TEPIC. Vicisitudes pastorales, sociales y educativas

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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CARACTERÍSTICAS GEOGRÁFICAS Y ÉTNICAS DEL TERRITORIO

El espacio geográfico en que se encuentra enclavada la diócesis de Tepic, comprende tres ecosistemas claramente distinguibles: las costas, el altiplano y la zona montañosa. La zona costera -de vegetación tropical- es una amplia faja de tierras bajas que abarca desde la Sierra de San Francisco, en los límites con el Estado de Sinaloa, hasta la Sierra de Vallejo en Punta Mita y desde ésta hasta Puerto Vallarta.

La zona del altiplano se extiende desde las estribaciones dela Sierra de San Juan, hasta los municipios de Ixtlán, Jala y Ahuacatlán. Su territorio está constituido por extensos valles rodeados de cerros cubiertos de bosques de pino y encino. En esta zona se encuentra la sede episcopal, y concentra la mayoría de los habitantes de la Diócesis, y los grupos indígenas de los Coras, Huicholes y Tepehuanos, cuyas manifestaciones culturales mezclan tradiciones prehispánicas con cristianas, dando por resultado un sincretismo muy peculiar.

La zona montañosa se encuentra enclavada en la Sierra Madre Occidental, y abarca los municipios de Huajicori y El Nayar; las sierras de la zona están cubiertas de bosques de ocote, pinos, roble y encinos.

ANTECEDENTES DE LA CREACIÓN DE LA DIÓCESIS DE TEPIC

La independencia de México se consumó el 27 de setiembre de 1821 con la entrada de Agustín de Iturbide al frente del Ejército Trigarante a la ciudad de México. El efímero imperio de Iturbide (1823-1824) dio paso a la República que, a imitación de los Estados Unidos, en su primera Constitución Federal (1824) transformó las antiguas «intendencias» de la división territorial del Virreinato de Nueva España hecha por los borbones, en «estados libres y soberanos».

La antigua intendencia de Guadalajara se convirtió en el «Estado Libre y soberano de Jalisco», y su extenso territorio se dividió en ocho cantones. El séptimo de ellos fue el de Tepic, cuya cabecera era la ciudad del mismo nombre, la cual se convirtió en la segunda ciudad de importancia en el Estado jaliciense.

A partir de 1838 la ciudad de Tepic comenzó a experimentar un creciente desarrollo económico y comercial al ser fundadas dos fábricas de hilados y tejidos: la «Jauja», propiedad de don Eustaquio Barrón, y la de «Bellavista», propiedad de don José María Castaños. El desarrollo llegó, pero no para todos; principalmente los indígenas continuaron siendo los marginados, mientras el poder económico quedó concentrado en unas pocas familias.

El 25 de junio de 1856 el gobierno federal presidido por Ignacio Comonfort expidió la «Ley de Desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas de las Corporaciones Civiles y Religiosas», también conocida como «Ley Lerdo», ya que su principal promotor fue el rabiosamente anticlerical Miguel Lerdo De Tejada (1812-1861).[1] Esta «Ley Lerdo» argumentaba falazmente que “uno de los mayores obstáculos para la prosperidad y engrandecimiento de la nación, es la falta de movimiento o libre circulación de una gran parte de la propiedad raíz, base fundamental de la riqueza pública.”[2]

Además de la confiscación y dilapidación de los bienes eclesiásticos, la «Ley Lerdo» destruyó también los ejidos pues, incorporada a la Constitución de 1857, señalaba que “Ninguna corporación civil o eclesiástica, cualquiera que sea su carácter, denominación ú objeto, tendrá capacidad legal para adquirir en propiedad ó administrar por sí bienes raíces…”[3]]

La historia «oficial» ha centrado su atención en los bienes de la Iglesia, mientras soslaya el hecho de que la desamortización destruía también a los ejidos, puesto que caían en la categoría de «corporaciones civiles» y que ya no podrían disponer de sus tierras. A la Iglesia, sus bienes le son necesarios para cumplir su misión, pero siempre ha podido sobrevivir sin ellos; pero los ejidos no; y desaparecieron dejando en la indefensión a las comunidades indígenas. Tal fue el caso -entre muchos otros- de las comunidades asentadas en el territorio del cantón de Tepic.

