CONQUISTA Y EVANGELIZACIÓN; Directrices y acciones de la Corona Española

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Conciencia misionera de los Reyes de España: aspectos muy concretos

El preámbulo que encabeza la «Recopilación de las Leyes de Indias» sintetiza muy bien la conciencia, los ideales, y las responsabi¬lidades de los que la monarquía española se sentía y creía firmemente ser portadora:

“Dios Nuestro Señor, por su infinita misericordia y bondad, se ha servido de darnos sin merecimientos nuestros tan gran de parte en el señorío del Mundo, que demás de juntar en nuestra real persona muchos y grandes reinos... ha dilatado nuestra Real Corona en grandes provincias y tierras... y teniéndonos por más obligados que otro ningún príncipe del Mundo a procurar su servicio y la gloria de su Santo Nombre y emplear todas las fuerzas y poder que nos ha dado en trabajar que sea conocido y adorado en todo el mundo, por verdadero Dios, como lo es, y Criador de todo lo visible y lo invisible; y deseando esta gloria de Nuestro Dios y Señor, felizmente hemos conseguido traer al gremio de la Santa Iglesia Católica Romana las innumerables gentes y naciones que habitan las Indias Occidentales, Islas y Tierra Firme del Mar Océano y otras partes sujetas a Nuestro dominio.

Y para que todos universalmente gocen el admirable beneficio de la redención, por la Sangre de Cristo Nuestro Señor, rogamos y encargamos a los naturales de nuestras Indias que no hubieren recibido la Santa Fe, pues nuestro fin en prevenirles y enviarles maestros y predicadores es el provecho de su conversión y salvación, que los reciban y oigan benignamente y den entero crédito a su doctrina”.[1]

Lo anterior se escribía en el reinado de Carlos II (1665-1700). Pero el significado de estas expresiones debe entenderse como proyección de una conciencia que desde siglos atrás había impregnado la visión y la conducta de la Corona española. Siguiendo a Ybot-León,[2]se pueden señalar, a manera de ejemplo, algunas de estas manifestaciones que indican la constante que acompañó la política colonial de España.

Desde las «Capitulaciones» acordadas por los Reyes Católicos con Colón antes del descubrimiento, se hace presente esta vocación misionera. En las «Instrucciones» dadas al Almirante para su segundo viaje, vuelve a aparecer la misma preocupación:

“Sus Altezas, deseando que Nuestra Sancta Fe Catholica sea augmentada y acrecentada mandan y encargan al dicho Almirante Visorrey... que por todas las vias o maneras que pu-diere, procure y trabaje atraer a los moradores de las dichas Islas y Tierra Firme a que se conviertan a Nuestra Fe...”.

A Diego Colón, hijo del Almirante, le escribe el Rey Católico , en 1509: “... debeys mandar que en cada población haya una persona eclesiástica, cual convenga, para que esta persona tenga cuidado de procurar como sean bien tratados [los indios] según lo thenemos mandado; e que thenga asi mesmo especial cuydado de los enseñarlas cossas de la Fe”

Interesa mucho la iniciativa del rey, de que en España se preparasen algunos muchachos de las Antillas, “de los más inteligentes”, dice Ybot León,[3]para que sirviesen luego de catequistas entre sus hermanos de raza.

Al Gobernador de Cuba, Diego Velásquez, escribe en 1513 el Rey Católico: “Porque yo tengo mucho deseo que en esa Ysla se ponga la diligencia possible en convertir los indios della, yo vos mando que lo endereceis por todas las mejores vías que pudiéredes, porque en ninguna cosa me podréis hacer mayor servicio”.

El interés de la evangelización empieza a mostrarse ya tan vivo desde el principio, y la Corona toma tan en serio sus deberes de Patronato, que, por aducir un ejemplo, se preocupa de todo el ajuar episcopal de los prelados que pasan a Indias, como se ve en el caso del primer obispo de Santa María del Darién, en donde se desciende a los detalles de las aras, los frontales, las palias, los candeleros y ciriales, “seys Missales romanos”, incensarios, cálices, crismeras, y para aquellos tiempos y aquellos climas (era en 1513) no olvidan las sandalias, las cáligas (en latín «caligae», singular cáliga: son las sandalias litúrgicas de los obispos), las tunicelas, el báculo de plata, casullas de damasco, ornamentos para las fiestas, “seys capas de terciopelo azul”, imágenes pintadas en lienzo, y hasta tijeras para cortar hostias; ni se olvidan las campanas, campanillas, libros para el canto, etc.[4]

