Diferencia entre revisiones de «EVANGELIZACIÓN DE AMÉRICA; contribución de los jesuitas»
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Revisión del 05:30 16 nov 2018
Presentación
El 29 de marzo de 1549 el primer gobernador del Brasil, Tomé de Sousa, arribó a Bahía de Todos los Santos. Con él viajó el Padre Manuel de Nóbrega y cinco compañeros jesuitas. A partir de entonces comenzó la labor de la Compañía de Jesús en América. El 3 de setiembre de 1759 los jesuitas fueron expulsados de Portugal y de sus posesiones ultramarinas. En 1762 fue disuelta la Compañía de Jesús en Francia, en tanto que el 17 de febrero de 1767 el rey Carlos III firmó el decreto de expulsión de los hijos de San Ignacio de España y de sus posesiones. Será el fin de la presencia de la Compañía de Jesús en las Américas en esta primera época, aunque no el punto final de la actividad americana de los jesuitas, como habrá ocasión de considerar. Entre 1549 y 1767, la Compañía de Jesús realizó una importante y variada contribución a la consolidación y al desarrollo de la Iglesia en América y a la evangelización de las parcialidades indígenas.
Presencia en el espacio geográfico
Los primeros jesuitas portugueses que arribaron en 1549 pudieron desplegar su actividad en Brasil, de tal modo que en 1553 fundaron la Provincia del Brasil de la Compañía de Jesús y en 1615, incluso, lograron fundar una segunda provincia, la del Marañón, primero dependiente de la del Brasil y desde 1727, independiente.
Los primeros jesuitas españoles partieron el 28 de junio de 1566 para ocuparse de la evangelización de Florida, hoy Estados Unidos de Norteamérica. Fueron tales las dificultades encontradas por los misioneros, que al poco tiempo abandonaron sus propósitos. No lograron un establecimiento permanente ni en Florida ni en las Antillas, que pensaron podría servir de punto de apoyo para la evangelización de Florida. Los superiores desistieron en 1572 de este primer ensayo misional en posesiones españolas.
Experiencia diferente realizaron los jesuitas en Perú desde 1568 y en Nueva España desde 1572, donde lograron ocuparse en las tareas de evangelización y fundar sendas provincias
en 1568 y 1572 respectivamente. Incluso desde Nueva España y Perú lograron expandirse y prestar servicios variados en la evangelización de los más diversos escenarios. Los jesuitas acudieron al Alto Perú (1572); islas Filipinas (1581); algunas regiones de la actual Argentina (1585); Reino de Quito (1586); Paraguay (1587); Chile (1593); Nuevo Reino de Granada (1599); diversos puntos de América Central a fines del siglo XVI y principios del siguiente; Canadá (1611); Antillas Francesas hacia 1640; la Banda Oriental en 1680; el sur de Argentina incursionado por jesuitas provenientes de Chile en la segunda mitad del siglo XVII; Venezuela y Luisiana en la primera mitad del siglo XVIII. Asimismo los jesuitas incursionaron en las Californias y regiones adyacentes.
Se habrá observado que la expansión de la Compañía de Jesús en América fue progresiva y abarcante. Se constituyeron provincias sujetas al Padre General. Hubo un sano crecimiento de personal y de obras apostólicas. Espejo de todo ello es el siguiente cuadro estadístico, que pone de manifiesto los jesuitas existentes en las diversas provincias americanas jesuíticas de habla castellana en el año 1749:
Provincia | Total de jesuitas | Sacerdotes jesuitas |
PERÚ | 526 | 306 |
CHILE | 242 | 130 |
NUEVO REINO | 193 | 102 |
MÉXICO | 572 | 330 |
FILIPINAS | 126 | 97 |
PARAGUAY | 303 | 208 |
QUITO | 209 | 107 |
TOTALES | 2.171 | 1.280 |
La expansión de los jesuitas en el Nuevo Mundo tuvo éxitos y fracasos. Ya se señaló cómo la primera experiencia en Florida y Antillas tuvo que ser abandonada. Situaciones parecidas corresponden también a otras épocas y regiones. Por ejemplo, los jesuitas del Río de la Plata, antes de tener éxito en la evangelización de los guaraníes con los cuales formaron las reducciones del Paraguay, intentaron sin resultados positivos la evangelización de los guaycurúes ubicados al occidente de Asunción. San Roque González de Santa Cruz participó en ambas experiencias. En la última etapa de su vida encontró el martirio no bien pretendió evangelizar otro grupo indígena en el Alto Uruguay, que lo rechazó.
