MÉXICO. Evangelización

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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EVANGELIZACIÓN de México

Cuarenta días después de su Resurrección, Nuestro Señor Jesucristo señaló a sus apóstoles la misión fundamental de la Iglesia que en esos momentos estaba fundando: “Id, pues, adoctrinad a todos los pueblos, bautizadlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Y enseñadles a observar todas las cosas que Yo os he mandado” (Mt.28, 19-20). Los apóstoles iniciaron el cumplimiento de esta misión anunciando el Acontecimiento de Jesucristo primero al pueblo hebreo del cual ellos mismos formaban parte, e inmediatamente después a los pueblos que estaban circunscritos dentro de los límites del Imperio Romano. [1]Uno de esos pueblos, situado en el extremo occidental del Imperio era Hispania, el cual es ya mencionado –aunque sólo una vez- en el Nuevo Testamento: “Cuando emprenda mi viaje para España, espero al pasar visitaros y ser encaminado por vosotros a aquella tierra”, escribe San Pablo a los cristianos de Roma. (Rom. 15,24). La tradición señala también al apóstol Santiago como evangelizador de las tierras de Hispania, donde reposan sus restos en la catedral compostelana. De España, evangelizada desde los tiempos apostólicos, vendrá a México –y a toda Hispanoamérica- la luz del Evangelio.


Fue Cristóbal Colón, hijo de la Iglesia, el primero en clavar la cruz de Cristo en las tierras del Nuevo Mundo; sin embargo el anuncio del Evangelio no daría inicio sino hasta su segundo viaje, pues el primero fue un viaje de exploración y no de evangelización y no viajó ningún misionero o sacerdote, aunque alguno debería haber venido como capellán de los tripulantes. Fueron tres frailes franciscanos que vinieron en el segundo viaje, Bernardo Boyl, Román Pane y Juan Infante, a quienes se deben considerar como los primeros evangelizadores de América, y su llegada en noviembre de 1493 a las islas del Caribe señaló “el momento en que Cristo llamó a América a la fe” (Juan Pablo II. E.A. 1). Pero no debemos perder de vista que el proceso evangelizador de las Indias Occidentales, al igual que su descubrimiento, conquista y colonización, fue un proceso gradual y progresivo.[2]Cuenta la historia que en noviembre de 1504, allá en la llanura castellana, justamente en el Castillo de la Mota, en Medina del Campo, agonizaba la reina Isabel y consciente de su gravedad, manda llamar al escribano real para confiarle sus últimas disposiciones. Usando un tono lento y muy sentido, propio del dramatismo del momento, la Reina pide -o más bien ordena- en su testamento que sus herederos le den alta prioridad a que los pueblos recién descubiertos se conviertan a ..nuestra sancta fe cathólica (y que se ocupen de) embiar a las dichas yslas e tierra firme prelados y religiosos e clérigos y otras personas doctas e temerosas de Dios, para instruir los vecinos e moradores dellas en la fe Chatólica... [3]Pero además con toda firmeza, le encarga al rey Fernando su marido y a su hija y al marido de la hija, que cumplan esta disposición con especial cuidado, tanto así que la consideren ...su principal fin.[4]

Un mandato de esta naturaleza emitido minutos antes de morir, por una soberana de la envergadura de Isabel la Católica, tuvo efectos espectaculares. De entrada, esta cláusula del testamento de la reina pasó completa a la Recopilación de Leyes de Indias, al punto de que inspiró la legislación indiana, le dio sentido, le dio identidad y un esquema profundamente idealista.[5]Pero además, fue tan fuerte el peso de este mandato, que rebasó el campo de la religiosidad, con lo que conmocionó a todo el nuevo continente.

Cabe recordar que el concepto de evangelizar en el siglo XVI, tenía una acepción mucho más amplia que la que hoy tiene; en aquel entonces, evangelizar significaba un gran cúmulo de actividades y no solamente las religiosas propiamente dichas. El evangelizar de ellos perseguía ciertamente llevar a los pueblos infieles, el conocimiento de la ...Sancta fe cathólica, pero además incluía también la transmisión de todo un acervo de elementos culturales. Para ellos evangelizar era ...doctar a los indios de las buenas costumbres.., como lo dejó claramente especificado la reina,[6]lo que significaba inyectarles todo un conglomerado de valores nuevos en el campo de la ciencia, del arte, de la política, de la economía, del derecho, de la lingüística, del urbanismo e incluso hasta de la gastronomía. Eso es lo que era evangelizar para ellos.

No podemos olvidar que en el siglo XVI al entrar en el mundo americano, la Iglesia entra como maestra de la Fe sí, pero al mismo tiempo, entra acompañada de todo el patrimonio de la cultura cristiana-occidental; de ese cúmulo de conocimientos que se habían adquirido y desarrollado en Europa a lo largo de un milenio. Así la Iglesia que llega a tierras mexicanas en el siglo XVI, traía consigo la síntesis de la cultura occidental y la traía especialmente para sembrarla aquí, en el Anáhuac. Tan es así lo que logró hacer para sorpresa de la Historia, que un siglo después del desembarco de Cortés en Chalchicueyecan, la cruz se había plantado en un vasto territorio que iba desde la alta California hasta América central. Un siglo después de la entrada de los primeros evangelizadores a Tenochtitlan, los conceptos que los indios habían tenido acerca de sí mismos, del mundo, de la vida y de la muerte, se habían transformado radicalmente; es decir, en un tiempo asombrosamente corto y en un territorio que abarcaba cerca de dos millones de kilómetros cuadrados, los frailes habían logrado desarrollar una nuevo proyecto cultural porque la evangelización trajo consigo un conjunto de elementos nuevos que, al interactuar entre sí, provocaron un cambio total en el teatro americano; y no sólo en lo que a su relación con Dios se refiere, sino a todo el universo indígena, de tal suerte que se transformó todo, hasta la naturaleza y aún el hombre, que a partir de entonces, ya nunca sería el mismo.

