LA FLORIDA; el Castillo de San Marcos

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El viajero que llega a San Agustín de la Florida se sorprende ante la imponente mole del Castillo de San Marcos, poderosa fortaleza de corte renacentista construida más con más determinación que piedras a la orilla del mar, centinela insomne que desde hace más de tres siglos custodia y defiende los accesos a la ciudad más antigua de Estados Unidos.


La Florida, presionada por los enemigos desde el norte y el mar, fue la posesión española más pequeña, pobre y expuesta a los ataques, y tal vez la que se defendió con más ahinco. El Castillo de San Marcos, refugio y fortaleza, nunca fue tomado por ningún adversario. La poderosa fortaleza de murallas imbatibles, emblema de la presencia de España en Norteamérica, contaba con algo mejor que la artillería: el espíritu de resistencia, el coraje de los defensores y la decisión de vencer que la hicieron invencible.

LOS DOMINIOS ESPAÑOLES MÁS PELIGROSOS DEL NUEVO MUNDO

Al saldo desastroso de las expediciones de Juan Ponce de León, Pánfilo de Narváez y Hernando de Soto, se deben añadir los intentos de Francisco de Garay, Lucas Vázquez de Ayllón, Tristán de Luna y Arellano y Ángel de Villafañe. Al pasar los primeros cincuenta años de esfuerzos españoles para explorar y colonizar la Florida, era altísimo el costo de la ininterrumpida gesta: el reino había perdido 100 embarcaciones en las que habían ocupado un sitio 4000 expedicionarios, de los cuales 2000, entre los que se contaban 30 sacerdotes, habían muerto.


También perecieron cientos de indios cubanos que habían sido utilizados como cargadores. Se perdieron 1000 caballos y muchas cabezas de ganado vacuno y porcino, y millones de pesos en aperos, suministros, armas, municiones, avíos y logística de todo tipo. El colosal esfuerzo de España, que duró años con persistencia y tenacidad inquebrantables, en territorio de lo que son ahora los Estados Unidos de Norteamérica, para llevar la civilización europea a las tierras de la Florida, no tenía antecedentes ni era posible encontrar eventos parecidos en la historia: “Nunca antes ni después, dentro del vasto escenario del Nuevo Mundo, la nación descubridora había hecho más para alcanzar menos”.[1]

Pronto llegaron los misioneros, que en ocasiones organizaron sus propias expediciones anticipándose a muchos exploradores. Primero los dominicos, estimulados por fray Bartolomé de las Casas, emprendieron el viaje bajo la dirección de fray Luis de Cáncer y murieron a manos de los indios casi en el mismo momento de desembarcar en 1549. Años después, desde 1566, vinieron los Padres de la Compañía de Jesús, llamados por Pedro Menéndez de Avilés, pero pronto tuvieron que abandonar las nueve misiones que fundaron. Su etapa duró siete años. Cinco padres fueron muertos a hachazos por los indios, y el Superior de la Compañía, espantado por las dificultades que encontraron y por el martirio final, decidió abandonar el territorio.

Finalmente, los franciscanos llegaron en 1573 para levantar el estandarte de Cristo y continuar la evangelización. Eran hombres de tanta fe que eran capaces de arriesgar la vida e incluso de perderla con tal de adelantar su misión. Y la cumplieron según el carisma de San Francisco, entre indios especialmente fieros y hostiles, viviendo al lado de ellos, comiendo lo mismo, pues no se puede evangelizar al otro mirándolo desde arriba o sometiéndolo a la esclavitud, sino caminando a su lado, como compañero y amigo, porque es tarea difícil enseñar a santiguarse con cadenas.

Y así, los franciscanos de la Florida aprendieron el idioma local, escribieron gramáticas y redactaron catecismos en los principales dialectos indígenas para enseñarles la doctrina del amor. Erigieron doctrinas, levantaron ermitas, enseñaron a los indios a cultivar, a criar animales, a asistir a misa los domingos, y les trasmitieron, con infinita paciencia, las primeras nociones de la tradición católica y del pensamiento humanista occidental. Y sus misiones, con períodos de gran brillantez y épocas de decadencia, duraron más de dos siglos.


La Capitanía General de Cuba tenía jurisdicción política y eclesiástica sobre los territorios españoles de la Florida, Jamaica y mucho después, sobre la Luisiana o Florida Occidental. Pero fueron la Provincia de la Florida Oriental, capital San Agustín, y la Isla de Cuba, quienes compartieron eventos que hermanaron sus territorios e historias. Entre tantas, la incómoda posición de ser las tierras más peligrosas, en los dominios españoles del Nuevo Mundo. Ocurre que los grandes virreinatos continentales (Nueva España, Perú, Nueva Granada, Río de la Plata) casi siempre disfrutaron de una paz relativa. Sus ciudades y sus capitales, edificadas tierra adentro, no eran objetivo fácil para invasores, corsarios y piratas.


La Florida y Cuba, por el contrario, compartían la defensa del paso de las Flotas por el estrecho y el Canal Viejo de Bahamas. Las Flotas se concentraban y avituallaban en La Habana; y la Florida y su capital San Agustín podían ser amenazadas fácilmente por los ingleses, franceses u holandeses desde el norte, por lo que la isla y la península estaban en la mira de los enemigos. Poseer Cuba y la Florida significaba controlar el paso de Europa a América y una amenaza para las Flotas y el comercio español con el Nuevo Mundo: por esa causa, la Isla y la Provincia de la Florida, de escasa población defendida por las murallas del Castillo de San Marcos y la línea de fortificaciones que miraba a Georgia y las Carolinas, sufrieron muchos ataques de bandidos del mar y las invasiones directas de los ejércitos ingleses.


Eran colonias pobres y poco pobladas cuyos habitantes vivían pendientes de la amenaza de un nuevo asalto pirata a villas y haciendas, siempre en pie de guerra, puesto que cuando se salía de un combate se preparaba el ánimo para el siguiente: gracias a la entereza y el valor de isleños y peninsulares, el estrecho y el Canal Viejo de Bahamas permanecieron bajo control de España durante tres siglos, lo que facilitó en la expansión colonial hispana por las tierras de América.


Como ya se ha dicho, Cuba y la Florida custodiaban el estrecho de la Florida y garantizaban el paso tranquilo de las Flotas, que se reunían en San Cristóbal de La Habana antes de emprender la larga ruta desde la mayor de las Antillas hasta España. Pero además de la responsabilidad, compartían la angustia de la pobreza. La Florida vivía a expensas del situado mexicano que pagaba una escasa guarnición. Gracias a diversos pactos con los indios pacificados, obtenían el pago de algunos tributos en forma de maíz.


De Cuba llegaban algunos suministros para San Agustín, el sistema de fortalezas de la frontera norte, y en la desembocadura del río Miami, y la red de misiones franciscanas, que llegaron a sumar 120 en su momento mejor. Allí, los abnegados y ascéticos frailes, siempre menesterosos, aprendieron las lenguas indígenas, redactaron catecismos que se imprimieron en México y fueron los primeros textos empleados en Norteamérica, enseñaron la agricultura y la cría de animales a los indios que también aprendieron a leer, escribir y contar junto con otros usos, costumbres y técnicas europeas.


