Diferencia entre revisiones de «MÉXICO; Universidades y Colegios Mayores»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La gran obra educativa emprendida en Hispanoamérica por la Iglesia y la Corona Española tuvo un objetivo claro y definido: la incorporación de los pueblos indígenas al Cuerpo Místico de Cristo y a la civilización occidental cristiana; por ello la fe y el alfabeto fueron propagados simultáneamente. El proceso de [[EDUCACIÓN_EN_AMÉRICA_LATINA | educación en América Latina]] llevó erigir en todo el Continente un sinnúmero de escuelas elementales, un número importante de colegios y, obviamente, en menor número, colegios mayores y universidades.
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La gran obra educativa emprendida en Hispanoamérica por la Iglesia y la Corona Española tuvo un objetivo claro y definido: la incorporación de los pueblos indígenas al Cuerpo Místico de Cristo y a la civilización occidental cristiana; por ello la fe y el alfabeto fueron propagados simultáneamente. El proceso de [[EDUCACIÓN_EN_AMÉRICA_LATINA | educación en América Latina]] llevó erigir en todo el Continente un sinnúmero de escuelas elementales, un número importante de colegios y, obviamente, en menor número, [[COLEGIOS_MAYORES_DE_LA_UNIVERSIDAD_DE_CÓRDOBA | colegios mayores]] y universidades.
  
  
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Revisión del 05:18 16 nov 2018

La gran obra educativa emprendida en Hispanoamérica por la Iglesia y la Corona Española tuvo un objetivo claro y definido: la incorporación de los pueblos indígenas al Cuerpo Místico de Cristo y a la civilización occidental cristiana; por ello la fe y el alfabeto fueron propagados simultáneamente. El proceso de educación en América Latina llevó erigir en todo el Continente un sinnúmero de escuelas elementales, un número importante de colegios y, obviamente, en menor número, colegios mayores y universidades.


LA REAL Y PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE MÉXICO[1]

En el territorio del virreinato de la Nueva España, el órgano más elevado de la estructura educativa fue sin duda la Real y Pontificia Universidad de México, cuya fundación fue ya necesaria apenas transcurridos treinta años de conquistada Tenochtitlán por Hernán Cortés (13 de agosto de 1521). La Cédula Real que ordenó la fundación de la Universidad de México fue firmada por Felipe II, en calidad de Regente de su padre Carlos I de España y V de Alemania, en Ciudad de Toro, el 21 de septiembre de 1551.[2]

LA UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

Fue a finales del siglo XVIII cuando, debido a la distancia con la ciudad de México, al ambiente cultural y a la importancia demográfica que había ya alcanzado el Reino de Nueva Galicia, que la Corona decidió erigir también en la ciudad de Guadalajara, una Universidad. Pero la solicitud a la Corona con este propósito se remonta un siglo atrás, al 6 de marzo de 1698, en escrito de Fray Felipe Galindo, obispo de Nueva Galicia. Para ese entonces había en Guadalajara, capital del Reino de Nueva Galicia, dos establecimientos educativos de segunda enseñanza: el Colegio de Santo Tomás y el de San Juan Bautista, ambos dirigidos por la Compañía de Jesús. El Rey Carlos II solicitó a la Audiencia de Guadalajara su opinión acerca de la solicitud del obispo, pero no se conoce que haya habido alguna respuesta por parte de la Audiencia.


Cincuenta años después, el 13 de mayo de 1750, don Matías de la Mota Padilla, regidor del Ayuntamiento de Guadalajara, propuso al Cabildo retomar la solicitud de Fray Felipe Galindo, pero esa solicitud no tuvo respuesta alguna. Finalmente, el 18 de noviembre de 1791 el Rey Carlos IV ordenó la fundación de la Universidad de Guadalajara y que se organizara según los principios constitutivos, sistemas y técnicas de enseñanza de la Universidad de Salamanca.[3]El Claustro de la nueva Universidad preparó sus propias Constituciones inspiradas en las de Salamanca, y fueron aprobadas por Fernando VII el 5 de octubre de 1816, cuando el Rey había ya retornado a España tras su cautiverio en Francia y los movimientos de independencia iniciados en toda Hispanoamérica.


