GUADALUPE; Descubrimientos arqueológicos en Estados Unidos
Sumario
Presencia Europea y Mexicana en Norteamérica en el siglo XVI
Recientes descubrimientos arqueológicos en Estados Unidos confirman rastros guadalupanos dejados por algunas expediciones españolas en las costas atlánticas de los Estados Unidos, así como en archivos y bibliotecas, en los vestigios arqueológicos de iglesias y conventos, en las nuevas ciudades o en antiguos asentamientos españoles o de indígenas en conexión católica con ellos. En el sureste de los Estados Unidos se están llevando a cabo sistemáticas excavaciones en antiguos asentamientos españoles y mexicanos. Durante ellas se han encontrando varios objetos de valor religioso y guadalupano. Entre ellos destacan algunos objetos y medallas que representan a Nuestra Señora de Guadalupe. ¿Pueden datarse ya en el siglo XVI? Si así fuese confirmaría la extensión de la devoción guadalupana del Tepeyac y la arraigada devoción a Santa María de Guadalupe entre los pobladores de la Nueva España y sus adyacentes ya en tiempos tan tempranos.
Los españoles llegaron a algunos territorios de los hoy Estados Unidos, y que durante siglos estuvieron bajo los dominios de la Corona Española; fueron territorios explorados desde el siglo XVI y que formarían parte del México independiente hasta mediados del siglo XIX. Así describe Hilaire Belloc el alma del conquistador extremeño español en las Américas: “[Extremadura] es tierra bastante habitable y que produce famosas razas de hombres, de esta tierra [...] salieron algunos de los potentes conquistadores cuyos iguales no se han conocido jamás ni antes ni después, domadores de caballos y domadores del mundo [...] es por todas partes tierra provocadora y, lo que es más todavía, tierra que pide culto a algo simbolizado a estas montañas que semejan moras. A decir verdad, estas áreas de tierra ibérica desnuda casi sin árboles, casi sin gente, recuerdan y semejan al mar, pero un mar a escala más que titánica, un mar movido por tormentas que nuestro mundo no ha conocido jamás”.
Esas tierras que dieron a la luz aquellos conquistadores aventureros, marcaron profundamente los temperamentos de aquellos hidalgos castellanos: hombres de fe y tesón humano y “divino” en medio de sus miserias y de sus ambiciones bravías. Ni mares ni ríos, ni cordilleras o desiertos, ni barreras de pueblos o fronteras culturales y lingüísticas paraban su ímpetu conquistador. Llegaron así, entre otros muchos sitios a las costas de los actuales Estados Unidos de América y penetraron sus tierras entre mil incertidumbres y obstáculos. Avanzaban continuamente entre pueblos aguerridos y con frecuencia hostiles. Creaban poblados y asentamientos, base de futuras ciudades; más aún trazaban ya desde los comienzos, los planos de nuevas ciudades y villas según el modelo del libre ayuntamiento castellano, regido por una paridad de vecinos con derechos y deberes comunes, sometidos sin más a la Corona española como simple garantizadora de sus derechos de vecinos, como si de una “puebla castellana” se tratase.
Una de aquellas regiones visitadas fue la de la costa atlántica de los actuales Estados Unidos: desde Florida hasta Lousiana, Carolina y otros estados sureños. El primer español que intentó aquellas expediciones fue Ponce de León en 1513, cuando el Domingo de Pascua, la Pascua Florida, de ese año descubrió el territorio que llamó precisamente “ La Florida”; le siguieron Pánfilo de Narváez hacia 1528, Hernando de Soto en 1539; Tristán de Luna en Pensacola en 1559 y Menéndez de Avilés en Santa Elena. Estas expediciones levantaron algunos asentamientos con suerte varia, como San Agustín y sobre todo Santa Elena, la primera capital de Florida, en lo que es hoy la isla de Parris, donde recientemente se han llevado a cabo notables excavaciones arqueológicas. ¿Qué hacían aquellos hidalgos andantes, mezclas de “quijotes” y de “sanchos” en busca de aventuras de tesoros y de tierras para “Dios, para el rey y para sí”?