Cabe señalar que la historia de florecientes intentos jesuíticos de evangelización tuvieron que afrontar crisis y fracasos. Por ejemplo, las misiones del Paraguay y las de Maynas, éstas últimas pertenecientes al Reino de Quito.
Marco referencial de la actividad
Se habrá notado, por las fechas aportadas, que los jesuitas no fueron ni los primeros ni los últimos en arribar al Nuevo Mundo para ayudar en la evangelización. Fueron precedidos por las órdenes mendicantes, con excepción quizás de Brasil y Canadá. Cuando arribaron los primeros jesuitas, los obispados se encontraban establecidos y existía una interesante y variada experiencia, tanto de las cosas americanas como de los asuntos propios de la evangelización. Los jesuitas arribarán con autorización del patronato real indiano y prácticamente en una época contemporánea a la introducción de las normas tridentinas.
Al ser los jesuitas enviados por los reyes de España y Portugal en calidad de patronos de las Iglesias en América, tuvieron que acomodarse a las reglas de juego del patronato. Los hijos de San Ignacio no se constituyeron en críticos del patronato real. Sí lo fueron de funcionarios reales o de los sistemas de evangelización o de colonización. En Brasil los jesuitas habrían tenido mayor conciencia de pioneros, aun así colaboraron con los gobernadores portugueses. Son suficientemente conocidas las buenas relaciones de colaboración entre los jesuitas y el tercer gobernador Mem de Sá.
En la América española el arribo de los jesuitas se produjo cuando el tiempo clásico de la conquista ya se había concluido; la Iglesia se había establecido, y la evangelización estaba encauzada. En estas circunstancias, podría decirse que los jesuitas se incorporaron para cuidar un árbol, que, bien o mal, ya había sido plantado. Había que atender a su crecimiento. No se podían subsanar sus defectos originarios. Este símil fue utilizado por el P. José de Acosta, misionero peruano nacido en España y perteneciente a las generaciones de las últimas décadas del siglo XVI.
Entendiendo que no habían sido llamados para ocuparse entre los españoles, ni a entrar en conflictos con las otras órdenes religiosas, ni a perturbar los intereses de los colonos o encomenderos, los hijos de San Ignacio procuraron actuar en espacios no influenciados y, por así decirlo, ante parcialidades indígenas todavía no evangelizadas. Fue así como los jesuitas en América, sin haber sido los primeros en arribar, fueron sí los primeros en trabajar pastoralmente en algunas regiones nuevas. Por ejemplo, en el sur de Argentina; entre parcialidades de guaraníes, mojos, chiquitos, en Maynas y en el Orinoco.
Es posible establecer itinerarios de penetración de los jesuitas. Resulta evidente que poseen un claro ideal misionero. La dinámica evangelizadora de los jesuitas fue pautada también por peticiones de obispos, de autoridades coloniales y cabildos, de colonos, que los pedían para que educasen a sus hijos, e incluso caciques y parcialidades indígenas.
Estructuras al servicio de la evangelización
Las decisiones las tomaba el superior provincial en consulta permanente con el Superior General residente en Roma. De ahí la importancia de las fundaciones de Provincias en América. Las grandes decisiones requerían el visto bueno de obispos y autoridades patronales. Muchas veces en el discernimiento de las decisiones alternaban dos factores: la escasez de sujetos, y la naturaleza de los trabajos a considerar.
Se conocen casos en los cuales resultaba claro el percibir cómo la obra de evangelización entre los indios requería nuevas fundaciones en poblados de blancos. Por ejemplo, en beneficio de las actividades de0 los misioneros en Maynas se propuso la fundación de casas de jesuitas en pueblos cercanos a aquellas regiones, dado que la residencia más próxima se encontraba en Quito.
La obra de implantación de la Compañía de Jesús en América requirió una estructura financiera, tanto para sostener a los jesuitas, como para sostener sus obras y trabajos. De esta manera surgirán las posesiones de inmuebles de los jesuitas en América, desde los templos hasta la estancia o plantación. Asimismo apareció la actividad productiva, agropecuaria o artesanal, y el comercio, dominados por los jesuitas. Todo fue posible gracias a un buen funcionamiento que, a su vez, requería dineros, capacidad organizativa y de gestión, y mano de obra, que consistió, como se sabe, en parte indígena y hasta esclava.
El jesuita había sido enviado por sus superiores y por las autoridades reales, y vivió su envío en la espiritualidad propia, como un envío realizado por Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia y el Sumo Pontífice. Con toda sinceridad fue generoso en su envío y se desgastó en los ideales de la mayor gloria de Dios y bien de las almas, según su instituto religioso. Su trabajo concreto lo efectuó a través de instituciones o directamente. Entre blancos o entre indígenas. En todo caso se vio, poco a poco, comprometido con el sistema productivo que había formado para poderse emplear en la tarea de evangelización.