Primeras acciones evangelizadoras

El primer anuncio de la fe en tierras mexicanas lo realizó el presbítero Juan Díaz, capellán de la expedición de Juan de Grijalva que en 1518 exploró las costas del Golfo de México, y quien celebró por vez primera la Santa misa en Cozumel el 6 de mayo de ese año. La tercera expedición al territorio de lo que hoy es México fue la de Hernán Cortés↗, la cual partió de La Habana en febrero de 1519; los capellanes de esta expedición eran dos sacerdotes: el mismo Juan Díaz y el fraile mercedario Bartolomé de Olmedo. La expedición de Cortés tocó tierra en Yucatán, donde rescató a un náufrago español llamado Jerónimo de Aguilar que llevaba ya varios años viviendo entre el pueblo maya y había aprendido su lengua.[7]El 15 de marzo de 1519 la expedición arribó a Tabasco y en la desembocadura del río que desde entonces es conocido como Grijalva, el cacique del lugar regaló a Cortés veinte mujeres, incluida una joven princesa de gran inteligencia y memoria. Narra el cronista Bernal Díaz del Castillo que en ese lugar construyeron un altar y “otro día se puso en el altar la santa imagen de Nuestra Señora y la Cruz, la cual todos adoramos, y dijo la misa el padre fray Bartolomé de Olmedo; y estaban todos los caciques y principales delante, y púsose nombre a aquel pueblo Santa María de la Vitoria, y ansí se llama agora a la villa de Tabasco. Y el mismo fraile, con nuestra lengua (traductor) Aguilar, predicó a las veinte indias que nos presentaron muchas cosas buenas de nuestra santa fe, y que no creyesen en los ídolos que de antes creían, que eran malos y no eran dioses, ni más les sacrificasen, que las traían engañadas, y adorasen en Nuestro Señor Jesucristo. Y luego se bautizaron, y se puso por nombre doña Marina aquella india e señora que allí nos dieron, y verdaderamente era gran cacica e hija de grandes caciques y señora de vasallos… E las otras mujeres no me acuerdo bien de todas sus nombres, y no hace al caso nombrar algunas; más éstas fueron las primeras cristianas que hubo en la Nueva España.”[8]

Posteriormente en el pueblo de Cempoala ocho mujeres aceptaron también el bautismo; lo mismo ocurrió en Tlaxcala donde la hija de Xicotencatl “el viejo” fue bautizada con el nombre de Luisa, y varias de sus compañeras siguieron su ejemplo.[9]“En la lámina octava del Lienzo de Tlaxcala que lleva por título Yemoquayateqique tlatoque, que significa «ya se bautizaron», ilustra al clérigo Díaz bautizando a Xicotencatl y a los otros tres señores tlaxcaltecas.” [10]En el bautismo, los señores de Tlaxcala recibieron los nombres de Vicente Xicoténcatl, Lorenzo Maxixcatzin, Gonzalo Tlahuexolotzin y Bartolomé Zitlalpopócatl.

Concluida la conquista militar el 13 de agosto de 1521, Hernán Cortés le solicitó a Carlos V el envío de misioneros “para que nos ayudasen a plantar más por entero nuestra santa fe católica” (primera Carta de Relación), y en su en su Cuarta Carta insiste: “…. he escrito he dicho a Vuestra Alteza el aparejo (disposición) que hay en algunos de los naturales destas partes para se convertir a nuestra sancta fee católica y ser cristianos, y he inviado a suplicar a Vuestra Cesárea Majestad para ello mandase proveer de personas religiosas de buena vida y exemplo. Y porque hasta agora han venido muy pocos o casi ningunos y es cierto que harían grandísimo fruto, lo torno a traer a la memoria a Vuestra Alteza y le suplico lo mande proveer con toda brevedad, porque dello Dios Nuestro Señor será muy servido y se cumplirá el deseo que Vuestra Alteza en este caso como católico tiene.”[11]Como respuesta a esta reiterada petición de Cortés, en 1523 llegaron a México el mismo confesor de Carlos V, Fray Juan de Tecto, Fray Juan de Ayora↗ y Fray Pedro de Gante↗, pariente de Carlos V. El 13 de mayo del año siguiente desembarcaron en Veracruz los doce apóstoles franciscanos de México↗, quienes llegaron a México- Tenochtitlán el 18 de junio; con ellos comenzó el proceso ordenado y metódico de la evangelización de la Nueva España.

Agentes de la evangelización

La evangelización de la Nueva España, al igual que el resto de Hispanoamérica, fue una obra portentosa realizada en primera instancia por “misioneros de las órdenes religiosas; sólo en un segundo momento el campo roturado y sembrado por ellos pasó al clero secular. Tales religiosos fueron principalmente los franciscanos a partir de 1493 en las más variadas regiones, los mercedarios, los dominicos a partir de 1510, los agustinos desde 1532 (decaerán en la labor misionera a los largo del siglo XVII), los jesuitas desde 1566 hasta su expulsión en 1768, y los capuchinos a partir de 1646 restringidos solo a Venezuela.”[12]

Tal es la razón por la cual también los primeros obispos de la Nueva España pertenecieran en su gran mayoría a alguna de las Órdenes, como lo fueron el dominico fray Julián Garcés↗ primer obispo de Tlaxcala, y el franciscano fray Juan de Zumárraga↗, primer obispo de México. Como hemos señalado, fueron los franciscanos los primeros en llegar a la Nueva España; inmediatamente después, en 1526, arribaron los dominicos también en número de doce. En 1533 llegaron los primeros siete agustinos, y en 1572 los jesuitas.