En 1518, el regente del Reino, Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, firmó unas «instrucciones» que resumen el programa concreto de evangelización, al menos para la etapa heroica de la misión. En ellas se disponía la construcción de iglesias, la asistencia de los indios a la celebración eucarística, la presencia de las imágenes de Nuestra Señora, la instrucción en los rudimentos de la fe, la preferencia que debían recibir los hijos de los caciques en la evangelización, como elementos de singular influjo entre los naturales, la facilidad que debían adquirir los indios en el cumplimiento de los actos comunitarios del culto, los deberes religiosos de los encomenderos, la administración oportuna del bautismo a los niños, la implantación de la monogamia, normas sobre la confesión y comunión anual, la admi¬nistración del Viático y Extremaunción, el culto debido al Sacramento eucarístico...

No era un cardenal el que legislaba (Cisneros), sino la monarquía es¬pañola a través de su Regente, pues el nuevo rey, Carlos I (V como futuro emperador del Sacro Imperio), cuyo origen era totalmente español por parte de madre (Doña Juana I de Castilla), pero «alemán» por parte de padre, Felipe el Hermoso de Habsburgo, hijo del emperador Maximiliano de Habsburgo, repite en 1526 la legislación previa, y en una Real Cédula de 1526, ordena entre otras cosas:

“que luego, en llegando a aquellas provincias procurasen dar a entender... a los indios y moradores, cómo los enviaron a enseñar las buenas costumbres... instruirlos en nuestra Sancta Fe Catholica y predicársela para su salvación…”

A su vez, los obispos de Indias son conscientes del papel misionero de los Reyes hasta el punto de escribir al rey-emperador Carlos cosas que a hoy nos resultarían extrañas. Aducimos algunos testimonios. El obispo de Cartagena recibió del emperador en 1535 esta exhortación: “Mirad que os he echado aquellas ánimas a cuestas para mientes que deis cuestas dellas a Dios y me descarguéis a mí.”[5]

Si aquí es el rey-emperador el que descarga su conciencia en un obispo, encontramos expresiones de dos de los más insignes obispos de América, que descargan la suya en la Corona: Fray Juan de Zumárraga, arzobispo de México, escribe al entonces regente príncipe heredero (poco después Felipe II) pidiendo ser relevado de sus funciones:

"Si mucho cumple esto para mi ánima, no vaya donde yo temo, no poco conviene para el descargo de nuestro cristianísimo rey [Carlos I- V], pues es así como ha de parecer en el juicio universal, que la real conciencia con Fray Juan de Zumárraga en México no está descargada; y si yo fui loco, su Majestad tan sabio y cristianísimo, ponga remedio donde tanto importa, que México es otra Roma acá, y no menos lo espiritual tiene necesidad de cabeza, que lo temporal.”[6]

Y Santo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima, escribe al mismo Felipe II: “Pues estos reinos y todos los que estamos en ellos y la Iglesia que está y se ve plantando es de Vuestra Majestad y la está encomendada, humildemente suplicamos a Vuestra Majestad, que tenga por bien de favorecerla... Esta congre¬gación y concilio descarga su conciencia con advertir y hacer cierto que la de vuestra Majestad no está descargada”.[7]

De este modo, año tras año van llegando a Indias disposiciones de la Monarquía católica, encaminadas a promover la evangelización de América. Y esta era la primera finalidad de las célebres «Juntas» que se reunían en España. Las « Reducciones» apuntaban precisamente a la promoción humana del indio y a su evangelización; sólo Felipe II repitió seis veces la orden de fomentarlas, “para que los indios sean instruidos en la Santa Fe Católica y Ley evangélica, y olvidando los errores de sus antiguos ritos y ceremonias, vivan en concierto y policía” (1551).

El mismo monarca se dirige ahora al Consejo de Indias por medio de determinadas Ordenanzas: “Según la obligación y cargo con que somos señor de las Indias, ninguna cosa deseamos más, que la publicación y ampliación de la Ley Evangélica y la conversión de los Indios a nuestra Santa Fe Catholica, y por esto como al principal intento que tenemos, enderezamos nuestros pensamientos y cuidados”(L 8, T.2, Lib.2).

