CLÉRIGOS E INDEPENDENCIA DE URUGUAY

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La “politización” de importantes sectores de la Iglesia católica en el territorio de la Banda Oriental que dependía del obispado de Buenos Aires fue un hecho notorio desde el estallido de la revolución en el Río de la Plata. Lo contrario hubiese sido extraño: “[…], la revolución estalla en una sociedad que es a la vez una Iglesia, una comunidad religiosa. De tal manera, pensar la relación entre Iglesia y sociedad implica un anacronismo, implica proyectar sobre el pasado una diferenciación que aportó el proceso de secularización durante el siglo XIX ”.[1]

El movimiento desplegado en el territorio oriental -que había comenzado en conexión directa con la semana de Mayo de 1810, en Buenos Aires, y que en lo militar José Artigas encabezó, desde 1811- contó con numerosos aliados dentro de las filas del clero secular y regular, aunque el fenómeno aun no ha sido abordado en toda su complejidad regional.

A poco de comenzado el levantamiento, en diciembre de 1811, el gobernador de Montevideo, José Gaspar de Vigodet, informaba al obispo de Buenos Aires, Benito Lué y Riega, sobre el alarmante alcance de la participación de los clérigos en la insurgencia rural y el modo en que esto impedía “volver a la obediencia” a la población: “En vano sacrificaría mis desvelos para restituir el orden en esta Banda Oriental, y para sepultar hasta el más leve indicio de rivalidad, si los pastores eclesiásticos se empeñan en sembrar la cizaña y alterar el orden, persuadiendo la rebelión de las leyes patrias. V.S.I. conoce cuán trascendente son los daños que pueden seguirse de una conducta tan abominable, escandalosa y contraria a las determinaciones de la iglesia, y tan reprobada y punible por las leyes del reino”.[2]

Fue sobre todo en las villas y áreas rurales, donde la revolución había iniciado, que el accionar de los eclesiásticos se hizo más evidente. Allí numerosos sacerdotes predicaban desde el púlpito contra las autoridades virreinales, levantaban donativos patrióticos, organizan partidas de milicianos voluntarios y conectaban a sus feligreses con los principales jefes militares de la región. Según el mismo Vigodet esta era “la conducta general de casi todos los párrocos y eclesiásticos seculares y regulares que sirven la cura de almas en esta campaña”.[3]

Entre las clérigos que acompañaron el proceso revolucionario en su primera fase se encontraban Tomás Gomensoro (Soriano y Mercedes), Santiago Figueredo (Florida y Pintado), Gregorio y José Valentín Gómez (San José y Guadalupe), Ramón Olavarrieta (Espinillo), Silverio Martínez (Paysandú), José María Enrique de la Peña (Colonia) y Manuel de Amenedo Montenegro (San Carlos), ente otros varios.

Algunas comunidades religiosas de Montevideo, como la de los Franciscanos, tuvieron un rol particularmente significativo en los inicios del levantamiento. Desde 1760 los religiosos dirigían el convento de San Bernardino, un centro difusor de ideas teológicas -y por ende políticas- que cobraron protagonismo al momento de la crisis imperial. El 21 de mayo de 1811, tras el triunfo de las fuerzas comandadas por José Artigas en la batalla de Las Piedras, las autoridades virreinales determinaron la expulsión de un grupo de religiosos de esta orden, acusados de colaborar con los insurgentes.

Miembros de otros institutos religiosos también se plegaron, en diverso grado y circunstancias, al movimiento revolucionario. Entre ellos se cuentan los mercedarios Casimiro Rodríguez, Manuel Ubeda y Ramón Irrazábal y los dominicos Francisco Mestre, José Rizo y Marcelino Felliza. De todos modos la participación del clero en el proceso revolucionario no debe ser interpretada en bloque, ya que su itinerario refleja las mismas vicisitudes por las que atravesó el conjunto de la sociedad local ante la radicalización del movimiento artiguista.

Así, figuras destacadas como el naturalista Dámaso Antonio Larrañaga (1771-1848) que tempranamente se había plegado a la revolución desempeñando cargos de relevancia, posteriormente efectuó un marcado giro en su posición política para terminar apoyando a los sectores contrarrevolucionarios, en el contexto de la invasión del ejército portugués a la Provincia Oriental, en 1816. Otros en cambio, como el teólogo franciscano José Benito Monterroso (1780-1838), sucesivamente secretario de José Artigas y del entrerriano Francisco Ramírez y uno de los ideólogos del proceso revolucionario, siguieron una línea más radical. Su posterior biografía, plena de exilios, encarcelamientos y fugas, da cuenta de los cambios operados al interior de la Iglesia en la inmediata post-independencia. Dentro de los sacerdotes que permanecieron en filas realistas destacó Fray Cirilo de Alameda, propagandista y redactor de la Gazeta de Montevideo (1810-1814).

Notas

  1. (Di Stefano, 2010)
  2. (A.A.: 9-10)
  3. (Archivo Artigas, 9-10).

Bibliografía

  • ALGORTA CAMUSSO, Rafael, El padre Dámaso Antonio Larrañaga; apuntes para su biografía, Montevideo, 1922;
  • ARCHIVO ARTIGAS. Comisión Nacional Archivo Artigas. Tomo IV, Montevideo, 1953;
  • ASTIGARRAGA, Luis, Un cura de 1800. Manuel Amenedo de Montenegro, Maldonado, 1978;
  • BAZZANO, Daniel et al., Breve visión de la Historia de la Iglesia en el Uruguay, Montevideo, 1993;
  • CAYOTA, Mario, Artigas y su derrota. ¿Frustración o desafío?, Montevideo, 2007;
  • CAYOTA, M., José Benito Monterroso: el inicuo destierro de un ilustre ciudadano, Montevideo, 2010;
  • DI STEFANO, Roberto, El púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política de la monarquía católica a la república rosista, Buenos Aires, 2004;
  • DI STEFANO, Roberto, “La Iglesia católica y la Revolución de Mayo” en Criterio, Buenos Aires, Nº 2360, junio de 2010;
  • FERNANDEZ CABRELLI, Alfonso, Artigas y los curas rebeldes, Montevideo, 1969;
  • SALABERRY S.J., Juan Faustino, La Iglesia en la independencia del Uruguay, Montevideo, 1930.


MARIO ETCHECHURY