La isla y la península también compartían el peligro de los asaltos de piratas y corsarios, que no estaba presente en los grandes Virreinatos sino tal vez solamente en las zonas costeras. Poco poblada, la Isla que apenas contaba 20.000 habitantes al comenzar el siglo XVII, sacaba fuerzas de flaqueza y enviaba soldados y abastecimientos a la Florida cuando la amenazaba algún peligro, en tiempos en que los colonos españoles con sus familias y los soldados de guarnición apenas sumaban 2.000 almas.


Mientras que Diego Velázquez conquistó en poco tiempo la Isla de Cuba, Hernán Cortés se apoderó del imperio azteca en unos meses, Pizarro y Almagro conquistaron el Perú también en plazo muy corto, las expediciones españolas desde 1513 hasta 1565 sólo dejaron el amargo recuerdo de la pérdida de muchas vidas y de grandes gastos inútiles. Todos los esfuerzos fracasaban en la península de la Florida, y para los diversos adelantados y expedicionarios que intentaron apoderarse de la península, aquellas conquistas rápidas y fulgurantes, triunfadoras en el primer intento, que tuvieron lugar en otros lugares dentro de la inmensa extensión del Nuevo Mundo, sólo eran recuerdos de victorias que llenaban a España de gloria y a ellos de vergüenza.


¿Por qué, a pesar de todo, el reino de España puso tanto empeño en colonizar y evangelizar un territorio tan hostil, pobre y carente de recursos como la Florida, a pesar de las numerosas exploraciones previas realizadas y de que se armaron siete expediciones, al costo de numerosas vidas de españoles e indios auxiliares y grandes pérdidas económicas además de las de embarcaciones, útiles, enseres, caballos, ganado…? ¿Para qué tanto gasto al parecer inútil?


La Florida era pobre, y no tenía yacimientos de metales preciosos. Todo lo que podía ofrecer se traducía en ciénagas, tremedales, mosquitos, pantanos interminables y fantasmales tribus indias, siempre trashumantes, que cambiaban de lugar cuando consumían los recursos alimenticios de un territorio, por lo que no era fácil ubicarlas. Aquellos indios ubicuos y primitivos, nómadas que no conocían ni querían la vida sedentaria, aparecían y desaparecían en el escenario pantanoso, por lo que era difícil lidiar contra ellos, ya que sólo presentaban batalla cuando se sentían favorecidos por el número y las circunstancias.


En un primer momento se pensó en un eventual descubrimiento de riquezas que nunca tuvo lugar; pero ese fue el primer motor impulsor. La necesidad de evangelizar a los indios, unida al deseo de los reyes de ocupar todas las tierras que les correspondían de acuerdo con lo dispuesto en las bulas alejandrinas, parece haber sido el principal estímulo de los reyes entre 1513 y 1564.


Del afán evangelizador da fe, antes de la llegada del Adelantado Pedro Menéndez de Avilés, la designación en el año 1527 de un Obispo, el franciscano fray Juan Suárez, para la diócesis de Santiago de la Florida o Terra Florida, proyectada, pero no creada, y el generoso intento de fray Luis de Cáncer que apoyara fray Bartolomé de las Casas y que terminara de forma dramática y sangrienta.


Finalmente, la doble necesidad de limpiar de enemigos los territorios situados al norte del imperio y la amenazadora noticia de que un grupo de hugonotes franceses bien provistos de armas y abastecimientos trataban de colonizar aquellas tierras que España consideraba suyas, por una parte; y por otra el imperativo de asegurar el paso de las Flotas del Oro y en general del tráfico, el comercio y las comunicaciones entre España y el Nuevo Mundo, que debía transitar en el estrecho de la Florida ubicado entre Cuba y la península, movieron a S. M. Felipe II a enviar uno de sus capitanes más experimentados, el asturiano Pedro Menéndez de Avilés, con el triple propósito de expulsar a los invasores hugonotes, conquistar y colonizar la Florida, y llevar la luz del Evangelio a sus habitantes.


De esa forma, 52 años después del primer intento que protagonizara Juan Ponce de León, el Adelantado Menéndez de Avilés pudo llevar adelante el proyecto de la Corona en el territorio que había retado y destruido los sueños de muchos valerosos capitanes.

HOSTILIDAD EXTRANJERA CONTRA LA FLORIDA ESPAÑOLA

La colonización de la Florida siempre estuvo amenazada por la animosidad de los franceses, siempre ansiosos de revancha.


Después de la fortaleza artillada que protegía San Agustín y tras un minucioso estudio del terreno y los accesos, el Almirante Pedro Menéndez de Avilés decidió los sitios donde se iban a levantar los fuertes de San Marcos, San Mateo, San Juan y Santa Elena, en los accesos naturales que miraban a San Agustín desde el norte, aparte de dos reductos auxiliares,[2]y por el sur el fortín erigido en la desembocadura del río Miami, que trataban de cubrir las rutas principales que se adentraban en la provincia de la Florida española.


El hugonote Dominique de Gourgues, que no había estado presente cuando Menéndez de Avilés exterminó a los hugonotes franceses en 1565 apoderándose de Fort Caroline, protagonizó una sangrienta venganza en 1567 con la ayuda de los indios subordinados al cacique Saturiba, hostil desde el principio a los españoles, quien había realizado varios intentos contra San Agustín tratando, además, de tomar las fortificaciones emplazadas en un territorio que consideraba suyo. Los franceses se apoderaron de uno de los dos reductos y a continuación asaltaron y tomaron el fuerte San Mateo erigidos en las cercanías y finalmente se retiraron cuando los españoles, repuestos de la sorpresa, se preparaban para contraatacar.[3]

Hubo además otras intentonas realizadas por los franceses, que durante muchos años merodearon de forma amenazante por las costas de la Florida, tal vez valorando la posibilidad de un regreso o con designios de saquear y apoderarse de lo que pudieran.


A comienzos del siglo XVII, los holandeses que habían fomentado el asentamiento de Nueva Amsterdam, en el sitio donde se levanta ahora Nueva York, comenzaron a explorar el litoral atlántico hacia el sur, buscando cazaderos de animales tanto como posibles riquezas minerales, y tratando de hacer pactos con los indios. En cierto momento, cuando continuó en 1622 la guerra con Holanda, los corsarios holandeses infestaron el mar Caribe y muchas veces se acercaron a San Agustín, al tiempo que las exploraciones que partían de Nueva Amsterdam, bien armadas, revestían un carácter hostil, aunque nunca se enfrentaron directamente con los españoles en la Florida.

Las correrías de Piet Hein en las Antillas y la captura de la Flota de Indias en 1628 puso de manifiesto la urgente necesidad de mejorar las defensas de los dominios españoles más próximos, y sobre todo la importancia de fortificar tanto La Habana como San Agustín de la Florida.[4]

En esos tiempos tuvo lugar, en 1607, la fundación de Jamestown, que colonos ingleses erigieron en Virginia, y la de Charleston (Charles Town) en Carolina del Sur, en 1670, también por colonos ingleses, obligando a los españoles a reforzar las defensas de San Agustín, porque los españoles no se encontraban ya solos en tierras de Norteamérica y sus vecinos nunca habían sido de fiar.


