MISIONES RURALES en Uruguay

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Durante la etapa colonial, los territorios de la Banda Oriental de Río de la Plata, que dependían del obispado de Buenos Aires, no fueron escenario sistemático de un proceso de evangelización rural. La acción misional quedó mayormente librada al accionar de algunos miembros de órdenes religiosas y del escaso clero secular extendido por el territorio. La presencia de asentamientos como el pueblo de indios de Santo Domingo Soriano (comienzos del siglo XVIII), sobre los ríos Negro y Uruguay, es ejemplo del accionar evangelizador, temprano pero mayormente discontinuo, en una región fronteriza disputada entre España y Portugal.

Tras la creación del Estado Oriental del Uruguay, en 1830, y luego de un breve interregno en que la Iglesia local siguió dependiendo de Buenos Aires, el Papa Gregorio XVI erigió el Vicariato Apostólico del Uruguay (1832). Si bien en 1835 el vicario Dámaso A. Larrañaga ordenó una misión rural, encabezada por los presbíteros Castro Barros, Allende y Agüero, en los años siguientes se produjo un vacío pastoral.

La jerarquía católica abandonó literalmente la idea de una visita completa a sus jurisdicciones, quedando la tarea de las misiones interiores en manos del escaso clero parroquial y, a partir de la década de 1840, de sacerdotes de la Compañía de Jesús, procedentes de Buenos Aires. Un informe de 1833 consignaba un número de 18 iglesias parroquiales y 5 vice-parroquias, para una población estimada en 100.000 “almas”; jurisdicción que era atendida por tan sólo 60 curas, incluidos los párrocos.[1]

En 1854 el vicario José Benito Lamas planificó una nueva visita pastoral y misión rural que finalmente no se realizó. Recién bajo el Vicariato - y desde 1878 Obispado - de Mons. Jacinto Vera, las estructuras y la organización general de la administración eclesial mejoraron notoriamente, en el marco de un intenso proceso de secularización.

En primer término, el prelado retomó la obligación de realizar una visita pastoral a toda la diócesis, entre abril de 1860 y enero de 1861. En esta ocasión no sólo tomó contacto con la numerosa población rural y reinició el ciclo misionero, único nexo entre gran parte de los feligreses y la institución eclesial, sino que además creó una serie de capillas y nuevas jurisdicciones parroquiales que subdividieron la extensa campaña oriental.

Mons. Vera contó con el apoyo de los padres del Instituto de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Bétharram (Bayoneses en la Argentina y Vascos en Uruguay), instalados desde 1856 en Buenos Aires. Pocos meses después de la llegada al Río de la Plata, el P. Simón Guimon, superior de la congregación, acompañado por los padres Juan Bautista Harbustan y Pedro Sardoy, comenzó a realizar misiones en la provincia de Buenos Aires y en Uruguay.

En 1859, habrían acompañado a Jacinto Vera en misiones en Santa Lucía y Canelones. Luego de la restauración de la Compañía de Jesús (1872) arribaron -convocados por los obispos de turno- dos institutos europeos dedicados específicamente a las tareas misioneras: la Congregación de la Misión (Lazaristas) y los Misioneros del Divino Redentor (Redentoristas), en 1888.

Esta acción evangelizadora se vio reforzada con la designación de dos obispos auxiliares, Ricardo Isasa (1891) y Pío Cayetano Stella (1894), que se transformarían en dinámicos agentes pastorales en el interior del país, encabezando varias misiones junto a sacerdotes regulares.

La fundación del «Centro Apostólico San Francisco Javier» (1896) marcó un nuevo punto de inflexión en las misiones rurales. Creado por el jesuita español Francisco Costa (1855-1923) siguiendo el modelo implementado en Chile, con amplio apoyo laical, el instituto unificó el accionar de redentoristas, lazaristas y jesuitas. El trabajo misionero del Centro, inicialmente basado en la práctica de la Provincia de Aragón, se desplegaba durante una semana en cada zona visitada, siendo encabezado por grupos de dos sacerdotes - las denominadas “binas”- que alternaban la prédica con la instrucción doctrinaria, la administración de los sacramentos y la erección final de cruces conmemorativas.

En 1908 el Centro pudo cubrir por primera vez todo el país, completando desde su creación 211 misiones, actividad que prosiguió con relativa intensidad hasta la década de 1940. La provisión de los obispados de Salto y Melo, en 1919, permitió crear estructuras específicas, aunque la relación entre población y clero a nivel nacional seguía siendo baja, alrededor de 4.571 feligreses por sacerdote hacia 1912.[2]

En la segunda mitad del siglo XX, la Compañía de Jesús retomó el trabajo de Misiones Rurales, bajo la conducción del P. Rafael de Miquelerena, SJ, un referente en la campaña uruguaya.

Notas

  1. Villegas, 1987, 22-23
  2. Villegas, 1987, 53

Bibliografía

  • BAZZANO, Daniel et alter, Breve visión de la Historia de la Iglesia en el Uruguay, Montevideo, 1993
  • CAYOTA, Mario, Historia de la Evangelización en la Banda Oriental (1516-1830), Montevideo, 1994; Centro Apostólico de San Francisco Javier. Obra de civilización., Montevideo, 1914; Centro Apostólico de San Francisco Javier. Reseña sintética en su cincuentenario, 1896-1946., Montevideo, 1946
  • MONREAL, S., “Las propuestas educativas francesas en Uruguay en el siglo XIX. Las congregaciones católicas francesas”, en Prisma, Montevideo, 2005
  • VILLEGAS SJ, Juan, “Historia del proceso de evangelización en el Uruguay” en La Iglesia en el Uruguay, Montevideo, 1978, 59-72;
  • VILLEGAS SJ, Juan, La Historia de la Iglesia en el Uruguay en cifras, Montevideo, 1987


MARIO ETCHECHURY