Diferencia entre revisiones de «GUADALUPE; Fuentes españolas»
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Sumario
- 1 Escritos dictados por las circunstancias.
- 2 Fuentes españolas y europeas
- 3 Frecuentes testamentos, donativos y mandas a favor de Guadalupe
- 4 En las Crónicas
- 5 Un exuberante poema guadalupano
- 6 El diario de una monja navegante
- 7 Descripción del arzobispado de México
- 8 Actas del Cabildo de 1568 y de 1569
- 9 El arzobispo Moya de Contreras pide indulgencias a Roma (1576)
- 10 Una Orden convencidamente guadalupana en América
- 11 El testimonio del pirata inglés Miles Philips (1568)
- 12 Las pretensiones de los jerónimos de Extremadura (España)
- 13 Pinturas, murales y medallas
- 14 El mural de Ozumba
- 15 Grabado de Stradanus
- 16 Notas
- 17 Bibliografía
Escritos dictados por las circunstancias.
Los primeros misioneros en la Nueva España fueron los franciscanos procedentes de España. Son conocidos como los “Doce Apóstoles de México”. La tarea evangelizadora que se les presentaba era inmensa. Traían consigo la bula Omnímoda, por la que el Papa Adriano VI les concedía un rico bagaje de facultades misioneras, prácticamente para todo lo que no necesitara del orden episcopal. Se encontraron con un arduo trabajo de evangelización que requería tiempo y notables esfuerzos para llevarlo a cabo. Basta pensar en las lenguas indígenas, las diferencias culturales y políticas y la inmensidad del territorio para tan reducido número de frailes.
Esta situación no permitió que se asentaran por escrito, de manera ordenada ‑cronológica y documental‑ todos los acontecimientos vividos en aquellos años. En los años precedentes al concilio de Trento no existían registros para asentar bautismos, confirmaciones, matrimonios y defunciones. Los primeros religiosos administraban los sacramentos a los indios, edificaban iglesias y conventos por doquier, constituían doctrinas y abrían caminos, fundaban pueblos. La relación o las referencias a muchos hechos y acontecimientos, incluso importantes, hay que buscarlos en fuentes ocasionales y no sistemáticas, a veces contemporáneas o inmediatamente posteriores a los acontecimientos, otras veces en crónicas y memorias redactadas con frecuencia bastantes años después de los hechos narrados.
Así, fuentes fundamentales de los acontecimientos sucedidos en la Nueva España durante las primeras décadas del siglo XVI, como la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, o la Historia de las cosas de Nueva España de Bernardino de Sahagún, se escribieron bastantes años después. Un historiador del calibre de Salvador de Madariaga en su notable Hernán Cortés, publicada en 1941, se ve obligado con frecuencia a comparar fuentes discrepantes sobre un mismo acontecimiento debido a la pluma de autores diversos, que a veces habían participado en los hechos narrados y sin embargo diferían en muchos detalles, apreciaciones y circunstancias. La cosa se explica debido al hecho de que el paso de los años podía oscurecer detalles, confundir circunstancias e incluso lugares, personajes y fechas.
Al principio fue raro llevar un registro puntual y detallado de los acontecimientos. Sin embargo los datos fundamentales de lo narrado convergen y toca al historiador calibrar datos comparativamente para llegar a conclusiones razonables. Si bien fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, quien llegó en 1528, sólo en 1536 constituyó el Libro de Cabildos que se conserva en la Catedral de México; es decir, 15 años después de la conquista de Tenochtitlán y 12 años después de que llegasen fray Martín de Valencia y sus compañeros franciscanos. La obligación de llevar registros, padrones y dar noticias de construcción de iglesias o conventos surgió de la Junta eclesiástica promovida por el mismo Zumárraga y celebrada el 27 de abril de 1539.[1]
Debido a las razones históricas y jurídicas señaladas no existen actas de bautismo, confirmación, casamiento y defunción de Juan Diego, ni documento alguno que certifique la erección de la primera ermita, como tampoco las hay de otros personajes históricos mexicanos muy conocidos, ni de españoles. Con relación a la erección de la ermita, solamente años más tarde, a comienzos de la década de los cincuenta del siglo XVI, y con motivo de polémicas o actos relacionados con el hecho devocional de Guadalupe, aparecen los primeros testimonios de la erección de la ermita. También encontramos rastros de la misma en documentos que, si bien por su misma naturaleza son ajenos al Hecho Guadalupano, registran su existencia. Por ello se puede responder a la objeción conclusiva de algún antiaparicionista cuando afirma que antes de 1555 hay un total silencio de las fuentes escritas sobre la existencia de una capilla.[2]
Los testamentos y los donativos que aquellos establecen a favor de Guadalupe son también fuentes importantes del siglo XVI que revelan una creciente devoción a la Virgen del Tepeyac[3]. Muchos de estos documentos se encuentran en el Archivo de la Basílica de Guadalupe, en la ciudad de México. También es de notar cómo alrededor de aquella ermita, situada en un lugar orográficamente inadecuado, se desarrolla rápidamente una fuerte vida espiritual que involucra de igual modo a indígenas, españoles y criollos con peregrinaciones, oraciones, juramentos y donativos, y que goza de un apoyo indiscutible de todos los obispos de México. El lugar adquiere tal importancia que los nuevos virreyes antes de hacer su entrada en la ciudad de México pasaban una noche cerca de la ermita. Así mismo en sus alrededores se fundaron convictorios de beatas, monasterios, orfanatos y muchos lugares píos.
Fuentes españolas y europeas
Los documentos del siglo XVI de “procedencia española” a favor de Guadalupe son numerosos, aunque se refieren más a la constatación del culto guadalupano en el Tepeyac en sí o a describir o disponer ‑en el caso de documentos jurídicos‑ actos en favor del mismo, que a describir los acontecimientos. Nos encontramos con una problemática de lectura parecida a la existente en los documentos de procedencia india o mestiza, escritos en náhuatl o en castellano.
La mayor parte de estos documentos guadalupanos pertenecen a la segunda mitad del siglo XVI, y crecen cada vez más hasta nuestros días. Frecuentemente estos documentos se refieren directa o indirectamente al culto dado a la Virgen de Guadalupe en la ermita a Ella dedicada en las faldas del cerro del Tepeyac. Tales fuentes no siempre se refieren al hecho directo de las apariciones; a veces se trata de documentos circunstanciales en los que de paso se recuerda a “Guadalupe”. Estos documentos “guadalupanos”, todos pertenecientes a la época que va desde la mitad del siglo XVI (desde 1555 en adelante) hasta 1630 son al menos: 9 testamentos; 2 documentos relativos a donaciones; 2 de carácter jurídico (controversias); 11 referencias guadalupanas en crónicas de la época, algunas de especial valor ‑destaca una especie de diario del 1619 de la monja Ana de Cristo, compañera de la primera monja fundadora de un convento en las islas Filipinas, Jerónima de la Asunción;[4]las Actas de Cabildo entre 1568 y 1569; el llamado Mapa de Uppsala; algunos testimonios iconográficos primitivos, ‑como la Virgen de Echave del 1606, el mural del convento de Otumba de principios del siglo XVII, y el grabado de Stradanus anterior a 1622[5]peticiones de indulgencias y privilegios; concesiones de gracias por parte de la Santa Sede a partir de Gregorio XIII; documentos que muestran la importancia del santuario de Guadalupe en el virreinato de la Nueva España; testimonios de los primeros jesuitas en México relativos a Santa María de Guadalupe.
El valor de estas fuentes no impide plantearse algunos problemas, como la falta de documentos de matriz española conocidos, anteriores a 1548, es decir pertenecientes a las dos primeras décadas inmediatamente sucesivas a 1531, fecha que la tradición y el resto de los documentos dan al Acontecimiento Guadalupano: ¿existen documentos de estos primeros 20 años aún perdidos en archivos o bibliotecas? Los antiaparicionistas esgrimen este “silencio” documental como su argumento más fuerte, mientras que los aparicionistas ofrecen varias hipótesis para explicarlo. De todas maneras, habría que aplicar aquí el principio jurídico de que el “silencio” no afirma ni niega nada. La cuestión está abierta.
Algunos aducen también como posible explicación de tal “silencio”, o falta de muchos documentos de archivo, o los vacíos de archivo de esta época, a la llamada “crisis del papel” que se dio en la Nueva España durante mucho tiempo, debido a la política prohibicionista de la Corona relativa a la producción e importación del papel, lo que obligó como algo normal, la reutilización del papel ya usado, incluso de documentos de archivo, para nuevos usos sea en el comercio como en la escritura. Aunque el hecho es cierto, ello no parece justificar de por sí un silencio tal. Los motivos de tal “silencio” habrá que buscarlo en otros aspectos. Las fuentes “españolas o europeas” crecen a partir del segundo arzobispo de México, el dominico Alonso de Montúfar, (desde 1554 a 1573). El guadalupanismo de los arzobispos mexicanos, desde Montúfar, es indiscutible. A lo largo del siglo XVII “Guadalupe” se une cada vez más con la conciencia católica nacional novohispana o mexicana. La experiencia religiosa católica constituye, sin duda, la base más fuerte de la identidad nacional mexicana. En este juicio coincide la mayor parte de los autores guadalupanos, tanto aparicionistas como antiaparicionistas.
Como escribe un autor: “En términos socioculturales, la veneración de la Virgen de Guadalupe permite a los indígenas reclamos de respeto y de reconocimiento dentro de la sociedad colonial y de su participación de la esperanza de la salvación, [...] La Virgen de Guadalupe no fue propiedad de los conquistadores ni de los indios; se tornó en elemento decisivo en el largo proceso de formación de una cultura mexicana mestiza, con un marcado distanciamiento del mundo hispano de donde provino. Su doble origen hispano-indio reflejaba la disposición sociocultural de los mestizos, incluso de los criollos en la Nueva España”.[6]
Los estudiosos guadalupanos suelen catalogar toda una serie de documentos de procedencia española. Algunos han hablado de la existencia de unos Autos perdidos pertenecientes al obispo Zumárraga. Habla de ellos el oratoriano Miguel Sánchez en su obra Imagen de la Virgen Maria Madre de Dios de Guadalupe (México 1648); se los vuelve a recordar en las Informaciones Canónicas de 1666 y se dice que se perdieron sin añadir más explicaciones; otro autor del siglo XVIII, Cayetano de Cabrera y Quintero, reafirma la misma cosa en su obra Escudo de Armas de México (México 1742). Estas afirmaciones han dejado muchas dudas sobre la realidad de su existencia ya que nunca se han podido demostrar.
Otro documento, que parece ser de mano española, aunque escrito en náhuatl, es el llamado Inin Huey Tlamahuizolzin.[7]Entre los documentos redactados en el siglo XVIII, pero que se remontan como origen al siglo XVI en cuanto recogen tradiciones familiares, resumen otros documentos precedentes o beben en fuentes de aquel siglo, hay que recordar uno que recoge el testimonio de uno de los soldados de Cortés, Andrés de Tapia, Tres Conquistadores y Pobladores de la Nueva España,[8]donde narra sus hazañas y sus méritos en la conquista y que es usado por uno de sus descendientes para solicitar una merced real. Bernal Díaz del Castillo, en su Historia Verdadera, habla de aquel soldado Andrés de Tapia.
Encontramos referencias explícitas o implícitas guadalupanas en escritos como los de fray Toribio de Benavente Motolinía, Historia de los Indios de la Nueva España[9]los de Francisco Cervantes de Salazar, Tres diálogos Latinos (Impresor Juan Pablos, México 1554)[10]. Las llamadas Informaciones de 1556[11], que tienen por objeto la polémica guadalupana entre el segundo arzobispo de México, fray Alonso de Montúfar O.P., y el provincial franciscano fray Francisco de Bustamante. Otro documento con referencias guadalupanas en esta época es el llamado Censo de Martín Aranguren.[12]Martín Aranguren fue mayordomo de diezmos del Cabildo en tiempos de Zumárraga, y lo siguió siendo tras su muerte; estaba casado con una sobrina del obispo franciscano. Referencias guadalupanas aparecen en el siglo XVI en crónicas e historias relativas a la Nueva España. Así Bernal Díaz del Castillo en su Historia de la Conquista de la Nueva España, obra escrita hacia 1568 pero que será publicada sólo en 1632 por el cronista general de los mercedarios, fray Alonso Ramón, se refiere al Hecho Guadalupano. Bernal Díaz del Castillo formó parte de las expediciones de Francisco Hernández de Córdoba y de Juan de Crijalva, y después de la de Hernán Cortés, tomando una parte activa en la conquista; morirá entre 1583 y 1585 en Guatemala.
Otro testimonio interesante lo encontramos en el Proceso de Miles Philips;[13]se trata de un proceso famoso en su tiempo contra un grupo de piratas ingleses que desembarcó Sir Hawkings en 1568 en la costa norte de Pánuco; fueron capturados por los españoles y procesados en la Ciudad de México. En el siglo XVI varios conquistadores o sus directos descendientes, vecinos de la Nueva España, comienzan a testar en favor de la ermita de Guadalupe. El hecho demuestra ya el conocimiento del significado de aquel lugar que se impone con fuerza también a los pobladores españoles. Entre estos testamentos recordamos el del sacerdote y capellán de la ermita de Guadalupe, Antonio Freyre[14]. Antonio Freyre fue un sacerdote portugués asentado en México, y que sirvió como capellán de la ermita; en una descripción jurada y suscrita del 6 de enero de 1570 nos informa sobre la existencia de la ermita de Guadalupe; el capellán guadalupano dejaba a la ermita una donación de mil pesos de oro.