Muchos años antes del ataque del pirata Robert Searle, las deterioradas fortificaciones de madera y barro de San Agustín, formada por escarpas, revellines y resguardos de artillería, en total nueve fuertes construidos de tierra y fagina,[5]que se levantaron sucesivamente a partir de 1565,[6]eran una preocupación constante de los gobernadores de turno, según se observa en la correspondencia de la época y en los informes dirigidos a los reyes.


El deterioro de los fuertes originales (San Marcos, San Mateo, los reductos auxiliares y otros provisionales) era evidente y bien visible al comenzar la primera década del siglo XVII, por lo que para consolidar el dominio español del territorio se construyeron nuevos fortines en lugares estratégicos, como los de San Francisco de Pupo y Picalata, y se sustituyeron las instalaciones antiguas, como la plataforma de madera erigida en la bahía de Matanzas sobre la barra del mismo nombre, donde se ubicaban los vigías para controlar el acceso al puerto de San Agustín, así como fortines levantados en otros territorios de importancia estratégica, suelos fértiles y aldeas indígenas amigas, como el caso del puesto fortificado de San Marcos de Apalache.[7]

ANTECEDENTES HISTÓRICOS: LA PRIMERA FORTALEZA EN SAN AGUSTÍN

Como ya se ha dicho, la primera fortaleza erigida en San Agustín, a la orilla del mar, fue levantada por Pedro Menéndez de Avilés para asegurar la defensa del primer establecimiento español, antes de que se lograra vencer definitivamente a los hugonotes y para evitar cualquier ataque de indios hostiles.


Ante las circunstancias nuevas y apremiantes, aquella primera fortaleza erigida provisionalmente por el Adelantado asturiano en 1565, estaba fabricada con troncos de árboles, fajinas y terraplenes levantados con tierra y piedra.[8]En los 107 años que median entre 1565 y 1672, cuando comenzó la construcción en piedra del gran castillo o fortaleza de San Marcos, se construyeron nueve versiones, reconstrucciones y ampliaciones del primer fortín construido por el Adelantado asturiano, dado el carácter perecedero de los materiales utilizados.


Los primeros fuertes de madera, tierra y fajina edificados por el Almirante y Adelantado Pedro Menéndez de Avilés estaban provistos de cañones pedreros,[9]espingardas,[10]falconetes,[11]y sacres o pequeños cañones que llamaban cuartos de culebrina, y lanzaban proyectiles entre 4 y 6 libras, y medias culebrinas.


El asalto a San Agustín protagonizado en 1586 por el corsario inglés Sir Francis Drake, quien curiosamente pudo anteponer a su nombre el «Sir» gracias a sus éxitos como bandido del mar, tuvo entre las mayores pérdidas el incendio y destrucción de la fortaleza. Poco después, en 1597, la rebelión de los indios de Gualé,[12]hizo patente la necesidad de mejorar la protección tanto de la capital San Agustín como de toda la Provincia de la Florida, pero fue necesario esperar hasta 1672 para que diera inicio la construcción del que sería llamado el «Castillo de San Marcos», la fortaleza invencible que los españoles construyeron en la Florida.

LA CONSTRUCCIÓN DEL CASTILLO DE SAN MARCOS

Después del asalto del pirata Robert Searle a San Agustín que tuvo lugar en 1668 con sus secuelas de destrucción, saqueo y pérdida de abastecimientos,[13]se solicitó un refuerzo de 100 hombres para la guarnición de San Agustín, y se fundamentó la construcción de una fortaleza de piedra equipada con poderosa artillería.[14]


Cuando llegó a la Nueva España la noticia del ataque pirata a San Agustín, el Virrey ordenó enviar inmediatamente un refuerzo de 75 soldados, dinero, abastecimientos de varias clases, y la autorización necesaria para iniciar la construcción de un castillo de piedra. El 2 de octubre de 1672 comenzaron las obras después de que llegara a San Agustín un ingeniero militar, Ignacio Daza, que diseñó una fortaleza de planta cuadrada y un baluarte saliente en cada ángulo, rodeada por un ancho foso, según el estilo italiano dominante en las construcciones militares españolas del Nuevo Mundo.


El castillo se levantó con piedra coquina que se extrajo de las canteras de la isla Anastasia, y para proteger el progreso de la construcción, los habitantes civiles de la ciudad organizaron dos compañías de milicia, una de infantería y otra de caballería, para complementar y guarnecer las nuevas obras de defensa.


Todas estas medidas respondían a la posibilidad de que se efectuara un nuevo ataque a corto plazo, ya que varios buques ingleses merodeaban por las costas de la Florida española, y al mismo tiempo llegaron noticias de que habían erigido un nuevo establecimiento, ya que los indígenas de la isla de Santa Catalina dieron aviso de que a mediados de 1670 tomaron tierra en la zona varios tripulantes de un barco inglés que estaban buscando alimentos. Los indios los atacaron, mataron siete hombres y tomaron seis prisioneros, entre los que se hallaban una mujer y una niña.


Los prisioneros fueron enviados a San Agustín, donde los interrogaron las autoridades españolas y revelaron que su embarcación, junto con otras dos, echaron anclas en un establecimiento que se encontraba en el Puerto de Santa Elena. Después de varios días en ese lugar, el barco en que ellos viajaban regresó a Santa Catalina para rescatar a los prisioneros. También dijeron que un navío viajaba periódicamente a Santa Catalina para comerciar con los indios en busca de comida, productos de cerámica y pieles de venado.


La aparición constante de merodeadores ingleses procedentes de las vecinas colonias de Georgia y las Carolinas reforzaba la posibilidad de que se efectuara un nuevo ataque contra San Agustín, y facilitó el comienzo de la construcción del Castillo de San Marcos en 1672, que fue posible gracias a la colaboración de la fuerza de trabajo indígena, que recibieron a cambio muchos regalos en forma de bisutería, cascabeles, cuchillos, ropas y artículos de cristal, así como diversas herramientas. Junto con la construcción del castillo que sería la principal defensa de San Agustín, se levantaron fuertes en Santa Catalina y San Luis de Apalache, y se realizaban recorridos periódicos para proteger y supervisar los territorios donde habitualmente incursionaban los ingleses, para prever un nuevo asalto.


La construcción duró 23 años e involucró a todos los gobernadores de San Agustín durante esta etapa (Manuel de Cendoya, Pablo de Hita Salazar, Juan Márquez Cabrera, Diego de Quiroga y Losado y Laureano José Torres de Ayala) e indirectamente a los Capitanes Generales de Cuba (Francisco Rodríguez de Ledesma, José Fernández de Córdoba, Manuel de Murguía y Mena, Diego de Viana e Hinojosa y Severino de Manzaneda y Salinas) y a los Virreyes de Nueva España (Pedro Nuño de Portugal y Castro, Payo Enríquez de Ribera, Tomás de la Cerda y Aragón, Melchor Portocarrero Lasso de la Vega y Gaspar de la Cerda Sandoval). De Cuba llegaba a la Florida una corriente continua de suministros, sobre todo de alimentos, y de las Cajas de Nueva España, con lentitud y dificultades, las grandes sumas de dinero necesarias para erigir una fortaleza de gran envergadura.


