GANTE, Pedro de

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Gante, 1479? – Ciudad de México, 1572) Evangelizador franciscano.

Es conocido en lengua castellana como Pedro de Mura, y en lengua de Flandes como Peeter Van der Moere, de Moor o de Muer. Se desconoce con exactitud la fecha de su nacimiento, el cual se calcula alrededor del año 1479 en la villa de Iguén, en la provincia de Budarda, en Gante. Aunque no se tienen datos precisos, se considera que era pariente del emperador Carlos V; se sabe que ni fray Pedro de Gante ni Carlos V desconocieron nunca el parentesco que les unía, el cual era reconocido y aceptado por todos. Así le escribía fray Pedro al emperador: “(...) pues que V.M. é yo sabemos lo cercanos é propincos que somos, é tanto que nos corre la mesma sangre, le diré verdad en todo, para descargo de mi conciencia, y que V.M. pueda descargar la suya”[1].


Realizó sus estudios en la Universidad de Lovaina donde fue discípulo de Adriano de Utrecht. Prestó servicios a la Corona Real desde sus primeros años. Posteriormente ingresó en calidad de lego al Convento Franciscano de Gante donde conoció a quienes serían sus acompañantes en su viaje a la Nueva España: fray Juan de Tecto, o Jean de Toict, profesor en la Sorbona y Guardián del Convento; y fray Juan de Ayora, venido de Escocia y de quien se decía también era pariente de la realeza de su país. Los tres frailes salieron de Gante el 20 de abril de 1522 con destino a España, a donde llegaron el 22 de julio; finalmente embarcaron en Sevilla hacia la Nueva España el 1º de mayo de 1523. Arribaron a Veracruz después de tres meses y medio de viaje, el 13 de agosto, siendo así los primeros franciscanos en llegar a México ya que los célebres 12 franciscanos encabezados por fray Martín de Valencia, llegaron un año después.


Se dirigieron al Valle de México donde fueron alojados en el palacio de Nezahualpilli, hijo de Netzahualcóyotl, en Texcoco. Ahí comenzaron a observar el mundo indígena y a aprender la lengua de los nativos. En 1523 fray Pedro fundó ahí mismo, en Texcoco, la primera escuela de cultura europea en el continente Americano destinada a los indígenas. Fray Juan de Tecto y fray Juan de Ayora acompañaron ese mismo año a Hernán Cortés en la expedición a las Hibueras, de la cual ninguno de los dos regresaría con vida.


Fray Pedro vivió en Texcoco por tres años y medio; en ese tiempo realizó varias expediciones a Tlaxcala y a otras regiones cercanas. Después del retorno de Cortés de su expedición, fray Pedro decidió trasladar su residencia a México hacia 1527, con el objetivo de continuar su labor educativa. Construyó la capilla de San José de Belén de los Naturales, la cual contaba con siete naves abiertas por uno de los extremos para que los indígenas pudieran asistir a los oficios desde el atrio, y al lado de ella edificó la escuela que dirigió por casi 50 años.


En un primer momento, los soldados españoles llevaban a la fuerza a los muchachos indígenas a la escuela, prohibiéndoles el contacto con el exterior con la finalidad de alejarlos de la idolatría de sus parientes, situación con la que fray Pedro estaba en descontento. Estaba a tal grado contrariado por ello y por el rechazo que mostraron los indígenas durante más de tres años ante la religión y la cultura europea, que llegó a pensar en regresar a Flandes. No obstante, al progresar en su conocimiento sobre los indígenas, se dio cuenta de la importancia que tenía para ellos la música en sus ceremonias religiosas, por lo que se dio a la tarea de componer melodías sobre la ley de Dios y la fe cristiana, en las cuales enseñaba los principios fundamentales de la misma. Utilizó las artes para la evangelización de los indígenas, de modo que conservó y transfiguró su poesía, música, danza y artes pictóricas; también los enseñó a fabricar instrumentos musicales. De esta forma los naturales comenzaron a acercarse voluntariamente al llamado de fray Pedro, quien recuerda especialmente una celebración de la Natividad de Cristo en la que llegaron tantos y de lugares tan diversos, que no cabían en el atrio. Pocos años después de haber aprendido el canto, los mismos indígenas comenzaron a componer villancicos e incluso misas.


