Diferencia entre revisiones de «INDEPENDENCIA DE MÉXICO; Historiografía»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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''“De septiembre de 1808, en la Ciudad de México, la perla del imperio, la ciudad mejor ligada a España, los [[CRIOLLOS;_su_aporte_a_la_evangelización | criollos]] pierden el poder a beneficio de la fracción peninsular del gobierno, que teme el deseo de la autonomía y subraya así que la enemistad entre uno y los otros aumenta.”''<ref>B. PLONGERON (ed.), Religione-politica-cultura. Le sfide della modernità (1750-1840) vol. 10, 695. Traducción personal.</ref>
 
''“De septiembre de 1808, en la Ciudad de México, la perla del imperio, la ciudad mejor ligada a España, los [[CRIOLLOS;_su_aporte_a_la_evangelización | criollos]] pierden el poder a beneficio de la fracción peninsular del gobierno, que teme el deseo de la autonomía y subraya así que la enemistad entre uno y los otros aumenta.”''<ref>B. PLONGERON (ed.), Religione-politica-cultura. Le sfide della modernità (1750-1840) vol. 10, 695. Traducción personal.</ref>
  
Los autores consideran el levantamiento de 1810, con el sacerdote criollo [[HIDALGO_Y_COSTILLA_GALLAGA,_Miguel | Miguel Hidalgo]] y Costilla, como una violenta guerra servil y racial. Hablando de [[MORELOS_Y_PAVÓN,_José_María | José María Morelos]], otro de los sacerdotes insurgentes, afirman que en él aparece más clara la idea de nacionalidad; estaba abiertamente a favor de la independencia de los europeos; utiliza el término «nación», en el cual existe la soberanía cuando faltan los reyes; funda su nacionalismo sobre la religión.<ref>Cfr. ''Ibid.'', 699-700. Ante este hecho podemos citar como una fuente, el escrito Sentimientos de la Nación, texto escrito por [[MORELOS_Y_PAVÓN,_José_María | José María Morelos]] en 1813.</ref>
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Los autores consideran el levantamiento de 1810, con el sacerdote criollo [[HIDALGO_Y_COSTILLA_GALLAGA,_Miguel | Miguel Hidalgo]] y Costilla, como una violenta guerra servil y racial. Hablando de [[MORELOS_Y_PAVÓN,_José_María | José María Morelos]], otro de los [[ECUADOR;_Ardor_patriótico_del_clero | sacerdotes insurgentes]], afirman que en él aparece más clara la idea de nacionalidad; estaba abiertamente a favor de la independencia de los europeos; utiliza el término «nación», en el cual existe la soberanía cuando faltan los reyes; funda su nacionalismo sobre la religión.<ref>Cfr. ''Ibid.'', 699-700. Ante este hecho podemos citar como una fuente, el escrito Sentimientos de la Nación, texto escrito por [[MORELOS_Y_PAVÓN,_José_María | José María Morelos]] en 1813.</ref>
  
 
Mencionan en México, en el grupo de dirigentes de la insurrección, el paso de ser monárquicos convencidos hasta volverse americanos patrióticos; posteriormente, entró en juego [[ITURBIDE,_Agustín_de | Agustín de Iturbide]], que coagula las alianzas haciendo concesiones a todos; proclama las tres garantías: «religión, independencia y unión». Se puede decir que la unidad religiosa fue solamente afirmada.  
 
Mencionan en México, en el grupo de dirigentes de la insurrección, el paso de ser monárquicos convencidos hasta volverse americanos patrióticos; posteriormente, entró en juego [[ITURBIDE,_Agustín_de | Agustín de Iturbide]], que coagula las alianzas haciendo concesiones a todos; proclama las tres garantías: «religión, independencia y unión». Se puede decir que la unidad religiosa fue solamente afirmada.  
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Revisión actual del 05:25 16 nov 2018

HISTORIA “OFICIALISTA”. EJEMPLOS SIGNIFICATIVOS

Al analizar una historia oficialista es preciso tomar en cuenta que el catolicismo hispanoamericano de los criollos marcó la historiografía religiosa. También se debe considerar que esta lectura nació en un sistema global de lo religioso y lo político; a veces como un juego en la instrumentalización de uno y otro, y en otras ocasiones como parte integrante de la idiosincrasia regional para el despertar de los nacionalismos.[1]

Proponemos tres lecturas representativas del tiempo estudiado, que son de líneas diferentes en el pensamiento e interpretación de los hechos: José María Luis Mora y Lucas Alamán, dos guanajuatenses contemporáneos; y Lorenzo de Zavala, quien tuvo un papel importante en la difusión de las ideas liberales en la opinión pública. De ellos, desarrollaremos acerca de su entorno y algunas de sus obras, que marcaron la ideología del momento; también evidenciaremos el influjo práctico que tuvieron en la cuestión político-religiosa del primer México independiente.

José María Luis Mora (1794-1850)

Fue sacerdote y doctor en Teología; llamado padre del liberalismo mexicano.[2]Veía la Iglesia como algo puramente espiritual, y su crítica a las estructuras eclesiales lo llevó a un cerrado anticlericalismo abandonando el ministerio sacerdotal, aunque murió reconciliado con la Iglesia.[3]

Este hombre abrió la posibilidad de una idea contraria al clero, con la Disertación sobre la naturaleza y aplicación de las rentas y bienes eclesiásticos y sobre la autoridad a la que se hallan sujetos en cuanto a su creación, aumento, subsistencia o supresión, escrita el 9 de diciembre de 1831.

Mora inspirará y animará, con la Revista política de las diversas administraciones que la República Mejicana ha tenido hasta 1837, a Valentín Gómez Farías hacia un intento reformista de 1833 a 1834; es decir, fue su ideólogo en el primer intento de reforma liberal. En esta línea, el clero resulta peligroso porque es considerado como parte fundamental para un intento de retorno al Antiguo Régimen.[4]

En el prólogo a sus Obras sueltas, cuya primera edición fue en 1837, explica el sentido de ciertos términos que usará, con los cuales podemos notar una discusión tácita con otros escritores de su tiempo que llama «hombres del retroceso». A continuación citamos unos parágrafos: “La administración de 1833 a 1834 pertenece ya a la historia… es pues necesario que la posteridad la conozca, y este resultado no se obtendrá bien por la pintura que de ella han hecho en tres años consecutivos los hombres del retroceso, que nadie puede reconocer son parte muy interesada en su descrédito… y aunque yo no esté en todos los pormenores de la Administración de aquella época, conozco perfectamente lo que se deseaba y los medios por los cuales se pretendía lograrlo.”[5]

Luego continúa explicitando las ideas cuando dice: “debo advertir desde luego que por «marcha política de progreso» entiendo aquella que tiende a efectuar de una manera más o menos rápida la ocupación de los bienes del Clero; la abolición de los privilegios de esta clase y de la Milicia; la difusión de la opinión pública en las clases populares, absolutamente independientes del Clero; la supresión de los monacales; la absoluta libertad de las opiniones… Por «marcha de retroceso» entiendo aquella en que se pretende abolir lo poquísimo que se ha hecho en los ramos que constituyen la precedente.[6]

Se clarifica su crítica hacia el alto clero, cuando hace la próxima apreciación: “Los escritos del obispo Abad y Queipo, hombre de talento claro, de comprensión vastísima y de profundos conocimientos sobre el estado moral y político del país, son el comprobante más decisivo de la «antigua y ruinosa bancarrota de la propiedad territorial; del malestar de las clases populares» y de su número excesivo; en una palabra, de los «elementos poderosos» que el transcurso de los siglos y una administración imprevisiva (sic), han acumulado en México para determinar la «crisis política» en que hoy se halla envuelto este país.[7]

El mencionado discurso se realizó bajo la convocatoria de la Secretaría del Congreso de Zacatecas, con el objeto de fijar la discusión sobre los bienes eclesiásticos, y que el público se entere de estos asuntos; se fijó una medalla de oro y una gratificación de dos mil pesos al autor de la mejor disertación sobre el arreglo de las rentas y de los bienes de la Iglesia.[8]

En el contenido de la disertación, se pone la mirada en varias instituciones eclesiásticas como son los aranceles, los capitales de las capellanías, las cofradías y las limosnas. La justificación que Mora da a la intromisión que podría hacer la autoridad civil sobre los bienes consignados a la Iglesia, es lo monstruoso con que son administrados tales bienes, así como por la posición acomodada en la que vive la jerarquía a partir de la recaudación de los mismos. Se hace una crítica por el pago de diezmos provenientes de las cosechas del campesino, hecho que es considerado como una injusticia. Las monjas y el clero regular son pensados en decadencia; sin embargo, ambos son dueños de casi todos los bienes eclesiásticos de México.[9]En este aspecto podemos apreciar las razones económicas que prevalecerán para la supresión y desamortización posteriormente acontecidas.

