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Uruguay no cuenta aún (al año 2014) con ningún santo. Actualmente se veneran: a la Beata Madre Francisca Rubatto y a las Beatas mártires Dolores y Consuelo Aguiar-Mella Díaz. Son Siervos de Dios Mons. Jacinto Vera y Walter Elías Chango. La Iglesia uruguaya prosigue activamente el proceso de canonización del Siervo de Dios Mons. Jacinto Vera, primer obispo de la Iglesia uruguaya.
Sumario
Beata María Francisca De Jesús Rubatto
Fundadora de las Hermanas Capuchinas - de la Madre Rubatto – es considerada la primera beata del Uruguay por haber cumplido la mayor parte de su misión en este país, si bien también desarrolló obras en Argentina y Brasil. Los restos de la madre Francisca Rubatto descansan en la Capilla Santuario, que se levanta junto al colegio y liceo San José de la Providencia, obra de las Hermanas Capuchinas. Francisca Rubatto fue beatificada por Juan Pablo II el 10 de octubre de 1993.
Ana María Rubatto, Marieta, nació en Carmagnola, Turín, Italia, el14 de febrero de 1844 en el seno de una familia campesina y profundamente cristiana. A los 19 años perdió a su madre y luego de vivir siete años con su hermana mayor, pasó a residir en la casa de una viuda adinerada y sin hijos, Mariana Scoffone de Costa, para la que fue una verdadera hija adoptiva. En 1882 murió la señora Scoffone y Marietta continuó la vida que había hecho en los últimos años. En el verano de 1883, en Loano, se inició la organización de una obra religiosa, a cuya cabeza se pondría Marietta. Con el apoyo del padre capuchino Angélico Martín de Sestri Ponente, y de otros sacerdotes, incluido don Juan Bosco, Marietta Rubatto aceptó iniciar la obra que se consagraría al cuidado de los enfermos y a la enseñanza de la doctrina cristiana. Así nació, en 1885, el Instituto de las Hermanas Terciarias Capuchinas, bajo el impulso de Ana María Rubatto, hermana María Francisca en la vida religiosa. A la comunidad de Loano siguieron nuevas fundaciones en el Norte de Italia - en Voltri, Génova, San Remo y San Leonardo - y el surgimiento de numerosas vocaciones religiosas.
En 1891 el padre general de los Capuchinos autorizó a los Padres Capuchinos Genoveses a encargarse de la Misión Capuchina del Río de la Plata, para atender espiritualmente a los numerosos inmigrantes ligures. El P. Angélico de Sestri se embarcó en Génova y pronto escribió a la Madre Francisca sobre las posibilidades de trabajar, en Montevideo, en un Hospital Italiano en vías de fundación. Esta obra, destinada a brindar acogida a los inmigrantes pobres, era promovida por la masonería italiana, pero sus fundadores estaban dispuestos a acoger a las hermanas, “a condición de que no hicieran presión sobre los enfermos en lo atinente a prácticas religiosas”. En abril de 1892, el P. Angélico regresó a Génova, visitó a las hermanas y, con el auxilio del obispo de Albenga, convenció a la Madre Francisca a encargarse de la obra americana. El 3 de mayo de 1892, las religiosas se embarcaron rumbo a Montevideo, con algunos temores, y desembarcaron veinte días más tarde. La llegada no fue fácil. Los problemas existentes entre el obispo de Montevideo, Mons. Mariano Soler, y los administradores anticlericales del Hospital Italiano impidieron el inicio del trabajo de las religiosas. Gracias al apoyo de Mons. Ricardo Isasa, obispo auxiliar, y de los superiores de los jesuitas y de los salesianos, las Hermanas Capuchinas comenzaron sus tareas en el Hospital. A las tensiones de los inicios, la madre Francisca y sus hermanas respondieron con paciencia y tenacidad; pronto obtuvieron el rezo diario del Rosario, la instalación de una capilla y el nombramiento de un capellán por la administración del Hospital.