En el siglo XVI los testimonios guadalupanos de matriz española no son escasos, se trata de testimonios escritos, arqueológicos y plásticos. Entre ellos baste recordar el “ayate” de Juan Diego, con el icono de Santa María de Guadalupe; los restos arqueológicos de las ermitas primitivas en el mismo Tepeyac; los restos arqueológicos de la casa de Juan Diego bajo el piso de la iglesia actual de Cuautitlán y los restos de una ermita edificada en el mismo siglo XVI junto a la casa de Juan Diego en Cuautitlán; una pintura sobre madera de las apariciones a Juan Diego (Anónimo del s. XVI, colección H. Behrens, México D.F.); una escultura de Juan Diego en alabastro; y una serie de reproducciones contemporáneas de la Imagen de Guadalupe. Las fuentes históricas del siglo XVI aquí citadas tienen distinto valor y peso. Algunas de ellas son discutidas por los antiaparicionistas en su contenido y en la interpretación dada por los aparicionistas. De todos modos, todas ellas son de indudable valor como testimonios directos no sólo del ambiente que ayudó en la consolidación de la tradición guadalupana, sino también porque expresan con indudable precisión el sentido histórico de la misma.
Esta historia tiene una consistencia indudable en el siglo XVII. Los testimonios son numerosos tanto manuscritos como plásticos y arqueológicos, entre los que destacan las Informaciones Jurídicas de 1666,[15]que constituyen uno de los testimonios jurídica e históricamente más válidos. La existencia, el crecimiento y la constancia de las fuentes subrayan cómo el pueblo y la jerarquía eclesiástica han percibido in crescendo la importancia evangelizadora del hecho. Con esta visión panorámica pasamos a detallar algunas de estas fuentes principales de los siglos XVI y primeros años del siglo XVII. Referiremos a estos documentos barajando juntamente un criterio cronológico y uno temático.
Frecuentes testamentos, donativos y mandas a favor de Guadalupe
Se sabe perfectamente del valor de los testamentos como fuentes históricas, sea por su valor jurídico, sea porque en los testamentos se refleja la mentalidad común de la gente ante la vida y la muerte. Veamos algunos donde se reflejan los sentimientos crecientes de devoción guadalupana. El primero de la serie es de 1537 y se encuentra emitido en la villa de Colima. En esta villa se encontrarán varios documentos pro-guadalupanos de procedencia española pertenecientes al primer siglo guadalupano. El documento en cuestión se conoce como el testamento de Bartolomé López, uno de los conquistadores y vecinos de la villa de Colima, redactado en la misma por el escribano Juan de la Torre, el 15 de noviembre de 1537. En él, el testador, en dos párrafos diferentes, ordena: “Item: mando a Nuestra Señora de Guadalupe, por mi ánima, cien misas, e se paguen de mis bienes”. “Item: Mando que diga en la Casa de Nuestra Señora de Guadalupe por mi ánima cien misas e se paguen de mis bienes”.
Un conocido investigador guadalupano, García Gutiérrez[16], García Gutiérrez, Primer Siglo Guadalupano. 1531–1648, Imprenta Patricio Sanz, México 1931, 72.hacía notar que la inclusión de dos cláusulas diferentes, la primera a “Nuestra Señora de Guadalupe” y la segunda “en la Casa de Nuestra Señora de Guadalupe”, se explica como referencia a dos santuarios diferentes, a saber: el de Guadalupe en Extremadura de España, y el del Tepeyac en México. Sin embargo la doble e idéntica disposición podría referirse a los dos santuarios o ser una repetición que se refiere a la “casa” guadalupana del Tepeyac. De todos modos muy pronto en la Nueva España se introduce la práctica de incluir en los testamentos donativos para la Virgen “de Guadalupe extramuros de la Ciudad de México”. Son numerosas las referencias documentales que se encuentran al respecto en el Archivo de la Basílica de Guadalupe en México.
Otra vecina de la misma villa de Colima, llamada María Gómez, al rendir cuentas de su administración ante los escribanos públicos, el 18 de enero de 1539, establece una disposición claramente guadalupana: “Item: por descargo, que pagó a la Casa de Nuestra Señora de Guadalupe veinte e cinco pesos de Minas. Dio carta de pago de ello. Item: que pagó a la Casa de Nuestra Señora de Guadalupe e a su procurador en su nombre ciento e un pesos de oro de minas. Dio carta de pago dellos”.[17]Al hablar de “Casa de Nuestra Señora de Guadalupe” y al señalar la presencia de un procurador, no puede referirse más que a la de México pues no había entonces en México procurador de la de España.
Otro interesante documento de carácter económico con una referencia guadalupana es el llamado “Censo de Martín de Aranguren” emitido el 1 de julio de 1562. Martín de Aranguren fue un personaje contemporáneo de los acontecimientos guadalupanos, familiar o servidor del obispo Zumárraga y mayordomo de diezmos[18]y a quien Zumárraga murió debiéndole dinero, como afirma fray Pedro de Gante, el primer misionero franciscano en la Nueva España y pariente del emperador, en una carta del 20 de julio de 1548 al mismo[19]. El 1 de julio de 1562 hace un contrato con el arzobispo Alonso de Montúfar por el que se comprometía a pagar cada año “a la casa de Nuestra Señora de Guadalupe que está en términos de esta dicha Ciudad [...] cien pesos de oro que corre”, como intereses de un 10% anual de una cantidad de “ mil pesos del dicho oro común”, que recibía de él pero que no era de él, sino parte de la dote que el Arzobispado de México se preocupaba de crear para la “dicha casa” de Guadalupe en el Tepeyac.[20]Esto refleja el culto floreciente de la ermita y el cuidado que Montúfar ponía en que la ermita gozase de beneficios y cuidados convenientes.
El 6 de julio de 1564 en la ciudad de México, se extendía un interesante testamento por parte de un cierto Alonso de Montabte en el que establecía “Dar a Nuestra Señora de Guadalupe desta ciudad de México dos pesos de tepuzque en limosna porque soy cofrade de su casa”.[21]Ya se advierte, por aquel entonces, la existencia de una cofradía guadalupana erigida en la ermita del Tepeyac, como consta por numerosos papeles existentes en el mismo Archivo de la actual Basílica de Guadalupe del Tepeyac; pocos años después Gregorio XIII la bendecirá con notables privilegios e indulgencias. Del mismo año de 1564 es otro testamento de un cierto Alonso Montes en que establece lo siguiente: “Mando a la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe un marco de plata, el cual se pague de mis bienes”.[22]
Los testamentos en favor de la ermita guadalupana van en aumento, lo que demuestra también el crecimiento y la extensión de la creencia guadalupana por doquier en la Nueva España. Así nos encontramos con dos hechos en 1577. Uno, fechado el 9 de abril, es del vecino Alonso Hernández de Siles que estipula lo siguiente: “XIII . Item. Mandó a la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe que está en Tepeaquilla fuera de México, para la obra que se hace veinte pesos de tepuzque y se paguen de mis bienes”.[23]Esto indica que en la ermita estaban ya de obras, quizá de ampliación o de remodelación. En el mismo mes de abril, el día 30, nos encontramos con otro testamento significativo de una vecina de la Villa de Colima, Elvira Ramírez; la testadora establece que: “Item, mando que en la ciudad de México, en Nuestra Señora de Guadalupe, se digan tres misas rezadas y se paguen de mis bienes. Item mando que se digan en la misma casa de Nuestra Señora de Guadalupe, cinco misas rezadas y se paguen de mis bienes”.[24]
Tres años después nos encontramos con otro testamento, extendido en la ciudad de México el 17 de febrero de 1580 por una vecina de aquella ciudad, Ana Sánchez, que contiene una disposición que se refiere al santuario: “Que se diga por mi ánima y de mis difuntos cuatro misas las dos en las casa y ermita de nuestra Señora de Guadalupe... y se pague por ellas la limosna acostumbrada”.[25]De 1586 conocemos el testamento de un sacerdote, capellán de la ermita de Guadalupe y que conocemos por otros escritos, el sacerdote secular portugués Antonio Freire. Él es el autor de una relación sobre la ermita de Guadalupe preparada en tiempos del arzobispo Montúfar y solicitada por éste cuando preparó su descripción del arzobispado. Freire, al morir, deja a la ermita una donación de dos mil pesos de oro común para la construcción de un nuevo presbiterio.[26]
En otro testamento emitido en la ciudad de México el 11 de mayo de 1587, por una vecina de esta ciudad, Ana de Luxán, se estipula lo siguiente: “11. Item mando limosna a la iglesia monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, términos de esta ciudad, cincuenta pesos de oro común los cuales se paguen de mis bienes”[27]. Y para limitarnos sólo al siglo XVI, en 1597 nos encontramos con un censo, fechado el 2 de abril, a favor de la Obra Pía de Nuestra Señora de Guadalupe en el que se ceden trescientos pesos en oro en favor de la Obra Pía de Nuestra Señora de Guadalupe; el documento, redactado según las exigencias jurídicas de entonces por las autoridades judiciales eclesiásticas, había sido solicitado por el donante que aparece como “don Dionisio de la Cruz, indio principal” que lo había pedido fuese redactado “en la lengua castellana”[28]. El dato es indicativo al ofrecer ya el puje de una obra pía como la de Guadalupe en la que vemos miembros y contribuyentes tanto indios notables como españoles.
En las Crónicas
Otras fuentes de indudable valor con testimonios guadalupanos son las crónicas, historias y apuntes de diarios o de viajes, libros sobre asuntos de la Nueva España, simples afirmaciones de pasada, pero que testimonian la existencia del Hecho Guadalupano y su influjo en la vida de la gente de la Nueva España de manera directa o indirecta. Recordamos algunos empezando por el compañero de Cortés, Bernal Díaz del Castillo. El autor de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España atribuye el triunfo de los conquistadores a “la gracia y ayuda de la Virgen de Guadalupe”. Está claro que, hablando de 1os primeros años de la conquista, tenía que referirse a la Virgen extremeña. En 1521 no se habían dado ni las apariciones guadalupanas ni se había por lo tanto edificado alguna ermita en honor de la Virgen bajo tal título en el Tepeyac. Pero el viejo conquistador escribe hacia 1560 y las cosas por aquel entonces habían cambiado y los acontecimientos se habían acumulado. De hecho, en su escrito hay una referencia que nos desorienta al hablar de los milagros de Tepeaquilla y de la casa de la Virgen en aquel lugar, cosa imposible en los primeros años de la conquista. Los textos más importantes son: “Luego mandó Cortés a Gonzalo de Sandoval... a un pueblo que se dice de Tepeaquilla*, a donde ahora llaman Nuestra Señora de Guadalupe*, donde hace y ha hecho muchos y admirables milagros.”[29]“[...] y la santa casa de Nuestra Señora de Guadalupe, que está en lo de Tepeaquilla... y miren los santos milagros que ha hecho y hace cada día, y démosle muchas gracias a Dios y a su bendita madre nuestra señora por ello, que nos dio gracia y ayuda que ganásemos estas tierras, donde hay tanta cristiandad”[30]
En 1531 Bernal Díaz del Castillo se encontraba en Guatemala, es decir, a gran distancia de la Ciudad de México, hasta donde había llegado la fama de los milagros de la guadalupana. En su obra, como en las relaciones y crónicas de sus compañeros, empezando por el mismo Cortés, o de otros autores de la Nueva España relativas a narrar los acontecimientos de la conquista, las referencias a las intervenciones de la Providencia y de la Virgen en favor de los españoles, especialmente en circunstancias adversas, es casi continua. La visión providencialista y una clara percepción de sentirse elegidos por la misma Providencia para una empresa con un notable valor religioso permean todas sus obras y acciones. El que ahora Bernal Díaz del Castillo haga explícitamente una referencia a la Guadalupana del Tepeyac es significativo, por lo que su testimonio tiene un indudable valor.
Otro testimonio guadalupano lo encontramos en una obra del humanista Francisco Cervantes de Salazar, que llega a México entre 1550 y 1551, invitado por su primo hermano Alonso de Villaseca, en cuya casa se aloja inicialmente, hasta que en 1554 se enemistaron. Cervantes de Salazar fue miembro fundador de la Real y Pontificia Universidad de México, abierta el 3 de junio de 1553; a su cargo corrió la prolusión académica en latín, el día de su inauguración. El ayuntamiento de la ciudad de México lo nombró en 1558 cronista de la Ciudad de México. Se ordenará sacerdote a finales de 1564. El joven humanista fue alumno y con el tiempo catedrático y rector de la Universidad desde 1567 a 1573 y consultor del Tribunal de la Inquisición desde 1571 a 1575. En una obra publicada en 1554[31]que contiene tres diálogos latinos en alabanza a la ciudad de México, describiendo sus alrededores hace una referencia explícita a una iglesia en Tepeaquilla: “Desde las lomas hasta la ciudad, (cosa que resalta su mérito), se extienden por cualquier lado más de treinta kilómetros... En ellas tienen asiento grandes ciudades de indios, como Tezcoco, Tacuba, Tepeaquilla, Azcapotzalco, Coyoacán, Iztapalapa y otras muchas”.