Al final del escrito describe que: “se ha intentado dar a conocer la naturaleza de los bienes conocidos con el nombre de eclesiásticos y se ha procurado probar que son por su esencia temporales, lo mismo antes que después de haber pasado al dominio de la Iglesia; que ésta, considerada como cuerpo místico, no tiene derecho ninguno a poseerlos ni pedirlos, ni mucho menos a exigirlos de los gobiernos civiles; que como comunidad puede adquirir, tener y conservar bienes temporales…”.[10]

Con lo señalado queda clara la línea de pensamiento que propone este hombre, que como hemos mencionado, inspiró al menos un intento reformista. Sobre la legación a Roma proporciona escasa información.[11]

Lorenzo de Zavala (1788-1836)

Con su Ensayo Histórico de las Revoluciones de Méjico. Desde 1808 hasta 1830,[12]cuya primera edición tomo I, fue realizada en París el año de 1831, es considerado como quien delinea, ante la opinión pública, un anticlericalismo en el campo ideológico. En este escrito es evidente el desprestigio del clero y tiene un ligamen con la corriente liberal masónica de filiación norteamericana.[13]El «Ensayo» fue realizado por la ignorancia que había en Europa sobre los acontecimientos de México, aunque al final de su obra se entiende que fue hecho para justificar las intervenciones en la política de Zavala, especialmente en el motín de Acordada; también es considerado como una defensa de la independencia de México y visto como una refutación realista de aquel tiempo.[14]

En el prólogo del «Ensayo», firmado en mayo de 1831, Zavala realiza una crítica al «Cuadro histórico» de Carlos Bustamante, clasificándolo como falso, ridículo y hasta absurdo. Hace referencia a otra historia de las revoluciones escrita por Mariano Torrente, acentuando la influencia de Fernando VII sobre éste. El comienzo del período en su «Ensayo» es 1808, porque anterior a este tiempo considera que se dio un momento de silencio y de monotonía, a excepción de algunos chispazos de libertad.[15]

Ahora bien, hablando de los antecedentes de Zavala, notamos que la aliada para la difusión de sus ideas de la causa independentista fue la imprenta. Los periódicos editados entonces fueron las «Gacetas de México», el « Mercurio Volante» de Bartolache, el «Diario Literario» y los «Asuntos Varios sobre Ciencias y Artes» del padre Antonio Alzate; los mencionados, habían sido diarios en la dominación española. Sin embargo, se sustituyeron por periódicos que circulaban sin permiso eclesiástico como «El Despertador Americano», redactado por el padre Francisco Severo Maldonado; «El Mentor Mexicano», publicado en 1811 por don Juan María Wenceslao Barquera; «El Ilustrador Nacional» en 1812 y «El Ilustrador Americano», ambos redactados por el doctor José María Cos.[16]

En realidad, Zavala tuvo una inclinación por el periodismo. Aún antes de que la letra impresa se instalase en Mérida, Yucatán en febrero de 1813, hizo pasar sus manuscritos para difundir las ideas nuevas; luego, estuvo recluso en San Juan de Ulúa de 1814 a 1817, por la propagación de sus ideas. Cuando regresó a Yucatán imprimió entre mayo y junio de 1820, «El Hispano-Americano Constitucional», que luego desapareció; otro ejemplo es «El Yucateco» o «El Amigo del Pueblo», que fue un órgano de la «sanjuanista Confederación Patriótica», que editó Matías Quintana junto con Lorenzo de Zavala.[17]

En cuanto a la legación a Roma se expresa mal, pues usa términos de aversión hacia el Papa y la Iglesia. No parece estar informado de los asuntos relativos a la misión, tampoco de sus antecedentes.[18]Notamos en Zavala un ejemplo de la actuación anticlerical y liberal con tendencia reformista en cuanto a las propuestas de sus publicaciones. Se estaría formando esta línea de pensamiento desde el segundo decenio del Ochocientos.

A continuación veremos en el siguiente sujeto, otra línea de pensamiento que también estaba presente dentro de la política del México independiente.

Lucas Alamán (1792-1853)

Fue un laico con cultura refinada y un católico practicante; introductor en México de muchos inventos europeos, del primer Banco para apoyar la industria naciente, y también fue político, varias veces ministro y siempre en busca del progreso cultural y económico del País, así como defensor de la Iglesia y de su jerarquía.[19]De entre las veces que fue ministro, era el tiempo en que salió la legación a Roma y luego cuando ésta regresó; sin embargo, no nos da ninguna particularidad sobre ella, sólo se limita a referir la acertada elección de los candidatos a obispos que el presidente Bustamante presentó al Papa.[20]

En el prólogo de su «Historia de México», con fecha del 27 de agosto de 1849, anota que después de escribir unas «Disertaciones»[21]sobre la administración española en México, su plan original era realizar una historia de la independencia. Siendo guanajuatense, narra que conoció personalmente a Miguel Hidalgo y algunas de las personas que tuvieron un papel importante en el movimiento independentista. Es conveniente destacar que intervino en negocios públicos desde 1820.[22]

Son relevantes las justificaciones que expone en el citado prólogo, mencionando que muchos de sus contemporáneos no habían escrito nada respecto a los sucesos de aquel entonces. Hace una crítica a la historiografía existente cuando dice que:

“…todo cuanto hasta ahora se ha publicado sobre los acontecimientos de esta época tan importante, está plagado de errores, hijos unos de la ignorancia, otros de la mala fe y de las miras siniestras de los escritores, que todos se han dejado llevar del espíritu del partido, como sucede casi siempre en los que escriben, recientes todavía los odios de las fracciones á que han pertenecido. Por todas estas razones me ha parecido deber ocuparme de esta parte de nuestra historia… antes que me falte el tiempo o la salud, y bajen conmigo al sepulcro las noticias que con tanta diligencia he recogido, quedando por falta de ellas la Historia de México, desde el año 1808 en adelante, reducida como hoy está, a relaciones fabulosas y cuentos ridículos, con los que se ha alterado de tal manera la verdad de las cosas.”[23]

Otro pasaje que refleja la impostación del historiador es cuando menciona: “me he propuesto presentar los hechos con toda la fidelidad que requiere la verdad de la historia, informándome de éstos con diligente cuidado, y consultando no solo todo lo que se ha escrito acerca de ellos, sino preguntando á los que los presenciaron y examinando todos los documentos fidedignos que he podido conseguir. De mucho de los que refiero soy testigo ó he intervenido en ello: de lo demás he tenido a la vista los documentos originales.”[24]

El tomo IV de la citada obra comprende, desde el principio de los movimientos preparativos a la independencia, hasta el fin de la insurrección de 1818-1820. Los primeros cuatro tomos forman la primera parte de su obra. En este contexto, al referirse a las disensiones tenidas entre los insurgentes, comenta que no ha recibido más noticias que las recogidas en las obras de Carlos Bustamante y en los mismos escritos de los insurgentes.[25]

El tomo V contiene la segunda parte, que va desde la formación y proclamación del Plan de Iguala por Iturbide hasta la muerte del mismo, y el establecimiento de la República federal mexicana. En el prólogo de este volumen, el autor menciona que la omisión de los nombres de personas participantes en ciertos hechos es intencional, por razón de la fama de los todavía inmersos en el ámbito.[26]Éste es un elemento a tener en consideración desde el punto de vista de la metodología histórica.

Queda aún la interrogante de la línea de pensamiento en Lucas Alamán; y para responder a ésta, es conveniente hacer referencia a Manuel Abad y Queipo, quien fue el obispo electo de Michoacán que excomulgó a Miguel Hidalgo y seguidores a inicios de la insurgencia; con éste, Alamán llevó una amistad.[27]Por tanto, hay quienes lo quieren encasillar como un representante del posterior partido conservador, como quien añoraba un Antiguo Régimen.

Pero no es así de sencillo clasificarlo; ciertamente en él hay contrastes entre el antiguo esplendor y el estado de miseria en los primeros treinta años del México independiente. Lo que sí se puede afirmar es que le interesaba la tranquilidad del pasado.[28]

Haciendo una comparación sinóptica entre los autores, una convergencia se da en el inicio de los títulos de las historias de Lorenzo de Zavala y Lucas Alamán que tienen como punto de partida 1808; de aquí, resulta evidente la continuidad de la marcación del inicio de época. Obviamente en Alamán hay una discontinuidad tanto en la lectura de los hechos, como en la valoración de las fuentes tomadas; tal es el ejemplo de Carlos María Bustamante, que es fuertemente criticado por Zavala y utilizado como una fuente de Alamán; este hombre, puede considerarse como un crítico de las lecturas historiográficas de los escritos anteriores, con el límite de estar involucrado en el contexto presentado.[29]

INTERPRETACIONES EN ALGUNOS MANUALES DE HISTORIA ECLESIÁSTICA

Como presupuesto, debemos considerar que la finalidad de un manual no es dar una información exhaustiva en los detalles de un argumento, sino mostrar el desarrollo panorámico, tomando en cuenta a quienes está dirigido, en orden a que sea dada una pauta para la investigación ulterior; claro está, que el estudio debería ser realizado por especialistas en el tema, que también tengan una visión global de las situaciones, ideas y personas de otros momentos o eventos que pueden relacionarse con la materia tratada.

A continuación, realizaremos una valoración historiográfica de nuestra temática, a partir de cuatro diversos manuales consultados, en la cual resaltaremos la lectura que se refiere a nuestro período histórico y sus presupuestos relevantes; analizaremos el contenido desde el contexto en el cual fue desarrollado, así como la finalidad del mismo. Nos preguntaremos si son manuales en los que se ha profundizado con respecto al estudio de nuestra cuestión. También, nos detendremos en la manera de tratar algunos hechos, ideas y hasta posibles causas de los acontecimientos.