Mientras tanto, estos jesuitas con sus obras, pueblos de indios, templos, actividades productivas y abundante mano de obra disponible, comenzaron a despertar la codicia de los colonos. Aparecieron las críticas y los libelos contra los jesuitas. Incluso se llegó a la calumnia. Se fue preparando un ambiente que adquirirá densidad al momento de tomar la medida de expulsar a los jesuitas de América. Porque los jesuitas se incorporaron a ayudar en la evangelización de América en esas épocas, al final se vieron envueltos y ofrecieron una presencia, que ellos fueron montando insensiblemente, y que en parte, desvinculada de la «colonización», y, en parte, quizás, acorde con ella, les resultó perjudicial. En cuanto que contra ella arreciaron los ataques.
Más puntos críticos
Dentro de la universalidad de frentes evangelizadores y regiones geográficas en que actuaron los jesuitas, deben considerarse la diversidad de personalidades y actividades de los propios hijos de San Ignacio. El jesuita será mencionado en la historia de los descubrimientos, etnografía, cartografía, historia, lingüística, por sus actividades en la imprenta, agricultura, ganadería, etc. Otra gran variedad de tipos surgen al observar a los jesuitas en sus actividades religiosas y apostólicas: el profesor universitario, el educador, doctrinero de indios, catequistas, asesor en concilios provinciales y de obispos, mártir, predicador, misionero popular, organizador y animador de cofradías, etc. Tres observaciones críticas más: Primera. Los jesuitas pasaron esta época por América sin formar provincias mestizas de la Compañía de Jesús. Menos todavía indígenas. En contrapartida supieron, poco a poco, incorporar en sus filas y en gran medida a los extranjeros y a los criollos.
Segunda. Los jesuitas, en la realización de los desafíos pastorales que asumieron en el Nuevo Mundo, se encontraron tensionados ante la necesidad de tener que asumir la cura de alma de indios. Entendieron que así lograban mejores frutos y asumieron convertirse en responsables de comunidades indígenas, algo que no condecía claramente con los lineamientos de su instituto religioso.
Tercera y última. Al ser expulsados los jesuitas de América, cabe señalar que cumplieron una importante función benéfica a América desde Europa donde se exilaron. Mediante sus obras referentes a los asuntos del Nuevo Mundo y de las misiones, ayudaron a informar a sus contemporáneos sobre todo aquello que habían visto y experimentado. Sus aportes fueron importantes a la causa de la verdad contra los libelos y las calumnias. También ayudaron a formar la conciencia americana.
Semblanza del Jesuita misionero
Para terminar, nada mejor que escuchar a un evangelizador de esos tiempos, el Padre José Cardiel, quien entre 1729 y 1768 actuó principalmente en las reducciones del Paraguay. Así describe a los misioneros jesuitas sus compañeros: “(no buscan) «otra cosa en lo temporal, que una mesa y un vestido de un clérigo honesto y virtuoso, sin profusión, sin regalos, una cosa común y ordinaria. Con esto están contentos. En tantos años que he tratado con ellos, nunca les he visto aspirar a otra cosa. En lo espiritual todos los vemos tan aplicados a los confesonarios, prontos para ricos y pobres, y lo que causa no pequeña admiración y edificación a todos, es ver que acaba el jesuita de tener algún oficio alto, como de Provincial o visitador, y luego se pone a confesar pobres y ricos, blancos y negros.
Los vemos tan puntuales cuando son llamados a los enfermos y moribundos de día y de noche, aunque sea a la media noche, con fríos, con hielos, con lluvia, con barro, y esto lo mismo al pobre que al caballero, sin jamás excusarse. Los vemos con tanto celo espiritual en la frecuencia de pláticas doctrinales en las plazas, con tantos sermones en los púlpitos, con tanto fervor en las misiones en España y en la América, con tanta aplicación a dar ejercicios, que ablandan a los más duros peñascos; y esto y otras cosas de sus santos ministerios, sobre cuidar con tanto esmero de la juventud en virtud, letras, buena crianza y policía. Todos vemos estas cosas. Nadie las puede negar. Pues quien esto ve, ¿qué dificultad puede tener en creer que lo que se dijo y afirman los obispos en sus informes al Rey, del desinterés con los indios, sea así, y más considerando, que en ningún ministerio de los que hemos dicho piden jamás interés alguno, sino que todo lo hacen por caridad gratis et amare?»”
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JUAN VILLEGAS © Simposio CAL 1992