AFROPANAMEÑOS EN LA CONFORMACIÓN DE LA IDENTIDAD PANAMEÑA
Sumario
Marco situacional de la población afro en la nación panameña
Actualmente no existen estadísticas recientes de la población afro-panameña, sin embargo fuentes no oficiales señalan que está entre el 68% al 70% de la población total de la República. Un reciente estudio realizado por el Instituto del DNA y del Genoma Humano de la Universidad de Panamá, bajo la conducción del Dr. Tomás D. Arias, da luces sobre la gran influencia del grupo negro, desde el punto de vista genético de la población panameña.
Las conclusiones del estudio indican que la población panameña “es única y diferente entre todas las que conforman las Américas. En la población general de Panamá, el 36.6% de los genes del fondo común tienen un origen negro, el 34.9%, un origen indígena y el 28.5%, proviene de blancos. Estos datos no deben asombrarnos. Históricamente, desde que fueron traídos los negros al Istmo han superado en número el resto de los habitantes de nuestro país.
Los negros llegaron al Istmo en dos oleadas. La primera, cuando trajeron negros directamente de África, cuyos descendientes algunos historiadores denominan afro-hispanos o negros coloniales. Los nativos africanos fueron traídos como esclavos a costas panameñas procedentes de diversas áreas culturales. Existen evidencias de la llegada de las tribus de Minas, Carabalíes, Papo, Angola, Mondongo, Congo, Mozambique, Mandingo, Chalá, Lucumíes, Arará, Biafras, Cancanes, Cuangos, Baluntas y Bambaras, entre otras.
Los afro-hispanos en su proporción más grande habitan en lugares como la isla San Miguel (en el Pacífico), en Antón, Santa Marta, Parita (en el centro del país), Puerto Armuelles (en la frontera con Costa Rica) y en las provincias de Colón, Darién y Bocas del Toro. Los negros ocupan un lugar preponderante en la historia panameña, tales como “Bayano”, “Felipillo” o “Antón de Mandinga” que lucharon en las montañas contra los españoles.
La tradición más reconocida entre los negros coloniales es el baile congo, que se practica en las dos o tres semanas que anteceden al carnaval hasta el miércoles de ceniza. Este baile surge en el periodo de la esclavitud y es un espacio para compartir los ideales de libertad y organizar las fugas de los esclavos. Esto se daba durante un día a la semana: el domingo.
Ese día, los esclavos se sentían libres y así lo expresaban en sus cantos para olvidar el maltrato y el dolor, animados con gritos y tambores africanos. En sus bailes, los “negros congos” recrean en la actualidad su historia y la constante lucha por recuperar la libertad.
En la época de la conquista, la iglesia española prohibió estos bailes por considerarlos obscenos y los que eran sorprendidos practicándolos eran azotados y en ocasiones se les cortaba un dedo, inicialmente, y la lengua si eran reincidentes.
La trata del hombre negro fue prohibida en España en 1820. Al año siguiente el Istmo de Panamá se independiza de España y se anexa a la Gran Colombia, cuyo senado votó una ley el 21 de julio de 1821, la cual fue aplicada en el Istmo de Panamá en 1822. Esta ley establecía que todo niño esclavo nacido después de esta fecha debía ser considerado libre y educado por el amo de la madre hasta los 18 años de edad.
A partir de ese momento se inicia la desaparición de la esclavitud, hasta su abolición definitiva el 1 de enero de 1852. Consecuentemente, en los siglos XVII y XVIII se percibe la participación de la etnia negra en oficios notariales, militares, eclesiásticos, herreros, carpinteros, peluqueros, sastres, orfebres, plateros y ebanistas.
Los tiempos han cambiado tanto que no sólo el congo figura entre los bailes nacionales, sino que desde finales de la colonia española, el movimiento sensual de las mujeres negras fue copiado por las españolas y al combinarse con los ritmos de España dio lugar al baile típico panameño. A pesar de la esclavitud dolorosa e injusta, los ritmos africanos alegran el tamborito, la cumbia, el bullerengue, el bunde y las danzas de los negros congos de Portobelo, Nombre de Dios, Palenque, María Chiquita.
La segunda oleada se da en la época de la construcción del Ferrocarril y del Canal de Panamá, cuando llegan negros procedentes de Las Antillas y que se ha llamado afroantillanos.
En este periodo el aporte de la etnia negra aumenta en el Istmo de Panamá cuando se descubre oro en California, Estados Unidos de América, por la necesidad de construir un ferrocarril trans-ístmico entre Panamá y Colón, donde en 1850 llegan millares de obreros afrocaribeños.
