AZTECAS

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

Prólogo

Al momento de la llegada de los españoles en 1519, los aztecas eran el pueblo mesoamericano que dominaba la región central y sur del actual territorio de la República Mexicana. El nombre de« aztecas» les fue dado después de la conquista de México porque, según su mitología, procedían de Aztlán (lugar de las garzas), un lugar supuestamente cercano al mítico e impreciso Chicomostoc (lugar de las siete cuevas) desde el cual las siete tribus nahuatlacas iniciaron su emigración hacia el sur. Los aztecas se llamaban así mismos tenochca porque el sacerdote que los guió en su peregrinaje desde Aztlán era Tenoch. Posteriormente, al fundar la ciudad de Meshico- Tenochtitlán, fueron también conocidos por el gentilicio meshicas; término que los españoles castellanizaron como mexicas o mejicanos.

La única razón por la cual el nombre «azteca» está grabado tan profundamente en la historia y en el conocimiento del hombre, es que era el Estado exactor de impuestos que tenía el dominio político en la época de la conquista española, en 1519, aún cuando su dominio nada más era sobre una porción del centro de México. Sin embargo, cuando el nombre «azteca» estalló sobre Europa, se grabó profundamente en la memoria humana.[1]En la actualidad la palabra azteca es tomada como sinónimo del gentilicio mexicano.

Su origen entre el mito y la historia

De las siete tribus nahuatlacas (llamadas así porque todas ellas hablaban la lengua náhuatl), los aztecas fueron la última en arribar al Anáhuac↗ o Valle de México, lo cual ocurrió en el año 1168 d.C. después de peregrinar durante muchísimos años por el norte del actual territorio de México o el sur de los Estados Unidos. “No sabemos el número siquiera aproximado de los tenochcas en esa época. Era minúsculo…tal vez un millar, quizá cinco mil, no mucho mayor. Cuando menos en un área tan densamente poblada como el valle del Anáhuac, era tan insignificante, que su llegada a los lagos pasó desapercibida por completo y no hay noticia de su llegada al majestuoso bosque de Chapultepec, alrededor de la generación de 1250 d.C. (…) Durante esos «años errantes» los aztecas estaban absorbiendo la cultura de sus vecinos. Crecieron. Crearon enemigos. Se extendieron.[2]

A su llegada al Valle de Anáhuac, los Mexicas eran una tribu pobre y débil, una mezcla aun no muy homogénea de la característica agrícola de los pueblos sedentarios con los que se mezclaron a su llegada y de la suya propia, típica de nómadas cazadores, de cuño astral[3]. Siendo la última tribu en llegar, encontró todo el Valle ocupado por las otras; pero la singularizaba una convicción interna indeleble: nada menos que la de ser el "Pueblo del Sol", lo que les dio una fuerza fuera de toda proporción con su insignificancia; fuerza tan indomable que en apenas siglo y medio llegaron a convertirse en los dueños de todo el Anáhuac; pero esa idea de Pueblo del Sol sería la misma que dos siglos después habría de paralizarlos antes los españoles. Esa fuerza y esa debilidad, esa grandeza y esa miseria, fue siempre la absoluta entrega con que vivieron su religión, sin la cual no es posible entenderlos.

Simplificando mucho podríamos decir que, según las creencias de los pueblos que los habían precedido y que ellos adoptaron, todo el Anáhuac pertenecía a Quetzalcóatl, un rey mítico divinizado a quien ellos referían todo lo bueno de su cultura. El había inaugurado una edad de oro, hasta que un dios rival llamado Tezcatlipoca, había conseguido embriagarlo y hacerlo pecar. Lleno de vergüenza, Quetzalcóatl se había arrojado a una hoguera para purificarse, pero, no contento con eso, se había auto-exilado después, aunque prometiendo volver a reasumir la soberanía de sus tierras cuando lo considerase oportuno.

Con su retirada se había creado un "vacío de poder" que aprovecharon los mexicas, identificando a su dios tribal Huitzilipochtli↗ con Tezcatlipoca, para justificar así instalarse ellos como dueños en el Anáhuac, si bien con la amarga certeza de que tendrían que ceder ese dominio tan pronto como regresase su indiscutido titular legítimo: Quetzalcóatl. Pero el dios Huitzilopochtli les había dicho que debían establecerse en un lugar donde vieran a un águila sobre un cactus devorando una serpiente, y la leyenda dice que eso ocurrió en un islote rocoso dentro del Lago de Texcoco; por ello decidieron fundar su ciudad en ese lugar, en medio del Lago y no en otro más adecuado; por ejemplo en Teotihuacán, sitio abandonado por sus moradores hacía más de un siglo.