En 1675 llegó a San Agustín de la Florida un nuevo gobernador. Se trataba de Don Pablo de Hita Salazar, sucesor de Manuel de Çendoya, quien desde los primeros días de su mandato dedicó una atención preferencial a la gran obra del Castillo de San Marcos, indispensable para la defensa del territorio.


Se trataba de una construcción muy grande erigida sobre todo con fuerza de trabajo india, aunque por supuesto se contaba con la presencia de canteros y maestros de obra españoles, cierta cantidad de esclavos negros, pero era decisivo el apoyo de las principales tribus indias que residían en los alrededores de San Agustín, porque proporcionaban la mayor cantidad de fuerza de trabajo.


Las inyecciones de dinero destinadas a la gran obra, procedentes de las cajas de Nueva España, insuflaban nueva vida a la economía de la provincia a través del pago de salario y la compra y venta de productos que estimulaba la actividad comercial, por lo que los colonos comenzaron a vivir tiempos un poco mejores en medio de las inmensas dificultades que acompañaron a la vida en tierras floridanas desde los inicios mismos de la dominación española.


En 1677, por ejemplo, el gobernador escribía al rey representando que “Para el seguro y defensa desta fortificación es muy necesario provisión de víveres peltrechos y municiones de polbora, cuerda y planchas de cobre (...) cinquenta quintales de fierro y herrajes para la artillería Picas, arcabuzes, mozquetes, algunas escopetas, y carabinas, partesanas, granadas y otras imbenciones de fuego equivalentes a la defensa de un asalto y las que pareciere de las muchas que tengo perdidas con los ingredientes necesarios para beneficiarlas y personas para ello, y algunos herreros, y cerrajeros, facultades mui necesarias y que se carece dellas, y de Sevilla o otra parte carpinteros de Ribera que entiendan la fábrica de embarcaciones y hauiendo en estas Provincias tan buenas maderas es de mucho sentimiento no tener persona que entienda la facultad y a hauerla havido fuera posible hauer formado embarcación conque correr la costa de la Mouila (Mobila)...”[15]


La obra del castillo consumía gran parte de los pensamientos y el tiempo del gobernador. Al mismo tiempo, la administración de la colonia requería su atención constante. La guarnición se había incrementado con algunos soldados enviados por el virrey de Nueva España, y se formalizaron algunos matrimonios con el consiguiente incremento de la natalidad y la población, aprovechando una relativa abundancia de los alimentos producidos en las haciendas y fincas, lo que no significa que hubieran desaparecido las dificultades para mantener en un nivel adecuado el abastecimiento de maíz e importar los diversos artículos que necesitaba la existencia cotidiana en la provincia.


Pablo de Hita Salazar se ocupó de fomentar la producción agrícola de los colonos, porque al tomar las riendas del gobierno sólo había 100 arrobas de maíz en los almacenes del rey, aunque parezca increíble.[16]Inmediatamente el mandatorio envió varios comisionados en embarcaciones para obtener maíz con los caciques y los religiosos que se encargaban de las doctrinas en el territorio de Apalache, a fin de proveer los almacenes estatales y asegurar las provisiones de los particulares, y de la misma forma envió otros barcos a tierras de Gualé para comprar maíz y otros productos a los indios.


No era la primera vez que se tomaba esta medida, porque desde los tiempos de Manuel de Çendoya los gobernadores de la Florida buscaban alternativas que aseguraran los suministros a las provincias de la Florida, porque la conexión marítima con La Habana siempre estaba amenazada por los corsarios y podía interrumpirse cada vez que aparecían escuadras enemigas hostiles.


Con la fundación de la misión de Santa Rosa de Ivitanayo en 1677 por fray Domingo de Leturiondo, se abrieron nuevas perspectivas. La misión se localizaba entre el río San Juan y la misión de Santa Fe, en el lugar que ocupara un rancho, abandonado a la sazón, al borde del camino que unía Apalache con San Agustín, y la ruta adquirió relevancia desde ese momento. La nueva misión fue poblada por indios procedentes de Yustaga que al cabo de cierto tiempo podrían ser utilizados como cargadores, y el gobernador Hita Salazar pensó utilizar aquel camino con propósitos comerciales.


Por esta época, la amenaza de una confrontación con los colonos ingleses asentados poco más al norte comenzaba a tomar visos de realidad. Ya había noticias ciertas que trajeron las primeras expediciones bajo el mando de Antonio de Argüelles, que habían sido enviadas para verificar la presencia de establecimientos ingleses al norte, algo más allá de Santa Elena, y hacia 1674 los indicios tenían una apariencia de amenazadora certeza, como se podrá examinar a continuación.


Alrededor del año 1680, cuando las condiciones estaban listas dar el primer golpe ante la creciente actividad del enemigo, se daba la curiosa contradicción de que en el mismo momento en que comenzaban a realizarse preparativos para un eventual choque con los británicos establecidos al norte, un grupo de ingleses, convertidos a la religión católica, se hallaban en San Agustín desde 1677 y estaban trabajando en la lenta y laboriosa construcción de la Real Fuerza del Castillo de San Marcos. El gobernador Pablo de Hita Salazar daba cuenta a Su Majestad, que había ordenado tomar ciertas medidas, con estas palabras:


“...Una Real Cédula de V. M. de veinte de Octubre del año passado de 679 en que me manda execute lo mandado por Zedula de diez y ocho de diziembre de 677 en razón á los Ingleses que se hallan en este Presidio reducidos á nuestra Santa Fé Catholica y ocupados en la fábrica del Castillo. Y lo que se me ofrece es que vivo con el cuidado de executar lo que V. Magd. manda, siempre que se reconociese ser incursos (los ingleses) en alguna (cosa) que corresponda al deservizio de V. M. a que atenderé con la vigilancia que devo...”[17]

En el mismo informe respondía una Real Cédula de 10 de diciembre de 1678 en la que el rey pedía su opinión en relación con un proyecto del religioso franciscano fray Alonso de Benavides, que deseaba comunicar la Florida con tierras de infieles fronterizas con Nuevo México a través de la bahía del Espíritu Santo (actualmente bahía de Tampa), comunicando a la Corona su parecer:


“V. Magd. me manda informe si se será conveniente abrir la comunicazion que propuso fray Alonso de Benavides por la bahía del Espíritu Santo al Reyno de la Gran (...) que confinan con el de nuevo México. Y lo que se me ofrece representar á V. M. según las noticias que tengo adquiridas me remito á la carta y Mapa que tengo remitida a V. Magd. duplicada en diez de noviembre de 678 sin haber podido adquirir otras..”.[18]