Cuando llegaron a Panamá los afroantillanos vivieron en la Zona del Canal, en Rainbow City, The Heights, Campo Coiner en el Atlántico, y en Paraíso, La Boca, Red Tank, Gamboa, Pedro Miguel y Frijoles en el Pacífico. Luego de la firma del Tratado Remón-Eisenhower firmado entre Panamá y los Estados Unidos, se eliminaron estos barrios y los antillanos tuvieron que mudarse a la ciudad de Panamá, incrementando la población en los barrios de El Chorrillo, Río Abajo, Parque Lefevre y Pueblo Nuevo, en donde habitan en la actualidad.
Durante la construcción del proyectado canal a nivel, bajo la dirección del francés Ferdinand de Lesseps, en 1880, llegan a Panamá millares de obreros y familias afrocaribeños. La mayor parte de los obreros afrocaribeños, la principal mano de obra de la llamada “Gran Zanja” (Westerman 1980, Connif 1985), y “una de las más espectaculares maravillas de la ingeniería” (Newton), vienen a Panamá bajo contrato con los norteamericanos que construyeron el Canal de Panamá entre 1904 y 1914.
En general, la etnia negra ha influido significativamente en la cultura panameña. Se considera, por ejemplo, que la cumbia y el tamborito provienen de las costas negreras de los mercados de esclavos de la Nueva Andalucía, en las costas de Colombia y Venezuela. La utilización de los instrumentos de trabajo, tales como la mano de pilón y el trapiche, de uso cotidiano por el campesino panameño, es un aspecto digno de resaltar.
En el aspecto comercial, destacan algunos historiadores, que los negros libres establecidos en Panamá Viejo llegaron a ser sumamente ricos, pues mantuvieron relaciones comerciales con Perú y otros países que explotaban metales preciosos y los intercambiaban hacia y desde las ferias de Portobelo. También fueron los dueños de las mulas que cargaban las mercancías, de muchos albergues y de las embarcaciones, incluyendo los servicios de remadores. Tal vez les favoreció que, años antes de la destrucción de la ciudad, muchos españoles sintieron que esta era vulnerable debido a los constantes temblores e incendios, aparte de insegura e inestable, económicamente, vendieron sus negocios a quienes tuvieran los recursos para comprarlos.
Todas estas contribuciones despiertan admiración por la capacidad intelectual, artística y espiritual del negro, cuya huella histórica ha influido en todos los estratos de la sociedad panameña.
Un dato histórico de mucha relevancia para nosotros es el primer obispo nativo de América, un panameño negro Francisco Javier de Luna Victoria y Castro, quien fundó la primera universidad del Istmo, la “Universidad San Francisco Javier de Panamá” que tuvo poca vigencia al ser expulsados los jesuitas de territorios indianos, en agosto de 1767.
La raza negra contribuyó significativamente en la construcción de las obras más valiosas de los siglos XIX y XX. Un gran número de inmigrantes de las islas circundantes del Caribe vinieron a trabajar en la construcción del ferrocarril de Panamá en 1850; grandes transnacionales encontraron aquí las condiciones para el cultivo y la exportación del banano, como la estadounidense United Fruit Company, ubicada en la región de Bocas del Toro y Chiriquí en los años 1927 y 1928, debido a la presencia en el área de asentamientos negroides, lo que facilitaba el acceso a mano de obra para el cultivo de la fruta.
La más trascendental y reconocida aportación de la etnia negra en Panamá fue su participación en la fuerza laboral que contribuyó grandemente, desde sus inicios, en la construcción del Canal de Panamá, hoy por hoy, se ha dado en todos los niveles de su administración. Ahora bien, el peso de estos hechos obliga a reconocer nuestras raíces africanas, y a aceptar que la mayor parte de nuestra identidad como pueblo gira alrededor de esa importante herencia.
Son muy pocas las disciplinas ocupacionales de Estado, del clero o dentro de la empresa privada que han sido desempeñadas eficientemente por los miembros de la etnia negra panameña. Los antillanos trajeron muchas ideas a Panamá, que hoy en día persisten, como la organización de la Orquesta Sinfónica del país, las carreras de caballo, las líneas de buses con colores pintorescos y las populares «chivas», autobuses pequeños que transportaban básicamente trabajadores del Canal de Panamá, en su mayoría negros.