La mayoría de los misioneros fueron españoles aunque llegaron algunos pocos de Bélgica y de Italia; después hubo también misioneros criollos que participaron significativamente en la expansión de la evangelización al norte de la Nueva España y a las islas Filipinas. “Tanto los superiores de las Órdenes como la Corona solo permitieron que pasaran a América (como misioneros) religiosos de vida ordenada y santa tras una selección compleja y detallada (…) además sólo se permitía ir a las Américas a quienes lo pedían explícita y voluntariamente, lo que explica la entrega con que el misionero se daba a su vocación.”[13]

Lo anterior no fue fruto de la improvisación sino de una intención reflexiva y madura, como lo prueba una de las resoluciones del Capítulo General de la Orden de Predicadores de 1501 (nueve años antes del envío de los primeros misioneros dominicos a América) que a la letra indicaba: “Que los frailes viajeros al Nuevo Mundo sean idóneos para la predicación, ejemplares y doctos, a la vez que temerosos de Dios, capaces de anunciar la palabra de Dios y de confirmarla con su ejemplo.[14]

Los misioneros de las Órdenes religiosas fueron pues los “evangelizadores por antonomasia”, pero no los únicos, pues fueron también evangelizadores directos los indígenas que, habiendo aceptado la fe cristiana, recibieron el bautismo y se convirtieron en apóstoles entre su propia gente; entre ellos destacan cientos de jóvenes que fueron acogidos en los conventos de los frailes donde recibieron la preparación necesaria y suficiente para proclamar eficazmente la Doctrina cristiana. Especial mención de los evangelizadores indígenas son los niños mártires de Tlaxcala↗ Cristóbal, Antonio y Juan, así como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin↗ y Antonio Valeriano↗, autor del precioso relato del Acontecimiento del Tepeyac conocido como Nican Mopohua. Desde luego debe considerarse también y en primerísimo lugar como evangelizadora directa a Nuestra Señora de Guadalupe↗, quien por eso mismo S.S. Juan Pablo II la llamó Estrella de la Evangelización.[15]

No es posible tener una visión completa del proceso evangelizador sin considerar también la importancia que en el tuvieron quienes pusieron los medios y crearon las condiciones para su puesta en práctica. Estos evangelizadores indirectos fueron: en primer lugar la Corona Española (y también la Portuguesa, para el caso de Brasil); las instituciones establecidas en la Península Ibérica, como los conventos y universidades que prepararon a los misioneros); y los marcos jurídicos, como lo fueron las Leyes de Indias. La Corona Española, es decir, el rey de España y sus órganos de gobierno, entre los que destaca el Consejo de Indias, desempeñaron en la evangelización de América el papel que a partir de 1622 ejercitará Propaganda Fide en el resto de las tierras de misión; es decir, fueron directores supremos de la misma. De ellos emanaron muchas prescripciones al respecto, el fomento de iniciativas concebidas en América, la rectificación de conductas que no consideraron acertadas y la selección y envío de misioneros. En general su intervención suele responder a las propuestas recibidas de ultramar. Con frecuencia los dictámenes, reales cédulas o consultas del Consejo de Indias suelen ser un calco de algún informe recibido de Indias. Estas normas de la Corona resultaban lógicas y obligatorias. Los reyes españoles se consideraban y actuaban como suplentes del Papa para las Indias Occidentales en virtud del llamado Patronato Real.[16]

Los representantes de la Corona, es decir, las autoridades presentes en tierras americanas como los virreyes, gobernadores, capitanes, generales, audiencias, o simples funcionarios, colaboraron en la evangelización en cuanto ejecutores de las normas reales impartidas a este respecto,[17]y además como realizadores de iniciativas propias que consideraron incluidas dentro de las facultades de su oficio, proporcionando en ocasiones los medios, dirigiendo la iniciativa en otras e incluso participando personalmente en ella. Fueron también agentes de la evangelización los españoles que llegaron a Las Indias como conquistadores y colonos, quienes pese a los límites, la carga de pecado y contradicciones siempre presentes en el mundo personal de cada cristiano, en su mayoría poseían una conciencia de pertenencia cristiana cuya lógica les llevó a comunicar esa misma pertenencia.

Una conversación de Hernán Cortés con Moctezuma relatada en la crónica de Argensola manifiesta muy bien la conciencia de esa pertenencia en el conquistador y el celo por comunicarla. Dice el cronista que Cortés decía al Tlatoani azteca: “Entended que la causa que a mí y a mis compañeros nos ha traído a vuestras provincias fue desengañaros de vuestros errores y de vuestros vicios, y traeros a la senda de virtudes que se alcanzan con la verdadera religión. Bien habréis entendido que no nos trajo la codicia de vuestras haciendas, pues no tomamos de ellas sino la parte que nos habéis dado. Tampoco llegamos a vuestras mujeres, hijas o hermanas, porque atendemos a salvar nuestras almas. Todos los hombres confiesan que hay Dios, pero no todos saben cuál es el verdadero, si es uno o muchos. Sabed pues, que es uno, y el que adoramos los cristianos, que creó los cielos y la tierra. Y por la gracia, nos hizo sus hijos.”[18]