Podemos ver que el gobernador Hita Salazar no tenía tiempo para aburrirse. La gran obra del Castillo de San Marcos continuaba consumiendo gran parte de su tiempo y sus energías, aunque los situados destinados a la obra habían insuflado nueva vida a la economía de la provincia. El gobernador informaba al rey:


“Asimismo Rvi. otra Real Cedula de V. M. su fecha de veinte de febrero de este año en que V. M. me manda se procure poner en perfección la fábrica de este Castillo con los diez mill pesos que V. M. mando librar el año passado (...) compartidos de dos libramientos cada cinco mill con los primeros se ayudó adelantando lo posible, y se hace con todo el cuidado y assistencia que deue; si bién por haver muerto y ausentarse algunos oficiales no tiene el adelantamiento que se desea y para lograrlo ymbio en esta ocasión a pedir algunos al Govr. de la Havana que embiando con los cinco mill pesos me prometo quede en muy buen estado...”[19]

Ya faltaba poco tiempo para que el gobernador Pablo de Hita Salazar terminara su mandato cuando en otro informe al rey daba cuenta de los problemas con el situado que se recibía normalmente para «gastos de indios», ya que tenía una demora de tres años. El asunto tenía importancia porque este dinero se utilizaba en regalos y otras subvenciones a los indígenas, y no podía faltar justo en tiempos en que los ingleses radicados al norte presionaban y amenazaban con ataques contra la colonia española, como veremos más adelante. El gobernador representaba al rey que


“Los oficiales Rls. de este Presidio, presentaron ante mí un escripto informandome que de tres años á esta parte no se havia cobrado en las Rls. Caxas de la Ciudad de Mexico, la porción de gasto de Indios que por certificación de su monto, se paga en virtud de Rl. Cedula de V. M. por hauerlo contradicho el fizcal de la Rl. Audiencia de la dha. Ciudad, y me pretextaron, no se hiciese ningun gasto con dichos Indios, pues no era justo fuese en perjuizio total de la infantería[20]mayormente quando el Situado que le pertenece esta tan grabado como lo individuan estensamente en dicho escripto indicando no hauer otros efectos de Rl hazienda en las Rs Caxas de su cargo, y que yo informara a V. M....”[21]

El rey recibió la misiva del gobernador, pero los indios no recibieron lo que les correspondía. En el mismo año 1680, poco tiempo después, comenzaron los ataques protagonizados por partidas de chichimecos que practicaban la antropofagia ritual, a los que se aliaron otras tribus. Ya en enero asaltaron la Misión de San Antonio de Anacape, y en mayo la de San Buenaventura de Guadalquini, la de Santiago de Ocone...


Los años finales de la construcción de la fortaleza fueron difíciles. El dinero escaseaba, se demoraba el situado de Nueva España, y las necesidades de la defensa requirieron la construcción de nuevas obras y fortines. El gobernador Laureano Torres de Ayala, que pudo dar remate a la gran obra del Castillo, se presentó en San Agustín de la Florida en 1693 portando las provisiones reales que lo nombraban sustituto de Diego de Quiroga y Losado.


Al tanto de las amenazas de los vecinos más cercanos y hostiles, los ingleses y los indios, apenas comenzó su mandato quiso dar una buena lección para demostrar su fuerza, ganar prestigio y desbaratar las intenciones de los contrarios, por lo que en agosto de 1694 lanzó un fuerte grupo de 400 guerreros de las tribus apalaches, acompañados por siete soldados españoles, que atacaron sucesivamente las aldeas enemigas en Coweta, Oconi, Cassista y Tiquipachei como respuesta a una acción realizada por los indios creeks contra San Carlos de los Chacatos, de donde se llevaron 42 indios conversos en calidad de esclavos, además de robar los ornamentos de la iglesia. La expedición de los españoles y sus aliados arrojó un saldo de 50 indios creeks, fieles aliados de los ingleses, que se tomaron prisioneros, y sus aldeas fueron arrasadas con fuego.[22]


En ese mismo año 1694 el nuevo gobernador inició la construcción de una fortaleza de madera en San Luis, dotada con piezas de artillería ligera, obra que se prolongó hasta 1696 y que era una poderosa posición para mantener el orden en el territorio de Apalache. La fortificación fue erigida con mano de obra que proporcionaron los nativos de los alrededores, que talaron gruesos troncos y labraron la madera con herramientas solicitadas por el gobernador a la Corona, según las instrucciones de los operarios españoles; estaba provista además con una empalizada y contaba con una guarnición de 36 hombres en 1695.[23]


Los indios cobraron su trabajo en especie, o sea, con el maíz suficiente para su alimentación y otros regalos sin contar las herramientas. El gobernador Laureano Torres de Ayala dio cuenta al rey de los trabajos realizados en la fortificación en estos términos:

“(En) una Rl. Cedula de V. M. de fecha 30 de Diciembre de 1693 en que me execute la fábrica de la cassa fuerte de madera en la Provincia de Apalache donde reside la guarnicion de Ynfanteria que V. M. tiene alli, la qual hauiendo llegado a aquella Provincia quando bine a tomar posesión de estte Govierno, halle muchas maderas cortadas ya atenuadas por lo dilatado del tiempo que hauía que lo estauan, y Reconociendo ser necessaria dha. Cassa fuerte Junte a los Caciques y les dije la Razón que sobre la seguridad de su pueblo tendría en que se pusiese por obra: a lo que conbinieron gusttosos y entraron ofreciendome nuebamente harian (el) corte de las maderas que faltauan con la calidad y la que se les hubiesse de ayudar por V. M. con las herramientas y algún mais para el sustentto lo que les ofreci por lo conbeniente que me parecio al Rl servicio de V.M. y oy ya tengo hecha menos la tercia parte de la cubierta y puesto en ella dos piezas de Artilleria y con la seguridad (...) recorre la ynfanteria de noche y poderlo hacer todo el pueblo en las noches que se les toca (...) que suele acaecer como en la presente Repetidas Veces, hauiendo travajado los indios sin violencia mas que lo que voluntariamente an querido y de la Rl. hacienda de V. M. solo la assistencia de algunas hachas, varenas[24]y clavazon y mais para el sustentto que e puesto todo mi cuydado en su fábrica y el no estarlo ya del todo faltandole la tercia parte de su cubierta como e consignado..”.[25]


El gobernador Laureano Torres de Ayala tuvo que maniobrar en medio de estas complejas y diversas circunstancias. Lo agobiaba muchas veces la demora del situado de Nueva España, lo cual era un viejo problema de la provincia floridana, que nunca tuvo liquidez para enfrentar el pago de las importaciones de las que dependía su subsistencia y para realizar los pagos a las sufridas guarniciones de San Agustín y los puestos y fuertes fronterizos. En 1694, el gobernador Torres de Ayala trasmitía al rey las solicitudes de dinero de algunos oficiales de la guarnición:


“A esta se acompañan dos despachos el uno contiene un memorial del Cappn. Dn. Juan de Ayala en servicio en este Presidio, en el Suplica a V. M. le conceda Dos cientos ducados de ventaja en la forma que expressa; el otro una fee de oficios del ayudante Diego de Arguelles consta haver veinte años y nueve meses que sirve a V. M. en vistta de los despachos mandara V. M. lo que fuere de su Rl. Servicio... (la) Rl. persona de V. M. gde. Dios muchos años florida y 8 de henero de 1694 = Laureano Torres de Ayala.”[26]