En la cédula fundacional, Fernando VII señalaba “que los indios, como vasallos libres de Su Majestad, pueden y deben ser admitidos a matrícula y grado[4]pero negaba la matrícula a negros y mulatos, “ni cualquier género de esclavo o que le haya sido”. La Universidad de Guadalajara se inauguró con una cátedra de teología, una de cánones, otra de leyes y una más de cirugía, dejándose para más adelante la creación de otras a medida de las posibilidades económicas. Al igual que la Universidad de México, la de Guadalajara otorgaba los grados de bachiller, licenciado, maestro y doctor.


La Universidad de Guadalajara, que surgió poco tiempo antes de que la Nueva España alcanzara su independencia por obra y mérito de don Agustín de Iturbide, tras la caída del primer Imperio sufrió las mismas vicisitudes y problemas de la Real y Pontificia Universidad de México. Sufrió su primera clausura el 18 de marzo de 1826 a manos del gobierno liberal de Prisciliano Sánchez, permaneciendo cerrada ocho años hasta que, al triunfo de los conservadores, fue restablecida el 1° de septiembre de 1834. Trece años después la cerró por poco tiempo el gobierno de Joaquín Ayala, sólo para ser nuevamente clausurada el 15 de septiembre de 1855. Cinco años después fue abierta una vez más y así permaneció por espacio de sólo cinco meses, pues a finales de 1860 el Partido Liberal se hizo del poder en Guadalajara y el licenciado Pedro Ogazón decretó la extinción de la Universidad y del Seminario, argumentando que ambas instituciones eran “foco de rebelión abierta contra la suprema autoridad civil” y que “la educación de la juventud no puede estar en manos del clero, enemigo por sistema de todo progreso y de toda reforma.[5]No deja de ser paradójico y contradictorio que quienes demolieron la obra educativa de la Iglesia, elaboraran nuevos clichés anticlericales para acusarla de ser enemiga de la educación y el progreso.


La restauración del sistema monárquico por conducto del segundo imperio mexicano encabezado por Maximiliano de Habsburgo, continuó la línea anticlerical y anti-universitaria, y lejos de corregir la situación de anarquía educativa la agravó; el emperador suprimió definitivamente la Universidad de México el 30 de noviembre de 1865[6]; la Universidad de Guadalajara no volvió a abrir sus puertas hasta 1925; es decir, hasta ya bien entrado el siglo XX.


LOS COLEGIOS MAYORES

En México, desde el siglo XVI y hasta el XIX, el nombre de «universidad» sólo lo encontramos en dos instituciones: las ya antes mencionadas Universidades de México y de Guadalajara; pero ellas no fueron las únicas instituciones de educación superior que existieron a lo largo de ese periodo. Junto a ellas encontramos también a los «colegios mayores» pues un Colegio Mayor era una institución que daba formación universitaria de grados mayores, es decir, licenciatura y doctorado, a diferencia de los colegios «menores» que únicamente otorgaban el grado de bachiller. Estos Colegios Mayores, que estaban contemplados y regulados en el Título XXIII del Libro I de las “ Leyes de Indias” que trata “De los Colegios y Seminarios”, surgieron como establecimientos de enseñanza superior al estilo de los Mayores españoles, siguiendo también la tradición secular de Salamanca, Alcalá y Valladolid. Lo que se dictaminaba para los alumnos, profesores, rectores, maestrescuelas, consiliarios y diputados de la universidad era aplicable también a los alumnos de los colegios mayores.