Los primeros doce “apóstoles de México”, los franciscanos, autorizados por Fray Francisco de los Ángeles, Superior de la Orden, se embarcan en San Lúcar de Barrameda el martes 25 de enero de 1524, llegan a la Gomera el 4 de febrero, pasan por Puerto Rico el 3 de marzo para desembarcar después de cuatro meses de travesía en San Juan de Ulúa el 23 de mayo. Desde Veracruz emprenden el viaje a pie, como siempre acostumbraban y cargando sus poquísimas pertenencias; con la intención de llegar a la ciudad de México, se enfilan al noroeste, pasan por Tlaxcala donde se detienen algunos días; estando allí, les toca un día de tianguis, donde causan una gran impresión por su extrema humildad, tan diferente al perfil clásico de los conquistadores. Pero al mismo tiempo, allí en Tlaxcala, los frailes empiezan a tener una idea de la dimensión del nuevo mundo al que se estaban enfrentando; es en Tlaxcala en donde oyen por vez primera el término motolinia, indicando su extrema pobreza, a raíz de lo cual Fray Toribio de Benavente, decide tomar ese nombre para toda su vida. Para el 23 de junio un mes después del desembarco, hacen su entrada a México. La mayoría de ellos nunca volverá a ver su patria.

Ese día Cortés les prepara un magnífico recibimiento; él personalmente se presenta a caballo rodeado de toda la hueste, invita también a Cuauhtémoc, el derrotado emperador de México y a varios miembros de la alta nobleza mexica. Y una vez reunido todo este comité de recepción, caminan juntos hasta las goteras de la ciudad para esperar a los misioneros; cuando llegan, Cortés se baja del caballo, se hinca sobre el piso y besa la punta del hábito de Fray Martín de Valencia, en un acto de enorme aprecio, lo que impresiona profundamente a los indios.

Días después, los misioneros empiezan a reconocer el escenario para tener una idea de lo que va a ser su campo de acción y poder trazar una estrategia de trabajo. En México se queda Fray Martín de Valencia con cuatro frailes, es decir, solo cinco sacerdotes para atender a la capital más poblada del continente americano. A Texcoco, una ciudad de 60 mil habitantes, se le asignan cuatro frailes. En el área de Tlaxcala, con sus cuatro cabeceras y una población estimada en los 200,000 habitantes y Huejotzingo de 80,000 habitantes, se quedan solamente cuatro frailes.

Estos 12 heroicos personajes, orgullo de la Iglesia, tuvieron que desplegar un talento enorme, tuvieron que conducirse con un gran tacto, con una finísima sensibilidad. La dimensión de la tarea que tenían enfrente los obligó a que echaran mano de todos los resortes psicológicos, de todos los recursos pedagógicos que se conocían y además inventar otros nuevos que sirvieran para esta realidad; tuvieron que diseñar una metodología extremadamente inteligente para poder presentar ante las añejas culturas de los indios, las propuestas del cristianismo.[19]Y lo hicieron... Y en ese proceso se entregaron a los indios; fue una entrega mutua, sincera; cuando muere Fray Pedro de Gante, la ciudad entera se pone a llorar, la República de Indios se viste de luto. Y es que él, a su vez, había dejado su vida aquí, México lo cautivó; aquí eligió vivir, al lado de los indios, aquí quiso morir, y lo mismo Fray Martín de Valencia que muere en Chalco o Motolinía en México . Por no hablar del señor Zumárraga; antes de venir a México el había sido el guardián del Monasterio de Abrejo cerca de Valladolid, a donde llega Carlos V en 1527 a pasar la Semana Santa, lo que provocó un acercamiento entre los dos, tal vez una simpatía, al punto de que el emperador le ofrece el cargo de Arzobispo de México.

Ante la solicitud del emperador, fray Juan acepta dejar su guardianía para venirse a evangelizar; cabe recordar que él era un hombre austero, caritativo, profundamente imbuido del franciscanismo observante; pero también cultísimo, un infatigable lector; en México logra avances importantes que repercuten hasta el día de hoy; él introduce la imprenta, primera en América, funda la universidad, los primeros colegios, el hospital de las bubas y sobretodo, intenta conciliar el momento tan crítico del arranque colonial. Otro ilustre personaje que llegó en la primera etapa fue fray Juan de Tecto, Johann Dekkers, muy destacado en Europa, guardián del convento franciscano de Gante; era confesor de Carlos V, gran teólogo, cultísimo, durante catorce años había dictado la cátedra de teología en la Universidad de París, lo que indica su erudición; y con idealismo y sentido apostólico, renuncia a su alto cargo en Gante, a sus actividades académicas, a su patria y a su familia y se va en pos de la evangelización; aquí muere en la expedición a Hibueras, de hambre, ...arrimándose a un árbol de pura flaqueza....[20]

Otro misionero brillantísimo fue Fray Andrés de Olmos, el gran lingüista, políglota, excelente de quien dice Mendieta que predicaba en 10 lenguas indígenas diferentes; a sus 85 años de edad “cumplidos”, completamente agobiado por las enfermedades tropicales y soportando un absceso suupurante sumamente grave, que según cuentan despedía un olor insoportable, parte en 1568 a la Sierra de Tamaulipas a tratar de calmar a los chichimecas, que estaban levantados; allí se queda con ellos durante algunos días predicándoles con especial dramatismo, como presintiendo que esa sería su última prédica.[21]Y, una vez resuelto el problema, en un estado de agotamiento muy severo, se regresa a Tampico; Mendieta cuenta que el absceso que le torturaba, al reventar, aceleró su muerte y que después de haber repartido sus pobres pertenencias personales, un rosario, un cilicio y unas disciplinas; fallece el 8 de octubre de 1568, recitando el credo...[22]No hay palabras suficientes para recordar la grandeza de estos señores.[23]

Sin embargo, a pesar de la enorme calidad del personal misionero, las dificultades abundaron; de entrada, un puñado de misioneros frente a grandes masas de población, en un territorio amplio y accidentado presentaba dificultades insolubles. Eran más de cuatro millones los habitantes del altiplano mexicano al momento del contacto, mientras que las cifras acerca del contingente misionero que trabajó en México a lo largo del siglo XVI calculan un total de 380 franciscanos, 210 dominicos y 87 agustinos.[24]