A principios de siglo muchos técnicos de las Antillas emigraron a Panamá y construyeron edificios con techos empinados y mansardas, rodeadas de galerías. Con los años, los técnicos antillanos combinaron su estilo franco-anglosajón con el existente en Panamá, el cual tenía una fuerte influencia norteamericana de Nueva Orleans.
En la ciudad de Panamá es muy común ver casas con pilotes, galerías perimetrales, buhardillas y bellos trabajos de hierro en los balcones, propias de la ciudad de Nueva Orleans. La similitud es tanta que, algunas personas comparan ambas ciudades; se puede observar una gran cantidad de casas al estilo caribeño, con balcones, galerías frontales y perimetrales y soportales. En las casas colonenses también pueden notarse guardamalletas, barandas de balcones, celosías, tragaluces y puertas de doble juego.
En el español que hablamos los panameños encontramos huellas de palabras que son de origen africano: bemba, bullerengue, bunde, burundanga, cabanga, cachimba, chéchere, congo, dengue, guineo, guandú, motete, ñame, quilombo.
Inculturación de la fe en la población afro-panameña
Una especial contribución que han hecho los afroamericanos es su profunda espiritualidad, fuerza interior que les ayudó a resistir en la época de la esclavitud y que aún en la actualidad se deja entrever en sus expresiones religiosas. Esa espiritualidad se expresa en el respeto a la naturaleza, a la vida, a la justicia, a la familia, en ese sentido de pertenencia a una comunidad.
Para los afroamericanos, por ejemplo, la muerte es un momento fuerte y decisivo de la experiencia de Dios; a partir de ella brota la esperanza en la vida; se experimenta la paz de Dios y se abandona totalmente en sus manos.
Dentro de la Iglesia Católica esta espiritualidad se expresa en el seguimiento de Jesucristo, que es visto como luz en la noche de la esclavitud. También en la espiritualidad negra es venerada la Virgen María, mujer fuerte que nos entrega a Jesucristo liberador. La celebración es un espacio de la experiencia de Dios para el hombre y la mujer afroamericana. En ella se da cita el ritmo, la danza, la música, la alegría, los tambores, que es una herencia espiritual que ayuda a despertar el sentimiento de negritud. El cuerpo y el sentimiento son lenguajes que expresan la comunión con Dios. La espiritualidad afroamericana se expresa a través de símbolos y gestos que permiten la celebración sacramental del Misterio de Dios (Cfr. VIII EPA).
En la celebración se construye y expresa la unidad del pueblo. Es el espejo en el cual el hombre y la mujer afroamericanos hablan con Dios, sienten su presencia total y se abandonan a Él, experimentando su rostro alegre y cercano. Es el Dios que se deja invitar a la fiesta y también se solidariza con el dolor humano (Cfr. VIII EPA)
Situación actual de los afroamericanos
A pesar de todos los esfuerzos por integrarse a la sociedad, los afroamericanos viven en la exclusión y la marginación de los centros de desarrollo, como resultado de más de quinientos años de esclavitud y cuyas secuelas persisten en el momento actual.
Los negros relacionados o no con la Iglesia, herederos del racismo y la discriminación colonial y de la época de la pos manumisión, muchas veces no se identificaban de esta manera y preferían el término de “morenos”. Tenían reservas en reunirse y conversar de su realidad y problemas. Evitaban hablar de temas como África, esclavitud, tradiciones culturales, para no aparecer como ciudadanos de segunda categoría. (VIII EPA). Esta situación aún persiste y se hace evidente cuando se disfraza el ser negro con expresiones como “mulatos”, “culisos”, y “trigueños”, que es una manera de negación y de invisibilización, y no es otra cosa que el resultado de un bombardeo sistemático en el que se relaciona al negro con lo malo y al blanco con lo bueno.
Esto forma parte del proceso de autonegación impuesto por un sistema de emblanquecimiento que afirma que, a medida que éste se parece al blanco, más exitoso podrá ser. Todo ello es reforzado por un sistema educativo que no incorpora el aporte de la población afrodescendiente en sus textos escolares; con las imágenes negativas que se transmiten en los medios de comunicación con respecto a los negros, donde son presentados escoria de la sociedad-ladrones, delincuentes, prostitutas, etc.
Con esta subvaloración del ser negro, podemos entender el porqué, la pobreza en América está definida con los rostros de los indígenas y los afroamericanos, cuya discriminación, marginación y exclusión de los polos de desarrollo los tienen sumidos en la más profunda pobreza. Basta observar los lugares de alta concentración de población negra en nuestro país –Colón, Darién, Bocas del Toro, en la ciudad capital los barrios bajos como Río Abajo, El Chorrillo, Curundú etc., para detectar los problemas de altos niveles de desempleo, delincuencia, falta de centros de salud y bajos niveles de educación.