La ubicación del lugar indio de Tepeaquilla o Tepeyac con la clara indicación de la existencia de una ermita la encontramos en el llamado Mapa de Uppsala[32]. En él se muestra claramente la existencia de una iglesia en el Tepeyac. Otro interesante testimonio relativo a Guadalupe se debe a un descendiente de Don Andrés de Tapia, maestre de campo e intendente de Hernán Cortés y uno de los fundadores de la Catedral de México; había sido uno de los que recibieron al primer obispo electo de México, fray Juan de Zumárraga. El testimonio recogido por el descendiente de Andrés de Tapia hay que encuadrarlo en las frecuentes polémicas entre los conquistadores ante los tribunales regios para hacer valer sus prerrogativas y privilegios como conquistadores y pobladores de los nuevos dominios. El conquistador reivindicó sus derechos como conquistador en México, por lo que presentó una relación buscando tal reconocimiento hacia 1560. La demanda y su correspondiente disputa judicial se prolongaron por largo tiempo, de tal modo que esta misma relación fue presentada por un descendiente suyo el 2 de marzo de 1667 para obtener tal reconocimiento en cuanto descendiente del conquistador. El documento no tenía ninguna finalidad religiosa; buscaba tan sólo presentar el protagonismo de Tapia durante la conquista; por ello resultan valiosos los datos que presenta relativos al Acontecimiento Guadalupano: “[…] para primer obispo de Tenochtitlán al ilustrísimo Señor Don Fray Juan de Zumárraga, a quien se le apareció la Santísima Virgen de Guadalupe estampándose en el ayate de Juan Diego, indio del pueblo de San Juanico, sujeto a Tlatelolco, el día doce de diciembre de dicho año”.[33]Conviene señalar que en la relación citada del descendiente de Tapia, resulta evidente que el compañero de Cortés había conocido bien a Zumarraga; refiriéndose a él lo califica únicamente con relación al Acontecimiento Guadalupano, y soslayando otros aspectos aparentemente mucho más importantes y llamativos del gran obispo franciscano.
Entre las crónicas tenemos una curiosa de fray Alonso Ponce, guardián del convento franciscano de Nuestra Señora del Castañar, en Castilla. El fraile había sido nombrado Comisario General de la Nueva España; había salido de Sanlúcar de Barrameda el 12 de julio de 1584, llegando al puerto mexicano de Veracruz el 11 de septiembre, el 27 a Xochimilco (a las afueras de México) y el 28 a la ciudad de México. Sólo en julio de 1585 comenzó su visita canónica a los conventos franciscanos. Nos ha dejado un diario de sus andanzas, redactado por su secretario. El diario nos da abundantes noticias sobre viajes, lugares, personas y costumbres que nos retratan el ambiente de la Nueva España de entonces, a veces sazonado con detalles primorosos. Así escribe:
“Volviendo, pues, a Santiago Tlaltilulco, donde quedó el P. Fray Alonso Ponce, Comisario General de la Nueva España, de camino ya para la visita de aquélla provincia de Méjico, es de saber que, llevando en su compañía a su secretario, y para que le ayudase a un fraile de la provincia de Guatemala llamado Francisco Salcedo, buena lengua mejicana, predicador y de buena pluma, y a Fr. Juan Cano, el lego atrás dicho, salió de dicho convento algo de mañana, martes 23 de julio del año 1585, y pasado un buen pedazo de la laguna de Méjico, (de quien adelante se tratará), por una calzada de piedra de media legua, en que se pasan muchas acequias por puentes de madera, pasó últimamente una muy grande, por un puente de piedra, junto a la cual está un pueblecito de indios mexicanos y en él, arrimada a un cerro, una ermita e iglesia llamada Nuestra Señora de Guadalupe, a donde van a velar y tener novenas los españoles de Méjico y reside un clérigo que les dice Misa. En aquel pueblo tenían los indios antiguamente en su gentilidad un ídolo llamado Ichpuxtli, que quiere decir virgen o doncella, y acudían allí como a santuario de toda aquella tierra con dones y ofrendas. Pasó por allí de largo el P. Comisario, y luego allí junto subió y bajó una mala cuesta que llaman de Guadalupe... llegó temprano al pueblo y convento de S. Cristóbal Ecatepec”.[34]
El hecho de que el padre Comisario pasara de largo, lo adujo García Icazbalceta como prueba de que no existía una verdadera devoción,[35]pero la objeción no se sostiene, puesto que el propio texto informa que “van a velar y tener novelas los españoles de Méjico…”; además de que, si se analiza el texto completo se conoce que el Comisario salió muy temprano, y, por otros pasajes del secretario, se sabe que salía a las tres o cuatro de la mañana, por lo que tuvo que pasar de largo porque a esas horas estaba cerrado el santuario; y, por otro lado, el hecho de pasar de largo no implica que estuviera en contra de la aparición. Además, aunque estuviera abierto, eso no significa que desconociera la aparición.
Conquistadores y administradores nos han dejado tratados y crónicas primorosas sobre las empresas y los acontecimientos más importantes de los primeros años de la conquista; con frecuencia sus escritos, más parcos de lo que deseáramos, nos dan noticias de especial importancia para el lector actual. Uno de estos casos es el del corregidor y alcalde mayor de Cuauhtitlán, Juan Suárez de Peralta, en su libro Tratado del descubrimiento de las Indias, escrito en 1589 aunque publicado sólo en 1878 con el nombre de Noticias Históricas de la Nueva España. Es ya el escrito de un criollo novohispano, nacido en la ciudad de México en 1537, hijo segundo de Juan Suárez de Ávila (Marcayda), y pariente político de Cortés por parte de su primera esposa. El criollo novohispano se traslada a España en 1579, a la tierra extremeña de sus antepasados paternos, y muere después de 1589 en Trujillo. En su libro menciona brevemente las apariciones. La obra permaneció inédita por largo tiempo, puesto que el manuscrito había sido terminado en Sevilla en 1589. En ella hace referencia a la llegada del virrey Martín Enríquez de Almansa, pasando por Guadalupe, el 5 de noviembre de 1568. El texto dice: “A cada pueblo que llegaba le hazían muchos recebimientos, como se suele hazer á todos los virreyes que á la tierra vienen, y así llegó á Nuestra Señora de Huadalupe, ques una ymagen devotísima, questá de México como dos lehuechuelas, la cual ha hecho muchos milagros (apareciose entre unos riscos, y á esta devoción acude toda la tierra), y de ahí entró en México, y aquel día se le hizo gran fiesta de á caballo, con libreas de seda, que fue una escaramuza de muchos de á caballo, muy costosa”.[36]
Un mercedario, Luis de Cisneros, publica en 1621 una Historia de la imagen de nuestra Señora de los Remedios, devoción muy querida de los conquistadores y por ello muy vinculada a la historia de la conquista. En este contexto, Cisneros alude también a la Guadalupana, diciendo que la gente profesa una gran devoción a esta imagen que ha hecho y sigue haciendo muchos milagros. Al primer conocido objetor de las apariciones guadalupanas, el académico ilustrado español Juan Bautista Muñoz, le parecía extraño que Cisneros no hablase de las apariciones en aquel contexto.[37]Una respuesta simple es que no era ese el objetivo de su escrito, sino que se refiriere únicamente a lo que más impresionaba entonces a mucha gente, como hacen ver casi todas las fuentes, y eran los numerosos «milagros» que allí se obraban, una especie de Lourdes americana de entonces en la que al viajero o peregrino le llamaban la atención estos aspectos inmediatos sin pasar a otras consideraciones históricas.
En 1648 aparece en Londres una obra de un dominico irlandés renegado de nombre Thomas Gage[38](1597-1656), titulada The English-American or a New Survey of the West Indies. La obra tenía como objetivo denigrar la Iglesia de Roma o el catolicismo, y puede considerarse, entre la serie de opúsculos –promovidos sobre todo en círculos calvinistas-, que van a constituir la base de la llamada “leyenda negra” de la obra de España en el Nuevo Mundo, al querer demostrar cómo el catolicismo solamente podía generar aberraciones. El antiguo fraile había visitado México y alude a algunos de sus recuerdos y noticias allí recogidas sobre la vida en el Virreinato. Así en el capítulo 24 recuerda un altercado entre el virrey Don Diego de Pimentel, marqués de Gelves (1621-1624) y el arzobispo de México, Don Juan Pérez de la Serna (1613-1626); al referirlo menciona Guadalupe de paso diciendo que el Arzobispo “se retiró a un arrabal que llaman Guadalupe, llevando consigo a varios canónigos y otros eclesiásticos”[39]. En el capítulo 7 de la segunda parte describe su propia huida hacia el Sur y vuelve a nombrar Guadalupe, que era un lugar de paso obligado para la entrada o salida de la ciudad de México; el fraile fugitivo toma intencionalmente el camino del Norte para evitar a los posibles perseguidores, de modo que “salimos de México alegremente a mediados de febrero una noche como a eso de las diez. Dimos la vuelta al arrabal de Guadalupe, y no habiéndonos tropezado con alma viviente, seguimos expresamente la dirección opuesta al camino de Guatemala, donde sospechábamos que hubiese gente apostada”.[40]
Un exuberante poema guadalupano
Otro testimonio guadalupano interesante es el que nos ha legado el capitán Luis Ángel de Betancourt que había llegado a México en 1608. Antes de 1621 escribió un poema en octavas reales en honor a la Virgen de los Remedios,[41]que contiene un verso con una clara alusión a la Virgen de Guadalupe pintada por Dios mismo, “grande Apeles” y “verdadero Praxiteles”. La importancia de esta alusión es que es un testimonio anterior al libro del sacerdote Miguel Sánchez, por lo que éste no pudo influir en Betancourt, ni tampoco Betancourt en Sánchez, ya que su poema permaneció inédito. Imagina que un ave dice a Juan Diego:
- “Mira la sangre de los sacrificados
- que en aqueste idolismo está caliente;
- vendrá a purificarse de los vicios
- la cristiandad de mi rosado oriente;
- y porque tengas de tu gloria indicios
- a Tepeaquilla baja diligente,
- y entre tajadas peñas y redondas
- verás mi imagen cerca de las ondas.
- No como aquí [en los Remedios] de bulto, de pinceles
- que en blanca manta el grande Apeles tupe
- porque Dios, verdadero Praxiteles,
- allí me advocará de Guadalupe.
- Harásme un templo allí cuando los fieles
- la cruz levanten, y este hemisferio ocupe.
- Después de la conquista de esta tierra,
- porque no hay cosa buena con la guerra.
- Dijo, y fuese la garza imperiosa
- y el cacique devoto bajó al valle;
- halló el precioso lienzo de la rosa,
- y hubo, con la primera, de guardalle.
- Hasta que la ciudad majestuosa
- se vistió por España a nuestro talle,
- y a la de Guadalupe, flor bendita,
- don Juan labró de pinos una ermita”.[42]
La alusión, según el gusto literario del tiempo, clasifica a la imagen como “pintura de Dios”. Es la primera mención que se conoce de un castellano diciendo esto, y es también significativo que describe a Juan Diego como “cacique devoto”, mucho antes que la traducción de Becerra Tanco, en la segunda mitad del siglo XVII, iniciara la idea de considerarlo como “un indio plebeyo y pobre, humilde y cándido” (v. 3). Sin embargo hay que hacer notar que Becerra Tanco era un sabio políglota; conocía muy bien el náhuatl que había aprendido desde joven; él tradujo el Nican Mopohua del original que poseía Alva Ixtlixóchitl. La palabra maceualli en el vocabulario de Molina (1555 y 1571), revisado por Sahagún es “vasallo” y en el diccionario de Rémi Simeón(1885), traduce maceualli por “vasallo, hombre de pueblo, campesino, sujeto”.
México era el camino obligado de los navegantes españoles para ir a las Filipinas, pasando de océano a océano, atravesando México de costa a costa. Se trataba de un viaje largo y lleno de peligros y calamidades, que podía durar hasta dos años. Lo experimentó la primera comitiva de monjas que se dirigieron a fundar un convento en las Filipinas. Eran franciscanas clarisas de Toledo. Su viaje y sus peripecias nos las cuenta una de ellas, Ana de Cristo, secretaria de la madre fundadora y abadesa Jerónima de la Asunción, en una especie de diario. Las religiosas llegaron a México a últimos de septiembre de 1620, donde permanecieron hasta el 1° de abril de 1621. En su viaje hacia la ciudad de México, las monjas pasaron por Guadalupe. Así nos cuenta su impresión al llegar al Tepeyac:
“La postrera jornada de la Nueva España fue a una ermita que llaman de Nuestra Señora de Guadalupe: estuvimos allí una noche, es un paraíso y la imagen de mucha devoción, viese cuando se ganó México que andaba echando tierra a los contrarios entre los ojos; apareció a un indio en aquel lugar donde está, que es entre unas peñas, y le dijo que hiciera una casa y en lugar donde se puso de pies manó un poco de agua clara que pasamos por él y le vimos, y está hirviendo como si estuviese a muy grande fuego, y nos dieron un jarro de él y está salado, mas nos dijeron unas beatas que tenían cuidado de la ermita que la misma Virgen pidió el manto al indio y se lo midió de pies a cabeza”.[43]Se percibe que en el corto espacio que estuvieron allí sólo escucharon la versión española de los hechos, pues cita la leyenda que difundió Pedro de Alvarado, y que Bernal Díaz había consignado en su capítulo CXXV, pero luego tachó de su original, sintiendo acaso rubor por endosar una conseja: “Yo quiero decir que decía el Pedro de Alvarado que cuando peleaban los indios mexicanos con él, que dijeron muchos dellos que un gran tecleciguata, que es gran señora, que era otra como la questaba en su gran cu [templo], les echaba tierra en los ojos, y les cegaba, y que un guey teule que andaba en un caballo blanco les hacía mucho mal, y que si por ellos no fuera que les mataran a todos e que aquello dizque se lo dijeron al gran Montezuma sus principales. Y si aquello fue así, grandísimos milagros son, e de continuo hemos de dar gracias a Dios e a la Virgen Santa María Nuestra Señora, su bendita madre, que en todo nos socorre, e al bien aventurado Señor Santiago”.[44]
A la monja le impresionó más el manantial salobre que la propia devoción, y hace una mención muy curiosa de la pintura de la imagen de la Virgen: “la misma Virgen pidió el manto al indio y se lo midió de pies a cabeza”. Se ve que la monja recoge los dichos de la gente o de los frailes con los que seguramente viaja y refiere lo que le impresiona de inmediato, como suele suceder en estas cosas. De todos modos, lo dicho muestra que entre los españoles- criollos de México y 28 años antes del libro de Miguel Sánchez, se daba por sabido que la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe databa de los primeros años de la conquista y que se había aparecido a un indio en un cerro árido y pedregoso, pidiendo la construcción de la ermita en la que ahora se veneraba una pintura extraordinaria de la Virgen en el mismo manto del indio, hecho en el que, según las voces recogidas, la Virgen misma habría tenido un papel relevante.