Obstáculos a la evangelización

Muchos y variados fueron los obstáculos que, en el anuncio del Evangelio, se presentaron a los misioneros. Uno de los más graves fue el escándalo de los anti-testimonios de muchos sedicentes cristianos que abusaron cruelmente de muchos indígenas, anti-testimonios que fray Toribio de Benavente↗, uno de los “doce apóstoles de México”↗ califica como las “diez plagas” que azotaron a la Nueva España.[25]Los abusos de conquistadores y encomenderos llevaron inmediatamente al enfrentamiento entre éstos y los misioneros, pues la lógica del Anuncio cristiano proclama la dignidad del indio. Tal enfrentamiento sucede antes de que los misioneros mismos hubiesen podido resolver el inmenso problema del modo de presentación del Anuncio del Evangelio a personas pertenecientes a culturas tan distintas a las de Europa; pero los misioneros no titubearon y emprendieron con tesón y energía la defensa del indígena↗ lastimado en su dignidad.

Al respecto el Documento de Puebla↗ dice: “La generación de pueblos y culturas es siempre dramática, envuelta en luces y sombras. La evangelización, como tarea humana, está sometida a las vicisitudes históricas, pero siempre busca transfigurarlas con el fuego del Espíritu en el camino de Cristo, centro y sentido de la historia universal y de todos y cada uno de los hombres. Acicateada por las contradicciones y desgarramientos de aquellos tiempos fundadores y en medio de un gigantesco proceso de dominaciones y culturas, aún no concluido, la Evangelización constituyente de la América Latina es uno de los capítulos relevantes de la historia de la Iglesia. Frente a dificultades tan enormes como inéditas, respondió con una capacidad creadora cuyo aliento sostiene viva la religiosidad popular de la mayoría del pueblo”.[26]

Otro gran obstáculo fue la radical diferencia de la cosmovisión indígena con la cristiana; diferencia en la cual no había ningún punto de enganche inmediato, a excepción del profundo sentido religioso de los indígenas. La cosmovisión mítico-mágica de los indígenas concebía al mundo dominado por dioses inmisericordes que exigían la sangre humana para que el cosmos siguiera existiendo y hasta la manera de dar muerte a los hombres era también mágica. Esto explica el pesimismo casi sin límite que dominaba la vida de los hombres del mundo indígena; desde los caciques hasta los esclavos. Esta cosmovisión pesimista y dramática explica también el estupor que les causaba el Anuncio de un solo Dios que por amor a los hombres se hizo Hombre, y que fue Él quien dio Su vida y Su sangre por la salvación de todos. El estupor ante el Anuncio cristiano –que significaba el derrumbe de la cosmovisión mítico-mágica- se manifiesta nostálgicamente en los Coloquios que los doce apóstoles de México↗ tuvieron al poco tiempo de su llegada con los principales y los tlamatinime o sabios quienes responden a la proclamación evangélica de los franciscanos: “«Ignoramos dónde y qué tal sea el lugar donde habéis venido, y donde moran nuestros señores y dioses, porque habéis venido por la mar, entre las nubes y nieblas… Si muriéremos, muramos; si pereciéremos, perezcamos; que a la verdad los dioses también murieron». Al leer y releer estas palabras se tiene la impresión de un simultáneo reconocimiento de Dios y un rechazo de sus palabras, una misteriosa resistencia, un abandono en las ruinas de un mundo que cae”.[27]Pero la prédica y encarnación del Evangelio entre los pueblos indígenas no significó la anulación de su mundo sino su desmitificación y su transfiguración en un estado nuevo y original, inconmensurablemente más valioso. El ejemplo de San Juan Diego↗ es significativo: testigo de la conquista y después profeta de la Virgen María, nunca fue más indio que desde su bautismo en el año de 1524.[28]

El derrumbe de la cosmovisión mítico-mágica del mundo indígena y de su correspondiente idolatría no se realizó sólo por la predicación del Evangelio; también lo fue por la vía de la fuerza. De hecho, la única razón que legitimó la conquista militar fue la defensa de los inocentes de una muerte injusta, que era lo que precisamente ocurría con los seres humanos sacrificados a los ídolos y el canibalismo ritual que seguía a varios de ellos. Como se ve claramente en las Ordenanzas de Cortés publicadas el 22 de diciembre de 1520, el conquistador estaba plenamente convencido que el fin principal de la expedición era la extirpación de la idolatría y la conversión de los indígenas a la fe cristiana. Esta mentalidad explica el celo de Cortés y de sus compañeros en la destrucción de todo lo que pudiera oler a idolatría, y porque una vez conquistada definitivamente Tenochtitlán, Cortés prohibió, sin excusas ni atenuaciones, los sacrificios humanos y todo culto tradicional de los aztecas. Carlos V confirmó esa política religiosa en su Cédula Real del 26 de junio de 1523 en la que dice: “idolatrar y comer carne humana, aunque sea de los prisioneros y muertos en guerra y hacer abominaciones contra nuestra fe católica y toda razón natural y haciendo lo contrario, los castiguen con mucho rigor”.[29]