“Ya establecidos, fortificaban sus pequeños poblados, que pronto eran combatidos y diezmados por los ataques de los indios, las epidemias o los piratas ingleses, como Sir Francis Drake que, con 42 navíos y 2000 hombres, arrasó en 1586 todas aquellas precarias instalaciones, unas 50 misiones, que trataban de sembrar y cultivar la fe de los nativos. Entre los misioneros sacrificados está introducida la causa de beatificación de cinco de ellos, que dieron su vida gozosamente por lo que amaban”.[1]Aquellas misiones fueron reconstruidas años después, a comienzos del siglo XVII. Las misiones, regidas por los franciscanos, tuvieron una vida pujante a lo largo del siglo. Con el andar de los años muchas decayeron dejando tras de sí ruinas y huellas de un pasado social y religioso intenso. Los hallazgos arqueológicos muestran piezas que describen la vida difícil de aquellos colonizadores.
Hay medallas, corazones, crucifijos y también un medallón con la Virgen de Guadalupe, de bien probada antigüedad. Uno de los lugares de las excavaciones se encuentra en la Isla de Parris, en un campo de golf de la Marina estadounidense. Allí se levantaba una de las misiones franciscanas. Se trata de Santa Elena de la Isla de Parris, que fue abandonada en 1587. Algunos suponen que el medallón allí encontrado tuvo que ser fundido en el siglo XVI. “México era entonces, con la Dominicana y Cuba, el apoyo fuerte de cualquier exploración española. De 400 hombres que asentó en bahía Honda o Tampa, Pánfilo de Narváez, sólo cuatro lograron regresar a México, escapando de la matanza cruel y recorriendo miles de kilómetros, a lo largo del litoral caribeño”.[2]
La ciudad de México, capital de la Nueva España, se convirtió bien pronto en una notable metrópoli, floreciente en todos los sectores de la vida pública, sin excluir el cultural. Los plateros de la capital novohispana esparcieron enseguida las imágenes y medallas de la Virgen de Guadalupe del Tepeyac que hidalgos, soldados, frailes e indios viajeros llevaban consigo y esparcían por doquier en las Américas, las traían a España y las introducían en las lejanas islas Filipinas, cuyo paso obligado para los viajeros hispanos era precisamente México. Fray Andrés de Urdaneta, el misionero agustino apóstol de las Filipinas, llevó consigo a aquellas islas una tal imagen. El hecho es comprensible ya que las expediciones a las Filipinas tenían su paso obligado por México.
La imagen Guadalupana del Tepeyac llegó también hasta el mismo Japón; en tiempos de la sangrienta persecución contra el cristianismo, las autoridades niponas persecutorias la usaron, junto con otros símbolos cristianos, como crucifijos y medallones de la Virgen (algunos conservados en varios museos, como en el de Ueno, al norte de Tokio, en Lisboa y en el Vaticano) para el llamado “fumie” de la persecución. Los perseguidores colocaban tales imágenes en el suelo y obligaban a pisarlas a todos los habitantes de un poblado, para cerciorarse de que no eran cristianos o para empujar a apostatar a los cristianos de su fe si no querían morir con una muerte horrorosa. El método duraría durante muchos años. En los citados medallones se ven los rasgos gastados de las imágenes grabadas, debido a las continuas pisadas a las que fueron sometidas periódicamente durante largos años.
Con relación a la datación de las medallas halladas en las excavaciones citadas se puede concluir: En la Isla de Parris, Carolina del Sur, EE.UU., se han descubierto los restos del cementerio español de la antigua misión de Santa Elena, abandonado hacia 1587. Si la medalla “guadalupana” se hubiese encontrado en este sitio, se podría fechar en el siglo XVI. Sin embargo, en el libro The Recovery of Meaning no se menciona que se haya encontrado tal medalla en el lugar de las citadas excavaciones. En otro lugar arqueológico protohispánico, en la Isla de Sta. Catherine, Georgia, a 100 kilómetros al sudoeste de Isla de Parris, se levantaba la misión española de Santa Catalina de Guale. La misión fue abandonada aproximadamente hacia 1680; el cementerio en el que la medalla fue encontrada está vinculado a la estructura de una iglesia de misión, construida aproximadamente hacia 1604. Así que la medalla hay que fecharla en el siglo XVII, antes de 1680 y no en el siglo XVI. En aquel lugar se han encontrado muchas otras medallas; en muchas de éstas se puede reconocer la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, y en dos de ellas incluso tienen a Juan Diego sobre el reverso. Tales medallas son muy raras en el siglo XVII.