El Informe Nacional de Desarrollo Humano en Panamá 2002 “Conociendo el Panamá profundo” publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), con el aval del Gobierno Nacional de Panamá, así lo confirma.
Otro análisis interesante que aporta el INDH es el que se hace en torno a la oculta pobreza de la población afro-panameña en las áreas urbanas. Aunque es muy difícil determinar con exactitud el grado específico de pobreza y desigualdad que caracteriza a la población afro-panameña, se puede establecer que los afro-panameños generalmente viven en las comunidades con mayores tasas de desempleo, y en áreas con serios problemas de salud y vivienda. En las ciudades de Panamá y Colón, están ubicados en las áreas con mayor incidencia de delincuencia y criminalidad”.
La invisibilidad de la población afrodescendiente para los programas de desarrollo es un desafío para los gobiernos y para la propia Iglesia Católica a nivel del continente Americano, el cual sólo podrá ser respondido con una atención específica a estas poblaciones.
Desafío de la Iglesia en la evangelización inculturada
En ese sentido la Iglesia Católica, desde el Concilio Ecuménico Vaticano II, tomó un gran impulso para desarrollar una evangelización inculturada, que se ha visualizado como uno de los grandes logros de este cónclave, porque permitió a la Iglesia y a sus agentes de pastoral captar y comprender la estrecha relación que existe entre cultura, fe y evangelización.
Así nos lo constata Evangeli Nuntiandi cuando dice “La ruptura entre evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue de otras épocas. De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura o más exactamente de las culturas”. (No. 20)
La misión de la Iglesia es la de evangelizar la cultura que consiste en hacer que los principios y los valores del Evangelio lleguen a traducirse en la manera de vivir de los pueblos. Otro aporte importantísimo que hizo el Concilio Vaticano II, ha sido la Constitución Sacrosantum Concilium. Basada en esta Constitución, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos elaboró en 1994, la IV Instrucción para aplicar debidamente la Constitución Conciliar “Sacrosantum Concilium” sobre la Liturgia Romana y la Inculturación. Esta Constitución contiene las normas para adaptar la liturgia a la mentalidad y a las tradiciones de los pueblos, en los artículos 30-40.
Si bien la Constitución “Sacrosantum Concilium”, utilizó la expresión de adaptación de la liturgia, el Magisterio de la Iglesia prefirió el término de “Inculturación” para designar de una forma más precisa “la Encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas y al mismo tiempo la introducción de estas culturas a la vida de la Iglesia” (cf. Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura, 17 enero 1987).
Movidos por esa necesidad de “Encarnar el Evangelio en las culturas autóctonas” algunos agentes de pastoral –laicos, sacerdotes, religiosos, religiosas, obispos negros y blancos, comprendieron que el trabajo pastoral que llevaban en las comunidades negras demandaba orientaciones más específicas y con formas que mantuvieran su riqueza cultural, buscaron dar respuestas a estas necesidades. Es así como nace la Pastoral Afroamericana y los Encuentros de Pastoral Afroamericana (EPAs)”.
El origen, pues de los Encuentros de Pastoral Afroamericana: “Nacen a raíz de algunas inquietudes expresadas por dos prelados de las Jurisdicciones del Litoral Pacífico que trabajaban con poblaciones Afroamericanas, en el sentido de iniciar una serie de reuniones, de reflexiones e intercambios de experiencias relacionadas a la evangelización de las comunidades y pueblos de cultura negra (cf. Denis King I Encuentro de Pastoral Afroamericana, Colón 20 enero 1989)
Los protagonistas de este acontecimiento histórico eclesial fueron Mons. Enrique Bartolucci, del Vicariato Apostólico de Esmeraldas, Ecuador y Mons. Heriberto Yepes, Obispo de Buenaventura, Colombia; Mons. Héctor Urrea asistió representando el Departamento de Misiones del Consejo Episcopal Latinoamericano (DEMIS- CELAM); Este I EPA, se celebró en Buenaventura, Colombia del 18 al 21 de marzo de 1980. El tema de reflexión fue “La Religiosidad Popular y la Cultura Negra”. Panamá fue representada en la persona de Mons. Carlos A. Lewis, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Panamá.