Descripción del arzobispado de México
La Corona española pedía una información puntual sobre la vida y la situación de sus territorios, y las autoridades civiles y religiosas de aquellos sitios las solían enviar periódicamente. Por ello en 1569 Juan de Ovando, Presidente del Consejo de Indias, a nombre del rey Felipe II pide una descripción completa del Arzobispado de México. El arzobispo Montúfar o su vicario general Bartolomé de Ledesma, envió entonces un cuestionario a todas las parroquias, conventos e iglesias para obtener la correspondiente información. El resultado fue Descripción del Arzobispado de México.[45]
Alonso de Montúfar envíó a España en 1570 su relación minuciosa de las parroquias e iglesias de su arzobispado, aunque los franciscanos se negaron a dar ningún dato, alegando que ellos se entendían directamente con el rey. Los encargados de las parroquias y capillas sí dieron su información; entre éstas se encuentra la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe, cuya relación fue dada por su capellán Antonio Freire, la cual inicia de esta manera: “En la Ciudad de Méjico, diez días del mes de enero de mil e quinientos e setenta años, yo, Antonio Freire, clérigo presbítero, capellán de la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe Tepeaca, en esta Nueva España, en cumplimiento del mandato del ilustrísimo y reverendísimo señor don Fr. Alonso de Montúfar, arzobispo de este arzobispado de Méjico, del Consejo de S. M. &, mi señor, hice lista y memoria de las cosas siguientes: «Primeramente digo que la ermita de nuestra Señora de Guadalupe Tepeaca está a media legua de esta dicha ciudad, hacia el Norte, la cual puede haber catorce años que fundó y edificó[46]el Ilustrísimo Señor Arzobispo con las limosnas que dieron los fieles cristianos. Tiene la dicha ermita siete o ocho mil a renta, de los cuales y de las dichas rentas habrá aclaración en los libros de los mayordomos, y lo procedido de esto se gasta en obras y reparos de la dicha ermita y en vino para Misas y aceite y en salarios de cura y sacristán. Lleva el cura de salario ciento y cincuenta pesos de minas por un año. La obligación del cura son dos Misas cada semana, sábado y domingo. No hay en esta ermita capellanía ninguna; está al presente medianamente proveída de ornamentos y lo necesario. Es patrón de esta dicha ermita Su Señoría Reverendísimo el Arzobispo mi Señor. Tiene dos mayordomos que guardan y tienen a su cargo todos los bienes de la dicha ermita; son personas abonadas y vecinos de esta dicha ciudad. Susténtase la dicha ermita con la dicha renta y con limosna que en ella se da. “Tengo a mi cargo por provisión de Su Señoría Reverendísima cinco estancias y barrios de indios sujetos a esta dicha ciudad y Santiago Tlatelulco, que están sujetos a la dicha ermita para doctrinarlos y decilles Misa los domingos y fiestas de guardar; y en ellas indios casados ciento y cincuenta, y solteros y solteras habrá ciento, de doce y catorce años para arriba. Todos hablan la lengua mexicana y a todos ellos les administro los Santos Sacramentos y se les enseña la doctrina cristiana en latín y en su lengua, viven de ser labradores y salineros y pescadores. Hay en mi districto seis estancias de ganado menor de españoles; hay en ellas seis españoles y treinta esclavos y más de otras cuarenta personas de servicio que sirven a las dichas estancias. En la dicha ermita y estancias no hay ningún clérigo sino yo, ni tampoco español que sea vecino, y juro a las Órdenes Sacras que recibí de San Pedro que lo que tengo referido es verdad y por eso lo firmé aquí de mi nombre»”.
Rúbrica de Antonio Freire, miembro y superior de un sodalicio de sacerdotes seculares llamado “Congregación de San Pedro”. Este sacerdote muere hacia 1586, y como ya hemos señalado, dejó dos mil pesos para la construcción de un nuevo presbiterio en la ermita de Guadalupe. Joaquín García Icazbalceta, a quien se suele catalogar como “antiaparicionista”, escribe en 1883 en una carta dirigida al arzobispo de México, Labastida y Dávalos, haber poseído el original o una copia del texto[47], y afirma que en tal descripción no se hace mención de Guadalupe. En la edición de dicha Descripción publicada por su hijo Luis García Pimentel en 1897, tampoco se menciona a Guadalupe. Sin embargo, y aquí está el punto misterioso, en otro documento fechado el 7 de enero de 1570, se da la información sobre Antonio Freire, el capellán de la ermita. La Descripción fue reimpresa en 1905 en el tercer volumen de Papeles de Nueva España, publicado por Francisco del Paso y Troncoso, y en ella se habla precisamente de la ermita y de su mantenimiento en el documento citado de Antonio Freire. Queda por lo tanto el problema no resuelto de por qué García Icazbalceta negó cualquier referencia a Guadalupe; el hecho confirma la duda sobre toda una serie de actitudes contradictorias en el famoso historiador.
La respuesta hipotética, según reconoce el mismo Poole, puede ser triple: o porque su copia no tenía tal información; o por falta de cuidado en la trascripción; o porque deliberadamente la quiso silenciar.[48]Poole afirma que Freire sería antiaparicionista. Se trata de otra de las conclusiones gratuitas frecuentes en una obra suya llena de lagunas e imprecisiones. Tampoco se encuentra una explicación del silencio sobre el argumento en la edición del hijo de García Icazbalceta, y el mismo Poole reconoce la imposibilidad de dar una respuesta a estos interrogantes. Sin embargo, una razonable hipótesis podría ser que García Icazbalceta no contaba con esa parte, porque eran hojas sueltas.
Sin embargo el testimonio de Freire es importante porque nos habla de la existencia de la ermita y de su culto, así como de su mantenimiento económico. Resulta llamativo el hecho de que la ermita contase con una renta anual entre siete u ocho mil pesos, más otras entradas administradas por dos mayordomos. La vida económica de la ermita demuestra abundantes donativos y una devoción floreciente. El “patrón” o responsable último de la ermita era el mismo arzobispo. Freire en su Descripción, no habla de otros aspectos de la vida espiritual del santuario; se explica porque se trata de una Descripción de carácter fundamentalmente económico. Otro de los aspectos discutidos en la Descripción de Freire es la afirmación de que Montúfar habría sido el “fundador” de la ermita hacia 1555 con limosnas recibidas por parte de los fieles. La afirmación puede indicar que Montúfar habría podido restaurar, ampliar y embellecer dicha ermita, como sucede frecuentemente en la historia de los santuarios. Se puede explicar la frase de Freire de que “puede haber catorce años que fundó y edificó el Ilmo. Sr. Arzobispo” en el sentido de que en 1556 efectivamente se construyó la ermita en que servía el padre Freire, que es la que él alude, pero ésta fue construida en substitución de una anterior, como consta por la convergencia de varias fuentes.
La misma interpretación hay que dar a la afirmación al cosmógrafo cronista Juan López de Velasco en su Relación sobre las Indias, escrita entre 1571 y 1574, que coincide literalmente con la afirmación de Freire, por lo que podría depender de él.[49]Años más tarde, en la lista del clero de México del 24 de marzo de 1575, enviada a Felipe II por el arzobispo de México, Moya de Contreras, no se menciona ni a Freire ni al santuario de Guadalupe. Sin embargo, el mismo Moya de Contreras, en carta del 17 de diciembre de 1576, solicitará a Roma indulgencias particulares para Guadalupe. La historia de este documento, de silencios por una parte, de omisiones o de afirmaciones anteriores o posteriores sobre el asunto, nos ayuda a comprender cómo la historia documental de un hecho a veces no consta totalmente en un documento; se silencia en otro; se reafirma en un tercero. El hecho es frecuente en la historia documental de la conquista o de los hechos narrados relativos a esta época.
Actas del Cabildo de 1568 y de 1569
Ante el desarrollo de la vida religiosa que existía en torno a la ermita de Guadalupe, los canónigos de la Catedral de México se ausentaban de la misma no cumpliendo con sus obligaciones. Por aquel entonces, la fiesta de la Virgen de Guadalupe en México, como sucedía con la mayor parte de las fiestas en honor de la Virgen en sus santuarios en toda la Iglesia, se celebraba el 8 de septiembre, recurrencia tradicional de la fiesta en honor del nacimiento de la Virgen; por ello, muchos canónigos se ausentaban de la catedral para acudir a la ermita guadalupana en aquella fiesta.
El cabildo catedralicio discute el asunto y en una sesión del 14 de septiembre de 1568 determina “que lo que toca a la ida de Nuestra Señora de Guadalupe el día de la Natividad de Nuestra Señora; que el que hubiera de ir de hoy en adelante, vaya con licencia, si la pidiera, y si fuese con el Reverendo Arzobispo vaya con ausencia”.[50]
Entre otros aspectos, la alusión al arzobispo da a entender que el arzobispo podía participar personalmente a aquella celebración, lo que indica ya un claro auge de la devoción guadalupana. En otra sesión habida el 6 de septiembre de 1569 trata el mismo asunto, que ya aparece normal y asumido; se discute entonces el aspecto de los emolumentos o estipendios debidos a los canónigos por participar a los actos catedralicios y de cómo los ausentes, por haber ido a Guadalupe, deberían ser tratados también favorablemente.[51]
El arzobispo Moya de Contreras pide indulgencias a Roma (1576)
Don Pedro Moya de Contreras, antiguo inquisidor, fue el tercer arzobispo de México gobernando aquella iglesia desde 1573 a 1591; fue virrey interino de la Nueva España entre 1573 y 1586; en 1585 celebró el tercer concilio mexicano que aprobaría entre otras cosas un catecismo universal para la Nueva España y una serie de memoriales que dirigirán la vida eclesial durante mucho tiempo. Moya de Contreras fue un convencido guadalupano como lo demuestra la defensa del Santuario de las pretensiones de los frailes jerónimos. Fue el primer arzobispo mexicano que va a pedir privilegios e indulgencias para la todavía sencilla y rústica ermita de Guadalupe. Mandó su petición a Gregorio XIII, el Papa protector de los jesuitas y que dará su nombre a la Universidad jesuítica de la Gregoriana, a través del prepósito general de los jesuitas, Everardo Mercuriano, solicitando indulgencias para el mismo.
Moya de Contreras, amigo de los jesuitas, había apenas logrado que se estableciesen en la Nueva España y les encarga de sus asuntos en Roma. Gregorio XIII accedió a aquella solicitud y concedió las indulgencias. El asunto produjo celos en el cabildo catedralicio que insistió al arzobispo para que solicitase al Papa los mismos beneficios para la catedral, para no ser menos; pero sobre todo porque la gente iba en masa en peregrinación a la pequeña ermita dejando postergados los cultos catedralicios. Así el padre Mercuriano vuelve a pedir al Papa la extensión de aquellas indulgencias a la catedral por encargo del arzobispo. El Papa responde el 28 de marzo de 1576 concediendo lo solicitado por el arzobispo y extendiendo las indulgencias también a la Catedral, para evitar que los fieles dejaran de visitarla por recurrir al santuario, como se dice explícitamente.
Una Orden convencidamente guadalupana en América
Esta historia de las indulgencias de Gregorio XIII obliga a referirse al guadalupanismo de los antiguos jesuitas. En ello encontraba quizás un eco su teología convencida sobre el misterio de la Encarnación y sobre la capacidad del Acontecimiento Cristiano de abrazar todas las culturas. Los jesuitas, casi desde su llegada a México, se van a distinguir por su convencido guadalupanismo, sobre todo durante el periodo que abarca los siglos XVII y XVIII, hasta su expulsión de los Dominios del Rey de España en 1767.
Una fuente de estas noticias nos la ofrece el padre Francisco Javier Alegre (1729-1788)[52]en su obra Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús en la Nueva España, comenzada mucho antes por otro jesuita, el padre Francisco de Florencia. La obra fue publicada en Bolonia. El padre Alegre se encuentra entre los jesuitas mexicanos llegados a Italia tras la expulsión; los exiliados seguirán escribiendo sobre temas guadalupanos y extendiendo su devoción en Italia, incluso levantando iglesias o fomentando la erección de altares a la Guadalupana, tanto en Roma como en otros puntos de Italia, como en los dominios de Génova, lo que manifiesta el arraigo de esta devoción entre los miembros de la Compañía.
Este guadalupanismo jesuítico es muy temprano. Ya en 1575, apenas llegados a Nueva España, promovieron la devoción en todos los niveles. Así impulsaron la Cofradía de Guadalupe que contaba con más de 400 socios; de ella habla el virrey Martín Enríquez de Almansa; probablemente se trataba de una congregación mariana fundada por los jesuitas tras su llegada en 1572. Más tarde, y antes de 1677, fundaron otras dos congregaciones marianas. La devoción guadalupana tuvo un notable arraigo entre los jóvenes estudiantes jesuitas de México. Con motivo de la sequía que azotaba el país en 1599, estos jesuitas promovieron precisamente una peregrinación al Santuario de Guadalupe[53]. También promovieron la devoción por medio de certámenes literarios en todos sus colegios. No muy lejos del más importante de todos ellos, el de Tepozotlán, y dentro del convento con igual nombre, se encuentra una iglesia dedicada a la Virgen de Guadalupe con un retablo y un altar guadalupano de los más bellos que ornamentan la geografía religiosa de México.