Storia della Chiesa. Tra rivoluzione e restaurazione (1775-1830).[30]

El original de esta obra está escrito en alemán,[31]. Con varias traducciones y ediciones en diversas lenguas;nosotros seguimos la italiana. La obra entera dirigida por Jedin es de diez volúmenes. Tiene la intención de extender la mirada a la Iglesia universal en contraposición al estudio restrictivo del país de origen de quien consulta. Parte del contexto de esta obra es su director, un alemán; y el volumen VIII/1 es realizado en una perspectiva de interés creciente en Alemania del estudio de los países latinoamericanos.

El volumen está compuesto por XV capítulos. En uno de los apartados de la sección titulada Chiesa cattolica e la restaurazione, Roger Aubert nos presenta en el capítulo IX a La Chiesa in America, y comienza precisamente con la América española. Cabe señalar que en nueve páginas quieren mostrar la situación de esta sección del continente.

A México, en el segundo decenio del Ochocientos, se le resaltan las manifestaciones exteriores de la fe católica. A nivel de la Iglesia en América española se pone acento a varios problemas: el financiero, consecuencia de las luchas; el disciplinar interior, que tiene como resultado una anarquía eclesiástica; entre el Estado y la Iglesia, donde se presenta la disputa del Patronato entre el Rey de España y los nuevos gobiernos.

Tanto en el contenido como en la extensión, nos parce una lectura que queda al margen de la entera obra; hace falta evidenciar el núcleo y la manifestación de la problemática existente en el período. Notamos una limitación natural, por tratar una temática tan vasta de situaciones americanas que resultan en algunos puntos complejas, especialmente en la interpretación de las consecuencias que tuvieron ciertos hechos e ideas en su momento (como el caso del breve Etsi Longissimo de 1816 y el grado de sus repercusiones).

Para México es reducido el análisis realizado, limitándose a destacar conclusiones, como el nombramiento de seis obispos residenciales en 1831. Un punto favorable es que Aubert menciona resoluciones importantes, al indicar el paso atrás hecho por León XII cuando nombra vicarios apostólicos y la problemática que esta situación conlleva con el gobierno.

Con respecto a la bibliografía general es acertado el uso de expertos como Pedro de Leturia, Daniel Olmedo, etcétera. Para el caso México, emplea a especialistas como Mariano Cuevas y Luis Medina Ascensio. Notamos que hace falta acceder a las fuentes de primera mano.

Historia de la Iglesia. De los orígenes hasta nuestros días.[32]

El original de esta obra es escrito en francés; tiene varias traducciones y ediciones en diversas lenguas; nosotros hemos seguido la española. El volumen XXIII contiene XVIII capítulos; el tema dedicado a la Iglesia en las Indias españolas durante la Revolución, que realizó Leandro Tormo Sanz, se encuentra en el apéndice del volumen.

El autor nos va perfilando la tendencia de los libertadores americanos, cuando afirma que es de corte más conservadora, a diferencia de la situación liberal en España con las Cortes de Cádiz.

Hay una continuidad y citación de los trabajos realizados por Pedro de Leturia, bajo el aspecto del ocaso del Regio Patronato; también con el mismo autor se considera que el problema de la emancipación,[33]es la cuestión principal de León XII, en el dilema del pastor o el dador de privilegios a la Corona española. Trata la descripción de la Iglesia americana al momento de mencionar las estadísticas del tiempo; refiere las características locales y la cuestión de las misiones, sobre todo las jesuitas.[34]

La Iglesia en Hispanoamérica al finalizar el período de las revoluciones muestra un momento de prueba para la realidad eclesiástica. L.Tormo nos habla de las consecuencias del grado de conducción de las instituciones por parte de la Iglesia, cuando dice que: “Si a ello añadimos que algunos de los gobernantes, tanto de un bando como de otro, eran enciclopedistas, ateos o masones, no es de extrañar algunas de sus medidas antirreligiosas, o que, aun sin serlo, buscasen la secularización de instituciones hasta ahora dirigidas por la Iglesia, para mermar su poder, tales como colegios, universidades, hospitales y asilos.”[35]

La obra original y las ediciones en las diversas lenguas difieren por los añadidos. La entera obra ha tenido unos treinta colaboradores, tanto de universidades de Estado como del mundo católico. En el caso de Leonardo Tormo Sanz, se trata de un conocido especialista de las cuestiones iberoamericanas. La elaboración de este manual sobre la época moderna, en comparación con la entera obra, ha sido realizada con mayor rapidez y por lo tanto, es menos innovador que los anteriores.[36]

Tomando en cuenta que es una obra monumental, hemos considerado que en estas nueve páginas del apéndice, no se aborda nuestra temática con suficiente relevancia.

El volumen XX/2 de la versión italiana titulado Restaurazione e crisi liberale (1815-1846),[37]es una edición traducida del original en francés que ha sido adaptada para la realidad italiana. Está compuesto por XIV capítulos; el número XI tiene un apartado dedicado a América latina, dividido en dos vertientes: las relaciones diplomáticas con los nuevos estados, y los problemas internos. En la primera, se hace referencia directa a Gregorio XVI y su intervención para dar solución a las cuestiones de independencia; debido a sus antecedentes, se le atribuye al pontífice la experiencia en las causas misioneras más que en las relaciones políticas y diplomáticas; es considerado convencido de la creación de nunciaturas en las repúblicas americanas, a fin de que sea obtenida una información más objetiva de las situaciones existentes en esa realidad.

Según el autor, un argumento fuerte es la perspectiva del acercamiento de la Santa Sede hacia las nuevas repúblicas americanas a partir de la «Sollicitudo Ecclesiarum» de 1831; ésta, es una lectura de apertura a la diplomacia, a pesar de la inestabilidad de los gobiernos. Con respecto a México, enuncia que ha llegado más tarde que América del Sur a liberarse del dominio español. En 1833 el gobierno rompe con la Santa Sede, y en 1835 el restablecimiento de las relaciones diplomáticas lleva a la pacificación.

En cuanto a los problemas internos, se resaltan las consecuencias producidas por la anarquía debida a la falta de obispos, que se reflejó en el clero tanto regular como secular. También se enuncian situaciones precarias en los laicos, en cuanto a la formación catequística. A pesar de estas carencias, pone en evidencia la ausencia de cismas.[38]

Hay una continuidad entre J. Leflon y L. Tormo Sanz, al vislumbrar ambos la decadencia de la Iglesia de Hispanoamérica después de las revoluciones, sobre todo con respecto a la realidad eclesiástica. Son dedicadas cuatro páginas para desarrollar la temática y es evidente que nos parece limitado. En la bibliografía para este apartado son empleados Mariano Cuevas y J. Schmidlin; también, otros exponentes como Pedro de Leturia, G. Decorme y J. Ramírez Cabañas, entre otros.

Storia del cristianesimo.[39]Religione-Politica-Cultura

Esta obra fue escrita originalmente en francés, tiene varias traducciones y ediciones en diversas lenguas; nosotros seguimos la italiana, tomo X: Le sfide della modernità (1750-1840). Yves Saint-Geours y Bernard Plongeron desarrollan el apartado que se titula L’America latina o la modernità emancipata. Tratan de manera sintética algunas de las ideas y hechos de América en vías de independizarse. Específicamente, se presenta el caso México, en los apartados L’incendio messicano y Il Messico e le sue particolarità; en este último, viene considerado el territorio como un buen indicador de la derrota española.

Desde las primeras líneas, notamos una falta de precisión al considerar a México América del Sur. Sin embargo, hay continuidad con otros historiadores cuando se afirma que la Iglesia fue protagonista del movimiento de independencia, así como en la formación de los Estados y las repúblicas. En esta lectura, las historias nacionales dieron un sentido liberal, heroico y tendencioso, a la así llamada, emancipación de América.

Encuadran la evolución desde finales del Siglo XVIII con las revueltas, que según estos autores, sin anunciar la modernidad anticipan las formas de independencias. Dedican un espacio a la Nueva España explicando antecedentes, elementos y procesos pasados que expresarán el deseo de independizarse.[40]

Al hablar de los ecos de la Revolución francesa se advierte que el análisis debe realizarse con cuidado, recordando que los principales canales de acceso a América eran por la Península ibérica, y por tanto resultaban informaciones filtradas, amplificadas o transformadas. Por ejemplo, la estampa americana estaba copiada de la Gaceta española.

La élite americana, en el momento de la invasión francesa de la Península ibérica, permanece tradicional y estaba penetrada de una fuerte identidad religiosa. Se presenta a la Iglesia como insatisfecha con el régimen regalista que les había dado beneficios, pero al mismo tiempo estaba amenazada en sus intereses; en consecuencia, la contestación no podía desarrollarse sin intervención de la Iglesia misma.[41]

Parece prevalecer la teología del Pacto en 1808-1809; tanto en España como en América no se perciben documentos eclesiales que indiquen un rechazo a tal teoría. En este sentido, los americanos entraron en un proceso por el cual no mantendrían más como interlocutores a los peninsulares.[42]Haciendo una referencia directa a México, nos mencionan que: “De septiembre de 1808, en la Ciudad de México, la perla del imperio, la ciudad mejor ligada a España, los criollos pierden el poder a beneficio de la fracción peninsular del gobierno, que teme el deseo de la autonomía y subraya así que la enemistad entre uno y los otros aumenta.”[43]

Los autores consideran el levantamiento de 1810, con el sacerdote criollo Miguel Hidalgo y Costilla, como una violenta guerra servil y racial. Hablando de José María Morelos, otro de los sacerdotes insurgentes, afirman que en él aparece más clara la idea de nacionalidad; estaba abiertamente a favor de la independencia de los europeos; utiliza el término «nación», en el cual existe la soberanía cuando faltan los reyes; funda su nacionalismo sobre la religión.[44]

Mencionan en México, en el grupo de dirigentes de la insurrección, el paso de ser monárquicos convencidos hasta volverse americanos patrióticos; posteriormente, entró en juego Agustín de Iturbide, que coagula las alianzas haciendo concesiones a todos; proclama las tres garantías: «religión, independencia y unión». Se puede decir que la unidad religiosa fue solamente afirmada.