El II EPA se realizó en Esmeraldas, Ecuador, siendo Panamá representada por los Padres Alvin Ingram, Harold Skidmore y Norberto Knight.
Panamá ha tenido una participación activa en los EPAS, sobre todo cuando se comprometió ser anfitrión del III EPAS en Portobelo, Colón, del 3 al 8º de marzo de 1986. Los protagonistas del III EPA fueron el Arzobispo Marcos G. McGrath quien abrió las puertas a este evento y brindó su respaldo en todo momento a esta reciente experiencia pastoral. El Arzobispo nombró a Mons. Carlos A. Lewis, para que conformara una comisión preparatoria del Encuentro, quien a su vez se hizo acompañar del P. Norberto Knight, quien fungió como Secretario Ejecutivo y en cuyas manos confió la organización del III EPA, labor que hizo con interés.
Este EPA contó además, con el apoyo de un gran anfitrión, quien es también un excelente impulsador de la Pastoral Afro, el Obispo de la Diócesis de Colón-Kuna Yala, Mons. Carlos María Ariz.
Por su tema y el lugar histórico en que se realizó, en Portobelo, este EPA despertó en muchos negros el deseo por conocer su historia, su cultura, su religiosidad, su espiritualidad, logrando reafirmar así nuestra identidad. Participaron en este EPA seis Obispos como también varios sacerdotes y religiosas negras, además de laicos de distintos países.
Alentaron el trabajo de la Pastoral Afroamericana y de los Encuentros, el llamado del Papa Juan Pablo II, quien en su mensaje a los afroamericanos en la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano realizada en 1992 en Santo Domingo pidió “potenciar la atención pastoral y favorecer los elementos específicos de las comunidades con rostro propio”, en este caso particular de las poblaciones afroamericanas “que representan una parte relevante en el conjunto del Continente y que con sus valores humanos y cristianos y también con su cultura, enriquecen a la Iglesia y a la sociedad”.
En respuesta al llamado del Santo Padre, los Obispos de América Latina en Santo Domingo declararon: “Queremos acercarnos a los pueblos afroamericanos, a fin de que el evangelio encarnado en sus culturas manifieste toda su vitalidad y entren ellos en diálogo de comunión con las demás comunidades cristianas para su enriquecimiento”.
Un hecho histórico digno de destacar, como uno de los avances más significativos en la organización de la Pastoral Afroamericana, es el I Encuentro Continental de Obispos Comprometidos con la Pastoral Afroamericana, convocado por el SEPAFRO-DEMIS en Quito, en septiembre 2001; donde participaron 24 obispos, quienes emitieron un mensaje final, donde manifestaron su compromiso de impulsar y acompañar esta pastoral en sus Iglesias particulares.
Dentro de este contexto, la historia de los EPAS se ha ido desarrollando, guardando algún parecido con la semilla de mostaza, pues desde el primer encuentro hasta el más reciente realizado en Perú, se han incorporado cada vez más países a este caminar y fortaleciendo la evangelización en las poblaciones afroamericanas.
Si hiciéramos un alto, luego de casi 20 años recorridos en los Encuentros de Pastoral Afroamericana desde aquel I EPA de 1980 hasta el IX EPA, de 2003; podemos reconocer el acompañamiento desde el principio del DEMIS-CELAM, en este caminar de Iglesia.
Como fruto de estos 20 años de caminar también se dio la creación del Secretariado de Pastoral Afroamericano SEPAFRO-DEMIS CELAM; del boletín NOTISEPAC y el Secretariado de Pastoral Afro Latinoamericano y Caribeño (SEPAC).
El caminar de la Pastoral Afro-panameña en nuestras diócesis
El caminar de la Pastoral Afro-panameña desde su inicio demostró una clara conciencia que se trataba de una experiencia de fe, que se vive en la Iglesia. Se parte de la religiosidad profunda del pueblo afrodescendiente, tal como lo señala Ecclesia in America: “a partir de su cultura, considerando seriamente las riquezas espirituales y humanas de esta cultura, que marca su modo de celebrar el culto, su sentido de alegría y de solidaridad, su lengua y tradiciones”.
Luego de la celebración del II EPA en Portobelo, podemos señalar los siguientes acontecimientos que han marcado nuestro caminar en la Iglesia Panameña:
- La celebración del Primer Encuentro de Pastoral Afroamericana de la Diócesis de Colón-Kuna Yala, realizado en Nombre de Dios, en enero 27-28-29 de 1983, con el tema “La Familia Afro-panameña, Amor y Fortaleza”.