Otro filón de este guadalupanismo son los sermones guadalupanos pronunciados por miembros de la Compañía de Jesús y posteriormente publicados[54]. Durante más de 30 años seguidos el sermón en honor de la Virgen de Guadalupe en el Santuario, el 12 de Diciembre, estuvo a cargo del famoso padre Baltazar González (s. XVII). La historia de las misiones jesuitas en el Norte de México, California y otras regiones, que hoy forman parte de los Estados Unidos está estrechamente vinculada a Guadalupe. Los jesuitas del siglo XVIII llevaron aquella devoción a todos los rincones donde llegaban, dedicándole iglesias y misiones y colocando cuadros de la Guadalupana por doquier. Entre los más destacados misioneros se encuentran los padres Eusebio Kino, Zappa y Salvatierra. Estos jesuitas, ya procedentes de México, llevaron la devoción guadalupana a las islas Filipinas; entre ellos se distinguió el mártir beato Diego Luis de Sanvitores, que en 1662 llevó consigo un cuadro de Nuestra Señora de Guadalupe del Tepeyac a su misión en las islas oceánicas del Pacífico; allí le erigió una iglesia, en la isla de Tinan, y fundó un seminario indígena donde colocó la imagen de la Guadalupana. Todavía 24 años después de la supresión de los jesuitas, un franciscano de Propaganda Fide, fray Antonio López Murto, en un sermón pronunciado el 7 de mayo de 1791, elogiaba el trabajo misionero de los jesuitas y de cómo los indios más reacios del Norte de México se habían convertido a través de la devoción guadalupana.
Los nombres más conocidos de historiadores o escritores jesuitas de los siglos XVII y XVIII son el erudito Carlos de Sigüenza y Góngora; Mateo de la Cruz, quien nos legó una obra (1660) que otro jesuita, el padre Florencia juzgaba “la más bien redactada relación que haya salido”. El padre Florencia es el autor de obras como Estrella del Norte y Zodiaco Guadalupano, para demostrar la historicidad del hecho guadalupano. Otro jesuita, el padre Baltasar González, dio su parecer positivo para la publicación del Hvei Tlamahvizoltica, publicado por Luis Lasso de la Vega en 1649. Otro jesuita, Luis Becerra Tanco, reunió muchos documentos y escritos. Su recopilación ha sido una de las fuentes de mucha literatura guadalupana posterior. La lista sería larga. Basta recordar un rosario de nombres entre los que se deben citar escritores e historiadores como Cavo, Clavijero, Domenec, Iturriaga, Francisco López, Lozano, Maneiro, Núñez de Miranda, Sigüenza, Sebastián, Venegas, Toledo, y muchos más. Entre literatos y poetas en el mismo periodo que se inspiraron en Guadalupe, hay que recordar a los padres Diego Abad, Alegre, José Anaya, Francisco Castro, Andrés Diego de la Fuente, Pedro Gallardo, José Mariano Gondré, José Andivar, Vicente López, Cosio, Vallarta, entre otros muchos.
Según el testimonio, ya a mediados del siglo XVIII, de Lorenzo Boturini, [autor de una relación latina de la aparición, dirigida al padre Domingo Corrani, jesuita], la conservación del original mexicano del Nican Mopohua, se debe a la Compañía de Jesús, y en concreto al padre Carlos de Sigüenza y Góngora, quien legó su biblioteca al Colegio Máximo. Será un jesuita, el P. Burrus, quien descubrirá una de las copias manuscritas del Nican Mopohua en la Biblioteca Lenox de Nueva York. Sabemos también que existía la costumbre entre los jesuitas de visitar frecuentemente el Tepeyac. Fueron varias las gestiones que los jesuitas realizaron ante la Santa Sede a favor de la causa guadalupana. Como hemos visto, a ruegos del obispo Moya de Contreras, el Papa Gregorio XIII concede las indulgencias y la prórroga, y se dignara conceder fiesta propia a N.S. de Guadalupe el día 12 de diciembre, aniversario de su principal aparición.[55]
Otro procurador guadalupano, el padre Florencia, luchó para alcanzar algunas concesiones a favor de Guadalupe por parte de Roma. Fue así como los jesuitas lucharon para obtener la confirmación pontificia del Patronato Nacional de la Virgen de Guadalupe y la concesión de Misa y Oficio. El padre Francisco López fue quien llevó a cabo todas las gestiones ante el Papa Benedicto XIV. “La Congregación de Ritos hizo saber al P. López, que, examinados todos los documentos que había presentado, quedaba plenamente demostrada la verdad histórica de la Aparición [...] El 24 de Abril de 1754 dio la Congregación de Ritos el decreto con que aprobaba el Oficio y Misa propia en honor de la Virgen de Guadalupe; y mandaba que dicho Oficio se rezase el 12 de Diciembre con rito doble de primera clase y con Octava”[56]. El padre López trajo a México la bula pontificia que depositó ante la Virgen de Guadalupe*, acompañado por todas las autoridades civiles y religiosas de México.
La acción de los jesuitas a favor de Guadalupe continuó tras la supresión de la Compañía de los dominios españoles en 1767. Antes de su marcha forzada de México, los 500 jesuitas mexicanos pasaron por el Santuario de Guadalupe. Muchos de ellos llegaron a Bolonia, Italia, en octubre de 1768; algunos, entre los que se cuentan los conocidos padres Alegre, Maneiro, Diego de la Fuente, Francisco Clavijero, Pedro Gallardo, Mariano Conra, Saba, Vallejo, Landivar, José Lucas de Anaya y otros menos conocidos, continuaron su obra histórica, poética y literaria a favor de Guadalupe, edificaron en Italia capillas dedicadas a la Virgen Guadalupana y difundieron su devoción en Imola, Ferrara, Foro Cornelio, Arsolli y Roma. La historia de la acción guadalupana de estos jesuitas de la supresión, demuestra el arraigo de la misma en la Compañía de Jesús en México, acción que continuaron a lo largo del siglo XIX tras la restauración de la Compañía.
El testimonio del pirata inglés Miles Philips (1568)
El testimonio del pirata Miles Philips[57]es el único caso de una cita del culto guadalupano en el siglo XVI proveniente de una fuente europea no hispana. En 1567 el pirata John Hawkins salió de Plymouth, Inglaterra, hacia las costas africanas para capturar esclavos. En 1568 los transportó a las costas suramericanas para intentar venderlos. En su viaje de regreso, y para evitar la zona de los huracanes, se vió forzado a penetrar en el golfo de México; pero fue avistado por la flota española que traía al nuevo virrey Martín Enríquez de Almansa. El 8 de octubre de 1568 Hawkins intentó escapar abandonando a cien miembros de su tripulación en las costas del Pánuco, después de la dispersión de su flota en San Juan de Ulúa. Estos ingleses dejados en tierra fueron capturados y enviados a la ciudad de México; entre ellos se encuentraba Miles Philips. Los piratas capturados entraron en el Valle de México por Meztitlán, Pachuca y Cuautitlán. Más tarde obtendrán su libertad y volverán a Inglaterra.
Miles Philips compilará entonces las impresiones de aquel viaje en 1582 para una breve crónica, la cual fue impresa por primera vez en 1600 por Richard Hakluyt. Philips recuerda, entre otras cosas, la existencia de “un hermoso convento de frailes franciscanos; pero no vimos a ninguno de ellos”, y el Tepeyac, a dos leguas de la capital novohispana: “A otro día, de mañana, caminamos para México, hasta ponernos a dos leguas de la ciudad, en un lugar en donde los españoles han edificado una magnífica iglesia dedicada a la Virgen. Tienen allí una imagen suya de plata sobredorada, tan grande como una mujer de alta estatura, y delante de ella y en el resto de la iglesia hay tantas lámparas de plata como días tiene el año, todas las cuales se encienden en fiestas solemnes. Siempre que los españoles pasan junto a esa iglesia, aunque sea a caballo, se apean, entran a la iglesia, se arrodillan ante la imagen y ruegan a Nuestra Señora que los libre de todo mal; de manera que, vayan a pie o a caballo, no pasarán de largo sin entrar a la iglesia y orar, como queda dicho, porque creen que si no lo hicieran así, en nada tendrían ventura. A esta imagen llaman en español Nuestra Señora de Guadalupe. Hay aquí unos baños fríos, el agua de aquí es algo salobre al gusto, pero muy buena para lavarse los que tienen heridas o llagas, porque según dicen ha sanado a muchos. Todos los años, el día de la fiesta de Nuestra Señora, acostumbra la gente venir a ofrecer y rezar en la iglesia ante la imagen, y dicen que Nuestra Señora de Guadalupe hace muchos milagros”. En este testimonio nos encontramos con cuatro elementos fundamentales convergentes con otras fuentes: la estatua, la fuente, el culto y los milagros. El testimonio de este pirata protestante inglés demuestra que a pesar de que los frailes se habían opuesto, o al menos habían desalentado aquel culto, por 1568, año del proceso del pirata, el culto también estaba arraigado entre los españoles, hasta el punto de consentir que se levantara una iglesia suntuosa y elegirla como destinataria de ricas donaciones, como lo demostrará el ya señalado testamento de su capellán Antonio Freire.
Las pretensiones de los jerónimos de Extremadura (España)
Algunos han escrito que la Virgen de Guadalupe de México era la proyección lógica de la Virgen de Guadalupe extremeña. Se apoyan en la coincidencia del nombre y en el apego normal que los conquistadores, en buena parte extremeños, tenían a la Virgen extremeña. Además, los frailes franciscanos habían salido hacia tierras americanas desde un convento extremeño y muchos de ellos allí ahondaban sus raíces. No es de extrañar que apenas se tuvo noticia de la fuerte devoción a la Virgen mexicana de Guadalupe, los monjes jerónimos, guardianes del célebre santuario-monasterio de España, quisieran cerciorarse de lo que pasaba en México y pretendiesen vincular el culto al control jurídico y económico del gran monasterio. Por ello enviaron repetidamente misiones de control para atar bien lo que aparentemente estaba fuera de su debido control.
Según cuenta fray Francisco de San Joseph, en su Historia Universal de la primitiva y milagrosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, la devoción de María de Guadalupe se había extendido grandemente en América austral y occidental, y a mediados del siglo XVI estos santuarios recibían grandes limosnas; los jerónimos, conociendo que los conquistadores eran extremeños, creían que la devoción de Guadalupe en América era extensión de la extremeña, por lo que también las limosnas pertenecían a su santuario. Enviaron por ello dos frailes para que se cerciorasen del asunto; fueron nombrados fray Diego de Ocaña para el Perú, y fray Diego de Santa María para México, con la misión de recaudar todas esas limosnas. Mientras fray Diego de Ocaña cumplió sin mayores obstáculos su misión y erigió en tierras peruanas una capilla de Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura, fray Diego de Santa María se encontró en México con otra realidad muy distinta: la existencia de un culto guadalupano muy propio.