Enseguida encarece, que la primera preocupa¬ción del Consejo de Indias, debe ser precisamente la con¬versión de los nuevos pueblos al Evangelio. El severo rey Felipe II, ocupado en ese entonces en la lucha contra los moriscos levantados en armas y de otras fuerzas antiespañolas representadas precisamente por los moriscos, se preocupa sin embargo de que en la corrección de los indios delincuentes, se proceda “por medios tan suaves que a ellos mismos los obliguen a su en¬mienda y a la perseverancia en nuestra Santa Fe Católica” (Real Cédula, 1569).

Y en otra Ordenanza de 1573, no obstante estar España comprometida en la guerra de Flandes, no se olvida de su tarea misional: “El fin principal que nos mueve a hacer nuevos descubrimientos, es la predicación y dilatación de la Santa Fe Católica y que los indios sean enseñados y vivan en paz y policía”. (Orden 27, 1573).

En otras ocasiones la Monarquía se dirige a los obispos, directos responsables de la evangelización. Escribe Felipe II desde Lisboa en 1582:

“Rogamos y encargamos a los arzobispos y obispos... para mayor y mejor cumplimiento de nuestra voluntad, dispongan por lo que les toca en las visitas que hicieren a sus diócesis y en todas las demás ocasiones, con toda atención y vigilancia lo que convenga, para evitar la opresión y desórdenes que padecen los indios y procuren que sean doctrinados y enseñados, con el cuidado, caridad y amor conveniente a Nuestra Sancta Fe y tratados con la suavidad y templanza, que tantas veces está mandado” ( Leyes de Indias: Ley. 13, Título 7, Libro l).

La conciencia misional en los Reyes españoles sucesores del siglo XVII

Los sucesores de los monarcas del siglo de oro español en el siglo XVII continuaron en la misma ruta, como Felipe III, hijo de Felipe II, que escribiendo a los Virreyes y Prelados de América, se presenta cargado por la obligación "de la propagación de la Ley evangélica en aquellos dominios" lo cual "en mi real atención tiene preeminente lugar sobre todas las importancias e intereses temporales de aquellos vastos dominios”.[8]

En ocasiones los monarcas se sienten autorizados para reprender a los obispos, cuando se informa sobre negligencias de los mismos, en el celo pastoral. Así Felipe IV al arzobispo de Santa Fe de Bogotá, en 1634:

"Como sabéis, me tenía con particular cuidado y desvelo la crianza, educación y buen tratamiento de estos indios... Si no veláseis en ello y obligaseis a los otros doctrineros y demás súbditos vuestros a que hagan lo mismo, faltaríais a vuestra obligación con mucho riesgo de vuestra conciencia, que en esta parte os encargo descargando la mía.”

La idea de «misión», que en Europa y España se había embotado bastante, especialmente durante la baja Edad Media a causa de los problemas interiores de Europa y del temible cerco del Islam, se despliega en el momento en que una nación reciamente católica tiene en sus manos esta tarea.

Aunque el estatuto de «Iglesia propia»,[9]si es licito hablar así, trajo bastantes inconvenientes, se ha de tener presente que la Corona española no lo hizo a través de una usurpación; y podríamos pensar igualmente que esta fue una manera histórica de ejercer el apostolado laico dentro de un contexto de «cristiandad», por lo que sería un método anacrónico juzgar aquel ambiente y sus expresiones en la manera de manifestarse con los criterios y la teología actual.[10]

“El mismo Las Casas, el más violento impugnador de toda hierocracia pontificia y de toda sombra de tiranía sobre los indios ve”, dice el P. Leturia, en las concesiones pontificias, “la legitimación de un imperio paternal del rey de España sobre los indígenas americanos”.[11]

Testimonios de la convicción misionera

Uno lo es los inmensos gastos económicos que suponía la respuesta a la voca¬ción misionera; también la puesta en marcha y financiación de la empresa misionera que recaía sobre la Corona, según uno de los aspectos que el Patronato imponía a la misma. Tales gastos tienen su confirmación en datos numéricos, y que, en concreto, se traducen en la minuciosa provisión de que se dota a cada uno de los misioneros desde su partida de su residencia en España hasta Sevilla, donde se embarcan para la misión en el Nuevo Mundo.