A fines de 1892 llegaron nuevas religiosas a Montevideo, destinadas algunas a la atención del Hospital Italiano “José Garibaldi”, que se inauguraría en Rosario de Santa Fe. A partir de 1895 aumentó el número de comunidades y de obras atendidas por las Hermanas Capuchinas en la región. En 1899 la madre Francisca encabezó a un grupo de seis religiosas que se internaron en la selva para instalarse en la misión de San José de la Providencia, en el estado de Marañón. La madre regresaría a Italia y las hermanas morirían a manos de los indígenas en marzo de 1901. Continuaron los viajes de la dinámica superiora, la llegada de misioneras y el surgimiento de vocaciones y de nuevas obras. La madre Rubatto murió en Montevideo, el 6 de agosto de 1904. Dejaba 200 hermanas y dieciocho casas en Europa y América.
La personalidad de la madre Francisca Rubatto imprimió su sello en el Instituto y en sus obras. Su carácter de mujer fuerte influyó en todas sus acciones. Escribe el padre capuchino Rodolfo Toso: “La fortaleza es una característica de los piamonteses, unánimemente reconocida: su resistencia para el trabajo agrícola no obstante las asperezas del suelo y del clima, el sentido instintivo de la realidad concreta y el saber no exagerar el optimismo; el no desalentarse en medio de las dificultades, la proverbial cortesía no ajena a la habilidad en los negocios y a la reserva sobre las cosas de la propia casa, el amor a lo concreto que interrumpe la extensa exposición con “¡basta!”, y por último el haber conquistado Italia con aquel ejército de los Saboya que hacía gala de una antigua y secular disciplina”[1].
La fortaleza y la permanente alegría caracterizaron el accionar de la madre Francisca. Su fortaleza y su “gentil tenacidad” fueron una poderosa ayuda para ganar la confianza de los administradores anticlericales del Hospital Italiano. Años más tarde, contaba la hermana Petrina Merello: “Los dirigentes del hospital no entendían nada de religión..., pero la Reverenda Madre con su bondad, educación y caridad, supo ganarse el corazón de todos los que se acercaban a ella. La esposa del más contrario a la religión, que llamaba a los sacerdotes bolsa de harapos y decía que América había perdido todo su lustre después que entraron los sacerdotes, fue la primera en regalarle luego una hermosa custodia para la capilla”[2].
La piedad eucarística, la confianza en la Divina Providencia y el espíritu mariano identificaron a la madre Francisca y a sus obras. La piedad eucarística fue una constante en la vida espiritual de Marieta Rubatto. Evocaba como una fecha de gran importancia la de su primera comunión y desde muy joven comulgaba diariamente, lo que no se estilaba en su tiempo y en su tierra, fuertemente influenciada por el jansenismo, y dedicaba una hora diaria a la adoración eucarística. La confianza en la Divina Providencia fue otro rasgo distintivo de la espiritualidad de la madre Francisca, quien la había adquirido en su trato y colaboración con la obra del P. José Cottolengo. En cuanto a su fuerte espíritu mariano, el rezo del Rosario estaba integrado en su vida y en su acción apostólica.
Beatas mártires Dolores y Consuelo Aguiar-Mella Díaz
Madrid, 19-IX-1936) Hermanas laicas uruguayas, asesinadas en Madrid en 1936, a manos de milicianos comunistas durante la Guerra Civil española por proteger a un grupo de monjas escolapias. Fueron declaradas mártires el 28 de junio de 1999 por Juan Pablo II y beatificadas el 11 de marzo de 2001. La urna que contiene las reliquias de las Beatas fue ubicada el 18 de septiembre de 2011 en el Baptisterio de la Iglesia Matriz de Montevideo, donde Dolores y Consuelo fueron bautizadas.