El fraile llegó a México en tiempos del virrey Martín Enríquez de Almansa y del arzobispo Pedro Moya de Contreras. Al visitar el Tepeyac, el fraile se dio cuenta que el lugar era inapropiado para un santuario por lo que propone trasladarlo al verde cerro de Chapultepec.[58]El fraile jerónimo escribe a la Corona española dos largos memoriales. En el primero, del 12 de diciembre de 1574, se dirige al rey Felipe II y le escribe entre otras cosas: “Yo hallé en esta ciudad una ermita de la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, media legua della, donde concurre mucha gente. El origen que tuvo fue que vino a esta provincia, habrá doce años, un hombre con un poder falso de nuestro monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, el cual recogió muchas limosnas, y manifiesta la falsedad del poder, se huyó y quedaron cierta cantidad de dineros de lo que habían cobrado los mayordomos de esta ermita, que entonces se llamaba por otro nombre. Entendiendo la devoción con que acudían los cristianos de Nuestra Señora de Guadalupe, le mudaron el nombre y pusieron el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe, como hoy en día se llama, y pusieron demandadores pidiendo para Nuestra Señora de Guadalupe, con lo cual se han defraudado las limosnas con que solía acudir a Nuestra Señora de Guadalupe y se ha entibiado la devoción que a aquella casa solían tener los vecinos de esta provincia. Esta ermita tiene hoy dos mil pesos de renta y se allegan casi otros dos mil de limosnas, y yo no veo en qué se pueda gastar esto, porque no está adornada y el edificio es muy pobre. Estas limosnas se han allegado con el nombre y sombra de Nuestra Señora de Guadalupe y si Vuestra Majestad fuese servido será bien que por parte de la casa de Guadalupe se tomase la cuenta a los administradores y personas que han tenido cargo de esta casa en este tiempo que ha tenido el nombre de Guadalupe y lo pusiese en el concierto y orden que Vuestra Majestad fuese servido. El sitio donde está la ermita fundada es muy malo, salitral y pegado a la laguna, malsano y sin agua, por lo cual y otras muchas causas, aunque la renta venga en aumento, no puede venir el culto divino y servicio de Dios en más aumento; por lo cual los hijos de la casa de Nuestra Señora de Guadalupe tenemos la obligación de que, o que se quite el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe, o que se traslade esta casa a otra parte y porque la renta y limosnas de esta casa se consumen y gastan y retienen entre los mayordomos y el arcediano y otras personas, si Vuestra Majestad fuese servido, en esta ermita, trasladándola a buen sitio, se podría hacer un monasterio de la Orden, como otros que en esta razón se han fundado, por orden del monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe. El sitio más conveniente, que se halla cerca de esta ciudad, es una granja que se llama Chapultepec. Es de Vuestra Majestad y sirve de irse a holgar a ella algunas veces el Visorey y Oidores y esta es la mayor dificultad que tiene el negocio, y si Vuestra Majestad fuese servido hacer merced a Guadalupe o a la Orden de esta granja y una o dos caballerías de tierra en baldío o ejido más cercano a ella, porque el sitio es pequeño, con esto y la renta de la ermita pasada allí, se haría un buen monasterio de la Orden, y en este sitio hay muchas comodidades y más aparejo que en ninguna otra parte y casi en otra parte no habría lugar. Yo no he comunicado este negocio con persona alguna por las dificultades que podría haber, por lo que a Vuestra Majestad tengo referido, sino sólo al Doctor Arteaga, fiscal de Vuestra Majestad, el cual no se ha atrevido a escribir a Vuestra Majestad por la brevedad del tiempo y porque se quiere enterar de todo muy particularmente y me ha ofrecido que en la flota dará razón a Vuestra Majestad de todo muy particularmente. Nuestro Señor guarda la Católica Real persona de Vuestra Majestad para su servicio con aumento de muchos reinos como los capellanes de Vuestra Majestad deseamos. En México, 12 de diciembre de 1574. Católica Real Majestad. Besa los pies de V.M. Su siervo y capellán. Fray Diego de Santa María [rúbrica]”.[59]
La respuesta del Consejo de Indias a tales peticiones no se hizo esperar: ordenó una visita “canónica” del arzobispo a la ermita, pidiendo que controlase las finanzas de la misma y enviara toda la información. Fray Diego de Santa María incurre en no pocas imprecisiones y demuestra no conocer en absoluto las fuentes del Hecho Guadalupano, ya que en la segunda carta del 24 de marzo de 1575, enviada al Presidente del Consejo de Indias Juan de Ovando como respuesta a una carta de éste, se atreve a decir que la ermita había recibido el nombre de Guadalupe a partir de 1560, mientras que, en otra carta precedente hablaba que en 1562 tenía otro nombre. Insiste también en que la Guadalupe de México estaba causando el olvido de la Guadalupe de España y en que, según él, la gente daba dinero a la Guadalupe de México pensando que iba a parar a España y que las dos devociones eran la misma. Por lo que pide que los jerónimos de la Guadalupe de España se encarguen de la ermita mexicana y establezcan allí un monasterio con erección pontificia. Así escribe entre otras cosas:
“En cuanto a lo que toca a la santa casa de Nuestra Señora de Guadalupe cuyos negocios traigo entre manos, fuera de los muros de esta ciudad, está una ermita, la cual, del año de 1560 a esta parte, se llama Santa María de Guadalupe, y con este título han traído y traen demanda por toda esta tierra, como Vuestra Majestad verá, siendo servido, por la verdadera Relación que con esta va. Los inconvenientes que de haberle puesto este título y con él traen los dichos demandadores que piden para Nuestra Señora Santa María de Guadalupe, de más de aquí son evidentes y notorios a quien de lejos los quisiera considerar, acá se ven por demostración práctica, porque han hecho olvidarse a la gente de esta tierra totalmente de la devoción a aquella santa casa de Guadalupe, que solía ser tan grande, que pocos de los que otorgaban testamentos dejaban de hacerle alguna manda, y en este tiempo pocos menos que todos las hacen a Nuestra Señora de Guadalupe extramuros de México, lo cual parece bien por las cláusulas de los testamentos que se han hecho y hacen de aquel tiempo a esta parte, y aunque las limosnas y hacienda que con este título se ha adquirido y adquiere no es poco sino considerable, es mucho mayor el daño que se ha hecho en quitar la mucha devoción de aquella santa casa que en todo este reino se tenía y muchos de los que fuera de México hacen mandas a esta ermita y le dan limosnas, deben creer que son para enviarlas al monasterio de Guadalupe en Castilla, y por lo menos creen que esta ermita y aquella casa son todas una cosa y con esto es defraudado aquel monasterio y así en lo espiritual como en lo temporal, y también lo son los fieles, que se tienen por verdaderos cofrades de la santa casa de Guadalupe y de los frailes de ella, y que gozan de los sufragios, oraciones y beneficios espirituales de la Cofradía antiquísima de aquella santa casa de Nuestra Señora con verse asentar en la Cofradía que en esta ermita de México se ha situado y ansí lo han respondido muchos de los vecinos de esta ciudad, queriéndolos agora asentar por cofrades de aquella santa casa de Castilla, conforme a las cédulas que Vuestra Majestad me hizo merced mandar que se me diesen. Estos daños y abusos no veo como se pudiesen remediar, sino siendo Vuestra Majestad servido de hacer merced al monasterio de Nuestra Señora de Santa María de Guadalupe, de la administración de esta ermita, mandando que se sustente en el estado que agora está o siendo servido mandar que la levante el monasterio la Orden del glorioso nuestro padre San Jerónimo con el principio de la renta que tiene que verá Vuestra Majestad por memorial que sobre esto envío y con las limosnas que a ella ocurran cada día, que siempre se van aumentando, y las muchas misas que allí se allegan con el nombre de la Bendita Señora de Guadalupe. Y, si para hacer esta merced al monasterio de Guadalupe o a la Orden de San Jerónimo (con las rentas que agora tiene y aderezos del culto divino, capellanes y casa) fuese Vuestra Majestad servido que se pidiese al Sumo Pontífice colación o breve (siendo necesario) lo solicitará y ganará al monasterio de Guadalupe y lo traerá fácilmente como cosa adquirida con nombre de aquella santa casa. Aunque, siendo como es Vuestra Majestad, Patrón de todas las cosas de la Iglesia (beneficios y capellanías de estas partes) y Señor de todo lo espiritual y temporal, lo uno y lo otro, siendo servido mandarlo, no me parece sería necesario otra disposición del Sumo Pontífice; mayormente que el Arzobispo de esta ciudad (que es el que lo puede contradecir y será posible que lo haga, porque parece interesado en alguna manera su oficio y dignidad) siendo Vuestra Majestad servido mandarle por carta misiva lo obedezca, será contento de ello y pasaría sin contradicción. Y porque a Vuestra Majestad no le parezca cosa dificultosa, no siendo dar la administración de esta ermita a Guadalupe sino mandando que la Orden de San Jerónimo que la levantase en monasterio, que en estas partes se edifiquen monasterios de ella con tan pequeño principio y sin haber agora personas especiales que las quiera dotar; es cosa llana que fue menor el principio de las Ordenes de San Agustín y Santo Domingo, casa una de las cuales tiene en este reino más de sesenta casas cuyos edificios según me certifican son harto mejores y mayores que lo son los de algunos de los buenos y mejores monasterios del padre San Jerónimo tiene en los reinos de Castilla de los cuales yo he visto algunos y ansí me ha parecido y todos ellos tienen muy buenos ornamentos y buena pasada para el alimento de los frailes. Además de esto, es tan grande el deseo de los caballeros y gente noble de esta ciudad tienen de verla ilustrada y a este reino con esta Orden del glorioso San Jerónimo, que muchos de ellos me han alentado y persuadido a que pida y suplique a Vuestra Majestad la mande fundar en estas partes, diciendo que no se habrá comenzado a edificar monasterio cuando muchos de ellos darán mucha cantidad de pesos oro para el edificio y dejarán a estas casas sus haciendas que el darlo en estas partes es más diferente que el de Castilla, porque como hay hombres muy ricos y muchos de ellos sin parientes, dan lo que tienen facilísimamente a monasterios y casas pías, lo cual se ha visto y gozado por los teatinos que, en poco más de dos años que ha que vinieron a esta ciudad sin principio alguno, ya tienen sobre cien mil pesos, y de una sola manda de un Villaseca, cincuenta mil pesos de oro y muy buenos sitios para fundar casas, lo cual podrá Vuestra Merced siendo servido informar de muchos que de este reino van en esta flota, especialmente de un fray Domingo de Salazar de la Orden de Santo Domingo que va a negociar con Vuestra Majestad [...]. E procurando siempre en todas partes ver y entender lo que tiene necesidad de remedio y que conviene al servicio de Dios Nuestro Señor al bien de estas repúblicas conversión de estos indios y conservación de estos reinos y servicio de vuestra Magestad que sea avisado y ansí he procurado tratar con personas pl...[sic] y antiguas en las cosas de estas partes sin que por ninguna vía se entienda la audiencia Real al cual yo escogí por letrado para muchos negocios qu...[sic] [casa] de Nuestra Señora de Guadalupe en ella penden que importan mucha cantidad de oro por consejo de algunos oidores de ella que es un licenciado Castañeda, hombre bien letrado de sano juicio y celoso del servicio de Dios y bien...[sic] a dar en las cosas que Vuestra Magestad podrá ser servido ver por el mem... [sic] con esta porque son verdad todas ellas y en lo que toca a la hacienda lo que se podría aumentar y reparar y se acorta y dice menos de [lo que] podría aprovechar según las muchas razones que para esto da [siguiente foja] considerables de lo cual entre...[sic] sea justísimo y necesario que Vuestra Majestad tenga e..[sic]. porque se ofrece el licenciado sobredicho averiguar con muchos testigos lo que dice y aún me parece siendo Vuestra Magestad servido emplearse en su servicio quedará el aprovechamiento susodicho a su Real Hacienda. E visto después que comencé a buscar en este reino testamentos y escripturas que importaban a la casa de Guadalupe que hay tan mal recaudo en ellas que en esto no hay orden ni se guardan las pragmáticas que Vuestra Magestad tiene sobre estos sus reinos porque como las escribanías no son propias de los que las sirven poco menos cada un año se mudan los escribanos y llévanse los registros o los echan a perder sin querer los entregan a los subceden en los oficios ni las justicias los apremian a ello y ansí las destos como las de los que mueren se pierden de cuya causa los hombres pierden sus haciendas en lo cual no ha perdido Guadalupe la menor parte por un Gonzalo Montes en Sancto Domingo de la Española que se perdió de que a Vuestra Magestad se ha hecho relación en su Real Consejo de Indias están litigiosos y en duda de poderse cobrar más de cincuenta mil ducados de Castilla que posee un Juan Daza y podría decir de otros muchos testamentos que en este reino me han faltado de que en Guadalupe había razón que importaban mucha cantidad de pesos de oro y por este respecto me ha parecido bien que Vuestra Majestad haya mandado vender las escribanías de este reino de las cuales se han vendido algunas como Vuestra Magestad verá por el memorial que sobre esto se envía y agora el virrey ha mandado cesar en esto por algunos respectos entiendo yo que es mayor el inconveniente de mudarse los escribanos y perderse las escrituras que los demás que ha estos pueden ser contrarios [...]. Nuestro Señor guarde la Católica Real Persona de Vuestra Majestad para su servicio con aumento de muchos reinos y de victoria contra los enemigos de su Santa Fe Católica como los capellanes de Vuestra Majestad deseamos. En México, 24 de marzo de 1575. C. R. M. Besa a Vuestra Majestad [...], su muy humilde capellán y siervo, Fray Diego de Santa María [rúbrica]”.[60]
De esta correspondencia resulta claro que los jerónimos extremeños deseaban convertir Guadalupe de México en una dependencia de Guadalupe de Extremadura en España y que, en este propósito, ciertamente tenía un peso notable la cuestión económica. El resultado negativo de las gestiones de los monjes jerónimos extremeños demuestra la total diferencia y desconexión entre los dos santuarios. También se demuestra la gran devoción a María de Guadalupe del Tepeyac con la confirmación de que había muchos testamentos para la Guadalupe de México; la confirmación de una ermita anterior; la devoción creciente entre los españoles, y que, pese a todo esto, no se modificó absolutamente nada del Santuario de México; que el hablar de olvido de la de España, demuestra que la de México no vino de allá sino que es claramente distinta, al grado que fray Diego de Santa María la considera una usurpación del nombre. No hay que olvidar el poder eclesiástico y civil que en aquellos tenían los jerónimos en el ámbito de la familia real española: los jerónimos estaban en Guadalupe de Extremadura, en el Monasterio de Yuste, donde había muerto el rey Carlos, y en esos momentos, Felipe II les había encomendado el Real Monasterio del Escorial. No obstante todo este influjo, perdieron la partida.
El virrey don Martín Enríquez de Almansa da una respuesta a Felipe II el 23 de septiembre de 1575 substancialmente opuesta a las pretensiones de los jerónimos. En ella subraya que los obispos mexicanos la habían siempre visitado y controlado, también desde el punto de vista económico. Afirma también que ya en los años 1555-1556 existía una pequeña ermita con una imagen o pintura bajo la advocación de la Virgen de Guadalupe. Ya en aquel tiempo, escribe, allí se obraban milagros (refiere el caso de uno obrado con un ganadero). Ya en aquellos años se había constituido una cofradía que contaba con unos 400 miembros y que anteriormente había sido construida una iglesia con los donativos de los fieles. Tampoco él veía el lugar apropiado para edificar un monasterio, ni siquiera una parroquia, como quería el arzobispo. De hecho ya estaba tratando con el arzobispo para que colocase allí un sacerdote permanente como capellán; pero que ya el arzobispo había puesto dos sacerdotes seculares como capellanes, y que tenía pensado nombrar un tercero en el caso de tener entradas suficientes para su manutención. El virrey concluía su relación prometiendo enviar al Rey una relación más extensa sobre el asunto.[61]
El párrafo importante sobre el Santuario de Guadalupe de México reza así: “Sobre lo que toca a la fundación de la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe, y que procure con el arzobispo que la visite. Visitalla y tomar las cuentas, siempre ha hecho por los Prelados; y el principio que tuvo la fundación de la iglesia que ahora está hecha, lo que comúnmente se entiende es que el año de 55 ó 56 estaba allí una ermitilla, en la qual estaba la imagen que ahora está en la iglesia, y que un ganadero, que por allí andaba, publicó haber cobrado salud yendo aquella hermita, y empezó a crecer la devoción de la gente, y pusieron nombre a la imagen Nuestra Señora de Guadalupe, por decir que se parecía a la de Guadalupe de España; y de allí se fundó vna cofradía, en la qual dicen habrá cuatrocientos cofradres, y de las limosnas se labró la iglesia y el edificio todo se ha hecho y se ha comprado alguna renta, y lo que parece que ahora tiene y se saca de limosnas envió ahí, sacado del libro de los mayordomos de las últimas cuentas que se les tomaron, y la claridad que más se entendiere se enviará á V. M. Para asiento de monasterio, no es lugar muy conveniente, por razón del sitio, y hay tantos en la comarca, que no parece ser necesario, y menos fundar parroquia como el Prelado querría, ni para españoles ni para indios; yo he empezado a tratar con él, que allí bastaba que hubiese vn clérigo que fuese de edad y hombre de buena vida, para que si algunas de las personas que allí van por devoción se quisiese confesar pudiese hacello, y que las limosnas y lo demás que allí hubiese se gastase con los pobres del hospital de los indios, que es el que mayor necesidad tiene y que por tener hospital Real, pareciéndoles que basta estar a cargo de V. M., y que si esto no le pareciese se aplicase para casar huérfanas. El arzobispo ha puesto ya dos clérigos y si la renta creciere más, también querrán poner otro, por manera, que todo vendrá a reducirse en que coman dos o tres clérigos. V. M. mandará lo que fuere servido”.[62]
Este testimonio del virrey demuestra la radicada devoción que se tenía ya mucho antes de 1575 a la Virgen de Guadalupe del Tepeyac; la ermita databa de antes de 1555; el virrey no creía apropiado aquel sitio para levantar un monasterio; por su parte el arzobispo quería promoverla a parroquia, cosa que no aceptaba el virrey; de todos modos las rentas no se iban a Extremadura, sino que se quedaban allí porque el culto era tan intenso que llegaba hasta el grado de tener dos capellanes y querer poner uno más; el virrey da luego algunas sugerencias para crear allí hospitales, obras pías para educar y casar huérfanas o para mantener a otros clérigos necesitados.