Como se observa, el Castillo de San Marcos se terminó en medio de graves situaciones económicas, de las que son reflejo varias solicitudes en las que el gobernador reclama su propio salario y el de otros oficiales reales, dando cumplimiento al mismo tiempo a una Real Cédula vinculada a este asunto, por la que el rey ordenó realizar ciertos descuentos a los salarios de los oficiales. En su comunicación, tomada de los datos proporcionados por el capitán Tomás Menéndez, contador real en la provincia de la Florida, el gobernador relaciona su salario, el de los oficiales reales, los de algunos miembros de la guarnición, y realiza algunos comentarios que permiten apreciar cómo vivían los personajes principales a cargo de la defensa de la colonia con sede en San Agustín:

“En Cumplimiento de una Rl. Cedula de su Mag. su fha. treinta de Enero de mill seiscientos noventa y quatro. Dirixida al Sor. Govor. de esta plaza. Cuya razón está tomada de los libros de contaduria de mi cargo. En que su Mag. es servido de mandar se retengan por un año. En la Ciudad de México la tercia parte de los (...) que gozan en este Presso. los ministros Superiores Como subalternos a fe de exercicio. Como de Reformados y Jubilados según... les hubiese quedado y a todas las demás personas que tuvieran... o sueldos en Ventas Rls. Y que npor mandar su Mgd. quel... para que conste en México a punto fixo el goze que tienen las personas a quienes se a de descontar esta tercia parte le remitamos certificación de los que son y en su cumplimiento y mandado del Sor. Govor. y Cappn. Genl. de esta plaza e formado la presente en la qual van expresadas todas las personas que a demás del sueldo que gozan de plaza de soldado en este Presso. son mercenarios de su Mag. que tienen sueldos ventajas y sobresueldos que esttan actualmente sirviendo y viven en este Presso. y son =


--Primte. el dho. Govor. y Cappn. Gl. Don Laureano de Torres y Ayala que lo es por V. Mgd. de dho. Presso. Goza al año Dos mill ducados de Salario.


El dho. Contador Don Tomas Menéndez Gozo al año quatrocientos mill mrs.[27]


El Thente. (...) Don Luis de Florencia que lo es por su Magd. destta caxa y a cuyo cargo son el la ciudad las cobranzas de los situados destta Ynfanta. Goza al año los dhos. quatrocientos mill mrs. de salario.


El Sargto. mayor Don Pablo de Hita Salazar Govor. y Cappn. Genl. que fue por su Magd. de este dho. Presso. Goza en sueldos atrasados Dos mill ducados de sueldo al año.


El Sargto. mr. D. Nicolas Ponce de Leon Jubilado en este exercicio por su Magd. Goza al año de sueldo quatrocientos ducados Y plaza de soldado de Ciento y quince ducs.


El Cappn. Antonio de Arguelles que lo es de infanteria por su Mag. Goza al año por razón de su Compañía Dos cientos ducados y dos Rls. y medio de ración al día, Dos Cientos escudos de ventaxa al año de mas Dos cientos y quarenta escudos de sobresueldo al año por mdto. de su Mgd.


El Cappn. Juan de Ayala que aSimismo lo es de infanteria por su Magd. Goza al año por Razón de su plaza Dos cientos ducados y dos Rls. y medio de ración al día.


El Cappn. Franco Romo que lo es en interin de infanteria Goza por razón la dha. su plaza Cien ducados y la misma ración.


El Cappn. Nicolas de Carmenates que lo es de la Artilleria por su Magd. Goza al año sueldo y ración de plaza de soldado y Veinte y cinco ducados de más.


El Cappn. Dn. Juan de Pueyo oficial mayor de esta Contaduria Goza al año además del sueldo y ración de plaza de soldado de Doscientos pesos al año.


El Cappn. Diego Diaz soldado aventaxado Goza a demás de su plaza de soldado Doce escudos de ventaxa al mes...”[28]


De todas formas, siempre se encontraron medios y arbitrios para continuar la construcción. Al cabo, la magna obra de la Real Fuerza del Castillo de San Marcos, fortaleza invencible de San Agustín de la Florida, pudo concluirse en el año 1695.

LA ARTILLERÍA DEL CASTILLO DE SAN MARCOS

La imponente y severa mole del Castillo de San Marcos, perpetuo centinela de San Agustín de la Florida que desde hace 330 años hace su eterna guardia ante las inmensidades del Océano Atlántico, fue la primera fortaleza de gran porte construida a la usanza europea que se erigió en tierra de los actuales Estados Unidos y en toda Norteamérica. Todas las personas que viajan a San Agustín de la Florida tienen que detenerse para admirar la mole majestuosa del Castillo de San Marcos, el inmenso centinela y defensor de piedra que guardaba por el norte las posesiones de la Corona española en Norteamérica.


Para erigirlo, como ya hemos apuntado, se utilizó un material de cualidades excepcionales: la piedra coquina, un material calizo abundante en el litoral cercano a San Agustín, producto de la sedimentación de conchas, caracoles y otros seres marinos. Esta rara piedra elástica posee una gran plasticidad, de forma que los disparos de la artillería de la época no destrozaban los muros fabricados con este material, ya que las grandes balas de hierro y bronce se incrustaban en la coquina sin hacerla volar en pedazos, sino quedaban embebidas y pasaban a formar parte de los mismos muros que debían destruir, incrementando su consistencia para desesperación de los atacantes.


Levantados sus muros con esta piedra, que fue el principal elemento de la construcción, el Castillo de San Marcos o Castillo de San Marcos de la Real Fuerza, fue una obra majestuosa, con una semblanza de castillo medieval europeo, parecido al Castello dell´Aquila (Castello Cinquecentesco), que erigieron los españoles en la Italia meridional, cerca de la cadena de los Abruzzos, a instancias del Virrey de Nápoles, Pedro Álvarez de Toledo, a partir de 1532 y que es una grandiosa fortaleza en forma de estrella, maravilla de la arquitectura militar española, como el Castillo de San Marcos en San Agustín.


En el de San Marcos, como en el Castello dell´Aquila, se dificulta el acceso de los enemigos con anchos y grandes fosos llenos de agua que lo circundan y cuenta con cuatro bastiones con garitas para los centinelas de la artillería formada por los pesados cañones que disparaban balas de 50 a 100 libras; la plaza de armas, cuartos de guardias, 20 bodegas de almacenamiento de víveres, almacén de pólvora, tres pozos de agua y una iglesia.


El primer fuerte erigido en la Florida en 1565 sólo contaba con 24 tiros o cañones de bronce, el menor de los cuales era de 25 quintales. Un informe del año 1590 nos informa que la poderosa fortaleza de San Agustín contaba con 12 piezas encabalgadas y otras 25 podían disparar aunque carecían de cureñas; en la fortaleza de Santa Elena había otras 15 o 20 piezas también encabalgadas, o sea, montadas en sus respectivas cureñas, listas para ser utilizadas, y otras 4 en el fuerte de San Mateo.