Fundación y consolidación de la ciudad-estado mexica

Poco a poco fortalecidos, los aztecas pudieron fundar Tenochtitlán en el año 1325, que en sus inicios tuvo que pagar tributos al señorío de Azcapotzalco. Para librarse del yugo de Azcapotzalco el jefe mexica (huey-tlatoani) Itzcóatl estableció en 1428 una alianza con Nezahualcóyotl, huey- tlatoani de Texcoco, y con la colaboración de guerreros de Huejotzingo lograron vencer a los de Azcapotzalco. Esta victoria convirtió a México- Tenochtitlán en un señorío independiente, en una verdadera ciudad-estado.

En 1434 los mexicas formaron con Texcoco y Tacuba la Triple Alianza, la cual les permitió imponerse sobre los demás pueblos del Anáhuac y extender sus dominios hasta las costas del Golfo de México hacia el este y del Pacífico hacia el oeste.[4]Una abundante historiografía llama impropiamente a ese dominio “imperio azteca”, pero ese “imperio” no fue tal porque nunca hicieron el menor intento por integrar a su cultura y gobierno a los pueblos que fueron sometidos militarmente; sólo les impusieron la obligación de entregarles periódicamente cuantiosos tributos, especialmente de hombres y mujeres destinados a ser sacrificados a las deidades aztecas.

El Imperio Mexicano concebido como una unidad política totalitaria, jamás existió: eran ciertamente conquistadores, pero jamás fueron imperialistas, en el sentido socio-político que conferimos hoy a esa palabra, pues en política interior y exterior eran convencidos pluralistas[5]. “Ni como unidad política, ni social, ni religiosa, ni étnica, existía México. Era un mosaico inmenso de pueblos de muy diverso nivel cultural que iba desde los salvajes perdidos en las selvas tropicales y los nómadas de las áridas estepas del norte hasta los pueblos civilizados de las tierras templadas de Mesoamérica. El mal llamado Imperio azteca, no era sino un conjunto abigarrado de pueblos y regiones, sojuzgado por la fuerza por la tribu audaz que había sustituido a los toltecas en el Valle de México: los mexicas.[6]

Organización social y política

Tenochtitlán al igual que el pueblo estaba dividido en calpullis; estos eran pues grupos configurados en razón de su territorio y su clan, y relativamente autónomos: cada cual con su propio templo, colegios, tribunales y control comunal de la tierra. Cada uno elegía a un jefe, llamado «Tlatoani = el que habla»[7]. El conjunto de todos los tlatoanis, junto con representantes del clero y del ejército, constituía el «Tlatocan», que era el cuerpo colegiado que efectivamente gobernaba México. Ellos designaban a cuatro ejecutivos: el « Cihuacóatl = Serpiente Mujer» (nombre de la diosa madre), el General en Jefe del ejército; el «Huey Calpizqui = Gran Mayordomo», que atendía a todo lo interno a la tribu; el jefe del culto, que era un cargo doble y cuyos titulares llevaban el nombre de « Quetzalcóatl Tlaloc Tlamacazqui = Serpiente emplumada sacerdote de Tláloc» y también el de « Quetzalcóatl Totec Tlamacazqui = Serpiente emplumada sacerdote de nuestro Señor», (nombres que, por sí solos, nos hablan tanto de la teología aun no homogéamente asimilada de los primeros pobladores y de los ulteriores mexicas, como de la importancia de Quetzalcóatl); y, finalmente, el «Huey Tlatoani = Gran Hablante», quien, en la práctica, era el más poderoso, pues se le consideraba "imagen" de Huitzilopochtli y de él dependía la guerra o la paz, pero que de ningún modo era un "Emperador" como erróneamente lo creyeron los españoles; esto es lo que era Motecuhzoma a su llegada.