Un tercer descubrimiento, el más interesante de todos, es el de una placa de cobre sobre la que grabaron lo que se ha interpretado como la aparición guadalupana, con la Virgen y Juan Diego, y hasta un demonio que se siente derrotado y en posición de huir. Se le conoce como la Placa de Coosawattee. La misión de Santa Catalina fue abandonada en 1680; pero su fundación data de muchos años antes. En las excavaciones realizadas se han encontrado medallas y símbolos iconográficos conectados con la aparición guadalupana, además de unos doce crucifijos, en metal y en madera, diez medallas de bronce, un medallón de oro y otro de plata y varias pinturas de santos sobre soporte de madera. Una de estas imágenes se puede interpretar con bastante seguridad como una imagen de la Virgen Guadalupana; en su cara posterior aparece el indio vidente Juan Diego, en una postura de devota conversación con la Virgen.
Los arqueólogos norteamericanos David J. Hally, Gordon Willey, James B. Langford, John S. Belmont y David Hurst Thomas, autores de los hallazgos y encargados de las excavaciones junto con un equipo de arqueólogos entre los que predominan los acatólicos, encuentra en estos descubrimientos pruebas de que la Virgen de Guadalupe ejercía una profunda influencia en los indios mexicanos que abandonaron sus tierras para acompañar a las expediciones españolas que partían de México; se refiere sobre todo a las expediciones de Hernando de Soto en 1539; de Pardo y de Tristán de Luna en Pensacola en 1559. Estos pobladores, que no pensaban ya poder volver a su antigua patria, conservaron la memoria de su tierra mexicana y de su fe y del Acontecimiento Guadalupano.
Escribe el arqueólogo Belmont: “Se dice que 7 u 8 millones de indígenas de la Nueva España se convirtieron [al cristianismo] en las generaciones después de 1531. Pero es inconcebible que copias de la imagen hayan llegado tan lejos durante esos días. Debe haber sido la historia del encuentro de Nuestra Señora con Juan Diego y su bondad y favores para él, más que la milagrosa imagen, lo que fue el impulso de esas conversiones, especialmente para aquellas regiones distantes de la ciudad de México, y especialmente para aquellos confinados en su condición de servidores, quienes posiblemente nunca pudieron hacer una peregrinación al Tepeyac. La expedición de De Luna salió de San Juan de Ulúa (cerca de Veracruz) con cerca de 500 soldados, presumiblemente todos de descendencia europea y cerca de otros 1.000, conformados por las esposas e hijos de los soldados, sus sirvientes – algunos negros pero en su mayoría indígenas – un contingente de nativos de México y Tatebul (¿Tlacopan/Tacuba? O ¿Tlacolula/Oaxaca?). Cualquiera que sea el origen de los indígenas colonizadores o sirvientes, fueron reclutados entre las tribus de México y por eso la mitad del personal de las expediciones eran indígenas de la Nueva España, conocedores de la Virgen de Guadalupe y fieles a su devoción. Es importante destacar esto, que a pesar de que la mayoría de este grupo eran soldados, españoles, una buena parte eran sirvientes, principalmente indígenas mexicanos. Estaban también los sacerdotes, fray Domingo de la Anunciación y fray Domingo de Salazar”.[3]Estos indios y estos soldados españoles llevaron estas imágenes de su fe. Los hallazgos arqueológicos citados confirman la realidad del influjo de la Virgen de Guadalupe ya desde finales del siglo XVI y a lo largo del XVII.
En las excavaciones se han descubierto medallones de la Virgen Guadalupana del Tepeyac. La imagen de la Virgen está nimbada con una inscripción: ‘concebida sin pecado original’, muy de acuerdo con la primera interpretación de la Guadalupana. Se sabe cómo los franciscanos han sido en su historia convencidos defensores del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen, mucho antes de que el dogma fuese reconocido por el Magisterio Pontificio a mediados del siglo XIX (1854). El primer obispo de México, el franciscano fray Juan de Zumárraga, ya quiso poner a la Iglesia Mayor bajo el título de la Concepción de la Madre de Dios, pues, según relatan las fuentes, “en tal día (de su octava) había querido Dios y su Madre hacer tal merced a esta tierra”. La imagen de la isla de Parris es probablemente anterior a 1587, ya que en ese año los españoles dejaron dicha isla para no volver.