Hacia 1570, el Ayuntamiento de la ciudad de México solicitó al Rey Felipe II que mandara a México algunos jesuitas, pues tenían noticia “de cuanto fruto fuesen los trabajos de los de la Compañía de Jesús para todo género de gentes y estados de personas, y en especial para con los recién convertidos, a cuya causa comenzó a desear que también los de la Nueva España fuesen participantes de su provechosa doctrina.[7]Dos años más tarde llegó a la Nueva España el primer grupo de doce jesuitas encabezados por el Padre Pedro Sánchez, quien había sido alumno, profesor y rector de la Universidad de Alcalá, y posteriormente rector del Colegio Mayor de Salamanca[8]. El Padre Sánchez, designado Provincial de los jesuitas, traía instrucciones del General de la Compañía de Jesús, San Francisco de Borja, que en relación a los colegios decían: “Acéptese por el principio un colegio en México (la ciudad) y si se ofrecieren otros, puede tratar de ellos y escribirme”.


Así, el 12 de diciembre de 1572, los jesuitas fundaron el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, que fue considerado como la matriz de los demás colegios; centro educacional por excelencia, con facultad de conferir los mismos grados teológicos que las universidades pontificias. Se le llamó indistintamente “Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo”, “Colegio Máximo de México” o simplemente “Colegio de México”, y fue una auténtica universidad donde se formaban los maestros de la Compañía y en cuyas aulas se admitían también gratuitamente estudiantes seglares. Posterior al Colegio Máximo de México, la Compañía de Jesús erigió colegios mayores en Puebla de los Ángeles, Guadalajara, Oaxaca, Tepotzotlán, Mérida, Veracruz, Querétaro, Valladolid, Pátzcuaro, San Luis Potosí, Zacatecas y Sinaloa, que fue el más remoto.[9]


El Colegio Mayor de Puebla fue fundado en 1578 por el Padre Hernando Suárez de la Concha bajo el nombre de Colegio del Espíritu Santo y funcionó en un edificio anexo al Templo del Espíritu Santo (conocido también como “Iglesia de la Compañía); edificio proyectado y construido por el jesuita Juan Gómez y que, en honor al Rey Carlos V, es llamado hasta nuestros días “edificio carolino”, actual sede de la Universidad Autónoma de Puebla. Por la calidad de la enseñanza que se impartía en este Colegio, alcanzó pronto un gran prestigio como lo prueba el hecho de que un grupo de sus maestros y alumnos ganaran en 1607 el concurso convocado por el virrey don Luis de Velasco para proyectar un dique que defendiera a la ciudad de México de las inundaciones que la Metrópoli sufría año tras año.[10]


Pero los Colegios Mayores se adelantaron a las universidades de México y Guadalajara en su decadencia y extinción, pues en 1767 el Rey Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas de todos los territorios de la Corona española, lo que significó que los mejores maestros y directores de los Colegios se vieron obligados a abandonarlos; algunos de ellos desaparecieron, y los que se entregaron a otras manos disminuyeron notablemente la calidad de su vida académica. Así en Puebla, el Colegio Mayor de San Jerónimo y San Idelfonso dejó de existir, y el Colegio del Espíritu Santo, que cambió su nombre al de Real Colegio Carolino del espíritu Santo, no tuvo ya los maestros experimentados que le habían dado su calidad y prestigio, entrando desde entonces en pronunciada decadencia.


LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN EL SIGLO XX

Desaparecidas las universidades y colegios mayores, durante el resto del siglo XIX, la educación superior y profesional quedó reducida a unas pocas escuelas aisladas entre sí: Escuela Nacional Preparatoria; Escuela de Jurisprudencia; Escuela de Medicina, Escuela de Ingenieros, y Escuela de Bellas Artes. Todas ellas sin más nexo común que el ser todas dirigidas por el gobierno, el cual les impuso el positivismo como única filosofía educativa aceptable; en Puebla, en el “Colegio del Estado” (antiguo Colegio del Espíritu Santo), “ninguna persona era aceptada si no expresaba su adhesión a la filosofía positivista.[11]Sin embargo, fuera de México, la universidad seguía teniendo la misma importancia, el mismo valor imperecedero. Los países de Europa seguían ostentando el prestigio de una o varias universidades como coronamiento de su organización educativa.