En este contexto, al hacer referencia a un liberalismo, se menciona al teniente general Juan de O’Donojú, que llegaba con ideas liberales, pero se daba cuenta que los mexicanos no deseaban un estilo liberal español. Posteriormente, cuando Iturbide es depuesto en 1822, viene proclamada la República. Muy pronto los liberales se organizan, y se movilizan a través de la masonería.[45]

El apartado dedicado a la Santa Sede y la independencia menciona que, a pesar de los trabajos realizados por Pedro de Leturia sobre estas cuestiones que han sido tomadas por Pásztor y Boutry, es difícil descifrar el enredo en la diplomacia. La Santa Sede en este tiempo tenía la dificultad de mantener una estructura eclesiástica, en particular el nombramiento de los obispos, y poder percibir los antiguos derechos o entradas económicas provenientes de aquellos territorios; tanto el gobierno de España como de los insurrectos se adjudicaban los derechos del Patronato.

De aquí se nota la línea de Roma en mantener el rechazo a la independencia durante todo el conflicto hasta que España no la hubiese reconocido. La Etsi Longissimo de 1816 es considerada como una condena inmediata de la revolución impía, situación estudiada e interpretada diversamente por Pedro de Leturia. La siguiente encíclica, Etsi iam diu de 1824, es considerada menos tajante que la anterior.

Al final de los años veinte del Ochocientos, se analizará en la Santa Sede la posibilidad de adjudicarse de nuevo los derechos del Patronato al encontrarse sin herederos. También, se lanza la interrogante sobre la existencia del anticlericalismo en México por las raíces de reacción nacional de frente al comportamiento en Roma, y por el alto clero en el proceso de independencia.[46]En este punto tenemos una convergencia con la lectura de Tormo Sanz.

Al mencionar la situación de la Iglesia al término de la insurrección, se plantean dos interrogantes: ¿Es una Iglesia en ruinas? ¿Una Iglesia nacional? A la primera responden que sí, es una Iglesia en ruinas desde el punto de vista material y en la falta de obispos en algunas partes de América; y no, desde la perspectiva de la religión del pueblo que seguía fiel a la Iglesia y al Papa.

Se fundamentan en historiadores como Lucas Alamán para la situación en México, por ejemplo, al hablar de la falta de pago del diezmo de 1810 a 1830. Ahora bien, respondiendo a la segunda cuestión, notan que los nuevos dirigentes querían recuperar los poderes y beneficios de la Corona española. Se presentaron dos posiciones extremas: una Iglesia propia y separada de Roma, o una independiente del gobierno, en comunión con la Santa Sede.[47]

En el siguiente párrafo vemos una noción de lo que, en ese momento, tiene como matiz el liberalismo: “Signo todavía de una modernidad «emancipada» - que es decir, conserva el carácter propio del temperamento y de las costumbres del continente sudamericano - el avance del liberalismo, que no tiene nada de ateo como en Europa, no se reduce a un duelo con el catolicismo tradicional. La pluralidad es penetrada en el Continente con el protestantismo y la masonería (especialmente en el cono sur).”[48]

Consideran los autores de esta obra que quienes buscaban la independencia, se daban cuenta de que podían chocar con la institución eclesiástica y sus antiguos derechos. Por ello interpretan, al menos algunos, por no decir todos, de lograr un entendimiento cordial con la jerarquía eclesiástica local y contactar con la Santa Sede;[49]según los autores, es un “dato que debe mostrar las iniciativas de un liberalismo más laico que ateo”.[50]

En un artículo dedicado a analizar la lectura desde Fliche - Martin hasta Storia del cristianesimo, François Laplanche dice que las obras sobre la época revolucionaria tienen grandes conflictos historiográficos. Ya el volumen dirigido por Jean Leflon, en Fliche - Martin, se distinguía por un esfuerzo de inteligencia e imparcialidad que se alejaba de la historiografía católica contrarrevolucionaria; pero en el volumen X de Vauchez, Bernard Plongeron, discípulo de Leflon, ha marcado, por ejemplo, las sombras de la historia de la «Aufklärung» católica, y mostrando todos sus puntos de fricción con la teología romana, en particular la cuestión de la tolerancia civil de los cultos.[51]

Las fuentes usadas por los autores son limitadas para un tema tan vasto. Para el caso México, utiliza el diario de un comandante en la independencia americana. Tiene un apartado bibliográfico denominado «estudios regionales», en el cual dedica a México obras de D. Brading y L. Medina Ascensio. De los manuales consultados hasta ahora es el único caso que hace referencia a historiadores contemporáneos a los hechos como el caso de Lucas Alamán.

Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas

Esta obra, dirigida por Pedro Borges, presenta un enfoque de los diversos aspectos que van de los siglos XV al XIX. Busca dar un trazo sintético de la Historia de la Iglesia en el conteniente. El capítulo XLV, la Iglesia y la independencia hispanoamericana escrito por John Lynch,[52]nos muestra un panorama del fenómeno de las independencias considerado como una crisis de la que llama «Iglesia colonial»; poniendo las raíces en las ideologías políticas de la escolástica, el regalismo y el nacionalismo criollo. En cuanto a la escolástica, menciona la presencia del «constitucionalismo» español, manifestado en el funcionamiento de las leyes e instituciones españolas. También hace mención de las teorías sobre la soberanía popular, que estaban sostenidas por teólogos españoles de los siglos XVI y XVII. Según Lynch, estas ideas, que en un primer momento eran consideradas contrarias en el absolutismo borbónico, se concretizaron en 1810.[53]

También dice que entonces, “se argumentaba que el derecho de la población a ejercer la autoridad civil tras la abdicación del Rey no se limitaba a las Juntas y a la Regencia española, sino que constituía una facultad de todas y cada una de las provincias de los territorios ultramarinos españoles.”[54]

Sin embargo, Lynch afirma que el influjo ideológico, de la Ilustración y del nacionalismo criollo, da la impresión de haber suplantado la idea de la escolástica después de 1810. De hecho, cuando en el caso México, menciona a José María Morelos, lo asocia más con un nacionalismo. El nacionalismo criollo es más apegado a las ideas de las revoluciones hispanoamericanas.

Afirma que en América española, aunque de manera tardía, hubo una relativa libertad para la circulación de la literatura de la ilustración; en México, en el mundo universitario, eclesial, etc., se leía a Newton, Locke; así como Descartes, Voltaire, Rousseau, entre otros.[55]

Con referencia al nacionalismo, vemos una convergencia de la línea de Pedro Borges con respecto al Manual de Vauchez. Sin embargo, una discordancia se encuentra en la consideración del punto de partida para el proceso de independencia, que en Y. Saint-Geours y B. Plongeron hace referencia a las revueltas de finales del siglo XVIII, y en este caso se mencionan tres causas: la escolástica, el regalismo y el nacionalismo criollo. En un parágrafo nos muestra su idea: “Las exigencias de libertad y de igualdad expresaban una profunda conciencia, un sentido cada vez más desarrollado de la identidad, una convicción de que los americanos no eran españoles.”[56]

Con esto, notamos una acepción del liberalismo, entendido como el construir una nueva identidad diversa a la española. Una consideración que realiza, a diferencia de los manuales citados, es la siguiente referencia:

“El punto de inflexión de la Iglesia en América española fue el año 1820, fecha en la que la Revolución liberal ocurrida en España obligó al rey a abandonar el absolutismo y aceptar la constitución de 1812. El régimen liberal de 1820-1823 dejo sentir sus consecuencias en la América española. Los liberales españoles eran tan imperialistas como los conservadores y no le hicieron concesiones a la independencia. Al mismo tiempo eran también decididamente anticlericales y atacaban a la Iglesia, sus privilegios y sus propiedades. Finalmente, obligaron a la Corona a pedirle al Papa que no reconociera a los países hispanoamericanos y que nombrara obispos fieles a Madrid.”[57]

Para el autor, en México los decretos anticlericales de las Cortes españolas de 1820 indujeron a la Iglesia a poner en tela de juicio su adhesión al gobierno imperial, y fue inducida a considerar de manera más favorable la independencia. Pío VII y el Cardenal Ercole Consalvi consideraron los movimientos revolucionarios como una extensión de lo sucedido en Europa, y a Fernando VII como un aliado para combatir el liberalismo.