A pesar de las prohibiciones y castigos no se podían desarraigar en los adultos aquellas costumbres de la noche a la mañana, por lo que los españoles precedidos por los misioneros comenzaron por destruir los lugares donde se realizaban los sacrificios humanos. En enero de 1525 se comenzó el derribo de los templos empezando por los de Texcoco y México y siguiendo por los de Tlaxcala y Huejotzingo. José Vasconcelos escribió al respecto: “…no habría que pensar en guardar ídolos o restaurar groseras tallas en piedra, trabajo minúsculo de arqueólogos y antropólogos. Cuando se puede sustituir un teocalli con una catedral, no vale el argumento de que podía haberse buscado otro sitio y cuando se trata, como en el caso del teocalli, de sitios de iniquidad, no basta el fuego para aniquilarlos; es menester que se alce en el mismo lugar un monumento que por su carácter noble y su fin sublime contraste con lo que lo precediera.”[30]

Otro problema importante que se ubica en el orden de la moral era la poligamia, pues, como en casi todo el mundo pagano, en los pueblos indígenas la mujer era considerada un objeto y no un sujeto, por lo que frecuentemente los mismos padres regalaban a sus hijas, como fue el caso de Xicotencatl que quiso regalar a su hija a Cortés.[31]El número de esposas señalaba la posición que en la sociedad indígena ocupaba el varón; los grandes tlatoanis tenían doscientas o más concubinas ( Moctezuma llegó a tener cuatrocientas); los grandes caciques sesenta o setenta y los macehuales únicamente tres o cuatro. Los misioneros exigieron a los adultos que querían recibir el bautismo que eligieran a una de sus concubinas y despidieran a los demás. Esta fue una de las causas por la que el padre del Cristóbal, uno de los niños mártires de Tlaxcala↗, martirizó a su propio hijo que insistentemente le pedía abandonar a sus mujeres y al pulque.

La Evangelización rescató especialmente la dignidad femenina. “El primer ser al que el español procura dignificar en América es a la mujer india. Cuando esa mujer es madre, se le da nombre y se forma un hogar (…) La posición de la mujer es inseparable del concepto de la familia… la mujer es el cimiento insustituible de la unidad familiar.”[32]No fueron consideraciones racistas o biológicas sino de moral cristiana, las que llevaron a la Corona Española a dar al Gobernador de Indias una «Instrucción» fechada el 29 de marzo de 1503 que a la letra dice: “Mandamos que el dicho gobernador e las personas que por él fuesen nombrados para tener cargo en las dichas poblaciones, e ansí mismo los dichos Capellanes, procuren como los dichos indios se casen con sus mujeres en haz de la Santa Madre Iglesia; e que ansí mismo procuren que algunos christianos se casen con algunas mujeres yndias e las mujeres christianas, con algunos yndios…”[33]En la práctica, como en esa época la mujeres españolas no viajaban a las Indias sino acompañadas de sus maridos, en los matrimonios mixtos fue siempre español el varón e indígena la mujer. “España enseñó a los indios que no regalaran sus hijas, que respetaran sus hogares. Forjó en ellos el sentido de la familia, en la que a la corta o a la larga se impone la mujer dignificada por su función de madre y esposa.”[34]Si la formación de la familia hubiera fracasado, toda la labor culturizadora habría fracasado también. Además de ello, la institución de la familia cristiana en la sociedad indígena generó entre los naturales la conciencia de Patria; conciencia que antes no existía.

Menos grave aunque de gran complejidad fue la dificultad que presentaba a la evangelización la gran cantidad de lenguas –más de ciento cincuenta- que se hablaban en el territorio de la Nueva España. El padre Juan de Córdoba O.P, en su Vocabulario en lengua zapoteca dice acerca de la enorme diversidad lingüística pues sólo en el actual estado de Oaxaca se hablaban dieciséis lenguas, sin contar los dialectos derivados de las mismas: “como lo experimentamos en todo este nuevo mundo de Indias, por maravilla hallarán dos pueblos que sean conformes en la lengua.”[35]En los inicios de la Evangelización las Órdenes establecieron que fueran los misioneros quienes aprendieran aquella lengua que se hablaba en la región a evangelizar y que la predicación de la Palabra de Dios no se hiciera en castellano. Dicho de otra manera, la estrategia fue indigenizar a los misioneros y no castellanizar a los indígenas.

Esta estrategia llevó a los frailes a estudiar y profundizar en el conocimiento de las lenguas indígenas y a redactar en ellas vocabularios, doctrinas y catecismos. Sólo en el siglo XVI los franciscanos redactaron más de ochenta libros con esta característica; los dominicos unos cuarenta y los agustinos quince. Entre otros podemos mencionar a Fray Alonso de Molina quien compuso su Arte de la lengua náhuatl y un diccionario de la misma con veintinueve mil palabras; en 1551 fray Pedro de gante publicaba -ya impresa en México- su Doctrina cristiana en lengua mexicana; el agustino fray Melchor de Vargas una gramática y vocabulario de la lengua otomí. Por lo que se refiere a los dominicos, en los tres conventos de estudio de la provincia mexicana de la Orden de Predicadores, a saber “los de las ciudades de México, Puebla y Oaxaca y en el colegio de San Luis de Puebla, se impartían clases de todas las lenguas habladas en los lugares de misión. Las actas de los capítulos provinciales de la misma Orden insisten en mandar que ningún religioso predique ni confiese a los indios si no es perito en la lengua y esto después de examen que periódicamente hacían los padres expertos en las lenguas, los cuales fueron señalados en las mismas actas”.[36]Algunos de los grandes lingüistas dominicos fueron: en lengua náhuatl (o mexicana), Fray Domingo de la Anunciación, Fray Juan de Estrada, Fray Diego Durán y Fray Domingo de la Anunciación; en lengua zapoteca, Fray Bernardo de Albuquerque (segundo obispo de Antequera), Fray Juan de Córdoba, Fray Juan Rengino y Fray Pedro de Feria (tercer obispo de Antequera); en lengua mixteca, Fray Benito Fernández, Fray Francisco de Alvarado, Fray Antonio de los Reyes, Fray Domingo de Santa María; en lengua zoque y chinanteco, Fray Domingo de Ara y Fray Francisco de Cepeda.