Esos cargos eran electivos e indefinidos en su duración, pero no necesariamente vitalicios: los nombrados podían ser removidos, depuestos y aún ejecutados, si no cumplían a satisfacción del Tlatocan[8]. En su política exterior, lo que buscaban prioritariamente eran alianzas que implicaban "nunca ser contrarios al imperio, dejar entrar y salir, tratar y contratar a los mercaderes y gente de él, enviando cierto presente de oro, pedrería, plumas y mantas, requiriéndoles que recibiesen a sus dioses mexicanos y los tuviesen en su templo y adorasen y reverenciasen [...] los pueblos que ansí venían de su voluntad, sin haber precedido guerra, tributaban como amigos y no como vasallos, y servían trayendo presentes y estando obedientes".[9]

El esplendor de México-Tenochtitlan, su etapa imperial, duró escasamente un siglo, y en esa historia intervinieron seis gobernantes.[10]Fueron ellos: Izcóatl, quien gobernó de 1427 a 1440 y dio a los aztecas su independencia; Moctezuma I –Ilhuicamina- (1440-1469) que empezó la gran expansión territorial y consolidó el estado mexica; Axayácatl (1469-1481) que fracasó en su intento por someter a los tarascos pero conquistó Oztomán (hoy Estado de Guerrero); Tizoc (1481-1486) quien conquistó la Mixteca y Tuxpan; Ahuítzotl (1486-1502) quien tuvo fama de guerrero feroz y conquistó Oaxaca pero fracasó también ante los tarascos; y Moctezuma II –Xocoyotzin- (1502-1520) quien recrudeció los ataques contra Tlaxcala para someterla definitivamente sin lograr su propósito, situación ésta que prevalecía a la llegada de Hernán Cortés. Cuitláhuac y Cuauhtémoc gobernaron sólo durante el sitio que los españoles pusieron a Tenochtitlán.

La nobleza azteca se integró inicialmente por aquellos guerreros que se habían distinguido por su valentía; posteriormente sólo se reconoció como nobles a quienes descendían de nobles. Los nobles «Pipiltin» y el Huey Tlatoani eran quienes administraban la justicia. “El palacio de los señores, o casas reales, tenía muchas salas: la primera era la sala de la Judicatura, donde residían el rey, los señores cónsules, o oidores (jueces), y principales nobles, oyendo las cosas criminales, como pleitos y peticiones de la gente popular, y allí juzgaban y sentenciaban a los criminales a pena de muerte (…) y también allí juzgaban a los principales nobles y cónsules, cuando caían en algún crimen condenándolos a muerte o a destierro, o a ser trasquilados, o les hacían maceguales.[11]Los mercaderes, que en sus correrías también realizaban labores militares, eran tenidos por señores..”[12]

La gran base de la sociedad estaba constituida por los macehuales (macehualli, o en plural macehualtin). Sólo por encima de los esclavos, los macehualtin pagaban impuestos, debían participar en la realización de obras colectivas, especialmente en la agricultura, y participar en las acciones bélicas. El macehualliera miembro de un clan y parte de la célula de la tierra, de una especie de sociedad mutualista; era, en suma, un indio de cuerpo apto, contribuyente. En primer lugar era un agricultor, un campesino (…) y sin embargo, este azteca común era algo más. Era también un guerrero, parte de una milicia agraria.[13]

Cosmogonía y religión

A pesar de que los aztecas nunca se preocuparon por formularse una sistemación teológica coherente, y tanto menos en que pudiera parecerlo a ojos españoles, pues como juzgaba Mendieta "diferentemente relataban diversos desatinos, fábulas y ficciones"[14], sin embargo todos sus mitos coincidían en asignar al hombre un lugar nobilísimo en cuanto a su origen y a su situación ante sus dioses, ya que había nacido por su interés y de su sacrificio, y era su colaborador en el sustento del orden cósmico, tarea a la que se entregaron con arrolladora totalidad, pero que vino a resultarles espada de dos filos, pues, mientras se desenvolvió en un contexto cultural propicio, les confirió una fuerza irresistible, misma que se metamorfoseó en paralizante maleficio cuando hubo de enfrentarse a otra: la de los españoles, no menos religiosa ni menos totalizante, pero que veía al mundo de modo completamente diferente.