Dolores Aguiar-Mella Díaz nació en Montevideo, el 29 de marzo de1897, de madre uruguaya y padre español. Un año más tarde, el 19 de marzo de 1898, nació su hermana Consuelo. El padre, Santiago Aguiar-Mella, era un abogado español, asesor y amigo del empresario Emilio Reus. Su madre, María Consolación Díaz, era uruguaya y pertenecía a una acaudalada familia montevideana del Cerro. La crisis de 1890 ocasionó la ruina de Reus y tuvo penosas consecuencias para los Aguiar-Mella. En 1899 la familia - con seis hijos - se trasladó a España y se estableció en Madrid, donde el padre instaló su estudio de abogado. Dolores tenía dos años y Consuelo, uno.
A la muerte de la madre, Dolores y Consuelo ingresaron como alumnas pupilas al colegio escolapio de Carabanchel, donde estudiaron magisterio superior. En 1919, al terminar sus estudios, Dolores manifestó el deseo de entrar a la vida religiosa, pero problemas de salud se lo impidieron. Ingresó entonces como funcionaria en la Delegación de Hacienda y vivió dedicada a su familia y en permanente relación con las escolapias. Hizo voto de castidad y, en 1929, luego de la muerte de su padre, se fue a vivir con las religiosas. Su hermana Consuelo llevó una vida normal de trabajo y diversión. Le agradaba ir bien vestida y a la moda, llevar joyas, usar perfumes y asistir a espectáculos, observando siempre los preceptos cristianos. Al morir, era novia con un joven que había sido fusilado tres días antes, sin que ella lo supiera.
El 18 de julio de 1936 tuvo lugar la sublevación del Ejército español contra el gobierno republicano que había provocado la partida del rey Alfonso XII, en 1931. Los republicanos tuvieron el apoyo de milicianos armados - sindicalistas, comunistas, socialistas, anarquistas o simplemente republicanos, todos contrarios a la monarquía. Hubo numerosos episodios de persecución a la Iglesia y a los católicos. A raíz de estos sucesos, habiendo sufrido varias amenazas, ocho religiosas escolapias abandonaron el colegio y se instalaron en un piso de Madrid, a una cuadra de la Puerta del Sol. Dolores Aguiar vivía con ellas. Consuelo, por su parte, vivió con las familias de dos hermanos casados, preocupada siempre por las amenazas que rodeaban a su hermana.
El 19 de septiembre de 1936 Dolores salió a llevar leche a otra comunidad de escolapias. Al regresar fue interceptada por cinco milicianos que la detuvieron, a pesar de que usaba brazalete diplomático. Su hermano, Teófilo Aguiar- Mella, era vicecónsul de Uruguay en Madrid. Las religiosas presenciaron lo ocurrida y avisaron a Teófilo y a Consuelo. El vicecónsul salió a hacer indagaciones y Consuelo se dirigió al apartamento con las religiosas. Al mediodía, se presentó un miliciano con un papel escrito por Dolores, en el que pedía que fuera María de la Yglesia, superiora de las Escolapias, acompañada de otra persona, para declarar. La religiosa aceptó y Consuelo la siguió, pensando que estaba protegida por el pasaporte uruguayo y el brazalete diplomático. Ambas desaparecieron. Al día siguiente los tres cuerpos, con el rostro desfigurado, fueron encontrados en la morgue del depósito municipal. Las hermanas Aguiar-Mella fueron reconocidas por los vestidos y el brazalete.
El gobierno uruguayo reaccionó de manera enérgica ante estos asesinatos y rompió relaciones diplomáticas con la República española. El caso fue presentado ante la Liga de Naciones, antecesora de la Organización de las Naciones Unidas. El gobierno español especuló con un error de prensa y anunció una urgente investigación policial. Ante nuevas amenazas a ciudadanos uruguayos, tanto desde filas republicanas como nacionalistas, el gobierno de Gabriel Terra financió el retorno de los uruguayos que desearan hacerlo. La familia Aguiar-Mella regresó a Uruguay, a excepción de Trinidad, la hermana menor de Dolores y Consuelo.