Lynch, se basa en Pedro de Leturia para afirmar el error político de la Santa Sede al no nombrar obispos, ocasión que los gobiernos aprovecharon para rellenar el vacío que se había dejado. La Iglesia en los años posteriores a 1820 se ve debilitada pero no en declino; obispos fuera de sus jurisdicciones, como Fonte en el caso México; sedes episcopales vacantes, fondos económicos dañados;[58]más adelante, el «gobierno liberal de México suprimió en 1833-1834 la recaudación forzosa de los diezmos y trató de limitar la independencia fiscal de las corporaciones eclesiásticas».[59]

En el caso de este manual, vemos una temática más delimitada. Por tanto, permite un grado más de cobertura en el desarrollo. Un punto que queda abierto a la ulterior investigación es el estudio comparado en línea de continuidad, de las causas directas de la independencia, que en este caso, proponen algunos datos. Otro punto a precisar sería la presentación de documentos que muestren las intervenciones españolas, para evitar el reconocimiento de las independencias americanas durante la Revolución liberal española de 1820.[60]

Consideración de los Manuales consultados

Los manuales tradicionales de Historia Eclesiástica que hemos citado, han tratado de forma breve los temas de nuestro período. Presentan América Latina en general, agrupando las características «comunes» del proceso de independencia en las diferentes regiones. Sobre nuestra temática particular, el caso México, hemos encontrado dentro de los capítulos, apartados referentes al asunto que nos compete a diferencia de otras regiones del continente, salvo de casos como Colombia, Perú y Argentina; pero, en ocasiones, analizadas con poca profundidad.

En el caso de la obra dirigida por Jedin, Aubert pretende tratar una compleja temática con respecto a la América española en nueve páginas; extensión que como ya indicamos, no nos pareció suficiente para desarrollarlo. En «Historia de la Iglesia. De los orígenes a nuestros días», Leandro Tormo Sanz presenta algunos datos conclusivos de nuestra materia y período en general; la localización del apartado, el apéndice, nos refleja lo marginal que viene tratada la temática.

En Vauchez, son dedicadas 33 páginas para el nacimiento de la nación americana en el tomo X; 80 páginas en el tomo XI, 110 en el tomo XII; 40 páginas en el volumen X para la emancipación, 40 en el tomo XI, 80 en el tomo XII; y antes, de grandes estudios sobre América: 60 páginas en el tomo VII, 100 páginas en el tomo VIII a las cuales hace añadir 120 páginas sobre todas las Américas en el tomo IX.[61]Notamos que trata de una forma más desarrollada en la amplitud de los temas; sin embargo, emerge la imprecisión en algunas consideraciones ya mencionadas.

En «Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas», al ser una obra delimitada, Lynch, hace una aproximación más detenida, sobre todo en su interpretación de las causas de las independencias. Además de hacer uso de una bibliografía general, indica para los diversos países hispanoamericanos bibliografía específica. Sin embargo, hemos notado varios límites en algunas interpretaciones; realiza varias afirmaciones justas, pero que quedan incompletas.

Hemos puesto la interrogante en cuanto al nivel de información que tiene la lectura en los manuales tradicionales, y para responder a ésta, es preciso tomar en cuenta que a pesar de ser investigaciones realizadas por especialistas en la materia, la cantidad temática de la obra en conjunto no permite que se profundice el argumento particular. Las grandes síntesis tienen un evidente riesgo de ser incompletas por razones de extensión; desarrollan poca innovación en los temas tratados, pues supone un trabajo realizado anteriormente.[62]

En este caso, es notoria la falta de profundidad en el cuidado particular de la interpretación de ciertos hechos, pues hace falta, en algunos autores, para no decir todos, tomar en cuenta varios precedentes, a fin de valorar los elementos que puedan explicar los fenómenos de independencia acaecidos en los primeros decenios del siglo XIX.

Otro aspecto a considerar es el conocimiento global o la falta del mismo, del contexto de aquellas regiones; y en ocasiones, hasta de la geografía particular al momento de referir. Hemos indicado que notamos la ausencia de esto en algunos parágrafos. En cuanto a la procedencia del contenido, en nuestra temática estos manuales traen una información, en varios casos, de historiadores con autoridad notable sobre el tema como es por ejemplo Pedro de Leturia, Mariano Cuevas, y otros más. Del caso México, notamos la ausencia de la mención de historiadores contemporáneos al tiempo de la insurgencia y del nacimiento de la nación independiente, salvo el caso de Yves Saint-Geours y Bernard Plongeron.

ESTUDIOS FUNDAMENTALES DE LECTURA RECIENTE

Pedro de Leturia para el caso Hispanoamérica, en particular la Gran Colombia; y Luis Medina Ascensio para México, han sido los estudiosos significativos del período en cuestión porque trataron desde las fuentes el desarrollo de las problemáticas, y aún hoy día, son tomados frecuentemente como referencia válida en la historiografía. Ahora bien, para analizar un estudio reciente propondremos una obra editada en el 2007 que trata el tema seleccionado, de la cual se tomarán algunos conceptos y distinciones realizadas por el autor.

Pedro de Leturia y Mendía

Enseñó historia y clásicos en Santafé de Bogotá (Colombia). Fue un sacerdote español miembro de la Compañía de Jesús. Sus investigaciones con respecto a los primeros decenios del Ochocientos en Hispanoamérica, sobre las relaciones Estado-Santa Sede, son hasta hoy insuperables. Estudió en la Universidad de Múnich, por la que se doctoró con la tesis sobre el Patronato español en Hispanoamérica.

En 1931, fue llamado a la Universidad Gregoriana para fundar y organizar una facultad de Historia Eclesiástica, de la que fue decano de 1932 a 1954. Como decano promovió la fundación de la serie Missellanea Historiae Pontificiae, e ideó la revista Archivum Historiae Pontificiae en la universidad el año de 1963; también fundó la revista Archivum Historicum Societatis Iesu.

Uno de sus campos de interés fue el de las relaciones entre la Santa Sede con varios Estados Hispanoamericanos; los artículos elaborados a tal propósito, fueron reunidos en tres tomos, titulados Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica: el primero, dedicado al Real Patronato; el segundo, referente a la época de Simón Bolívar; y el tercero, contiene complementos documentales e índices.[63]

Sus estudios, por una parte, se orientan en el papel de los papas Pío VII, León XII, Pío VIII y Gregorio XVI; y por otra parte, analizan el rol de los insurgentes y libertadores. Son trabajos realizados de 1924 a 1955.[64]Algunas de sus obras son: El ocaso del Patronato real en la América española. La acción diplomática de Bolívar ante Pío VII (1820-1823) a la luz del Archivo Vaticano; La Encíclica de Pío VII (30 de enero de 1816) sobre la revolución hispanoamericana; La primera misión pontificia a Hispanoamérica, 1823-1825; La emancipación hispanoamericana en los informes episcopales a Pio VII. Copia y extractos del Archivo Vaticano, entre otros.

En la introducción a su obra El ocaso del Patronato real en América española, habla de la crisis de la Iglesia hispanoamericana, producida por la crisis del Patronato de Indias.[65]Basta con evidenciar el siguiente párrafo para entender su punto de partida:

“La revolución y emancipación políticas indujeron automáticamente en aquel amplio mecanismo eclesiástico un desquiciamiento cercano a la catástrofe: obispados, cabildos, curatos, órdenes religiosas, centros de enseñanza, hospitales y misiones de infieles (ruedas todas del Real Patronato que tenían en el Rey, tanto o más que en el Sumo Pontífice, el centro secular de su gravitación dinámica), saltaron entonces hechos pedazos o se confundieron en trepidaciones inconexas hasta quedar casi del todo parados.”[66]

El autor pone como protagonistas en las contiendas de revolución y emancipación a la Iglesia hispanoamericana, al Gabinete español que estaba influenciado por la Santa Alianza, y finalmente al Vaticano. Leturia concibe una uniformidad en la organización de la Iglesia hispanoamericana en general, y el acercamiento de sus cabildos con Roma. También hace referencia a las divergencias de cada país, metiendo en un conjunto orgánico a las comunes dependencias.[67]

¿De dónde tomar informes de lo acontecido en las nuevas realidades americanas? Según Pedro de Leturia, sólo en el Vaticano, que es donde convergían todos los informes de las nuevas nacionalidades; tanto los provenientes de Madrid, París e Inglaterra. Esto gracias a las sesiones de la Congregación de negocios eclesiásticos extraordinarios; también de la Secretaría de Estado a los largo de los años 1819-1835; y como complemento, en las nunciaturas hasta el año de 1835.[68]

Para tener un acercamiento a las fuentes editadas que nos ayuden a entender la problemática latente en Hispanoamérica de la primera mitad del Ochocientos, nos acercaremos a este autor. Ciertamente, tomaremos aquellos elementos que apunten al caso México.

Luis Medina Ascensio

Sacerdote jesuita mexicano. Sobre el tema del reconocimiento del gobierno de México por el Vaticano, publicó en la revista semestral de «Estudios Históricos», en la Ciudad de Guadalajara, México, varios artículos al respecto.[69]

Su principal obra se titula «México y el Vaticano», dividida en dos tomos; el primero lo subtitula «La Santa Sede y la Emancipación Mexicana», cuya primera edición fue realizada en la ciudad de Guadalajara, México en 1946, donde describe los primeros intentos de acercamiento a Roma por medio del arzobispo de Baltimore de 1810 a 1815; la situación del Patronato y las sedes episcopales vacantes durante la Regencia y el Imperio de Iturbide; desarrolla la misión del Canónigo Francisco Pablo Vázquez como primer representante de México hacia la Santa Sede, que tratará las cuestiones del reconocimiento de país en 1836.[70]

En su introducción hace un breve desarrollo del manejo de la Nueva España con referencia a Roma, explicando que todo se hacía por medio del Consejo de Indias.[71]“Al producirse la crisis los viejos moldes trataron de subsistir, a pesar del vuelco que daba la historia. «De aquí nació el problema».[72]La dificultad se agudizará con la contienda de los derechos del Patronato entre España y los libertadores de Hispanoamérica.