La existencia de esta artillería en la Florida se explica porque fue llevada por la expedición del Adelantado Pedro Menéndez de Avilés y a ellas se incorporaron las piezas que perdieron los franceses al ser expulsados del territorio, y que estuvieron montadas en los parapetos de Fort Caroline. Por otra parte, en 1582 se recibió cierta cantidad de cañones enviados desde España.[29]


La conservación y el mantenimiento de las piezas de artillería debió ser difícil dadas las condiciones climáticas, caracterizadas por la humedad ambiental, y el tipo de construcciones defensivas construidas en los primeros años con parapetos de tierra y madera. Como consecuencia de todo lo anterior, en 1604 sólo quedaban 14 piezas de bronce y 9 de hierro en la fortaleza de San Agustín, y el Capitán General de Cuba, Pedro de Valdés, procedió a fundir y reenviar en la Real Fundición de Artillería de La Habana otras 5 piezas de hierro enviadas desde la Florida.[30]


En esta etapa, la falta de piezas de artillería y el buen estado de las existentes fue un problema grave en las posiciones fortificadas de la Florida, por lo que se sucedían las peticiones continuas al gobierno central. En 1674, dos años después de comenzada la construcción del Castillo de San Marcos, se recibieron otras 4 piezas enviadas desde Sevilla.[31]


Veinte años después, en 1694, ya había en la Real Fuerza de San Agustín 38 cañones, 9 de bronce y 29 de hierro, encabalgados y con todos los pertrechos necesarios, salvo dos que no tenían en condiciones sus cureñas. De ellos, 14 cañones de hierro estaban adicionados por falta de metal, porque estaban muy desgastados por dentro y no podían entrar en servicio por su antigüedad, y por tanto era riesgoso dispararlos. Sus calibres iban desde balas de 3, 12, 17, 18 hasta las grandes balas de 40 libras.[32]

Por su tipología, entre los cañones estaban representados el falconete, el sacre, la media culebrina, ligeras espingardas y los cañones pedreros, por otra parte en los informes se consignan piezas con muñoneras de hierro y abrazaderas en el eje, y otras desbocadas y sin cascabel. Todo esto atestigua la coexistencia de piezas bastante antiguas con otras más modernas y cercanas a las necesidades y avances de la técnica de la época, y nos da noticias sobre el estado de conservación de los cañones. Estas piezas, incluso las inservibles, se hallaban con 156 balas al pie de sus calibres respectivos, y todos cargados con balas de plomo, o en su defecto, dados de hierro.[33]


En aquella época, el gobernador Diego de Quiroga y Losado informaba el tremendo desgaste experimentado por las piezas de hierro: “(la dificultad mayor) consiste en el aire de mar y temperamento en aquel territorio, porque cada día, aunque se cuide de limpiarla y tenerla muy preservada como en aquella plaza se procura, se comen del orín, de forma que no hay año que no arrojen una hoja de la superficie y que si bien por evitar este riesgo llegó a embrear los mismos cañones no fue bastante esta defensa para resistir la calidad del viento.”[34]


Por tanto, no bastaba con construir un Castillo si no estaba dotado con la correspondiente artillería. Durante todo el período no se dejó de solicitar más piezas a España, en particular de calibres tales como 8, 12 y 18 libras, con sus respectivas baterías, y en los informes se insistía en que para estar bien guarnecido el Castillo necesitaba 50 cañones y que sólo tenía 24 útiles, agregando la previsión de que las 15 piezas de hierro se desgastaban rápidamente y que, como era impensable dejar la plaza indefensa, se solicitaba el envío de al menos 16 cañones de los calibres expresados, a fin de tener 40.


Entonces llegó del Supremo Consejo de Indias la orientación de que se fundieran los cañones inservibles para aprovechar el hierro y se vendiera el producto para comprar artillería o mosquetes, pero se trataba de una instrucción irrealizable puesto que no había fundición en San Agustín y sería incosteable trasladar a La Habana aquellas piezas de hierro para procesarlas en la Real Fundición de Artillería. Por otra parte aquella artillería, fabricada con hierro colado estaba pasada de moda, nadie querría comprarla y no podía emplearse en otra cosa.


Por tanto, el gobernador Diego de Quiroga concluyó en su momento que el mejor medio de rearmar con artillería las fortalezas de la Florida sería ordenar a los generales de galeras y flotas que cuando arribaran a San Cristóbal de La Habana cada uno dejara allí cuatro cañones, con la batería correspondiente, y que avisado el gobernador de la Florida por el de Cuba, enviara por ella la embarcación de aquella plaza...[35]


A pesar de tantos inconvenientes siempre se encontraron medios de renovar las piezas de artillería, de lo que dan fe las sucesivas derrotas de los ingleses cada vez que trataron de tomar el Castillo de San Marcos durante el siglo XVIII. El Castillo nunca se rindió, y era famoso porque en muchas oportunidades los españoles recalentaban las balas enemigas que quedaban incrustadas en las grandes murallas o que caían en los patios interiores.


Se procedía a recogerlas, se llevaban a los hornabeques o fortificaciones auxiliares que miraban al exterior del Castillo y allí las calentaban hasta ponerlas al rojo vivo en grandes hornos a cielo abierto preparados al efecto. Aquellas grandes bolas de hierro calentadas al rojo eran devueltas a cañonazos a los sitiadores, incendiando sus embarcaciones y causando estragos difíciles de reparar.


Sobre los muros de la Real Fuerza del Castillo de San Marcos, en San Agustín de la Florida, nunca ondeó otra bandera que la bandera de España, porque nunca pudo ser tomado por una fuerza enemiga de cualquier procedencia.


El 20 de julio de 1763, ante el terror y la estupefacción de los habitantes, entraba con arrogancia en San Agustín de la Florida un regimiento del ejército de Su Majestad el rey de Inglaterra, al mando del capitán John Hodges. Los 3,096 españoles que en ese momento permanecían en la ciudad apenas podían creerlo.


Era tanto, tanto, lo que aquellos pocos hombres habían luchado con los ingleses, tantas veces los habían hecho retroceder... ¿cómo entender las emociones de aquellas gentes que a pesar de su corto número y de la escasez de armas y otros abastecimientos permanecieron contra viento y marea, enfrentando y venciendo todos los peligros, firmes en su territorio, en la avanzada más pobre y peor armada de la Corona de España en América, defendiendo la frontera norte, la más débil y la más atacada del imperio? Las crónicas de entonces nos informan que los soldados de la guarnición del Castillo y los vecinos de San Agustín, lloraban abrumados por la decepción y la vergüenza, y esta rotunda declaración quedó impresa en los libros de historia: “los que nunca se habían rendido en la batalla, tuvieron que hacerlo en un papel.”[36]

Casi todos los habitantes de San Agustín, incluyendo los indios conversos de las misiones cercanas y los negros del Fuerte de Santa Teresa de Mose, viajaron a Cuba, donde se fundó en el sitio donde hoy se encuentra el poblado de Ceiba Mocha, un nuevo pueblo bajo el nombre de San Agustín de la Nueva Florida. Otros, los menos, viajaron al Virreinato de Nueva España, y allí, en el sitio de San Carlos, próximo a Veracruz, encontraron refugio algunos españoles, indios y negros de la Florida.