Su religiosidad era abrumadora: "Puédese afirmar por verdad infalible -asegura Mendieta- que en el mundo no se ha descubierto nación o generación de gente más dispuesta y aparejada para salvar sus ánimas (siendo ayudados para ello), que los indios de esta Nueva España."[15], y Sahagún no se queda atrás: "En lo que toca a religión y cultura de sus dioses no creo que ha habido en el mundo idólatras tan reverenciadores de sus dioses, ni tan a su costa, como estos de esta Nueva España; ni los judíos, ni ninguna otra nación tuvo yugo tan pesado y de tantas ceremonias como le han tomado estos naturales por espacio de muchos años.."[16].

La cosmovisión de los aztecas se centraba en el sol, que en su recorrido diario de oriente a poniente manifestaba la divinidad en su nacimiento, cenit y ocaso. Por ello los tlamatinime (sabios) aztecas afirmaban que el mundo fue creado y destruido cuatro veces; luego, en el quinto sol, los dioses crearon nuevamente el mundo, siendo el dios Quetzalcóatl quien creó a los hombres y a las plantas. “En el México antiguo, el Sol representaba el corazón de su visión cósmica. Todo el ciclo de la vida, de los imperios y los reinos, de la religión y de los años, giraba simbólicamente alrededor del Sol: coincidía simbólicamente con el «recorrido» del astro de Este a Oeste en el arco de un día. El gobernante, el sacerdote, el sabio, tenían como misión cooperar para mantener viva y en marcha la máquina del mundo. Por ello, el Sol se encuentra identificado y en el centro de esas misiones, y los poderes político y religioso, que de hecho se identifican, están en función de esa misión (…) Para los mexicas, el rey o huey tlatoani representaba al Sol bajo el aspecto de Huitzilopochtli (…) Desde el primer emperador-sacerdote mexica, Acamapichtli, hasta el último tlatoani que cae con la conquista española, el tlatoani es figura y «semejanza de nuestro dios Huitzilopochtli». Es él quien lo elige. El tlatoani es «su envoltura y su piel», es decir, su ixiptla.[17]

Conforme a esta cosmogonía que era, de hecho, un determinismo cósmico, el Sol- Huitzilopochtli exigía la sangre de los hombres para que continuara la existencia del universo. La sangre y los corazones humanos sacrificados en los altares aztecas impedían la extinción del Sol e impedían el dominio de los seres de la obscuridad. Los demás dioses que presidían los fenómenos naturales -como la lluvia y el viento- y los dioses menores relacionados con ellos, también exigían el sacrificio de seres humanos. De ahí que los ritos de la religión azteca estuvieran constituidos por una gran cantidad de sacrificios humanos, los cuales fueron ampliamente detallados por Bernardino de Sahagún en el libro segundo de su célebre Historia General de las cosas de Nueva España.

La proliferación de los sacrificios humanos, consecuencia de esa cosmovisión, fue también notable. “Ahuítzotl (1486-1502) accedió al trono siendo aún adolescente y murió joven (…) Celebró su coronación con el sacrificio de 80 000 prisioneros huastecos. La cifra parece exagerada pero varias fuentes coinciden en ella.[18]Sobre ese mismo acontecimiento pero dándole otro significado Schlarman escribe: “Ese mismo año de 1487 Ahuitzotl, Emperador de los Aztecas, y tío de un muchacho que iba a ser Moctezuma, iba a celebrar la dedicación del gran teocalli o templo principal en la Gran Tenochtitlán. La solemnidad debía costar la vida a un crecido número de víctimas humanas que, en opinión de Torquemada, fueron 72,344; Ixtlilxóchitl las apreciaba en 80,000 y los códices Telleriano y Vaticano en solo 20,000, cifra todavía horrorosa.[19]