Ante estas problemáticas, Medina reconoce que su estudio es parcial, y abarca el período de 1810 a 1836. El autor toma en cuenta la perspectiva de Pedro de Leturia sobre el problema del ocaso del Patronato real, remarcando el carácter continental de sus estudios; se basa fundamentalmente en «La acción diplomática de Bolívar ante Pío VII». Para la primera parte utilizó la colección de documentos de Hernández y Dávalos; se sirvío de algunas noticias de Lucas Alamán. Tomó en consideración también fuentes inéditas.

En el Archivo Secreto Vaticano, investigó entre las Actas de la Congregación de Negocios eclesiásticos extraordinarios del período de 1819-1835. También consultó el fondo documental de la nunciatura de Madrid. Otros archivos fueron de la Embajada española ante la Santa Sede, y del Ministerio de Negocios Extranjeros en París. En la bibliografía toma la «Historia de la Iglesia en México» del padre Mariano Cuevas, y la «Historia de la Compañía de Jesús en la República Mexicana» del padre Decorme; también, Colecciones documentales de Ramírez Cabañas y De la Peña y Reyes para contener la documentación del Ministerio de Relaciones Exteriores de México.[73]

El segundo tomo, «La Iglesia y el Estado Liberal (1836-1867)», cuya primera edición fue elaborada en México el año de 1984, consta de XI capítulos y XXIII apéndices documentales. Para la temática tratada nos sirven los primeros tres capítulos, que desarrollan el liberalismo como marco histórico, México en la encrucijada liberal, y el anti-romanismo y las nuevas relaciones; del apéndice, también corresponde al argumento la Carta del presidente Barragán al Papa.[74]

Para este tomo, al autor no le fue posible respaldar todos los puntos con documentación de primera mano; pero consultó el Archivo Secreto Vaticano durante un año. Por otra parte, usó el libro «135 Años de Labor Diplomática al Servicio de México (1821-1956)» del General Juan Manuel Torrea, para datos biográficos. Una obra documental empleada fue «Relaciones entre México y el Vaticano» de Joaquín Ramírez Cabañas. De los trabajos históricos de consulta general, recabó datos y apreciaciones con criterios liberales, a fin de que sea realizada una crítica histórica; ejemplos de estos son la obra de Don Vicente Riva Palacio, «México a través de los siglos», aun considerándola parcial en muchos de sus juicios, pero que presenta una buena documentación histórica.

También tomó obras de Don José C. Valdés, especialmente su «Historia del Pueblo de México» (1967). Hace una crítica a la «Historia de la Iglesia en México» del padre Mariano Cuevas, especialmente a su V volumen, pues tiene una actitud parcial ya que puso al margen los datos y puntos de vista de los liberales.[75]

Creemos que es más conforme con el criterio de la «historia científica moderna» el que aceptemos también los testimonios objetivos y serenos de los historiadores de la tendencia liberal. El no hacerlo así, sería una evidente falla de objetividad y de verdad en todo lo que abarca el tribunal de la historia.[76]

Interesante es la referencia al contexto europeo contemporáneo que se caracterizó por una tendencia hacia los gobiernos civiles frente al pluralismo religioso, que podría estudiarse más profundamente para no aislar las cuestiones hispanoamericanas.[77]

Una investigación sobre el primer México independiente, que tome en cuenta sus precedentes de insurgencia y refiera el influjo del liberalismo presente y posterior, no puede omitir al estudio citado, pues varios elementos estudiados por Medina Ascencio tienen un valor histórico relevante.

Vemos una discontinuidad con las lecturas partidistas que se dejaban influenciar por alguna tendencia, ya sea liberal o conservadora del Ochocientos, o algunas lecturas revisionistas del Novecientos. Notamos una evidente continuidad con trabajos fundamentados como el caso de Pedro de Leturia.

BIBLIOGRAFÍA RECIENTE

Un estudio significativo es el realizado por Emilio Martínez Albesa, doctor en Historia de América por la Universidad Complutense de Madrid y doctor en Historia de la Iglesia por la Universidad Gregoriana de Roma. Su libro, «La Constitución de 1857. Catolicismo y liberalismo en México» es una obra en tres tomos, editada en el 2007, que actualiza los estudios en el arco cronológico 1767-1867, resaltando el modo de colocarse de la Iglesia mexicana en la nación misma.[78]

El punto de partida en su investigación es señalado por el inicio del visitador José de Gálvez a la Nueva España el año de 1765, la llegada a esta tierra del marqués Carlos Francisco de Croix, y del arzobispo Francisco Antonio Lorenzana al año siguiente. La obra tiene seis partes, de las cuales fijamos la atención en la segunda, pues lee el tiempo en el que aparece y se va consolidando un primer liberalismo católico, que el autor justifica por la insuficiencia del regalismo en tiempos de la guerra de independencia.

No con menos insistencia leemos la tercera parte, ya que presenta el Congreso constituyente de 1823-1824 como la implantación del Nuevo Régimen liberal, y también las primeras manifestaciones del anticlericalismo liberal de los años treinta; también expone el proceso del abandono de la nación tradicional por parte del liberalismo.[79]

Sus fuentes históricas principales son manifiestos, artículos, cartas pastorales, y discursos de personas que participaron directamente en la vida pública de la nación de ese tiempo. También toma fuentes de tipo legislativo. Para esto, maneja tres criterios: el uso de autores y obras que tuvieron influjo importante en la sociedad mexicana; el empleo de trabajos con distintas corrientes de pensamiento católico, y recurre a obras con una propia personalidad dentro del conjunto. Su bibliografía secundaria le ha servido tanto para la historiografía, como para hacer una nueva lectura de las fuentes citadas. Invesigó en archivos y bibliotecas de México, España e Italia.[80]

Enseguida, citamos unos parágrafos en los que explica sus intenciones en esta obra:

Considero que, en el estado actual de la historiografía mexicanista, por la que han pasado por muchos años las lecturas ideológicas, una investigación abierta a un proceso de larga duración puede prestar un servicio iluminador y oxigenante.

“El pensamiento político y eclesiológico de los católicos mexicanos en el período aquí estudiado ha sido largamente desatendido por la historiografía. Por ello, con esta obra, pretendo también ofrecer un mapa general, o mejor inicial, pero de lineamientos seguros, que oriente en la comprensión de la evolución de este pensamiento a los investigadores futuros.”[81]

El primer tomo, parte de unos conceptos y procesos que son fundamentales en orden a comprender los fenómenos posteriores; para nuestra temática hemos puesto la atención en el concepto de liberalismo.

El autor al hablar del concepto de México como nación, pone énfasis en la continuidad histórica de la cual no se puede prescindir. Claro, marcando los acentos en la discontinuidad que brota en determinados momentos, como el caso de la realidad de la República Mexicana del siglo XIX. La idea de patria crea una distancia entre los criollos y los españoles peninsulares. No existía una idea de nación sino una identificación con el suelo donde se había nacido y respaldado por un conjunto de valores religiosos que son de la fe católica. Ahora bien, el concepto de patria vendrá con el gozo de la libertad, ya en el siglo XIX.[82]

Martínez usa el término «reino», independientemente de la forma política, sea monárquica o republicana, para subrayar su continuidad histórica con la realidad política nacida bajo la forma de reino antes de la independencia.[83]Al hacer referencia a la historiografía mexicana, encontramos una continuidad con la crítica realzada por Medina, especialmente lo expresa en el siguiente párrafo:

“Para la historiografía de corriente liberal, la independencia mexicana habría de ser el resultado del liberalismo. Dado que la independencia fue fruto del movimiento tradicionalista encabezado por Iturbide, esa corriente ha tratado de interpretar el ideario insurgente como liberalismo y de predicar, de una insurgencia liberal, el nacimiento de la república federal mexicana, retrasando hasta ésta la conclusión del proceso de independencia política. De otra parte, la historiografía conservadora ha acusado al liberalismo mexicano de extranjerismo, de ser un credo político extraño a la nacionalidad mexicana e importando o impuesto desde el exterior; resultando su aceptación una hipoteca de la independencia nacional”.[84]

Con respecto al período tratado y sus precedentes, esta obra traza una línea de continuidad con los estudios fundamentales citados, y al mismo tiempo marca una discontinuidad en varias lecturas propuestas como tradicionales del tema en cuestión.