Las hermanas Dolores y Consuelo eran laicas cristianas piadosas y firmes en su fe. Su sobrina Consuelo Fernández recuerda a Dolores, que la preparó para la primera comunión. "Un día - cuenta - salimos con mi tía Dolores y los rojos nos escupieron e insultaron. Y ella les gritaba: “¡Viva Cristo Rey, viva Cristo Rey!”. Cuando volvimos, le conté a mi padre y él me prohibió andar con Dolores. A ella le dijo que se sacara el crucifijo, que era una provocación. Pero mi tía se negaba: “Yo nunca voy a renunciar a mi fe”, le contestó. Ella nunca cedió, se murió con la cruz en el pecho"[3]
El domingo 11 de marzo de 2001, el Papa Juan Pablo II beatificó, en la plaza de San Pedro, al sacerdote José Aparicio Sanz y doscientos treinta y dos compañeros martirizados en España entre 1936 y 1939: sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas, laicos casados y solteros de todas las profesiones; miembros de la Acción Católica y de otros movimientos eclesiales. Entre estos primeros beatos del tercer milenio, se cuentan las Beatas mártires Dolores y Consuelo Aguiar-Mella Díaz.
Siervo de Dios Mons. Jacinto Vera y Durán
Primer obispo de la Iglesia en Uruguay. El proceso diocesano de la causa de beatificación de Mons. Jacinto Vera fue iniciado, en 1935, por Mons. Juan Francisco Aragone. Fue concluido y enviado a Roma, en 1942, por Mons. Antonio Mª Barbieri. Posteriormente se agregaron documentos en diversas instancias. Actualmente el vice-postulador de la causa, en Uruguay, y redactor de la positio es Mons. Alberto Sanguinetti Montero, obispo de Canelones.
Jacinto Vera y Durán nació el 3 de julio de 1813, en la isla de Santa Catalina, Brasil, durante el viaje en el que sus padres, Gerardo Vera y Josefa Durán, venían de las Islas Canarias a instalarse en el Río de la Plata. En 1832, a los 19 años de edad, realizó por primera vez los Ejercicios Espirituales y sintió el llamado al sacerdocio. Con el sueldo que recibía por trabajar como peón en la chacra de su padre, pagó sus primeros estudios de latín y gramática, realizados con el Pbro. Lázaro Gadea. Viajó luego a Buenos Aires, donde realizó los estudios de Teología en el seminario de los Padres Jesuitas en Buenos Aires. En 1841 fue ordenado sacerdote por el obispo auxiliar de Buenos Aires, Mons. José Mariano de Escalada.
De regreso en Uruguay, fue nombrado teniente cura y después párroco de Canelones. En 1859 S.S. Pío IX lo designó cuarto vicario apostólico de Montevideo e inició una difícil y fructífera tarea de organización de la Iglesia uruguaya. En 1860 ordenó Ejercicios Espirituales para todo el clero; en abril de ese año salió a misionar, comenzando una labor que continuó hasta su muerte. En 1864 fue nombrado por el mismo Pío IX, obispo de Megara in partibus infidelium. El 16 de julio de 1865, en la iglesia Matriz, fue consagrado obispo por Mons. Escalada. En 1870 Jacinto Vera participó en el Concilio Vaticano I. El 15 de julio de 1878 fue erigida la diócesis de Montevideo y Monseñor Vera fue nombrado, por León XIII, su primer obispo.
Junto a clérigos y laicos que lo apoyaron incansablemente, Mons. Jacinto Vera desarrollo una vasta obra: creó el Seminario para la formación del clero; impulsó la prensa católica; fundó el Club Católico y el Liceo de Estudios Universitarios; trajo y apoyó numerosas congregaciones religiosas femeninas y masculinas. El 6 de mayo de 1881, durante la última de sus misiones, Jacinto Vera murió en una posada del pueblo de Pan de Azúcar. Sus restos fueron velados en la catedral de Montevideo y reverenciados por una multitud durante cinco días.