- La inculturación de la Liturgia con elementos afro-panameños.
- La celebración anual de la Fiesta Religiosa El Bunde, en preparación del nacimiento del Niño Dios, realizada del 6 diciembre al 6 de enero (Fiesta de la Epifanía).
- La Misión especializada con las poblaciones afro-panameñas en la Arquidiócesis de Panamá en el año 1992, en el contexto del V Centenario de la Evangelización de América.
- La creación del Departamento de Pastoral Afro en la Conferencia Episcopal Panameña y la conformación de una Coordinación Nacional de la Pastoral Afro-panameña.
- La promoción de una economía solidaria especialmente en el Vicariato Apostólico de Darién.
- La Escuela de Historia y Cultura Afro-panameña, única en el país en esta categoría, que realiza trabajos de investigación e interpretación de la historia de los afro-panameños, aunque hace falta profundizar en los antecedentes espirituales, la religiosidad, costumbres y tradiciones.
Si bien la Pastoral Afro en Panamá se ha estructurado en tres jurisdicciones eclesiásticas: la Arquidiócesis de Panamá, la Diócesis Misionera de Colón-Kuna Yala y el Vicariato Apostólico del Darién, ella se va desarrollando en coordinación con otras pastorales buscando siempre responder a la Pastoral de Conjunto.
Podemos indicar, también, que la Pastoral Afro-panameña es una respuesta de la Iglesia Católica para acompañar a las poblaciones afro-panameñas en sus procesos de lucha ante los desafíos de la pobreza y exclusión que padecen, a nivel espiritual y social, no sólo desde la misma Iglesia, sino insertándose en la misma población afro-panameña.
Es evidente que su inserción en la población afro implica la denuncia de la injusticia y el respeto a los derechos fundamentales que tiene toda persona humana, que en el caso del hombre y la mujer negra se ven lesionados con prejuicios de discriminación, racismo y exclusión, flagelos que aún permanecen en la sociedad e inclusive en la misma Iglesia.
Testimonio de este acompañamiento por parte de la Pastoral Afro-panameña es su incorporación en la gestión por lograr que se declarase un día de la Etnia Negra en nuestro país, como en efecto se logró a través de la Ley 9 de 30 de mayo de 2000, que declara el 30 de mayo como “Día de la Etnia Negra”.
De igual manera, la Pastoral Afro-panameña es miembro de la Comisión Coordinadora de la Etnia Negra Panameña, una red compuesta por 25 organizaciones negras, donde se comparte, se alimenta e inyecta criterios para lograr incidir en los cambios necesarios; tener un país equitativo, participativo y solidario para todos los panameños. Actualmente se está impulsando una Plataforma o Agenda de los Afro-panameños, una ley de igualdad de oportunidades, que posibiliten la inclusión de los afro-panameños en los Planes del Estado Panameño.
Muchos son los logros en este camino recorrido, sin embargo aún nos interpelan muchos desafíos que exigen una respuesta efectiva: la pobreza y exclusión que vive el pueblo negro; un mayor protagonismo laical de los negros y negras; crear espacios de reflexión en las diócesis donde hay poblaciones negras, como son Chitré, Penonomé, David, Santiago y la Prelatura de Bocas del Toro. Esta es una tarea de toda la Iglesia panameña, que está en permanente estado de misión y que con la nueva evangelización requiere llegar a encarnar en las culturas el evangelio de la vida.
Nuestro caminar está marcado por Cristo y su evangelio, camino de fe, y arraigado en la espiritualidad como una experiencia con el Dios cercano, que escucha el clamor de su pueblo y nos quiere liberar de todas nuestras opresiones. Somos dóciles, confiamos en la protección y acompañamiento de Santa María, Madre del pueblo afroamericano, quien intercede ante Dios en todos los momentos de nuestra vida.
¿Hace falta una pastoral específica e inculturada para las poblaciones afroamericanas? A pesar de todo lo expresado, quizás muchos se plantean este interrogante. La respuesta está en el corazón de cada uno de los que nos llamamos cristianos y cristianas.
Bibliografía
- Arias, Tomás. Mestizaje en Panamá, Instituto del DNA y del Genoma Humano de la Universidad de Panamá, 2003.
- Concilio Vaticano II, Constitución Sacramentum Concilium
- Wilson, Carlos “Cubena” Guillermo. Ponencia “El Aporte Cultural de la Etnia Negra en Panamá”, San Diego State University, California 2002
Mons. URIAH ASHLEY MCLEAN