Entre otros aspectos incluyen la manutención mientras esperan la salida del barco; gastos de libros (entonces sumamente costosos) y vestidos, matalotaje y ropa de cama, medicinas, recepción en el puerto de desembarque en el Nuevo Mundo; seguidamente, gasto de transporte hasta el lugar de trabajo, y sostenimiento del misionero hasta su muerte.[12]

Implantación de las Iglesias locales: arquitectura de la evangelización

Su aparición sigue el mismo movimiento mecánico de las conquistas, de acuerdo con el adagio “provincia hallada, provincia ganada”. Primeramente se descubre la región, luego se la conquista, finalmente se la organiza, dentro de lo cual entra, generalmente la creación de un obispado.

El movimiento mecánico siguió este ritmo: Antillas, México (virreinato de la Nueva España), América septentrional en el virreinato de la Nueva España y Florida, América Central, y América meridional (Imperio incaico, países o regiones andinas y vecinas: virreinatos futuros del Perú, Nueva Granada, Venezuela, Río de la Plata, Chile, Reducciones del Paraguay…).

Se debe pensar en la precariedad de estas iglesias recién fundadas y enseguida convertidas en diócesis, que al principio no ofrecían sino una jurisdicción territorialmente con frecuencia muy extensa, como en los casos de México, Michoacán, California, Florida, Guatemala, Perú, y los extensos territorios de virreinatos como el de Nueva Granada, Río de la Plata y Chile.

Tal jurisdicción, sin fronteras precisas, aparte de coincidir a veces con áreas culturales muy precisas y desarrolladas de antiguos imperios y reinos, con frecuencia en los comienzos ejercía su jurisdicción sobre media docena de nuevas poblaciones fundadas por los españoles, con pequeñas edificaciones, y sobre multitud de otras poblaciones y grupos de indígenas diseminados en extensiones inmensas (de aquí se entiende la «política» ya puesta en marcha desde los comienzos de las que ya muy pronto se llamaron « reducciones»).

Estas localidades con frecuencia estaban llamadas a ser el núcleo de Iglesias, por vocación muy florecientes. La inmensa distancia de la Metrópoli española llevó, desde los primeros de¬cenios, a pensar en la creación de una suerte de Patriarcado, que sin embargo quedó en un mero proyecto en algunos, y nunca se intentó llevarlo a cabo por dificultades prácticas y por la oposición de la misma Corona.

Roma, por su parte, dándose cuenta del problema tras la insistencia de los misioneros, buscaba tener presente un Legado permanente. No se llegó a ninguna de estas soluciones. Presentamos un cuadro de la América española:

Las diócesis de Santo Domingo, Concepción de la Vega y San Juan de Puerto Rico. 1513: Darién, que luego será Panamá, I518 Santiago de Cuba. Con la conquista de México aparecen en 1518 la de Cozumel, luego Puebla de los Ángeles; 1530 México; en I527 Nicaragua, Guatemala, Honduras. En América del Sur, tenemos entre 1530-1580 la fundación de las diócesis de Caracas, Santa Marta, Cartagena, Cuzco, Santa Fe de Bogotá, Lima, Popayán, Quito, La Plata, Charcas, Santiago, Tucumán, Arequipa. En el siglo siguiente (XVII): Buenos Aires y Trujillo. Aunque la lista resulte incompleta, puede apreciarse la magnitud del esfuerzo eclesial. Para 1536 tenemos ya 16 obispa¬dos.

En 1547 se decidió elevar a sedes metropolitanas las Igle¬sias de Santo Domingo, México y Lima, y en 1563 la de Santa Fe de Bogotá. A partir de 1550 la Iglesia hispanoamericana ofrece este cuadro que varía un poco con el transcurso de los acontecimientos, pues algunas diócesis cambian de lugar y otras de sede metropolitana. La referencia es al año de la definitiva independencia de América:

México, Puebla, Michoacán, Oaxaca, Yucatán, Guadalajara, Durango, Nueva León, Sonora. Guatemala, Comayagua, Chiapas, Nicaragua. Lima, Arequipa, Trujillo, Cuzco, Huamanga, Mainas. Santiago, Concepción. Charcas, La Paz, Santa Cruz de la Sierra, Buenos Aires, Córdoba, Paraguay, Salta. Santa Fe de Bogotá, Quito, Popayán, Cartagena, Santa Marta, Panamá. Caracas, Maracaibo.