Durante más de veinte años de ministerio a la cabeza de la Iglesia uruguaya, Mons. Vera realizó visitas pastorales y misiones varias veces en todo el país. Él mismo encabezó las tareas de predicación y administración de los sacramentos, y pasaba largas horas en el confesonario. Siempre manifestó inclinación por los más pobres y sencillos. La profunda piedad de Mons. Vera, el valor que daba al sacramento de la penitencia, su fidelidad al Sumo Pontífice - Pío IX y León XIII, su devoción por la Virgen del Carmen, su constante desvelo por las vocaciones sacerdotales y por la formación del clero oriental, su estímulo a la participación del laicado y su infatigable afán evangelizador peregrinando por toda la patria hicieron que, al morir, Mons. Jacinto Vera fuera considerado santo por su pueblo. Juan Zorrilla de San Martín frente a su féretro, proclamó el sentir de todos: “¡El santo ha muerto!”
En todo el Uruguay se mantiene especial devoción por el Siervo de Dios Mons. Jacinto Vera. Los principales lugares en los que se lo reverencia son: la Catedral de Montevideo, donde se encuentra su tumba y el monumento funerario, inaugurado en 1883; la parroquia Nuestra Señora del Carmen del Cordón, donde se venera su corazón; la Catedral de Canelones, que Vera hizo construir y donde sirvió como sacerdote durante 17 años; y la ciudad de Pan de Azúcar donde falleció en misión.
Siervo de Dios Walter Elías Chango
Joven laico, catequista e integrante de la comunidad de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen de la Aguada. En 1999 los restos de Walter Chango fueron trasladados a la basílica de la Aguada, donde se celebran misas en su nombre cada 18 de mes. El 25 de junio de 2000, en la fiesta de Corpus Christi, el arzobispo de Montevideo, Mons. Nicolás Cotugno, siguiendo las disposiciones canónicas de la Iglesia, declaró abierto el proceso diocesano de beatificación y canonización de Walter Chango. El 3 de noviembre de 2001, la Congregación para las causas de los Santos decretó "nulla obsta" para la iniciación de la beatificación. El postulador de la causa es el Pbro. Raúl Díaz Corbo.
Walter Elías Chango nació el 1° de noviembre de 1921, en Montevideo, en una familia cristiana, siendo sus padres Pedro Chango y Teresa Rondeau. Fue bautizado en la parroquia Nuestra Señora de la Paz, el 6 de enero de 1922, y celebró su primera comunión el 8 de noviembre de 1931, en la parroquia de la Inmaculada Concepción.
En marzo de 1933, a los 11 años, ingresó al Colegio de la Sagrada Familia, dirigido por los Hermanos de la Sagrada Familia de Belley, para seguir el Curso Comercial de cuatro años. Fue un estudiante destacado - ganó la medalla de oro que en esos años concedía el colegio - y un compañero ejemplar, que se ganaba el aprecio de sus condiscípulos. En el colegio, era el encargado de juntar la limosna para las misiones y mostraba mucha alegría cuando la misma era abundante. Al finalizar sus estudios se empleó como administrativo, si bien trabajó poco tiempo porque pronto comenzaron a manifestarse los síntomas de la tuberculosis.
Vivió con entrega su vocación laical en la parroquia de la Aguada, donde desarrolló diversas actividades en la Acción católica y en la congregación laical dedicada a la Inmaculada Concepción y a San Estanislao de Kostka. Su director espiritual fue el padre Atilio Nicoli, quien se convirtió en un propagador entusiasta de la fama de santidad del joven Chango. Desde niño se distinguió por su amor a la Eucaristía. Se distinguió por acercar a sus compañeros a confesarse y comulgar. Durante la preparación al Congreso Eucarístico de 1938 que se realizó en Montevideo, trabajó incansablemente y escribió en su diario: “La comunión es la vida del alma. Lejos de ella nuestra alma languidece y muere, incapaz de esfuerzo ni de mejoramiento” (17 de agosto de 1938).
Siguió a Cristo por la vía del sufrimiento. Estando muy abatido porque, a causa de sus frecuentes vómitos, no podía comulgar, el P. Nicoli le habló del abandono de Jesús en la Cruz. Tranquilo, tomó en sus manos un crucifijo y lo contempló. Poco después lo apretó entre sus manos y dijo “Muero tranquilo”. Murió el 18 de noviembre de 1939 y fue enterrado en el cementerio de la Teja.