Un autor americano, Philip S. Callahan, sostiene la tesis de que una buena parte de los elementos guadalupanos habrían sido añadidos más tarde. Tales ‘añadiduras’, según el citado Callahan, se hicieron durante la gran inundación de la ciudad de México de 1629. Ante la gran calamidad, que dejó un saldo inicial de 27.000 muertos, las autoridades civiles y religiosas de la ciudad condujeron en barcas la Imagen del Ayate Guadalupano hasta el templo mayor, la catedral de hoy. Allí permaneció durante un periodo de cinco años, que según la tesis de Callahan, fue aprovechado para pintarle las flores, las estrellas, la luna y el ángel; según este autor, durante el traslado, bajo el diluvio, se mojó, se estropeó y le habrían añadido varios elementos, hasta dejarla como hoy la conocemos. La teoría imaginada por Callahan se encuentra desmentida por otros ejemplares precedentes. Entre los ejemplares que desmienten la imaginación citada bien se podría citar también este medallón de la Isla de Parris, la antigua Santa Elena, capital de Florida, anterior a 1587; en la imagen aparece el ángel y la luna, tal como la conocemos en la tilma del Tepeyac. Sin embargo, una pregunta queda en el aire: ¿no podría pertenecer más bien este medallón a la serie de medallas de la Virgen de Guadalupe encontradas en las excavaciones llevadas a cabo en un cementerio de los primeros pobladores hispanos dentro de la misión de la Isla de Santa Catalina de Guale (Georgia)? Tal es la hipótesis de John Belmont, arqueólogo e investigador, de la Universidad de Harvard.
La Placa de Coosawattee como documento plástico
En las excavaciones realizadas por los citados arqueólogos americanos sobre los asentamientos españoles del siglo XVI, en los estados de Florida, Georgia, Alabama y Carolina del Sur, apareció una ‘placa de cobre’ (18 por 8.5 centímetros y 0.98 centímetros de espesor). Se la conoce hoy como la Placa de Coosawattee; muchos la consideran ya como una pieza importante que corrobora, en una confluencia de fuentes de índole diversa, la historicidad de Juan Diego y del Acontecimiento Guadalupano. ¿Cuáles trazas históricas se deben examinar para entender mejor los resultados de las excavaciones y las hipótesis que se quieren dar? En 1560 partía de México una expedición, al mando de Tristán de Luna; subió hacia Montgomery, Alabama, y continuó, al mando de Mateo del Sauz, hasta la provincia de Coza (Coosa) al noreste de la actual Georgia, donde ahora se ha encontrado esta placa. Consta que permanecieron en ese lugar de julio a noviembre de 1560. Si esa placa, razonablemente fue llevada por estos exploradores, ya que ninguna otra expedición española pasó posteriormente por aquel lugar, significaría que la placa pertenece a una época muy cercana a las apariciones marianas de Guadalupe (1531).
La placa es de cobre repujado en frío, fundida en México y podría haber sido llevada a Coosa por alguno de los miembros de la expedición. Posiblemente, ya en Coosa, un hábil tlacuilo indígena habría podido grabar en su lisa superficie la escena de la aparición guadalupana, y colgar el medallón del cuello de una niña; era muy común entre las mujeres de aquel tiempo utilizar este tipo de láminas (de concha, nácar o metal), como un collar, o adorno sobre el pecho. Murió pronto la niña que la lució y fue enterrada con ella en un lugar, hoy conocido como Poarch Farm, a la orilla del río Coosawattee. Los arqueólogos que examinaron unas 400 tumbas en aquel sitio, encontraron el esqueleto de la niña y la placa sobre su pecho. La escena de la aparición guadalupana habría sido grabada por aquel tlacuilo que nunca había visto la imagen del Tepeyac; se conserva esta escena bastante completa, a pesar de la corrosión química que ha ido consumiendo todo su perímetro. Se pueden ver las tres figuras que la componen. La figura que ofrece más posibles indicios de que se trata del Hecho Guadalupano, es la de Juan Diego, con su tilma anudada en su hombro, hincada su rodilla derecha y llevando en su mano izquierda unas rosas (las famosas rosas cortadas en el cerro del Tepeyac). La posición de su mano derecha podría indicar su aceptación del mandato de la Señora, que le ordena llevar esta prueba al obispo de México.