NOTAS

  1. Cfr. F. LAPLANCHE, « De l’Histoire de l’Eglise de Fliche et Martin à l’Histoire du christianisme », en Revue d’Histoire de l’Église de France, 86 (2000), 685-690.
  2. Cfr. E. MARTÍNEZ ALBESA, La Constitución de 1857. Catolicismo y liberalismo en México, tomo 1, Editorial Porrúa, México 2007, 459.
  3. Cfr. J. F. CAMARGO SOSA, Mora y Alamán. Apuntes para un estudio comparado de su pensamiento sobre la Iglesia mexicana (1808-1853), Roma, Ejercitación para la Licencia, Pontificia Università Gregoriana, 1979, 41-55.
  4. Cfr. E. MARTÍNEZ ALBESA, La Constitución de 1857, tomo 1, LXX-LXXI.
  5. J. M. L. MORA, Obras sueltas de José María Luis Mora ciudadano mexicano, Editorial Porrúa, México 19632, 3-4.
  6. Ibid., 4.
  7. Id.
  8. Cfr. J. M. L. MORA, Obras sueltas de José María Luis Mora ciudadano mexicano, 275.
  9. Ibid., 296-302.
  10. J. M. L. MORA, Obras sueltas de José María Luis Mora ciudadano mexicano, 319-320.
  11. Cfr. A. ALCALÁ ALVARADO, El restablecimiento del episcopado en México, 1825- 1831, Dissertatio ad Lauream in Facultate Historiae Ecclesiasticae Pontificiae Universitatis Gregorianae, México 1967, XVII.
  12. En la Nota previa a las Obras, M. González Ramírez comenta que además del Ensayo de Zavala, con las obras de José María Luis Mora, Lucas Alamán y Carlos María Bustamante forman el grupo de los escritores que han dejado evidencias del paso de la colonia a la insurgencia. Es una historiografía acuñada por éstos. Cfr. M. GONZÁLEZ RAMÍREZ, «Prólogo», a L. de ZAVALA, Obras. El historiador y el representante popular. Ensayo Histórico de las Revoluciones de Mégico desde 1808 hasta 1830, Editorial Porrúa, México 19695, XIX.
  13. Cfr. E. MARTÍNEZ ALBESA, La Constitución de 1857, tomo 1, LXX.
  14. Cfr. M. GONZÁLEZ RAMÍREZ, «Prólogo», a L. de ZAVALA, Obras. El historiador y el representante popular. Ensayo Histórico de las Revoluciones de Mégico desde 1808 hasta 1830, XX-XXIX.
  15. Cfr. L. de ZAVALA, Obras. El historiador y el representante popular, 7-11.
  16. Cfr. L. de ZAVALA, Obras. El periodista y el traductor, Editorial Porrúa, México 1966, 3.
  17. Cfr. Ibid., 4-6.
  18. Cfr. A. ALCALÁ ALVARADO, El restablecimiento del episcopado en México, 1825- 1831, XVII.
  19. Cfr. J. F. CAMARGO SOSA, Mora y Alamán, 56-72.
  20. Cfr. A. ALCALÁ ALVARADO, El restablecimiento del episcopado en México, 1825- 1831, XV-XVI.
  21. Una de ellas es: L. ALAMÁN, Disertaciones sobre la Historia de la República Megicana. Desde la época de la conquista que los españoles hicieron a finales del Siglo XV y principios del XVI de las Islas y Continente americano hasta la Independencia, Impreso en papel megicano de la fábrica de los Sres. Benfield y Marshall, en la imprenta de D. José Mariano Lara, calle de la Palma núm. 4, Mégico 1844.
  22. Cfr. L. ALAMÁN, Historia de México, desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, tomo 1, (ed. facsimilar en «Clásicos de la Historia de México», México: Instituto Cultural Helénico-FCE, 1985, 5 tomos), Imprenta de J. M. Lara (Calle de la Palma, n.4), México 1883, 41-42.
  23. L. ALAMÁN, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, tomo 1, 42.
  24. Ibid., 43.
  25. Cfr. L. ALAMÁN, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, tomo 4, 4-5; E. MARTÍNEZ ALBESA, La Constitución de 1857, tomo 1, 452-457. En el tomo citado de L. Alamán, ha recopilado informes del Porvenir de México o juicio sobre su estado político de 1821 y 1851 de don Luis Cuevas; la Reseña Histórica publicada por José María Tornel en el periódico La Ilustración; y se ha servido de documentos de El Cuadro histórico de la Revolución mexicana, comenzada en 15 de septiembre de 1810 por el ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla, Cura del pueblo de los Dolores, en el obispado de Michoacán, realizada por Carlos María Bustamante, quien presenta la entera carta pastoral antiliberal del obispo de Guadalajara Juan Cruz Ruíz de Cabañas publicada el 8 de septiembre de 1815. Se nota en este tiempo la presencia de un liberalismo que defiende la soberanía nacional o popular, aunque todavía no esté presente en un gobierno. El texto del obispo es una defensa de la autoridad episcopal por las intervenciones del poder temporal en cuanto a la provisión de eclesiásticos en la causa insurgente.
  26. Cfr. L. ALAMÁN, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, tomo 5, 3. Para entender la línea, aunque en contraposición de pensamiento o partido de esta figura, se podría realizar un análisis en las críticas dirigidas hacia sus escritos, como por ejemplo la de José María Bocanegra en sus Memorias para la Historia de México independiente de 1822-1846, en la cual califica a Lucas Alamán de somero e unívoco en sus criterios utilizados. Cfr. J. M. BOCANEGRA, Memorias para la historia de México independiente, 1822-1846, tomo 1, Imprenta del Gobierno Federal en el ex-arzobispado (Avenida Oriente 2, número 726), México 1892, 6-7.
  27. Cfr. L. ALAMÁN, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, tomo 4, 6.
  28. Cfr. A. LÓPEZ APARICIO, «Alamán. Primer Economista de México», en Figuras y episodios de la historia de México, 32 (1956), 17-19. Emilio Martínez haciendo el análisis de la figura de Manuel Abad y Queipo, cita a Lucas Alamán como quien presenta a este obispo como liberal en sus opiniones, pues menciona los coloquios que tuvo con Hidalgo antes del grito de Dolores. Sin embargo, Alamán se refiere al sentido de liberalidad para el bienestar del pueblo y no lo considera como partidario político de un Nuevo Régimen. Cfr. E. MARTÍNEZ ALBESA, La Constitución de 1857, tomo 1, 459-460.
  29. Entre los estudios realizados sobre dos de estos hombres se puede consultar: J. F. CAMARGO SOSA, Mora y Alamán. Otra consideración del autor está en la Nota previa a las Obras de Lorenzo de Zavala, realizada por M. González Ramírez donde considera a Lucas Alamán como parte de la masonería escocesa. Cfr. M. GONZÁLEZ RAMÍREZ, «Prólogo», a L. de ZAVALA, Obras. El historiador y el representante popular, XX.
  30. Cfr. R. AUBERT et al., Tra rivoluzione e restaurazione 1775-1830. Secolarizzazione - Concordati - Rinascita teologico-spirituale, vol. 8/1, en Storia della Chiesa, H. JEDIN (dir.), Jaca Book, Milano 19932, 189-197.
  31. El título original de la entera obra es Handbuch der Kirchengeschichte; el título del volumen es Die Kirche zwischen Revolution und Restauration, dirigida por Hubert Jedin y Konrad Repgen.
  32. El título original es Histoire de l'Église depuis les origines jusqu'à nos jours, dirigida por J.-B. Duroselle y E. Jarry; fundada por Augustin Fliche y Victor Martin. Paris 1938.
  33. Mario Hernández dice que el proceso emancipador se debe entender como una tendencia provincialista y regionalista en la que se aprecia una identificación de objetivos económicos y sociales entre criollos y peninsulares, hasta el tiempo en que los movimientos geográficos y culturales propiciaron la falta de identificación social, apoyándose en bases demográficas, jurídicas y políticas. En esto se va produciendo la gestación del proceso de independencia, en el cual existe un proyecto. Cfr. M. HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, Las independencias americanas (1767-1878). Génesis de la descolonización, Ediciones Doce Calles S. L., Universidad Francisco de Vitoria, Madrid 2009, 215.
  34. Cfr. L. TORMO SANZ, La Iglesia en las Indias españolas durante la Revolución, en A. FLICHE - V. MARTIN (dir.), Historia de la Iglesia. De los orígenes hasta nuestros días, vol. 23, EDICEP, Valencia 1975, 603-611.
  35. L. TORMO SANZ, La Iglesia en las Indias españolas durante la Revolución, 611.
  36. Cfr. D. MOULINET, « Regard sur les histoires générales de l’Église publiés en France au cours du XXe siècle », en Revue d’Histoire de l’Église de France, 86 (2000), 657-667. En este artículo se hace el análisis del desarrollo temático en varios manuales franceses del siglo XX. Es conveniente para realizar una lectura historiográfica.
  37. Se basa en la segunda edición francesa que es dividida en dos partes. El título original es Histoire de l'Église; el volumen 20/2: La crise libérale. Restaurations et révolutions, dirigida por Jean Leflon.
  38. Cfr. J. LEFLON, Restaurazione e crisi liberale (1815-1846) vol. 20/2, en Storia della Chiesa, iniciada por A. FLICHE - V. MARTIN, continuada por J. B. DOUROSELLE - E. JARRY, SAIE, Torino 1975, 887-890.