Métodos de evangelización

Además de la implementación de escuelas de doctrina, de la formación de niños catequistas, de la preparación de catecismos ilustrados, de la predicación con la palabra y el ejemplo, los misioneros a través de las artes, la danza, la música y el teatro, pusieron en práctica otros recursos evangelizadores muy efectivos revelándose como extraordinarios pedagogos. Las pinturas permitían representar misterios de la fe de una manera comprensible y facilitaba la difusión de las ideas en una población de tradición ágrafa; se pintaba en un lienzo un pasaje de la vida de Jesucristo y “en llegando a cualquier pueblo hacía (el misionero) colgar la pintura para que todos la viesen. Reunido el pueblo, el misionero explicaba con gran viveza lo que ya había penetrado por medio de los sentidos, y acompañaba la explicación con rezos y cánticos”.[37]Corriendo los años los frailes construyeron grandes iglesias adornadas con retablos monumentales; las grandes pinturas religiosas que tanto abundan no eran mera vanidad; tenían sobre todo una finalidad didáctica: era el Evangelio pintado o labrado en piedra.

Las representaciones teatrales fueron un medio audiovisual muy socorrido que no se limitó a los autos sacramentales. Los frailes componían obras sencillas para explicar y preparar la celebración de las grandes fiestas del calendario litúrgico como Pascua y Navidad y que eran puestas en escena en cuaresma o adviento. Tal es el caso de las célebres pastorelas, las cuales hasta el día de hoy se siguen representando antes de Navidad; aunque las pastorelas son tan variables como los autores que –aún hoy- las componen, su esencia invariable es el anuncio del Ángel a los pastores del Nacimiento del Salvador en el portal de Belén, y de los siempre fallidos intentos del demonio por impedir el Acontecimiento, pues el actor que lo representa siempre es arrojado del escenario por el Arcángel san Miguel.

No menos importante fue la música; los indígenas poseían un gran gusto artístico pero la música prehispánica fue solo pentafónica y circunscrita a instrumentos de viento (flautas y caracoles) y de percusión (teponaxtles). Por eso fue para ellos sumamente atractiva la música polífónica que los misioneros enseñaron a los indígenas, así como su interpretación con instrumentos nuevos: violín, guitarra, trompetas, flautas metálicas, etc., pero el más importante fue el órgano, pues era el único que se empleaba en las ceremonias litúrgicas. En las escuelas los frailes elegían a los niños indígenas con buen oído y voz y les enseñaban a cantar, formando coros que cantaban en las misas, y a otros a tocar algún instrumento. Los frailes componían canciones con letras de alabanza a la Santísima Virgen o al Amor de Dios, y difundidas por los niños cantores, por todas partes se escuchaba cantar esas alabanzas.

Evangelización de México y el Acontecimiento Guadalupano

Al fatalismo lleno de frustrada esperanza de la cosmovisión indígena y a la derrota sufrida ante los españoles, se sumaba la violencia y el anti-testimonio de muchos cristianos haciendo casi imposible –hablando humanamente- no solo la evangelización sino también la integración y la reconciliación entre pueblos pertenecientes a culturas y civilizaciones tan distintas. Es aquí cuando sucede algo imprevisto: uno de aquellos “gesta Domini in tempore” (acontecimientos-intervenciones de gracia divina) de los que habla la teología.

“El Acontecimiento guadalupano (es) un auténtico acontecimiento de gracia como respuesta a una situación humanamente sin salida: la relación entre los indios por una parte y los conquistadores hispanos, cristianos bautizados, y los misioneros cristianos por otra. El indio Juan Diego es el gancho entre el mundo antiguo mexicano e indio no cristiano, y el nuevo que nace a través de un encuentro sufrido, con el resultado de un nuevo pueblo cristianizado. Juan Diego no es ni un español llegado con Cortés, ni un misionero franciscano español. Es un indígena perteneciente a aquel viejo mundo.”[38]

“En los primeros días de diciembre de 1531 (a sólo diez años de la Conquista de Tenochtitlán↗) en un cerro de las afueras de la actual ciudad de México sucede algo que va a cambiar el derrotero de esta historia. La Madre de Dios se aparece a un indio de unos cincuenta años, Juan Diego Cuauhtlatoatzin↗ que se encaminaba a la ciudad. Este, uno de los primeros bautizados por Fray Toribio de Benavente↗, habló y fue mensajero de Santa María ante el obispo electo de México Fray Juan de Zumárraga↗, quien le solicitó “una prueba”. La prueba le fue dada; es la historia conocida de las rosas “castellanas” recogidas por Juan Diego en aquel cerro yerto en su tilma o ayate donde se estampó la imagen mestiza, ni india ni española, de María en el momento en que el indio extendía su ayate ante el obispo franciscano.


Aquella imagen es un auténtico catecismo misionero del anuncio evangélico a través de los elementos culturales del valle de Anáhuac. En el ayate trasformado de Juan Diego, los indios pudieron leer el significado de aquel Acontecimiento. Era como el parto de una nueva historia. Juan Diego será así el misionero elegido por Dios para este encuentro en el que de nuevo Cristo va a encarnarse en una humanidad cultural concreta a través de la mediación de María. Juan Diego va a ser así misionero-apóstol del Misterio de Cristo tanto hacia su gente como hacia los españoles, conquistadores y misioneros. El primero que recibió aquella llamada extraordinaria fue el mismo Juan Diego, y detrás de él todos los pueblos indios. Poco antes del Acontecimiento del Tepeyac, fray Toribio de Benavente, Motolinia, escribió una carta a Carlos V en la cual le decía que la integración del mundo indígena era imposible si no intervenía la Santísima Virgen; pues bien, esa intervención se realizó en diciembre de 1531, volviéndose una realidad liberadora.