El problema iconográfico podría ser el modo de representar a la Virgen de Guadalupe. El grabador indígena no conocía el icono guadalupano, tal como lo vemos hoy. Por eso pudo haber interpretado a su modo a la Señora del Tepeyac y vestirla con el huipil que usaban entonces las mujeres aztecas. Con su mano derecha estaría dando instrucciones a su “enviado” Juan Diego, para que llevase las flores al obispo. En su mano izquierda sostiene unas rosas. La tercera figura es también característica de la iconografía piadosa del siglo XVI. Se presenta a la Virgen como defensora de las asechanzas del diablo, del mal. En numerosos cuadros e imágenes se representa a María pisando la serpiente del libro del Génesis (el demonio tentador) o en otras formas semejantes. Los nativos del río Coosa representaban al diablo según como ellos lo entendían: un personaje con rostro temeroso, contrariado y en actitud de huída ante la determinación con que, en este caso, Juan Diego habría acogido el mensaje mariano. Desconcierta esta desusada iconografía, pero los arqueólogos que descubrieron la placa creen que podría expresar la historia del Hecho Guadalupano del Tepeyac.
Dice el arqueólogo John Belmont: “Es mi opinión que un mexicano, viendo que los nativos importantes utilizaban collares, que eran en efecto ídolos religiosos paganos, decidió confeccionar sus propios collares, producto de la propia imagen cristiana. Los más recientes artistas de las apariciones, visten a Nuestra Señora como se apareció en su imagen; pero visten a Juan Diego con la ropa y el estilo de cabello de un indígena campesino. Este artista, sin conocimiento de la imagen, viste a María con su huipil azteca”.[4]La placa tuvo que ser llevada al lugar donde fue encontrada entre julio y noviembre de 1560, pues a partir de entonces ninguna otra expedición española puso pies en las riveras del río Coosa. Esta sencilla placa, con una iconografía “guadalupana” según esta hipótesis, demostraría la difusión popular del culto guadalupano del Tepeyac ya unos treinta años después de las apariciones.
El citado arqueólogo Belmont escribía el 25 de mayo del 2000 al investigador guadalupano Xavier Escalada cuanto sigue: “Mi buen amigo y compañero de estudios en Harvard es el profesor David J. Hally, que enseña actualmente en la Facultad en la Universidad de Georgia. [Otro arqueólogo] es James B. Langford, su discípulo y joven colega [autor del un estudio presentando la Coosawattee Plate, que se cree represente a la Virgen de Guadalupe]. He hablado recientemente con Dave Hally sobre la Placa de Coosawattee. Me comentaba que al limpiar la placa, se vio la existencia de un dibujo. Al principio no tenían idea de lo que podría ser. De lo único que estaban seguros era que el estilo-tipo de aquella incisión no tenía nada que ver con el de los indios de Georgia. Mostraron una fotografía de aquella incisión a nuestro respetado profesor de Harvard, el Dr. Gordon Willey, quien inmediatamente la identificó como azteca; era el primer objeto procedente de Mesoamerica encontrado en excavaciones en el Sudeste. Desde entonces Langford empezó a interesarse por la arqueología y cultura mexicana para preparar un artículo sobre el asunto. A la hora de evaluar su escrito hay que tener en cuenta su relativo desconocimiento y su acercamiento de novicio a dicha cultura (y aún más sobre el tema guadalupano y del Cristianismo en general). Por ejemplo, toma como principal fuente de sus informaciones sobre Guadalupe al absurdo anti-aparicionista La Faye, y usa un escrito inédito de un estudiante sobre los códices Mixtecas para interpretar las figuras en el grabado [de la placa de Coosawattee]. Por ello es necesario que expertos mexicanos en la historia del arte y de la cultura azteca, y sobre la historia de N. S. de Guadalupe, evalúen estos escritos; y que luego examinen y juzguen la citada placa. Por ello, envío estos materiales al p. Xavier Escalada, S. J. y a través suyo a la comunidad escolar mexicana”.