Ya por finalizar el siglo, la tolerancia del régimen porfirista permitió a la Iglesia reabrir en 1895 la Universidad Pontificia de México, gracias a las gestiones del entonces arzobispo de México don Próspero María Alarcón y Sánchez de la Barquera. En los inicios del siglo XX, el siervo de Dios Mons. Ramón Ibarra y González, obispo de Puebla, erigió en 1907 la Universidad Católica de Puebla, con las facultades de Teología, Derecho Canónico, Derecho Civil, Medicina, Ingeniería y Filosofía, contando además con una magnífica biblioteca. Y con motivo de las celebraciones del primer centenario del inicio del movimiento de independencia don Justo Sierra consiguió que el 26 de mayo de 1910, el presidente Porfirio Díaz expidiera el decreto por medio del cual se erigiera la Universidad Nacional de México; la Universidad fue inaugurada formalmente el 22 de septiembre de 1910 quedando sujeta al Ministro de Instrucción Pública, pues el artículo 2° del decreto fundacional decía: “El Ministro de Educación Pública y Bellas Artes será el Jefe de la Universidad….”[12].


El primer rector fue Joaquín Eguía Lis; en 1920 fue designado rector el célebre pensador y maestro José Vasconcelos Calderón quien en 1921 diseñó y estableció el escudo de la Universidad en el cual el águila mexicana y el cóndor andino, protegen el mapa de América Latina bordeado por el lema “por mi raza hablará el espíritu”; lema con el cual Vasconcelos quiso plasmar el espíritu humanista de la Hispanidad frente al frío y deshumanizante positivismo que prevalecía en la mayoría de los ambientes intelectuales de la época.


El movimiento revolucionario de Francisco I. Madero surgido en 1910 casi no produjo afectación alguna a la vida de las universidades, pero en 1914 la revolución carrancista se lanzó a destruir las obras educativas de la Iglesia, y el 28 de octubre de 1914 el general carrancista Francisco Coss, al frente de un batallón de soldados asaltó la Universidad Católica de Puebla, apresando a profesores y alumnos, destruyendo su biblioteca, confiscando sus instalaciones y ordenando su clausura.


En 1929 y ante las imposiciones autoritarias de Narciso Bassols, un abogado de ideología socialista y anticlerical radical que fue Ministro de Educación, los estudiantes de la Universidad Nacional iniciaron un movimiento para exigir la autonomía de la Universidad, en unos momentos en que el régimen del “maximato” de Plutarco Elías Calles se enfrentaba a la rebelión del general Gonzalo Escobar, a la guerra Cristera, y a la campaña presidencial de José Vasconcelos Calderón, quien, como antiguo rector, gozaba de gran simpatía entre los universitarios. El régimen se vio obligado a conceder la autonomía de la Universidad el 9 de julio de 1929 que desde entonces se llama Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).


El llamado “grito de Guadalajara”, pronunciado el 20 de julio de 1931 por el “jefe máximo de la revolución” Plutarco Elías Calles y el entonces candidato a la presidencia de la República Lázaro Cárdenas el 20 de julio de 1934 en el cual anunciaron que “Es necesario que entremos al nuevo periodo de la Revolución (…) debemos entrar y apoderarnos de las conciencias de la niñez, de las conciencias de la juventud, porque son y deben pertenecer a la Revolución,”[13]se concretó en la reforma al artículo tercero constitucional promulgada el 11 de octubre de 1934. Dicha reforma decía “Solo el Estado impartirá educación. La educación que imparta el Estado será socialista y, además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear a la juventud un concepto racional y exacto del Universo y de la vida social.[14]