Pero al cabo de 20 años, finalizada la Guerra de Independencia de los Estados Unidos y después de la firma del Tratado de Versalles, se dispuso que la Florida regresara al dominio de España, que ofreció parcelas de tierra a los peninsulares o residentes en las posesiones americanas, para repoblar la Provincia de la Florida. En Cuba, con el regreso de los habitantes floridanos a su querida ciudad, San Agustín de la Nueva Florida quedó vacío, convertido en un pueblo fantasma.


El pabellón de España se izó de nuevo en las murallas de San Agustín, retando al mar y a la tierra, y la segunda dominación española de la Florida duró en esta oportunidad 37 años hasta la firma del «Tratado de Adams-Onís» por los representantes de Estados Unidos y España el 22 de febrero de 1819, el que entró en vigor el 10 de julio de 1821 para poner fin a la historia de la colonia española que duró 236 años dejando de contar las dos décadas que duró la dominación británica.

NOTAS

  1. Zéndegui, Guillermo de, Terra Florida, Ediciones Continental, Miami, s/f, p. 60
  2. Arnaud Rabinal, Juan Ignacio. Evolución de la artillería en una «plaza tipo» americana: San Agustín de la Florida. Militaria. Revista de Cultura Militar, Servicio de publicaciones de la Universidad Complutense, vol. 10, 1997, p. 88
  3. Larrúa-Guedes, Salvador. Historia de la Florida Colonial Hispana, t. I. España Florida Foundation 500 years, Ed. Salamanca USA, Miami, 2010.
  4. Ibídem (3)
  5. Arana, Luis R. La conservación y reutilización del castillo de San Marcos y el fuerte Matanzas. En: Puntos y fortificaciones en América y Filipinas. Actas del Seminario, Madrid, 1985
  6. Arana, Luis R., y Mannucy, Albert. The building of Castillo de San Marcos, Florida, Published by Eastern National Park & Monument Association for Castillo de San Marcos National Monument,1977.
  7. Ibídem (4)
  8. Fajinas: haces de ramas de madera bien apretada que los ingenieros militares usaban para revestir los terraplenes.
  9. Cañones pedreros: antigua arma de fuego o cañón de poco alcance que disparaba bolas de piedra
  10. Espingarda: antigua pieza de artillería de calibre intermedio, algo mayor que los falconetes y menor que una pieza de batir.
  11. Falconete: pieza de artillería pequeña que disparaba proyectiles de dos o tres libras de peso.
  12. Martínez, José Ramón; García, Rogelio; Estrada, Secundino, «Historia de una emigración: asturianos a América, 1492-1599», Oviedo, 1992
  13. Cf. Larrúa-Guedes, Salvador, o.c.
  14. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Siglo XVII, Castillo de San Marcos. Trasuntado. En: Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 229. Informe de los Oficiales del Tesoro al rey, 30.VI.1668, Santo Domingo, 225. Gobernador Francisco de la Guerra al rey, 8.VIII.1668
  15. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Siglo XVII, Gobernadores. Trasuntado. En: Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 226, R. 3, N. 43. En: Informe del gobernador Pablo de Hita Salazar al rey, 1677, Real Cédula inserta en el informe.
  16. Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo 839, fol. 239. Gobernador Hita Salazar, informe al rey en 23.XI.1675
  17. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Siglo XVII, Gobernadores. Trasuntado. En: Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 226, R. 3, N. 61. En: Informe del gobernador Pablo de Hita Salazar al rey, 1680.
  18. Ibídem.
  19. Ibídem.
  20. O sea, los soldados de la guarnición de San Agustín
  21. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Siglo XVII, Gobernadores. Trasuntado. En: Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 226, R. 3, N. 54. En: Informe del gobernador Pablo de Hita Salazar al rey, 1680.
  22. Hoffman, Paul, o.c., p. 163
  23. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Siglo XVII, Gobernadores. Trasuntado. En: Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 228, R.fols. 121-122, informe del gobernador Laureano Torres de Ayala al rey, 15.IV.1696
  24. Varenas: barrenas
  25. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Siglo XVII, Gobernadores. Trasuntado. En: Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 228, R. 1, N. 11, informe del gobernador Laureano Torres de Ayala al rey, 1694
  26. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Siglo XVII, Gobernadores. Trasuntado. En: Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 228, R.1 N. 5, informe del gobernador Laureano Torres de Ayala al rey, 8.I.1694
  27. Maravedís
  28. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Siglo XVII, Gobernadores. Trasuntado. En: Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 228, R.1 N. 16, informe del gobernador Laureano Torres de Ayala al rey, sobre contaduría y sueldos de oficiales, 29.IV.1696
  29. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Gobernadores, Siglo XVI. Trasuntado de Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 226. Carta del gobernador al rey, anuncia recepción de artillería, de 8.V.1674
  30. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Gobernadores, Siglo XVI. Trasuntado de Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 228. Carta del gobernador al rey, informando el estado de la artillería, de 8.I.1694
  31. Cf. Arnaud Rabinal, Juan Ignacio. Evolución de la artillería en una «plaza tipo» americana: San Agustín de la Florida. Revista de Cultura Militar no. 10, Servicio de Publicaciones UCM, Madrid, 1997
  32. Ibídem (26)
  33. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Gobernadores, Siglo XVI. Trasuntado de Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 228. Carta de los oficiales reales al rey, informando el estado de la artillería, de 22.XII.1693
  34. Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial (CDHFCH). Florida, Gobernadores, Siglo XVI. Trasuntado de Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 228. Carta del gobernador Diego de Quiroga a la Junta de Guerra al rey, informando el estado de la artillería y pertrechos existentes, de 9.IX.1697
  35. Ibídem.
  36. Gannon, Michael V. The Cross in the Sand: The early Catholic Church in Florida 1513 – 1870. Gainsville, Florida, 1965, p. 83

BIBLIOGRAFÍA

Actas del Seminario Puntos y fortificaciones en América y Filipinas, Madrid, 1985

Arana, Luis R., y Mannucy, Albert. The building of Castillo de San Marcos, Florida, Published by Eastern National Park & Monument Association for Castillo de San Marcos National Monument,1977.

Gannon, Michael V. The Cross in the Sand: The early Catholic Church in Florida 1513 – 1870. Gainsville, Florida, 1965

Martínez, José Ramón; García, Rogelio; Estrada, Secundino, «Historia de una emigración: asturianos a América, 1492-1599», Oviedo, 1992

Revista de Cultura Militar, Servicio de publicaciones de la Universidad Complutense, vol. 10, 1997

Larrúa-Guedes, Salvador. Historia de la Florida Colonial Hispana, t. I. España Florida Foundation 500 years, Ed. Salamanca USA, Miami, 2010.

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SALVADOR LARRÚA-GUEDES