Pero, ¿qué es la Placa de Coosawattee y cuáles símbolos guadalupanos parece que contenga? El doctor Homero Hernández Illescas nos facilita un ponderado estudio sobre la Placa de Coosawattee y que viene a dar nuevas seguridades sobre su autenticidad encontrada en el ataúd de la niña enterrada casi 500 años antes. Tal interesante placa, de cobre repujado en frío, en México, fue llevada en la expedición española de 1560 (29 años después de las apariciones del Tepeyac). Después de esta fecha ya no volvería otra expedición hasta un siglo más tarde. De las tres figuras que aparecen en la placa, la primera no ofrece ninguna duda de que se trata de Juan Diego. La segunda, la Virgen, genera cierta incertidumbre, porque el tlacuilo que la grabó no conocía la imagen original y la vistió con el huipil de que usaban las damas de la época. El doctor Hernández Illescas ofrece dos datos que aseguran se trata de la Virgen de Guadalupe. El primero es la forma del peinado que el tlacuilo escogió para María. Ese peinado era distinto para las casadas y para las doncellas. Las primeras se peinaban con dos trenzas; la madre presumía con sus dos trenzas-cuernos, mientras la hija lo lleva suelto, como “las doncellas que vivían con toda honestidad y limpieza”.[5]El segundo dato que confirma la identificación de la dama como la Virgen Madre de Guadalupe, es el pectoral que cuelga del cuello de la Señora y que era propio de “las damas de cierto rango social, dedicadas al servicio de los dioses y con cierta y con cierta posición de mando”.[6]Ambos elementos, peinado del cabello y pectoral rectangular y con diagonales, que recuerdan símbolos espirituales del Nahui Ollin, eran formas convencionales, usadas entonces por los tlacuilos, para mostrar la dignidad de mando y la virginidad. El artista que grabó en la placa la escena de las Apariciones del Tepeyac, no conoció con sus ojos la forma como la Virgen se presentó a Juan Diego; pero conocía con precisión la manera como se vestían las damas de esa época y distinguió a María como a la Virgen que se peina cual doncella y como Señora que podía usar un pectoral de mucha dignidad y rango.
El sitio donde se encontró la Placa de Coosawattee es datado sobre el suelo arqueológico a mediados del siglo XVI. Solo tres expediciones españolas penetraron dentro de esta área en este periodo de tiempo: la de Hernando de Soto, la de Tristán de Luna, y la de Pardo. No hubo otras incursiones antes de ellos, o después de ellos hasta después de 1670. Las expediciones de Hernando De Soto y de Pardo fueron reclutadas en España (y en menor grado, en Cuba), pero la expedición de Tristán de Luna, 1559 a 1561, fue reclutada en México, y ésta es la más probable fuente para la Placa de Coosawattee.
La expedición de Tristán de Luna zarpó de San Juan de Ulúa (cerca de Veracruz) con seis sacerdotes dominicos, cerca de 500 soldados, presumiblemente todos de descendencia europea, y cerca de otras 1000 personas. Este último grupo de 1000, comprendía las esposas e hijos de algunos de los soldados, sus sirvientes ‑algunos negros pero en su mayoría indígenas‑ y un contingente de colonizadores indios de “México y Tatebula” (¿Tlacopan/Tacuba? o ¿Tlacolula/Oaxaca?). Cualquiera que sea el origen de los indígenas colonizadores, los soldados españoles con sus sirvientes, fueron reclutados de lugares tan lejanos como Zacatecas, Oaxaca y Puebla. De esta manera, tal vez más de la mitad del personal de la expedición fueron indígenas de toda la Nueva España. La expedición llegó a lo que es ahora Pensacola, Florida, y muchos de ellos nunca llegaron más lejos, al interior, en la actual región de Montgomery, Alabama. No obstante una fuerza de cerca 250, al mando de Mateo del Sauz, fue enviada al norte hasta “la provincia de Coza (Coosa)”, al noreste de la actual Georgia, donde la Placa fue encontrada.
Los expedicionarios permanecieron allí desde julio a noviembre de 1560, lo que nos ofrece la probable fecha del objeto encontrado. Es importante destacar que, a pesar de que la mayoría de este grupo eran soldados, quizás 50 ó 75 de ellos fueron sirvientes, la mayoría indígenas mexicanos. Formaban también parte del grupo dos sacerdotes dominicos, fray Domingo de la Anunciación y fray Domingo de Salazar. Se considera la Placa de Coosawattee como una ‘medalla’, una especie de collar que se colgaba al cuello. Se usaban un tipo de collares con medallas, hechas con conchas marinas; se encuentran raramente las elaboradas en cobre. Se han encontrado estos objetos en los esqueletos de sus propietarios, en su mayoría hombres adultos, aunque se encuentran también en niños. En estos medallones se ven tallas de dibujos de animales sagrados y de guerreros-sacerdotes con sus atributos. No se conocen grabados femeninos. Langford cree que la Placa haya sido hecha en México. Pudo incluso haber sido hecha para servir como portada de un libro o de una caja. Pero luego pudo muy bien haber sido transformada en una medalla, precisamente en Coosa.