En el día enseñaba a leer, escribir y cantar; por la noche leía doctrina cristiana y predicaba. La escritura de los indígenas era pictográfica antes de la llegada de los españoles, por lo que muchos misioneros consideraron que lo más conveniente para llegar a la escritura fonética era comenzar con la pictográfica. Es por ello que muchas doctrinas escritas por los misioneros fueron realizadas con ilustraciones, siendo fray Pedro uno de estos escritores. Además del castellano, se comenzó a enseñar latín para que los indios pudieran entender y cantar los grandes cantos litúrgicos, así como leer el Evangelio. En su método de enseñanza contempló la homogeneidad de los grupos para adaptar a cada uno de ellos el tipo y el grado de educación que a cada uno conviniera, ya fueran niños, adolescentes o adultos. Asimismo se educó a los hijos de los antiguos señores de manera especial en las artes cívicas para que sirvieran en aquellos cargos de gobierno que los españoles les encargaron a raíz de la conquista: jueces de los pueblos, alcaldes y regidores.


Además, fray Pedro se preocupó desde un inicio de formar maestros en su escuela; él mismo lo relata en su carta de 1529: “He escogido unos cincuenta de los más avisados (muchachos indios) y cada semana les enseño aparte lo que toca hacer o predicar la domínica siguiente, atento día y noche a este negocio para componerles y concordarles sus sermones. Los domingos salen a predicar por la ciudad y toda su comarca, a cuatro, a ocho o diez, a veinte o treinta leguas, anunciando la fe católica y preparando con su doctrina a la gente[2].


Fundó numerosas cofradías en las que sus integrantes debían considerarse como hermanos, unirse para dar lucimiento a sus procesiones, llevar a cabo prácticas piadosas repartiéndose mediante elecciones democráticas los servicios que tenían que desempeñar, y distribuyéndose los distintivos, estandartes y emblemas que aumentaban su entusiasmo y su devoción. Ante las rivalidades que pudieran nacer entre cofradías, fray Pedro fortaleció la educación cívica de sus integrantes, enseñándolos a convivir en armonía.


También procuró que los muchachos más grandes aprendieran oficios y artes que sus padres no conocieron, de manera que empezaron a prepararse como sastres, carpinteros, zapateros, herreros, albañiles, siendo éstos últimos de inmensa importancia colectiva poblando al país de edificios construidos con técnicas españolas y con una especial inclinación a la belleza. Edificó una gran cantidad de templos, entre las que destacan el de cada uno de los cuatro barrios en los que se dividió la población indígena y que correspondían a los cuatro grandes calpullis de la antigua capital azteca: Santa María, San Juan, San Pablo y San Sebastián. El propio fray Pedro señala, en 1529, haber mandado construir más de 100 iglesias.


En 1530 edificó, para los indios, el hospital de San José, construido a un costado del convento de San Francisco y en el cual atendía de trescientos a cuatrocientos enfermos simultáneamente. Sin embargo, poco tiempo después este recinto se destinó a la educación y fray Pedro intervino para la edificación, en 1554, del Hospital Real de San José de los Naturales en el Barrio de San Juan para reemplazar el que él había fundado.


Medió ante Carlos V por el bienestar de los indígenas en la Nueva España, ya que a pesar de que el emperador había prohibido los servicios personales exigidos a éstos, muchos españoles continuaban con estas prácticas. Con este motivo le escribió a Carlos V el 15 de febrero de 1552 diciéndole: “Bien creo, que si las cédulas de V. M. que acá ha enviado en su favor, fueran cumplidas, y los gobernadores y justicias no las disimulasen, que vendría y hubiera venido gran bien a esta gente”[3]. Incluso el Virrey don Luis de Velasco confirma esta situación, ante la cual Fray Pedro exhortó al emperador a que pusiera remedio: “(…) de lo contrario, con justa razón se quejará Dios de la falta de amor de sus hijos, de su falta de caridad (…) pues en lo pasado no se puede remediar, justa cosa es que en lo porvenir se remedie, y Vuestra Majestad haga cumplir las cédulas que ha mandado enviar, cerca de los servicios personales, porque una de las principales cosas que a esta gente destruye son los tales servicios[4].


Asimismo escribió al emperador para que tomara las medidas necesarias con el fin de evitar los abusos de aquellos indios que gobernaban a otros indios. En esta preocupación por el bienestar de los indígenas encontró como compañero al obispo fray Juan de Zumárraga, ante cuyo fallecimiento se expresó de la siguiente manera en una carta que escribió a Carlos V el 20 de julio de 1548: “Lo que agora se me ofrece, es que ha veinticinco años estoy en estas partes en servicio de Dios y de Vuestra Majestad, en este hábito de Nuestro Padre San Francisco, con estos naturales, que les tengo a todos por mis hijos, y así ellos me tienen por padre. Y hago saber a Vuestra Majestad que en todo este tiempo no he estado tan triste como el día de hoy, a causa de que fue Dios, Nuestro Señor, servido de llevar a su gloria a nuestro bienaventurado padre, pastor y prelado: nuestro Fray Juan de Zumárraga, el cual era verdadero padre destos naturales, a los cuales amparaba y recogía debajo de sus alas. Fue siempre mi compañero en trabajos con ellos, y su ausencia me hace mucha falta[5].


