóatl como deidad de su panteón hasta su llegada al Valle de México.


Uno de los primeros misioneros franciscanos, fray Bernardino de Sahagún[2]nos habla de la figura religiosa de Quetzalcoatl y la importancia que tuvo entre los “ chichimecas” y aztecas-mexicas. También un mestizo y noble “chichimeca”, miembro de una de las familias más ilustres de aquel reino, don Fernando de Alva Ixtilxóchitl, escribe de Quetzalcóatl lo siguiente: “Llegó a esta tierra un hombre a quien llamaron Quetzalcóatl y otros Huemac por sus grandes virtudes, teniéndolo por justo, santo y bueno, enseñandoles por obras y palabras el camino de la virtud y evitándoles vicios y pecados, dando leyes y buena doctrina, y para refrenarles de sus deleites y deshonestidades les constituyó el ayuno(...) Era Quetzalcóatl hombre bien dispuesto, de aspecto grave, blanco y barbado, su vestuario era una túnica larga(...) Viendo el poco fruto que hacía con su doctrina, se volvió por la misma parte de donde había venido, que fue la de oriente, desapareciendo por la costa de Coatzacoalcos, y al tiempo que se iba despidiendo de estas gentes les dijo, que los tiempos venideros, en un año que se llamaría acatl, volvería, y entonces su doctrina sería recibida y sus hijos serían señores y poseerían la tierra, y que ellos y sus descendientes pasarían muchas calamidades y persecuciones; y otras muchas profecías que después muy a las claras se vieron[3].

El mismo testimonio nos lo trasmite Fray Toribio de Benavente «Motolinía» en una carta al Emperador Carlos V del 2 de enero de 1555[4]. De aquí algunos deducen que los indios del valle del Anáhuac tenían la creencia del retorno de esta figura que había llegado del mar oriental, que por el mar oriental se había ido, y que del mar oriental habría de volver. Esta confusión de los indios habría sido el apoyo más sólido de la conquista como lo declara explícitamente Don Fernando de Alva. Por lo tanto los indios habrían visto en los españoles el cumplimiento de aquella “profecía-tradición”: dioses u hombres buenos que llegaban para dar cumplimiento a una esperanza mantenida viva durante siglos.


Por otra parte Francisco Javier Clavijero dice de Quetzalcóatl que “era entre los mexicanos y demás naciones de Anáhuac el dios del aire. Decían de él que había sido sumo sacerdote de Tolan (Tula); que era blanco, alto y corpulento, de frente ancha, ojos grandes, de cabello negro y largo, y de barba cerrada.”[5]Por esa descripción, en un principio los aztecas creyeron que Hernán Cortés era Quetzalcóatl; también por ella “el doctor Sigüenza y Góngora creyó que el Quetzalcóatl que consagraron aquellas naciones, no fue otro que el apóstol Santo Tomás, que les anunció el Evangelio.[6]


Y fray Bernardino de Sahagún escribe que “Los atavíos con que le aderezaban eran los siguientes: Una mitra en la cabeza, con un penacho de plumas que se llamaban quetzalli; la mitra era manchada como cuero de tigre; la cara la tenía teñida de negro, y todo el cuerpo; tenía vestida una camisa como sobrepelliz, labrada, que no le llegaba más que hasta la cinta; tenía unas orejeras de turquesas, de labor mosaica; tenía un collar de oro, de que colgaban unos caracolitos mariscos preciosos; llevaba a cuestas por divisa un plumaje a manera de llamas de fuego; tenía unas calzas desde la rodilla abajo (…) tenía en la mano izquierda una rodela con una pintura con cinco ángulos, que llamaban joyel del viento. En la mano derecha tenía un cetro a manera de báculo de obispo: en lo alto era enroscado como báculo de obispo, muy labrado de pedrería, pero no era largo como el báculo; parecía por donde se tenía como empuñadura de espada.”[7]


El culto azteca a Quetzalcóatl se celebraba junto con los dioses Tlaloques que eran los de la lluvia “porque frecuentemente precede el viento a la lluvia” (Clavijero). El mes destinado a ellos era el llamado atlcahualo, primero del calendario de las fiestas fijas y que corresponde a veinte días del mes de Febrero. “En este mes mataban muchos niños; sacrificábanlos en muchos lugares y en las cumbres de los montes, sacándoles los corazones a honra de los dioses del agua, para que les diesen agua o lluvias. A los niños que mataban componíanlos con ricos atavíos para llevarlos a matar, y llevábanlos en unas literas sobre los hombros, y las literas iban adornadas con plumajes y con flores: iban tañendo, cantando y bailando delante de ellos. Cuando llevaban a los niños a matar si lloraban y echaban muchas lágrimas, alegrábanse los que los llevaban, porque tomaban pronóstico de que habían de tener muchas aguas ese año. También en este mes mataban muchos cautivos a honra de los mismos dioses del agua; acuchillábanlos primero, pelendo con ellos, atados sobre una piedra como muela de molino, y desque los derrotaban a cuchilladas, llevábanlos a sacar el corazón al templo que se llamaba Iopico.”[8]


Al finalizar la minuciosa descripción de los sacrificios a Quetzalcóatl que Bernardino de Sahagún hace en el capítulo XX del libro II de su célebre obra, el autor exclama: “…ciertamente es cosa lamentable y horrible ver que nuestra humana naturaleza haya venido a tanta bajeza y oprobio que los padres, por sugestión del demonio, maten y coman a sus hijos, sin pensar que en ello hacían ofensa alguna, mas antes con pensar que en ello hacían gran servicio a sus dioses. La culpa de esta tan cruel ceguedad, que en estos desdichados niños se ejecutaba, no se debe tanto imputar a la crueldad de los padres, los cuales derramando muchas lágrimas y con gran dolor de sus corazones la ejercitaban, cuanto al crudelísimo odio de nuestro enemigo antiquísimo Satanás, el cual con malignísima astucia los persuadió a tan infernal hazaña.'Texto en cursiva[9]Este culto a Quetzalcóatl parece haberse retomado en abril de 2007 con la legalización del aborto en la ciudad de México.


Notas

  1. Vocabulario anexo a la obra de Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, Ed. Porrúa, México, 1989, p.943.
  2. BERNARDINO DE SAHAGÚN, Memoria de las cosas de la Nueva España, libro II, México 1969, p. 104.
  3. FERNANDO DE ALVA IXTLILXÓCHITL en: Compendio Histórico, t. II, México 1985, p. 8. Este depositario de la tradición “chichimeca” dice refiriéndose a los reyes “ chichimecas” sus antepasados:“estos reyes eran altos de cuerpo y blancos, barbados como los españoles, y por esto los indios, cuando vino el Marqués ( Hernán Cortés) entendieron que era Topiltzin, como les había dicho que había de volver a cierto tiempo con sus vasallos antiguos, y con esta esperanza incierta estuvieron hasta la venida de los españoles”. Compendio Histórico, t. I, p. 271.
  4. MOLOTINÍA, Historia, México 1984, p. 51.
  5. Francisco Javier Clavijero. Historia antigua de México. Ed. Porrúa, México, quinta edición 1976, p.151
  6. Ibídem, p.152
  7. Bernardino de Sahagún, obra citada, p. 32 (Libro I, capítulo V)
  8. Bernardino de Sahagún, obra citada p.77
  9. Ibídem, p. 100


Bibliografía

  • Francisco Javier Clavijero. Historia antigua de México. Ed. Porrúa, México, quinta edición 1976
  • Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, Ed. Porrúa, México, séptima edición, 1989


JUAN LOUVIER CALDERÓN/FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