Algunos criterios en la elección de los obispos

Carlos I-V prefería escoger a los obispos del Clero diocesano o «secular». No se ha podido saber por qué. Quizá porque los religiosos gozaban de demasiadas exenciones. En cambio el Consejo de Indias prefería a los religiosos, por estas razones, que creía válidas: los religiosos eran quienes más comprometidos se hallaban en la evangelización; ofrecían mayores garantías de desinterés y desapego de problemas monetarios; y de hecho se veía que una vez elegidos obispos, se seguían comportando con humildad y sencillez.[13]

Además, el mismo Supremo Consejo decide en el reinado de Felipe II, elegir como obispos a sacerdotes que residían en la Península y no en América. Ocurría que muchas veces los electos, residentes en Indias, no aceptaban y se perdía infinito tiempo en la burocracia para encontrar otros; además, estos solían tener demasiados compromisos y relaciones de amistad que entorpecía su libertad apostólica.

El testimonio de los números

“Llovieron frailes”. Tal es la expresión de Fernández de Oviedo, historiador de los asuntos de Indias. La evangelización empezó “con la barcada de 17 franciscanos idos en 1501”. En 1510 llegan los dominicos y llevan consigo todo el fervor de la denuncia contra los atropellos de sus coterráneos. Con los conquistadores se fueron desplazando los misioneros por Cuba, Puerto Rico, Darién, las costas de Tierra Firme y Venezuela, América Central y enseguida entraron en México.

Frente a ellos se iba abriendo una inmensidad de campo mi¬sional. La opinión de los misioneros se dividió; unos creían que eran suficientes; lo afirmaban los religiosos, para que no se presentaran clérigos «seculares» que aún no habían entrado en el movimiento de reforma comenzada en la España de los Reyes Católicos, fomentada por un notable fervor renovador y reformador en muchos lugares de la Europa pre-tridentina con el comienzo de movimientos eclesiales de renovación o reforma católica.

Nacen así sobre todo las llamadas «congregaciones de observancia» dentro de las antiguas Órdenes religiosas, de las que saldrán las primeras y fundamentales iniciativas misioneras en el Nuevo Mundo. Otras formas de reforma católica, como el llamado movimiento «oratoriano» (en Italia), o reformas de antiguas órdenes mendicantes como la teresiana (Santa Teresa) y la obra notable de reforma del clero por parte de San Juan de Ávila en España, y la fundación de nuevas formas de vida religiosa (los llamados «clérigos regulares») como los jesuitas, barnabitas, teatinos, somascos, entre los más conocidos, constituyen un fenómeno carismático fundamental para entender mejor el movimiento de evangelización impulsado en tiempos ya precedentes al renovador concilio de Trento, pero que irá creciendo con un notable impulso.

Todos estos movimientos de antiguas órdenes reformadas y las diversas nuevas compañías religiosas de clérigos regulares fundadas, ofrecen una notable contribución a la renovación de la vida católica y a la evangelización, con frecuencia, en el caso español, con un explícito apoyo de la misma Corona, y en Roma por parte del Papa.

Refiriéndose a los jesuitas, en 1974 Pablo VI, apuntaba: “Por todos los lados en la Iglesia, también en los campos más difíciles y de frontera, en los cruces de las ideologías, en las trincheras sociales, ha habido y hay una confrontación entre las exigencias más ardientes del hombre y el mensaje perenne del Evangelio, allí han estado y están los jesuitas;[14]palabras que se deben también aplicar a estos misioneros de la primera hora americana.

Los hijos de estos movimientos eclesiales han vivido en ese periodo histórico, una vida intensa en todos los campos de la actividad humana, y se han interesado de todas las cuestiones que tocaban la vida de las personas, como lo demuestra su presencia efectiva en todas partes y las numerosas obras de carácter científico, antropológico, humanístico, filosófico, teológico y catequético que han dejado, como también en las instituciones educativas, de investigación, de escuelas y universidades, y en el Nuevo Mundo con la fundación incluso de numerosas ciudades y vías de comunicación, y de notables obras de arte (iglesias, escuelas de pintura y de arquitectura, hospitales etc.), siempre con el apoyo y sostén de la autoridad regia.

En tal sentido llevaron adelante una continuidad con la antigua tradición cultural cristiana. Varían las diversas tonalidades que distinguen las espiritualidades y metodologías misioneras de las distintas fundaciones religiosas, pero se da una continuidad de la experiencia fundamental: la valorización del hombre, redimido por Cristo, bajo la acción de la Gracia divina combinada con su libertad fundamental, y por lo tanto la insistencia (como ya hará el Concilio de Trento al tratar el tema de la «justificación» teológica) de la experiencia cristiana sobre todos los ámbitos de la vida.