Aquellos dos mundos hasta entonces desconocidos entre sí y después enfrentados, con todas las premisas para el odio o para la aceptación fatalista de la derrota por parte de los indios vencidos, y para el desprecio o la explotación por parte de los recién llegados, se reconocen en aquel símbolo carnalizado y tangible de María, imagen de la Iglesia, anunciado a través de un indio convertido y acogido por todos. Se llega así no a una mera convivencia, sino a una inculturación del Acontecimiento cristiano en el mundo cultural mexicano e indio y al nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”.[39]

Notas

  1. Cfr. González Fernández Fidel, La Evangelización en Latinoamérica. La formación de un nuevo pueblo. Vertebración, N° 15, Puebla, 1991
  2. Cfr. Caturelli Alberto. El Nuevo Mundo. Edamex-Upaep, México, 1991, Capítulo V
  3. Bayle Constantino, S.I., España en Indias, Barcelona, Ediciones Jerarquía, 1936, 2ª. Edición, p. 398.
  4. Idem., p. 399.
  5. Sarmiento Donate Alberto, Selección, estudio introductorio y notas: De las Leyes de Indias (Antología de la Recopilación de 1681), México, Secretaría de Educación Pública, 1988, p. 46-47.
  6. Bayle, op. cit., p. 399.
  7. Cfr. Díaz del Castillo Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Cap. XXIX. Grupo Editorial Éxodo, México, 2004, p 77
  8. Díaz del Castillo. Obra citada, Cap. XXXVII
  9. Idem, cap. LXXVII
  10. Valero de García Lascuráin Ana Rita, Los códices de Ixhuatepec. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, México, 2004, p.165
  11. Cortés, Hernán. Cartas de relación a Carlos V, Editorial Cambio 16, Madrid, 1992. Vol. II.
  12. González Fernández Fidel, obra citada, 1.3
  13. Idem
  14. Acta IX del Capítulo General de la Orden de Predicadores de 1501, celebrado en Roma. Cfr.Pedro Fernández Rodríguez . O.P. Los dominicos en la primera evangelización de México. San Esteban, Salamanca, 1994
  15. CELAM. Documento de Puebla, Discurso inaugural V.
  16. Cfr. Leyes de Indias, Libro primero (24 títulos)
  17. Cfr. Leyes de Indias, Libro primero, títulos 7, 10 y 11
  18. Citado por José Vasconcelos, Hernán Cortes, creador de la nacionalidad. Tradición, México, 1975 p.83
  19. Una de las mejores obras sobre el tema de la evangelización, sigue siendo hasta el día de hoy la de Robert Ricard La conquista espiritual de México, publicada por vez primera en 1947; en ella el doctor Ricard proporciona con gran detalle todo el proceso misional llevado a cabo en México durante el siglo XVI.
  20. De Mendieta Jerónimo, Historia eclesiástica indiana, México, Editorial Chávez Hayhoe, s/f, tomo IV, p. 52.
  21. Idem., p. 99.
  22. Idem.
  23. Idem.
  24. Ricard, op. cit., p. 86.
  25. Benavente Toribio de, Carta al Emperador Carlos V (2 de enero de 1555). Citada por González Fernández Fidel, obra citada, 2.6.2
  26. CELAM. Documento de Puebla. Capítulo I, (conclusiones V)
  27. Citado por Caturelli Alberto, obra citada, p.276.
  28. Cfr. Caturelli, obra citada, p. 324
  29. biblio.juridicas.unam.mx/libros/1/387/8.pdf
  30. Vasconcelos José, Hernán Cortes, creador de la nacionalidad. Tradición, México, 1975, p. 125
  31. Cfr. Díaz del Castillo, obra citada, Cap. LXXVIIl
  32. D. Sierra Vicente. Así se hizo América. Cultura Hispánica, Madrid, 1955, pp. 282-282
  33. Citado por D. Sierra, obra citada, p. 283
  34. Idem, p.290
  35. Citado por Rodríguez Santiago O.P. Los dominicos en la evangelización de las auténticas expresiones culturales amerindias. Dominicos en Mesoamérica -500 años-. Provincia de Santiago, México 1992, p. 17
  36. Idem
  37. Idem, p.21
  38. González Fernández Fidel, obra citada, p. 25
  39. Idem.

BIBLIOGRAFÍA:

Caturelli Alberto. El Nuevo Mundo. Edamex-Upaep, México, 1991

Cortés, Hernán. Cartas de relación a Carlos V, Editorial Cambio 16, Madrid, 1992

Díaz del Castillo Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Éxodo, México, 2004

González Fernández Fidel, La Evangelización en Latinoamérica. La formación de un nuevo pueblo. Vertebración, N° 15, Puebla, 1991

Mendieta Jerónimo de, Historia eclesiástica indiana, México, Editorial Chávez Hayhoe, s/f, tomo IV

Rodríguez Santiago O.P. Los dominicos en la evangelización de las auténticas expresiones culturales amerindias. Dominicos en Mesoamérica -500 años-. Provincia de Santiago, México 1992,

Sierra Vicente D. Así se hizo América. Cultura Hispánica, Madrid, 1955

Valero de García Lascuráin Ana Rita, Los códices de Ixhuatepec. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, México, 2004

Vasconcelos José, Hernán Cortes, creador de la nacionalidad. Tradición, México, 1975


JUAN LOUVIER CALDERÓN/ANA RITA VALERO DE GARCÍA LASCURÁIN