El informe del virrey responde claramente a las pretensiones de los jerónimos de Guadalupe de España de un control de beneficios de Guadalupe de México, quitándoles toda la base de su pretensión; aquella devoción guadalupana y aquella ermita nada tenían que ver con la extremeña. Se entiende la pretensión de los monjes de Guadalupe de España; se trataba de una práctica común en muchas fundaciones, sobre todo si sus filiales eran ricas en patrimonio y beneficios. La respuesta del Virrey, en este caso, fue negativa: la Guadalupe de México no tenía nada que ver con la española. Las discordancias entre el monje jerónimo Diego de Santa María y el virrey son substanciales y grandes.
El arzobispo de México Moya de Contreras (1573-1586), sucesor de Montúfar a partir de 1573 y sostenedor del santuario de Guadalupe, escribió el 25 de septiembre de 1575 a Felipe II sobre el asunto, refiriéndose a la cédula real enviada al virrey y que él mismo le había mostrado.[63]En dicha carta el arzobispo se lamentaba de las informaciones negativas llegadas a oídos del Rey sobre la Guadalupe mexicana, sobre sus ricas rentas, sus gastos incontrolados y sus abundantes donaciones; el arzobispo prometía enviarle una relación completa sobre el asunto. El virrey había propuesto dedicar parte de los donativos para fundar dotes en favor de doncellas pobres u otras obras pías, de manera tal que dicha dedicación sirviese para incrementar la devoción mariana en aquel santuario; el arzobispo proponía lo mismo.
¿Qué fue de aquellos propósitos? Enseguida encontramos la erección de algunas de estas obras, como consta en los archivos de la Basílica de Guadalupe[64]. El arzobispo Moya de Contreras emanó un auto en 1576 con aquella finalidad, sobre todo con relación a seis dotes anuales de 300 pesos para muchachas huérfanas. Esto demuestra la riqueza de donativos del Santuario y, por lo tanto, de la devoción. Cuarenta años después de las apariciones, el santuario de Guadalupe de México era claramente un punto de referencia notable en la vida eclesial de la Nueva España, lo que contradice lo afirmado por algunos acerca de la casi total ignorancia de la devoción hasta mediado el siglo XVII.
Pinturas, murales y medallas
El pintor Baltasar de Echave y Orio, llamado “el Viejo”, [padre de otros dos pintores, Baltasar y Manuel Echave Ibía, y abuelo de otro, Baltasar Echave Rioja] había llegado a México en 1580; allí se casó en la catedral con Isabel de Ibía, hija de otro pintor, Francisco de Zumaya. Había nacido en Zumaya, Guipúzcoa, en 1558, y hasta su emigración a la Nueva España había aprendido el arte de la pintura en Sevilla, donde recibió la influencia de las escuelas flamenca e italiana. En México abrió un taller del que salieron varios pintores, entre ellos sus dos hijos. Este pintor renacentista “novohispano” nos ha legado numerosas obras. Murió en México hacia 1660[65]. Entre sus obras nos ha dejado una pintura de la Virgen de Guadalupe (1606), en la que reproduce el original[66]. Se trata de la primera reproducción firmada de un cuadro de la Virgen de Guadalupe que hasta la fecha se conoce. Este cuadro tiene algunos detalles significativos. Así lo subraya una especialista en pintura: “La pintura de Baltasar de Echave Orio, a diferencia de la mayoría de las representaciones guadalupanas que se encuentran por todo el país, ofrece la reproducción de la Virgen pintada sobre una gran tilma, cuyos pliegues caen con abundancia a cada lado de la composición, mostrando claramente la intención del artista de que no se perdiera la calidad peculiar del lienzo sobre el cual estaba plasmada la imagen original”[67].
El pintor no sólo intenta reproducir el icono de la Virgen, sino que aparece su intención de pintar también la tilma de Juan Diego a la que está unido aquel icono y donde ya entonces las fuentes importantes ponían de relieve que era allí donde se había manifestado aquel prodigio. Otro crítico de arte lo expresa aún con mayor fuerza: “En fecha reciente, para admiración de todos, el señor Manuel Ortiz Vaquero dio a conocer una [imagen] que considera «la representación más fiel, más antigua y sin duda una de las de mayor maestría», y lo es en efecto. Firmada y fechada por Baltazar Echave Orio (el viejo) en 1606, es indiscutiblemente, como todas las suyas, una obra de gran calidad artística y sobrado interés documental: sobre la figuración de un manto que se ha fijado en los ángulos superiores y cae formando suaves pliegues, aparece la Virgen en perfecta proporción y tal cual se veía hasta 1895 en que desapareció su corona. Así vinculada a su soporte original (la sugerente representación de la tilma) adquiere verdadera naturaleza de pintura-pintura y, por supuesto, acusa que se trata de un estampamiento milagroso al modo como usualmente se realizaban las copias del «manto de la Verónica» o del «Divino Rostro». Seguramente familiarizado con este concepto artístico, Echave debió emprender esta copia a solicitud de una alta dignidad eclesiástica (¿el arzobispo fray García Guerra?) que se reconocía por su protección a la ermita. Cuatro décadas antes de que vieran la luz las primeras historias impresas, esta pintura prueba con creces -por su propio modo de representación- que los pasajes aparicionistas ya eran del dominio común”[68]
El mural de Ozumba
En Ozumba, hoy día en el Estado de México y en los tiempos de la conquista en los territorios de Amecameca y cerca de Chimalhuacán, se encuentra el antiguo convento de San Francisco, del siglo XVI. El convento tiene la misma planta de todos los conventos franciscanos del Virreinato y sigue los mismos criterios. En su portería se encuentran unos frescos en los que se representan los momentos más importantes de la primera evangelización en México: la llegada de los primeros misioneros, el martirio de los niños de Tlaxcala; la impresión de la imagen de Guadalupe en la tilma de Juan Diego ante el obispo fray Juan de Zumárraga, y las apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego.
El conocido crítico de arte Manuel Toussaint ve este fresco como una obra significativa del esplendor pictórico en la Nueva España, ya desde los comienzos de la presencia española. “El renacimiento aparece en la pintura colonial de México ya desde algunas decoraciones conventuales [...] Obras pictóricas de este periodo se encuentran en la entrada del convento de Ozumba. Se muestra allí la llegada de los doce primeros franciscanos que son recibidos por Hernán Cortés, y el martirio de los niños tlaxcaltecas; es esta pintura, sobre todo, la que adquiere un gran valor plástico por la ingenuidad de su composición, que parece un anticipo de la pintura contemporánea de México. Sin duda datan de la mitad del siglo XVI; pero han sido retocadas posteriormente”[69]
Otro notable especialista en arquitectura y arte del período del Virreinato, George Kubler, escribe sobre el mural de Ozumba que el “fresco en la portería del templo de Ozumba, también del siglo XVII, narra la historia del martirio de los niños tlaxcaltecas, acaecido en los primeros años de la Conquista. Estos dos últimos murales son los únicos restos de la narrativa pictórica colonial primitiva”[70]¿Pertenece la escena “guadalupana” al conjunto original del fresco o fue añadida posteriormente? Manuel Romero de Terreros escribe que “es posible que se haya modificado este mural cuando se repintó la sobrepuerta, pero creemos que bien pudo haber representado el primitivo algún tema mariano, y hasta guadalupano”[71]
Independientemente de la datación precisa de la escena, como parte original del fresco o más probablemente retocada o añadida, el hecho de haberla colocado en la línea cronológica consecuente de los acontecimientos de la evangelización de la Nueva España expresa la conciencia que los frailes tenían de la importancia del acontecimiento en esta historia sin duda alguna a finales del siglo XVI y en el siglo XVII. No lejos de Ozumba se encuentra otro convento claramente vinculado al culto guadalupano y al personaje Juan Diego Cuauhtlatoatzin: el convento de San Vicente Ferrer de los dominicos en Chimalhuacán, fundado en 1528, el segundo fundado por los dominicos en Nueva España. El lugar, vinculado con las tierras y los personajes del reino de Texcoco, nos ha dejado en su archivo documentos interesantes de tal vínculo y de tenor guadalupano y juandieguino. Juan Diego pertenecía a sus dominios y los caciques que habían contribuido en la fundación de aquel convento eran parte del mismo.
Grabado de Stradanus
A finales del siglo XVI ya debían circular medallas y grabados de varios tipos con representaciones guadalupanas. En el siglo XVII las estampas y medallas debieron difundirse cada vez con mayor fuerza, como lo demuestra un grabado, realizado seguramente antes de 1622 por el belga Samuel Stradanus. Se trata de “una matriz metálica que se utilizó para reproducir grabados, posiblemente con el propósito de recoger donativos para concluir el templo nuevo en honor de Santa María de Guadalupe, que inauguró el arzobispo Juan Pérez de la Serna en 1622”.[72]El grabado contiene una relación de milagros de la Virgen en favor de españoles; estos milagros coinciden con los que narra el sacerdote Miguel Sánchez en su libro Imagen de la Virgen María, escrito en 1648, y son los mismos que contiene el Nican Motecpana; aquí se suprimen los datos que este documento nos narra sobre la vida de Juan Diego; se ve cuál era la finalidad de aquel grabado, destinado a alimentar la devoción de la Guadalupana entre los españoles, devoción que crecía notablemente obteniendo buenos donativos como lo demuestra el hecho de que poco después se hizo para la imagen un gran marco de plata.[73]
Este grabado realizado antes de 1622, testimonia que la imagen de Guadalupe tenía un culto popular y muy difundido mucho antes de 1648, año en el que Miguel Sánchez publica su famosa historia o relación guadalupana. Dicha estampa guadalupana, difundida con claros intentos devocionales, contiene una relación de milagros en favor de españoles. Lo que prueba cómo el culto estaba arraigado entre los mismos y no sólo entre los indios.
Se puede concluir que los documentos de procedencia española del siglo XVI y primeros años del siglo XVII, son numerosos. Aumentana partir de la segunda mitad del siglo XVI y siguen apareciendo otros nuevos. Esta documentación nos presenta la fuerza del Acontecimiento Guadalupano que se impone como centro de la vida religiosa y social de la Nueva España en el periodo virreinal, como el oxígeno que le da vida y como clara referencia de su cotidianidad. El fenómeno seguirá creciendo con fuerza siempre mayor hasta nuestros días, configurando la vida de esa sociedad.
Notas
- ↑ Cf. Bullarium…Discalceatorum, de Franciscus Matritensis, t I, 134, en la Biblioteca ambrosiana de Milán: Quaedam expentantia ad Baptismumindorum occidentalium, 30 de noviembre de 1536. R.104, Sub.F.90; Archivo Histórico de Madrid, Sección Diversos Documentos de Indias, documento 25.
- ↑ Como STAFFORD POOLE, Our Lady of Guadalupe. The origins and Sources of a Mexican National Symbol 1531-1797, The University of Arizona Press, Tucson 1995
- ↑ Boturini en su Catálogo de Obras Guadalupanas, da la noticia de “un legajo grande de antiguos títulos e instrumentos de una obra pía de pobres vergonzantes, que estaba vinculada a la primera ermita y santuario de Guadalupe”. Hay en este legajo, instrumentos que prueban el culto desde los tiempos inmediatos a las apariciones.
- ↑ Jerónima de la Asunción ha quedado inmortalizada en un cuadro de Velázquez que se encuentra en el Museo del Prado de Madrid.
- ↑ GONZÁLEZ - CHÁVEZ - GUERRERO, El encuentro, 395-400.
- ↑ Nebel, 237-238
- ↑ Dudosamente atribuido por algunos al sacerdote Juan González, supuesto interprete del obispo Zumárraga y de Juan Diego ante el obispo. MS en Biblioteca nacional de México, Vol. 132-BN de los MS en Lengua náhuatl.
- ↑ MS publicado por Fernández del Castillo, en: Publicaciones del Archivo General de la Nación, XII (México 1927) 202.
- ↑ La obra fue escrita en 1541; reeditada por Porrúa (México 1973). No habla directamente del “hecho guadalupano”.
- ↑ México en 1554 y Túmulo Imperial, (Porrúa México 1963), J. García Icazbalceta, Bibliografía Mexicana del siglo XVI, México 1954, 114.