El propio Zumárraga se había expresado también en términos favorables de fray Pedro: “Entre los frailes más aprovechados en la lengua de los naturales, hay uno en particular, llamado Pedro de Gante, lego. Tiene diligentísimo cuidado de más de seiscientos niños. Y cierto él es un principal paraninfo que industria a los mozos y mozas que se han de casar, en las cosas de nuestra fe cristiana, y cómo se han de haber en el santo matrimonio, y industriados, los hace casar en los días de fiesta con mucha solemnidad[6].


Rechazó tres licencias que le enviaron para ordenarse sacerdote: la primera, del papa Paulo III; la segunda, del capítulo General de la Orden Franciscana celebrado en Roma siendo Generalísimo de la Orden Fray Vicente Lunel; y la tercera, de un Nuncio Apostólico que estuvo en la corte de Carlos V. En lugar del sacerdocio, prefirió seguir siendo hermano lego para entregarse completamente a sus actividades al servicio de los indígenas, quienes le tenían enorme afecto. Incluso el sucesor de fray Juan de Zumárraga, fray Alonso de Montúfar, dijo alguna vez que él no era el arzobispo de México, sino fray Pedro lego de San Francisco.


La labor educativa de los misioneros, especialmente la de fray Pedro, permitió la convivencia entre indígenas y españoles, convivencia que dio origen a una nueva nación. El tartamudeo del que adolecía no le impidió servir en muchas ocasiones de intérprete y predicar cuando el sacerdote no conocía la lengua. Realizó su mayor contribución en el ámbito de la educación de los indígenas, introduciéndolos en la cultura europea y en la religión cristiana; se preocupó por estudiar y entender a sus educandos, conociendo sus circunstancias para poder llevar a cabo su obra educativa. Tuvo clara comprensión de los problemas económicos, promovió el desarrollo de la industria y del comercio en el Nuevo Mundo; gracias a él llegó a América un humanismo que hizo que la raza dominadora y la dominada se entendieran gracias a la transmisión de las artes, las ideas y la religión.


Tendría entre 89 y 96 años cuando falleció. Se desconoce el día exacto de su muerte, mas se sabe que fue sepultado el 20 de abril de 1572 en la capilla de San José de Belén de los Naturales, a petición de los propios indígenas. A sus funerales asistieron un gran número de ellos y cada una de las cofradías que él fundó realizó exequias particulares, renovando incluso meses después las demostraciones de amor hacia él, como lo relata fray Gerónimo de Mendieta: “Murió en el año de mil quinientos y setenta y dos, con cuya muerte sintieron los naturales grande dolor y pena, y en público la mostraron, porque demás de acudir á su enterramiento copiosísimo concurso de ellos con derramamiento de lágrimas, muchos de ellos se pusieron de luto por él, como por verdadero padre que les había faltado, y después de haberle hecho muy solemnes exequias todos ellos en común, se las hicieron en particular cada cofradía por sí, y cada pueblo y aldea de la comarca, y otras personas particulares con largas y abundantes ofrendas[7].


Obras: Doctrina Cristiana en lengua mexicana; Cartas al emperador; Carta a Felipe II; Catecismo Ilustrado de la Doctrina Cristiana.


Notas

  1. Chávez, 1994, p. 22.
  2. Chávez, 1962, p. 175.
  3. “Apéndice documental” en Torre Villar, p. 47.
  4. Chávez, 1962, pp. 184-185.
  5. “Apéndice documental” en Torre Villar, p. 45.
  6. Torre Villar, nota al pie, p. 13.
  7. Mendieta, p. 611.

Bibliografía

  • Chávez, Ezequiel A. Educación y Evangelización. Jus, México, 1994.
  • Chávez, Ezequiel A. Fray Pedro de Gante. 2ª edición de la Primera Parte, 3ª edición de la Segunda Parte. Jus, México, 1962.
  • Mendieta, Fray Gerónimo de. Historia Eclesiástica Indiana. Porrúa, México, 1980.
  • Torre Villar, Ernesto de la. “Fray Pedro de Gante, maestro y civilizador de América”, en Estudios de Historia Novohispana [en línea]. México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, no. 5, (enero 1974), [citado 09/05/2014]. Disponible en: http://www.ejournal.unam.mx/ehn/ehn05/EHNO0502.pdf


SIGRID MARÍA LOUVIER NAVA