La sangre, pues, era elemento esencial del orden cósmico, y deber ineludible del Pueblo del Sol el procurársela, tanto por razón de "nobleza obliga", ya que no hacían sino retornarle lo que él les había donado antes, como porque sin día y sin noche no podrían ellos vivir. La forma de atender a ese cometido era la guerra, la cosecha de corazones; pero, precisamente por eso, la guerra no era para los mexicanos el aniquilamiento de los enemigos, sino sólo su sometimiento al orden que equilibraba a todos. Esto suena extraño, y hay que explicarlo un poco más: ¿Tenían estos pueblos y culturas la idea de creación en el sentido bíblico? La respuesta es negativa. Ante todo, tomemos en cuenta que la idea india de creación (término que no podemos usar en el sentido bíblico según la mentalidad de estas culturas) no era en absoluto como la de la tradición bíblica o hebreo - cristiana, la del SER, poder absoluto, que con su solo Fiat manda que se hagan las cosas, y éstas quedan hechas de la nada..., sino era «Macehualiztli = La acción de merecer, de ganar con total esfuerzo, entrega». El ser humano para ellos era el Macehualli por antonomasia, es decir: el Merecido con la sangre y el sacrificio divinos; y por eso los arduos trabajos, las duras campañas, los actos de sacrificio físico, a veces espantosamente duros, no los veían como carga o castigo o dolor..., sino como una forma de asimilarse a Dios. También por eso, la máxima oración era el canto y la danza, pues en ella se entregaba todo el ser. Nos refiere Motolinía (fray Toribio de Benavente): ".. la danza se llama maceualiztli, que propiamente quiere decir merecimiento [...] ansí como decimos merecer uno en las obras de caridad. de penitencia y en las otras virtudes hechas por buen fin. [...]. En estas no sólo llamaban e honraban e alababan a sus dioses con cantares de la boca, más también con el corazón y con los sentidos del cuerpo [...] , por lo cual aquel trabajoso cuidado de levantar sus corazones y sentidos a sus demonios, y de servirlos con todos los talantes del cuerpo...."[20].

Para el indio el «téquitl», (literalmente corte, del verbo tequi = cortar), era simultáneamente trabajo y gloria, dolor y exaltación. «Tetequi= cortar persona» era "Sacrificarse al ydolo, sacando sangre de las orejas o de la lengua, y de los otros miembros"[21]También, por eso, una dura tarea, prolongada incluso durante generaciones, pero sustentada por la convicción de que era un asimilarse a Dios, (como había sido su peregrinar hasta llegar al Anáhuac), la veían como noble, lógica, deseable. Fueron en eso tan coherentes, que su entrega y aprecio de lo que los misioneros consideraron penitencia, que la penitencia de los misioneros cristianos les hacía sentirse hasta avergonzados: "... siendo cristianos no nos disponemos a hacer por Jesucristo siquiera la centésima parte de lo que éstos hacían por nuestro común enemigo el demonio; la vergüenza que los cristianos deberíamos tener..." [22]. Esto es de suma importancia que lo tomemos en cuenta para entender nosotros ahora cómo pudieron ellos entender entonces a la Virgen de Guadalupe.

Situación tras la Conquista

En la «Plaza de las Tres Culturas» en Tlatelolco están grabadas unas palabras de Jaime Torres Bodet que sabiamente dicen: El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy.” En efecto, la política de los conquistadores fue incorporar a los aztecas y a los demás pueblos indígenas a la Corona española y constituyeron una de las raíces de la nueva Nación que empezó a formarse a partir de la Conquista. El mestizaje biológico fue un proceso lento; el mestizaje cultural fue más inmediato, especialmente tras el Acontecimiento del Tepeyac. En la actualidad aún el criollo o el indígena biológicamente puros, son culturalmente mestizos.