Esta radicalización de la política educativa se proyectó también al ámbito universitario; Vicente Lombardo Toledano, Director de la Escuela Nacional Preparatoria anunciaba ya en el Primer Congreso de Universitarios Mexicanos celebrado en septiembre de 1933 que las universidades y los institutos de tipo universitario contribuirían a substituir el régimen capitalista por uno que colectivizara los medios de producción.[15]La Universidad de Guadalajara –reabierta en 1925- fue también sumada a la estrategia socialista por su rector Enrique Díaz de León, lo que fue rechazado por la mayoría de los estudiantes. El gobernador de Jalisco Sebastián Allende trató de reprimir a los estudiantes por medio de la policía y el ejército; el 23 de octubre de 1933, soldados del 34 regimiento al mando del general Manuel Limón ocuparon las instalaciones de la Universidad y encarcelaron a 42 estudiantes; un mes después el Congreso decretó la clausura de la Universidad.


Las Sociedades de Alumnos organizadas en torno a la Federación de estudiantes de Jalisco decidieron entonces fundar una nueva universidad. El 3 de marzo de 1935 hubo una represión sangrienta de la policía a los estudiantes que en las calles se manifestaban por la apertura de la nueva universidad. El gobierno de Jalisco se vio obligado a ofrecer una reforma a la ley que permitiera la apertura de una universidad privada pero sin que esta pudiera recibir ningún recurso de parte del gobierno. La nueva universidad acudió ante la UNAM que aceptó incorporar sus estudios, y así surgió la Universidad Autónoma de Occidente (que después cambió su nombre a Universidad Autónoma de Guadalajara) y es la universidad privada más antigua de México.


La tolerancia educativa derivada de la política “de unidad nacional” establecida por el gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946) ante las circunstancias que impuso la Segunda Guerra Mundial, permitió al sistema educativo de la Compañía de Jesús abrir en la ciudad de México en 1943, el Centro Cultural Universitario, el cual se convirtió diez años después en la Universidad Iberoamericana. También en ese año, un grupo de empresarios de Monterrey fundaron el Tecnológico de Monterrey. Para 1962 también los Hermanos de las Escuelas Cristianas abrieron su primera universidad en la ciudad de México: la Universidad La Salle. En la actualidad son cerca de cincuenta las universidades e instituciones de educación superior católicas, agrupadas en la Asociación Mexicana de Instituciones de Educación Superior de Inspiración Cristiana (AMIESIC); asociación conformada hacia el año de 1983 y constituida jurídicamente en 1991.


Notas

  1. Sobre ésta Universidad ver la voz “Universidad de México”
  2. De la Plaza y Jaen, Cristóbal. Crónica de la Real y Pontificia Universidad de México, t. II, (Apéndice) p. 351
  3. Mendieta , p.64
  4. Mendieta, p. 65
  5. Mendieta, pp. 79,80
  6. Mendieta, p. 75
  7. Crónicas, p.3
  8. Crónicas, p.4
  9. Crónicas, p. 123
  10. Sarmiento p. 225
  11. Cordero y Torres, p. 180
  12. Mendieta, p. 82
  13. Meyer, Vol. I, p. 361
  14. Ibídem, p. 362
  15. Krauze, p. 321


Bibliografía

  • Cordero y Torres Enrique, Historia Compendiada del Estado de Puebla, Vol. 3. Bohemia Poblana, 1965
  • Crónicas de la Compañía de Jesús en la Nueva España. Prólogo y selección de Francisco González de Cossío. UNAM, 1979
  • Krauze Enrique. Caudillos culturales en la revolución mexicana. Siglo XXI, México, 1976
  • Mendieta y Núñez, Lucio. Ensayo Sociológico sobre la Universidad. UNAM, México, 1980
  • Meyer Jean, La Cristiada, Vol. I. Siglo XXI, 5 Ed. México, 1977
  • Sarmiento Miguel, Puebla ante la historia, la tradición y la leyenda. Salesianos, 1947


JUAN LOUVIER CALDERÓN