  39. El título original es Histoire du christianisme des origines à nos jours, tomo 10: Les défis de la modernité (1750-1840), París 1997, dirigida por André Vauchez. De un modo general, la Histoire du christianisme refleja la percepción de la discontinuidad de las prácticas eclesiales, aun cuando se perciba la continuidad de los sistemas evidentes que son representados. También, uno de los objetivos de esta obra es la investigación historiográfica. Cfr. F. LAPLANCHE, « De l’Histoire de l’Église de Fliche et Martin à l’Histoire du christianisme », 685-690.
  40. Cfr. B. PLONGERON (ed.), Religione-politica-cultura. Le sfide della modernità (1750-1840) vol. 10, en Storia del cristianesimo, J.-M. MAYEUR, Ch. y L. PIETRI, A. VAUCHEZ, M. VENARD (dir.), Borla - Città Nuova, Roma 2004, 686-688. En este encuadre cronológico no todos los historiadores están de acuerdo en un punto de partida para explicar el inicio del proceso de independencia. Hay quienes lo datan paralelamente con la conquista y los comienzos de la evangelización.
  41. Ibid., 692. Se podría hacer un análisis más desarrollado, respecto a la estampa reproducida en América.
  42. Ibid., 694-695. La teología del pacto, es aquélla que se aplica al derecho natural que autoriza a la comunidad atacada a defenderse y se funda en los derechos antiguos que regían las relaciones entre el soberano y la población, derechos recíprocos que no se pueden romper de manera unilateral.
  43. B. PLONGERON (ed.), Religione-politica-cultura. Le sfide della modernità (1750-1840) vol. 10, 695. Traducción personal.
  44. Cfr. Ibid., 699-700. Ante este hecho podemos citar como una fuente, el escrito Sentimientos de la Nación, texto escrito por José María Morelos en 1813.
  45. Ibid., 708-709.
  46. Ibid., 712-714.
  47. Ibid., 714-718. Hay casos como Paraguay, que se le aísla de 1816 a 1840. Existen otros ejemplos con características muy particulares de cada parte de América en proceso de independencia.
  48. B. PLONGERON (ed.), Religione-politica-cultura. Le sfide della modernità (1750-1840) vol. 10, 718. Traducción personal.
  49. Cfr. Ibid., 719-720.
  50. B. PLONGERON (ed.), Religione-politica-cultura. Le sfide della modernità (1750-1840) vol. 10, 719. Traducción personal.
  51. Cfr. F. LAPLANCHE, « De l’Histoire de l’Église de Fliche et Martin à l’Histoire du christianisme », 685-690. Según el articulista, ha habido renovación en las observaciones del continente americano debido a los grandes cambios de tal sociedad. En Fliche-Martin, la historia religiosa de los Estados Unidos de América tenía un puesto modesto y no se le daba interés al catolicismo americano; esto cambia cuando se va convirtiendo en primera potencia mundial (en el texto, resaltaremos el espacio dedicado a América Latina).
  52. Para ver el contexto de este historiador, presentamos dos monografías realizadas. La primera se titula Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826, Editorial Ariel, Barcelona 1989. En esta obra, realiza un análisis por regiones, determinando el carácter de las revoluciones y trata de ver éstas, como creadoras de las naciones americanas, concentrándose en la historia interna. La segunda monografía es llamada Caudillos en Hispanoamérica, 1800-1850, MAPFRE, Madrid 1993, en la que analiza las estructuras y las carreras caudillares, contextualizándolas según la región.
  53. Cfr. J. LYNCH, La Iglesia y la Independencia Hispanoamericana, en Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas (Siglos XV-XIX), Obra dirigida por P. BORGES, vol. 1, BAC, Madrid 1992, 815-819.
  54. J. LYNCH, La Iglesia y la Independencia Hispanoamericana, 819.
  55. Cfr. Ibid., 819-820. Consideramos que para valorarse la última afirmación, tendrían que analizarse las posibilidades de esas lecturas en tal tiempo, así como manejo o no, de lenguas como el alemán o el francés en México. Es una afirmación discutible.
  56. J. LYNCH, La Iglesia y la Independencia Hispanoamericana, 821.
  57. Ibid., 825. Sobre este punto sería conveniente presentar una documentación que certifique estas intervenciones. Puede consultarse el contexto español en M. REVUELTA GONZÁLEZ, La Iglesia española ante la crisis del Antiguo Régimen (1803-1833), en Historia de la Iglesia en España, vol. 5. La Iglesia en la España contemporánea (1808-1975), bajo la dirección de R. GARCÍA VILLOSLADA, BAC, Madrid 1979, 109-111. Hemos consultado el quinto de los cinco volúmenes. Es una obra realizada por especialistas en sus respectivas materias.
  58. Cfr. J. LYNCH, La Iglesia y la Independencia Hispanoamericana, 825-832.
  59. J. LYNCH, La Iglesia y la Independencia Hispanoamericana, 832.
  60. Otro manual que puede ser considerado es Historia de la Iglesia Católica, Edad Contemporánea. Son cinco volúmenes. El quinto es dirigido por Juan María Laboa, profesor de Historia eclesiástica en la Universidad Pontificia Comillas en Madrid; abarca los siglos XIX y XX. Consta de XIX capítulos. A la parte que atañe nuestra temática, comienza con una presentación sintética en tres páginas, del proceso de las independencias. Se realiza el recorrido general, tocando las intervenciones de los diferentes papas en los breves pontificios. Nuestro argumento ha sido tratado en cuatro páginas. En cuanto a su bibliografía encontramos las obras de Thomas Calvo, A. Gutiérrez, P. de Leturia y R. Vargas Ugarte. Cfr. B. LLORCA - R. GARCÍA-VILLOSLADA - J.-M. LABOA (ed.), Historia de la Iglesia Católica, tomo 5. Edad Contemporánea, BAC, Madrid 1999, 275-278.
  61. Cfr. F. LAPLANCHE, « De l’Histoire de l’Église de Fliche et Martin à l’Histoire du christianisme », 685-690.
  62. Cfr. F. HILDESHEIMER, « Les ‹grandes entreprises› éditoriales », en Revue d’Histoire de l’Eglise de France, 86 (2000), 625-626. Hemos mencionado los riesgos propios de las grandes síntesis. Sin embargo debemos mencionar que éstas son capaces de mostrar un desarrollo panorámico de una temática.
  63. Cfr. F. MATEOS, «El padre Pedro de Leturia y Medía», en Revista de Indias, 15 (1955), 613-622; C. de DALMASES (†), «Leturia Mendía Pedro de. Historiador, escritor», en Diccionario histórico de la Compañía de Jesús. Biográfico-temático, tomo 3, 2340-2341.
  64. Cfr. P. de LETURIA, Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica 1493-1835, tomo 2. Época de Bolívar, 1800-1835, (Analecta Gregoriana 102, Series Facultatis Historiae Ecclesiasticae, Sectio A, 6), Pontificia Università Gregoriana - Sociedad Bolivariana de Venezuela, Roma - Caracas 1960, XI-XII.
  65. Cfr. P. de LETURIA, El ocaso del patronato real en la América española. La acción diplomática de Bolívar ante Pío VII (1820-1823) a la luz del Archivo Vaticano, Razón y Fe, Madrid 1925, 1-13.
  66. P. de LETURIA, El ocaso del patronato real en la América española, 3.
  67. Cfr. Ibid., 5.
  68. Ibid., 19-20.
  69. C. BOSCH GARCÍA, Problemas diplomáticos del México independiente, El Colegio de México, México 1947, 192.
  70. Cfr. L. MEDINA ASCENSIO, México y el Vaticano, tomo 1. La Santa Sede y la Emancipación Mexicana, Editorial Jus, México 19652, V-VII.
  71. Cfr. L. MEDINA ASCENSIO, México y el Vaticano, tomo 1, XIII-XIV.
  72. L. MEDINA ASCENSIO, México y el Vaticano, tomo 1, XIV.
  73. Cfr. Ibid., XIV-XXI.
  74. Cfr. L. MEDINA ASCENSIO, México y el Vaticano, tomo 2. La Iglesia y el Estado Liberal (1836-1867), Editorial Jus, México 1984, 5-7.
  75. Ibid., 13-17.
  76. L. MEDINA ASCENSIO, México y el Vaticano, tomo 2, 17-18.
  77. Cfr. Ibid., 20.
  78. Cfr. E. MARTÍNEZ ALBESA, La Constitución de 1857, tomo 1, XXVII-XXXI.
  79. Ibid., XXXII-XXXIV.
  80. Ibid., XXXV.
  81. E. MARTÍNEZ ALBESA, La Constitución de 1857, tomo 1, XXXVI-XXXVII. En análisis historiográfico, menciona el acierto de François-Xavier Guerra en su libro Modernidad e independencias, cuando distingue el equilibrio entre la insurgencia y el liberalismo moderno. Aquí se hace la crítica a la historiografía nacional mexicana que ha estudiado la independencia como un proceso continuo que se liga e identifica con el desarrollo de la modernidad. Guerra hace notar el marco tradicional de la ideología insurgente que no resulta una primera manifestación de lo moderno o liberal. Cfr. F.-X. GUERRA, Modernidad e independencias. Ensayo sobre las revoluciones hispánicas, MAPFRE, Madrid 1992, 42-50.
  82. Cfr. E. MARTÍNEZ ALBESA, La Constitución de 1857, tomo 1, LIII-LXII. En varios aspectos, Martínez cita a D. BRADING, Los orígenes del nacionalismo mexicano, Era, México 19833.
  83. Ibid., LXV.
  84. E. MARTÍNEZ ALBESA, La Constitución de 1857, tomo 1, 485.

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HECTOR AUGUSTO CÁRDENAS