Esa situación hizo que un personaje llamado Manuel Lozada, cacique mestizo que será conocido como «el Tigre de Alica», enarbolando la causa de los indígenas coras y huicholes despojados de sus tierras, se lanzara en 1857 a la resistencia armada contra el gobierno liberal, logrando imponer un gobierno de facto en Nayarit y Sinaloa y parte de Jalisco.

En 1861, ante la amenaza de la invasión francesa, el gobierno liberal le propuso una amnistía a cambio de su apoyo contra los invasores, prometiéndole la restitución de las tierras a las comunidades de indígenas que Lozada protegía. Los liberales no cumplieron sus promesas, y cuando Maximiliano de Habsburgo instaló el Segundo Imperio, Lozada se adhirió a él.

A la caída del Imperio, Lozada se enfrentó a las fuerzas liberales del Gral. Ramón Corona, quien lo derrotó. Obligado a abandonar Tepic, Lozada se refugió en la Sierra. Fue hecho prisionero en una emboscada y fusilado en Tepic el 19 de julio de 1873, pero la región siguió viviendo enfrentamientos armados, aunque cada vez de menor fuerza. Para 1880 la región estaba ya pacificada.


IMPORTANCIA DE LA BULA «ILLUD IN PRIMIS»

La necesidad pastoral de hacer cercana la presencia del obispo en medio de las comunidades, unida a la necesidad política de colaborar con las autoridades civiles a consolidar la pacificación de la región, llevo al arzobispo de Guadalajara a solicitar la erección de una diócesis que tuviera como sede episcopal la ciudad de Tepic. La solicitud fue escuchada y aprobada por el Papa León XIII, quien al respecto expidió la bula «Illud in primis», firmada el 13 de agosto de 1891.

Esta Bula tuvo una gran importancia para la Iglesia en México, pues además de erigir la diócesis de Tepic, erigió además las de Chihuahua, Saltillo, Cuernavaca y Tehuantepec. Dispuso también una reestructuración de las provincias eclesiásticas existentes elevando a la categoría de Metropolitanas las diócesis de Oaxaca, Linares y Durango.[4]Con la puesta en práctica de las instrucciones de la bula «Illud in primis», la Iglesia mexicana quedó integrada por seis provincias eclesiásticas, cuyas sedes metropolitanas mantenían como sufragáneas veintiún diócesis.

Con esta reorganización, los obispos mexicanos no solo podían realizar con mayor facilidad sus visitas pastorales, sino atender mejor un grave problema creciente: el de la educación cristiana de la niñez y juventud, ya que la dictadura de Porfirio Díaz, consolidada por sus éxitos económicos, ampliaba su cobertura educativa en instituciones oficiales que, impregnadas de la ideología positivista, no solo cerraban sus puertas a toda enseñanza religiosa sino también combatían toda perspectiva trascendente de la vida de las personas y las sociedades.

NOTAS

  1. Su hermano Sebastián, igualmente radical, ocupó la Presidencia de la República en 1872, a la muerte de Benito Juárez.
  2. Citado por, p.96
  3. Artículo 27
  4. Una sede episcopal metropolitana (llamada también arquidiócesis), es aquella cuyo titular (arzobispo metropolitano) tiene autoridad sobre una provincia eclesiástica, la cual incluye una o más diócesis sufragáneas.


BIBLIOGRAFÍA

LÓPEZ GONZÁLEZ Pedro. La problemática del distrito militar de Tepic y génesis del territorio de Tepic. Ed. Trillas, México, 1999

MEYER Jean. De cantón de Tepic a estado de Nayarit. Ed. UDG /CEMCA, México, 1990

PEREZ GONZÁLEZ Julio. Ensayo estadístico y geográfico del territorio de Tepic. Imprenta retes, Tepic, 1894.

ZAVALA Silvio, Apuntes de historia nacional 1808-1974. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1999


PEDRO GUZMÁN DELGADO. © PUG, ROMA 2002