Un indígena mexicano pudo muy bien haber llevado a cabo el trabajo de transformación con una herramienta de piedra. Si lo hubiese hecho en México lo habría realizado con una de metal. Pudo suceder que un indio mexicano, al ver que los demás indios del lugar llevaban collares con símbolos religiosos paganos, haya pensado fabricarse uno con una imagen cristiana. El collar fue encontrado al cuello de una niña india; que pudo muy bien haber sido una descendiente del indio que lo hizo.
¿Es el grabado una representación de Nuestra Señora de Guadalupe?
Para Langford la Placa representa, o a la Mujer del capítulo 12 del Apocalipsis, o a la Anunciación. Se trata de una simple hipótesis sin más fundamento que el de la posibilidad. ¿Puede afirmarse que se trata de la Virgen de Guadalupe? A simple vista la mujer del grabado no se parece en nada a las imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe del Tepeyac. Después de 1531 una multitud de indios de toda la Nueva España se hizo bautizar. Algunos, inflando las cifras, hablan de 7 u 8 millones. No es por ello impensable que la imagen de la Virgen del Tepeyac se difundiese rápidamente por los dominios españoles mexicanos. La Virgen, sus apariciones, su santuario, tenían que ejercer una atracción enorme y tener un influjo extraordinario para explicar su rápida difusión lejos de las fronteras del valle del Anahuac del centro de México.
Tuvo que haber sido la historia del encuentro de Nuestra Señora con Juan Diego y su bondad y milagros lo que movió a tanta conversión, así como su continua atracción tan extraordinaria, tocando también regiones muy distantes de la ciudad del México. Los indios de aquellas tierras lejanas habrían oído la historia de Guadalupe y del indio Juan Diego; habrían comenzado a rezarle ya que no podían llegar en peregrinación hasta el cerro del Tepeyac, como lo hacen todavía hoy millones de peregrinos.
Muchos anti-aparicionistas, por ignorar las muchas evidencias de la existencia de la imagen en el siglo XVI, postdatan en un siglo el texto del Nican Mopohua y niegan la historicidad de Juan Diego, sosteniendo que nos hallamos ante una piadosa invención de algunos clérigos de mediados del siglo XVII. La Placa de Coosawattee sería una evidencia más de lo contrario. Para cualquier investigador de las antiguas culturas e historia indianas, un detalle, por insignificante que parezca, puede llevarnos a descubrir aspectos desconocidos o a confirmar algunos más dudosos.
Para el Nican Mopohua, el clímax del acontecimiento alcanza su zenit en la última aparición de la Virgen a Juan Diego con el milagro de las flores y la aparición de la imagen sobre la tilma en presencia del Obispo Zumárraga. El hecho narrado por el Nican Mopohua de que en la tilma del indio se estampe el icono de María, tuvo que ser algo tremendamente sorprendente para un indio recién convertido. Ante la petición lógica del Obispo designado de México de una señal que confirmase cuanto el indio vidente pretendía afirmar de haber visto a la Virgen, Ella se lo habría dado en forma inesperada: habría ordenado al indio recoger unas rosas en el cerro yerto del Tepeyac para llevárselas al Obispo. Según el texto del Nican Mopohua, al desenvolver el manto doblado con las rosas habría aparecido la pintura de la Virgen. Para un indio educado en una cultura “de flores y cantos” la aparición de aquella señal tuvo que llenarle de estupor; aun más si se tiene en cuenta la situación de degrado y de desprecio en la que versaban los indígenas en los años inmediatos a la conquista, aquel hecho extraordinario cobraba una importancia aún mayor.
La historia habría corrido como un reguero de pólvora por doquier, si se quiere embellecida al pasar de los años con detalles primorosos y de tierna poesía, pero no por ello totalmente inventados o fabricados por la imaginación popular. Los hechos podían prestarse a multitud de interpretaciones artísticas, sobre todo en lugares donde los indios no habían visto antes una imagen de Guadalupe y sólo habían escuchado de boca en boca la historia de los hechos. Sería lo que habría pasado con el indio grabador de la Placa de Coosawattee.