Por su parte, los obispos de aquella primera hora evangelizadora afirmaban que escaseaba el personal evangelizador; los obispos solían insistir en la falta de sacerdotes, porque querían la presencia de numerosos clérigos «seculares». Si nos atenemos a los cómputos, se calcula en 2.682 religiosos y 376 clérigos, los que pasaron a Indias entre 1535 y 1592. Es decir, 3.058 personas.

De estos la mayor parte son posteriores al año 1568 (que fue muy importante por la famosa Junta celebrada en ese año en España.[15]En la Junta, a la que aludimos, Felipe II ordenó la presencia, en la Corte, de procuradores estables que promoviesen el reclu¬tamiento de misioneros de las cuatro Órdenes (escogidas para la evangelización en el primer momento), que, ayudados y secundados por la Corona, tomaran interés en el movimiento misional.

El cálculo hecho por Schäfer ofrece estos datos. Durante el siglo XVI, pasaron a las Américas 2.200 franciscanos; 1600 domini¬cos; 300 agustinos, y 350 de la recién fundada Compañía de Jesús. En total unos 5.000; lo que da, cien por año. Aspurz,[16]a su vez calcula así: 2.000 franciscanos; 900 dominicos; 1200 agustinos; 550 jesuitas; 250 mercedarios; 150 carmelitas y 600 clérigos diocesanos. Alrededor de 5600.

Ocurrió que la repartición en las diversas regiones no se verificó equitativamente. Schäfer disminuye el número de agustinos, que sin duda fueron más numerosos. Todos estos datos, en el caso de la Corona española, y lo mismo puede afirmarse de la portuguesa del tiempo, demuestran el empeño activo de la Corona en la evangelización y un aspecto positivo del Patronato que un juicio, con demasiada facilidad emitido por algunos negativamente, no puede oscurecer sin faltar a la verdad de los datos y consecuencias históricas, en las que vemos un Continente latinoamericano, todavía hoy con una clara mayoría de fieles católicos.

NOTAS

  1. Recopilación de las Leyes de Indias, L.I, I. Lib. l.
  2. Antonio YBOT-LEÓN, La Iglesia y los eclesiásticos españoles en la empresa de Indias. I. Las ideas y los hechos I, Salvat, Barcelona 1954, 356-362. También: Historia de América. La Iglesia y los eclesiásticos españoles en la empresa de Indias. (Antonio Ballesteros Beretta, director), Tomo XVI. Salvat, Barcelona 1954.
  3. Ivi, I, 358.
  4. YBOT-LEÓN, ivi, 1,396-398.
  5. Cf. C. BAYLE, España en Indias, Madrid 1944, 405.
  6. P. de LETURIA, RSSHA, I, 66.
  7. Ibidem.
  8. Cf. HERNÁEZ, I, 30l.
  9. En general: nombre que reciben las construidas por iniciativa y a expensas de un señor particular en terrenos de su propiedad. El constructor tenía derechos sobre su iglesia, tales como la administración, transmisión y elección de clérigos. Una particular modalidad de esta institución canónica podría ser el derecho consuetudinario, según el cual las Iglesias de territorios bajo el sistema del Patronato pertenecían a su jurisdicción. BIDAGOR, R.: «La ‘iglesia propia’ en España. Estudio histórico-canónico»; Analecta Gregoriana, 4, Roma, 193, pp. 11-58. P. CHIOCCHETTA, “Eigenkirche” (Chiesa privata), en Dizionario Storico Religioso, Studium, Roma 1966, 287-288.
  10. Cf. LETURIA "El regio vicariato de Indias o el Apostolado seglar de los Reyes de España”, BSSHA, I, 469ss.
  11. Ibidem, 21.
  12. Cf. SCHÄFER, II, 228s.
  13. SCHAFER, II, 230.
  14. PABLO VI, Intervención del 3/12/1974 (nuestra traducción).
  15. LETURIA, Relaciones entre la Santa Sede e Hispanoamérica, Caracas 1950, 424.
  16. L. ASPURZ, Magnitud del esfuerzo misionero de España, en Missionalia Hispanica, 3, n°7 (1946), 99-173.

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EDUARDO CÁRDENAS GUERRERO - FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