Cuando Walter contrajo tuberculosis, la familia se instaló en un barrio tranquilo, alejado del centro de la ciudad, considerando que el cambio de ambiente sería beneficioso para su salud. La casa tenía un jardín con una fuente rodeada de rosales, que Walter recorría cuando se sentía mejor. Un día, estando en el jardín con su madre, le dijo: “Mamá cuando yo muera me has de cubrir con esas rosas”, señalando los rosales.
Cuando Walter murió, su madre recordó el pedido de las rosas y fue al jardín pero no encontró ninguna. Más tarde, algunas personas que estaban en el velatorio comentaron que se sentía un muy agradable perfume. En efecto, los rosales y un magnolio estaban cubiertos de flores. Los presentes cortaron las rosas para colocarlas en el féretro y florecieron nuevamente. Este hecho asombroso se repitió tres veces, hasta que se pudo cubrir por completo el cuerpo del joven. Diversas autoridades eclesiásticas presenciaron el hecho, entre ellas el entonces obispo coadjutor de Montevideo, Mons. Antonio Mª Barbieri. Entre los presentes se hallaba un compañero de trabajo de Pedro Chango, el padre de Walter, quien en ese momento inició su proceso de conversión cristiana. La corta vida de Walter Chango estuvo marcada por su fe inmensa, el amor por la Eucaristía, la devoción por María, el amor por los pobres y los enfermos - solía repetir: “lo que doy a los pobres a Cristo se lo doy”- y su ansia de santidad - “No basta que yo sea bueno, es necesario que trabaje para que sean buenos mis compañeros, no basta que yo sea honrado, también debo anhelar que sean honrados mis compañeros”. En su penosa enfermedad dio prueba de serenidad, cristiana entereza frente al sufrimiento, profunda paz interior e incluso alegría.
Notas
Bibliografía
- ALGORTA CAMUSSO, Rafael, Monseñor Don Jacinto Vera. Notas biográficas, Montevideo, 1931;
- ÁLVAREZ GOYOAGA, Laura, Don Jacinto Vera. El misionero santo (Historia novelada), Montevideo, 2010; “Conferencia del Prof. Mario Cayota. Montevideo, 24 de enero de 1985”, en: Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto. Discursos, homilías, artículos. Celebración del 1er. Centenario de fundación”, Montevideo, 1982, nº 2;
- DE VOLTRI, O.F.M. Cap., P. Teodosio, María Francisca de Jesús. Montevideo, 1962; Dizionario degli istituti di perfezione, t.6, 1978, col. 530-531;
- GONZÁLEZ MERLANO, José Gabriel, El conflicto eclesiástico (1861-1862). Aspectos jurídicos de la discusión acerca del Patronato Nacional, Montevideo 2010;
- LABARTA, Sch.P., M. Luisa, Dolores y Consuelo Aguiar-Mella Díaz, laicas, mártires, y las primeras beatificadas del Uruguay. Roma, 2001. Texto Monográfico;
- MERLATTI, Graziella, Francesca Rubatto. Donna apostólica, Milán 2004;
- PASSADORE, Enrique, La vida de Mons. Jacinto Vera. Padre de la Iglesia Uruguaya, Montevideo, 1997;
- PONS, Lorenzo A., Biografía del Ilmo. y Revmo. Señor don Jacinto Vera y Durán, primer Obispo de Montevideo, Montevideo, 1904;
- TORRENDELL LARRAVIDE, Beatriz, Geografía Histórica de Jacinto Vera. 150 años de la Misión, Montevideo, 2010;
- TOSO, O.F.M. Cap., P. Rodolfo, Una mujer fuerte. M: Francisca Rubatto. Montevideo, 1992;
- TOSO, O.F.M. Cap., P., Rodolfo Una donna forte. M. Francesca Rubatto. Génova, 1993; “Walter Elías Chango Rondeau”, Boletín de la Provincia San José - Hermanos de la Sagrada Familia de Belley, Montevideo, nº 117, mayo 2004, 8-12.
SUSANA MONREAL