Según la interpretación de Langford, un hombre estaría sosteniendo una antorcha que humea. Langford reconoce que no se conocen representaciones de este tipo en el arte figurativo azteca. Pero también podría ser, según el mismo Langford, que el hombre estuviese sosteniendo una rosa. Si esta interpretación de Langford fuese correcta: el hombre estaría cumpliendo una orden o haciendo una petición, y ella ‑la mujer‑ estaría dándole tal gracia o aceptando tal petición. La interpretación encaja correctamente con la historia guadalupana. Juan Diego está pidiendo un signo, y la Virgen se lo está concediendo. De hecho ya se lo ha concedido: es la rosa en su mano.
La casi totalidad de los primeros cuadros de la Virgen de Guadalupe pertenecen al siglo XVII y en algunos casos ya éste bien entrado; abundan luego en el siglo XVIII. Los pintores de estos cuadros siguen en sus cuadros modelos iconográficos establecidos. Sin embargo, los pintores o escultores que pintan o representan al indio vidente Juan Diego caen todos un anacronismo en su fisonomía y vestuario: lo representan simbólicamente a modo de “peregrino” vestido con la ropa y el peinado de un campesino indígena según la indumentaria ya en uso en los siglos XVII y XVIII. El grabador de la Placa de Coosawattee, sin ningún conocimiento de la imagen, le pone el típico huipil azteca, y viste al hombre indígena con una camisa ( y con pantalones?), añadiéndole también la tilma. Sin duda éste era el traje de un indio cristiano mexicano del Anáhuac hacia 1560. No era el vestido de un indio a la llegada de los españoles. Juan Diego no podía vestir así, con calzones blancos, camisa y una larga tilma, desbarbado y con el pelo largo que le cae sobre las espaldas. Las representaciones mexicas del período inmediato a la post-conquista nos muestran siempre el modo de vestir de los indios comunes y el de los principales; sólo éstos llevaban la tilma y una especie de perizoma.
En la Placa de Coosawattee se ve a otra figura enigmática: un animal anómalo. ¿Qué es? Langford sugiere que se trata de un axolotl; pero se parece mucho más a un cerdo. Se sabe que en la iconografía o pintura española de la época, los artistas religiosos representaban al demonio con formas muy definidas. La pintura y la escultura estaban con frecuencia al servicio de la catequesis. ¿Tiene algo que ver la figura de la Placa de Coosawattee con tal iconografía, como el hocico embotado y la pezuña hendida del animal-demonio? ¿No habría querido figurar el grabador indio en esta figura al demonio sometido a la Virgen, según la interpretación Católica de Génesis 3, 15, sustituyendo la figura de la serpiente por la de este animal impreciso en sus formas? No es irrazonable pensar que el grabador de la placa conociese la historia guadalupana en la versión de Antonio Valeriano y que hubiese querido también conjugar la devoción guadalupana juntamente con una especie de “detente”, medalla protectora, contra los espíritus malignos. Quizás también el monstruo represente a las divinidades locales de Coosa, que para nuestro cristiano mexicano habían ya sido vencidas por Nuestra Señora.
Comentario
Las medallas encontradas, aunque no se puedan fechar tan temprano como algunos imaginan, son sin embargo un documento de sumo interés. Solamente el Códice Escalada es un documento guadalupano y con referencias explícitas a Juan Diego con una datación muy temprana con relación a los hechos de Guadalupe. La Placa de Coosawattee, que puede ser hipotéticamente datada hacia 1560, sería por ello otro documento plástico importante. El arqueólogo John S. Belmont es un norteamericano de ascendencia anglosajona, dato que él hace notar explícitamente, para reafirmar su independencia sentimental del aspecto guadalupano. “Yo soy probablemente el único norteamericano capaz de comprender la importancia de la Placa de Coosawattee para los estudios guadalupanos”, escribe, en unos momentos en los que la presencia guadalupana ya estaba en las tierras de los futuros Estados Unidos, siglos antes de que Juan Pablo II declarase Nuestra Señora de Guadalupe patrona principal del Continente Americano.
Notas
Bibliografía
- BELLOC, Hilaire, A wanderer's note book. The Tagus. The Sunday Times, 13-VIII, 1939, citado en Madariaga, Hernán Cortés, 32-33.
- BELMONT, John S., 1205 S. Monument Rd., Kanab, UT 84741, USA.
- Enciclopedia Guadalupana, Xavier Escalada S.J. (editor), IV, México, p. 600.
- ESCALADA, X., en Excelsior, Miércoles 19 de Julio de 2000; Id., en Excelsior, Jueves 27 de Julio del 2000.
XAVIER ESCALADA / FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