- ↑ Ver la voz correspondiente a la Informaciones de 1556 en este mismo Diccionario.
- ↑ MS del 1.7.1562 en el Archivo de la Basílica de N. S. de Guadalupe (México), Compilación la, Nº 7; en: Primo Feliciano Velázquez, La Aparición de Santa Maria de Guadalupe, México 1981, 9; García Icazbalceta, Códice Franciscano, 194-253.
- ↑ MS publicados en: Boletín del Archivo General de la Nación, XIV 2 (México 1942); referencias en los “Anales del Indio Juan Bautista”, y en J. Suárez Peralta, Tratado del Descubrimiento de las Indias, (México 1589); reedición: Secretaría de Educación Pública, (México 1949) c. XLI, 161. El MS se encuentra en la colección de MS Borbón-Lorenzana, Biblioteca Pública de Toledo (España
- ↑ MS descubierto por Horacio Senties en el Archivo General de la Nación (México) BN legajo 391 exp. 15.
- ↑ Ver en este mismo Diccionario la voz correspondiente a las Informaciones Jurídicas de 1666.
- ↑ GARCÍA GUTIÉRREZ, Primer Siglo Guadalupano. 1531–1648, Imprenta Patricio Sanz, México 1931, 72.
- ↑ El documento fue publicado por García Gutiérrez, Primer siglo, 74. Fue encontrado por Rodríguez Castellanos y publicado en la revista Restauración Social (Guadalajara, Jalisco), noviembre, 1912. Los pesos de oro de minas sólo existían en México.
- ↑ Aranguren había sido nombrado para este oficio el 6 de diciembre de 1547, según consta en el Primer Libro del Cabildo de la Catedral de México. Zumárraga participa por última vez en un Cabildo el 22 de febrero de 1548 y muere el 3 de junio de 1548, fiesta del Corpus Christi; un Cabildo, reunido el 13 de diciembre de 1550, todavía con la sede de México vacante, decide renovar el nombramiento de Aranguren, contrariamente a cuanto establecía el estatuto de Sevilla que establecía la permanencia en el cargo solamente durante dos años. De hecho Aranguren permanecía todavía en el cargo el 1 de junio de 1554, como consta en el primer Cabildo presidido por el nuevo arzobispo Montúfar.
- ↑ Códice Franciscano, 181-182.
- ↑ Para el texto del documento, cf. El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, pp. 368-369
- ↑ Testamento de Alonso Montabte, Archivo General de la Nación, Bienes Nacionales, Vol. 391, exp. 10
- ↑ Testamento de Alonso Montes, AGN, Bienes Nacionales, Vol. 391, exp. 16, f 5r.
- ↑ Testamento de Alonso Hernández de Siles, AGN, Bienes Nacionales, vol. 391, exp. 16, s.n.f.
- ↑ Testamento de Elvira Ramírez, Archivo General del Estado de Colima, Registro de Escrituras Públicas ante Francisco López. (Año de 1577) caja 4 exp. 10. Todo el Registro tiene 56 fs.
- ↑ Testamento de Ana Sánchez, AGN, Bienes Nacionales, Vol. 391, exp. 11, s.n.f.
- ↑ Su testamento se encuentra en el Archivo General de la Nación, Bienes Nacionales 391, Exp. 15.
- ↑ Testamento de Ana de Luxán, AGN, Bienes Nacionales, Vol. 391, exp. 21.
- ↑ Censo a favor de la Obra Pía de Nuestra Señora de Guadalupe, 1597. f. 472 ss, en Colección Antigua del Museo Nacional, microfilms de BNAH, Rollo 37, f. 481r.
- ↑ Díaz del Castillo, Bernal, Historia Verdadera, .. T. I, 373.
- ↑ Ibíd., 651
- ↑ Uno de estos ejemplares se encuentra en la Biblioteca de la Universidad de Austin, Texas, Estados Unidos. Una edición moderna es: México en 1554 y Túmulo Imperial, Edición, prólogo y notas de O’Gorman, Porrúa, México, 1963.
- ↑ Cfr. La voz correspondiente en este mismo Diccionario
- ↑ Testimonio de Andrés de Tapia, publicado y paleografiado por Fernández del Castillo, México 1927, t. XII, 202.
- ↑ Relación breve y verdadera, Imprenta de la Viuda de Calero, Madrid 1875, t. I, 107.
- ↑ GARCÍA ICAZBALCETA, Carta, 20.
- ↑ SUÁREZ DE PERALTA, Tratado del Descubrimiento de las Indias, Biblioteca Pública de Madrid; manuscrito N° 302, f. 163v. También en Noticias Históricas de Nueva España. Tratado del Descubrimiento de la Indias, Madrid 1878, cap. 41. También ha salido la edición de la Secretaría de Educación Pública: Juan Suárez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las Indias, SEP, México 1949.- Fortino Hipólito Vera, Tesoro Guadalupano, Imprenta del Colegio Católico, Amecameca 1889, T. I, p. 68.
- ↑ MUÑOZ, Memoria sobre las apariciones y el culto de nuestra Señora de Guadalupe (1794), en Torre Villar - Navarro de Anda, Testimonios Históricos Guadalupanos, 693.
- ↑ Rasgos sobre la vida de Thomas Gage Cfr. J. Iturriaga de la Fuente, Anecdotario de viajeros extranjeros en México. Siglos XVI-XX, presentación de J. Rogelio Álvarez, Ed. FCE, México 1989 [reimpresión 21993], t. II, 81-85.
- ↑ GAGE, T. Nuevo reconocimiento de las Indias Orientales, con prólogo de Bryan F. Connaughton, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México 1990, 155
- ↑ Ibíd., 206
- ↑ Según Jesús García Gutiérrez, el manuscrito de este poema se encuentra en el Archivo General de la Nación, en una serie de tomos manuscritos sobre asuntos históricos de México: Colección de Memorias de Nueva España, que en virtud de órdenes de Su Majestad del Excmo. Sr. Conde de Revillagigedo y del M.R.P. Ministro Provincial Fray Francisco García Figueroa, colectó, extractó y dispuso en 32 tomos, un religioso de la Provincia del Santo Evangelio de México, por el año de 1792, tomo I. Comprende las piezas del Museo de Boturini y otras, de las que pidió Su Majestad en su real orden del 21 de febrero de 1790; cfr. García Gutiérrez, Primer Siglo, 120.
- ↑ L. Á. BETANCOURT, Poema, en Maza, El Guadalupanismo Mexicano, 41-42.
- ↑ Congregatio de Causis Sanctorum, Prot. 1720, Manilen. Beatificationis... Hieronymae ab Assumptione (in saec. H. Yañez)... Positio super vita et virtutibus, Romae MCMXCI, 648-656; 726.
- ↑ DÍAZ DEL CASTILLO, Bernal, 246, nota 86.
- ↑ Descripción del Arzobispado de México, AGI, S. Audiencia de México, legajo 280.
- ↑ Como hemos visto, lo que Montúfar inició fue la ampliación del templo.
- ↑ El hecho es citado por Poole, Our Lady, 66
- ↑ Ibíd., 67
- ↑ LÓPEZ DE VELASCO, Geografía y Descripción Universal de las Indias, 190.
- ↑ Actas de Cabildo, AGCM. Copia láser del libro 2o, s.n.f
- ↑ Ibíd.
- ↑ Su principal biógrafo es el también jesuita y estudioso guadalupano Ernest J. Burrus, que es el descubridor de la copia más antigua en nuestro poder del Nican Mopohua en la Biblioteca Lenox de Nueva York.
- ↑ Alegre, Historia de la Provincia Compañía de Jesús en la Nueva España, Ed. Institutum Historicum, SJ, Roma 1959, t. I, 374.
- ↑ CuUEVAS nos ofrece una buena reseña en su Álbum Histórico Guadalupano del IV Centenario. El padre Decorme nos da un largo catálogo de los principales jesuitas que imprimieron sermones propios sobre la Virgen de Guadalupe
- ↑ DECORME, La devoción a la Virgen de Guadalupe y los Jesuitas, Ed. Buena Prensa, México 1945.
- ↑ ANTICOLI ESTEBAN, La Virgen del Tepeyac, 196 y 199.
- ↑ Fuente: MS. de 1568, en el AGN, México, publicado por el Boletín del Archivo General de la Nación, T. XIV, 2, México 1943. En relación al proceso contra estos piratas, Cfr. en la fuente indígena Anales del Indio Juan Bautista, Cfr. Documentos Indígenas; Cfr. también en J. Suárez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las Indias, capítulo XLI (1589). Actualmente se ha realizado una nueva edición: A discourse written by one Miles Philips Englishman, put on shore in the West Indies by Mr. John Hawkins. 1568, en R. Hakluyt, Voyages and Discoveries. The principal navigations, voyages, traffiques and discoveries of the English Nation, Penguin Group (= Col. Penguin Clasics), Londres 1
- ↑ El testimonio de Diego de Santa María del 12 de diciembre de 1574 con el resultado de su visita y de sus propuestas, mandadas en esa fecha a Felipe II, fueron descubiertos por Cuevas en el Archivo General de Indias y publicadas en su Historia de la Iglesia en México, t. II, 493-497. Las cartas fueron dirigidas a Felipe II y no a Carlos V, muerto ya en aquella época. A veces el monje incurre en pequeños errores de apreciación y de juicio sobre el lugar. Según Noguez esta primera carta se encuentra en Carta de fray Diego de Santa María a su Majestad, Ciudad de México a 12 de diciembre de 1574, AGI, Sevilla, España, Documento México N° 69, N° 3
- ↑ NOGUEZ, Documentos Guadalupanos, pp. 230-231. Según Noguez, esta primera carta se encuentra en Carta de fray Diego de Santa María a su Majestad, Ciudad de México a 12 de diciembre de 1574, AGI, Sevilla (España), Documento México, N° 69, n.3
- ↑ NOGUEZ, Documentos Guadalupanos, pp. 232-236. Noguez nos informa que esta segunda carta se encuentra en Carta de fray Diego de Santa María a su Majestad, Ciudad de México a 24 de marzo de 1575, AGI, Sevilla (España), Signatura México, N° 283
- ↑ Cartas de Indias, t. I, p. 310. Notamos que Stafford Poole reconoce el valor extraordinario de todo este asunto, Cfr. Poole, Our Lady, 73-75. Aunque las conclusiones e interpretaciones de Poole van más allá del contenido efectivo de los documentos
- ↑ Carta del Virrey de la Nueva España, don Martín Enríquez de Almanza, al rey don Felipe II, dándole cuenta del estado de varios asuntos, de la solución que había dado a otros e informando sobre algunos puntos que se le consultaban, México, 23 de septiembre de 1575, en Cartas de Indias, Ed. Secretaría de Hacienda y Crédito Público, México 1980, LVI, 39.
- ↑ Carta del arzobispo de México, Moya de Contreras al rey Felipe II, México a 25 de septiembre de 1575, en paso y Troncoso, Epistolario de la Nueva España, t. XI, 266.
- ↑ FERNÁNDEZ DE ECHEVERRÍA Y VEYTIA, 545-546; también en Feliciano Velázquez, Primo, La Aparición, o. c., 9 N° 24. Nosotros mismos hemos comprobado la existencia de numerosos documentos relativos al asunto en el Archivo de la Basílica de Guadalupe.
- ↑ TOUSSAINT, Pintura Colonial en México, 84-97.
- ↑ Esta pintura pertenece a una Colección privada, y fue exhibida en la Exposición Imágenes Guadalupanas. Cuatro Siglos, en el Centro Cultural Arte Contemporáneo de la Ciudad de México en 1988; aparece en el libro conmemorativo de dicha exposición.
- ↑ VARGAS LUGO, Algunas notas más sobre Iconografía Guadalupana, 60.
- ↑ CUADRIELLO, Maravilla Americana. Variantes de la Iconografía Guadalupana, siglos XVII-XIX, 33.
- ↑ TOUSSAINT, Arte Colonial en México.
- ↑ KUBLER , Arquitectura Mexicana del Siglo XVI
- ↑ ROMERO DE TERREROS, El convento franciscano de Ozumba y las pinturas de su portería, 2
- ↑ CLAVIJERO, Breve noticia sobre la prodigiosa y renombrada Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, en TORRE VILLAR - NAVARRO DE ANDA, Testimonios, 590.
- ↑ ibíd.
Bibliografía
- Álbum conmemorativo del 450 Aniversario de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, México 1981
- ALCALÁ, Santuario de Guadalupe, en: Nuestra Señora de América, 14, CELAM-Bogotá, Colombia 1986,
- GUTIÉRREZ VEGA, C., LC, Las Primeras Juntas Eclesiásticas de México (1524–1555), Ed. Centro de Estudios Superiores, Roma 1991.
- CHAUVET, El Culto Guadalupano del Tepeyac,
- FLORENCIA S.I., La Estrella del Norte de México, (Reed. Guadalajara-México 1895)
- GONZÁLEZ-CHÁVEZ-GUERRERO, El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Porrúa, México, 1999.
- México en 1554 y Túmulo Imperial, Porrúa México 1963
- GARCÍA ICAZBALCETA, Bibliografía Mexicana del siglo XVI, México 1954
- MENDIETA, Historia Eclesiástica Indiana, Porrúa, México 1971.
- O´GORMAN, EDMUNDO. Destierro de sombras, UNAM, México, 1986
- TORRE VILAR - NAVARRO DE ANDA, Testimonios Históricos Guadalupanos, FCE, México,1982
- VERA, FORTINO HIPÓLITO Tesoro Guadalupano, México 1887
- VELÁZQUEZ PRIMO FELECIANO La Aparición de Santa María de Guadalupe. JUS, México, 1981
- ZAMACOIS, Historia de México, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, t. V, Parres y Compañía, Barcelona, 1876
FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