Notas

  1. Von Hagen Víctor Wolfgang. Los Aztecas, Hombre y Tribu. Ed. Diana, 2 edición, México, 1965, p. 33
  2. Ibídem, p. 49
  3. Cfr. Caso Alfonso: "El Pueblo del Sol", Fondo de Cultura Económica, México 1953. También Sejourne Laurette: "Pensamiento y Religión en el México Antiguo", Breviarios del Fondo de Cultura Económica, México 1957.
  4. Cfr. Escalante Gonzalbo Pablo. Historia General de México (ilustrada). Ed. El Colegio de México y la LXI Cámara de Diputados. México, 2010, Vol. I, p. 164
  5. Una excelente exposición de cómo se hallaba organizada la sociedad mexicana y su gobierno, puede verse en Soutelle Jacques: "La vie quotidienne des Azteques a la veille de la conquête espagnole", Editorial Hachette, París 1955, Cap. II: "La societé et l'Etat au debut du XVe. Siècle", pp. 62-121.
  6. Schlarman Joseph H.L.. México, tierra de volcanes. Ed. Porrúa, México, 14 edición, 1987, p.45.
  7. El idioma náhuatl es uno de los más ricos y expresivos que ha forjado la mente humana. Hablarlo con propiedad era todo un apreciado arte, tanto que existían dos idiomas: el vulgar: "macehuatolli" y el refinado: "tecpillatolli", por ello identificaban la autoridad máxima con la mejor manera de hablar.
  8. Tízoc, quinto Huey Tlatoani, muy probablemente fue muerto, y Motecuhzoma II ciertamente fue depuesto.
  9. Ixtlilxochitl Fernando de Alva: "Historia de la Nación Chichimeca" en "Obras Históricas", U.N.A.M., Instituto de Investigaciones Históricas, México 1977, cap. 38, p. 103.
  10. Escalante Gonzalbo Pablo, Obra citada p. 167
  11. Sahagún Bernardino de. Historia General de las Cosas de Nueva España. Libro VIII, Cap. XIV. Ed. Porrúa, México, 1989, p. 465
  12. Cfr. Sahagún, Ob. Cit. Libro IX, Cap. II. Ed. citada, p.490 y ss
  13. Von Hagen, obra citada p.52
  14. Mendieta Jerónimo de O.F.M. : Historia Eclesiática Indiana., lib. II, cap. 1.
  15. Mendieta: Historia Ecca.: libro IV, cap. 21
  16. Sahagún: "Historia General...", Prólogo
  17. González Fernández Fidel. Guadalupe: pulso y corazón de un pueblo. Ediciones Encuentro, Madrid 2004, pp. 24-25
  18. Escalante Gonzalbo. Obra citada, p. 170
  19. Schlarman, obra citada, p. 21
  20. Motolinia Fr. Toribio Paredes de Benavente O.F.M.: "Memoriales o Libro de las Cosas de la Nueva España y de los Naturales de ella", U.N.A.M., Instituto de Investigaciones Históricas, México 1971, II parte, cap. 27, no. 782, p. 387.
  21. Molina Fray Alonso de O.F.M.: "Vocabulario en Lengua Castellana y Mexicana y Mexicana y Castellana", 1a. Edición México 1555-1571; Editorial Porrúa, Biblioteca Porrúa no. 44, Estudio Preliminar de León-Portilla Miguel, 4a. edición, México 2001, Sub voce "Sacrificarse...", p. 106 v.
  22. MENDIETA: "Historia Ecca...", libro II, Prólogo

Bibliografía

  • Caso Alfonso: "El Pueblo del Sol", Fondo de Cultura Económica, México 1953
  • Escalante Gonzalbo Pablo. Historia General de México (ilustrada). Ed. El Colegio de México y la LXI Cámara de Diputados. México, 2010, Vol. I
  • González Fernández Fidel. Guadalupe: pulso y corazón de un pueblo. Ediciones Encuentro, Madrid 2004
  • Ixtlilxochitl Fernando de Alva: "Historia de la Nación Chichimeca" en "Obras Históricas", U.N.A.M., Instituto de Investigaciones Históricas, México 1977
  • Mendieta Jerónimo de O.F.M. : Historia Eclesiática Indiana . Porrúa, México, 1971
  • Molina Fray Alonso de O.F.M.: "Vocabulario en Lengua Castellana y Mexicana y Mexicana y Castellana", 1a. Edición México 1555-1571; Editorial Porrúa, Biblioteca Porrúa no. 44, Estudio Preliminar de LEON-PORTILLA Miguel, 4a. edición, México 2001,
  • Motolinía Fr. Toribio Paredes de Benavente O.F.M.: "Memoriales o Libro de las Cosas de la Nueva España y de los Naturales de ella", U.N.A.M., * * Instituto de Investigaciones Históricas, México 1971,
  • Sahagún Bernardino de. Historia General de las Cosas de Nueva España. Porrúa, México, 1989
  • Soutelle Jacques: "La vie quotidienne des Azteques a la veille de la conquête espagnole", Editorial Hachette, París 1955,
  • Von Hagen Víctor Wolfgang. Los Aztecas, Hombre y Tribu. Ed. Diana, 2 edición, México, 1965
  • Schlarman Joseph H.L.. México, tierra de volcanes. Ed. Porrúa, México, 14 edición, 1987


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ / JUAN LOUVIER CALDERÓN